Fueron los primeros. Lucharon por la libertad cuando más necesario era. Hoy, décadas más tarde, han vuelto.
#9 – Legado III
Por Correia
Fecha de publicación: Mes 168 – 4/12
El gólem había sido destruido en mil pedazos, gracias a la fuerza de Namor y Aarkus. Los trozos de roca se desperdigaron por las calles de Liverpool que habían asistido a la batalla. Los policías comenzaban a acercarse a los héroes cuando, sin previo aviso, los escombros comenzaron a moverse, volando en dirección al lugar que ocupó el monstruo. Poco a poco, piedra a piedra, la criatura se reconstruyó al completo, ante los atónitos ojos de los héroes
«Mierda»… musitó Dane. «Parece que sí va a ser más difícil.»
Namor, Spitfire, Aarkus y el Caballero Negro volvieron a la carga. El Hijo Vengador se lanzó contra el pétreo ser, intentando golpearle y, quizás, volver a desmenuzarlo, pero la criatura se movió con una velocidad inusitada, le golpeó con el antebrazo, y le desvió de su trayectoria, estrellándolo contra un edificio cercano.
«¡Namor!», gritó Dane, al ver que sobre su compañero caían los restos del edificio. «¡Aarkus, congela a ese bicho y ayúdanos a sacarlo de ahí!»
Obediente, el alien usó sus poderes para cubrir con una gruesa capa de hielo al monstruo, y lanzarse al vuelo hacia los escombros que cubrían al mutante. Pero antes de que llegara, el poderoso Rey de Atlantis, flexionando sus poderosos músculos, consiguió desembarazarse de los restos que lo encerraban.
«El Hijo Vengador no dejará que un trozo de barro vuelva a golpearle. ¡Imperius Rex!»
Y con estas palabras, volvió a lanzarse sobre el gólem, que ya se había liberado del hielo, y comenzó un intercambio de golpes. Los puños de Namor arrancaban trozos de la criatura, mientras que a Namor comenzaba salirle sangre de las comisuras de los labios.
«Mierda», gruñó Dane. «Aarkus, ayuda a Namor, deprisa. O acabará consiguiendo que lo maten.»
Sin mediar palabra, la Visión se unió a la pelea. La criatura, al verse atacada desde dos flancos, pareció titubear… los dos héroes aprovecharon la ocasión para agarrarlo cada uno de un brazo y tirar de él. El gólem se partió en dos mitades, cayendo al suelo.
«Aarkus, congélalo, no vaya a recrearse de nuevo», ordenó Dane.
Dicho y hecho, dos montañas de hielo cubrieron los restos del monstruo de barro.
«Tenemos que encontrar al brujo que lo mueve,» aseveró Spitfire. «Si no, nada le impedirá volver a atacar.»
«Tienes razón, Jackie», respondió el Caballero. «Tiene que estar cerca, en uno de los edificios cercanos, para poder controlarlo así. Vamos a cubrir todo el terreno posible. Jackie, ve cubriendo círculos cada vez más amplios con tu supervelocidad. Revisa todos los edificios. Por suerte, esta zona es de casas bajas, lo que facilitará la búsqueda. Namor, Aarkus. Uno de vosotros debería quedarse vigilando al gólem. No me fío. Ya se han liberado antes del hielo. Yo ayudaré a coordinar la búsqueda con la policía local.»
«Okey, jefazo», dijo Jackie, dándole un beso antes de desaparecer en un borrón dorado.
«El Hijo Vengador cuidará que el monstruo no vuelva a alzarse», afirmó Namor. Aarkus, simplemente, levantó el vuelo, uniéndose a la caza del cabalista.
Dane se encogió de hombros, y se dirigió a la policía. Había aprendido ya que con Namor no merece la pena discutir…
En la enfermería, Ameiko Sabuki, la Chica Dorada, trasteaba con el ordenador de control de la mansión Falsworth. A sus pies se encontraba Jim Hammond, el androide conocido como la Antorcha Humana, que había desconectado mediante un chip que le había pegado en el brazo. En uno de los tubos de curación estaba el último miembro del grupo, Joey Chapman, Union Jack, anestesiado para que no pudiera descubrirla.
Ameiko charlaba por su teléfono móvil, con el «manos libres» activado, con un misterioso interlocutor.
«Estoy transfiriendo la base de datos a nuestros ordenadores, Supremo Skorpio.»
«Buen trabajo, Chica Dorada», respondió la voz al otro lado de la línea. «Cuando acabes, sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad?»
«Sí», contestó. «Los nanobots han borrado la memoria reciente del androide, y el macarra está sedado y no se ha enterado de nada. El software espía que he instalado ha borrado las grabaciones de las cámaras, y nos da acceso desde el exterior al sistema. Y ahora despertaré a la Antorcha y fingiré ser una chica buena.»
«No espero menos de ti. Hail Skorpio.»
«Hail Skorpio»
Ameiko cortó la llamada, y borró las llamadas recientes. A continuación, bajó el flujo de anestésico en la cápsula de Union Jack, y activó un script en el ordenador que lo dejó tal y como lo había encontrado.
Por último, se agachó junto a Jim Hammond, y le retiró el parche, lo arrugó y lo guardó en su cinturón. En unos segundos, el androide volvió a activarse, abrió los ojos y vio a la joven japonesa inclinada ante él.
«¿Estás bien?», le preguntó Ameiko, con cara asustada. «Te has caído de repente… llevas cinco minutos sin responder, ni moverte, y no sabía cómo sacar a Union Jack de ahí para que me ayudara.»
«Estoy… estoy bien», respondió. «Creo. ¿Dices que me he caído, así sin más?»
«Sí», le contestó. «Estábamos hablando de mi abuela cuando, de repente, te caíste sobre el ordenador», señaló la pantalla rajada. «No sabía qué hacer…»
«No te preocupes. Estoy… bien. Haré un chequeo completo de los sistemas, por si fuera un ataque. Vamos a ir despertando a Joey, ¿vale?»
«De… acuerdo», le respondió la chica, ayudándole a ponerse en pie. Su plan había surtido efecto.
Spitfire corría por todas las casas de la zona, registrándolas de arriba abajo, diciendo a la gente que se encontraba que abandonaran el lugar hasta que pasara todo. Llevaba ya más de treinta, había ido ampliando el radio de búsqueda a cada vuelta. Comenzaba a cansarse, pero aun tenía energía para unas cuantas más. Así, al menos, se sentía útil, no como durante la batalla. A veces tenía la sensación de que Dane la apartaba del peligro, de manera inconsciente, seguramente… pero la apartaba de las luchas, como ahora. Sí, quizás ella fuera la más adecuada para esta misión, pero… ¿acaso no podía también haber colaborado contra el Gólem?
Entró en una nueva casa, un antiguo edificio de dos plantas. La familia que vivía allí había abandonado la casa. Se veía la comida sobre la mesa, y la tele encendida… salieron corriendo. ¿O no? Un pie sobresalía de detrás de la mesa. Se acercó, y vio a un hombre tirado en el suelo, con la cabeza destrozada, parte del cerebro le asomaba entre los mechones de pelo. Había visto los suficientes cadáveres en su vida, tras combatir en la II Guerra Mundial, como para no asustarse ante su visión, así que, impasible, continuó registrando el lugar. En la habitación contigua, una mujer de unos cincuenta años yacía bocarriba con los intestinos colgando de una raja en su costado.
«Había tres platos en la mesa», pensó Jackie. «Queda uno.»
Subió al piso de arriba. Estaba todo en silencio. La escalera crujía con el peso de sus pasos. No quería usar su supervelocidad, no sabía exactamente a qué se enfrentaba.
Había una puerta cerrada. El resto de las habitaciones estaban vacías. Abrió la puerta. Olía a putrefacción. Había una estrella de David dibujada en el suelo. Parecía sangre. En el centro, un chico, o lo que quedaba de él. Descuartizado, abierto en forma de estrella, sus entrañas desperdigadas por medio del círculo mágico. Velas negras en cada punta de la estrella.
Aguantó una arcada. No quería romper el círculo, sabía a lo que se atenía si lo atravesaba sin protección mística. Tenía que encontrar sal, era la única forma que conocía para entrar. Bajó corriendo a la cocina, y comenzó a abrir los armarios. Había un bote de sal en una de las alacenas. Lo cogió, y volvió a subir a toda velocidad.
Abrió el bote, y comenzó a esparcir la sal sobre el círculo, borrándolo y, esperando que así perdiera su poder. De repente, sintió una punzada en el costado, como un pinchazo de una abeja. Se giró, y vio a un hombre vestido con un jubón grisáceo, llevando con un poblado bigote que contrastaba con su despoblada cabeza. Llevaba una aguja en su mano.
Antes de que pudiera reaccionar, el veneno hizo efecto en su cuerpo, cayendo inconsciente. Alcanzó a oírle decir «no deberías haber roto mi círculo, niña… ahora tendré que rehacerlo contigo.»
Dane charlaba amigablemente con los policías, mientras Namor, estoico, miraba impasible los pedazos del gólem, aguantando impertérrito el sol que resecaba su piel.
«Si necesitan ayuda para retirar escombros, o alguna otra cosa, no tienen más que pedirla», comentaba animado el Caballero.
«Gracias, señor», respondió uno de los agentes. «Hemos avisado ya a Q.U.I.E.N. para que vengan a hacerse cargo del monstruo.»
«Nos quedaremos hasta que lleguen, si les parece bien. El gólem ya se ha regenerado una vez, y no queremos más sustos.»
Aarkus apareció en ese momento, aterrizando a su lado.
«¿Has encontrado algo?», preguntó Dane a su compañero.
«Un círculo mágico en un parque cercano», contestó el alienígena. «Estaba abandonado. Lo he roto.»
«Buen trabajo. Supongo que el mago saldría huyendo cuando paramos al bicho. Llamaré a Jackie para que vuelva.»
Pero antes de que pudiera comunicarse con la velocista, un grito de Namor les puso en alerta.
«El gólem despierta», dijo el atlante, poniendo su cuerpo en tensión, preparado para el combate.
El gólem se levantó, rompiendo su prisión helada, cada mitad por su lado. Pero, en lugar de juntarse, hizo crecer nuevos brazos y piernas.
«Mierda», gritó el Caballero. «Ahora hay dos.»
Un joven de unos veintipocos años se acercó al Caballero, atravesando el cordón policial. Vestía una gabardina gris oscura, bajo la cual llevaba un elegante traje de Armani.
«Soy el Druida. Me pareció que necesitabais que os echaran una mano.» (1)
Dane le echó un vistazo de arriba abajo. Había luchado codo con codo junto al Druida, y sabía que había fallecido. El muchacho tenía cierto parecido a Anthony, pensó…
«Soy Oliver Ludgate. Anthony era mi tío», dijo el joven, como si leyera la mente del Caballero.
«Mira, chico, ahora no tenemos tiempo. Los gólems…»
Mientras decía esto, Namor y Aarkus se enfrentaban a las dos criaturas pétreas, intercambiando golpes.
«… son criaturas mágicas», cortó el Druida, «y nadie mejor que un mago para deternerlas, ¿no crees?»
«Si crees que puedes hacer algo para ayudar…»
«Oh, sí. De momento…»
El Druida sacó unos polvos de uno de los bolsillos de su gabardina, y los arrojó al cielo, mientras recitaba un cántico. En unos segundos, el cielo se comenzó a nublar, y relámpagos surcaron el cielo. Una fuerte lluvia comenzó a caer sobre la ciudad.
«Creo que esto ayudará al atlante a igualar las cosas, ¿no?», dijo el Druida.
«¡¡IMPERIUS REX!!»
El grito de Namor resonó en toda la calle, como certificando lo dicho por el mago.
«Y ahora, vamos a buscar a tu compañera. Creo que está en problemas.»
Seguimos con la saga, que espero os esté gustando. Y, aunque parezca imposible, hasta vamos siendo más o menos periódicos…
Vamos con los comentarios:
Cristian Cobo Giménez: «¡Buen churro mensual! ¡Este Namor cada vez me cae más simpático! ¡Lo que si se me ha hecho es corto y más con ese final!»
David Guirado Lozano: «¡¡¡¡Leído!!!! Sólo diré dos cosas: «¡Imperius Rex!» y SPOILER «¡Hail Skorpio!» FIN DEL SPOILER»
Veo que Namor se está erigiendo en el favorito del público. No me extraña, jeje… De Skorpio sólo puedo decir que poco a poco lo iréis viendo en más sitios… ¡espero iros sorprendiendo!
Kyo Zádor: «Vigila los gerundios, abusas de ellos. Te lo digo porque ralentiza la lectura. A mí me pasaba cuando empecé a escribir en serio, alguien me hizo verlo y pude corregirlo. Prueba y verás como queda mucho más fácil de leer.»
Gracias, tomo nota. Intentaré evitarlo, pero son vicios adquiridos con los años y que son difíciles de dejar… sobre todo cuando no suelo tener tiempo de hacer una relectura de lo que escribo…
Tomás Sendarrubias García: «Vaya vicios más sosos… Leído, jefe. Cortito (lo sabes) pero muy intenso, especialmente por el final, tío, superinesperado. Vamos, me ha pillado completamente con el paso cambiado, no me lo esperaba. A ver si es verdad que Skorpio se convierte en el trendding topic de MarvelTopia… «
Lo de corto (espero que el número, no yo) ya sabéis por qué es… Y el final… ¡me ha pillado hasta a mí! Jeje…
Nos leemos en breve.
Carlos