#12 – Tierra de Nadie IV
Tiempo de caza
Por Tomás Sendarrubias
Fecha de publicación: Mes 195 – 7/14
Ciudad de Gotham, cinco días tras el comienzo de la Tierra de Nadie.
-Boston Kane, has sido cazado por tus crímenes. Es hora de hacer justicia.
Si Boston Kane hubiera sido cualquier otra persona, después de escuchar esa frase hubiera tardado tres segundos aproximadamente en morir, el tiempo que tardó el virote de la ballesta que empuñaba aquella mujer enmascarada, vestida de violeta y con una cruz franciscana colgando del cuello en hundirse un palmo en la madera del mueble bar que el empresario tenía detrás. En el mueble porque aunque mucha gente en Gotham no lo sabía, Boston Kane había pasado cuatro años en los marines, y seguía siendo un prácticamente habitual de deportes más allá del pádel que parecía extenderse por la clase empresarial del país, y había conseguido apartarse a tiempo, justo antes de que el dardo se le hundiera en el pecho. El tiempo justo para que Boston Kane pudiera pulsar el botón de alarma situado bajo su escritorio, aunque se dio cuenta en ese mismo instante de que era absurdo. Con todo lo que estaba pasando en la Tierra de Nadie, su servicio de seguridad no estaba funcionando.
-Sal de ahí, Kane-dice ella, acercándose al escritorio bajo el que se esconde el empresario-. Ten honor al menos en esto.
-Vete a la mierda, asesina-gruñe Boston Kane, recordando las noticias de la muerte de varios políticos y empresarios que en las últimas semanas se habían atribuido a la ladrona conocida como Catwoman, aunque la mujer que tenía enfrente no parecía tener nada de gatuno. Había una pistola en el cajón de debajo de su escrito, y Boston se apresura a abrirlo, empuñando el arma y volviéndose para apuntar a la mujer… que ya no estaba donde él pensaba que debía estar. Escucha un chasquido y se da cuenta de que ha cometido un error, justo en el momento en el que un nuevo virote se hunde en su antebrazo, atravesando carne, hueso y tendones. Pierde la fuerza de la mano de inmediato, y el arma cae al suelo, inútil. El espasmo de dolor hace que las rodillas del empresario se doblen, y aunque su vista se nubla, busca la caída pistola con su mano izquierda, esperando encontrarla antes de que la mujer cargue una nueva flecha en la ballesta.
-Eres culpable de crímenes contra los ciudadanos-dice ella, situándose a su espalda, y Boston Kane desiste en sus esfuerzos. Sabe que la flecha le atravesará la nuca mucho antes de que pueda hacer nada, incluso si encuentra el arma.
-Al menos ten la decencia de mirarme a los ojos mientras me disparas. ¿O lo harás por la espalda, como la nazi que eres?
-Si ese es tu último deseo…-responde ella, y se desliza silenciosamente hasta situarse al frente de Boston, que alza la mirada, encontrándose con la dura mirada de sus ojos azabache. Y sin rastro de piedad. Boston cierra los ojos esperando la flecha…
Y en ese momento, escucha un fuerte crujido, y un golpe, y nota que algo cae sobre él. Boston Kane abre los ojos, y se sorprende al encontrarse con la mujer desplomada encima de él, y tras ella, su hija, Kate, casi sin resuello, y empuñando un bate de baseball, con el que debía haber golpeado a la mujer por la espalda.
-Por Dios, Kate…-siseó Boston, y en ese momento, el shock y la pérdida de sangre pudieron más que sus nervios, y se desmayó.
Por unos instantes, Dick Grayson se plantea si ha hecho lo correcto abandonando el piso franco de Bruce Wayne, a Chase Meridian, y saliendo sin pensar en más a las calles de una Gotham que se estaba deshaciendo por las costuras. El humo de una docena de incendios cubría el cielo de la ciudad, y parecía que fuera de noche. Se escuchaban sirenas aquí y allá, aunque todo lo que Dick y Chase habían escuchado a través de internet parecía apuntar a que cada vez había menos efectivos en los cuerpos de seguridad de Gotham; bomberos, policías, trabajadores de los hospitales, estaban abandonando sus puestos de trabajo para irse con sus familias, para cuidar de sus propios asuntos.
Aquella era la Gotham que había revelado el Joker, lo que había bajo la piel de la ciudad, piensa Dick, acuclillado al pie de una vieja estatua de bronce dedicada a los héroes de la Segunda Guerra Mundial de la Ciudad de Gotham, que representaba a tres soldados con la mirada baja y sosteniendo entre los tres una bandera de Estados Unidos, movida por un viento inexistente. Con un pantalón de chándal, camiseta negra y una sudadera deportiva también negra, con la capucha cubriéndole el rostro, Dick podría haber pasado por uno más de los saqueadores que recorrían la ciudad. Había escuchado hablar de ese tipo de cosas en situaciones de tensión, de cómo la gente normal se convertía en una especie depredadora, capaz de matar por un blíster de pilas, pero jamás hubiera imaginado que se encontraría en medio de algo así.
¿Era aquello lo que le había pasado a Haly? ¿Lo que le había llevado a matar a sus padres, a intentar matarle a él? ¿Algo le había presionado tanto que había anulado su humanidad y le había convertido en un asesino? ¿Tenía razón la gente que decía que cada ser humano escondía en su interior a un «Aníbal el Caníbal» en potencia? Dick suspira. ¿Cuál era el interruptor mental que convertía a un profesor de escuela normal en una persona capaz de arrojar sus perros contra un vecino para robarle un transformador de luz? Había leído World War Z el año anterior, durante una ruta del circo por la zona noroeste del país y el sur de Canadá, y le habían causado auténticos escalofríos los capítulos en los que podía ver cómo la amenaza zombi era capaz de sacar lo peor de la humanidad. ¿Había un Plan Naranja en Estados Unidos, si la situación se mantenía así en Gotham, qué haría el resto del mundo? Si el Joker demostraba que Gotham era un tumor en la faz del mundo, ¿el mundo se lo arrancaría?
Dick suspira, y con un gesto instintivo, niega con la cabeza, tratando de apartar esos pensamientos. Estaba cansado, Gotham no era exactamente una ciudad pequeña, y el Circo Haly estaba muy lejos de todas partes. Evidentemente el metro, los autobuses y el tren habían dejado de funcionar, y Dick no se sentía aún tan desesperado como para intentar robar un coche o una moto. Con un salto, baja del pedestal, y con las manos en los bolsillos de la sudadera, tras haber descansado unos minutos, se dirige de nuevo hacia el Circo Haly, en busca del hombre que había asesinado a sus padres.
Ni siquiera ha caminado doscientos metros cuando Dick Grayson se encuentra con lo que había tratado de evitar durante horas, desde que había salido del piso franco de Wayne. Creía haber estado atento a todo, pero algo se le había debido escapar, porque para cuando quiere darse cuenta, está rodeado y encajonado en un callejón secundario. Debían haberle visto acercarse, porque las cinco personas que se habían acercado a él, habían salido más sigilosamente de lo que Dick esperaba de unos pequeños escondrijos en la callejuela. Había una chica, y dos críos que apenas debían alcanzar la edad de Dick, pero que tenían un aspecto sorprendentemente amenazador con el cabello cortado en cresta y un cierto aire a lo Mad Max. Aunque lo que de verdad resultaba amenazador para Dick era la pistola que sostenía uno de los otros chicos, y con la que le estaba apuntando.
-No quiero problemas-se apresura a decir Dick, levantando las manos para mostrar que no es ninguna amenaza, aunque sabe que si ellos no quisieran problemas como él, no estarían apuntándole con un arma.
-Esto es territorio de los Halcones-dice la chica, y Dick asiente, tratando de parecer lo más respetuoso posible. Eso significaba que la ciudad no estaba sólo en manos de los grandes grupos de delincuencia organizada, sino que los pequeños grupos de parias también estaban reclamando su parte del pastel. Había oído que Gotham tenía una especie de caballero protector disfrazado de Murciélago, y lanzó una esquiva mirada hacia arriba, esperando ver aquella sombra. Pero Gotham tendría muchos problemas en aquellos momentos, y si existía realmente, no podría estar en todas partes-. Hay que pagar el tributo para pasar.
-No llevo dinero-responde Dick-. No puedo ayudaros.
-Me gusta su reloj-dice uno de los críos, con una oreja llena de tachuelas-. Y seguro que lleva un móvil guapo.
-Ya has oído a Red Dragon, el reloj-dice el de la pistola, y Dick siente la tentación de poner los ojos en blanco al escuchar el sobrenombre del crío.
-Es un regalo de mis padres-explica Dick, lo más calmado que puede-. Y mis padres están muertos. Han muerto hace poco.
-No me das pena, guapito-responde el de la pistola-. Fuera el reloj.
-No-suspira Dick, temiéndose lo peor y manteniendo la mirada fija en el chico de la pistola, aunque lanzando miradas de soslayo a su alrededor. Una escalera de incendios a unos dos metros, una valla de alambre, una puerta condenada y sellada con ladrillos, pintadas en las paredes, los trazos de una pídola en el suelo…
El chico de la pistola sonríe socarrón, con la misma actitud que un pavo que luciera sus plumas para lucirse ante la hembra, y Dick sabe al momento que está a punto de disparar, algo que no podía permitirse. Y no iba a desprenderse de reloj, porque además, nada le aseguraba que no le pegaran un tiro después de quitárselo. Tomando impulso con los brazos, Dick salta, sorprendiendo a los cinco agarrándose a la base de la escalera de incendios, y girando para pasar por encima de la barandilla. Dick escucha el disparo, y ve las chispas en el hierro del forjado. No tardará en volver a disparar, así que Dick se mueve a toda prisa por encima de la plataforma de la escalera, escuchando los pasos bajo él.
-¡Dispara, Wolfbane, dispara!-gritan abajo, y hay un segundo disparo. Decidido, Dick pone los dos pies con fuerza en los peldaños de la escalera, que desciende con brusquedad hasta el suelo, llevándose por el camino tal y como había calculado Dick, el brazo con el que «Wolfbane» sostenía la pistola, que Dick se apresura a recoger del suelo.
-¡Le ha roto el brazo!-grita la chica-. ¡Hijo de puta, le ha roto el brazo! ¡Destrozadlo! ¡Quiero su corazón!
Dick se apresura a volver a subir por las escaleras metálicas, evitando así que los críos y la muchacha le agarraran, mientras Wolfbane no dejaba de gritar, y el otro muchacho más mayor decía algo sobre «otro arma». Mientras ellos tratan de organizarse para trepar tras él, Dick decide no pensárselo dos veces y salta hacia atrás, girando sobre sí mismo en el aire para situarse tras ellos, y sin más, echar a correr lo más rápido que podía permitirse. Escucha un nuevo disparo, que falla por unos palmos, haciendo saltar fragmentos de ladrillo y mampostería de una de las paredes del callejón. Puede escuchar los gritos de la chica, «tras él», mezclados con los aullidos de dolor del tal Wolfbane, pero no tiene tiempo de detenerse a explicarles por qué está mal todo lo que están haciendo, ni espera realmente que lo entendieran. Saltando sobre un cubo de basura volcado, alcanza el reborde de una ventana, y subiéndose a pulso en ella, salta hasta la cornisa, cayendo boca arriba en la parte superior del edificio. Suspira mientras se incorpora y mira hacia la ciudad.
No sabe si el Murciélago existe de verdad, pero desde luego, en aquellas noches, parece mucho más fácil moverse sobre la ciudad que a través de sus calles.
Una bocanada de humo de tabaco sale de la boca del Comisario Gordon, completamente agotado, sentado en uno de los salientes de la azotea de la Comisaría de Gotham, no muy lejos de la Torre del Reloj, con los pies colgando en el vacío, un cigarrillo entre los dedos, y un vaso de papel lleno de café solo a su lado. Aspira de nuevo llevándose el cigarrillo a la boca, y expulsa el humo, formando un anillo. Para que todo fuera perfecto en ese momento sólo necesitaría una cama durante doce horas, una cena caliente, y un disco de Johnny Cash. I fell into a burning ring of fire; I went down, down, down, and the flames went higher… Desde luego, toda la ciudad había caído en un anillo de fuego, cómo poco.
-¿Zsasz está custodiado?
Gordon tiene la sensación de que va a precipitarse al vacío al escuchar la voz ronca de Batman tras él, pero se incorpora rápidamente, y se encuentra al Murciélago de pie junto a la apagada Batseñal. El comisario arroja al suelo el cigarrillo y lo pisa para apagarlo, encogiéndose de hombros.
-Espero que tengas alguien más de confianza en la comisaría-masculla Gordon-. Si no me matan ahí fuera, tú conseguirás matarme de un ataque. Efectivamente, Zsasz está bajo custodia, y siguiendo las instrucciones que tú mismo dejaste al respecto, lo cual, por cierto, no ha sentado bien a algunos por aquí.
-Solo intento ayudar…
-Ya. A veces parece que pudieras creer que eres capaz de hacer nuestro trabajo mejor que nosotros. Que no es algo que pensemos todos, Dios nos libre…-continúa hablando Gordon-. Pero no sé, recibir un dossier con instrucciones exactas sobre como encerrar a un criminal puede resultar un poco ofensivo para la gente que ha dado su vida por hacer eso precisamente.
-Comisario, no quiero ofenderle, pero debo decir que parte de esa gente está corrupta hasta la médula, aún hay muchos que echan de menos a Loeb y su forma de trabajar… y no lo habían hecho demasiado bien con Zsasz anteriormente. Si su gente hubiera puesto en detenerle el mismo empeño que en quejarse, quizá a día de hoy Gotham seguiría contando con Harvey Dent.
-Bueno, ha sido un placer hablar contigo, como siempre-concluye Gordon, dirigiéndose hacia la puerta para volver al interior de la comisaría-. Si necesitas algo, estaremos ahí dentro, con nuestros cafés y nuestras rosquillas.
-Gordon-dice repentinamente Batman-. No voy a pedir disculpas por hacer lo que considero mejor para esta ciudad. Zsasz es un monstruo en tantos sentidos que resulta inútil discutir sobre ello, y considero que debe contar con unas medidas de seguridad excepcionales. La ciudad tiene bastantes problemas sin gente como él haciendo que esto de la Tierra de Nadie sea aún peor.
-Desde luego, no hace de esta ciudad un lugar mejor-responde Gordon, con un gruñido-. En fin, se ha hecho como dijiste. Zsasz está inaugurando la nueva ala de máxima seguridad del Asilo Arkham, con los mejores sistemas técnicos y humanos que el dinero de Bruce Wayne ha podido comprar en los últimos meses. No deja de ser curioso.
-¿Qué?
-Es como si Wayne hubiera sabido que se acercaba algo así y hubiera querido preparar a la ciudad para esto.
-Las sombras en Gotham son muy oscuras, cada uno lucha contra ellas como cree adecuado, comisario.
-Cuando todo esto acabe, le daremos las gracias, porque si esto sigue así, no tardaremos en tener llena esa nueva ala.
-No hay nada nuevo sobre el Joker…
-Como si se lo hubiera tragado la tierra-masculló Gordon-. Ni un comunicado, ni una noticia, ni una aparición. Como si hubiera llegado para hacer su intervención estelar, y de pronto se hubiera marchado, dejándonos una ciudad que se rompe y varios equipos paramilitares recorriendo Gotham con armas antiaéreas. Como si hicieran falta para que todo esto se fuera a la mierda.
Gordon se gira, y enarca una ceja al ver que Batman sigue allí.
-Vaya que raro. Normalmente a estas alturas sueles haber desaparecido ya. Casi empiezo a pensar que te interesa lo que pueda decir.
-Comisario, quizá no haya mostrado normalmente todo el respeto que debiera, pero sé que hace lo mejor por la ciudad…
-Lo intento, sí. Aunque en estos momentos, me da la sensación de que lo mejor que podría hacer es mandarlo todo a la mierda y marcharme a mi casa. Ponerme en contacto con mi familia, y cuidar de ellos, como han hecho muchos de mis hombres. Y no puedo echarles nada en cara, con la ciudad llena de salteadores y de gente que se está volviendo completamente loca como si esto fuera la versión más grande de El Señor de las Moscas que hay en la faz de la Tierra. Tengo una hija, ¿sabes? Está en silla de ruedas, hace años tuvo un accidente y bueno, no salió bien. Se llama Bárbara, y no he conseguido hablar con ella desde que todo esto empezó. Al menos, estaba fuera de la ciudad. Y entonces, miro a mi alrededor y veo… a esos otros. Hay una patrulla de policía que ha asaltado un centro de comercial en South Plains, y se han aliado con una de las bandas locales para hacerse de oro con la distribución de los bienes de primera necesidad, están vendiendo harina a precio de diamantes… los mismos hombres que deberían estar impidiendo que pasen cosas como esa…
-Tómese un descanso, comisario-dice Batman-. Llame a su hija, duerma un poco.
-Alguien tiene que cuidar de esta ciudad.
-Sí. Yo
Esta vez, cuando Gordon se gira, Batman ha desaparecido.
-¿Quién cojones eres tú?
La voz es de mujer, y llega a la cabeza de Helena Bertinelli como si estuviera hablando en el interior de una campana. Las palabras retumbaban, notaba su cráneo como lleno de algodón. Al menos no estaba amordazada, aunque le habían quitado la máscara, y la habían atado a una silla, notaba los puntos de presión de las bridas de plástico en las muñecas a su espalda, y en los tobillos, sujeta a las patas de la silla. Notaba un calor palpitante en el punto donde había recibido el golpe, aunque más allá de la vista nublada, parecía que no había daños graves, confiaba en que el golpe no hubiera sido suficiente como para hundirle el cráneo o clavarle una esquirla de hueso en el cerebro. Antes de abrir los ojos y revelar que estaba despierta, hace una revisión general y al margen de las molestias causadas por las bridas en las extremidades, no parece haber perdido movilidad en ningún punto de su cuerpo.
-Nadie importante-susurra finalmente, alzando la mirada. Está en el despacho, en el mismo lugar donde planeaba hacer justicia con Boston Kane, pero el hombre al que pretendía despachar ahora estaba sentado en un butacón frente a ella, aunque no era él quien había preguntado, sino una mujer situada a su lado. Helena había visto a aquella chica en las páginas de sociedad de las revistas de Gotham, Kate Kane, la joven heredera, la versión femenina de Bruce Wayne. Kane, Wayne… al final eran lo mismo, los hijos decadentes de una élite dominante que se había establecido en la cúspide de Gotham siglos atrás, y que si nadie lo evitaba, seguirían durante otros puñado de siglos más.
-Has querido matarme-dice Boston Kane-. Y si estás todavía aquí es porque la ciudad está tan descompuesta que ni siquiera hay policías que puedan hacerse cargo de ti todavía.
Helena Bertinelli, que se hacía llamar la Cazadora cuando llevaba aquella ropa y la ballesta, alza la mirada y tuerce los labios en una mueca que se asemeja a una sonrisa.
-He fallado. ¿Me vais a matar vosotros ahora a mi?
-No, desde luego que no-responde Kate-. Pero espero que te pudras durante mucho tiempo en una celda. Has matado a mucha gente…
-No a tantos-responde-. Y sólo a los culpables.
-¿Culpables de qué?-pregunta Kate, y cuando su padre hace una señal, ella niega con la cabeza-. ¿Quién te ha convertido en juez, jurado y verdugo?
-El mundo-responde Helena, encogiéndose de hombros-. La justicia no necesita de nombres, ni de títulos. Es justicia. Y esta ciudad ha olvidado lo que es justicia, lo olvidó hace mucho tiempo. Los hombres medran sorbiendo la sangre de los abandonados y los oprimidos. Los bancos y las multinacionales se apoderan de centenares de casas a diario, arrojando a las calles, a la muerte y a la oscuridad a familias enteras que se han quedado sin trabajo y sin ahorros por culpa de esas mismas corporaciones. El pueblo intenta alzarse, se mueve de rodillas para incorporarse, y lo único que consiguen es que se promulguen nuevas leyes contra ellos, porque todos forman parte de la misma suciedad que invade Gotham. El hombre honrado ve la injusticia y trata de denunciarla, y entonces, los jueces, los medios de comunicación, los hombres ricos de la ciudad se unen, y todo queda en nada. Y el hombre honrado se contagia de la vileza que consume a la sociedad, la próxima vez que haya una injusticia, no estará en el lado correcto. ¿Quién puede estarlo mientras sus hijos pasan hambre, mientras su familia tiene que dormir en la calle, mientras sus posesiones se reducen a nada?
-Toda esa diatriba… ¿crees que esa demagogia justifica los asesinatos que has cometido?-pregunta Boston, y la sonrisa desaparece de los labios de Helena.
-¿Demagogia? Los crímenes crecen mientras hombres como usted, Boston Kane, hacen la vista gorda. El dinero permite a los buitres regodearse en sus propios vicios sin que nadie haga nada por evitarlo, reúnen sus tesoros como el dragón bajo la montaña, se miran los unos a los otros y simplemente, tratan de seguir medrando. Y si uno de ellos decide como pequeña diversión violar a niñas de nueve años no ocurre nada, siempre hay dinero para cubrirlo. Y si un edificio se hunde víctima de una aluminosis que no debería estar ahí y docenas de personas pierden sus casas, no ocurre nada, porque no es culpa del constructor según los jueces. No hay un culpable, eso dicen. Y si hay un hombre decente que intenta sacarlo todo a la luz, entonces, se le silencia, de tantas formas que decide quitarse la vida. Y no pasa nada, los buitres continúan acumulando su carroña. Pero… ¿y si un día alguien acaba con uno de los buitres? No pasaría nada, azares del destino. Pero, ¿y si caen dos, tres, cuatro, una docena? ¿Si desaparecen cuando sus pecados se hacen públicos? ¿No se preocuparán el resto? ¿No se lo pensarán dos veces antes de volver a hacerlo? ¿Y si alguien hiciera justicia, alguien que no pudieran comprar ni ocultar? Una flecha en el corazón es justicia. Justicia para los ladrones, los asesinos, los violadores, los estafadores, los pérfidos… Lo necesario para que, antes de cometer otra injusticia, el mundo lo piense. Porque quizá, la siguiente flecha, sea para tu corazón.
-Asesinatos-masculla Boston Kane, pero Kate permanece en silencio, con los brazos cruzados.
-¿Por qué haces todo esto?-pregunta finalmente Kate, y Boston la mira sorprendido.
-¿Y qué más da, Kate?-dice, pero ella niega con la cabeza.
-Quiero saberlo. Quiero saber qué lleva a una persona normal a convertirse en… esto.
-Lo dices como si fuera un monstruo-sonríe la Cazadora y mira a Kate-. Es sorprendente, pero te miro y veo a alguien que podría ponerse un traje parecido a este y salir a luchar.
-Creo que no estoy lo suficientemente loca. ¿Me vas a contestar?
-¿Qué más da? Lo más probable es que o bien Gotham se deshace del todo y esta mansión termina cayendo en manos de la masa enfurecida, o bien alguien encuentra una forma de solucionarlo y me enviaréis al nuevo ala de pacientes especiales del Asilo de Arkham. Hubo alguien hace tiempo, alguien importante en mi vida. Quizá con el tiempo, hubiéramos podido ser algo más, pero no era el momento, o no era el lugar, quien sabe. Y hace mucho menos tiempo, nos volvimos a encontrar. Él había vuelto a Gotham para trabajar como arquitecto, había sido contratado por Jason Vanderbilt para una de sus empresas, iba a reformar buena parte de los Narrows. Parecía muy generoso, Vanderbilt puso el estudio a nombre de… llamémosle Peter. Y en ese momento, nos dimos cuenta de que ese sí era el tiempo adecuado, y sí era el lugar para lo que no había llegado a ser. Sólo que todo era una maldita estafa. Vanderbilt utilizaba el estudio de Peter como una salida para blanquear dinero, los materiales que se utilizaban en la reforma eran de mucha menor calidad de lo que Peter suponía, así que hubo un accidente. Murió gente, y Vanderbilt se limpió las manos. Peter era el responsable de todo, era el dueño del estudio… Condenaron a Peter, Jason Vanderbilt fue declarado inocente; pero Peter no pudo con la culpa y la presión. Ni siquiera me llamaron, descubrí por las noticias que se había arrojado desde la azotea de la Torre Vanderbilt; una semana después, recibí una llamada de la joyería en la que había encargado un anillo para mí, una alianza.
-Jason Vanderbilt tenía tres hijas-gruñó Boston-. Y una mujer que aún asiste a terapia para intentar asumir que ahora es viuda, y que ella misma encontró el cadáver de su marido.
-¿Y debería eso preocuparme a mí cuando a él no le impidió jugar con las vidas de los que le rodeaban? ¿Qué me está diciendo, señor Kane? ¿Qué debería sentirme culpable por los sentimientos de la señora Vanderbilt y sus hijas o que debería tener preparadas cuatro flechas más porque es imposible que durante tanto tiempo permanecieran ignorantes de lo que hacía él? La justicia no sirvió para Jason Vanderbilt, pero la caza sí.
-¿Y Question te ayuda en todo esto? ¿Es tu aliado?
-No sé quién o qué es Question-sonríe Helena-. Pero está mostrando al mundo lo que se esconde en sus tripas, la calaña de los monstruos que se esconden en su interior. Él los saca a la luz, y yo los cazo. Probablemente ni siquiera sepa que existo.
-Kate, será mejor que acabemos con todo esto-dice Boston Kane, poniendo una mano sobre el hombro de su hija-. Está bien sujeta, no podrá huir. Deberíamos dejarla en esta habitación hasta que venga la policía y se la puedan llevar. Vamos, por favor. No tenemos más que hablar con esta asesina…
-Suéltame padre-responde con brusquedad Kate-. Sé cuál es el camino.
Liberándose de los brazos de su padre con un movimiento brusco, Kate se dirige hacia la puerta, y cuando se dispone a salir, la Cazadora se dirige de nuevo a ella.
-Has hecho muchas preguntas, Kate. ¿Has podido asumir las respuestas?
-Comisario-dice Batman, hablando directamente al comunicador de su máscara-. Puede pasar a recoger a sus antiguos hombres cuando quiera por South Plains.
Sin esperar respuesta, Batman corta la comunicación, echando una última mirada a su alrededor, donde se encuentran inmovilizados por una espuma rígida sintética tanto los policías que se habían aliado con una de las bandas de la zona, como los miembros de la propia banda. El sol ya se ponía sobre Gotham, y Bruce Wayne ni siquiera puede recordar cuándo fue la última vez que descansó unos minutos desde que había comenzado la Tierra de Nadie. Y lo peor era que tenía la intención de estar continuamente apagando fuegos, pero sin atacar el origen del incendio. El Joker seguía en paradero desconocido, y sin haber mostrado a la ciudad cuáles eran sus planes, además de apartarles de todo tipo de contacto con el resto del mundo más allá de las eventuales conexiones de Internet que permitía y que servían para extender aún más el miedo y la inseguridad. Con pasos firmes, se mueve hacia el coche, aparcado a apenas una manzana y cubierto por una capa de blindaje que se retrae como el caparazón de un insecto cuando él se acerca, permitiéndole entrar.
-Alfred-dice cuando sube al Batmóvil, y al instante, se establece una conexión entre el coche y la Mansión.
-Señor Bruce-dice la voz de Alfred a través del intercomunicador-. ¿Ha decidido venir por fin y permitirse un descanso?
-No. Solo quería saber que todo iba bien. Por allí.
-Debí imaginarlo. Pero Señor Bruce, aunque entiendo que permitirse algo tan humano como un descanso está fuera de todo lo imaginable, quizá debiera mostrar cierto interés humano por la gente de su entorno. Las líneas interiores de telefonía funcionan, y tal vez pudiera permitirse unos minutos para interesarse por el bienestar de sus amigos y familiares. Podría sugerirle una llamada a la señorita Kate, al señor Elliot… incluso a la Señorita Kyle, si me apura. Además, ha recibido varias llamadas de la señorita Meridian. Si tiene unos minutos… me pareció nerviosa.
-Está bien, Alfred, dejemos que Bruce Wayne tranquilice a sus amistades. Si hay alguno de ellos que esté en problemas, me encargaré de que se dirijan hacia la Mansión. Tenlo todo preparado, ¿de acuerdo?
-Claro-responde Alfred-. Salude a todo el mundo de mi parte.
Bruce corta la comunicación, mientras valora cual es la siguiente crisis de la que debería ocuparse, mientras en el ordenador de a bordo se iban proyectando nuevos núcleos de conflicto en la ciudad. ¿Qué le podría ocurrir a Chase Meridian? Mientras asciende hacia el norte por Crossroad Lane, decide finalmente que esa será su primera comunicación.
-Chase Meridian-dice, y los sistemas de comunicación del Batmóvil comienzan a funcionar de inmediato.
-¡Señor Wayne!-dice Chase Meridian al teléfono, y Bruce de inmediato se tensa, Alfred como siempre tenía razón, y algo importante debía pasarle a Chase Meridian, porque la voz le temblaba-. He intentado contactar con usted en diversas ocasiones, no sé muy bien que hacer y…
-Señorita Meridian… Chase-dice Bruce, tratando de poner su voz más tranquilizadora, a pesar de moverse a doscientos cincuenta kilómetros por hora a través del corazón de una ciudad-. ¿Están bien usted y Richard?
-Richard se ha marchado-dice Chase-. Descubrió en mi ordenador datos sobre la investigación, sobre la autopsia de los Grayson. Cuando me quise dar cuenta, se había ido, Bruce. Debería ir tras él, buscarle… ¿pero dónde ir?
-No te muevas del piso, Chase-ordena Bruce, accediendo de inmediato a los sistemas del Instituto Forense de Gotham, y revisando los datos de las autopsias de los Grayson Voladores. Narcóticos-. Hh. Voy a poner a alguien de los míos a buscar a Richard, Chase. Le encontraremos antes de que pueda pasarle nada, ¿de acuerdo?
-Pero…
-No te muevas del edificio, Chase. Por favor.
Bruce corta la llamada, y frunce el ceño bajo la máscara. De inmediato, el Batmóvil hace un giro de noventa grados, y toma el rumbo hacia el Circo Haly.
-¡Dick!
Richard Grayson se vuelve hacia el lugar de donde viene la voz, y se traga una maldición entre dientes. Quería pasar desapercibido, quería llegar a Henry Haly sin que nadie le viera, esperaba que la zona estuviera despejada. El circo no podía haber abandonado la ciudad debido al bloqueo establecido por el Joker, pero estaba en una zona lo suficientemente apartada como para no recibir atención, pero sí contaba con que se hubiera establecido algún tipo de toque de queda en el entorno del Circo. La policía estaba ocupada en otras cuestiones, pero los chicos de montaje habían hecho guardia alrededor del Circo Haly en otras ocasiones.
-Hola, Steph-saluda finalmente Dick, metiéndose las manos en los bolsillos de la sudadera y bajando un poco la mirada, mientras la chica rubia se acerca a él. Steph es aún más joven que Richard, debe tener unos quince años, y todos en el circo sabían que estaba un poco colgada por él. A Dick siempre le había parecido una chica encantadora, pero nada más, a pesar de que era una chica guapa, de rostro redondeado, ojos azules y cabello rubio. La madre de Steph y ella hacían un número acrobático de algo que llamaban «danza aérea», nunca nadie había sabido nada del padre de la chica-. No deberías estar aquí fuera, no sabes quién podría venir a buscar algo al circo.
-Zucco y Mario han pasado por aquí hace tres minutos, Dick-sonríe ella-. No estoy tan indefensa como te imaginas. ¿Qué haces aquí? Pensábamos que estabas en la ciudad. Alison dice que estabas bajo protección policial, y Haly dijo que seguramente no volvieras.
-Eso dijo Haly…-musita Dick, encogiéndose de hombros-. ¿Cómo os ha ido por aquí? ¿Algún problema?
-Nada del otro mundo-sonríe Stephanie, dándose la vuelta y apoyándose en un árbol-. Hace un par de noches unos chicos quisieron robar los generadores autónomos, pero los chicos les dieron una buena paliza, y se marcharon corriendo. Mario dice que volverán, así que ahora patrullan con escopetas.
-Estupendo-gruñe Dick-. Deberías estar con tu madre, Steph. Zucco nunca ha sido muy listo, y debe tener el gatillo fácil. Podría confundirte con … a saber qué cosa.
-Sí, nunca ha sido muy inteligente. Dick… no pude decirte que siento lo de tus padres. Fue todo tan deprisa… pero si necesitas cualquier cosa, sabes que puedes contar conmigo, ¿verdad?
-Claro, Steph-responde Dick, mordiéndose los labios para evitar ponerse a llorar de nuevo-. Oye, tengo que hablar con Haly. ¿Sabes si está en la oficina?
-Creo que sí, le vi entrar hace unos quince minutos.
-Genial-asiente Dick-. Hazme un favor, Steph. Esta noche… ve con tu madre.
-Dick, estás raro… más que de costumbre…
-Sí, supongo que sí. Steph…
-Sí, sí, ya me voy. Oye… ¿crees que cuando todo esto acabe podríamos… no sé…?
-Claro. Cuando todo esto acabe, te debo un batido en la mejor heladería de Gotham.
-Genial-sonríe Steph, y se dirige de inmediato a la zona donde se encuentra la caravana de su madre. Dick baja la cabeza, odia mentir, es algo que ha odiado siempre. «Cuando todo esto acabe, iré a la cárcel». Dentro del bolsillo de la sudadera, sostiene la pistola que le quitó al tal Wolfbane.
Dick se dirige hacia la caravana de Henry Haly, escondiéndose en las sombras, evitando encuentros como el que ha tenido con Stephanie. Cuanta menos gente sepa que está allí, mejor para todos. Hay luz en las ventanas de la caravana de Henry, y Dick recuerda cuantas noches lo ha visto allí, encorvado ante su escritorio, echando cuentas y más cuentas. Y cuantas noches habían estado allí sus padres con él, ayudándole, animándole… Richard sube el par de escalones desmontables que daban acceso a la caravana, y llama a la puerta. Escucha ruidos dentro, un quejido sordo, y el clic del pestillo justo antes de que la puerta se abra.
-¿Qué quieres, Zuc…?-comienza a decir Henry Haly, pero guarda silencio cuando se encuentra frente a frente con Richard-. Dick.
-Hola Henry-responde Dick, señalando hacia el interior con la barbilla-. ¿Puedo pasar?
-Claro-responde de inmediato Henry Haly, apartándose y franqueando el paso de Dick al interior. El muchacho asiente y avanza, encontrándose en un espacio tan familiar que le resulta casi doloroso-. No esperaba verte por aquí de nuevo, Dick. ¿Te puedo servir algo? No hay muchas cosas, con todo esto de la Tierra de Nadie, no hemos podido reponer existencias en los últimos días, pero creo que tengo un par de latas de Coca-Cola en algún sitio…
-¿Qué tal un té verde, Henry?
Si Dick tenía alguna duda de lo que había ocurrido, el repentino envaramiento de Henry la eliminó. Henry Haly se giró hacia Richard con gesto triste y se desplomó en la silla tras su escritorio.
-Así que lo sabes…-susurra Henry, y Dick asiente-. Lo siento mucho, Dick, yo no…
-¡Cállate!-exclama Dick, sintiendo que la tristeza de Henry Haly le hace más daño que si se hubiera reído de la muerte de sus padres. Sin saber muy bien cómo se encuentra empuñando la pistola, y ve como los ojos de Henry se clavan fijamente en el cañón-. ¿Cómo pudiste, Henry? Eras un padre para ellos, te querían como a parte de la familia. Eres mi puto padrino, me pusieron el nombre de tu padre… ¿Cómo pudiste?
-¡Porque eran ellos o todos!-gruñe Henry-. ¡Porque elegí al socio erróneo, Dick! Todos en el circo sois mis hijos, y ellos os iban a hacer daño, todo porque yo no podía pagar a tiempo lo que les debía. Esa gente está loca, Dick, ¿quién sabe que os hubieran podido hacer a todos? Y tus padres…
-Tenían la póliza de seguros más alta de todo el circo, contigo como beneficiario. Y ahora, pasarán a la historia como los trapecistas inconscientes que subieron drogados al trapecio y se mataron. Si querías matarles, Henry, deberías haber tenido el valor de haberlo hecho empuñando un arma de verdad…
-¿Cómo estás haciendo tú, Dick?
-¡Sí!-exclama el muchacho, con los ojos llenos de lágrimas-. ¡Como estoy haciendo yo!
-En eso somos iguales, Dick-masculla Henry-. Ni ti ni yo seríamos capaces de disparar un arma.
Dick va a decir algo, pero de pronto Henry se arroja sobre el escritorio, deslizándolo con todo su peso contra Dick, que recibe el golpe de la pesada mesa de madera en el vientre y se ve arrojado hacia la pared sin poder evitarlo, quedando atrapado entre el escritorio y la pared. Intenta maniobrar, dirigir la pistola hacia Henry, pero recibe un fuerte golpe en la mano con una botella de cristal que estalla en pedazos, haciéndole numerosos cortes y obligándole a soltar la pistola, que de pronto se encontraba en las manos de Haly, y era Dick quien contemplaba el vacío del cañón.
-No sabes con qué gente nos hemos mezclado, Dick, lo que ha sido necesario para que esto siga adelante…-dice Henry, casi tan lloroso como Richard-. Creo que todos estábamos equivocados, Dick. Tú creías que podrías disparar, yo que no podría hacerlo. Lo siento, Dick.
Los ojos de Richard Grayson se clavan en el túnel oscuro del cañón de la pistola, de donde pronto emergerá el fuego que acabará con su vida, puede sentir el miedo apretándole el vientre, su sabor amargo en la boca… Y de pronto, escucha un ruido de cristales rotos, y ve que algo se clava en el cuello de Henry. Y ve los ojos de Henry ponerse en blanco, y su mano quedar flácida, sin fuerzas con las que sostener la pistola. Henry cae al suelo y Dick consigue por fin escabullirse de la trampa entre el escritorio y la pared. Trata de respirar, sofocado, con la mirada clavada en el extraño dardo que parece asomar del cuello de Henry Haly, un extraño objeto de cristal negro y con unas pequeñas «alas» para mejorar su vuelo… en forma de murciélago.
La puerta de la caravana se abre, y Dick puede ver la silueta, la máscara de orejas afiladas, la capa que cae hasta casi los tobillos, el símbolo del murciélago en el pecho, como si fuera un agujero negro en la más profunda oscuridad.
-No eres un asesino, Richard Grayson-dice con voz ronca-. Tú no.
-Eres… Batman…
-Hay gente ahí fuera muy preocupada por ti-dice Batman, ignorando el comentario del muchacho-. La policía de toda la ciudad anda buscándote, y Bruce Wayne ha ofrecido incluso una recompensa para aquel que te lleve a la Mansión Wayne.
-¿La señorita Meridian está bien?
-Sí. Creo que muy preocupada, aunque ella ha sido inteligente y se ha quedado en el piso franco de Wayne. Vámonos de aquí, Richard Grayson. La policía no tardará en llegar, ellos se encargarán de él-dice Batman señalando a Henry.
-Dijo que le amenazaron. Que había alguien detrás de él, alguien presionándole…
-Si es así, lo averiguaremos. Haremos justicia.
Dick Grayson suspira. «Justicia». Le suena vacío, como una palabra completamente hueca. Y sin embargo, asiente, mientras sale con el Murciélago de la vieja caravana, y las luces y sirenas de la policía de Gotham comienzan a escucharse, sacando a los miembros del Circo Haly de las camas en las que hacía poco habían comenzado a meterse.
Epílogo 1.
Desde luego, Jonothon es consciente de no haber elegido el mejor momento para aceptar el trabajo en el Asilo de Arkham. Dos días de trabajo, y de pronto… la Tierra de Nadie. Sólo llevaba dos días en la ciudad, y realmente, si hubiera tenido algo mejor que hacer, hubiera sido uno de los muchos ciudadanos de Gotham que habían abandonado su puesto de trabajo. Pero la familia de Jonothon estaba en Bludhaven, como toda la gente a la que conocía. ¿Dónde hubiera ido? Así que se había quedado en el trabajo, vigilando a nueva ala para presos peligrosos del centro.
Por suerte, estaba casi vacía. Su residente más peligroso de momento era el hombre al que llamaban Zsasz, un auténtico cabrón psicópata al que el Murciélago había encerrado allí dentro, y que se limitaba a pasarse las horas sentado en el suelo, al lado de su cama, y mirando al vacío. Una celda de alta seguridad, sin elementos metálicos ni nada cortante, nada con lo que Zsasz pudiera dañarse o dañar a otro. Ni siquiera había muelles en el colchón, absolutamente nada.
Jonothon escucha un zumbido, y palidece cuando las puertas de acceso se abren y hace su aparición el doctor Arkham junto a dos policías… y una persona con el rostro más desfigurado que Jonothon había visto nunca.
O al menos, la mitad de él.
-Agente Worth, abra la celda tres. Tenemos un nuevo invitado.
Jonothon realiza las manipulaciones en el panel, y la puerta de la celda tres se abre con un sonido deslizante. Sin ninguna muestra de protesta o de resistencia, el nuevo prisionero camina erguido hacia la celda, y se sienta sobre la cama cuando la puerta se cierra. El doctor Arkham despide a los policías y sube hacia la cabina de seguridad ocupada por Jonothon para determinar los niveles de seguridad aplicables a la tres. El doctor entra en silencio, pero Jonothon no puede evitar preguntar.
-¿Cómo demonios…?
-Se ha presentado en nuestra puerta, agente-suspira Arkham-. Se ha entregado y ha pedido que le detuviéramos.
-Pero es…
-Sí, es él. Dice que se arrepiente de lo que hizo, que necesita ayuda… Este hombre ha sido el hijo predilecto de Gotham durante años, Worth. Y ahora…
Jonothon Worth contempla la cámara de seguridad de la tres, y contempla al hombre más carismático de Gotham, el fiscal que había prometido limpiar la ciudad y que casi lo había conseguido, ahora convertido en un monstruo de dos caras.
Harvey Dent mira a la cámara, y sonríe.
Epílogo 2.
Una asesina. Eso es lo que tiene en su despacho.
Boston Kane tiene miles de preguntas bullendo n su cabeza, miles de cosas que decirle a la autoproclamada Cazadora antes de que llegue la policía. La ciudad se descompone, los hombres de Gordon están ocupados aquí y allá, y él se ha responsabilizado de ella, de la mujer que ha intentado matarle.
Abre la puerta de su despacho y siente que el corazón se le detiene en el pecho cuando se da cuenta de que la silla en la que habían dejado a la Cazadora atada está vacía y Kate se encuentra sentada en su sillón.
-¿Qué ha pasado aquí, Kate?-pregunta Boston Kane, y su hija le mira, encogiéndose de hombros. Jamás había visto así a Kate, tan inescrutable, tan gélida-. ¿Dónde está ella?
-Ahí fuera-responde Kate Kane, haciendo un vago gesto hacia la ciudad-. Tiene razón, papá. Alguien tiene que hacer verdadera justicia.
Epílogo 3.
-Me encanta esa sonrisa.
La voz entrecortada del Joker se pierde en una carcajada mientras deja caer la cabeza cortada que sostenía entre las manos, con el rostro desfigurado en una gran risa gracias a los oportunos cortes de una cuchilla que el asesino había utilizado con esmero-. ¿Lo veis, chicos? Eso es reír de verdad.
-Sí, señor Joker-dicen varios, y el Joker asiente, mirándolos con deleite. Los locos, los desposeídos, los hijos del caos, sus propios hijos. Riendo.
-Vamos a hacer todo esto más divertido, chicos. Vamos a reírnos todos hasta vomitar sobre el rostro de Gotham… Y vamos a hacer que todo el mundo se ría. O que vomite como nosotros. No importa el orden, claro. ¡Vamos, chicos! Tenemos trabajo. Ahí fuera, la gente no va a matarse sola… o no va a hacerlo a la velocidad suficiente.
Sin más palabras, los hombres del Joker se extienden por el depósito de agua de la ciudad, llevando con ellos unas garrafas pintadas de rojo y negro que vacían en los tanques, en los sistemas de depuración, mientras el Joker lo mira todo con ojos chispeantes, divertidos… y con una gran sonrisa en la cara.
Tu escribes bien… no habrás escrito un libro o algo, ¿verdad?
Por lo demás… mola… Jokers, y muchos murciélagos… a ver por donde tiras ahora…