#6 – El Culto I
Fuego negro
Por Tomás Sendarrubias
Fecha de publicación: Mes 177 – 1/13
Ciudad de Gotham, Estación de Metro Kipling’s Knives.
Si de algo podía sentirse orgullosa la ciudad de Gotham era de la línea A de su sistema de trenes suburbanos. La Fundación Wayne había hecho una gran inversión en los sistemas de transporte en superficie, favoreciendo la creación de líneas de tranvía, y no hacía mucho, el monorraíl que recorría la ciudad. Pero el metro era aún más antiguo, y la línea A recorría las zonas céntricas, comerciales y ricas de la ciudad. Kipling’s Knives, al igual que Tennyson’s Place o Longfellow’s Row, se mantenía como si fuera un museo subterráneo. Edward Kane, el arquitecto que diseñó las estaciones principales del centro de la ciudad las había planteado prácticamente como si fueran grandes salones de diversos palacios, todos con amplias escaleras, claraboyas que daban a las calles y que estaban decoradas con vidrios de colores, cuadros art decó, y grandes lámparas. En los últimos años, algunas de las estaciones no habían pasado por sus mejores momentos. Tennyson’s Place se había convertido en un refugio para vagabundos, y la propia Kipling’s Knives había sufrido un gran deterioro debido a disputas de competencias entre el ayuntamiento y la empresa privada que gestionaba el metro de Gotham. Había sido la propia Kate Kane quien había puesto final a esas disputas y quien había dirigido personalmente las labores de restauración. En Kipling’s Place estaba el Instituto Loyola, al que Kate Kane había asistido, y la joven filántropa parecía tener un cariño especial a aquel edificio.
Por eso no era extraño ver a estudiantes de Loyola subir y bajar por las escaleras de Kipling’s Knives, con sus sobrios uniformes de chaquetas negras, pantalones grises, camisas blancas y faldas tableadas, llevando portafolios y carteras de cuero. Todo en ellos indicaba que su futuro sería diferente al de esos otros chicos que correteaban por ahí con mochilas colgadas en un hombro, zapatillas deportivas y vaqueros desgastados. Loyola preparaba a los futuros dirigentes de Gotham, de Estados Unidos… o quizá del mundo.
Henry Bedford había sido estudiante de Loyola, y ahora, trabaja como profesor en la institución. Enseña literatura inglesa del siglo XIX, y en esos días, está tratando de enseñar a sus estudiantes la grandeza de Percy Shelley. «Soy Ozymandias, el Gran Rey, ¡Mirad mi obra». Es difícil atraer la atención de los muchachos, por muy preparados que estén para convertirse en la flor y nata de Gotham, aún siguen siendo adolescentes, atraídos por la MTV y el Call of Duty: Black Ops. El pobre Ozymandias lo tenía muy complicado a la hora de atraer la escasa atención que los jóvenes podían poner en nada que no estuviera en constante movimiento. Todo parecía más fácil y más vivo cuando Henry era un niño, y lo más avanzado que había para jugar eran Arkanoid, PacMan o el Galaxian, todo ello pixelado, cuadriculado y en dos dimensiones. Ese era el mundo que Henry echaba de menos, un mundo donde podías entretenerte un rato jugando con una bola y un montón de ladrillos, y luego podías salir al jardín, sentarte en un banco y leer los cómics de los Minutemen.
Todo parecía más fácil entonces.
Henry alza la mano cuando ve a tres de sus alumnos de último curso pasar a su lado, los conoce perfectamente. Salma Hayyini es una muchacha brillante, probablemente la mejor alumna de Henry, y con ella van Andrew Bryan y Nora Kane, pariente lejana de la rama principal de la familia Kane y una verdadera mente privilegiada para las ciencias, según decía el claustro de profesores. Ninguno de los tres mira hacia Henry, y este alza las cejas, sorprendido. Profesores y alumnos suelen tener relaciones bastante educadas en Loyola, y Henry se había cruzado en numerosas ocasiones en diversos puntos de la ciudad con los tres, aunque no recuerda haberles visto juntos en ningún momento. Poniendo los ojos en blanco, Henry saca un eBook de su mochila, y lo enciende para leer Dune, mientras observa a los chicos acercarse al andén.
-El tren entrará en la estación en treinta segundos-anunció la voz mecánica y aséptica de una mujer, sospechosamente parecida a las voces que anunciaban las rebajas en los grandes almacenes, y Henry puede ver un par de líneas de texto de Feyd-Rautha Harkonnen antes de escuchar como el sonido del tren se acerca a la estación.
Lo ve un segundo antes de que ocurra.
Los tres chicos. Sin dudas. Sin mirar hacia ningún lado. Sin gritar. Dan un paso de más, un solo paso.
Henry escucha un grito al ver como son aplastados por la mole metálica del tren, sabe que esa imagen le perseguirá en sus pesadillas, que escuchará ese crujido de huesos durante lo que le quede de vida.
Tarda un tiempo en darse cuenta de que es él quien grita.
Ciudad de Gotham, Cementerio de St.Gabriel.
-¿Cómo ha podido pasar algo así? ¿Cómo?
La voz rota de Margaret Kane se queda colgando en el soleado día, un lastimero recordatorio a todos los presentes de lo que había ocurrido. Habían pasado dos días desde lo que los periódicos habían llamado escuetamente «el suceso de Kipling’s», y ni en ese tiempo los forenses habían podido estar seguros de que todos los pedazos que habían entregado a Gerard y Margaret Kane pertenecían a su hija. La pregunta retumba en los oídos de Kate Kane, que suspira mientras ve cómo la mujer a la que ha llamado siempre «tía Maggie», está a punto de desmayarse en brazos de su esposo, Gerard, que trata de mantener la compostura a pesar de que están enterrando a su hija. El peso de la sangre de los Kane, piensa Kate, mientras se vuelve hacia su padre, situado en un lugar preferente entre los dolientes. Edward Kane, patriarca de la familia, cabeza de los Kane, aunque Nora fuera solo una familiar distante. Al lado de su padre, su hermana Bette hace todo lo posible por tragarse las lágrimas. De todos los miembros de la familia, probablemente fuera la más cercana a Nora, ambas tenían casi la misma edad, y de hecho, Bette había salido el año anterior del prestigioso instituto. Con un escalofrío, Kate se da cuenta de que si su hermana hubiera sido un año mejor, quizá la estuvieran enterrando a ella. Cruza los brazos ante el pecho, y alza los ojos al cielo. Necesita que todo aquello acabe cuanto antes.
-La muerte de un niño siempre es dura.
Kate se gira y asiente, reconociendo de inmediato la voz. Bruce, perfectamente vestido, como siempre, se acerca a ella, pasándole un brazo por encima del hombro antes de besarle una mejilla.
Los dos son niños, el cementerio es otro. El cementerio familiar de los Wayne. Bruce está sólo ante las tumbas de sus padres, es Kate quien se acerca y pasa un brazo por sus hombros… Lo siento, Bruce… ojalá no hubiera pasado esto.
-Ojalá no hubiera pasado esto-dice él, y Kate suspira.
-Pero ha pasado. Tres niños muertos, Bruce. Y nadie se explica cómo ha pasado. ¿A quién se culpa cuando pasa algo así? ¿A los videojuegos? ¿A las películas? ¿A la música que escuchaban? ¿Qué cojones lleva a alguien a saltar en grupo delante de un tren?
-Lo siento, Kate-afirma Bruce, y ella se encoge de hombros-. ¿La policía no ha dado ninguna explicación?
-El Comisario Gordon habló con mi padre y con mi tío Gerard. Aún lo están investigando, los tres chicos estudiaban juntos, aunque no eran realmente «amigos», según cuentan sus compañeros. Tienen tantos puntos en común que no saben por dónde empezar. Pero Bruce, ¿y si no pueden encontrar nada… porque no lo hay? ¿Y si estamos creando una generación tan intrínsecamente desesperada que tres niños pueden cogerse de la mano y saltar a una vía de tren?
-Encontrarán un motivo, Kate. Y lo harán para que Gotham pueda dormir tranquila y pueda mirar a sus hijos. Lo harán.
-Es esta maldita ciudad, Bruce-gruñe Kate-. Es como si estuviera maldita. Como si en su corazón sólo hubiera oscuridad…
Oscuridad, piensa Bruce. La más negra oscuridad, un Dios Caído… El No-Dios. O eso había dicho Simon Hurt como parte de sus mentiras, de su perversa historia con la que había tratado de volver loco a Bruce, de convertirle en parte de ese Guante Negro del que hablaba (1). Existiera o no existiera esa oscuridad, ese No-Dios, era cierto que parecía que Gotham era experta en alumbrar a sus propios monstruos, en pervertirlo todo para deformarlo y hacerlo horrible. Harvey Dent, desaparecido y al que todo el mundo llamaba ahora Dos Caras. Ese «Joker» que, al parecer sin objetivo alguno más allá de llamar la atención, había volado el Puente Lincoln. Y había mucho más allá, aparte de esos monstruos más llamativos, pequeños criminales, traficantes, violadores, asesinos… Crecían como la mugre en los rincones oscuros de Gotham.
Aquello era lo que Bruce se había jurado combatir. Era esa lucha la que había creado a Batman.
El servicio había terminado, la gente comenzaba a dispersarse. Más allá de las verjas del cementerio esperaban los periodistas, a los que la policía había impedido acceder al interior del cementerio. Kate sabía que su padre había pactado unas declaraciones para la prensa a cambio de que no sacaran fotos del interior del cementerio, y con él estaría, como siempre en esos momentos, Bette. Kate se queda atrás, con Bruce. Odia las cámaras, a pesar de saber el interés que suscita en la ciudad. Comienza a caminar, pero entonces se da cuenta de que Bruce está quieto, observando el lateral de la iglesia que preside el corazón del cementerio de St.Gabriel, un templo neogótico, de afiladas agujas y vidrieras de colores, oscuros y apagados por el paso del tiempo. Muchas de ellas estaban rotas, la iglesia era incómoda y fría, y en el cementerio se había construido una capilla, mucho más cómoda y acogedora, pero la iglesia seguía estando allí, con sus ominosos ángeles en los pináculos, tocando las trompetas mudas que anunciaban el Juicio Final.
-Bruce, ¿qué…?
-Hay alguien ahí arriba-sisea Bruce, y Kate advierte en ese momento que su primo tiene razón. ¿Por qué no lo habían visto antes? Quizá porque nadie había mirado hacia arriba. Pero era perfectamente visible, una mujer vestida de negro, probablemente una de las asistentes al sepelio de Nora…
-Oh, Dios mío-masculla Kate-. Es la señora Tate, es profesora en Loyola…
-¡Ha llegado!-grita la mujer, y una docena de sorprendidos rostros pálidos se vuelven hacia ella-. ¡¡Ha llegado el tiempo de la Nada!! ¡¡Ha llegado el tiempo del olvido!!
-¡No!-exclama Kate, y Bruce sale corriendo hacia la iglesia, a pesar de que sabe que es demasiado tarde. Jamás llegará a tiempo, jamás podrá…
Detener la caída cuando la mujer da su último paso y se precipita hacia el vacío, cayendo con un ruido de huesos rotos y provocando un grito unánime de los presentes. La policía no puede evitarlo, la prensa entra en el cementerio, y para Kate, todo se difumina. Los flashes, las luces, los gritos, las voces, la silueta rota de Millicent Tate, sus recuerdos de esa mujer explicando por qué las cosas caían a una velocidad determinada, la pierna de esta, girada en un ángulo imposible que delataba que su cuerpo se había roto, la mirada perdida, un amago de sonrisa en sus labios… y Bruce, erguido, sombrío, con el ceño fruncido y las manos crispadas, a mitad de camino entre ella y la señora Tate (el cadáver de la señora Tate), con los ojos clavados en el cuerpo caído.
Ese es el momento en el que el mundo baila para Kate Kane, y ella decide que no puede seguir el ritmo. Lo siguiente, es oscuridad.
Ciudad de Gotham, Instituto Loyola.
-Comisario Gordon, cerrar el Instituto es un abuso… ¡un atropello!-gruñe el envarado Ezekiel Vandermoor, director del Loyola, apoyado en la mesa de su despacho y mirando a Gordon como si fuera un pescadito que estuviera pensando en comerse-. Esta es una institución de prestigio, no un bar cualquiera que se pueda clausurar para buscar pistas absurdas…
-Señor Vandermoor, han muerto cuatro personas…-replica Gordon, encogiéndose de hombros.
-Cuatro suicidios, señor Gordon. No los ha asesinado nadie. Busque en sus casas, en sus familias, en sus vidas privadas-responde el director-. ¿No es eso lo que hacen ahora? Que comprueben sus redes sociales, sus correos, a sus círculos de amigos.
-Lo haremos, por supuesto-contesta el Comisario Gordon, ya enfadado por la actitud del director-. Y también vamos a investigar el único punto en común que tienen los cuatro fallecidos. Su instituto. ¿Tiene algo que esconder, señor Vandermoor?
-Por supuesto que no.
-Pues entonces, cuanto antes se marche, antes podrán ponerse a trabajar mis hombres, y si todo va bien, mañana por la mañana podrá abrir las puertas del instituto y hacer como si no hubiera pasado nada.
-Comisario Gordon, su actitud es ofensiva. Todo el personal del instituto está profundamente afectado por lo ocurrido, pero queremos que todo transcurra con la mayor normalidad, y con el menor perjuicio para nuestros estudiantes y sus familias.
-Por supuesto, Director, no tengo ninguna duda al respecto.
Vandermoor mira fijamente a Gordon, que mantiene la desafiante mirada del director. Apenas lleva un mes como Comisario, pero ya se ha dado cuenta de que tendrá que hacer frente muchas veces a esa mirada en Gotham. Loeb era uno de ellos, un hombre de Gotham, y Gordon venía desde fuera. Era tan gothamita como ellos, pero había pasado años trabajando en Chicago, y eso le convertía en un extraño. Para Vandermoor y para muchos otros ciudadanos, era un intruso, un advenedizo. Gordon suspiró, y comenzó a tamborilear en la mesa del director con los dedos. Finalmente, Vandermoor gruñó y salió del despacho.
-Apresúrese, comisario.
Gordon asiente, y se despide de Vandermoor con una sonrisa. En el momento en el que el director cierra la puerta, Gordon borra la sonrisa de su cara y saca su teléfono móvil del bolsillo.
-Chicos, podéis empezar-dice.
-Genial, jefe-responde Montoya desde el otro lado de la línea-. Bullock se estaba poniendo ya nervioso. Por cierto, este sitio de noche da miedo.
-Cuidado con los fantasmas, Reneé-responde Gordon, colgando y girándose de nuevo hacia el escritorio del director Vandermoor, dando un respingo al ver allí a Batman, de pie tras el escritorio-. ¡Mierda!-exclama el Comisario-. ¿Piensas matarme de un infarto?
-Este es el despacho del director Vandermoor-afirma Batman, y Gordon asiente-. ¿Hay algo que quiera contarme, Comisario?
-¿Aparte de que es un cerdo chauvinista? Me encantaría poder decirte que ha sido el culpable de todo, pero me temo que en parte tiene razón. Son cuatro suicidios, Batman, no asesinatos en serie. Al final, terminaremos teniendo que culpar… no sé, a la sociedad.
-Ha habido cuatro muertos que, hace cuarenta y ocho horas, estaban vivos y entre estas paredes, Comisario. No hay relación entre los niños, ni entre sus padres. Y nada les vincula a la profesora, ni siquiera les daba clase a ellos. Si existe algo que les une, tiene que estar en este edificio. O incluso entre estas cuatro paredes.
Gordon se encoge de hombros y se aparta a un lado, mientras Batman conecta los transmisores de las lentes de su máscara, de modo que todo lo que vea se registra en los ordenadores de la Batcueva, para poder revisarlos después. Conectó también los espectrógrafos. Revisó la sala en varias frecuencias, utilizando visores térmicos y electromagnéticos, pero no había nada fuera de lugar. Nodos de cables junto a los interruptores, las fuentes de calor previsibles en los aparatos eléctricos, restos de lo que probablemente había sido una taza de café casi ardiendo en diversos puntos del escritorio…
-¿Ves algo?-pregunta Gordon.
-Hh-gruñe Batman, negando con la cabeza-. Creo que necesitaré ver el resto del Instituto.
-Va a ser difícil, mis hombres están buscando pistas. Y no todos ellos están de acuerdo con nuestra sutil alianza, por llamarlo de alguna manera.
-¿No?
-No. Eres un justiciero, Batman. Nadie sabe quién hay debajo de esa máscara. Por Dios, podrías ser Bush Junior con esteroides, el peor villano de América que ha vuelto para atormentarnos. ¿Qué te hacer ser válido para juzgar, para actuar? ¿Quién se responsabiliza por tus actos? Mis hombres tienen un entrenamiento, una capacitación legal… ¿Qué te convierte en lo que Gotham necesita?
-El miedo, Comisario-replica Batman, abriendo el ordenador de Vandermoor y hackeando sus claves sin ningún problema, conectando su disco duro al de la Batcueva, transfiriendo su disco duro en pocos segundos.
-Esta ciudad ha sentido miedo de sobra-gruñe Gordon-. Hace un mes, un pirado contó un chiste y voló un puente, matando a doscientas doce personas. Y no sabemos nada de la persona que lo hizo, absolutamente nada. ¿Crees que la ciudad necesita más miedo?
-Miedo para aquellos que tengan algo que temer. Esperanza para los demás. Y si no estuvieras de acuerdo conmigo, no hubieras puesto esa señal encima del Departamento de Operaciones Especiales. Tengo un punto de conexión, Comisario.
-¿Qué?
-Reuniones de Fe-afirma Batman, dejando sobre la mesa un pequeño ingenio cuadrado que proyecta un holograma en el centro de la sala, con los datos que ha conseguido cruzar el ordenador central de la Batcueva, extrapolando datos de lo que había obtenido del disco duro de Vandermoor.
-Eso no está en el programa de Loyola.
-Parece ser una actividad extracurricular-afirma Batman, revisando los datos holográficos-. Es algo voluntario, los participantes tienen que inscribirse en ellas. Los listados de asistentes están archivados en el disco duro, aunque no hay constancia de que Vandermoor haya accedido a ello, así que es probable que por muy mal que le caiga, Comisario, sea cierto que el director no supiera cual era el vínculo entre las cuatro víctimas.
-¿Nos vas a facilitar los listados?
-Están ya en su correo personal, Comisario. Usted sabrá cómo distribuirlos sabiamente.
-Sin duda. Sabiamente. ¿En qué consiste?
-Terapia para creer. Loyola es un centro católico, profundamente ortodoxo, y la fe es un factor importante en la formación de los futuros líderes de Gotham.
-Claro. Ahí fuera, América es Blanca, Anglosajona y Protestante. Gotham tiene que ser diferente.
-El tutor es alguien ajeno a Loyola, un hombre de la archidiócesis.
-Vaya, con la Iglesia hemos topado.
-Comisario Gordon… ¿le suena de algo alguien conocido como Diácono Blackfire?
Ciudad de Gotham, Iglesia de la Santa Gloria.
-…porque la Fe, hermanos, es como el viento. No se puede ver, no se puede tocar, pero no se puede negar que está ahí. Para aquel que la siente, la Fe es tan tangible como una roca de granito. Resistente y sólida, un punto de apoyo y una manifestación de la alegría que es vivir. Pero la Fe es preciosa como el oro, no se puede poner en cualquier lugar, no se puede depositar en cualquier sitio, porque en ese caso, podemos malgastar el don de nuestra fe. La fe no se debe situar ante los altares equivocados, y hay muchos hoy que reclaman nuestra fe. Nuestros corazones saben cuáles son las sendas correctas, sólo hay que saber escucharlo. Sólo hay que saber sentir la Fe…
Sentado en una de las últimas filas de la pequeña Iglesia de la Santa Gloria, en el norte de Gotham, Bruce Wayne escuchaba atentamente las palabras del Diácono Blackfire. Su nombre no constaba en ningún sitio, sólo ese apellido, lo que había suscitado la curiosidad de Bruce Wayne, y también de la policía. El Comisario Gordon esperaba en la puerta a que el Diácono terminara su oficio para interrogarle. Había dos policías más entre los asistentes al oficio, y alguno más en el exterior de la pequeña y oscura capilla neogótica, formada por una sola nave cuadrada, y decorada con pináculos y unas sombrías vidrieras de colores que mostraban el interior del infierno y diversas torturas. Desde luego, no era el espectáculo más alentador del mundo, pero sin embargo, la presencia de Blackfire era tan impresionante que centraba en él toda la atención, en algunos momentos Bruce incluso había tenido la sensación de olvidarse que estaba allí para investigar sobre cuatro suicidios en los que el único vínculo existente eran el Instituto Loyola y aquel hombre. Blackfire no era un hombre que pudiera denominarse como físicamente impresionante. Era de pequeña estatura, con el pelo rojizo, peinado hacia atrás, la piel blanca y pálida y los ojos de color azul claro. Sus rasgos no delataban edad alguna, podía encontrarse en cualquier punto entre los treinta y los sesenta años. Vestía con ropas negras sacerdotales, con un alzacuellos blanco como única nota de color a destacar. Pero su voz… El verdadero don del Diácono Blackfire era su voz, rica en matices, densa como una copa de vino, llena de texturas y colores. Acariciaba como el terciopelo, vibraba como el cristal, atronaba como las gigantescas campanas de una catedral, según lo que estuviera contando. Bruce se sentía embargado por aquella voz, y veía que le ocurría lo mismo a Gordon y a casi todos los presentes.
-Podéis ir en paz-concluye Blackfire, y de pronto, es como si el hechizo se hubiera roto. Bruce se incorpora empujado por un resorte, y ve que el resto de los asistentes se levantan también, muchos de ellos con cierta expresión de sueño roto, como si llevaran un buen rato dormidos, aunque Bruce sabe que han estado escuchando a Blackfire con atención. Los fieles habituales comienzan a dirigirse a la puerta, y el Comisario Gordon se apresura a dirigirse hacia el Diácono Blackfire. Bruce se limita a permanecer de pie en el pasillo de la iglesia, atrayendo enseguida la atención del sacerdote.
-Por supuesto que hablaré con usted, comisario, lo ocurrido es una tragedia de tales dimensiones que mis fieles nunca volverán a ser los mismos. Vaya pasando a la sacristía, por favor, creo que tengo que atender a alguien más.
El Comisario Gordon asiente, y Bruce da un respingo cuando se da cuenta de que Blackfire se acerca a él.
-¿Puedo ayudarle en algo, caballero?-pregunta el Diácono, y Bruce asiente.
-Había oído hablar de usted y de lo que estaba haciendo en esta iglesia, Diácono Blackfire-dice Bruce, extendiendo una mano-. Mi nombre es Bruce Wayne y…
-He oído hablar de usted, señor Wayne, no sabía que era usted católico-responde Blackfire, estrechándole la mano con firmeza.
-Realmente no lo soy, Diácono, pero sí habrá escuchado que la Fundación Wayne mantiene una serie de tratos con otras instituciones benéficas… Hemos oído hablar de lo que usted está haciendo en este barrio, y también de su vinculación con Loyola, y quería comprobar en persona lo que estaba haciendo. Y realmente, su discurso ha sido… revelador.
-Lo llamamos sermón, señor Wayne-sonríe Blackfire-. Y por supuesto, si he llamado la atención de la Fundación Wayne, estoy haciendo mi trabajo mejor de lo que pensaba. Podemos hablar en cualquier momento, señor Wayne, pero ahora mismo la policía quiere hablar conmigo, una serie de trágicos sucesos…
-He oído hablar de ello, lo lamento profundamente. Y llámeme Bruce.
-Claro, Bruce. Si puedes volver mañana…
-Tenga, mi tarjeta-dice Bruce, entregándole una tarjeta al Diácono-. Llámeme cuando pueda y mi secretaria concertará una cita. Por cierto… ¿Cómo debo llamarle? ¿Blackfire es su apellido?
-No, señor Wayne… Bruce. Me encantaría haber nacido con un nombre tan llamativo y eufónico, pero es el nombre de un viejo jefe indio, uno de los líderes de la extinta tribu Miagani. Hace muchos años, la primera vez que estuve en Gotham, uno de los hombres de la vieja parroquia de San Tadeo, a la que estuve destinado, decía que se hablaba de un viejo jefe Miagani, al que llamaban Fuego Negro, que tenía la habilidad de despertar a las propias piedras con su voz. Por supuesto, se trata de una leyenda, pero decían que mi voz también podría levantar a las piedras. Comenzaron a llamarme así, y me pareció un apodo adecuado para Gotham. Mi verdadero nombre es Godfrey Good.
-Y supongo que Diácono Good no suena igual que Diácono Blackfire…-sonríe Bruce, y el Diácono asiente-. Encantado de conocerle, no quiero entretenerle más, las preguntas del Comisario Gordon serán mucho más importantes que cualquier cosa que yo pueda decirle. Lo que ha ocurrido es tan trágico…
-Una auténtica tragedia, sí-afirma el Diácono, mientras Bruce se dirige hacia la salida de la iglesia. Al salir, descuelga su móvil mientras se quita un pequeño alfiler decorativo que lleva prendido en el bolsillo de la chaqueta y lo mira atentamente-. ¿Alfred? ¿Se ha recibido la señal? Bien, activa el sistema de reconocimiento facial. Quiero saberlo todo sobre el Diácono Blackfire.
Ciudad de Gotham, Batcueva.
-¿Su voz no se ha grabado?-pregunta Bruce, sentado en el sillón que domina la Batcueva, ante las pantallas holográficas. Puede ver en diversas pantallas la grabación realizada de su conversación con el Diácono Blackfire desde un ángulo un tanto extraño debido a la ubicación del alfiler, y puede escuchar perfectamente su voz, pero cuando el Diácono Blackfire habla, no hay más que estática. Alfred niega con la cabeza, dejando ante Bruce un vaso con zumo de pomelo y unas galletas saladas.
-¿Ha utilizado el software de limpieza acústica?-pregunta el mayordomo y Bruce asiente.
-No es una interferencia. El micrófono lo ha grabado así.
-Muy extraño, señor Bruce.
-Sí lo es-asiente Bruce.
-Todo es sorprendente últimamente. Le recuerdo, señor Bruce, que tiene una reunión con el señor Fox y el gabinete de dirección de Industrias Wayne. Dispone de cuarenta y cinco minutos antes de que empiecen a ponerse nerviosos otra vez.
-Iré, Alfred-afirma Bruce, dando un sorbo al zumo de pomelo.
-Eso dijo las últimas tres veces, señor-masculla el mayordomo, saliendo de la Batcueva, mientras Bruce se inclina hacia delante. El software de reconocimiento facial ha localizado tres coincidencias con los rasgos faciales del Diácono Blackfire, y con un gesto, las pasa a las pantallas principales.
Siente un escalofrío al ver las fechas y los titulares.
La primera identificación es de un periódico microfilmado de 1978, con fecha del 16 de Noviembre. En él, se hablaba de la comunidad del Templo del Pueblo, una secta religiosa estadounidense ubicada en Guyana, en Centroamérica, donde se habían asentado en su propia urbe, Jonestown, creada para escapar el control del gobierno de Estados Unidos por el reverendo Jim Jones. En la fotografía que ilustraba el artículo del periódico, donde se entrevistaba a Jim Jones, este aparecía acompañado por el Reverendo Blackfire. Dos días después, el 18 de Noviembre, novecientas nueve personas se habían suicidado en aquel lugar, y se habían cometido cinco asesinatos. Se inyectó cianuro a los niños y a los ancianos, los adultos lo tomaron voluntariamente, y Jim Jones había aparecido víctima de un tiro en la cabeza, todo indicaba que autoinfligido. No había nada que identificara al Diácono Blackfire, ni que hablara de su posible destino.
Enarcando las cejas, Bruce pasa al segundo identificador, también relacionado con un movimiento religioso, la iglesia ugandesa de la Restauración de los Diez Mandamientos de Dios, un culto mariano dirigido por un tal Joseph Kimbwetere. El 17 de Marzo del año 2000 se habían encerrado en su templo, habían tapiado desde dentro las ventanas y las puertas, y habían incendiado el edificio. Ochocientas personas habían muerto esperando que la Virgen María les llevara directamente hacia el Cielo. Y Blackfire, al igual que en la imagen anterior, aparecía en la fotografía, cerca del líder de la secta. Entre una y otra foto habían pasado veintidós años, y doce más hasta ese día… y no había nada en el rostro de Blackfire que revelase que había pasado un solo día. Ni canas, ni arrugas… Nada. Tampoco en la foto junto a Kimbwetere se le identificaba.
Con un suspiro, y sabiendo ya prácticamente lo que iba a encontrar, Bruce pasa al tercer marcador. Dio un respingo al ver que se trataba de un artículo sobre Waco, David Koresh y los Davidianos. El 28 de Febrero de 1993, de departamento de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego de la policía de Estados Unidos había organizado una redada contra el rancho davidiano de Monte Carmelo, en Waco, Tejas. Los davidianos habían resistido y se habían visto cercados durante cincuenta y un días, hasta que el 19 de Abril los propios davidianos habían prendido fuego al rancho. Murieron unos 86 hombres, mujeres y niños, incluyendo a Koresh. Pero al parecer, no al Diácono Blackfire, que aparecía en aquella foto cerca del líder davidiano.
Bruce vuelve a pasar el software de reconocimiento facial, pero no hay duda. Un cien por cien de coincidencia entre esos tres hombres y el afable sacerdote al que ha conocido esa mañana. Un hombre que ya había estado en Gotham, en la Iglesia de San Tadeo.
Bruce se incorpora y se dirige hacia la Mansión. No puede evitar la reunión con la directiva de Industrias Wayne… pero desde luego, esa noche tiene una iglesia que visitar. Necesita responder a una pregunta.
¿Quién es el Diácono Blackfire?
Ciudad de Gotham, Iglesia de la Santa Gloria.
Los asistentes a ese oficio guardan silencio. No hay fervor en sus rostros, solo gestos vacíos, mientras escuchan las palabras que el Diácono Blackfire pronuncia desde el púlpito. Se trata de un público selecto, jóvenes procedentes de Loyola en su mayoría, aquellos que han decidido acudir a sus sesiones de refuerzo de la Fe, y entre ellos, aquellos a los que Blackfire ha elegido personalmente. Los más débiles. Los más desesperados. Aquellos que mejor podrían responder a su llamada.
-Temed-decía-. Temed y odiad. Odiad al mundo, odiad a todo aquello que es diferente, odiad a todo aquello que es semejante. Ese es nuestro credo. El Odio y el Miedo. Si odiamos a lo que tememos, golpearemos primero. Si tememos a lo que odiamos, estaremos preparados. Odio y miedo en vuestros corazones, odio y miedo son Sus dones. Los dones del No-Dios. Abrazadlos. Sentidlos. Y cuando llegue la hora, podréis morir por él. Podréis morir por Darkseid.
1.- En Batman: Año Uno, aquí en nuDCTopía.
Como no he leido The Cult, al principio no tenía ni puta idea de quién hablabas…
Veo que Darkseid está por todos lados… a mi es que no me pega mezclar algo tan urbano como Batman con cosas cósmicas… no sé, es como meter a Daredevil en la Guerra Kree-Skrull…
Esto es el nuDC, jefe. Aquí Darkseid no es cósmico… es otra cosa. Ya has visto… y ya verás.
Para cosas cósmicas, el próximo Green Lantern 😛 y posiblemente el arranque de Justice League (aunque aun queda)
Un número muy interesante, con bastante investigación y una buena participación de Katherine Kane, a ver a donde le conducen sus pasos jejeje
Una duda, cuantos capítulos prevees para este arco??
Pues mi idea es que dure dos episodios. Claro, que pensaba en tres para Año Uno y se fue a cinco… Así que Green Lantern, ¿no? ¡Genial!
Pacou Miranda (autor de Flash) está trabajando en él ^^
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