Son los más grandes de Canadá, son… Alpha Flight.
#4 – Decisiones
Por Reaper
Fecha de publicación: Mes 186 – 10/13
Los primeros rayos de luz comenzaban a despuntar en el horizonte, anunciando un nuevo día, cuando los dos helicópteros Griffon CH 164 de las fuerzas aéreas canadienses sobrevolaron aquel desolado poblado pesquero, a la orilla de una pequeña isla de Cambrige Bay, cerca de la costa de Isla Victoria. Ambos aparatos realizaron un vuelo rasante sobre los nevados tejados de madera, que coronaban aquellas características casas que se alzaban próximas a la orilla del Mar de Baeaufort. Detuvieron su vuelo a escasos metros de la costa, manteniendo una posición estática sobre un ajado embarcadero de madera, junto al que descansaban amarradas pequeñas embarcaciones.
La cancela que protegía la entrada a la tienda de regalos se abrió estruendosamente, cediendo a izquierda y derecha bajo la presión de las fuertes manos del encargado permitiéndole el acceso al establecimiento, abrió la puerta de cristal tras ella y accedió al local que se iluminó completamente cuando las cortinas que cubrían el pequeño escaparate fueron corridas. Accedió al cuadro eléctrico oculto en el interior de una caja de madera tallada con motivos Inuit en la pared del pequeño almacén en la trastienda, las pequeñas luces de las estanterías repletas de artilugios extravagantes se iluminaron levemente, el hilo musical comenzó a inundar la sala con una suave melodía ambiental, más allá de la puerta de cristal de la entrada, sobre el escaparate donde descansaban; atrapa sueños de diversas clases, pipas talladas en madera y coloridas mantas tejidas a mano, se ilumino un pequeño letrero donde se podía leer el nombre del negocio; «El Rincón de Colin».
Colin Hume, el dueño y encargado del negocio era un hombre de color, alto y corpulento en cuyas sienes reinaba un escaso cabello negro rapado muy corto, mientas una espesa perilla coronaba un poderoso mentón cuadrado que le otorgaban una apariencia temible que poco o nada compaginaba con su carácter afable. Le encantaba apostarse en su puerta para oír a los niños jugar en las calles en un día tan soleado, disfrutaba entusiasmando a los ingenuos turistas con los extravagantes artilugios de las tribus aborígenes así como con el merchandising típico del país y, cómo no, disfrutaba con las fantásticas historias que cada mañana Nathalie le narraba, una joven de origen séneca que vivía con sus padres; John y Caroline, en una reserva a las afueras de Toronto, cerca del lago Ontario. Los padres de la chica eran buenos amigos de Colin además de quienes abastecían el negocio con todos aquellos místicos artilugios. Cada miércoles la chica conducía aquella desvencijada Ford Loba, color verde, desde la reserva a través de un sin fin de carreteras secundarias que desembocaban en la locura reinante en las autopistas que accedían a la gran urbe de Toronto, una vez allí continuaba hasta la zona del mercado de St. Lawrence donde se encontraba la tienda de recuerdos. Cada pedido entregado venía acompañado por un relato sobre antiguas leyendas que la joven había oído desde que era niña y que formaban parte de la cultura histórica de tribu de los séneca, las cuales narraba al dependiente para que este las recogiera en un libro que se escribía lentamente cada noche en la soledad de su apartamento.
El carrillón de viento que colgaba del techo cerca de la puerta de entrada resonó ocultando la música ambiental e inundando toda la estancia, acompañando al melódico sonido resonaba la voz de la risueña Nathalie que entraba portando esas pesadas cajas de cartón repletas de abalorios y adornos varios. -Creí que ya no venias-. Farfullo Colin con su profunda voz de barítono, pero ella se limito a sonreír mientras depositaba con cuidado las cajas sobre el delicado mostrador de cristal y se aproximaba al hombre para abrasarlo y besarle la mejilla antes de salir en busca de otras cajas que aguardaban en la parte trasera de su furgoneta. -No he fallado ni un miércoles desde hace un año, tío Colin-. Resonó mientras salía por la puerta de cristal de la tienda que volvió a cerrarse momentáneamente tras ella, las acción dibujo una gran sonrisa en el austero rostro del hombre mientras emprendía el camino para ayudar a la chica. La puerta volvió a hacer sonar el carrillón y el dependiente vio truncada su acción al encontrarse frente a una misteriosa clienta que irrumpía en el local vistiendo un largo abrigo color verde oliva cuya gran capucha ocultaba parcialmente su rostro, lo suficiente para que este no pudiese reconocer su rostro.
-Buenos días. ¿En qué puedo ayudarla?-. Colin aguardo durante unos eternos segundos sin recibir respuesta. -Bueno puede mirar lo que quiera, mientras descargamos el camión de reparto. Deme un minuto-. Mientras añadía esto el dependiente emprendía el camino hacia la furgoneta de Nathalie, estacionada a la entrada del negocio, cruzándose en su camino con la extraña visitante, que se pronuncio en ese momento. -Cortavientos. Casi no te reconozco sin tu traje. ¿Es que acaso no tienes un minuto para una vieja compañera de equipo?-. Exclamo caminando sin rumbo definido hacia el interior del local, hasta detenerse a unos metros del hombre mientras continuaba de espaldas a este. -Despide a la joven y cierra el negocio. Hemos de hablar, Colin-. El hombre confundido ante las palabras de la encapuchada se giró hacia ella mientras mantenía la puerta entre abierta con su mano derecha. -¿Disculpe? Creo que me confunde. Debería marcharse antes de que llame a la policía-. La mujer contoneo su figura caminando de vuelta hacia la posición en la que se encontraba el hombre para colocarse justo ante sus ojos. -Llama a la policía Colin. Seguro que les encantaría saber que utilizas tu inmunidad como ex-agente del gobierno para sacar del país a mutantes que huyen de la represión de la nueva ley de registro-. Enuncio con sorna mientras giraba en torno a él. Tras concluir dichas palabras el dueño de «El Rincón de Colin» salió fuera y desde la acera le indico a Nathalie que montara en su furgoneta de reparto para llevarla hasta el callejón contiguo donde podría dejar las cajas apiladas junto a la puerta trasera del local. Con desconcierto la joven obedeció las indicaciones de su tío. Mientras volvía a cerrar la tienda oyó el estruendoso motor de la Ford Loba percatándose de cómo esta giraba en la esquina contigua perdiéndose en el callejón trasero.
El héroe antes conocido como Cortavientos, que ahora regentaba aquel negocio de recuerdos, se plantó ante la desconocida con los brazos cruzados en el pecho y aquella expresión de rabia contenida dibujada en el rostro, aguardando una explicación sobre aquella misteriosa visita. -Necesito tu ayuda, Colin-. La mujer dejo caer hacia atrás su capucha para que el hombre pudiese observar que el rostro que ansiaba conocer se escondía tras una máscara bicolor negra y carmesí. -¡Némesis!-. Exclamo en voz alta arrepintiéndose acto seguido de pronunciar aquel nombre. Deambulo nerviosamente a lo largo y ancho de aquel local. Se apresuro a volver a correr las gruesas cortinas color azulina que ocultaban de nuevo el escaparate, seguidamente comprobó que todas las cerraduras estuvieran bien cerradas y por ultimo tomo bruscamente a la mujer por el brazo conduciéndola hasta la pequeña trastienda donde apago las luces que hace escasamente unos minutos había activado. -Colin, tranquilízate no me ha seguido nadie. Soy una profesional, ¿Recuerdas?-. Aclaro la enmascarada mientras el hombre de color escrutaba con minuciosidad el callejón trasero, a través de la mirilla, esperando que Nathalie hubiese acabado su tarea y se hubiese marchado. Se giro sobre si mismo entre los temblores resultantes de intentar contener el nerviosismo que segundo a segundo se transformaba en miedo. -¿Qué demonios haces aquí? Es que estás loca ¿Qué buscas aquí?-. Ella miro en derredor con extrañeza mientras buscaba en su deambular errático entre las estanterías del pequeño almacén, extrajo su mano derecha del bolsillo de la gabardina para alcanzar un pequeño albarán y un bolígrafo que descansaban sobre una caja de madera repleta de abalorios séneca traídos en un viaje anterior de la joven aborigen, arranco una de la hojas y garabateo algo que mostró seguidamente a su anfitrión. Una gota de sudor frió recorrió el petrificado rostro de Colin cuando leyó aquel nombre que le era tan familiar; «Madison Jeffries».
Aquella Ford Loba color verde giro a la derecha en la esquina tras ver el color verde resplandecer en el semáforo, accediendo a una gran avenida que siempre estaba colapsada por el tráfico mercantil de la zona pero que hoy, más que nunca, bullía con un tremendo estrés. Nathalie estaba preocupada, le sudaban terriblemente las manos signo inequívoco del nerviosismo, con lo que asir el volante fuertemente se convertía en una ardua tarea. En su cabeza bullían miles de ideas y conjeturas sobre la identidad de aquella misteriosa mujer que había visitado a su tío Colin en la tienda alterándolo hasta el punto de cerrar la tienda. Se preguntaba si había hecho bien en abandonar el lugar o si la integridad del hombre correría riesgos alguno, así que tras unos minutos tubo la intención de girar para regresar al punto de partida pero una fuerte pitada de un camión de mercancías que circulaba detrás de ella la disuadió de tal acción logrando de paso centrar su atención en lo que en aquel momento ocurría a su alrededor.
En las aceras la gente corría de un lado a otro, llevadas por la angustia y el pánico, las tiendas que llevaban escasas horas abiertas al público se apresuraban a cerrar las verjas y cancelas de seguridad dando por finalizada la jornada laboral, la circulación se hizo densa y pesada provocando que los vehículos permanecieran detenidos por largos minutos a lo largo de los cuales se extendía su sonora melodía de pitadas ensordecedoras que le provocaban a Nathalie un severo dolor de cabeza. Embargada por la curiosidad bajo lentamente de la furgoneta de reparto que conducía observando la tremenda cola de automóviles formada delante y detrás suya. Se puso de puntillas y se alzo unos centímetros sobre el pavimento pudiendo alcanzar a ver un cordón policial, así como varios agentes, fuertemente armados, desviando el tráfico hacia calles secundarias con lo que lograban despejar la avenida. Pero la curiosidad que había tomado en ella el lugar que antes ocupaba la preocupación podía más que su racionalidad llevándola a subir sobre el vehículo con el objetivo de lograr otear el horizonte más allá de la línea de seguridad establecido por la policía. Logro su objetivo. Pudo observar como dos Alpha Wagon, los transportes aéreos donde solían viajar los Épsilones Negros, la fuerza policial que contenía amenazas de súper-hombres no registrados, aterrizaban en medio de una zona acondicionada por la Policía Montada en medio de la avenida por la que se encontraba circulando. Un escalofrió recorrió su cuerpo que aun desconociendo la razón volvió a temer por la vida de su tío; Colin Hume.
El portalón trasero que daba acceso a la bodega del Alpha Wagon se abrió estruendosamente nada mas posarse sobre el asfalto de aquella avenida, cuando aun el segundo se encontraba realizando la maniobra de aproximación. Eugene Milton, el nuevo portador de la armadura Box descendió lentamente por aquella rampa improvisada, con aquel aire altanero y presuntuoso que le habían hecho ganarse la enemista de los cuerpos de seguridad nacionales, encabezando el primer grupo de épsilones negros que le seguían de cerca abandonando organizadamente la aeronave, tras tomar los fusiles que descansaban en armeros situados cerca del portalón a ambos lados de la bodega de carga, prestos a recibir las ordenes de su líder que los distribuía a lo largo de la calle en posiciones estratégicamente designadas.
Una agente de policía que lucía su placa identificadora colgada del cinturón se aproximo hasta Box con cierto temor, el cual despertaba en ella el agente del gobierno. -Buenos días señor…-. Eugene giro la cabeza hacia ella sin añadir ni una sola palabra observándola fríamente de arriba a abajo, logrando que un escalofrió recorriera el cuerpo de la mujer, que en aquel momento se detuvo a admirar la tremenda altura y corpulencia del héroe sintiendo una desagradable sensación de empequeñecimiento. La mujer trago saliva. -El objetivo es una tienda de recuerdos situada en la calle contigua llamada «El Rincón de Colin». El plano del edificio ha sido cargado en la base de datos de los épsilones. El objetivo principal es la mutante conocida como Némesis y el objetivo secundario es el dueño del negocio Colin Hume el mutante antes conocido como Cortavientos. Posee inmunidad gubernamental aunque llevamos meses investigando su negocio, creemos que es una tapadera para ayudar a mutantes a salir del país, huyendo de la ley de registro-. Sin mediar palabra alguna Box prosiguió su camino hasta el cruce entre la avenida en la que se encontraban y la calle que conducía hasta la adyacente donde se encontraba el objetivo de la misión. La mujer lo siguió con la mirada mientras se alejaba y respiro aliviada mientras a través de la radio informaba a sus subordinados que prosiguieran con la operación de desalojo de la zona.
Los pesados pasos de Box hacían retumbar el asfalto bajo sus pies como truenos contenidos bajo el pavimento en su caminar hasta pocos metros frente a la puerta de cristal de la tienda de recuerdos de Colin donde llevo su mano derecha hasta el casco que portaba para modular su voz que resonó entre los edificios vacios con la fuerza de un potente megáfono. -Amelia Wheatherly. Colin Hume. Salgan del local sin oponer resistencia y con las manos en alto-. Los minutos transcurrieron lentamente inmersos en el más absoluto silencio reinante en las calles vacías de toda la manzana, a lo largo de los cuales el héroe de la armadura no movió ni un musculo de su cuerpo permaneciendo inmóvil en su postura desafiante ante la puerta de la tienda. Los estruendosos pasos de una decena de épsilones fuertemente armados se aproximaban hasta él desde su espalda, mientras en las azoteas colindantes varias decenas más tomaban posiciones como francotiradores prestos a reaccionar a cualquier posible ataque de los mutantes que buscaban. – ¡Bouchard, Morin!-. Box exclamo en alto sus nombres a la vez que les indicaba con su mano derecha que se adelantasen hasta la puerta del local, cuando dos soldados adelantaron su posición saliéndose de la formación de diez con el fin de formar un fuerza de asalto de dos. Apostados a ambos lados de la puerta de entrada, que de nuevo se encontraba cubierta por la cancela de seguridad, Jaden Bouchard y Darren Morin respiraron profundamente llenando sus pulmones de aire como si fuese la ultima bocanada que pudiesen tomar en su vida, apartaron los seguros de sus armas y las baterías de energía zumbaron levemente indicando que estaban listas para ser disparadas, en la distancia que les separaba de su líder observaron las indicaciones de este para que entrasen en acción. Se giraron con la rapidez de un destello a la vez que Bouchard se disponía a patear la cancela en la puerta cuando un fogonazo les cegó momentáneamente unos breves instantes. Para cuando Morin tomo conciencia de su entorno de nuevo la espada alma atravesaba el pecho de su compañero para seguidamente ser extraída por su misteriosa portadora; Némesis, que ahora la blandía contra él. Colin Hume que se encontraba junto a ella oyó la voz de su antiguo compañero de equipo ordenando a sus hombres abrir fuego contra los mutantes que perseguían. -¡Amelia sácanos de aquí! ¡Ya sabes donde esta Jeffries! ¡Vamos!-. Para cuando la lluvia de proyectiles comenzó a impactar contra la fachada del edificio, destruyendo por completo lo que antes había sido la tienda de recuerdos, Némesis y Colin ya se encontraban muy lejos de allí.
Nathalie conducía tranquilamente devuelta hacia la reserva Seneca en las proximidades del lago Ontario, el hogar de su familia desde hacia generaciones. Aunque se sentía muy atraída por la vida fuera de la reserva el bullicio reinante en las grandes ciudades embotaba sus sentidos y la hacía odiar el momento en que abandonaba el poblando. El mejor amigo de su padre; Colin Hume, antes agente de la División de Recursos Superhumanos de Roxxon Oíl, donde ambos se conocieran, dedicaba su tiempo a regentar una tienda de artículos sénecas abastecida por los productos generados en su propia reserva y en su tiempo libre recogía en un libro las leyendas sobre su tribu que ella misma le narraba cada miércoles, día en que viajaba hasta Toronto para llevar nuevos suministros al dueño de «El Rincón de Colin», como había bautizado el negocio. Tras años de confraternización había tomado mucho cariño al excompañero de su padre, a quien conocía desde su niñez habiendo tomado este parte en los momentos más importantes de su infancia, ganándose el título de «Tío Colin». Aunque su tío era un hombre de un carácter algo tosco siempre aguardaba con impaciencia el día de la semana en que la joven lo hacía feliz con su visita, ansiando escuchar de su boca los mas fantásticos relatos de la mitología séneca, pero hoy había ocurrido algo que se escapaba a su comprensión, la visita de una misteriosa mujer encapuchada había generado el rechazo de su tío, más aun, una extraña movilización de cuerpos policiales en los alrededores de la tienda sumada a la inesperada visita la sumaban en una total intranquilidad.
Paseaba ahora erráticamente de un lugar a otro cerca de la orilla norte del lago Ontario, a escasos metros del lugar donde había estacionado el desvencijado furgón de reparto que manejaba. La música emitida por la radio del automóvil sonaba a lo lejos proporcionando un fondo a la bella estampa que componían los hermosos arboles que crecían cerca del lago. Cuando era niña soñaba con abandonar la reserva, dejar a tras tanto misticismo y abrir los brazos a la sociedad así que muchas veces se fugaba de su hogar para no ir más lejos de la orilla del lago donde pasaba las noches observando las estrellas, desde aquella ya lejana época el lago se había convertido en su reducto de la soledad, donde las preocupaciones desaparecían en las tranquilas aguas muertas que bañaban las orillas. Estaba muy nerviosa y buscaba erróneamente en la calma en las tranquilidad ambiental, en la sudorosa mano oculta en el bolsillo del pantalón se encerraba el teléfono móvil por el que hace unos escasos minutos había hablado con su madre sobre lo ocurrido en la ciudad, así tras haber oído las tranquilizadoras palabras sobre el estado de su tío, aguardaba ahora ansiosamente una llamada que confirmara el bienestar de este, así el tiempo corría pero aunque compulsivamente mirase una y otra vez el celular la llamada no se producía. El suelo tembló y un fogonazo llamo la atención de la joven sobre la furgoneta que con los ojos abiertos como plato pudo contemplar atónitamente como su tío Colin había aparecido en escena portando entre sus brazos a la herida y misteriosa mujer que adolecía de una herida de bala en el hombro izquierdo. – ¡Nathalie! ¡Rápido llévanos junto a tu padre!-.
Despertó sobresaltado encontrándose en aquel lugar que le resultaba desconocido. Observaba con suspicacia en derredor, escrutando cada detalle que se alza a su alrededor; el papel pintado de tonalidades ocres, la pequeña cama de madera en la que se encontraba, aquella cálida y colorida colcha de hilo que lo cobijaba, además del escaso mobiliario realizado en madera tallada componían un conjunto que dotaba a todo el entorno de un aire rustico que a cada momento le resultaba más ajeno a la vez que desconcertante. Recorrió con su mirada toda la estancia, desde los pequeños retratos de niños colgados de la pared, hasta una pequeña ventana que existía a su derecha, sobre la cual pendían cortinas de color teja recogidas con lazos a ambos lados, culpable de permitir el acceso aquellos débiles rayos de sol que le habían despertado mientras comenzaban a despuntar en el horizonte.
Intento ponerse en pie por medio de un esfuerzo que le resulto dantesco debido a la resistencia que ofrecía su dolorido cuerpo, que lo atormentaba con severos dolores, hasta lograr alcanzar una posición más descansada sentado a los pies de la cama, donde se reconforto con el calor que aquellos débiles rayos de sol le aportaban. Agacho la cabeza mientras posaba inconscientemente su mano sobre las sabanas blancas entre las que, hasta hace escasos segundos, había descansado. Algo se removía incesante en su interior gritándole a viva voz que extrañaba algo, pero aun observando las palmas de sus manos desnudas y vacías no lograba recordar que era aquello que su ser añoraba. Aunó fuerzas, extraídas de la flaqueza, para alzarse en pie y caminar lentamente hasta un espejo colgado en la pared, frente a los pies de su cama pendiendo sobre un aparador, también de madera tallada. Observo atentamente su imagen reflejada en la superficie del espejo y deslizo la yema de sus dedos sobre él, dibujando el contorno de su rostro con la extraña sensación de no reconocer su propia faz; su piel era oscura como el ébano, en su mirada perpleja dos pupilas oscuras como la noche brillaban con desconcierto, un largo y enmarañado pelo negro caía sobre rostro cubriéndolo con la ayuda de una espesa barba, mientras en su pecho un extraño tribal tatuado llamo su atención. El conjunto era un rostro que no conocía, un completo desconocido para sí mismo.
La puerta de la habitación chirrió levemente y una frase anuncio la llegada de un visitante. -Vaya no esperaba encontrarle despierto señor Walters-. Sam Abay el guardabosques de la reserva Inuit entro en la estancia vistiendo su uniforme de trabajo y portando entre sus manos una bandeja con comida que deposito sobre el aparador cerca de la posición que el hombre de color ocupaba frente al espejo mientras lucia una amistosa sonrisa.
-Me ha llamado Sr. Walters. ¿Es ese mi nombre? ¿Walters?-. Preguntó con un tono evidentemente desconcertado mientras se aproximaba al guardabosque.
-¿No recuerda nada, verdad?-. Asumió Sam. -Bien le pondré en situación, siéntese-. Le brindo con la mano a que tomara asiento sobre la cama mientras él mismo hacia lo propio en una silla que descansaba junto a un escritorio cercano. -Veamos. Empecemos por el principio. Me llamo Samuel «Sam» Abay y hace dos días mientras conducía de regreso a casa algo enorme cayó desde el cielo envuelto en llamas, estrellándose contra la carretera y creando un cráter enorme. Cuando me recompuse me asome a su interior y allí se encontraba usted, inconsciente y cubierto por ese manto rojo que mi esposa lavo y guardo en el armario que tiene usted aquí-.
-Si aparecí en el interior del cráter, ¿Como conoce usted mi nombre?-. Añadió extrañado el hombre. -¿Usted dijo que me llamaba Walters?-.
-Simon Walters. Ese creímos que era su nombre. Al menos ese nombre rezaba sobre unas placas del ejercito que cuelgan sobre de su cuello-. Simon las acariciaba según Sam hacía referencia a ellas, extrañamente no se había percatado de la presencia de estas cuando admiro su reflejo.
Repetía una y otra vez su nombre susurrándolo en voz baja intentando habituarse a él, intentando quizás hallar una sensación de familiaridad en él para dejar de sentir esa sensación de desplazamiento que no comprendía. Unos golpes secos resonaron en la distancia y unos nudillos picando una puerta se dibujaron en su mente, Sam se levantó presuroso para abrir la puerta, permitiendo la entrada a su hogar al Sheriff de la reserva, el cual, según el guardabosques, había anunciado horas antes la intención de regresar para interrogar al desconocido. Simon asintió con la cabeza en silencio viendo alejarse a su anfitrión. De nuevo a solas giro la cabeza para observar su rostro en el espejo sin cesar de preguntarse; «¿Quién es Simon Walters?».
Aquellos focos que brillaban tan intensamente frente a él se apagaron súbitamente tras las últimas palabras que Krista Errickson había dedicado al público, a modo de epitafio final en aquel programa especial que la cadena nacional CBC dedicaba a las víctimas del atentado mutante, llevado a cabo hace unos días en el parque Landsdowne, atribuido a Jean-Marie Beubier, la antiguamente agente gubernamental conocida como Aurora, la cual ahora se hacía llamar Crepúsculo.
Sus respectivos micrófonos fueron retirados por técnicos de sonido, liberando a ambos contertulios de aquellas sillas forradas en piel en las que habían permanecido por horas, oyendo testimonios de victimas y afectados por el aquel monstruoso ataque contra inocentes. Krista se levanto para estrecharle la mano expresando sentirse orgullosa de haber compartido aquel programa con el agente Louis Sandler Jr., un verdadero héroe nacional, aunque en su interior el no se sentía como tal. La presentadora se alejaba del lugar dejándole en el centro de aquella vorágine de movimiento en la que cámaras, técnicos de sonidos, iluminadores y demás desmontaban todo el material que habían utilizado en la realización del evento. En unos minutos se encontró solo, en aquel lugar que amenazaba con engullirle y sepultarlo en el olvido, donde solo sus pensamientos brillaban. Una mano se poso sobre su hombro haciéndole regresar de aquel lugar interiorizado. -Agente Sandler, es un verdadero placer poder conocerle-. Un hombre corpulento de mediana edad y en cuyas sienes haya despuntaban varios mechones canosos le saludaba embargado por la emoción. -Soy el reverendo Ian Harper, hemos hablado brevemente durante el programa-. Louis asintió afirmativamente recordando a su acompañante de una charla previa. -Oh si, ¿Cómo esta reverendo?-. El hombre le sonrió y entrelazo emocionado sus manos para seguidamente extraer del bolsillo interior de su chaqueta una tarjeta de visita que entrego al agente, el cual la acaricio sintiendo bajo sus dedos las pequeñas letras negras en relieve. -Dirijo una pequeña comunidad de feligreses que estarían encantados de que les dirigiera unas palabras de esperanza que arrojaran luz en estas horas oscuras que vivimos-. Louis intento articular palabras a modo de réplica, pero se sintió incapaz, limitándose a mirar al ministro de Dios con mirada de desconcierto. -Mañana a las diez de la mañana.- El hombre sostuvo las manos del agente entre las suyas propias y añadió unas palabras antes de marcharse. -Quizás nuestro Señor tenga también consuelo para su alma, agente.- Una sonrisa. Un adiós. Soledad.
Llega este nuevo número, que aunque tenía casi terminado hace mucho tiempo, los problemas personales me han impedido acabarlo antes. En esta misma sección del número anterior os emplazaba a que conocierais mi propio blog donde además de los números de esta serie podríais encontrar más información y trabajos relacionados con la misma así como mi afición a escribir. Bueno. Si alguien ha intentado acceder a dicha ubicación habrá comprobado que no existe o que ha sido «cancelado» dicho blog. Un percance con las nuevas tecnologías me ha llevado a perder el blog, que realmente ah día de hoy aun no sé ni como ha sucedido, y parte del material que en el guardaba, la cuestión es que no funciona, así que he tomado la decisión más lógica que no es otra que la de transferir todo el material que poseo a Carlos por si él quiere darle cabida en alguna sección de la web. Mis más sinceras disculpas.
Sin más preámbulos y dejando a un lado las disculpas que se, están convirtiendo en una costumbre, paso a comentar el numero.
Continúa desarrollándose la trama que llevara a la definitiva formación del grupo. Han comenzado a aparecer mas personajes clásicos como; Cortavientos y Némesis en un nuevo status muy diferente al que nos tenían acostumbrados. Prosigo cimentando el camino que llevara al grupo a un nuevo lugar donde nunca ha estado, ¿Impacientes? Pues seguid leyendo… Espero que no resulte muy farragoso de leer y que se pueda seguir claramente el hilo de la historia.
No hay mucho mas que añadir así que como siempre… Un saludo y gracias.