Perdido desde hace más de dos años, Tony Stark regresa a un mundo que ha cambiado. Sin dinero, tras las argucias del Barón Zemo, que lo sustituyó en ese tiempo, el Hombre de Hierro se enfrenta a toda una nueva serie de problemas.
#5 – Reunión
Por Correia
Fecha de publicación: Mes 203 – 3/15
En su habitación, en su improvisado laboratorio, Tony Stark soldaba unos nuevos componentes a su armadura. Con el casco puesto, escuchando cadenas de noticias que cambiaban aleatoriamente cada minuto. Tras su reciente pelea con el gigante de hielo, había decidido que, por mucho que le gustara el modelo Mark de armadura que le había dado Furia, estaba desfasado. El problema, claro, era que, en estos momentos, no tenía dinero. Tras su «fallecimiento», su fortuna había sido dilapidada por Zemo, que había usurpado su personalidad. Y ahora tenía que empezar de nuevo, otra vez. Tenía ideas, planes de futuro, pero ahora lo más urgente era reparar la armadura… y volver a reunir los Vengadores.
La pelea contra el gigante, lo que le había contado el agente Coulson sobre Skorpio, Zemo, Hulk… tras la vuelta, los vengadores se habían disuelto, cada uno ocupado en volver a su vida tras más de un año ausentes… pero se habían acabado las vacaciones.
Había llamado a Steve, pero estaba muy ocupado en estos momentos, aunque le prometió volver en cuanto le fuera posible. Con Thor no pudo contactar, había vuelto a Asgard. Jan y Hank estaban reencontrándose… y Hulk también le había dicho que no. El equipo fundador no estaba disponible… tenía que pensar en un nuevo equipo. Ampliar miras. Aunque ahora había muchos héroes que no conocía…
El sensor de proximidad de su armadura se activó. Alguien se acercaba a su domicilio. Activó los infrarrojos, y observó la silueta. Sólo podía ser una persona.
«Entra, Jen. Está abierto.»
La amazona de jade entró, agachándose para no chocar con el marco. Jennifer Walters, Hulka, la abogada que llevaba los trámites de Tony tras su resurrección.
«¿Jugando con tus cacharritos, Tony?»
«Intentándolo. ¿Alguna novedad con mis finanzas?»
«Sí. Que no las vas a recuperar. Al menos, en los próximos años. El Gobierno está aprovechando para quedarse con todo lo que puede. Y tu empresa…»
«La de Zemo, querrás decir», interrumpió Tony.
«… como prefieras, está poniendo todas las trabas del mundo.»
«Entonces, déjalo.»
«¿Que lo deje?»
«Sí. Es una pérdida de tiempo. Si lo conseguimos, recuperaré como mucho empresas vacías. Fundaré una nueva.»
«¿Estás seguro?»
«Sí. Es lo mejor. Ya lo tenía más o menos pensado antes de que llegaras. Eh, quizás haga un crowdfunding, he oído que están de moda.»
«Con tu fama, conseguirás financiación enseguida», sonrió la abogada.
«Tengo algunos proyectos… ¿qué te parecería terraformar Marte, por ejemplo?»
«Estás loco, ¿lo sabes?»
«Quizás un poco, pero no te he llamado por eso. Siéntate, por favor», dijo, quitándose el casco. «¿Quieres algo de beber?»
El señor Fin observaba su nueva adquisición. El pequeño dragón de Jade presidía el altar que había alzado en su honor en medio de su patio, rodeado de árboles de bambú y fuentes.
«Pronto, mi señor, pronto volveréis a reinar en el mundo. El hechizo ya casi está listo. Sólo falta un último ingrediente…»
«Maestro Fin», interrumpió un joven. «Su invitado acaba de llegar.»
«Gracias, Feng», contestó Fin, levantándose y entrando en la mansión.
Dentro, un hombre vestido de blanco le esperaba sentado en un sillón. Una llamativa máscara ocultaba su rostro.
«Bienvenido a mi humilde morada. Es usted un hombre difícil de localizar.»
«Es parte de mi encanto, señor Fin. ¿Qué quería proponerme?»
«Necesito que recupere algo para mí. Será complicado, pero un hombre de sus habilidades puede, sin duda, tener éxito en la misión.»
«Si llegamos a un acuerdo favorable para ambos, el Fantasma estará a su disposición.»
Jen miraba a Tony atentamente. Llevaba cinco minutos sentado frente a ella, callado, sorbiendo de una botella de Perrier, mientras ella sostenía una lata de Coca Cola que aun no había abierto. Se estaba impacientando, pero intentaba no demostrarlo.
«El mundo ha cambiado en estos dos años que llevo fuera», dijo, al fin.
«Un poco, sí», respondió la abogada.
«Pero sigue teniendo problemas. Grandes problemas.»
«¿A dónde quieres llegar, Tony?», interrumpió, ya sin aguantarse.
«El mundo necesita a los Vengadores, Jen.»
«¿Quieres volver a fundar el equipo?», preguntó. «Creía que querías arreglar tu vida primero.»
«Oh, sí, eso también. Pero soy multitarea.»
«¿Y en quién has pensado, Tony?»
«En ti, para empezar», sonrió. «Te necesitamos, y no sólo por tu fuerza. Eres inteligente, carismática, la gente te adora…»
«Y soy verde», rió la abogada. «Pero no sé si quiero volver al equipo.»
«No quiero que vuelvas sin más. Quiero que lo lideres.»
Jen se quedó boquiabierta.
«¿Yo? ¡No tengo madera de líder!»
«Sí que la tienes, Jenny. Tengo fe en ti.»
«¿Y por qué no tu? ¿O no piensas estar en el equipo?»
«Sí, sí que estaré… pero no a tiempo completo. Y no quiero dirigir, la tentación de controlar al grupo es demasiado grande, y, como has dicho, tengo que ocuparme de recuperar mi vida.»
Hulka se quedó pensativa. Abrió la lata, y dio un largo trago, antes de continuar.
«Digamos que acepto… ¿en quién más has pensado?»
Xining, prefectura de Qinghai. China.
Situada en la planicie tibetana, con más de dos millones de habitantes, es la ciudad más importante de la zona. Una ciudad bulliciosa, llena de polución… llena de vida.
En su plaza central, entre fuentes y árboles, un monje budista camina, invisible para el resto de los viandantes. Nadie se fija en él, no llama la atención… hasta que, de repente, se retira la túnica y muestra un cinturón de dinamita colocado alrededor de su cuerpo. Comienza a gritar, algo sobre la liberación del Tibet, la opresión, agitando desesperado un detonador.
La gente comenzó a gritar a su alrededor, corriendo desesperada… cuando un rayo alcanzó al monje, congelándolo al instante.
Un nuevo rayo, morado, golpeó el bloque de hielo, rompiéndolo en mil pedazos, junto a su ocupante.
La multitud comenzó a calmarse, observando cómo un hombre caminaba tranquilamente hacia los restos congelados del suicida. Vestía un shen-i tradicional, rojo, decorado con motivos de dragones negros.
El hombre se paró, y la tierra comenzó a elevarse bajo sus pies, generando un pequeño púlpito.
«Pueblo de Xining», habló, y su voz retumbó en toda la plaza. «Nunca más deberéis sufrir amenazas como ésta. A partir de este momento, estáis bajo la protección del Mandarín.»
«Visión… Mónica… Carol… ¿Hermano Vudú? ¿En serio?»
«Necesitamos alguien con magia. Extraño no está disponible… y Druida tampoco.»
«Bueno, si tu lo dices… Ikaris… ¿pero tú has hablado con todos ellos?»
«No. Por eso la lista es tan larga. Supongo que tú también tendrás preferencias. Te ofrezco lo que me queda disponible, a través de la fundación María Stark.»
«Tengo que pensarlo, Tony.»
«Lo entiendo. Es una decisión complicada. Pero creo que eres la más indicada.»
Jen se acabó el refresco, y aplastó la lata.
«Oh, qué diablos. La vida es breve. Acepto. ¿Por dónde empezamos?»
Tony sonrió, y rebuscó entre los dossiers que le había entregado a Hulka.
«¿Qué te parece éste?», dijo, tendiéndole uno.
Hulka cogió el dossier y lo abrió. Sonrió, y lo volvió a dejar en la mesa.
«Me parece perfecto», contestó. «Creo que va siendo hora de que vuelva a ser vengador.»
En el dossier, la foto mostraba a Sam Wilson, el Halcón.
CONTINUARÁ