Temidos y odiados por un mundo que han jurado proteger, ahora los mutantes no sólo se enfrentan a las amenazas externas, tal vez su principal enemigo pertenezca a su propia especie. Pese a la confusión que reina entre los mutantes, Lobezno tiene muy claro que el enemigo es todo aquél que no está de su parte y contra esos lidera al equipo formado por Cámara, Dominó, Fuego Solar, Loba Venenosa y Syrin. Ellos son… ¡La Asombrosa Patrulla X!
#1 – Tokio calling I
Por Narutaki
Fecha de publicación: Mes 210 – 10/15
La historia hasta aquí: La Patrulla-X de Tormenta vive en Neo Avalon, el país que gobierna Magneto. Considerados terroristas, los X-Men aliados con el señor del magnetismo se enfrentan a la nueva Hermandad liderada por Mística, a la que se ha unido Pícara. En su último enfrentamiento, Tormenta fue secuestrada por el enemigo. SHIELD también parece dispuesto a participar del conflicto entre mutantes. Y en mitad de esta guerra fratricida, Lobezno y su equipo han estado actuando como grupo de apoyo a La Patrulla-X liderada por Rondador Nocturno en ausencia de Tormenta, llevando a cabo el trabajo que hay que hacer, pero que nadie quiere hacer.
La yema del dedo índice recorriendo el contorno del vaso de cristal, la comida que no le sirven, el estómago revuelto. Está de espaldas a ellos y no puede ver qué gestos hacen, ni si se fijan en él. Los ha visto cuando ya había dado cuatro, cinco, seis pasos en el interior del restaurante, demasiados como para darse media vuelta y salir sin llamar su atención y sin que su dignidad se sintiese herida por un flechazo de cobardía. Así que pide una cerveza y un poco de ramen.
Son cuatro. Están sentados en una mesa al fondo del local, sobre la que acumulan botellas vacías. Visten pantalones militares de color tierra, llevan camisetas ceñidas, uno de ellos, el que parece más alto, sin mangas. Estampadas en su ropa o tatuados en sus brazos ha podido ver la bandera del Imperio del Sol Naciente, condecoraciones militares del ejército derrotado en la Segunda Guerra Mundial. El que viste la camiseta de tirantes, lleva una máscara de samurai con gesto agresivo tatuada cerca del hombro. Sus cuerpos rememoran un tiempo que les parece mejor. Antes de ser derrotados y perder la esencia de la nación japonesa, antes de la humillación norteamericana, antes de que los hombres se matasen a distancia, sin mirarse a la cara. Antes, dicen ellos, de que los occidentales lanzasen las bombas y violasen a sus mujeres y les transmitiesen el gen mutante, pervirtiendo la raza, condenándola a la mediocridad, humillándolos como nación. Es un argumento frágil, se le ocurre, pero está seguro de que su cráneo crujirá bajo las botas de uno de esos gigantes antes de que ellos se rindiesen a cualquier explicación.
El camarero le sirve por fin el ramen. Deja el cuenco sobre su mesa. Huele a cebolla y ternera y humea. Se decide a dar un trago de cerveza, que baja sonoramente por su garganta contraída. ¿Ha hecho demasiado ruido? Se vuelve para comprobar si los racistas se han girado a mirarlo. Y no lo hacían, pero uno de ellos se ha dado cuenta de que el chico les está prestando demasiada atención. Frunce las cejas, endurece los labios, y ese cambio en su expresión sirve para alertar a los demás. El coloso asiente con aplomo y los otros tres se levantan con coordinación militar.
En la terminal de llegadas del aeropuerto de Tokio, Logan –el mutante conocido como Lobezno– espera dando pasos a derecha e izquierda, jugueteando con un puro apagado. Theresa Cassidy, Rahne Sinclair, Neena Thurman y Jonothon Starsmore –nombres en clave: Syrin, Loba Venenosa, Dominó y Cámara– charlan animadamente. Cuando el canadiense busca en el bolsillo de sus pantalones vaqueros y saca un viejo mechero de latón, Shiro Yoshida –al que un tiempo en Japón admiraron por su lucha como Fuego Solar– le coloca una mano sobre el hombro. Logan estaba a punto de prender el puro.
– Mejor no buscarnos problemas adicionales, Logan-san –le imprime un tono de súplica a lo que ambos saben que la circunstancia convierte casi en una orden.
Yoshida es un tipo respetuoso, más con un superior. Un buen soldado, un hombre de honor. Lobezno aún se detiene a considerar durante unos segundos la posibilidad de prender la llama, acercarla al habano y saborear la primera bocanada de humo mientras un par de guardias se acercan a reprenderlo escandalosamente. Cuanto más lo piensa, más le apetece fumar, aunque pueda acarrearle problemas. Pero la mano fraternal de Fuego Solar está sobre su hombro y el cierra la tapa del mechero con un chasquido metálico. Su compañero esboza una sonrisa y asiente con la cabeza.
– En el primer bar que veamos cuando salgamos de este maldito aeropuerto, tú y tus amigos vais a tener que pagar cervezas hasta que me desmaye, chaval.
El mutante japonés está a punto de responder, cuando Logan lo interrumpe. Con el puro anidado entre el índice y el corazón, señala hacia un par de tipos que se les acercan. Traje y corbata negros, hechos a medida, uno lleva una dossier en la mano izquierda.
– Hablando de tus amigos… ¡Por fin! –exclama guardando el cigarro en el bolsillo de su chaqueta.
El resto del grupo mira también en dirección a los hombres que estaban esperando.
– Si llegáis a tardar un poco más, ahora tendríais que haber tramitado cinco certificados de defunción y poneros con el jaleo de la expatriación de cadáveres –los recibe Logan.
– No es fácil conseguir una entrada discreta para seis criminales en un país civilizado, señor –replica en un inglés torpe el que ahora le tiende el dossier a Fuego Solar–. Ya está todo arreglado para que no tengan problemas en el control de pasaportes, ni durante el resto de su estancia, Yoshida-san. Su primo, el señor Harada le desea un feliz regreso y les ruega –hace una pausa, desvía la mirada por medio segundo al líder de la Patrulla– que hagan todo lo posible por pasar desapercibidos.
Yoshida coge el portafolio. Los otros dos hacen una reverencia y vuelven sobre sus pasos.
Lobezno recoge su petate del suelo y se vuelve al resto del grupo.
– En marcha.
El puño del hombre mono se lanza hacia el frente esperando estrellarse contra su rostro, pero antes de que sus nudillos la golpeen, ella se convierte en un destello, dos piernas esbeltas y azules alrededor de su cuello, estrangulándolo, dos nudos de músculos tensos privándolo de aire. Intenta resistirse, coloca las manos en sus caderas y se sacude violentamente, pero a medida que le falta el oxígeno, su cuerpo se somete. Mística aplica un poco más de fuerza y su presa hinca la primera rodilla en el suelo. Muestra las palmas al frente. Balbucea su rendición, pero la líder de La Hermandad cuenta tres lentos segundos antes de relajar sus piernas y descabalgarlo.
Raven lo mira con una sonrisa de suficiencia. El Rey Mono comienza a toser, pero se detiene abruptamente cuando su agresora cruza los brazos con un gesto violento, temeroso de que vaya a golpearlo de nuevo. Ella escruta su mirada, el cuerpo encogido sobre el suelo y lee la docilidad apropiada, que el mutante chino no tenía cuando han comenzado su negociación y pensaba que podría imponerse.
– Como te iba diciendo, hermano –le da una palmada amistosa en el brazo–, nuestra especie te necesita.
El Rey Mono termina con el ataque de tos a medio concluir.
– La política de tu país respecto a los metahumanos no satisface en absoluto a La Hermandad. Y vuestra connivencia es irritante –pronuncia la irritación con un siseo de serpiente de cascabel en la lengua–. Pero estamos dispuestos a ofreceros una segunda oportunidad. Cuando nos vimos la última vez no poseías título, pero ahora que te has proclamado rey –con sorna–, tal vez estés más dispuesto a la negociación diplomática, aunque sea con terroristas. (1)
El mutante se pone en pie y se sacude el polvo de su uniforme de entrenamiento.
– La política de tu país respecto a nuestra especie es nefasta, pero ahora mismo me preocupan más nuestros hermanos japoneses.
El Rey Mono escupe.
– A la mierda los japoneses, Mística –se obliga a pronunciar. En seguida trata de aclarar hacia quien dirige su hostilidad–. Me importa muy poco lo que le pase a esos cerdos.
Mística tiende el dedo índice de su mano derecha. Una aguja azul. Firme. Inexorable, avanza hasta colocarse sobre el pecho del mutante chino.
– A mí también me importa muy poco lo que le pase a los cerdos japoneses. Me importa tan poco como lo que le pase a los cerdos chinos. Pero me preocupa el sufrimiento de nuestros hermanos japoneses. En los últimos meses se ha desatado una ola de racismo creciente, hay grupos organizándose para darles caza, viven con miedo, escondiéndose como si fuesen ratas. Yo he vivido eso, majestad, la obligación de tener que vivir como si fuésemos una especie inferior.
El Rey Mono va a abrir la boca, pero el dedo de la líder de La Hermandad se coloca ahora sobre sus labios.
– Shhh. Escucha. El enemigo es el gobierno de Japón. A estas horas, ya hay un equipo de La Patrulla X en Tokio que ha llegado para auxiliar a los mutantes que lo necesitan y tratar de poner un poco de paz. Eso nos quita una preocupación y hace que la tarea que os propongo se vuelva más divertida.
Él arquea una ceja.
– Entrad en Japón, cargad contra todo aquel que ose levantar su mano contra un mutante. Policías, militares, civiles. Da lo mismo. Sed creativos, no os cortéis. Y cuando el gobierno de Japón culpe a vuestro gobierno y os declare la guerra, sin tener a los mutantes de su lado, erigiros los héroes de vuestro país, ganad la guerra para China, conquistad Japón y aseguraos de salir en la foto.
Una sonrisa cínica, triunfal, se compone en el rostro simiesco del Rey Mono. Mística asiente satisfecha.
– El futuro nos pertenece, hermano –pronuncia Mística con un poso de veneno en la lengua.
Una docena de pistolas apuntan a Tomoyo Daidoji, una de las principales directivas de la corporación tecnológica VR Enterprise, desde distintos rincones del salón. Hombres vestidos de negro. Trajes a medida, corbata, los brazos firmes, el gesto inexpresivo. Kenuichio Harada, el mutante que lidera la yakuza del clan Yoshida y que responde al nombre de Samurái de Plata, preside la escena. Sentado en la mesa central, coge una pieza de nigiri de salmón con los dedos y se la mete en la boca. La mastica con gesto de fastidio.
– He venido a avisarte en virtud de nuestra amistad pasada, Harada. (2) No te estoy amenazando, sino aconsejando. Mi visita es a título particular. Intento prevenirte.
Harada termina de tragar, se limpia los dedos en la servilleta de tela que tenía colocada sobre el regazo, se pone en pie y tira la tela encima del plato de sushi. Se dirige hacia Tomoyo.
– Señorita Daidoji, viene a mi casa a decirme que lo mejor para mí sería que me marchase de mi país y espera que no me lo tome a mal. Le falta a usted sensibilidad para poder ejercer de consejera –pronuncia en voz alta para que lo escuchen sus secuaces.
– Harada… Las cosas van a ponerse mucho peor. Japón no es un país seguro para un mutante.
Se escucha el descorrerse metálico de los seguros de algunas armas, los brazos firmes adoptar una posición todavía más apropiada para el disparo. Samurái de Plata alza la mano derecha con un gesto autoritario, sin dejar de mirar a su interlocutora.
– Nadie va a echarme de mi casa. Ni un puñado de fanáticos con bates de béisbol, ni VR Entreprise, ni el gobierno. ¿Lo entiende, señorita? Si viene por su cuenta y en virtud del aprecio que pueda tenerme, entonces márchese y no vuelva. Y si ha venido como mensajera de quien quiera que la aprecie tan poco como para mandarla a mi casa a amenazarme, entonces dígale que a Kenuichio Harada no le gustan las mudanzas y nadie lo va a obligar a cambiar de residencia.
Tomoyo Daidoji suspira, Samurái de Plata baja el brazo y algunos de sus hombres se ríen, vuelven a colocar el seguro de sus armas y se sientan.
Entonces… ¡Bang! De improviso, desde la planta superior del salón llueve una ráfaga de disparos. Las balas impactan contra los muebles, astillan la madera, atraviesan los cuerpos de algunos de los yakuza de Harada provocando sus aullidos de dolor, empapándoles los trajes de sangre. Tardan un segundo en reaccionar. Harada embiste a Daidoji y la arrastra consigo bajo una mesa. Los hombres que se mantienen fiel a Samurái de Plata disparan contra los traidores de la planta superior.
– Voy a sacarte de aquí, Tomoyo, y vas a aclararme porque tu visita ha sido el preludio del intento de asesinarme. A la de tres.
¡Tres! Samurái de Plata se pone en pie y sale a la carrera en dirección a la pared más cercana, tirando del brazo de Tomoyo. Corre a parapetarse detrás de una antigua armadura samurái, a la que le arranca la espada. Cuando la sostiene por la empuñadura, el filo emite un breve destello blanco. En el rostro de Harada está impreso el gesto del guerrero que se ve obligado a huir. En cuanto algunos de los traidores de la planta superior se asoma para lanzar una nueva andana de disparo, exponiéndose a recibir el contraataque, sus fieles devuelven los tiros y el lanza el arma, una trayectoria recta, elegante, el filo cortando ligero el aire del salón hasta atravesar justo por debajo del esternón a uno de los enemigos, que tras expirar con un grito patético, cae desde la planta superior hasta la mesa sobre la que Samurái de Plata comía.
Para entonces, Harada y Tomoyo corren en dirección al garaje.
Alquilan dos coches con los pasaportes falsos que les ha proporcionado el contacto de Yoshida y se reparten entre ambos vehículos. Fuego Solar conduce el turismo en el que van Rahne y Theresa y Cámara va al volante, mientras Logan fuma por fin su habano y Neena mira distraída por la ventana.
– ¿No has estado antes en Japón, nena? –le pregunta Lobezno.
Dominó chasquea la lengua con fastidio.
– Estoy segura de que algunas veces más que tú. La última, fue para entregarle un mensajito al comisario de una exposición de pintura fantástica de Hokkusai que había conseguido algunas acuarelas de un modo que molestó al tipo que me pagaba. ¿Tú sabes quién es Hokkusai?
– Si no se bebe y no se fuma, podría ser uno de los idiotas a los que le he pateado el culo en este país y no me acordaría de su nombre.
La mutante deja escapar una carcajada victoriosa.
– ¿Tú has estado antes aquí, chaval?
– Yo no.
– Conduces como una abuelita –se queja Dominó–. Hemos perdido a los otros.
Jonothon agacha la mirada avergonzado y aprieta las manos en torno al volante. Logan husmea el aire, percibe hebras de un olor extraño entremezcladas con el aroma sabroso de su cigarro cubano. Escucha un desanclaje metálico. Dominó se ha quitado el cinturón de seguridad y estira las piernas sobre el asiento trasero.
– Si vamos a tardar, mejor me pongo cómod…
En el retrovisor interior, la mutante se fija en que su compañero ha fruncido el ceño. Las cejas negras están preocupadas. Ella vuelve a sentarse. Logan olfatea sonoramente, podría decirse que las puntas de sus orejas tintinean emitiendo una señal de alerta que sin ser audible, los otros dos acaban de percibir. El olor a metal recién afilado, pasos que acarician el suelo, el techo del turismo en el que se desplazan por la autopista casi vacía. Antes de que cualquiera pueda reaccionar, Lobezno tiende sus brazos hacia arriba, con un gesto cargado de violencia, proyectando sus garras que atraviesan la chapa.
La respuesta se produce en medio segundo. El filo de una katana atraviesa el vehículo de vuelta, cortando la nada a pocos centímetros de Dominó. La mutante coge sus pistolas y se apresura a asomar medio cuerpo por la ventanilla y abrir fuego contra el ninja que hace equilibrios en el techo del coche.
– ¡Sigue conduciendo! –ordena Logan, mientras imita a su compañera y sale del turismo por la ventana.
Reconoce inmediatamente al emisario de La Mano. El rostro cubierto, la ropa negra y granate, las armas tradicionales, bien afiladas. Dominó le acierta dos disparos en el pecho y el tipo cae sobre el capó y rueda sin vida sobre el asfalto. Lobezno trepa encima del vehículo para tener una visión completa de la situación. Los identifica en al menos tres coches. Cuatro. Un hummer negro los adelanta por la derecha y se atraviesa en su trayectoria, obligando a Cámara a dar un frenazo. Lobezno salta, rueda y vuelve a colocarse de pie en posición de defensa. Cámara y Dominó corren a colocarse en sus flancos. Los rodean al menos una docena de ninjas de La Mano.
Uno de ellos, que no es el más alto, ni el que parece más atlético, da un paso al frente.
– No tenemos intención de combatir, Lobezno-san. No es el deseo de La Mano declarar la guerra a La Patrulla X.
– Que un zopenco de La Mano se monte en mi coche y atraviese el techo con una espada es una declaración de guerra a Lobezno –se señala el pecho con el pulgar.
– Ha sido Lobezno-san quien ha atacado primero. La Mano no ha venido a combatir esta noche.
Dominó y Cámara recolocan sus pies, ambos miran alternativamente a Logan y a los ninjas que los rodean.
Un vehículo se acerca a ellos, aminora la marcha, y cuando el conductor identifica la escena, acelera y pasa de largo por el carril de la izquierda.
– Tú dirás.
– Sabemos que habéis venido a Tokio a ayudar a vuestros compañeros mutantes y os pedimos que no os inmiscuyáis en lo que suceda en nuestro país.
– Resulta que cuando alguien le hace la vida imposible a mis amigos, no entiendo de fronteras, chico –Dominó reacciona a las palabras de Lobezno asegurándose de que sus dos pistolas apuntan a los órganos vitales de dos de los ninjas, que caerían antes de haberse movido.
– La Mano no tolerará que La Patrulla X, ni ninguna otra organización venga a dar lecciones y actúe impunemente en su país –el portavoz de La Mano se lleva la mano a la empuñadura de su espada.
– Ya estamos… –se resigna Lobezno.
Antes de que se lance sobre el ninja con el que ha estado hablando, Dominó aprieta el gatillo y dos de sus enemigos se desploman sobre la carretera. Ahora corre a parapetarse en el coche. Cámara deja escapar una andanada de energía de su pecho que barre a los tres tipos que se habían lanzado a por él, mientras el portavoz frena con su katana la furia de las garras de adamantio de Logan. Dos de los emisarios de La Mano tratan de auxiliarlo, pero son mucho menos hábiles, y mientras Lobezno ataca a su líder con la derecha, les tira un zarpazo en el abdomen y los remata hundiendo los tres filos en la garganta con un gesto rápido y eficaz.
Los ninjas de La Mano no tardan en caer. Dominó y Cámara han sido rápidos y pronto el entrechocar de metales es el único ruido que se escucha. Cuando Lobezno se cansa de jugar con su enemigo, atrapa el filo de su espada entre sus garras y lo parte. Lo mira un segundo, cara a cara, y entonces clava sus seis cuchillas en el vientre del ninja liberando con un grito recio la adrenalina acumulada.
Primero es el sonido, luego la luz roja. Tres coches de policía escoltan el turismo que conducida Fuego Solar. Alguien les habla en japonés por la megafonía de uno de los vehículos.
– Supongo que no nos están dando la bienvenida, precisamente –Theresa espera que Yoshida le confirme la mala noticia mientras el policía continúa lanzando avisos.
– Dice que Japón nos identifica como terroristas buscados por los Estados Unidos, y nos ordena que nos detengamos inmediatamente –aclara.
– No vamos a pelear, Rahne. No ahora. Les daríamos la razón, las televisiones tendrían imágenes de los terroristas de la Patrulla-X atacando a la policía japonesa. Y, en el fondo, estos pobres hombres no merecen morir por intentar servir a su país a cambio de un sueldo mísero.
– ¿Cuál es el plan? –pregunta Theresa.
– Huye hoy para vencer mañana –dice Fuego Solar mientras hunde el pie sobre el acelerador.
Yukio no es mutante. Sólo una maestra de la esgrima y una excelente conocedora de las artes marciales. Sin embargo, es ella quien llamó a Fuego Solar para que viajase hasta Japón para auxiliar a los mutantes ante la creciente presión y violencia que el país está ejerciendo sobre ellos. A Theresa se le ocurre que humanas como ella representan a la perfección lo que el profesor Xavier veía cuando los miraba, lo que gente como Mística nunca será capaz de comprender. Le sirve un cuenco con sopa caliente y ambas intercambian una sonrisa de agradecimiento. Fuego Solar, Loba Venenosa, Syrin y Yukio comienzan a cenar.
– Espero que Logan y los demás no tarden demasiado, o tendrán que comerse fría la deliciosa sopa de miso de Yukio-chan.
Como si las palabras de Yoshida lo hubiesen invocado, los recios nudillos de Lobezno llaman a la puerta. La anfitriona, delgada, bajita, los recibe haciendo ondear su melena teñida de rojo con respetuosas reverencias.
– Bienvenido Logan-san, bienvenidos. Muchas gracias por venir.
– ¿Ha vuelto a interceptaros la gente de La Mano? –pregunta en seguida Rahne.
– No –le responde Cámara–, hemos tardado más porque conducir por esta ciudad es un infierno –dejando escapar un suspiro.
(1) La Patrulla X #371.
(2) Super Sentai Big Heroes #4.
EL ASOMBROSO BUZÓN MUTANTE
Como dice el maestro Jose Cano, hemos vuelto.
De hecho, que tanto tiempo después –el último fue Young Justice #44, en octubre de 2007, y han pasado ocho años– yo esté escribiendo un fan fiction se debe a la voluntad constante de Cano por devolver la vida a los mutantes de MarvelTopia y a su capacidad para hacerme entender que es saludable dejar que un poco de ¡zas! Y ¡ka-pow! le hurte unas horas al mes a la tesis doctoral y al trabajo. Así que aquí estamos de vuelta con la única intención de divertirnos y divertiros y, de paso, cumplir mi ambición de adolescencia de escribir una colección mutante para el fan fiction original manejando personajes como Lobezno o Mística. En el fondo, de lo único que se trata, es de coger los tarros de plastilina y jugar a ser Grant Morrison o Peter David.
Por lo pronto, acabo de arrastrar al equipo a Japón para inmiscuirlo en mitad de una guerra no del todo abierta en la que participan grupos racistas, los intereses comerciales de VR Enterprises, los ninjas de La Mano, el gobierno de Japón, La Hermandad liderada por Mística y esta Asombrosa Patrulla-X con Lobezno a la cabeza. Espero que hayáis disfrutado leyendo el número tanto como yo escribiéndolo. Aunque admito que tengo que volver a tomar el pulso a narrar historias repletas de acción y con tipos vestidos con mallas, me gustaría haber sido capaz de entreteneros un poco, al menos. Para quejas, insultos, propuestas y piropos, dejad vuestros comentarios en este asombroso buzón mutante y seréis atendidos.
¡Hasta pronto!