Caballero Luna #66

Caballero Luna #66Tiene muchos nombres: Marc Spector, mercenario. Steven Grant, playboy. Jake Lockley, taxista. Todos ellos no son sino una fachada para el héroe que ha vuelto por dos veces de la muerte, el Puño Vengador de Khonshu… el Caballero Luna

#66 – La Hora Cero
Por Alex García


Fecha de publicación: Mes 18 – 10/99


Las persianas del apartamento estaban siempre bajadas, sumiendo el piso en una noche eterna. Su ocupante paseaba de un lado a otro, sumido en un constante nerviosismo; ese nerviosismo se acrecentaba día a día, noche a noche, ya que el hombre que antaño fue Robert Markham, ahora conocido por el nombre de Morfeo, el dios de los sueños, era incapaz de dormir, debido al experimento que el doctor Peter Alraune había realizado para salvar su vida. Markham había padecido un «colapso progresivo de su sistema cromosonal«, o algo así; los detalles eran cada vez más borrosos, cada día se convertía más en el monstruo que su aspecto sugería. Alraune había pagado hacía tiempo por su fracaso, pero Morfeo no había conocido la paz desde entonces: un hombre, un simple mortal vestido con una capa blanca se había entrometido una y otra vez en su camino ¡Había osado interferir en las acciones de un dios! No obstante, Morfeo respetaba a ese hombre; ¡Qué formidable enemigo! ¡Cuánto podrían haber hecho juntos! Pero ahora estaba muerto… por su culpa.

Una nueva ola de frustración recorrió su cuerpo, aumentando así su poder. Una de las consecuencias de su «accidente» había sido que sus considerables energías aumentaban con el nerviosismo, la ira y sensaciones similares, y teniendo en cuenta que era incapaz de dormir, sus energías psíquicas, denominadas por él «energías de ébano«, iban en constante aumento. Furioso, destrozó una mesa con una descarga.

Su mirada se volvió hacia el CD que destacaba entre los restos de la mesa. Un nuevo sentimiento de rabia le embargó; estuvo a punto de destrozar el disco cuando se detuvo con una sonrisa:

– Ha llegado el momento de terminar con todo – dijo con un gruñido ronco -. Espera, Caballero Luna, el mundo se reunirá contigo en breve.

Horas después entró en el edificio de la IBM en Nueva York. Con su cara cubierta por un sombrero, no llamó excesivamente la atención. Cogió el ascensor y subió hasta la decimoquinta planta. Un guardia de seguridad le salió al paso.

– Disculpe, señor, ésta es zona restringida. Me temo que tendrá que… – un tentáculo de energía de ébano le cogió la pierna, levantándolo por el aire y arrojándolo por la ventana. El hombre gritó hasta que se estrelló.

Alrededor de Morfeo, la gente empezó a gritar y correr, presas del pánico. Los despachó con varias ráfagas de energía y siguió andando hasta que encontró una amplia sala donde varios empleados trabajaban en sus ordenadores. Perfecto, pensó.

Algunos gritaron al ver su horrible rostro, pero muchos más gritaron cuando la realidad empezó a cambiar a su alrededor, convirtiéndose en la más terrible de sus pesadillas. Morfeo estaba satisfecho; sus poderes habían aumentado de tal manera que ahora era capaz de manipular las mentes de muchos mortales, con un mínimo esfuerzo para concentrarse; sujetó a uno de los empleados por la chaqueta; miró su nombre en su tarjeta de identificación. En la tarjeta se leía: Francis Schwartz, programador analista. El hombre chillaba como un loco, debido a las alucinaciones inducidas por Morfeo.

– ¡No! ¡Apartaos de mí! ¡Noooo! – Morfeo disipó parcialmente las ilusiones que veía al hombre, permitiéndole verle – ¡oh, santo Dios!

– ¿Dios? Sí, Francis, eso es lo que soy, un dios – le dijo -. Y voy a castigarte, Francis, oh, sí. Has sido muy malo, y vas a ir al infierno. Lo que has visto ha sido sólo una muestra – mientras decía esto, creó nuevas y terribles visiones, aún más terroríficas que las anteriores.

– ¡No! ¡Por favor, no! – gritó el hombre, desesperado – ¡Haré lo que sea!

– ¿Lo que sea? – siseó Morfeo – ¿Lo que yo te pida? – añadió. El desgraciado se limitó a asentir – Bien, Francis, en este disco hay un pequeño programa que quiero que introduzcas en Internet… Se haga como se haga eso.

Mientras su nuevo esclavo se disponía a realizar su tarea y los gritos de horror de sus víctimas le rodeaban, una salvaje carcajada acudió a su garganta.

Por primera vez en mucho tiempo, Morfeo era feliz.

Al poco rato llegaron la policía y la prensa, mientras el resto de los empleados salía, huyendo por su vida. Morfeo, desde una de las ventanas, decidió que era hora de anunciar su retorno de manera espectacular.

Los espectadores se sobrecogieron cuando una enorme cabeza demoníaca se manifestó ante ellos.

– ¡Escuchadme! – dijo la enorme cabeza; su voz retumbó como un trueno

– ¡Yo, Morfeo, el dios de los sueños, he juzgado a la humanidad, y os encuentro indignos de caminar sobre la Tierra! ¡Pero eso termina hoy! ¡Hoy, la humanidad morirá! – Y riendo, la enorme cabeza se desvaneció.

Pero las sorpresas no terminaban ahí: de repente, el aire alrededor del edificio empezó a cambiar, a oscurecerse, hasta que en pocos segundos el edificio entero quedó cubierto por un cubo de energía negra.

– ¿Qué hacemos ahora, teniente? – preguntó uno de los policías.

El teniente Flint observó detenidamente la barrera, y recordó al hombre que en repetidas ocasiones se había enfrentado al villano; otro chiflado vestido de blanco, negro y plata que luchaba por la justicia y siempre salía vencedor. Hacía por lo menos un año que no había oído hablar del Caballero Luna; seguramente estaría muerto.

– Llamar a Los Vengadores – dijo – ¿Qué si no? – se llevó la mano al estómago – Esto no le sienta nada bien a mi úlcera.


Peter Parker disfrutaba de uno de sus paseos nocturnos en telaraña cuando vio la barrera. Aterrizó en uno de los edificios contiguos y sacó su cámara de fotos; pasase lo que pasase, al menos podría sacar un par de dólares de todo el asunto. tras fijar la cámara a la pared con telaraña, lanzó un fino hilo hacia uno de los tejados y bajó a investigar.

En el momento en que Spiderman tocó tierra, algunos de los espectadores empezaron a abuchearle.

– ¡Vete de aquí, amenaza arácnida! – gritó uno de ellos.

– ¡El Daily Bugle dice que sólo das problemas! – añadió un segundo.

– ¡Seguro que tú eres el responsable de todo esto! – gritó un tercero.

– Vaya por Dios – murmuró Spiderman -. ¿Qué haría yo sin mi querido público?

– ¡Dejadle en paz! – dijo una mujer – Spiderman salvó a mis hijos de un incendio. ¡Es un héroe!

– Tiene razón – dijo un joven -; él nos salvó a mi novia y a mí de unos atracadores.

«Es bueno saber que aún tengo un club de fans«, pensó Peter mientras la policía intentaba poner fin a la disputa. Al ver que algunos de los espectadores señalaban algo detrás suyo, se volvió para ver llegar a Daredevil.

– ¿Cómo va eso, cuernecitos? – dijo en voz alta – Cuanto tiempo sin verte(1). Imagino que has venido aquí por lo mismo que yo.

– Escuché la noticia por la radio y vine corriendo. ¿Qué sabes de este tipo, Morfeo?

– Al parecer es uno de los enemigos del Caballero Luna – contestó el arácnido -; puede lanzar «energías de ébano«, o algo así. Pero esto… no se parece a nada de lo que he leído sobre él. El Caballero Luna podría ponernos al día sobre él, pero… me temo que está muerto.

– Entonces es cierto – dijo el héroe ciego -. Había oído rumores, pero…

– Sí – dijo Spiderman -, hace un año, más o menos. Al parecer, Ojo de Halcón y los otros que trabajaron con él en la costa oeste conocían su identidad, así que fue fácil enterarse.

– Bueno, será mejor que atendamos esto ahora y lloremos luego a los muertos – dijo Daredevil – ¿Entramos?

– Será difícil – dijo el otro, palpando la barrera -. Esta cosa, sea lo que sea, es muy resistente.

Extrañado, Daredevil enfocó sus supersentidos delante suyo; su radar captaba perfectamente cada detalle del edificio ante él, pero nada más. No había nada entre ellos y el edificio.

– ¿De qué estás hablando? – preguntó.

– Pues de esta barrera, natural… – se interrumpió al ver cómo Daredevil atravesaba la barrera como si fuese aire, para volver a atravesarla luego – Ahora me dirás que eso lo viste en la TV, ¿verdad?.

– Spiderman, ahí no hay nada – replicó -. Sé que es difícil de creer, pero mis sentidos no mienten.

– Muy curioso – murmuró el lanzarredes mientras palpaba nuevamente el muro -, podría jurar que está aquí. Desde luego, yo lo noto muy sólido.

– Al parecer, la ilusión se basa en la vista – dijo el Hombre sin Miedo -; de alguna manera, al verlo tu cerebro se convence de que está ahí y engaña al resto de tus sentidos.

– Y por eso a ti no te afecta – dijo Spiderman; cerró los ojos y extendió los brazos: sintió el tacto del muro, aunque esta vez más débil. Su sentido arácnido zumbó débilmente -. Nada, incluso cerrando los ojos sigue ahí. Desde luego, es una ilusión muy buena. ¿Qué hacemos?

– Yo voy a entrar – respondió -; sea lo que sea que se trae entre manos, no debe ser nada bueno.

– Buena suerte, DD. Subiré a alguno de los edificios adyacentes para intentar encontrar alguna brecha por arriba.

– De acuerdo – dijo Daredevil mientras atravesaba la barrera. Spiderman lanzó una telaraña a una de las farolas e inició el ascenso.


Jean Paul Duchamp estaba en su taller, recordando viejos tiempos al contemplar la nave plateada en la que había llevado a su mejor amigo, Marc Spector, en incontables ocasiones. Apretó los puños: aunque ya había pasado un año desde su muerte, los recuerdos seguían siendo terriblemente dolorosos. Frenchie nunca había conocido a nadie tan noble como Marc, y ahora estaba muerto. Nadie, y mucho menos su amigo, se merecía lo que le había pasado.

La música proveniente de la radio fue interrumpida por un boletín de noticias de última hora. Los detalles de la noticia se le escaparon, no le interesaban. Sólo el nombre del criminal captó su atención; el monstruo había vuelto. ¿Por qué, se preguntó, sus enemigos siempre volvían, mientras que Marc yacía muerto y enterrado? ¿Cómo se atrevían? Agarró la radio y la lanzó contra la pared con todas sus fuerzas.


El quinjet de Los Vengadores llegó en poco tiempo a la escena. Poco después de tomar tierra, la puerta se abrió y sus tres ocupantes bajaron de la nave. Una ovación general recibió al Capitán América, Ojo de Halcón y a Simon Williams, más conocido como el Hombre Maravilla.

– Esto no me gusta – susurró el Capitán América a sus dos compañeros tras contemplar la imponente barrera -, me sentiría más tranquilo si el resto del grupo hubiese estado disponible.

– ¡Bah, te preocupas por nada, Capi! – dijo animado Ojo de Halcón – Nosotros tres nos bastamos y sobramos para detener a ese villano de pacotilla. Además, con Simon con nosotros, esto va a ser un paseo. ¿No es así, Maravilla?

– Veremos – respondió éste. Tras su retorno(2), no había tenido oportunidad de poner a prueba sus habilidades, aunque esto debería ser pan comido.

– Muchachos, sois unos sosos – dijo Ojo de Halcón – ¿Desde cuándo un perdedor como éste nos ha dado problemas?

– Siempre hay una primera vez – dijo el Capitán, alerta ante posibles problemas.

– Sólo hay una forma de saberlo, ¿no estáis de acuerdo? – dijo mientras se preparaba para lanzar una flecha explosiva -. Apartaos, por favor.

La flecha salió disparada hasta estrellarse contra la barrera, que soportó la explosión sin inmutarse. Ojo de Halcón bajó el arco.

– Umm… creo que te toca probar a ti, Simon – dijo.

– Vamos allá – dijo el Hombre Maravilla. Colocándose frente al muro, lo golpeó con poca fuerza, para probar su resistencia. Nada.

Retrocedió un paso y volvió a golpear, esta vez con más fuerza. El resultado fue el mismo.

– Capi, será mejor que los civiles se aparten – dijo mientras comenzaba a elevarse. La policía empezó a proceder de acuerdo a las órdenes del Capitán América.

Cuando hubo ganado suficiente altura, se tomó un momento para comprobar que la gente se hubiese apartado lo suficiente. Después, se lanzó a toda velocidad contra la barrera.

El golpe fue devastador; el tremendo ruido generado dejó a varios de los mirones sordos para varias semanas.

Pero la barrera no se inmutó.

Steve Rogers miró a su alrededor, desconcertado. Había visto y oído el tremendo golpe, incluso había visto cómo el Hombre Maravilla salía despedido tras el impacto, frenando poco después y manteniéndose en el aire; por fuerza, la onda expansiva debería haber causado algún tipo de daño, como reventar los cristales de las ventanas de las cercanías, incluso agrietar el asfalto. En cambio, en toda la zona ni un solo cristal había sido arañado. Al instante, la solución apareció en su mente.

– La barrera es…

– …una ilusión – Simon se volvió para ver quién había dicho esto, y se encontró con Spiderman, quien se hallaba pegado a la pared, como de costumbre.

– Hola, trepamuros – le dijo – ¿Qué sabes de todo esto?

– Será mejor que bajemos y os lo explico a todos a la vez – respondió -. Por cierto, Maravillas, haces buena cara. Se ve que la muerte te ha sentado bien.

– Deberías probarlo – le contestó con una sonrisa irónica.

– No, gracias. No quisiera morirme sin saber si Rachel y Ross acaban juntos.

Una vez hechos los saludos habituales, Spidey puso al trío de Vengadores al día.

– Tiene sentido – dijo el Capitán -, eso explicaría por qué los instrumentos del quinjet no detectan el muro.

– Entonces – dijo Ojo de Halcón -, cuando lancé la flecha, no se estrelló contra la barrera, sino que siguió hasta chocar contra el edificio. La vimos explotar porque era lo que esperábamos que pasara. Y cuando Simon se lanzó de cabeza no chocó, sino que él mismo se detuvo y se lanzó hacia atrás, como si realmente hubiese rebotado.

– Y oímos el estruendo porque nuevamente era lo que esperábamos que pasara – terminó el Hombre Maravilla.

– ¿Y ahora qué? – preguntó Spiderman – Podríamos montar en el quinjet y atravesar la barrera. La ilusión no lo detendrá.

– Podemos estrellarnos contra el edificio – dijo el Capitán -, con lo que causaríamos aún más daños. O peor aún – dijo, señalando a Simon -, él puede salir despedido hacia atrás, destrozando la nave y muy probablemente a nosotros. Sugiero que lo utilicemos como último recurso.

– Entonces, sólo nos queda esperar que Daredevil tenga éxito – dijo Ojo de Halcón, a quien no le hacía ni pizca de gracia estar de brazos cruzados.


A bordo del Princesa Real, Marc Spector contemplaba la ciudad de Nueva York. Desde su misterioso retorno no había pensado en otra cosa que en volver, llamar a Frenchie y a Marlene y contarles que estaba vivo, pero algo en su interior le había dicho que aún tenía un asunto importante que resolver, así que había retrasado su retorno un par de meses.

– ¡Señor Moonfist! – dijo una voz detrás suyo; Marc se volvió para ver al joven – Ya he terminado con el proyecto que me pidió; aquí lo tiene – le tendió una cajita plateada.

Marc se había pasado los dos últimos meses buscando a algún hacker especializado en virus informáticos, y se había encontrado con este joven, Rob. A primera vista, Robert «Chernobyl27» Jones no parecía nadie especial, ni siquiera su imagen era el estereotipo de hacker que se ve en las películas; Robert era un joven alto, que dedicaba varias horas semanales al gimnasio, a juzgar por su complexión atlética; no usaba gafas y su cabello negro corto estaba perfectamente peinado. Pero no había sido su imagen lo que había sorprendido a Marc; no, cuando le habló de su proyecto había esperado que la suma por ese trabajo hubiese sido astronómica (no habría importado mucho; durante el asunto que había llevado a su muerte había guardado grandes cantidades de dinero en varias cuentas con diferentes nombres, a modo de seguro); en cambio, lo que el joven le había pedido había sido un crucero por el caribe y dos semanas en Disneylandia con todos los gastos pagados. Cuando Marc le preguntó si no quería algo más, Robert le respondió que sólo podía ver esos sitios por Internet, y al vivir en Londres le era bastante difícil verlos de cerca. Marc se extrañó de que un hacker tan hábil como él no hubiese saqueado un par de cuentas bancarias para costearse el viaje, pero no dijo nada.

Así, habían estado viajando por el Caribe; por el día Robert trabajaba en el programa, mientras que al atardecer salían a visitar el paisaje y a disfrutar – sobre todo Robert – de las fiestas y espectáculos locales. Y por fin, tras todo ese tiempo, el trabajo había sido terminado. Marc abrió la cajita para ver un disquete de color plateado.

– ¿Funcionará? – preguntó.

– Sólo hay una manera de saberlo – le respondió el joven -; aunque por los datos que me suministró debería hacerlo. No obstante, he tenido que «tocar de oído«, no sé si me entiende, así que no le garantizo nada.

– Mejor eso que nada – replicó Marc mientras se guardaba la caja en un bolsillo.

– Lo que le agradezco de verdad – siguió hablando el joven -, es este radio-televisor portátil – dijo mientras sintonizaba el aparato -; después de todo no entraba en nuestro acuerdo.

– Rob, si tu programa funciona te mereces eso y diez veces más… – se interrumpió al oír las noticias.

– … ni siquiera los esfuerzos de Los Vengadores ni Spiderman han conseguido atravesar la barrera de ébano que rodea el edificio de la IBM aquí, en Nueva York, levantada por el villano conocido como Morfeo. Seguimos esperando información sobre el por qué el aventurero enmascarado llamado Daredevil parece ser el único que ha conseguido entrar hasta el momento. Seguiremos informando… – Robert apagó el aparato.

– Vaya, parece que los de IBM tienen un problema gordo. No es que no se lo merezcan, pero…

Marc no le escuchó; salió a la carrera hacia su camarote. Robert le siguió de cerca; una vez en su camarote, Marc cogió su bolsa. Sacó de su cartera 50 dólares y se los dio.

– Aquí tienes; coge un taxi hacia el aeropuerto – le dijo -. Tienes reservado un billete de primera clase para Orlando, una habitación en el hotel Mickey Mouse para un mes y 500 dólares extra en tu cuenta, para los gastos. Yo tengo que irme – diciendo esto, se acercó a la borda.

– Pero, ¿a dónde va? – le preguntó extrañado -; sólo tardaremos unos 20 minutos en atracar en el puerto.

– Demasiado tiempo – le respondió mientras se encaramaba a la barandilla -. Que lo pases bien, Rob – y saltó al agua.

Por un momento, Rob se quedó pasmado, viendo cómo su cliente se alejaba nadando a velocidad pasmosa, sin saber si gritar «hombre al agua«. Luego se lo pensó, y tras guardarse los 50 dólares, encendió de nuevo su televisor para seguir las noticias. Algo dentro de él le decía que ese misterioso hombre tenía algo que ver en el asunto.


Daredevil llegó rápidamente al piso 15. Justo antes de salir de las escaleras su oído captó una respiración y un pulso extremadamente acelerados; supuso que pertenecerían a uno de los rehenes.

Comprendió su error justo en el momento en que salió; la silueta que captó su radar era la de un hombre calvo, con enormes y horribles ojos, y orejas puntiagudas.

– Tú debes ser Morfeo – dijo, al tiempo que empuñaba con fuerza su bastón.

– Impresionante – respondió el monstruo -. Así que el gran Daredevil ha oído hablar de mí. Oh, sí, sé quién eres – dijo, haciendo una inclinación de su cabeza a la sala donde estaban sus rehenes -, he visto por televisión cómo entrabas en el edificio.

– Algo más de lo que culpar a la TV – respondió mientras saltaba a por el villano.

Golpeó a Morfeo en la cara con fuerza, confiando en desequilibrarle para tumbarle y poder dejarle inconsciente. Su sorpresa fue enorme cuando se dio cuneta de que el villano ni se había inmutado por su golpe.

– Es hora de dormir – dijo mientras alzaba su mano -; yo, el dios de los sueños, te otorgo ese don. Disfrútalo, pues la humanidad no tendrá un final tan apacible cuando desencadene el virus Hora Cero sobre ellos.

La energía de ébano rodeó a Daredevil, quien sintió cómo drenaba sus fuerzas, dejándolo cada vez más cansado. Lo último que oyó antes de quedar inconsciente fue la satánica risa de su adversario.


Spiderman se desplazaba todo lo deprisa que podía colgado de su telaraña; se dirigía a ver a la doctora Kafka, la psicóloga que tanto le había ayudado en otras ocasiones, con la esperanza de que ella tuviese algún archivo sobre Morfeo, o al menos pudiese ayudarle a detener al villano.

De repente, un brillo plateado a su izquierda le hizo volverse: vio a un hombre enmascarado que se dirigía al mismo sitio de donde él venía, saltando de tejado en tejado.

– No puede ser – murmuró -, está muerto. Claro que también el Hombre Maravilla lo estaba – no había duda: la complexión, la forma de moverse… si era un impostor entonces era uno muy bueno, sin duda.

– Hay que admitir que los supertipos somos bastante correosos – dijo -, un día de éstos me encontraré al Capitán Marvel por la calle, y entonces seré yo el que se muera.

Spiderman dio media vuelta y se dispuso a seguir al enmascarado. No tenía ninguna duda de que si alguien conocía bien a Morfeo, ése era el Caballero Luna.


El Capitán América se volvió para ver a una figura enmascarada que se acercaba volando, aunque en realidad utilizaba su capa para planear por el aire. Una exclamación de asombro salió de su boca al reconocer al enmascarado. El resto de Los Vengadores se volvió para ver cómo un hombre vestido de negro y plata, cubierto por una capa blanca, aterrizaba a su lado.

– ¿Caballero Luna? – preguntó el Capitán – Creía que estabas muerto.

– Lo estaba, pero era bastante aburrido – replicó -, así que he vuelto.

– Conozco la sensación – dijo Simon Williams con una sonrisa.

Clint Barton, Ojo de Halcón, estudió detenidamente al hombre que estaba ante él. Habiendo trabajado con el Caballero Luna durante su estancia en los Nuevos Vengadores, Clint se había familiarizado bastante con él; ciertamente, este Caballero se movía y hablaba como el auténtico, pero ¿sería él?

A diferencia de los demás, Simón Williams, el Hombre Maravilla, no dudaba de la identidad del enmascarado. Después de todo, ¿no había vuelto él mismo de la muerte? ¿No había vuelto Quasar, a quien todos creían muerto? Además, el Caballero Luna siempre había proclamado servir a un antiguo dios egipcio que le había devuelto a la vida.

El Caballero Luna se acercó a Ojo de Halcón y a Simon, y bajando la voz para que los civiles no pudieran oírle, les dijo:

– Me alegro de veros, Clint, Simon; ha pasado mucho tiempo. ¿Sabéis algo de Tigra? Hace mucho que no la veo.

Ojo de Halcón sonrió. No mucha gente conocía su verdadera identidad, y menos gente conocía el breve romance, por llamarlo de alguna manera, que habían compartido el Caballero Luna y la Vengadora felina.

– Yo también me alegro de verte, Marc – añadió, también en voz baja – . En cuanto a Tigra… creo que está en Australia… seguramente de caza – sonrió -. No hay duda, Capi – dijo en voz alta -, es el auténtico.

– Eso te lo podía haber dicho yo – dijo una voz desde arriba; todos alzaron la vista para ver a Spiderman soltar su telaraña y aterrizar con una pirueta -, si el Luni no me hubiese dejado atrás. Chico, el tráfico en los tejados está imposible últimamente. Ha pasado mucho tiempo, Caballero Luna – extendió su mano – me alegra que hayas vuelto a las filas de los leotardos, aunque te aviso que desde la última peli de Batman el mercado se está devaluando.

– Podré soportarlo – replicó mientras estrechaba la mano del lanza- redes -; ahora, será mejor que nos concentremos en el problema que tenemos entre manos.

– Morfeo es enemigo tuyo, Caballero – dijo el Capitán América -, pero he leído su ficha y nada indicaba que poseyera tal poder ¿Qué puedes decirnos tú al respecto?

– Los poderes de Morfeo son alimentados por su inquietud – respondió -; cuanto más nervioso está, más energía va acumulando y más poderoso se vuelve – hizo una pausa -. Y más loco. Y desde luego, el hecho de que no pueda dormir no ayuda a que se tranquilice. Pero nunca imaginé que pudiese hacer algo así.

– De acuerdo con lo que nos ha dicho Spiderman, Daredevil está ahí dentro – dijo el Hombre Maravilla -; hemos comprobado que esta barrera es una ilusión. Muy real, si se me permite decirlo – se frotó el hombro, dolorido por el «golpe» -. Lo que no entiendo es cómo se las ha arreglado para entrar.

«Porque es ciego«, pensó Peter Parker, Spiderman. «Ni los sentidos aguzados de Matt ni su radar han detectado la barrera, y por eso ha podido entrar. Incluso mi sentido arácnido reacciona de forma extraña ante esta barrera«. Optó por callarse; no podía decir esto sin revelar que Matt Murdock, el abogado ciego, y Daredevil eran el mismo.

El Caballero Luna se acercó a la barrera y puso su mano sobre la misma, comprobando su solidez. En cuanto la tocó, los recuerdos le asaltaron: la lucha contra Seth, su misterioso antepasado, y contra su propio hermano, ambos monstruos que se alimentaban de vidas ajenas; Frenchie, postrado en una silla de ruedas; y finalmente, el Domo, poco antes de la explosión, donde el holograma de Seth cambiaba para convertirse en otra persona; por más que lo intentaba no conseguía recordar su rostro, pero sí algunas de sus palabras, en concreto una muy familiar: Morfeo. Sintió como la rabia le iba dominando. ¿Qué papel había tenido ese monstruo en su tormento?

– ¡¡¡MORFEO!!! – gritó con todas sus fuerzas. Nadie pudo evitar sentir un escalofrío ante la tremenda furia que se reflejaba en su voz – ¡¡Vengo a por ti, Morfeo!!

Ante el Caballero Luna la barrera empezó a retorcerse lentamente hasta que se formó una fisura que se ensanchó hasta ser lo suficientemente grande como para que un hombre pasara. Marc se quedó contemplándola; ¿sería posible que el subconsciente de Morfeo le hubiese reconocido?

– Voy a entrar – dijo.- Vamos detrás tuyo, Caballero – dijo el Capitán América.

– Desde luego, no vamos a dejarte toda la acción – agregó Ojo de Halcón.

Pero justo después de que Marc atravesase la barrera, la fisura volvió a cerrarse instantáneamente, dejando a Los Vengadores y a Spiderman fuera.


Esta vez Morfeo no vio cómo otro personaje entraba en el edificio, absorto como estaba en la cuenta atrás del virus: quedaban cinco minutos para que el programa terminase de ejecutarse y se introdujese en la Red.


Marlene Alraune estaba atónita; había seguido la noticia por televisión desde que se enteró de que el asesino de su hermano, Morfeo, había vuelto. Como todo aquél que hubiese seguido la noticia, le había sorprendido la noticia de que una barrera de energía negra rodeaba el edificio, cuando ella no veía ninguna. Incluso había visto cómo Ojo de Halcón lanzaba una flecha explosiva al edificio, y al Hombre Maravilla lanzándose contra el edificio para rebotar contra el aire, como si allí hubiese algo. No dudaba que los héroes se darían cuenta pronto, o de que algún espectador llamaría a la policía o a la prensa para avisarles del problema. No, lo que la había dejado atónita no era eso.

En la pantalla había aparecido un hombre que decía ser el Caballero Luna. Marlene sabía bien que cualquiera podía ponerse un traje y afirmar serlo, pero algo le decía que Marc Spector había vuelto una vez más de entre los muertos.

De repente oyó a Ojo de Halcón decir: «…no hay duda, Capi, es el auténtico«; eso confirmó sus sospechas. Presa de los nervios, cogió el teléfono e hizo una llamada.

El teléfono móvil que Frenchie llevaba en su chaqueta empezó a sonar.

– ¿Oui?

– ¿Frenchie?

– ¡Marlene! ¡Cuánto tiempo! – dijo, contento al reconocer la voz de su amiga – ¿Cómo estás?

– Bien… Frenchie, ¿Has visto las noticias?

– Sí – su expresión se ensombreció -. Te refieres a lo de Morfeo, ¿verdad? Escuché la noticia, pero me temo que tuve un problema con la radio – miró los restos del aparato -. Seguro que lo detendrán, no te preocupes.

– Oh, Frenchie – dijo ella. Él se dio cuenta de que estaba llorando – , entonces no lo sabes.

– ¿Saber qué? – sintió un hormigueo en el estómago – ¿De qué estás hablando, Marlene?

– Ha vuelto, Frenchie – dijo ella con voz entrecortada – ¡Ha vuelto!

Jean Paul Duchamp no necesitaba oír más para saber a quién se refería. El móvil se le escapó de las manos y cayó en su regazo. Se tapó la cara con las manos y no emitió el más mínimo sonido.

Luego, lentamente, empezó a llorar de alegría.


«Tal vez sea mejor así«, pensó Marc. «Esto es algo que tengo que resolver por mi cuenta«. Oyó la voz del Capitán América al otro lado del muro.

– ¿Todo bien, Caballero? – le preguntó.

– Ehh… de momento sí, Capitán. Voy a entrar en el edificio.

– Tienes veinte minutos – le advirtió el Capitán -; no sabemos qué se propone Morfeo, y podría ser peligroso esperar más.

– Buena suerte, Marc – le dijo Ojo de Halcón.

– Dios sabe que la voy a necesitar – volvió su mirada al edificio. Sólo la décima planta estaba iluminada.

«Bueno, vamos allá«. Marc corrió hacia la entrada; aunque tardaría poco, habría tardado menos descendiendo de la escalerilla del Lunajet. Cada vez echaba más de menos a Frenchie…

Al llegar al piso, salió silenciosamente de las escaleras, alerta ante cualquier trampa que Morfeo hubiese podido dejar para los visitantes inesperados; inmediatamente distinguió en el suelo el cuerpo inconsciente de un hombre. Cuando se acercó más, pudo ver que el hombre vestía un conocido uniforme rojo; se dispuso a reanimarlo.

Las sacudidas despertaron a Daredevil, cuyo radar y sus supersentidos le revelaron que quien le estaba reanimando era alguien muy familiar, alguien que se suponía estaba muerto.

– Me alegra volver a verte, Caballero Luna – susurró -, ojalá hubiese sido en mejores condiciones.

– Ha pasado mucho tiempo, Daredevil – contestó -; ¿cómo te encuentras?

– Estoy bien; ese tipo me pilló por sorpresa – respondió -. ¡Su poder es terrible! – dijo, llevándose una mano a la cabeza.

– ¿Has podido averiguar algo?

– Lo único que averigüé es que planea hacer algo con un virus que él llama «Hora Cero» ¿Te suena?

Marc se quedó helado; el virus Hora Cero. La historia volvía a repetirse. Palpó la cajita que llevaba en el cinturón; como no funcionase…

– El virus Hora Cero – respondió, y Daredevil pudo sentir cómo los latidos de su corazón aumentaban -, tiene la capacidad de hacer explotar los sistemas en los que entra, convirtiendo los ordenadores en bombas. Y lo peor es que se extiende con gran rapidez.

– Sería mucho pedir que tuvieses un antivirus, ¿verdad?

– Quizás lo tenga – replicó Marc; Daredevil notó por su respiración y sus latidos que no estaba del todo seguro -; de cualquier manera tenemos que intentar detenerle; si ese virus se extiende por Internet…

– Comprendo. Tenemos que avisar a los de afuera para que corten la luz o la conexión telefónica.

– Busquemos un teléfono.


– ¡Teniente Flint! ¡Una llamada desde el edificio para usted! ¡Dice ser el Caballero Luna!

Flint cogió el teléfono.

– Antes de nada, quisiera saber si piensas repetir a menudo el truquito ese de hacerte el muerto y luego reaparecer en el momento justo para hacerte famoso.

– Espero que no, Flint, pero ya sabes que siempre me gustó la fama.

– A mí me lo vas a contar. ¿Qué es lo que pasa?

Tras un breve resumen de la situación, Flint dijo:

– De acuerdo, en veinte minutos habremos cortado el suministro de energía y las líneas telefónicas. Tú encárgate del payaso ese.

– Sería más fácil con el Enkefalin-5 – dijo el Caballero.

– Sí, pero ahora mismo no tenemos ningún matasanos a mano, como la última vez(3). Tal como está el tráfico, tardaría al menos una hora en llegar.

– Llámalos igualmente, Flint. Necesitaremos mantener a Morfeo calmado cuando todo esto acabe.

– Eso es lo que más me preocupa – dijo Flint tras colgar -, que se acabe.

Suspiró; desde luego, no había nada que él pudiese hacer. Se acercó a los enmascarados para explicarles la situación.


Avanzaron silenciosamente hacia la sala donde se hallaba Morfeo. La mayoría de los rehenes estaba inconsciente, mientras que el resto se limitaba a esconderse debajo de las mesas, balbuceando. El villano estaba sentado, contemplando un monitor en el que se podía leer:

Status del virus Hora Cero

Tiempo para descarga: 01:30.

La sangre se les congeló: ¡Un minuto y medio! ¡Era imposible que fuera cortasen la luz o la línea telefónica en ese tiempo!

– Parece que tendremos que hacerlo por las bravas – dijo Daredevil, bastón en mano.

Marc no respondió; en su mente volvía a estar en el Domo, la cuenta atrás martilleando en sus oídos. En el pasado tuvo que sacrificar su vida para impedir que el virus destruyese el mundo. ¿Tendría que volver a hacerlo?

Una bofetada le sacó de ese estado.

– ¡Reacciona, Caballero, no tenemos tiempo que perder!

– Yo… – en la mente de Marc se formó la imagen de Khonshu; después, la de millones de muertos por culpa del virus; no, por su culpa, si no conseguía detenerlo – tienes razón; no es momento para vacilar. Lo siento.

– No lo sientas, a no ser que fallemos – le dijo – ¡Vamos! ¡Tú encárgate del virus! ¡Yo le debo una a ese esperpento! – dijo mientras saltaba hacia Morfeo, cogiéndole por sorpresa.

Marc corrió hacia uno de los ordenadores y abrió la caja en la que llevaba el antivirus.

– Espero que esto funcione – dijo mientras introducía el disquete.

Daredevil golpeó a Morfeo con su porra; éste se tambaleó, tropezando con las mesas a su alrededor. Antes de que se recobrase de la sorpresa, Daredevil le golpeó con el codo a la altura de la mandíbula. El héroe ciego tenía ventaja, y lo sabía: Morfeo no podía usar sus poderes a plena potencia porque podría destruir los ordenadores a su alrededor, destruyendo también el virus; no obstante, el demonio era aún un enemigo terrible, y en el momento en que reaccionase sería muy difícil vencerle.

Tras breves segundos, un menú apareció en la pantalla del ordenador en el que el Caballero Luna estaba trabajando.

Antivirus Hora Uno v1.0 por Chernobyl27

El programa detectará y eliminará el virus Hora Cero. Por favor, introduzca la clave de acceso: _ _ _ _ _ _

Marc se quedó perplejo: ¿clave? ¿qué clave? ¡No le había dicho a Robert que incluyese una clave! ¿Qué iba a hacer ahora? Empezó a teclear palabras al azar: Moonfist, Robert, Jones, Chernobyl27, Hora Cero. De repente, el programa emitió un pitido y apareció un mensaje:

SOLO BROMEABA 🙂

Hora Uno procederá a continuación a buscar el virus Hora Cero.

Iniciando análisis de la unidad y de su entorno de red… 1%

Marc golpeó la mesa con su puño. ¡La maldita broma casi le había parado el corazón! Alzó la vista para ver cómo le iba a Daredevil.

Morfeo apartó a su adversario con un violento manotazo; acto seguido alzó su mano hacia él, concentrando sus energías de ébano.

– Te has atrevido a alzar tu mano contra el dios de los sueños – graznó – ¡Paga el precio!

El radar de Daredevil y el pulso acelerado de su oponente le revelaron lo que iba a hacer, pero no podía apartarse: uno de los rehenes estaba detrás de él. Si esquivaba el rayo, el hombre moriría. Con un rápido movimiento, cogió uno de los monitores de ordenador y lo lanzó contra Morfeo, al tiempo que se lanzaba sobre el hombre para protegerle con su cuerpo.

El rayo de ébano de Morfeo atravesó limpiamente el monitor y rozó la espalda de Daredevil. No obstante, la explosión del monitor y el humo provocado por la misma cegaron temporalmente a Morfeo, tal y como el héroe había planeado. Rápidamente apartó al hombre, poniéndole a cubierto, y rodó hacia el lado opuesto, ocultándose de la vista de Morfeo.

Cuando el monstruo recuperó la visión no vio ni rastro de Daredevil; sin embargo, se quedó paralizado cuando vio al hombre vestido de negro y plata, cubierto por una capa con capucha blanca. Un hombre que él sabía que estaba muerto.

El pitido del ordenador volvió la atención del Caballero Luna hacia el monitor: un nuevo mensaje aparecía en pantalla.

Hora Uno ha detectado el virus Hora Cero en 5 unidad(es).

Hora Uno procederá ahora a la desinfección.

Presione cualquier tecla para continuar…

El rugido de desesperación de Morfeo le hizo volverse justo a tiempo para ver como éste le señalaba con su mano derecha. Saltó justo a tiempo de esquivar el rayo, que milagrosamente no le dio al ordenador.

– ¡No sé quién eres, pero no eres él! – gritó – ¡El Caballero Luna está muerto! ¡Por mi culpa! – Otro rayo estuvo a punto de arrancarle la cabeza.

Marc estudió la situación: el monitor que indicaba el estado del virus mostraba que sólo quedaban unos 50 segundos para que Hora Cero estuviese cargado del todo, momento en el que se extendería por todo Internet; por otra parte, no estaba seguro de que el antivirus fuese eficaz, y menos en tan poco tiempo. Además, ahora Morfeo se hallaba entre el ordenador del antivirus y él, y seguía avanzando.

El bastón de Daredevil golpeó en la cabeza al loco, quien por un momento se tambaleó, bajando la guardia ante el Caballero Luna. Marc vio su oportunidad; disparó una serie de dardos que se clavaron en la pierna izquierda de Morfeo, distrayendo su concentración.

– ¡Daredevil! – gritó – ¡Déjalo! ¡Ocúpate del antivirus! – señaló el ordenador en el que había cargado el programa – ¡Basta con pulsar cualquier tecla! «Si Robert no me ha dejado otra bromita, claro«, pensó.

«Cualquier tecla, ¿eh? ¡Menos mal!«, pensó Daredevil mientras se dirigía al ordenador que el Caballero Luna había señalado.

– Ven a por tu muerte, impostor – siseó el villano, que tenía problemas para mantener su campo de fuerza debido al dolor que sentía. Fuera, la barrera empezó a parpadear.

– Ni soy un impostor, ni voy a morir esta vez, Morfeo – gruñó -. No sé qué has tenido que ver con los últimos acontecimientos de mi vida, pero te juro que cuando acabe contigo vas a desear tener dientes para contármelo – una nueva serie de dardos alcanzó a Morfeo en la pierna derecha y en el pecho.

Morfeo vaciló; ¿sería posible que éste hombre fuese el auténtico Caballero Luna? Lanzó otro rayo; el enmascarado se apartó con facilidad, rodando por el suelo y utilizando sus piernas para hacerle una zancadilla y derribarle. Lo siguiente que vio fue un puño plateado que le golpeaba una y otra vez. Lo último que dijo antes de perder el conocimiento fue:

– Bienvenido, Caballero – y con una sonrisa añadió -; bienvenido a la locura.

Marc siguió golpeando la deforme cara hasta que una mano le detuvo. Alzó la mirada para encontrarse con Daredevil.

– Ya basta, Caballero Luna. Está inconsciente y el virus ha sido purgado del sistema – le dijo -. Hemos vencido; no te rebajes a su nivel.

El Caballero Luna contempló por unos momentos la cara magullada de su rival y contuvo un escalofrío: la rabia que sentía al saber que Morfeo había tomado parte en los sucesos que habían llevado a su muerte había nublado su mente. Más calmado, se levantó y se apoyó en el hombro de Daredevil.

– Tienes razón – respondió -. Será mejor que lo dejemos para las autoridades. Espero que esta vez no se les escape – añadió.

Daredevil suspiró al notar que el pulso del Caballero se relajaba. «Por poco», pensó.

Los Vengadores se pusieron en guardia en el momento en que la barrera cayó; los tres habían vivido mucho como para saber que no tenía que ser necesariamente algo bueno; quizás el virus Hora Cero ya se había extendido por la Red, en cuyo caso al mundo le quedaban minutos de vida.

– ¡Mirad, ahí arriba! – dijo alguien entre el público. Todos alzaron la vista para ver dos siluetas recortadas contra la luna llena. Ojo de Halcón habló:

– Vaya, vaya. Parece que esos dos han estado ocupados, ahí arriba.

– Ahora tengo que irme, Daredevil – dijo Marc, mientras le tendía su mano -, espero que volvamos a trabajar juntos algún día.

A Matt Murdock no le hacían falta sus supersentidos para saber que el Caballero luna hablaba en serio. Apretó su mano y dijo:

– Lo mismo digo, Caballero Luna – lanzó el cable de su bastón, y antes de irse, dijo: -. Cuídate.

– Lo haré – replicó el Caballero al tiempo que saltaba al vacío, agarrando los pliegues de su capa planeadora. Ahora que había terminado esta pesadilla, podía ir a ver a Frenchie y a Marlene.

– ¿Y bien? ¿Cómo ha ido todo?

Daredevil se volvió para hablar cara a cara con su interlocutor, el asombroso Spiderman.

– Ha ido bastante bien. Por un momento creí que el Caballero perdería el control y mataría a Morfeo. No sé qué es lo que le haría ese loco, pero está claro que nuestro amigo encapuchado ha sufrido mucho.

– Sólo espero que no pierda el control – dijo Spiderman -; el Caballero Luna es un gran tipo.

– Yo también lo espero, Spiderman – su voz se convirtió en un susurro -, yo también lo espero.


Oficinas del Registro Civil de Nueva York

El hombre que estaba ante el monitor apagó la radio; estaba contento, habían detenido el virus. ¡Ese imbécil de Morfeo! ¡Casi había estropeado su plan! Siguió tecleando datos.

En la pantalla apareció la ficha de defunción de Marc Spector; el hombre apretó una tecla y apareció el mensaje «¿BORRAR?«.

Se relajó y miró a su alrededor por un momento, posando su mirada en el cadáver momificado que antes había sido el guardia de seguridad.

– ¿Tú qué dices? ¿Lo borramos? – dijo, como si le estuviese preguntando de verdad al cadáver – ¿Cómo? ¿Qué sí? Pues nada, lo borramos – apretó la tecla «y».

En la pantalla apareció el mensaje «BORRADO«. El hombre se levantó y se dirigió a la puerta. Por fin todo empezaba a salir como había planeado, y nadie le detendría, ni siquiera ese impostor que llevaba ahora el traje del Caballero Luna.


PRÓXIMO NÚMERO: : Marc se reúne por fin con Frenchie y Marlene. Además, volverá a encontrarse con… ¡El Hombre Lobo!


(1).- En realidad no hace tanto, en Daredevil #358 de Marveltopía, por Santiago Acha. Lo has leído, ¿verdad?.

(2).- En Vengadores #405-406, también de Marveltopía.

(3).- En Caballero Luna II #3


LUNABASE

Nuestro segundo mes y seguimos sin cartas (a ver si nos animamos). Podéis escribir a alexmola@hotmail.com

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