Hijo de Odín y Gea, dios del trueno, portador de Mjölnir, el martillo encantado hecho del mineral místico de Uru. Cuando Midgard o Asgard corren peligro, los cielos retumban saludando a su defensor más aguerrido.
#516 – Cuando un troll bebe…
Por Bergil
Fecha de publicación: Mes 59 – 3/03
Sumido en sus pensamientos, Thor Odinson, dios del trueno, príncipe de Asgard y defensor de Midgard, caminaba en silencio por los polvorientos caminos del Reino Dorado. La larga batalla con las fuerzas del mal había por fin terminado1 y su padre, el omnipotente Odín, legítimo soberano del hogar de los dioses nórdicos, se sentaba nuevamente en el Hlidskialf, el trono que le correspondía por derecho, gobernando a los aesires con justicia y sabiduría. El causante último de los males que habían asolado su hogar2 había sido por fin derrotado, y su malvado hermano adoptivo, el hijo de Laufey, el dios de la mentira, Loki, yacía en uno de los profundos calabozos de Asgard. Su mente retrocedió a los hechos ocurridos antes de su partida…
Loki yacía exánime en el lecho, la mirada perdida y la expresión vacía. Por ello, los fuertes grilletes que apresaban sus manos y pies constituían una medida quizá excesiva. Al otro lado de la puerta del calabozo, Thor y Odín le observaban en silencio.
– Padre mío -dijo el dios del trueno-, ¿es esto realmente necesario?
– Hijo -repuso pausadamente el Padre de Todos-, tú mejor que nadie deberías saber que ni se puede, ni se debe confiar en Loki. ¡Ay! En ocasiones, me arrepiento de aquel día funesto en el que prohijé al descendiente de los gigantes del hielo y lo traje a Asgard para criarlo como hermano tuyo3. ¡Cuántos males se habrían evitado, si no hubiera escuchado a mi corazón!
– En tal caso, padre, no seríais quien sois. Es mejor pecar por exceso de compasión que de severidad.
– Gracias por tus palabras, hijo mío. Sin embargo, en ocasiones una excesiva compasión puede aproximarse en demasía a la locura, cuando el receptor de esa compasión no se ha hecho acreedor a la misma. Y precisamente por ello tú, que has sido el objetivo más directo del odio de Loki desde tiempo inmemorial, deberías saber que no se debe confiar en una serpiente, por dormida que parezca, pues siempre puede volver a morder.
– Vuestras palabras me recuerdan algo que quería preguntaros, padre. ¿Hemos vencido totalmente a Set o…?
– Hijo mío, como muy bien dijo el olímpico Zeus4, el mal nunca puede ser derrotado completamente, sólo contenido. Tu hermano es la prueba más fehaciente e inmediata de la que disponemos. A pesar de las numerosas derrotas que ha sufrido y del magnánimo perdón que una y otra vez le hemos otorgado, ha vuelto a intentarlo una y otra vez, sin cejar en su empeño. Y volverá a hacerlo, no lo dudes.
– Pero… en su estado…
– Nada hay permanente, hijo mío, ni siquiera para nosotros los dioses. No es la primera vez que Loki queda en un estado semejante a la catatonia5, y ya ha regresado de él. No lo dudes, volverá a hacerlo.
– ¿Y qué le ha llevado a este estado?
– ¿Crees acaso, hijo mío, que se puede jugar con energías místicas como las que Loki manejaba y salir indemne? No, hijo mío, las fuerzas que tu hermano creía controlar excedían con mucho sus capacidades de nigromante, por grandes que estas fueran. Le permitieron, es cierto, crear tropas sin cuento para defender su mal adquirido trono; le permitieron también reconstruir la capital del Reino Dorado de la noche a la mañana, sin más esfuerzo que desearlo6. Pero semejantes dones siempre se cobran su precio. Y cuando el poder místico que el dios serpiente había prestado al hijo de Laufey fue retirado, atravesando su cerebro cual rayo justiciero del olímpico Zeus, su mente quedó vacía, y él en el estado que ahora observamos. Pero se recuperará, no lo dudes, y ese día deberemos estar preparados para enfrentarnos a sus insidiosas tretas.
Y con estas palabras, los dos aesires dieron media vuelta y caminaron hombro con hombro, pensativos.
Un movimiento en el margen del camino sacó a Thor de sus ensoñaciones. Instantes después, un troll que le doblaba en tamaño salió de entre los árboles y se plantó ante él.
– Vaya vaya vaya, lo que tenemos aquí… un aesir, solo por estos andurriales.
Para no llamar la atención más de lo imprescindible, Thor se había despojado de sus vestimentas habituales, su casco y su capa. Vestía un jubón sencillo, unas calzas de cuero curtido y calzaba botas altas. Llevaba a su espalda un macuto, dentro del cual, cubierto por un fardo de ropa, estaba oculto Mjölnir. Por ello, el troll no le reconoció como quien era, uno de los más fieros enemigos de los trolls.
– ¿Qué deseas, troll?
– No temas, rubito. Te voy a dar una oportunidad de salir con bien de este encuentro.
– ¡Oh, cuanta magnanimidad! ¿Y a qué debo semejante muestra de cortesía, si es que puede saberse?
– Será que esta mañana me levanté amable… o será que estoy aburrido… el caso es que no quiero acabar contigo de inmediato. – Te lo agradezco infinito, troll -dijo Thor, ejecutando una burlona reverencia-. ¿Y cuál es esa oportunidad que me brindas?
– La siguiente: acompáñame a donde vivo, y nos enfrentaremos en combate singular. Si me vences, podrás seguir tu camino tranquilamente.
– ¿Y si vences tú?
– En ese caso, quedarás a mi merced. Quizá te utilice como esclavo… no son muchos los trolls que tienen un esclavo aesir…
– No me parece justo, troll.
– ¿Ah, no? Y eso, ¿por qué?
– No hay más que verte troll: eres mucho más grande y corpulento que yo. No tengo ninguna oportunidad.
– Ah, ¿no te lo había dicho? El combate singular en que nos enfrentaremos no será de pura fuerza física.
– ¿En qué condiciones será entonces, troll?
– Será a comer y a beber. El que resista más, ganará.
– Ah bueno… en ese caso, quizá tenga una pequeña oportunidad… -dijo Thor, mientras una ligera sonrisa curvaba sus labios…
Caminando cerca del troll -pero no demasiado, por si acaso-, Thor siguió a la monstruosa criatura hasta su vivienda, una cueva que se encontraba en la ladera de la montaña cercana. Penetró en la oquedad, y caminó por pasadizos, cubiertos de inmundicias e iluminados por antorchas introducidas en oquedades del muro. Tras algunos minutos, llegó a una gran cámara, iluminada por los rayos del sol que penetraban por un agujero en el techo.
A lo largo del camino, Thor no había visto más trolls que su guía. Sin embargo, aquel lugar hedía con la pestilencia propia de los trolls. Uno sólo de aquellos abyectos seres no podría producir tal cantidad de desperdicios, ni aunque se afanara en ello… cosa por otra parte bastante difícil, dada su proverbial pereza. No es que Thor hubiera confiado, ni por un momento, en lo que le había dicho el troll. Hubiera preferido seguir su camino sin estridencias, pero no le había resultado posible. Era más que probable que los compañeros de aquel troll le hubieran estado espiando mientras hablaba con él, y que ahora mismo permanecieran ocultos, lejos de su vista. No, sería preferible enfrentarse a ellos en un lugar en el que no pudieran moverse con libertad, y donde creyeran tenerle a su merced. Además, tanto caminar le había abierto el apetito… aunque cualquiera sabía qué clase de alimentos le ofrecería el troll.
– Bueno, ya hemos llegado -dijo el troll.
– ¿Y qué clase de alimentos habremos de ingerir, oh troll?
– Nada que disguste a tu delicado paladar, aesir. Precisamente hace poco saqueam… saqueé una granja, y obtuve alimentos que incluso tú tendrás que admitir que son agradables a vuestro paladar. Al mío, en cambio, no sé… como que les falta fuerza.
Thor se había percatado del desliz lingüístico del troll, lo que confirmó sus sospechas, pero no dio muestras de haberlo hecho. Sí que tuvo que controlarse para no estallar de ira ante el desparpajo con el que el troll alardeaba de sus fechorías. El troll interpretó esta falta de reacción como temor, y su confianza creció.
– Bueno, puedes dejar tu macuto en el suelo, y sentarte a comer. Toma lo que gustes -dijo el troll.
– Si no es mucho pedir, quisiera que comenzaras tú, troll. Si quiero tener alguna oportunidad, debo aprender de alguien que verdaderamente sea ducho en estas lides.
La burla en las palabras de Thor era evidente, pero el troll, tan envanecido como estaba, no la percibió.
– Muy bien -dijo, arrancando un cuarto trasero de la vaca que daba vueltas sobre el fuego, ensartada en el espetón-. Presta atención-. Y el troll procedió a devorar la pieza con grandes bocados, dejando el hueso mondo y lirondo-. Ya está -dijo cuando terminó-: es tu turno.
– Gracias. Intentaré estar a la altura -respondió el dios del trueno.
Levantándose, tomó lo que quedaba de la vaca y lo levantó en vilo. Sacando el espetón, comenzó, sin prisa pero sin pausa, a comerse el animal entero. Cuando hubo terminado, se chupó los dedos uno por uno, y dijo-: No estaba mal… pero me ha entrado sed. ¿Qué es lo que tienes para beber? Asombrado y furioso a partes iguales, el troll no respondió. Tomando un enorme pichel -tan grande que un niño humano habría podido cómodamente bañarse en él-, lo hundió en una enorme tina llena de hidromiel. Lo sacó lleno, el licor derramándose por el borde. Todavía en silencio, se llevó la jarra a los labios y la vació a grandes tragos. Limpiándose la boca con el dorso de la mano, depositó el pichel con fuerza sobre la mesa.
– No está mal -dijo Thor-. Ahora es mi turno -y, tomando con ambas manos la tina, la vació de un solo trago, largo y lento-. Estaba rico -dijo, arrojando descuidadamente el barril por encima de su cabeza-. Bueno, si no tienes nada más, creo que he ganado la contienda, ¿no? Hasta la vista, troll, ha sido un placer.
En unos pocas zancadas, el troll se plantó en la salida de la sala.
– No pensarás que te vas a ir tan tranquilo, ¿verdad?
– Pues… no. De hecho, me preguntaba cuánto tardarías en descubrirte. En descubriros, a decir verdad.
– Veo que es inútil seguir fingiendo -dijo el troll-. Salid ya.
A su orden, media docena de trolls tan grandes y feos como él salieron de entre las sombras. Al verlos, Thor comenzó a caminar hacia su macuto, pero dos trolls le cortaron el paso. Mientras, los otros tres intentaban, en vano, levantarlo para poder abrirlo y ver qué es lo que había dentro.
– No os esforcéis -dijo Thor, con una sonrisa-. Ya os ayudo -y, extendió el brazo. A su orden, el macuto se separó del suelo y voló hacia su mano. El dios del trueno lo agarró al vuelo con la mano izquierda. mientras introducía la derecha en su interior-. Puesto que habéis descubierto vuestro juego, trolls, creo que es de justicia el que yo haga lo mismo -y, dejando caer al suelo el macuto, empuñó con fuerza su martillo de batalla-. Me parece que las presentaciones no son necesarias, ¿no?
En efecto, no lo eran en absoluto. El mazo de uru era ampliamente conocido en los Nueve Mundos, así como la identidad de su legítimo propietario, que no era otro que…
– ¡¡Thor!! -aullaron los trolls, rojos de ira por haber caído en el ardid del dios del trueno.
– Veo que nos conocemos… Bien, es hora de que trabemos un contacto más íntimo…
La batalla que siguió fue breve pero cruenta. Ninguna de las partes dio ni pidió cuartel, pues ambas sabían que se enfrentaban a enemigos que no mostrarían con ellos piedad alguna. Sin embargo, no hubo duda desde el principio quién vencería. Aunque los trolls confiaban en que su número y mayor corpulencia les darían alguna oportunidad de vencer, sabían que el dios del trueno era un oponente formidable. Y así fue. En pocos minutos, Thor había acabado con los seis trolls, que yacieron a sus pies. Haciendo girar su martillo, levantó el vuelo, saliendo por la abertura del techo. Posándose en el exterior, se concentró y descargó un solo y poderoso golpe con Mjölnir. Con estrépito, el techo se derrumbó sobre los trolls, mientras Thor volaba de regreso al camino.
– Fuerais quienes fueseis -musitó Thor, pensando en los desventurados granjeros que habían perecido bajo las garras de los trolls-, habéis quedado vengados.
El dios del trueno volvió a introducir su martillo en el fondo del macuto, se lo echó a la espalda, sacudió el polvo de sus ropas y reanudó su camino.
¿Héroe o villano? ¿Aesir con principios, o sujeto sin escrúpulos? Profundizando en los hechos narrados en el Anual 2.002 de El Poderoso Thor, MarvelTopía se complace en presentar…
Historias de Asgard presenta La canción del Verdugo
Recién incorporado al ejército del Reino Dorado, Tharbad no podía estar más orgulloso. Para un aesir de clase humilde como él, ingresar en el ejército suponía todo un logro. No eran sólo los meses y meses de duras pruebas, la instrucción, el ser sometido a las chanzas y bromas más o menos pesadas de que los veteranos hacían objeto a los novatos como él… Suponía, además, el ingresar en un cuerpo respetado por todos los súbditos de Odín. Y, si tenía suerte, podría promocionar, alcanzar el rango de oficial y, una vez allí… ¿quién sabía?
Caminando hacia la humilde morada en la que hasta entonces había vivido, el curso de sus pensamientos fue roto por un ruido proveniente del callejón que había a su derecha. Por un instante, Tharbad dudó entre pasar de largo o entrar en el callejón. Pero a su mente volvieron las palabras que el propio Padre de Todos había pronunciado el día en que su promoción se licenció en la Academia:
«… y debéis tener presente que el deber de un soldado del Reino Dorado no se limita a defender a su tierra y a su gente contra los enemigos de fuera. No; tan importante como ello es el mantener esos valores dentro de las fronteras de Asgard. Un soldado de Asgard no debe olvidar nunca que sus armas están al servicio de la Justicia y del Honor; que es su deber proteger al débil contra el abuso del fuerte…»
Poniendo fin a sus dudas, Tharbad entró en el callejón. Entrecerrando los ojos para ver mejor en la penumbra, pudo distinguir cómo una figura se inclinaba sobre otra, tendida en el suelo. Aunque procuró ir en silencio, su pie quebró una astilla que había en el suelo. Advertido por el ruido del chasquido, la figura se volvió. Tharbad pudo darse cuenta de que se trataba de otro miembro del ejército; de un suboficial.
– ¿Qué buscas aquí, muchacho? -dijo, la lengua estropajosa por el mucho hidromiel trasegado-. Es mejor que te vayas, aquí no se te ha perdido nada. Un débil gemido salió de la figura tendida en el suelo.
– ¿Qué hay ahí? -preguntó Tharbad.
– Te lo he dicho ya, muchacho: nada que te interese. No me hagas repetírtelo otra vez.
– Yo decidiré qué es lo que me interesa o deja de interesarme. No me parece que esa persona esté muy a gusto donde se encuentra.
– De acuerdo, chico -dijo el suboficial, desenvainando su espada-. Tú lo has querido -y cargó contra Tharbad.
Sin embargo, no llegó muy lejos. Borracho como estaba, tropezó con sus propios pies y cayó al suelo como un fardo. Se golpeó la cabeza con el suelo y quedó inconsciente. Desentendiéndose de él, Tharbad se aproximó a la figura tendida en el suelo. A pesar de la escasa luz, pudo ver que se trataba de una mujer, joven todavía.
– ¿Puedes levantarte? -preguntó.
La mujer intentó ponerse en pie, pero sus piernas no resistieron el peso de su cuerpo, y se tambaleó. Tharbad estuvo atento y la cogió antes de que se desplomara.
– ¿Tienes a dónde ir? -le preguntó. La mujer negó con la cabeza-. De acuerdo, entonces te llevaré a mi casa.
Levantándola sin esfuerzo en sus brazos, Tharbad salió del callejón y se encaminó hacia su vivienda, mientras la mujer descansaba su cabeza en su hombro.
1.- ¡Y tan larga! Duró ocho números, de El poderoso Thor # 507 al 514.
2.- Set, el dios primigenio.
3.- Aunque en la mitología nórdica tradicional sí es un aesir, dentro de la continuidad MarvelTópica Loki no lo es, sino un gigante del hielo (de hecho, es el más pequeño de los gigantes). Su padre, Laufey, fue muerto en un enfrentamiento con los aesires, y Odín lo adoptó como hijo suyo.
4.- Al final de El poderoso Thor # 514 .
5.- Es bastante conocida la ocasión que se produjo tras el enfrentamiento entre Vengadores y Defensores por la posesión del Ojo del Mal, engañados por Dormammu y Loki, en Los Vengadores # 115-118 y Los Defensores # 8-11.
6.- Por eso, a pesar de que en El poderoso Thor 500 la ciudad aparecía completamente derruida, cuando el ejército dirigido por Odín llegó ante sus puertas (en El poderoso Thor # 510 ), se encontró con que había sido totalmente reedificada. Por eso mismo precisamente no han tenido los aesires que reconstruirla, y por ello no se hizo ninguna mención a ruinas (puesto que no las había) en el número anterior .
Visto que los hechos narrados en el Anual de esta colección tuvieron tan buena acogida, me he animado a profundizar en la biografía del Verdugo; uno de mis aesires preferidos, desde que tuve la suerte de leer su heroica muerte en el Puente de Gjallerbru. Espero que disfrutéis con la colección, y recibir vuestros mensajes en Crónicas del Norte – Correo de los lectores (bergil@iespana.es).
En el próximo número: Descubrid las nuevas aventuras de Thor, y el siguiente episodio de la vida de Skurge, en El poderoso Thor # 517