#3 – Queen III
Cazador
Por Nahikari
Coguionista: Carlos Fortuny
Fecha de publicación: Mes 178 – 2/13
«Mi padre tenía razón… El dinero o la fama no eran tan importantes como respirar. Lo esencial sucede y lo demás es prescindible.» – Angus Young
Cerca del poblado indígena, lugar desconocido, Indonesia.
Aquel parecía ser un día como otro cualquiera, salvo por la especialmente intensa mañana de cacería, y Oliver y Saudara recorrían el camino de vuelta al poblado. Su paso era lento, pues cargaban con los conejos y los jabalíes apresados, pero no se detuvieron en ningún momento. Aquel día hacían el camino de vuelta especialmente contentos, pues habían conseguido alimento suficiente para varios días.
Pronto comenzaron a escuchar el murmullo de un riachuelo cercano, lo que les extrañó, ya que esto no era para nada habitual. Desde que vivía allí, Oliver había visto innumerables veces como los niños de la aldea jugaban en aquel agua, dejando que sus risas resonaran en el bosque, mucho más por encima que el tímido susurro del flujo del agua. Pero esta vez no había nadie por allí, sólo los rayos del sol que atravesaban los árboles y golpeaban las aguas del pequeño rio. A pesar de ello, no se alarmaron, pues con todo lo que habían cazado ese día se habían retrasado, y era bastante probable que las mujeres hubieran ya reclamado la vuelta de los retoños.
Sin embargo, esto cambió al llegar al poblado. Ya no se oía el arrullo del río, pero tampoco el ruido de los instrumentos de trabajo, ni las voces de sus convecinos. Entraron por la zona de trabajo, donde los indígenas construían sus utensilios y ropajes, pero no parecía haber actividad alguna. Algo había pasado, no cabía la menor duda, y con una sola mirada entre ambos, Saudara y Oliver supieron cuál era el siguiente paso. Soltaron la carga y corrieron a casa de Benteg, pero antes de llegar a ella, se encontraron con la horrible sorpresa.
Varios cadáveres, apilados los unos sobre los otros, se encontraban frente a ellos. La zona había quedado arrasada. Las casas habían sido saqueadas, y en algunos casos incluso derruidas. Con el horror dibujado en su cara, ambos corrieron por toda la aldea en busca de algún superviviente, pero nada… Allí no había nadie más.
– <¿Dónde están los demás?> – preguntó Saudara a Oliver, como si este tuviera la respuesta.
– <Les encontraremos, tenlo por seguro…> – intentó reconfortarle, si es que esto era posible.
Oliver contó los cadáveres de ambos montones, y vio que no eran más que doce las personas que se encontraban apiladas.
– <Puede que hayan escapado, falta mucha gente.> – dijo Oliver.
– <O puede que estén muertos.> – señaló su amigo y compañero, preparándose para lo peor. – <Aun así tenemos que encontrarlos. Tengo que encontrar a mi padre>.
Saudara había sido especialmente firme en sus últimas palabras, lo que terminó de dar a Oliver la fuerza que necesitaba. Se dirigieron de inmediato al cobertizo de las armas, y se surtieron con flechas y dagas aún más afiladas, por lo que pudiera pasar; al menos eso es lo que se habían transmitido el uno al otro. Entonces, Saudara echó una piel sobre su pecho desnudo, haciendo que esta lo cruzara desde el hombro derecho a la cadera izquierda, y hundió sus dedos corazón e índice en una pira cercana.
– <¿Estás listo, hermano?> – le preguntó Oliver, observando con curiosidad lo que hacía. – <Creo que deberíamos ir hacia el noroeste, he encontrado esto…>- le mostró una cinta de cuero con la que Minum solía decorar su cabeza. <Nos ha dejado una pista.> – señaló finalmente y se enrolló el cordel en la muñeca derecha.
Saudara miró el objeto de reojo, incrédulo. Puede que fuera una pista de la chica, pero se aseguraría de ello haciendo uso de sus conocimientos como cazador.
– <Estoy listo…> – respondió pintando una línea sobre sus ojos, que recorría su cara de lado a lado, con el hollín con el que había manchado sus dedos.
Lugar desconocido, Indonesia.
Habían seguido la dirección del cordel. Esta parecía correcta, ya que minutos más tarde encontraron huellas recientes, así que continuaron por esta senda, atravesando el bosque. Fueron detectando distintos rastros que les permitían continuar, y tras unas dos horas de recorrido, se encontraron en la falda de una montaña.
Saudara se detuvo de repente, su determinación estaba flojeando.
– <¿Qué pasa? Vamos, no podemos perder tiempo.> – le dijo Oliver.
Su amigo se quedó en silencio, pensativo. Nunca había estado en aquella montaña, ni en las contiguas. Nadie en el poblado había estado nunca en ellas ni pasado al otro lado, ya que la pequeña cordillera era considerada el hogar de los espíritus de la naturaleza; los cuales, desde aquella posición, eran capaces de vigilar todo el bosque. Por aquel motivo, Saudara se había pensado dos veces el pisar suelo sagrado, pero sabía que no le quedaba otra alternativa.
– <Saudara, vamos.> – insistió Oliver dándole una palmada en el hombro, y su amigo reaccionó.
Comenzaron a subir por la montaña, un tanto escarpada, valiéndose únicamente de sus manos y pies. Esto, junto a las armas que cargaban, les dificultó algo la subida, pero con gran esfuerzo consiguieron asomarse a la cima.
Esta era frondosa, y la vegetación no les permitía ver qué había al otro lado, pero a medida que descendían por la ladera, los árboles y matorrales iban disminuyendo. Ya al otro lado, se encontraron en una zona mucho menos frondosa, y hallaron algo sumamente extraño.
Tal y como pensaban, se encontraban cerca del mar, pero lo que no imaginaba Oliver es que en aquel lugar encontraría un embarcadero, que aunque bastante rudimentario, tenía un pequeño barco y algunas barcas atracadas; además de lo que parecía un almacén formado por algunas cajas y bidones. Saudara miraba aquello sin comprender, y cuando trató de avanzar para inspeccionarlo mejor, Oliver le detuvo.
-<Tenemos que tener cuidado, puede haber alguien.>
– <¿Dioses?> – preguntó Saudara.
«O algo peor, me temo…» pensó Oliver e hizo un par de gestos a su amigo para que le siguiera en silencio. De puntillas, y ocultándose tras los matorrales, consiguieron acceder hasta el embarcadero y ocultarse tras una de las grandes cajas de madera. Segundos después, oyeron como alguien salía de entre los árboles y se acercaba al muelle. Este hombre fue seguido de otro más joven, que pronto le dio alcance y comenzaron a hablar.
– Otra vez haciendo el trabajo sucio… – se quejaba el más joven.
– Así son las cosas, aunque tengamos una ayudita extra, seguimos siendo unos pringados; pero así es como se empieza. – respondió el otro.
– ¿Empezar, viejo? ¿Cuántos tienes? ¿30?
– 25. Descerebrado. – respondió dándole un coscorrón en la cabeza. – No pretendas estar dando órdenes siendo un mocoso.
– Chorradas… – dijo frotándose la cabeza en el lugar donde había recibido el golpe. – Deberíamos estar dando órdenes mientras los indígenas pican.
– Calla la boca, y empieza a trabajar de una vez… – le ordenó al chico y ambos empezaron a trabajar en el barco.
Oliver apretaba los dientes, conteniéndose para no salir en busca de esos dos tipos, mientras Saudara esperaba que le explicara qué estaba pasando. Cuando consiguió controlarse le contó lo que pasaba. Le contó cómo parecía que aquellos hombres habían destruido el poblado, y se habían llevado algunos rehenes para que trabajaran para ellos. Ahora era el momento de encontrar a sus amigos y vecinos. «Una mina.» Pensó rápidamente Oliver. «Por aquí debe haber alguna mina.»
Cerca de allí, tras el follaje, se abría un claro en el que se encontraban varios soldados vigilando un par de entradas. La entrada a dos minas.
– Esto es un infierno… – se quejó por el calor uno de ellos, volviendo a remangar por enésima vez las mangas de su chaqueta. – Y aún nos quedan varias horas.
– Varias horas de disfrute. – sonrió otro soldado con malicia, mientras se quitaba la gorra para abanicarse con ella. – Tenemos controlada la situación, así que…
No llegó a terminar la frase, pues algo tiró de su gorra y la clavó en la roca junto a una de las entradas. Una flecha. Era una flecha la que le había arrebatado su improvisado abanico.
– ¿Pero qué …? – dijo otro compañero, al darse cuenta de qué se trataba.
Todos comenzaron a mirar a su alrededor, pero no hallaron nada, la vegetación del lugar no les permitía ver más allá. Sin embargo, pronto tuvieron ante sus narices lo que estaban buscando.
Saudara salía del otro lado, del de las minas, tras los soldados, y conseguía noquearlos en pocos segundos. Dos de ellos quedaron inconscientes al hacer que chocaran sus cabezas entre si, mientras que con otro mantuvo una fugaz lucha que acabó con el soldado tirado en el suelo maldiciendo su suerte. Los otros dos, que trataban de ayudar a los anteriores, se vieron interceptados por Oliver, que salía de entre los matorrales arco en mano, atacando las extremidades de los hombres. Una vez tuvieron controlada la situación, procedieron a dirigirse rápidamente a las minas, pero varios hombres más salían de estas al oír ruido fuera.
– <Yo iré a por esos, ¿Te encargas de los otros?> – gritó Oliver a su amigo.
– <Claro, hermano> – respondió Saudara, y ambos se dividieron.
Saudara se desvió entonces hacia la mina que había en la izquierda, de donde dos hombres salían portando sendos rifles. Era la primera vez que el joven veía un arma de aquel tipo, pero se lo tomó como si se tratase de un nuevo animal al que trataba de dar caza: distancia, precaución y rapidez, era todo lo que necesitaba.
Aprovechó su ventaja, pues los soldados salían bastante desconcertados del lugar, y su desconcierto aumentó al ver a aquel indígena cubierto con pieles y la cara pintada. Saudara tomó su daga y la lanzó al muslo de uno de los hombres, acertando de lleno en el músculo, y haciendo que este terminara retorciéndose en el suelo. El otro soldado disparó entonces, temiendo haber subestimado aquel salvaje, y en efecto así era. Saudara evitó las balas con sus rápidos movimientos, y se dirigió hacia el tipo, enfrentándose a él cuerpo a cuerpo. Asestó un duro golpe en uno de los puntos vitales, y consiguió dejar KO al soldado.
Por su lado, Oliver se había visto inmerso en un océano de disparos, tanto de rifles como de flechas. También había contado con la ventaja del desconcierto, pero estos tres soldados habían tenido menos reparo en disparar. Oliver se lanzó rodando por el suelo, tratando de esquivar la primera ráfaga, y lo consiguió de forma milagrosa. Al levantarse contraatacó con sus flechas, pero sólo consiguió derribar a uno de los tres.
Los dos soldados restantes volvieron a disparar a Oliver, y este, sin sitio para desplazarse, acabó por recibir un disparo en un costado. La ocasión era la idónea para que los dos soldados pudieran rematarle, pero Saudara apareció en su ayuda y los noqueó con una piedra que había tomado cerca de allí.
– <¡Hermano!> – gritó Saudara, a la vez que se dirigía hacia Oliver, que tendido en el suelo, presionaba su herida.
– <Rescata a los nuestros.> – le imploró Oliver. – <Estoy bien…>
Saudara le miró con recelo, pues no había creído que estuviera bien, pero sabía que sería inútil insistir. Se levantó con rapidez y se dirigió a una de las minas. Al fondo de la misma, halló a una quincena de personas encadenada por los pies, picando en la mina. Entre ellas, se encontraba Benteg, su padre. Ambos se dieron un fuerte pero fugaz abrazo, y se dispusieron a dirigir al resto al exterior
Todos salieron contentos por ser rescatados, pero aún temerosos por no entender qué es lo que estaba pasando. Pronto vieron a Oliver y se dirigieron hacia él, mientras Saudara se adentraba en la segunda mina, y Benteg se quedaba a cargo del grupo.
El panorama que se encontró aquí era completamente diferente, pues ante el silencio y trabajo de la otra mina, en esta parecía reinar el caos. Al salir los otros soldados, los indígenas secuestrados habían conseguido revelarse contra el que quedaba en el interior; le habían desprovisto de su arma, y entre varios le sujetaban y daban golpes, mientras pensaban en usarlo como moneda de cambio para su liberación. Al llegar Saudara, todos se quedaron boquiabiertos, y dieron gracias a los dioses, pero este es quien más sorprendido se vio al comprobar que sólo los hombres del poblado se encontraban allí. Cuando Saudara trataba de explicarles la situación, escucharon una voz, casi un gemido, que cada vez era más cercana.
– <Soltarle…> – susurró Oliver, sujetando su costado. <Soltar al soldado…> – les volvió a decir con la mirada llena de ira.
Bajo el agua. Lugar desconocido, Indonesia.
Agitaba sus brazos y piernas, tratando se salir a la superficie, pero la fuerza de aquel hombre se lo impedía. Se sentía débil, y su visión bajo el agua comenzaba a ser borrosa. Pensaba en lo que le había llevado allí. Hacía tres años que trabajaba para aquella mujer, traicionando sus propios ideales, deshonrando a su familia, pero para él ese era el único modo de poder prosperar. Si no fuera porque había comenzado a tragar agua, estaría gritando por el dolor en su cabellera. Entonces, el hombre rubio tiró hacia arriba, y le sacó a la superficie por los pelos.
– ¿Vas a hablar de una vez? ¿O tengo que seguir haciendo esto hasta matarte? – le gritó Oliver enfurecido, ante un preocupado Saudara.
El hombre no respondió, solamente tosía. No quería tirar por la borda el trabajo de los últimos tres años, pero morir no era una alternativa. El joven rubio, que le sujetaba por los pelos desde el pequeño muelle, volvió a sumergirlo bajo el agua. Esta vez no hubo pataleos, y la visión borrosa se convirtió en un incipiente mareo.
Saudara observaba a Oliver agachado en el muelle, sujetando por los pelos a aquel hombre, y manteniéndolo hundido bajo el agua. Aquello no le gustaba nada. Si el soldado no había hablado aún, dudaba que fuera a hacerlo, y Oliver parecía realmente dispuesto a acabar con su vida. Se acercó lentamente, y apoyó su mano sombre el hombro de Oliver.
– <Déjalo, es inútil. Encontraremos a las mujeres y niños nosotros mismos. > – le susurró, y Oliver se giró para mirarle.
No tenía claro si aquel mareo había influido en ello, pero el soldado había tomado una decisión, y la mantendría hasta el final, aquello era lo que debía hacer. De pronto, el hombre rubio volvió a levantarle, pero antes de que este hablara, fue él quien emitió un confuso balbuceo.
– Abruare…
– ¿Cómo dices? – preguntó Oliver con dureza, subiéndolo al muelle y poniéndolo boca abajo sobre este.
– Hablaré… – consiguió decir el hombre con más claridad, a la vez que tosía y escupía agua.
El joven Queen no le dio más que un minuto, en seguida, volvió a tomarlo por su cabellera, en aquella postura de decúbito prono, con la cabeza mirando hacia el lado en el que se encontraba Oliver.
– ¿Dónde están los demás?
El soldado jadeaba, pues aún no había conseguido respirar con normalidad.
– En Korupsi, – jadeo – están todos allí.
– ¿Para qué? ¿Para qué los queréis? – le gritó al oído, ante el confuso semblante del resto de indígenas, quienes no comprendían el idioma.
– No… No lo sé. – tosió, y Oliver levantó su cabeza del suelo para golpearla contra este.
– ¡He dicho que para qué!
– No lo sé… Lo juro, no lo sé…
Oliver volvió a propinarle otro golpe, y le hubiera asestado el tercero, si no fuera por la mirada que le echó Saudara.
– Está bien… – se resignó. – Dime entonces qué está pasando. Se me está agotando la paciencia, así que te recomiendo que te des prisa.
– Yo no… Yo no quería. – sollozó el soldado.
– ¡No te he preguntado qué querías! ¡Responde a lo que te pregunto!
– Somos soldados, pero… No trabajamos para Pembunuh aquí, sino para Chian Na Wei; el Sr. Pembunuh no sabe nada. Yo no quería… Los fieles a Perut fueron encarcelados, no quería acabar igual, quería… – Oliver le tapó la boca.
– No me interesa. – le dijo y destapó su boca y le soltó. – Ahora te ataremos y te dejaremos junto a aquellas cajas. ¿De acuerdo?
El hombre asintió tembloroso, temiendo lo que le sucedería cuando sus compañeros le encontraran allí.
Oliver transmitió las palabras de aquel soldado a sus compañeros indígenas, y Saudara le preguntó qué debían hacer ahora. Oliver sabía qué hacer, pero no tenía claro el cómo. Debía ir a Korupsi y liberar al resto, así como liberar a los seguidores de Perut y posiblemente ayudarles a iniciar una revolución que derrocara definitivamente a Pembunuh. Tenía que encontrar a los responsables de lo sucedido.
El barco se mecía suavemente junto al muelle, sujeto a este únicamente por una desgastada cuerda. Oliver se encontraba inspeccionando la nave, buscando en ella todo lo que pudiera serle útil, e intentando averiguar cómo manejar aquel pequeño barco. Tras un par de horas, ya se encontraba completamente recuperado, y la herida de bala, que no resultó más que un rasguño, una herida superficial, no le impediría continuar. En seguida estuvo listo para zarpar, para dirigirse a Korupsi y liberar a todos, para hacer lo que debía hacer. Y todo aquello, pensaba hacerlo solo.
– <¿Dónde te crees que vas?> – le preguntó Saudara, mientras de un par de zancadas subía la escalinata del barco.
– <Ya lo sabes. Nuestros amigos están en Korupsi, iré y los traeré de vuelta. Además las gentes de Korupsi tampoco están a salvo, tengo que ayudarles.>
– <Tenemos que ayudarles.> – le corrigió Saudara.
– <¿Tenemos? No, no, iré sólo, no quiero que haya más heridos. No puedes venir conmigo, hermano. >
– <No se trata de mí, se trata de todos nosotros… > – hizo que Oliver se girara para ver a los quince hombres supervivientes esperando en el muelle, listos para partir.
– <De eso nada Saudara…>
– <Te agradecemos lo que intentas, pero estamos dispuestos a luchas por nuestras mujeres, hermanas e hijas. Iremos contigo.> – Saudara fue firme en sus palabras, y Oliver no pudo más que suspirar. – <Además… ¿En serio piensas que te iba a dejar ir solo?> – añadió esbozando una gran sonrisa.
– <Realmente no…> – dijo abrazándole.
Con la ayuda de todos, en poco tiempo habían reunido lo necesario para la gran batida, los diecisiete se encontraban ya a bordo, y Oliver tomaba el timón de la embarcación.
– <Adelante, se nuestro guía en la liberación de los nuestros, llévanos hasta ese lugar.> – dijo de pronto Benteng, que hasta el momento se había mantenido en un discreto segundo plano.
Entonces, comenzaron a repartir varios cuencos con un ungüento negro, y todos fueron untando sus dedos índice y corazón en él. Hecho esto, pintaron en su rostro una línea que pasaba por sus ojos, tal y como hiciera Saudara anteriormente.
Oliver hizo lo mismo y colocó su capucha ensombreciendo su cara. De aquel modo, era casi irreconocible.
– <Así lo haré. ¡Traeremos de vuelta a los nuestros!> – gritó levantando su arco en alto.
– <¡Si!> – gritaron todos levantando sus respectivas armas.
Lugar desconocido. Korupsi, Indonesia.
Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba allí encerrado. Lo que en realidad habían sido 5 años, a él le parecían una vida entera. Tratando de alcanzar un cuenco de agua sucia, arrastraba su famélico cuerpo por el suelo, aguantando el dolor de los últimos golpes recibidos, y sacando fuerzas de donde no las había.
La muerte se habría convertido en su más anhelado deseo, si no fuera porque su sed de venganza era aún mayor. La idea de poder devolver todo el daño recibido era tan fuerte, que era lo único que le ayudaba a esforzarse por seguir con vida. Sus carceleros también ayudaban en esta labor, pues se aseguraban de que durante sus sesiones de tortura, su más preciado juguete no saliera herido de muerte.
Reptando por aquel infecto suelo, estiró uno de sus maltrechos brazos, tratando de comprobar si alcanzaba el ansiado líquido, con tan mala suerte, que volcó el cuenco en el intento. Su visión era borrosa, y no había podido calcular bien las distancias. Viendo como esa asquerosa agua se derramaba y se abría paso por el suelo, imaginó que no se trataba de agua, sino de sangre, y junto al charco, se encontraba aquella mujer oriental de cabello blanco.
En aquel momento, los carceleros interrumpieron sus delirios, y el agua volvió a ser agua. Chase trató de acercarse para sorber el líquido del suelo, pero sus intentos fueron inútiles, ya que en seguida tuvo a uno de los carceleros encima, agarrándole de los brazos para ponerle de pie. No intentó gritar, ni para quejarse, ni para pedir auxilio. Había comprobado en numerosas ocasiones cómo estos intentos eran inútiles, y a estas alturas, ni siquiera le quedaban fuerzas para ello.
Entre los dos carceleros le llevaron hasta una de las paredes de la celda, y de espaldas, le colgaron de esta mediante un par de grilletes. Uno de ellos se hubiera bastado para tal labor, pero parecían disfrutar con aquello. Sacaron entonces una especie de látigo de tres colas.
– ¿Quién empieza hoy? – pregunto uno de los carceleros, tomando el látigo entre sus manos, disfrutando de su tacto.
– Creo que me toca, pero podemos hacer una cosa… ¿Y si escoge él?
– Me gusta la idea. – dijo riendo, y se acercó al oído de Chase. – Dinos… ¿Quién quieres que empiece hoy?
Chase pensó estar soñando. Se preguntaba si no bastaba con la tortura física, para que aquellos sádicos también le hicieran soportar sus jueguecitos. Y entonces, cuando se disponía a responder, alguien lo hizo por él.
– Empiezo yo. – se oyó una voz en el exterior de la celda.
En ese momento, una flecha traspasaba los barrotes de la celda y se incrustaba en el cráneo del hombre que susurraba a Chase. Y antes de que el otro carcelero pudiera reaccionar, también era atravesado, pero en esta ocasión, fue su pecho el que sirvió como diana.
Tan sólo habían sido un par de palabras, pero aquella voz le había resultado demasiado familiar. No podía ser. Se repetía a sí mismo una y otra vez, hasta que al conseguir girar su cabeza, confirmó sus sospechas.
– ¿O-Oli-ver…? – dijo a duras penas el reo.
– ¿Chase? ¿Eres tú? – preguntó sorprendido el joven Queen. Chase Kern era la última persona que esperaba encontrarse allí, pues le hacía muerto…
CONTINUARÁ…
EL CARCAJ
Bienvenidos una vez más a esta pequeña sección ^^
Cada vez va quedando menos para el desenlace de este arco, lo que significa que pronto veremos a un inexperto pero apasionado Ollie liderando su propio grupo, el destino de Chase y Chian Na Wei, y lo que sucede con Korupsi y el poblado indígena; cosas que estoy deseando ver como desarrolla mi compi Carlos.
En este capítulo me ha gustado especialmente plasmar la relación entre Saudara y Oliver, dejando ver la complicidad y respeto mutuo que hay entre ambos; sin duda un tipo de relación que el heredero de los Queen jamás había tenido hasta entonces, y que seguro veremos cómo le influye en su vuelta a Star City.
No queremos despedirnos sin agradeceros vuestra lectura y comentarios, y os animamos a seguir haciéndolo. : )
Volveremos pronto con el desenlace de «Queen».
¡Un saludo!
Carlos Fortuny y Nahikari.
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Aceleran las cosas en Indonesia, mola el número. ¡a ver qué tal el final!