De niño, el hijo de Jack Batallador Murdock quedó ciego a causa de un trágico accidente. Ahora, cuando el sistema legal no resulta suficiente, el abogado Matt Murdock adopta su identidad secreta y se convierte en… Daredevil
#358 – Punto y aparte
Por Bergil
Portada de Lwyzbo
Fecha de publicación: Mes 16 – 8/99
Mientras Matthew Murdock se ponía su traje de Daredevil, no dejaba de pensar en las circunstancias vividas en los últimos días: para empezar, había tenido que luchar contra los Forzadores, liderados por el nuevo Anguila; además, hubo de defender a Calvin Zabo, el abyecto supervillano conocido como Mr. Hyde (1). El hecho de que fuera inocente del crimen que se le imputaba no hacía más llevadera la desazón que la embargaba. Como abogado en ejercicio, Matthew conocía mejor que el común de los ciudadanos lo que implicaban los principios de todos tienen derecho a un juicio justo y cualquier persona es inocente hasta que se demuestre su culpabilidad más allá de toda duda razonable. Pero, muy a menudo, los poderosos se amparaban en los entresijos y tecnicismos del ordenamiento jurídico para conseguir sus propios fines, y hacían que la gente dejara de confiar en el sistema judicial como un medio de proteger sus legítimos derechos.
«Yo no estudié Derecho para esto«, pensó, mientras, tras ajustarse la máscara, apuntaba con su bastón hacia el asta de bandera que sobresalía de azotea del edificio de enfrente. Aunque ciego, su sentido de radar le permitía acertar con un grado de probabilidad mucho más elevado que el que tendría una persona que pudiera ver. «Tendré que hablar con Rosalind acerca de todo esto«.
– ¿Matt? -preguntó una voz soñolienta a sus espaldas-. ¿Ya te vas, cariño?
– ¿Karen? Lo siento, no quería despertarte -. El amor que Matt sentía por Karen era tan fuerte que el abogado ciego se preguntaba a veces cómo había podido vivir tanto tiempo sin él. Dicho amor era más fuerte si cabe por las pruebas a que cada uno se había visto sometido desde su separación, y especialmente por el infierno que habían atravesado antes de su reunión (2).
– No te preocupes. Ya iba siendo hora de levantarme. Tengo que hacer algunas cosas para hoy, y no quiero ir pillada de tiempo. Ten cuidado ahí fuera -dijo, al tiempo que le besaba.
– ¡Pero si sólo voy al bufete…!
– Precisamente…
Pero Daredevil ya había saltado por la ventana y se impulsaba más y más arriba, rumbo a las oficinas de Sharpe, Murdock y Nelson. Matt disfrutaba intensamente de las sensaciones que le producía el balancearse colgado de su bastón, mientras se movía de un edificio a otro: el silbido del viento en sus oídos, el vacío que sentía en la boca del estómago mientras caía, seguido de la satisfacción de acertar con el cable e iniciar un nuevo balanceo ascendente… Matt Murdock era Daredevil y Daredevil era Matt Murdock: no dos caras de una moneda, sino el mismo individuo. El no asumirlo así le había provocado una crisis nerviosa tras otra; pero todo eso ya estaba superado y había quedado atrás.
Mientras, en otra parte de la ciudad…
– ¿Qué demonios quieres? -preguntó Manuel Sueiras, un ratero de poca monta del Bronx latino-. No he hecho nada, estoy más limpio que la patena de un cura.
– No seas estúpido, no eres tan importante. Tú no me interesas en absoluto. No te quiero a ti, Manolo, sino a tu jefe -dijo una voz de mujer con un marcado acento extranjero desde las sombras del callejón-. Dile que voy tras de él.
– Se lo diré, aunque…
Pero ya era tarde. Sólo el leve temblor de las escaleras de incendios delataba que la interlocutora de Manuel ya se había marchado.
Entrando por la ventana de su despacho, Matt adoptó de nuevo su identidad civil. Cogió del armario uno de los trajes que guardaba para casos semejantes y se lo puso rápidamente. Anudándose la corbata, ensambló las dos partes de su bastón de ciego y avanzó por el pasillo hacia el despacho de Rosalind Sharpe. Sin embargo, no pudo pasar de la zona de recepción. Un guardia de seguridad la impidió el paso.
«Vaya, hombre«, pensó. «A éste no le conozco«.
– ¿Dónde piensa que va, amigo?
– Iba a hablar con Ms. Sharpe.
– ¿Tiene usted cita previa?
– Pues no, pero es que…
– Ni pero ni nada, amigo. Sin cita previa no se puede ver a Ms. Sharpe.
«Este tío está empezando a pasarse«, pensó Matt. «Necesita una lección«. Y en voz alta le preguntó:
– Perdone, pero soy ciego y con esta charla me he desorientado. ¿Me podría decir por dónde queda la salida?
– ¡Cómo no! Queda por ahí -dijo, señalando hacia la puerta, sin darse cuenta de que Matt no podía verle.
– ¿Por ahí, dice? -preguntó Matt del modo más inocente, al tiempo que alzaba su brazo derecho para señalar con el bastón… golpeando al guardia en la mandíbula en el proceso.
– ¡Ouch! -exclamó el guardia.
– Perdone, amigo, ¿le pasa algo? -preguntó Matt, al tiempo que levantaba su bastón y golpeaba al guardia, como quien no quiere la cosa, en sus partes más sensibles-. ¿Puedo ayudarle en algo?
– No, no -contestó entrecortadamente el vigilante-, no es necesario. Muchas gracias.
– Como quiera, entonces -respondió Matt encogiéndose de hombros y con las palmas de las manos hacia arriba… con lo que el bastón golpeó al guardia en la barbilla, enviándole contra la puerta del despacho de Rosalind Sharpe. Ante el estruendo, la propia dueña del bufete la abrió para averiguar qué es lo que ocurría. Tras ella asomó la cabeza de su hijo, Franklin Foggy Nelson, el mejor amigo de Matt.
– Hola, Matt -dijo Foggy.
– Buenos días, Matthew -dijo la voz, cortante como una navaja, de Rosalind «Razor» Sharpe. Matt nunca entendería como semejante mujer podía haber dado a luz a una persona tan excelente como Foggy; sin duda, éste había salido a su padre -. ¿Qué es lo que ocurre, Vince? -agregó, dirigiéndose al guardia.
– Verá, Ms. Sharpe -dijo el guardia, entre jadeos-, este individuo quería pasar a su despacho sin cita previa, y cuando se iba a marchar me ha golpeado con su bastón…
– …accidentalmente… -intervino Matt.
– ¿Accidentalmente? -preguntó Razor.
– Por supuesto -terció Foggy-. No pretenderás que un ciego pueda dejar fuera de combate a un guardia de seguridad, ¿no?
«Bendito sea Foggy, siempre acudiendo al quite«, pensó Matt.
– Por supuesto. Claro. En fin, Matthew, no sabía que habías venido. El guardia de la puerta no me ha dicho nada…
– Llegué antes de que abrieran las oficinas. El silencio me ayuda a concentrarme mejor. Cambiando de tema, me alegro de que hoy estés aquí, Rosalind. Hay algo que quisiera comentarte…
– ¿No tienes nada que hacer, Franklin? -preguntó Rosalind a su hijo de manera displicente.
– Sí, claro, por supuesto. Hasta luego, Matt.
– Hasta ahora, Foggy.
Una vez estuvieron ambos en el despacho de Rosalind, ésta se dirigió a Matt.
– Bien, Matthew, ¿qué es lo que quieres?
– Lo que quiero, Rosalind, es decirte que no creo que la finalidad del ejercicio de la abogacía sea el defender a delincuentes para que, amparándose en tecnicismos legales, se vayan de rositas. Las leyes no se hicieron para eso, sino para proteger a los débiles de los abusos de los poderosos, y…
– Disculpa, Matthew, pero ya aprobé la carrera hace bastante tiempo. No necesito que nadie me dé una clase a estas alturas. Y, por si no te acuerdas, quien da nombre al bufete soy yo.
– Y por si no te acuerdas, fuiste tú quien pidió a Murdock & Nelson que nos asociáramos, y no al revés. Nos iba muy bien sin ti.
– Pues ya sabes dónde está la puerta, si es que quieres disolver la sociedad. Eso sí, Matthew, ten presente una cosa: si tú te vas, Franklin se irá contigo.
– No lo olvido, Rosalind, no lo olvido. Pero, ¿qué crees que pensará Foggy de ello cuando se entere? Porque acabará enterándose, de un modo u otro. ¿Qué va a pensar de una madre que le tiene en tan poco que le emplea como medio para coaccionar a su mejor amigo?
– … -por una vez, Razor Sharpe se había quedado sin palabras.
– Hasta la vista, Rosalind -y Matt salió dando un portazo. Cuando se acercaba al ascensor, oyó la inconfundible respiración de su amigo… a diez metros-. ¡Foggy! -gritó, al detectar que no había nadie más que pudiera oírle-. ¡Espera, que bajo! -dijo, entrando a la carrera justo antes de que se cerraran las puertas.
– Vaya, Matt, hola otra vez. ¿No te preocupa que alguien te pudiera ver correr? Ya sabes… -dijo, bajando la voz a un tono conspiratorio-, por lo de tus sentidos…
– No hay problema, socio. Precisamente por ello estaba seguro de que no había peligro. Bueno, ¿y dónde vas?
– Oh, bueno… -el oído de Matt percibió el aumento del ritmo cardíaco de Foggy, y su sentido del tacto una aumento de la temperatura facial que le indicó que su amigo se estaba sonrojando-. He quedado a comer con Liz… hace ods días que no la veo.
– ¿Liz? ¿Esa Liz? ¿Liz Allan-Osborn (3)?
– Sí, esa Liz -. Foggy estaba aún más colorado, si es que ello era posible-. Verás, Matt, no sé por qué, pero el hecho es que le gusto, y bueno, verás… ella también me gusta. Quiero ver dónde podemos llegar, pero sin precipitar las cosas.
– No te preocupes, Foggy. Si esa chica es la mitad de lista de lo que parece, no te dejará escapar -. En ese momento, el ascensor llegó a la planta baja y se abrieron las puertas.
– Hasta luego, Matt.
– Hasta luego, Foggy. Ya nos veremos.
Saliendo del edificio, Matt giró a la izquierda y caminó por la soleada avenida. La conversación con Rosalind le había puesto de mal humor y quería quemar energías. Habría ido por los tejados, pero no tenía lugar en el que dejar su traje. Al pasar por un callejón, su oído captó un susurro.
– No grites, abuela, y dame todo lo que tengas. ¡Vamos, deprisa!
– ¡Bribón! ¡Deberías estar estudiando para convertirte en alguien de provecho el día de mañana!
Mientras Matt se preguntaba cómo podía intervenir sin poner en peligro su identidad secreta, oyó un ruido inconfundible -«¡Twiiiippp!»-, seguido de una voz zumbona no menos característica.
– No malgaste saliva, señora. Estos tipos prefieren ser aprovechados en vez de de provecho. ¿No te da vergüenza, atracar a indefensas ancianas, un tipo tan grande como tú? -mientras decía esto, Spider-Man pegó al rufián a la pared con nuevos disparos de sus lanzatelarañas. La mujer, en vez de agradecérselo, salió corriendo todo lo deprisa que se lo permitían sus piernas reumáticas.
– Bueno, allá va otra de mis fans -masculló filosóficamente Peter Parker.
– ¡Eh, Spider-Man! -dijo Matt, entrando en el callejón-. ¿No has pensado que lo que haces puede ir en contra de los derechos civiles reconocidos por nuestra constitución? Te estás jugando el tipo, ¿sabes?
– ¿Quién? ¡Oh, no me digas que eres abogado, tío!
– Pues mira, resulta que sí.
– Vaya, hombre, precisamente andaba yo buscando uno para hacerle un par de consultas. Vente conmigo adonde podamos hablar -y cogiendo a Matt, Spider-Man lanzó su telaraña hacia la cornisa más cercana y se elevó, dejando al atracador pegado a la pared -. Bueno, Murdock, ¿qué es lo que quieres?
– Pues verás, Peter (4), me preguntaba cómo te las apañas para no gastarte una fortuna en trajes abandonados cuando tienes que convertirte en Spider-Man a toda prisa.
– ¡Oh! ¿Sólo es eso? Creí que sería algo más importante. Pues verás, Matt, me fabrico una mochila de telaraña como ésta que llevo a la espalda donde meto mi ropa de civil.
– Claro, lógico. Oye, en este momento tengo que ponerme el uniforme. ¿Te importaría fabricarme una de esas mochilas tuyas?
– ¡Cómo no! -con unos cuantos disparos bien dirigidos, Spider-Man fabricó en unos instantes una mochila idéntica a la suya alrededor de la ropa de Daredevil-. Eso sí, procura llegar a donde sea antes de una hora, porque..
– Sí, ya sé, ya sé, tu telaraña se disuelve pasada una hora. No te preocupes, y gracias.
– No hay de qué, cuernecitos. ¿Algo más?
– Ahora que lo dices… sí. ¿Qué sabes de Liz Allan-Osborn?
– ¿De Liz? ¿Por qué lo preguntas?
– Bueno, verás, es que un amigo mío…
– ¿Te refieres a Foggy Nelson?
– Sí, Foggy; bueno, pues resulta que Foggy está saliendo con Liz, y quería saber si…
– Mira, Murdock, si me lo preguntara otro que no fuera tú le partiría la cara por estúpido. Liz es una chica estupenda que para nada se ha mezclado en los asuntos delictivos de los Osborn. Simplemente ha tenido mala suerte. Y que viene de una buena cepa lo demuestra el que hasta su hermano (5) se ha reformado. Así que ya lo sabes.
– Disculpa si te he ofendido, Peter. Nada más lejos de mi intención.
– Bien, Murdock, ya nos veremos.
– Hasta la vista.
Y mientras Spider-Man se dirigía hacia el edificio del Bugle, Daredevil enfiló hacia la Cocina del Infierno. Llegó allí mucho antes de que pasara la hora que le había aconsejado Spider-Man, y se encontró con Karen, que estaba a punto de salir hacia su trabajo.
– Tienes visita, Matt -le dijo, sin darle el acostumbrado beso en la mejilla-. Hasta luego.
– ¿Qué? Pero…
– Hola, Matt. Cuánto tiempo-, le dijo una voz de mujer con acento griego.
– ¿¡¿Tú?!?
(1) Como se vio en Daredevil # 353-357.
(2) Narrado magistralmente por Frank Miller y David Mazzucchelli en la ya clásica saga, en Daredevil # 227-233.
(3) Foggy y Liz son pareja (o algo así) desde que el primero representó a la segunda.
(4) Spider-Man y Daredevil conocen las respectivas identidades secretas desde Peter Parker, The Spectacular Spider-Man # 110 (La muerte de Jean DeWolff # 4)
(5) Mark Raxton, el Hombre Ígneo. En realidad no son hermanos, sino hermanastros.
Bienvenidos a Derecho de réplica, el correo de los lectores de la colección de Daredevil. Al ser el primer número, todavía no se ha recibido ningún mensaje, pero espero que no tarden demasiado. Aquí me tenéis para resolver cualquier duda que pueda surgir sobre el discurrir de la colección.
En el próximo número, las relaciones entre los socios del bufete no mejoran. Al mismo tiempo, algo sucede en las oficinas de la WFSK. Para acabar de complicarlo todo, los bajos fondos de Nueva York comienzan a ponerse nerviosos. ¿Qué es lo que está ocurriendo? No te lo pierdas…