Thor #514

thor514Hijo de Odín y Gea, dios del trueno, portador de Mjölnir, el martillo encantado hecho del mineral místico de Uru. Cuando Midgard o Asgard corren peligro, los cielos retumban saludando a su defensor más aguerrido.

#514 – Falta de caridad IV
Virtudes cardinales

Por Bergil


Fecha de publicación: Mes 29 – 9/00


¿Cuánto tiempo llevaban batallando? ¿Días? ¿Semanas, tal vez? Los dioses habían perdido la cuenta. Desde que comenzara la batalla, cuando la primera escala se había apoyado en los muros orgullosos de la capital del Reino Dorado, los enemigos que se habían atrincherado tras ellos no habían cesado de acudir, oleada tras oleada, para enfrentarse al ejército comandado por Odín. Ninguno de los dos bandos daba cuartel, ni tampoco esperaba recibirlo. Los sentimientos que cada parte albergaba por la otra -odio y envidia de eones en el bando de los defensores; repugnancia y justa ira en el de los atacantes- hacían imposible cualquier final excepto el aniquilamiento de uno de los ejércitos por el otro. Estaba claro que la batalla continuaría mientras en cada ejército hubiera combatientes.

El primer atacante en traspasar el parapeto había sido Thor. A la cabeza de un pelotón de asgardianos, entre los que se encontraban Balder, las valquirias y los Tres Guerreros, el dios del trueno había derribado a todos aquellos que intentaron obstaculizar su avance. Pero no iba a resultar fácil triunfar en aquel empeño. Los esbirros de Loki peleaban casa por casa, metro por metro, y el avance resultaba agotador.


A solas en el salón del trono, Loki meditaba en silencio. No albergaba duda alguna sobre el resultado de la batalla: sus poderes nigrománticos jamás se habían encontrado en un punto más alto. Nada le impediría conservar el poder por el que había luchado, traicionado, asesinado e intrigado durante siglos y siglos. Nada.


Ni Ares ni Seth se sentían cómodos luchando codo con codo con los asgardianos. Demasiadas veces sus ansias de poder dentro de sus respectivos panteones se habían visto desbaratadas por los actos del hijo de Odín. Empero, no osaban aprovechar el fragor de la batalla para intentar resarcirse de las acerbas derrotas que habían sufrido en el pasado. No resultaba conveniente, con tantos testigos cerca… La ira que sentían les impulsaba a un mayor frenesí guerrero, y pronto cundió entre sus enemigos el rumor de que el griego de llamativo peinado y el egipcio manco eran oponentes que era mejor evitar.


Leir, el dios celta del rayo, estaba disfrutando con aquella batalla. No acababa de estar convencido de que Seth estuviera en aquella ocasión en su mismo bando; al fin y al cabo, no hacía tanto tiempo que, en aquel mismo lugar, los dioses celtas y los asgardianos se habían enfrentado al egipcio(1). Pero pronto se olvidó de sus recelos: el hermano de Osiris e Isis eliminaba oponentes como si le fuera la vida en la salvación del Reino Dorado… como de hecho ocurría.


No menos efectivos que los demás resultaban los dioses japoneses. Con una economía de movimientos verdaderamente sorprendente, habían abierto una brecha en las filas enemigas de tal envergadura que pronto todo un sector de la muralla estuvo en su poder. Ninigi y Hachima, seguidos por miríadas de kami, las divinidades mnores del panteón japonés, fueron eliminando oleada de atacantes tras oleada, hasta que los cadáveres se amontonaron al sol. A diferencia de sus tropas, los comandantes de aquella parte del ejército atacante no disfrutaban con lo que estaban haciendo: intervenían en aquella batalla tan sólo porque el honor y el deber se lo exigían.


Los gigantes de hielo no osaban acercarse a Pelé. La diosa de los volcanes por fin podía dar rienda suelta a su fogoso temperamento, y estaba causando una verdadera escabechina entre sus oponentes. Incluso sus parientes y aliados tenían que hacer grandes esfuerzos para permanecer cerca de ella, tal era el intenso calor que desprendía.


Loki empezó a pensar que quizá la victoria no estuviera tan segura como imaginó en un principio. ¿Y si, a pesar de todo y como en tantas otras ocasiones, su maldito padre adoptivo y su odiado hermanastro lograban superar todos los obstáculos y desbarataban sus planes una vez más? Tendría que intervenir… sólo por si acaso.


En el campamento de los atacantes, Karnila, Amora, Calipso y los demás magos y magas de los distintos panteones se hallaban sentados en círculo, cada uno estrechando las manos de los que tenía a los lados y con los ojos cerrados.

– Preparaos -dijo la reina Norn-. Se está concentrando para atacar.


Haciendo acopio de energía mística, Loki salió al balcón. Juntando ambas manos por encima de su cabeza, creó una esfera de energía que fue aumentando progresivamente de tamaño. A lo lejos, pudo divisar el fulgor de los relámpagos, mientras el retumbar de Mjölnir derribaba enemigos a derecha e izquierda.


-¡Ahora! -dijo Calipso.


Loki envió la esfera directamente hacia su hermanastro. Que con el hijo de Odín cayeran parte de sus tropas no preocupaba en lo más mínimo al dios de la mentira. Las tenía en abundancia. Eran, por lo tanto, perfectamente prescindibles.


Concentrado como estaba en la batalla, Thor no se percató de la aproximación de la esfera hasta que ya era demasiado tarde para cualquier cosa, excepto aguantar a pie firme lo que fuera a suceder. Siguiendo su mirada, los camaradas que le rodeaban vieron también cómo lo que parecía ser su final se acercaba inexorablemente. Los integrantes de uno y otro bando permanecieron inmovilizados como estatuas, en espera del desarrollo de los acontecimientos. La esfera mágica descendió, aumentando su velocidad en la bajada. Cuando parecía que iba a tocarles, y los músculos de todos los espectadores se tensaban en anticipación de lo inevitable, la esfera estalló. Sin embargo, los contendientes no se vieron afectados en absoluto.


-¿¡¿Qué?!? -exclamó, incrédulo, el hijo de Laufey. No podía dar crédito a sus ojos. La esfera mágica, de una potencia tal como no se había contemplado en los nueve mundos desde el albor de los tiempos, había explotado… ¡y su mil veces maldito hermanastro estaba indemne! Furioso, comenzó a generar una nueva esfera, aún mayor que la anterior. Acabaría con el dios del trueno de una vez por todas, o perecería en el intento.


En el círculo de magos, pocos eran los que permanecían sentados en la misma posición. El esfuerzo de detener el ataque de Loki había sido casi excesivo, y estaban agotados. No era seguro que pudieran deflectar otro embate de semejante intensidad, si este se producía pronto. Sin embargo, se apresuraron a recomponer el círculo místico, y volvieron a entrelazar sus manos.


Thor no albergaba ninguna duda de que aquella esfera provenía de Loki, y de que había sido dirigida directamente hacia donde él se encontraba con la intención de acabar con él. Con furia redoblada volvió a emplearse en la refriega. Los enemigos cayeron ante él como la mies ante la guadaña del segador.


El tiempo transcurría lentamente, sin que la batalla pareciera decantarse en favor de ninguno de los dos bandos. Los dioses luchaban con el convencimiento de que, si caían, caería con ellos toda la creación. Sus enemigos, juzgando a sus oponentes según su mismo rasero, combatían persuadidos de que, en caso de derrota, serían exterminados sin piedad.

En cierto momento, Horus, merced a su ímpetu en el combate, se adelantó en demasía y quedó separado de sus tropas. Cuando se percató de ello, ya era tarde: estaba rodeado de contrarios. Sujetando con firmeza espada y escudo, se lanzó hacia adelante, lanzando un fiero grito de guerra. Logró abatir a muchos de sus enemigos, antes de ser superado por el número y caer bajo el acero inmisericorde de sus rivales. Cuando sus ejecutores se apartaron, en el suelo quedó la figura exánime del dios halcón. Un aullido de alegría salió de las gargantas de aquellos malvados. Pero el aullido murió con la misma rapidez con la que había nacido. Con lentitud, Horus extendió su brazo y asió de nuevo su espada. Apoyándose en ella, se puso de nuevo en pie, ante la mirada incrédula de los que le rodeaban. Sus enemigos huyeron, despavoridos.

«Vaya por Ra» pensó Seth, que había presenciado la escena desde lejos. «Yo que pensaba que por fin me había librado de ese incordio de sobrino mío…«


Escenas semejantes reprodujeron a lo largo y ancho de la batalla. El grupo de los dioses celtas, con Leir como punta de lanza, logró abrir una profunda cuña entre las filas enemigas. A pesar de su velocidad, Caber fue el primero en ser alcanzado. Por suerte o por pericia, un venablo lanzado por uno de sus enemigos le atravesó el pecho de parte a parte. Taranis y Lugh acudieron presurosos a socorrerle, levantando una muralla con los cadáveres de los oponentes que encontraban a su paso. Cuando ya se inclinaban para recogerle, Caber se puso en pie por sí solo.

– ¿Cómo es posible? -exclamó Lugh, sorprendido-. Pensamos que habías…

– ¿Muerto? -respondió Caber-. Sí, yo también lo creí. La verdad es que no me explico como es que aún estoy aquí, pero no pienso protestar por ello -y, con este comentario, volvió a la batalla.


Pronto, el rumor se extendió como la pólvora entre las tropas de Loki: por algún extraño sortilegio, sus oponentes parecían no morir. Aunque les golpearan una y otra vez, aunque cayeran ante fuerzas muy superiores, siempre volvían a levantarse. Aparentemente, nada era suficiente para acabar con ellos. Lentamente, comenzaron a retroceder.


Loki se hallaba concentrado en crear la esfera mágica cuando, con el rabillo del ojo, observó cómo sus tropas se replegaban, a pesar de ser muy superiores en número. Rota su concentración, la esfera se volvió inestable. Ante el peligro que suponía para él, actuando sin pensar, la arrojó lejos de sí. Este acto precipitado no hizo sino inclinar el fiel de la balanza del lado de los dioses, puesto que, cayendo en mitad de las tropas defensoras, provocó una gran mortandad entre ellas. Lo que había comenzado como un repliegue acabó como un huida a la desesperada.

Furioso, Loki agarró con fuerza la barandilla, mientras una mueca de ira deformaba su rostro. Tenía que recobrar la calma. Tenía que esforzarse en alcanzar un grado de concentración suficiente para conjurar con el Anillo más y más guerreros, como ya había hecho anteriormente, para que su número fuera verdaderamente insuperable, y en imbuirles de un deseo ciego e irracional de vencer a cualquier precio, no importaba cuántos cayeran. Y tenía que seguir afectando místicamente a los dioses, para que resultaran vulnerables al ataque de sus tropas. De todos modos, no alcanzaba a entender por qué su hechizo de vulnerabilidad estaba teniendo tan poco efecto. Incluso los hechiceros de todos los panteones reunidos deberían ser incapaces de hacerle frente. No con el Anillo.


La explicación al fracaso de la nigromancia de Loki se encontraba en Midgard, en aquella miserable bola de barro a la que con tanta frecuencia había despreciado. Y los causantes no eran los superseres que tantas veces habían desbaratado sus planes en compañía de su odiado hermanastro, sino los simples y sencillos humanos. Específicamente, aquellos que habían pretendido reinstaurar un culto a los dioses asgardianos, y que habían reconducido sus aspiraciones tras las palabras del dios del trueno (2). Dedicados a promover el honor, la amistad y la justicia, y siendo un grupo muy organizado, resultaba relativamente sencillo para el círculo de hechiceros el aprovechar sus energías positivas para reforzar los hechizos que empleaban para contrarrestar a Loki.


El hijo adoptivo de Odín no llegó a hacer nada de lo que había planeado. Repentinamente, una extraña sensación le hizo mirarse la mano derecha. El Anillo de los Nibelungos, la fuente de sus enormemente incrementados poderes mágicos, había comenzado a brillar, como si una fuerza pugnara por salir de su interior. Al sentirlo cada vez más caliente, Loki intentó arrancárselo del dedo, pero fue en vano: parecía haberse pegado a su piel. De repente, un rayo salió de la joya y atravesó al hijo de Laufey, que cayó al suelo, exánime, tras lanzar un alarido espantoso.


– ¡Victoria! -exclamó Hefestos, exultante.

– ¡Mirad! -dijo Enki-. ¡Huyen! ¡El triunfo es nuestro!

Pero no todos los atacantes participaban de este regocijo. Pensativo, Thor jadeaba mientras intentaba recuperar las fuerzas. A su lado, Hogun el torvo dio voz a sus pensamientos:

– Esto no me gusta nada -dijo-. Ha resultado demasiado fácil.

Pronto, los temores de los dos asgardianos se vieron confirmados. Tras escuchar un grito proveniente del palacio de Odín, las puertas del mismo se abrieron, y vomitaron una marea de seres a los que la mayoría de los dioses no se había enfrentado en su vida.

– ¡Seth! -gritó Osiris-. Si esto es cosa tuya…

– No te precipites, hermano. No he tenido nada que ver en este inesperado giro de los acontecimientos…

– Ese farsante tiene razón, diosecillo -dijo una voz desde lo alto-. YO soy el responsable.

– ¡Jormungand! -exclamó Thor.

– No exactamente… -dijo el gigantesco ofidio, mientras su piel comenzaba a bullir y agitarse-. Sólo ocupo su cadáver.

Lentamente, seis bultos se formaron en el cuerpo de la Serpiente de Midgard. Comenzaron a crecer. Cuando terminaron de hacerlo, la figura que se enfrentaba a los dioses tenía siete cabezas.

– ¡Set! -dijo Thor-. Pensaba que te habíamos derrotado (3).

– ¡Necios! No puedo ser derrotado.

– Al fin te has decidido a mostrarte, víbora -dijo Odín, caminando hasta ponerse al lado de su hijo-. ¿Qué has hecho con Loki?

– Eran un peón, y. como tal, prescindible (4).

– ¡Maldito! -exclamó Thor-. ¡Pagarás por esta infamia!

Uniendo la acción a la palabra, Thor empuñó su martillo con ambas manos y lanzó un rayo poderosísimo contra su enemigo. El monstruoso ofidio vaciló un instante, pero enseguida se recompuso y comenzó un lento aunque inexorable avance. Redoblando sus esfuerzos, Thor incrementó la potencia del rayo, pero no bastó.

– ¡Es inútil! -murmuró, con los dientes apretados en un gesto de férrea determinación-. ¡No es suficiente!

– Entonces, Odinson, quizá necesites algo de ayuda -dijo Leir, el dios celta del rayo posando su mano sobre la empuñadura de Mjölnir y uniendo sus energías a las del hijo de Odín-. Cuenta conmigo.

– Y conmigo -dijo Zeus, apoyando también su mano en el mazo de Uru.

– También conmigo -exclamó Horus, dando un paso al frente y uniéndose a los demás.

Uno a uno, los demás dioses se unieron al grupo. El rayo que brotaba de Mjölnir se hizo cada vez más intenso, mientras Set comenzaba a retroceder. Un aullido de dolor escapó de las siete bocas del monstruo, que empezó a despedir humo de la zona en que el rayo impactaba en su cuerpo. Finalmente, con un estallido de luz, se desintegró.

– ¡Magnífico! -exclamó Volstagg-. ¡El león de Asgard y sus camaradas han terminado con la amenaza!

– Nada más lejos de la verdad, mi buen Volstagg -repuso con calma Odín-. Sólo le hemos enviado de regreso a la dimensión en la que habita (5).

– Entonces… -preguntó Thor, desfallecido-, ¿qué sentido ha tenido nuestra victoria?.

– ¿Te parece poco, Odinson -intervino Zeus-, haber liberado a la creación de la impía amenaza que se cernía sobre ella? Como tu padre ha señalado repetidas veces (6), el objetivo de Set no se limitaba a Asgard. Pretendía asolar toda la creación para alimentarse de ella y exprimirla hasta dejarla seca. La lucha que hemos mantenido, por lo tanto, no tenía como simple objetivo nuestra mera supervivencia en cuanto entes individuales, sino que apuntaba a un blanco mucho más alto. Y por alcanzar nuestra meta estábamos dispuestos a hacer el sacrificio supremo, el de nuestra propia existencia en este plano de la realidad. Esa altura de miras, ese desapego de los propios intereses, esa caridad, en suma, es de lo que adolece Set. Una criatura egoísta como él jamás comprenderá el porqué de nuestros actos y, por lo tanto, jamás podrá prevalecer.

– Os comprendo, Zeus, y agradezco vuestras sabias palabras -dijo Thor, apretando el antebrazo del monarca del Olimpo-, pero, aún así, me pregunto qué hemos de celebrar, si nuestro enemigo volverá a intentarlo una y otra vez.

– Tronador, no es nuetra tarea erradicar el mal del mundo, sino ocuparnos de sus diversas manifestaciones y hacer frente a las mismas en el tiempo que nos ha tocado vivir (7). El mal es consustancial a la realidad, y jamás podrá ser destruido, sólo contenido.

– Decís bien, Zeus -dijo Odín, dando por zanjado el asunto.

– Hay una cosa que, a pesar del fragor de la pelea, no pude por menos de notar, padre mío -dijo Thor-. Los dioses caían cuando eran superados; pero, a pesar de ello, y fuera cual fuese su procedencia o la gravedad de sus heridas, volvían a levantarse sin que nada pareciera capaz de abatirlos de un modo definitivo. ¿Por qué?

– Hijo mío -repuso Odín con gravedad-, tiempos desesperados exigen medidas desesperadas. Es por ello que, de común acuerdo entre las cabezas de todos los panteones, conminamos a los respectivos dioses de la muerte a que cerraran las puertas de su reino y no permitieran la entrada de ningún miembro de nuestro ejército en tanto en cuanto no se hubiera decidido el resultado de la batalla (8).

– ¿Y no habría existido la posibilidad de que estos dioses se negaran a acatar una intromisión tal en sus atribuciones?

– Es cierto que tal posibilidad estaba presente. Sin embargo, todos ellos eran conscientes de lo mucho que se jugaban en este envite, y todos ellos, a pesar de ser supremos en sus respectivos reinos, deben a su vez pleitesía a sus monarcas.

«Ahora veo con claridad» pensó Thor «que obré con ligereza al aceptar la exigencia de Hela tan rápidamente. Sin embargo, el dios del trueno sólo tiene una palabra, y…«

El curso de sus pensamientos se vio interrumpido por una sacudida. Sin saber de un modo claro por qué, Thor supo que algo había ocurrido en Midgard. Algo que afectaba muy de cerca a Red Norvell.

– Padre mío, lo siento en el alma, pero he de partir a Midgard. Graves asuntos me reclaman allí.

– Confío en tu juicio, hijo. Vuelve cuando te sea posible.

– Así lo haré, mi señor. Hasta pronto.

Apenas Thor hubo partido rumbo a la Tierra, una nube de humo precedió a la llegada de Hela.

– ¿Dónde está Thor? -preguntó la diosa de la muerte-. ¿Dónde está el dios del trueno?

– Ha partido hacia Midgard, Segadora -respondió Balder.

– ¿A Midgard? -repitió Hela con una sonrisa torcida-. No me importa. Esperaré.


Cuando la amenaza del Ragnarok se cernía sobre Asgard, Odín tomó a un simple periodista y le convirtió en el dios del trueno. Ahora, tras la amenaza de Onslaught, vuelve uno de los héroes más renuentes de todos…

Historias de Midgard presenta a Red Norvell

Alcanzado de lleno en el pecho por los disparos del secuaz de Ortega, Red Norvell se desplomó en el suelo. El techo que hasta entonces había sostenido se desplomó entonces, sepultando a ambos bajo una montaña de escombros.

Pocos instantes antes, Rabia y Destructor Nocturno oyeron el silbido del viento. Mirando hacia lo alto, vieron como Thor descendía a toda velocidad y aterrizaba a su lado.

– En otras circunstancias, Destructor, estaría contento de saludar a un bravo defensor de la justicia como vos (9). Sin embargo, una garra oprime mi corazón. ¿Dónde está el mortal llamado Red Norvell?

– Allí dentro, Thor -señaló Dwayne hacia el interior del edificio-. Venía detrás de mí, y…

No pudo seguir hablando. El derrumbe de la techumbre del sótano provocó que una nube de polvo y llamas saliera por la puerta del inmueble.

– ¡Dios mío! -exclamó Rabia-. ¿Norvell sigue AHÍ DENTRO?

Haciéndose cargo de la situación, Thor comenzó a hacer girar a Mjölnir cada vez más rápido, convocando a la tormenta. Negras nubes se arracimaron sobre la zona, y a los pocos instantes una fuerte lluvia descargaba, apagando el fuego en unos minutos. Con precaución pero sin pausa, Thor y Rabia comenzaron a apartar los cascotes, llamando a Red, mientras Destructor intentaba que los inquilinos del edificio mantuvieran la calma a pesar de haber perdido todo.

Pasados unos minutos, Rabia llamó a Thor.

– ¡Eh, Thor! -exclamó-. ¡Le he encontrado!

Cuando el dios del trueno se aproximó a su camarada caído, necesitó del control adquirido en batallas sin cuento para no traslucir su aprensión. Red tenía graves quemaduras en la mayor parte de su cuerpo, y sangraba por numerosas heridas. Sin embargo, no fue a él mismo a quien se refirieron sus primeras palabras.

– ¡Los niños! -exclamó débilmente-. ¿Están…?

– E-están a salvo, Norvell -dijo Rabia, tartamudeando-. Destructor los sacó a tiempo.

– Descansad, Red -dijo Thor, arrodillándose junto a Norvell-. Hoy habéis dado la medida de lo que significa ser un héroe.

– ¿Thor? ¿Estás ahí? Entonces… todo salió bien, ¿no?

– Sí, Red. Hemos triunfado. Pero tenéis que descansar.

– No intentes engañarme, rubiales… o engañarte a ti mismo. Estoy muy mal, lo noto aquí dentro. ¿No es cierto?

– Así es, Red -dijo Thor, mientras Rabia se apartaba intentando que las lágrimas no asomaran a sus ojos-. Vuestras heridas son fatales. Pero podéis estar orgulloso. Habéis luchado y caído como el mejor de los guerreros de Asgard.

– Bien -dijo Red con una sonrisa-. Al fin he hecho algo bueno con mi vida. Al fin he…

No pudo concluir la frase. Exhaló su último aliento e inclinó la cabeza a un lado.

Desprendiéndose de su capa, Thor cubrió con ella el cadáver de Red Norvell. Tomándolo en sus brazos en silencio, se aprestó a regresar a Asgard.

– Descansad en paz, Norvell. En otro tiempo, el Padre de Todos habría enviado a las valquirias en sus corceles alados para que os recogieran y os llevaran al Valhalla (10). Hoy, el dios del trueno desempeñará esa tarea. Os lo habéis ganado, y me siento honrado por llevarla a cabo.

– ¡Eh, Thor! -dijo Destructor, acercándose-. ¿Dónde te lo llevas?

– Lo llevo al lugar que se ha ganado con sus hechos, Destructor.

Sin decir nada más, Thor abrió un portal con su martillo encantado y regresó a Asgard. Cuando llegó allí, se dirigió sin dilación hacia su padre.

– Mi señor Odín -dijo, depositando el cadáver de Red ante el trono del monarca de Asgard-, aquí os traigo el cuerpo sin vida de Red Norvell. Ha caído como un valiente, y se ha hecho acreedor al descanso eterno en los salones del Valhalla.

Sin pronunciar una sola palabra, Odín extendió su mano. Durante unos instantes, nada pareció suceder. Entonces, el cuerpo de Red se agitó bajo la capa de Thor.

– ¿Qué demonios es esto que tengo sobre la cara? -dijo, al tiempo que apartaba la capa-. ¿Y dónde demonios estoy? Hey, un momento… ¡yo conozco este sitio! (11).

– Decís bien, Red Norvell -dijo Thor-. Ya habéis estado aquí. Y aquí moraréis por toda la eternidad. Os lo habéis ganado.

En ese momento, unas palmadas burlonas interrumpieron a Thor. Volviéndose, vio que Hela avanzaba hacia él.

– Una escena conmovedora, dios del trueno -dijo, deteniéndose al llegar a su altura-. Pero ya es hora de cumplir lo pactado.

– ¿Qué quieres decir, Hela? -exclamó Odín, echando fuego por su único ojo.

– Cuando porté vuestra misiva al reino de Hel, padre -dijo Thor-, Hela impuso como condición para acatar vuestros deseos que cuando todo terminase, el dios del trueno deberá venir voluntariamente a Hel y convertirlo en su morada por toda la eternidad  (12). Ignorante del contenido del mensaje, pero convencido por vuestras palabras de lo vital de la colaboración de Hela, accedí.

-¿Cómo osaste, Hela? Nunca antes te habías atrevido a tanto -bramó Odín.

– Alto ahí, barba blanca. Libremente hice el requerimiento, y libremente fue aceptado. Ha de cumplirse la palabra dada.

– Un momento -dijo una voz. Todos los rostros se volvieron hacia quien había hablado. Era Red Norvell-. ¿Cuáles fueron las palabras exactas del trato?

– Cuando todo termine, el dios del trueno deberá venir voluntariamente a Hel y convertirlo en su morada por toda la eternidad -dijo Hela-. Y ha de cumplirse el acuerdo.

– Muy bien -dijo Red-. En tal caso, verdosa, tú guías.

– ¿Qué queréis decir, Red?

– Que no hace falta que marches a Hel, Thor. Yo ocuparé tu lugar.

– ¿Qué? -exclamó Hela. Estupefacta, no pudo continuar.

– Lo que has oído, guapa. Tú misma lo has dicho: Cuando todo termine, el dios del trueno deberá venir voluntariamente a Hel y convertirlo en su morada por toda la eternidad. Y yo cumplo las condiciones. Aunque por poco tiempo, fui un dios del trueno. Soy yo el que se marcha a Hel.

– Pero… -acertó a decir la diosa de la muerte.

– Pero nada, Hela -dijo el Padre de Todos-. Libremente se celebró el pacto, y libremente se ha aceptado. ¿O es que solamente tú vas a estar libre de someterte a un acuerdo libremente establecido?

Rumiando su rencor, pero sin atreverse a manifestarlo en alta voz, Hela acató el silencio el decreto de Odín. Cuando se disponía a abrir el portal a su reino, Thor musitó unas palabras al oído de Red, que asintió en silencio antes de estrechar su mano con fuerza.

Cuando ambos hubieron desaparecido, los dioses asgardianos y sus invitados se dirigieron al salón de los banquetes, para celebrar la victoria. En medio del bullicio general, Hogun se acercó a Thor.

– Estoy intrigado, mi príncipe. ¿Qué le dijisteis al mortal antes de que partiera hacia Hel?

– Le dije que, cuando llegara, preguntara por Skurge, y que, cuando le encontrara, le dijera que iba de parte mía. Estoy seguro de que esos dos pueden dar unos cuantos dolores de cabeza incluso a la diosa de la muerte, si es que se lo proponen.

La sombra de una sonrisa cruzó por la comisura de los labios de Hogun el torvo. Pero no llegó a hacerse patente, pues en ese momento Heimdall irrumpió en el salón.

– ¡Sif! -exclamó-. ¿Dónde está mi hermana?


(1) En El Poderoso Thor # 395-400.

(2) En Falta de Fe, la primera tetralogía de la trilogía Virtudes Cardinales, y, más específicamente, en  El Poderoso Thor # 506.

(3)  En la saga ¡Atlantis ataca!, en los Anuales Marvel de 1.990.

(4) No es totalmente cierto. De acuerdo con Dezhnev padre, un peón es la pieza más importante del tablero… para un peón.

(5) Desde su derrota ante Demogorgo en la lucha que sostuvieron los Dioses Primigenios, como se narró en el Anual # 2 de Estela Plateada y se recoge en la Historia No Oficial del Universo Marvel, en mi página web.

(6) Ver números anteriores de esta misma colección.

(7) Palabra de honor que cuando escribí este número pensaba que la frase no era mía, sino que la pronuncia Gandalf en El Señor de los Anillos, Parte I, Libro II, Capítulo 2. Pero por más que lo he buscado, lo único que he encontrado es, precisamente, un párrafo en el que se defiende la tesis contraria: la de que hay que dejar el asunto zanjado de una vez y para siempre.

(8) Este es el contenido del mensaje de Odín a Hela, y la razón de que, como se narró en El poderoso Thor # 513, no hubiera ningún dios de la muerte en el ejército de los atacantes.

(9) Destructor Nocturno (y el resto de la formación original de los Nuevos Guerreros) conocieron a  Thor durante los Actos de Venganza, en los ya cásicos números 411 y 412 de El poderoso Thor.

(10) El lugar en que, tras su muerte, moraban los caídos en combate, de acuerdo con la mitología nórdica.

(11) Efectivamente, Red Norvel fue dios del trueno en la etapa pre-Ellis de Thor. Incluso apareción el El increíble Hulk, cuando el Goliath verde viajó a Asgard en busca de Agamenón.

(12) Leed El poderoso Thor # 511 si no lo creéis.


Saludos a todos. Junto con el número 512, llegó a mi buzón un e-milio de mi colega en estas lides de escritor MarvelTópico, Xumer, escritor de las series de Factor-X, X-Man y El Hombre de Hielo. En honor a la verdad, hay que reconocer que este chico empieza con un directo al hígado: Nunca me ha gustado Thor, dice el angelito. Hasta ahora, puntualiza. Quizas es debido a que nunca me interesé en exceso por el personaje, a simple vista el tipo de historias que narraba nunca me trasmitian el regustillo ese a mitologia que he leido en algunos libros de mitos griegos… Hasta ahora. Pues es justo lo que he buscado al hacer la serie, darle un trasfondo mitológico que es inherente al personaje. Al fin y al cabo, para darle cancha en Midgard ya están sus intervenciones en los Vengadores. He de decir que el ultimo y penultimo numeros de la serie me dejaron flipando… No me imaginaba que Thor diera tanto de sí. Una trama bien construida, sin ser excesivamente complicada y accesible a un lector novato (como yo) pero que a la vez tenia el regusto a aventura mitica. Pues muchas gracias por lo de trama bien construida. Por una vez, planeé esta trama desde el principio, desde que me hice cargo de la serie. No sólo el hecho de que iba a ser una trilogía de tetralogías (o una dodecalogía, como prefiráis), sino lo que pasaría en cada una, quiénes serían los malos y quienes los buenos… No creo que haya alcanzado semejante nivel de planificación anticipada más que en la saga Emociones Primarias, y en ella tuve la inestimable (¿¿??) ayuda de Peter. Xumer sigue diciendo que ya sabes lo poco que me gustan los heroes cosmicos o incluso los heroes a  secas (siempre intento dejarlos en evidencia, vease el enfrentamiento Fatuo Vs Dr. Muerte en Factor-X#146), pero tio, lo has conseguido. Con estos dos numeros (y espero que con lo que queda de la serie) has conseguido engancharme…¿Cómo que con estos dos números? ¿Es que no te has leído los siete anteriores? Que no se repita, ¿eh? Thor mola (y eso que al principio decidí no seguir la serie)… (Nota del correero: uh, uh, mola mazo) Sigue así. Eso espero. Acaba diciendo que por si te queda la duda esta es una critica positiva. Vaya, hombre, yo que ya había hecho propósito de la enmienda… Además, Xumer señala un fallo de la versión e-milianense del número, que espero se corrija en la versión que se colocará en MarvelTopía. A ver quién lo descubre.

¡Eh! Acabo de ver el correo del número 4 de Eurocorps, y Xumer ha enviado allí otra carta, con un tono igualmente encomiástico. ¿Es que te estás ablandando, tocayo? .

En cuanto a la cuestión que planteábamos en El poderoso Thor # 512, nadie ha sido capaz de resolverla. Quien más se ha acercado ha sido Peter, que acertó uno de los dos seres que han empuñado Mjölnir sin verse transformados en el dios del trueno: Steve Rogers, en El poderoso Thor # 390. En cuanto al otro, fue Tiwaz, su bisabuelo (el de Thor, no el de Steve Rogers) en El poderoso Thor # 355.

Espero que hayáis disfrutado leyendo este año de la colección. Yo, desde luego, he disfrutado escribiéndola. Y ahora, las malas noticias: me comprometí a escribir la colección durante un año (bueno, once números), y he cumplido. Mi compromiso ha terminado. Pero le he cogido gusto a la cosa, y voy a seguir. ¡Tendréis que soportarme mientras el cuerpo aguante! ;-{Þ} Eso, sí, espero que, como Xumer, disfrutéis con la colección, y recibir vuestros mensajes en Crónicas del Norte – Correo de los lectores (bergil@altavista.net).


En el próximo número: ¿Qué destino espera a los asgardianos, una vez vencida la amenaza para la creación que suponían Set y Loki? ¿Y dónde está Sif? Descubridlo en Thor # 515, el número de Noviembre.

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