Estela Plateada. Señor del Fuego. Legado. Sota de Corazones. Bill Rayos Beta. El Hombre Imposible. Poseedores de poderes sobrehumanos que han jurado preservar el status quo del Universo.
#18 – Atando cabos
Por Bergil
Fecha de publicación: Mes 18 – 10/99
PRÓLOGO
Cara oculta de la Luna.
– Actuar o no actuar. He aquí el dilema…
– Tú lo has dicho, primo…
FIN DEL PRÓLOGO
Mansión de los Vengadores. La Tierra.
– ¿¡¿Qué?!? ¿Que, además de trabajar para los skrulls, tengo que hacer de canguro? Capi, me estás pidiendo demasiado…
– No es así, Carol, no se trata de una adolescente corriente. De hecho, es una chica muy especial. Escucha…
Sistema de Betelgueuse.
– Bien, Wladyslav y Carlo – dijo Morlack-, ¿qué hacemos ahora?
– Francamente, Maris, -dijo Shinsky- no lo sé. Durante estas últimas ¿semanas? ¿meses?… francamente, hay que ver cómo te desorienta el estar en el espacio… como decía, durante este viaje nuestro por el espacio me había acostumbrado a la compañía de Kismet (1), y a que fuera ella la que tomara las decisiones.
– No me extraña, Wladyslav -intervino Zota-, tú siempre has sido el que la ve como a una hija. Personalmente, encuentro gratificante esta libertad. Al fin y al cabo, ya somos mayorcitos. Todos nosotros somos adultos, inteligentes, científicos de renombre…
– …mundial -dijo Morlack.
– Puede ser; pero no olvidéis que en el manejo de estos nuevos poderes (2), somos todavía unos niños -alegó Shinsky-. En ese sentido, Kismet está muy por delante de nosotros. Es posible que no sepamos manejarnos solos.
– ¡Bah! ¡Paparruchas! -interrumpió Zota-. Estoy convencido de que podremos apañárnoslas perfectamente sin su ayuda.
– De acuerdo, pues -dijo Morlack-. Partamos.
Y los tres comenzaron a moverse. Pero al no haber acordado la dirección en la que partirían, cada uno fue en una dirección distinta. Aunque no por mucho tiempo: a los pocos segundos, un dolor lacerante les corroía las entrañas (3).
– ¡Demonios! -jadeó Morlack-. Pongámonos de acuerdo antes de arrancar otra vez. ¿Hacia dónde vamos?.
– A mí me da lo mismo, con tal de no volver a sentir este dolor -dijo Zota.
– Hace poco, percibí un fuerte estallido de energía hacia allá -dijo Shinsky-. ¿Qué os parece si vamos a investigarlo?
– Por mí de acuerdo.
– Vale.
– Entonces, partamos.
El espacio. En mitad de ninguna parte.
– ¿Skreet? Vamos, chica, deja de hacerte la muerta y vámonos de aquí -. Lunátiko parecía extrañamente afectado-. Vamos, Skreet, si te mueres, ¿quién va a meterse conmigo? ¿Eh? ¿Qué es eso? -una nave inmensa acababa de acercarse silenciosamente, y flotaba a un par de kilómetros del vehículo de Lunátiko. De repente, la radio empezó a sonar.
– Aquí la Skuttlebutt. Le habla el capitán Morfex. Nuestros sensores percibieron hace poco una explosión. ¿Necesita ayuda?
– No necesito ayuda, mamones -el arrebato sensible de Lunátiko se había esfumado tan rápidamente como había surgido-. Estoy perfectamente. Podéis meteros vuestra #@&% ayuda por donde os quepa.
– Muy bien, como guste -dijo Morfex. Y tapando el micrófono, susurró a Zenit-: Un sujeto simpático y educado, ¿verdad?
– ¡Eh, un momento! -sonó la voz de Lunátiko por los altavoces-. Esperad.
– Creí que había dicho que no necesitaba nuestra… ¿cuáles fueron sus palabras?
– Nuestra #@&% ayuda, capitán -dijo Skuttlebutt.
– Gracias, Skuttlebutt. Eso, que no necesitaba nuestra #@&% ayuda.
– Y es cierto, no la necesito. Pero no estoy solo.
– ¿Se refiere a esos seres enganchados a su vehículo?
– No, los drogs están perfectamente. Quien necesita ayuda es Skreet.
– ¿Skreet? ¿Le ha puesto nombre a semejante vehículo? -dijo Zenit.
– No lo creo -intervino Skuttlebutt-. Mis sensores detectan una forma de vida además de ese sujeto y de esos «drogs». La sostiene en su mano. Ampliaré la imagen para que puedan verlo.
– Es cierto, Skuttlebutt. Bien, dejemos subir a este sujeto.
– ¿Es eso prudente, capitán?
– No tenemos elección, Zenit. Se supone que somos héroes, y los héroes hacen esta clase de estupideces. De acuerdo, amigo, puede subir a bordo.
Lunátiko dirigió entonces su vehículo hacia la esclusa que se había abierto en un costado de Skuttlebutt.
Beta de Canis Maior.
«No sé si he hecho bien dejándoles solos«, pensó Kismet. «Bueno, al fin y al cabo, ya son mayores, y no es probable que les pase nada. Juntos, tiene suficiente poder para resistir casi lo que sea. ¿Eh? ¿Qué es eso?«.
Beta de Canis Maior, una estrella que en condiciones normales debería haber permanecido estable durante mucho tiempo más, había acelerado inexplicablemente su consumo energético. En el lapso de minutos, convirtió todo su hidrógeno en helio, y comenzó a quemar éste a una velocidad mayor todavía. Cuando el helio hubo desaparecido, convertido en carbono, éste comenzó a quemarse. Rápidamente, quedó transformado en oxígeno, y éste en neón, que a su vez se transformó en magnesio. Finalmente, al convertirse todo el magnesio en hierro, la estrella explotó (4). La ola de energía avanzó a velocidades extraordinarias, solo un poco por detrás de la luz de la enorme explosión.
En cuestión de un cuarto de hora, la estrella había desaparecido. En su lugar sólo quedaba un cúmulo de materia superdensa que comenzaba a atraer hacia sí todo lo que la rodeaba.
«Mejor me marcho de aquí» pensó Kismet. «No tengo ninguna gana de acabar mis días dentro de un agujero negro«.
Sistema de Betelgueuse.
La emisión de energía que Shinsky había percibido tenía su origen en un planeta de unos ocho mil kilómetros de radio, que era el cuarto en orden de proximidad a la estrella en torno a la cual orbitaba, un sol algo mayor y más caliente que el de la Tierra. Una miríada de erupciones volcánicas habían elevado la temperatura de la superficie, y densas nubes sulfurosas llenaban gran parte de la atmósfera planetaria. Morlack, Shinsky y Zota se aproximaron a la superficie, pero el intenso calor les impidió acercarse más y tuvieron que retroceder.
– Bueno, eso lo explica todo -dijo Shinsky.
– No sé a qué te refieres -le contestó Zota.
– Está claro. Este es un planeta que sufre una intensa actividad volcánica. Esa es la fuente de la emisión de energía que percibí hace un rato.
– Salvo en el uso del término sufrir, no estoy de acuerdo contigo, Wladislav -terció Morlack.
– Vamos a ver, explícate.
– Enseguida. En primer lugar, si observáis con atención, veréis que en las zonas continentales que se pueden divisar el color que predomina es el carmín de la vegetación de este planeta. Por lo tanto, en el mismo se daban condiciones para la vida, condiciones que no parece que existan en este momento.
– Tengo algo que objetar a esa afirmación, amigo mío -interrumpió Zota.
– Ya me dirás qué es.
– Sí, yo también quiero oírlo -apoyó Shinsky.
– Nada nos dice que las condiciones digamos normales de este planeta no sean las que vemos ahora, y que la vegetación haya evolucionado para sobrevivir en un hábitat que a los terrestres nos parecería inhabitable.
– Admito tu objeción, Carlo -concedió Morlack-, mi primera razón es una condición necesaria, aunque no suficiente. Pero no has oído todavía mi segunda razón.
– Oigámosla.
– Eso, eso.
– Como decía, en segundo lugar, tus palabras antes de dirigirnos hacia aquí fueron «percibí un fuerte estallido de energía«, ¿no?
– Sí, ¿y?
– Precisamente. Lo que percibiste fue un pico en la emisión de energía, no una fuerte emisión de fondo. Esto que vemos es algo que ha comenzado hace relativamente poco tiempo, y que viene a confirmar lo que dije en primer lugar. Lo que vemos es algo anormal, que se sale de todos los postulados racionales.
– ¿Y qué vamos a hacer? ¿Intentamos arreglarlo? -dijo Zota.
– ¿Pero es que no has aprendido nada? -le reprochó Shinsky.
– No entiendo a qué te refieres…
– Está bastante claro. ¿No recuerdas lo que hicimos al poco de conseguir nuestros poderes (5)? Ebrios de entusiasmo, nos lanzamos a arreglar todo desaguisado que se cruzaba en nuestro camino. Arreglar… ¡ja! No fuimos conscientes, hasta que la realidad se impuso, de que nuestras obras, aunque benefactoras a corto plazo, tenían consecuencias funestas.
– El principio de acción y reacción… -apostilló Morlack.
– Exactamente. No podemos lanzarnos alegremente a intentar desfacer este entuerto. Por otra parte, me parece que la magnitud de este desastre excede nuestras capacidades. No conocemos todavía del todo los límites de nuestros poderes, eso es cierto; pero me parece que arreglar un planeta entero es más una tarea de dioses que de mortales, por muy poderosos que éstos sean.
– Vale, vale, me has convencido -dijo, abatido, Zota-. ¿Qué hacemos entonces?
– Trágicamente, aquí no podemos hacer nada, salvo lamentar la destrucción de lo que parece era un paraíso.
Enfermería de Skuttlebutt.
– Bueno, ¿es que no vais a hacer nada? -bramó Lunátiko.
– Tranquilízate, hombre -dijo Zenit-. Todo en la enfermería es automático. Da tiempo al tiempo y permite que los aparatos determinen el estado de tu… ¿amiga? ¿Compañera? -preguntó, acercándose a Lunátiko y frotándole la espalda lentamente.
Pero Lunátiko no pareció darse por enterado de las insinuaciones de Zenit.
– Sí, bueno. ¿Y va a tardar mucho?
– Es difícil saberlo, muchachote -contestó Zenit, coqueteando ahora descaradamente-. ¿No quieres descansar, mientras tanto?
Aquel coqueteo no le estaba gustando nada a Morfex. Por alguna razón que él mismo no alcanzaba a comprender, le resultaba profundamente desagradable la actitud de Zenit. Lunátiko se dio cuenta de ello y decidió divertirse un rato.
– Tienes razón, muñeca. Y creo que tú podrías ayudarme a relajarme…
– Puedes apostar a que sí… ¡Eh! ¡Un momento! ¿Qué estás haciendo? -preguntó, cuando Lunátiko agarró sus nalgas y la atrajo hacia sí.
– Relajarme, claro. ¿qué si no?
Zenit intentó resistirse, pero Lunátiko era demasiado fuerte, incluso para ella. Comenzaba a llevarla a rastras hacia la puerta de la enfermería cuando una voz retumbó dentro de la habitación.
– ¡¡QUITA TUS PATAZAS DE ELLA, SO ANIMAL!! -. El propio Morfex no acababa de creerse que semejantes palabras hubieran salido de sus labios. Acostumbrado como estaba a mantener el control en las situaciones más críticas, el hablar de tal manera a aquel sujeto entraba decididamente dentro de los límites de la definición de locura.
– ¿Qué has dicho, pequeñajo?
– He dicho que la dejes…
– No me engañas. No creas que no te he reconocido. Eres uno de esos orgullosos axi-tun. No sé qué demonios haces tan lejos de tu planeta, pero te voy a hacer desear no haber salido nunca de allí -dijo, al tiempo que hacía crujir ominosamente sus nudillos.
– Escuchad, ¿no hay otro modo de arreglar esto? -dijo Zenit, asustada-. Estoy segura de que si lo hablamos, como personas civilizadas que somos, podremos…
– Déjalo, Zenit. Es demasiado tarde.
– Estoy de acuerdo con el futuro cadáver, cariño. Necesita una lección y se la voy a dar.
Zenit se echó hacia atrás. Lunátiko y Morfex comenzaron a intercambiar golpes, pero el capitán llevaba las de perder. Lunátiko era claramente muy superior a él. Después de dejarle casi sin dientes a base de puñetazos, le arrancó el brazo izquierdo, y se dedicó a aporrearle la cabeza con él. Cuando se cansó, le arrancó la pierna derecha, y le sacudió a dos manos. Cuando se disponía a arrancarle la cabeza, una voz dijo:
– He terminado mi examen.
– ¿Eh? -dijo Lunátiko-. ¿Quién ha dicho eso?
– Ha fido da nafe, adibal -farfulló lo que quedaba de Morfex.
– ¿Perdona? No te he entendido bien. ¿Qué es lo que has dicho?
– Ha dicho «ha sido la nave, animal» -dijo Zenit.
– No tientes a la suerte, cariño -dijo Lunátiko-. Y bien, Nave, ¿cuál es el diagnóstico?
– El diagnóstico es -dijo Skreet, izando el vuelo desde la camilla donde la habían recostado- que me encuentro perfectamente, y… ¡oh, no! ¡Has vuelto a hacerlo! ¿Verdad? ¿¡¿VERDAD?!?
– No sé a qué te refieres, Skreet. Si estás bien, vámonos de aquí.
– No hasta que pidas disculpas, cacho mula. Estos tipos nos ayudan y ¿es así como se lo pagas?
– Pero…
– Ni pero ni gaitas, Lunátiko. Pide disculpas.
– Pero…
– ¡Lunátiko!
– Oh, está bien. Pido disculpas…
– Así está mejor. Lo siento de verdad -dijo Skreet a Morfex-. Este sujeto es imposible.
– Do de breocupe, zeñobita -dijo Morfex-. Creo que pozré deponedme,
– …por no haber podido acabar de darte la lección que merecías, imbécil -dijo Lunático, terminando la frase-. Adiós, nena -añadió, lanzando un beso hacia Zenit y dirigiéndose hacia la salida-. Adiós, nave.
– Adiós, señor Lunátiko.
– ¡Oh, eres imposible! -dijo Skreet, volando tras él.
– Conque Lunátiko, ¿eh? -dijo Skuttlebutt, una vez hubieron partido-. Desde luego, el nombre le va perfectamente.
– ¿Dia ze han marzado? -preguntó Morfex, yendo a saltitos hacia la camilla.
– Sí, capitán. Si supieras como lo siento…
– Do de pzeocupes. Zenit -dijo Morfex, cambiando a su verdadera forma de skrull (6) y comenzando a regenerar los miembros que Lunátiko le había arrancado (7)-. Creo que saldré de ésta. Bueno, como vuelo de prueba no ha estado mal, ¿eh? Volvamos al Puño, Skuttlebutt.
– A la orden, capitán.
Beta de Canis Maior.
«Y ahora, ¿qué?«, se preguntó Kismet. «Ya sé, volveré a la Tierra. Si Quasar es el protector del Universo, debe saber qué es lo que está pasando. Y si no lo sabe, da lo mismo. Es tan guapo… ¡Ay, no! Que me dijo que se iba de la Tierra para siempre… (8)«
Sistema de Betelgueuse.
Sentados (es un decir, ya que estaban en el espacio) en círculo, los tres científicos habían unido sus poderes para aumentar el alcance de sus percepciones.
– ¿Lo captáis? -dijo Shinsky.
– Desde luego -confirmó Morlack-. Resulta difícil no hacerlo, una vez que te pones a ello.
– Exacto. Resulta obvio que algo o alguien ha acelerado de modo demencial la entropía del Universo (9). A este ritmo, es cuestión de semanas, de meses a lo sumo, que el Universo tal y como lo conocemos desaparezca.
(1) Kismet se separó de sus creadores en el número 13 de esta colección.
(2) Adquiridos en Poderes Cósmicos Unlimited # 2
(3) Morlack, Shinsky y Zota no pueden alejarse unos de otros más de diez metros sin experimentar un intenso dolor, como descubrieron en Poderes Cósmicos Unlimited # 2.
(4) No es inventado. El proceso descrito es el de conversión de una estrella en nova. Fuente: Introducción a la ciencia, de Isaac Asimov.
(5) Nuevamente, en Poderes Cósmicos Unlimited # 2.
(6) Se vio en Starmasters # 2.
(7) Un skrull que conserve sus poderes metamórficos, merced a sus genes reptilianos, puede regenerar partes de su cuerpo, como se vio, por ejemplo, en Estela Plateada vol. III # 27
(8) En Quasar # 60
(9) El Segundo Principio de la Termodinámica establece que la entropía -esto es, el desorden- siempre tiende a aumentar, nunca a disminuir.
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En nuestro próximo número: ¿Queríais chicas? Pues toma chicas… La igualdad de oportunidades para ambos sexos llega al espacio. No te pierdas Las chicas son guerreras, el número más progresista e igualitario de esta serie. Nos vemos en un mes o treinta días, lo que ocurra antes…