#2 – Queen II
Salvaje
Por Nahikari
Coguionista: Carlos Fortuny
Fecha de publicación: Mes 175 – 11/12
«Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas.» – Pablo Neruda –
Lugar desconocido, Indonesia.
Cualquier otro día aquella playa habría competido con las más hermosas playas del mundo, el agua cristalina te permitía andar durante largo rato mientras observabas la vida submarina a tus pies. La fina arena parecía oro en polvo, y unas cuantas palmeras decoraban el lugar hasta que la playa se convertía en un espeso bosque. Pero hoy no, hoy el Bombardier Global CJN de Industrias Queen se encontraba hecho pedazos y repartido por toda la costa. El avión se había estrellado en el agua, pero con la fuerza del impacto había acabado llegando a la orilla, dejando un gran surco tras él, que ahora rellenaba la cristalina agua del lugar.
De entre los árboles emergió un hombre joven que no llegaría a la veintena, de rasgos orientales y piel morena. Su musculatura recordaba a la de los gladiadores romanos, y al igual que ellos, apenas usaba ropa; sólo una especie de calzón largo, que le llegaba casi hasta la rodilla, cubría sus partes nobles. Una daga muy rústica colgaba a la derecha de su cadera, mientras que a la izquierda colgaba una aljaba con unas pocas flechas. En sus manos sujetaba un arco con una flecha lista para ser disparada, pero en cuanto vio los restos del avión ardiendo, el joven destensó el arco y profirió algunos gritos a su espalda. Enseguida, hombres de rasgos similares surgieron del bosque.
Hace 5 años…
Cafetería The Chatter, Star City.
Oliver había llegado hacía ya quince eternos minutos, y empezaba a plantearse seriamente el salir de aquel antro al que llamaban cafetería. Sandra Hawke le había citado allí, pero aunque el sexo con ella fuera genial, no estaba seguro de que mereciera quince minutos de su tiempo.
El joven multimillonario miró su carísimo reloj y suspiró, acto seguido miró la algo destartalada taza de café que le habían servido hacía ya más de diez minutos y aún no había tocado. Finalmente, Oliver decidió que había sobrepasado el tiempo que esperaría por cualquier mujer, así que se levantó dispuesto para irse, a la vez que dejaba algunos dólares en la mesa que sin duda cubrirían con creces lo que valía aquel café.
Fue entonces cuando se encontró de bruces con la joven. Su etnia era cuanto menos curiosa, siendo una mezcla entre afroamericana y asiática. Si bien siempre había ido ataviada con ropa provocativa, siendo ella una fiestera consolidada, aquel día iba especialmente formal. Aunque la ropa no hacía que la joven se sacará mucho de partido, sus ojos, labios y el sedoso cabello oscuro, seguían seduciendo como el primer día a Oliver, que enseguida olvidó el disgusto por la espera. Pero sus instintos se detuvieron al reparar en algo.
-Vaya, parece que te has vuelto aún más rara. ¿En serio traes a un crío a nuestra cita?- Preguntó Oliver socarronamente.
-No he venido a acostarme contigo, Ollie.- Dijo la mujer sacando al bebé de apenas unos pocos meses del cochecito.
-Entonces ¿Qué quieres?, Industrias Queen no ha montado ninguna guardería aún, y yo estoy muy ocupado.- Dijo molesto, al fin y al cabo había perdido buena parte del día en acudir a aquella cita y esperar a Sandra, la cual estaba claro que no le iba a aportar nada.
-Estoy seguro de que tus zorritas podrán esperarte…- Contestó la chica molesta por la actitud de Oliver.- ¿Te puedes sentar?
Los dos jóvenes se mantuvieron durante un rato la mirada, totalmente en tensión, hasta que Oliver se resignó, no sin antes soltar un bufido.
-Está bien, ¿Qué quieres Sandra?
La muchacha decidió ignorar las borderías de Oliver y se centró en el niño, al que le acarició con dulzura el rubio cabello.
-He venido a presentarte a Connor, Oliver…
-Muy bien, pues encantado chaval, ha sido un placer.- Dijo Oliver Queen levantándose de la silla.
-… He venido a presentarte a tu hijo…- Concluyó de decir Sandra.
Las rodillas de Oliver fallaron, haciendo que este cayera sobre la silla en la que había estado sentado segundos antes. El silencio se prolongó durante varios segundos en los que se produjo un intercambio de miradas, hasta que finalmente fue Oliver el que lo rompió.
-No.
-¿Qué?- Se limitó a preguntar perpleja Sandra.
-No es mi hijo.- Dijo Oliver con una risilla nerviosa.
-No estuve con nadie más, claro que es tu hijo, puedo demostrártelo.- Replicó la joven mucho más molesta que antes.
-No, no lo es, ¿Qué quieres? ¿Dinero? Te daré el que quieras, pero ese no es mi hijo.
-Ollie…
-¡No es mi hijo!
Ahora…
Lugar desconocido, Indonesia.
Oliver despertó totalmente desorientado, intentando recordar qué había pasado; no era un estado nuevo para él, pues las constantes borracheras tenían un despertar similar. Pero entonces, todo le vino a la cabeza: el ataque terrorista, la trepidante persecución en coche, el avión… Al que le habían dado y se precipitaba al vacío. El cuerpo se le puso totalmente rígido y miró a todos lados, como si quisiera asegurarse de que no se encontraba en el avión, pero no tardo en tranquilizarse al ver que en aquel lugar todo estaba en calma.
Se encontraba en una cama en una pequeña habitación de lo más rústica, prácticamente todo el mobiliario estaba hecho de madera, y el colchón de la cama solo era un montón de tela rellena de algo blando, posiblemente plumas o algún material de consistencia similar. La habitación parecía carecer por completo de cualquier tipo de tecnología, siendo probablemente lo más avanzado una chimenea situada a pocos metros de él. Incluso la puerta era tan simple que consistía en una sencilla cortinilla.
Oliver intentó ponerse en pie, pero las costillas le ardieron. Aun así se incorporó, pero fue inútil, enseguida toda la habitación empezó a darle vueltas, y esta no se detuvo hasta que volvió a recostarse en la cama.
Finalmente, el joven multimillonario desistió, no moviéndose ni un milímetro con la esperanza de que el increíble dolor que apenas le permitía respirar cesara.
Le era imposible saber si habían pasado minutos u horas, pero al cabo de un rato, una joven apareció. De piel morena y rasgos orientales, tendría cerca de veinte años, quizás algo menos, pero Ollie enseguida se quedó prendado de ella. Tal vez fuera por el estado de semiconsciencia en el que se encontraba, o tal vez porque era incapaz de ignorar a una chica bonita, pero al joven le pareció la mujer más hermosa que había visto en su vida.
La joven empezó a decir algo, pero Ollie no entendía ni una palabra. El joven conocía algo de chino y japonés, pero había demasiados idiomas orientales, y por si eso no fuera suficiente, había muchas variantes de cada idioma.
-No… No entiendo lo que me dices ¿Dónde está la gente que se encontraba conmigo?- Preguntó Oliver preocupado.
Pero la chica tampoco parecía entender ni una palabra de inglés. Tras un rato intentando entenderse, ambos se dieron por vencidos, y la chica se limitó a ofrecerle un cuenco a Oliver.
-Minum.- Dijo la chica, pero Oliver no sabía qué hacer.- Minum.- Volvió a decir la chica dando un pequeño sorbo y ofreciendo nuevamente el cuenco.
-¿Quieres que beba?- Preguntó Ollie cogiendo el cuenco con cuidado.
-Minum.
Oliver bebíó del cuenco, pero enseguida escupió asqueado.
-¿Pero qué narices es esto? ¿Meada de mono?
-Minum…
Oliver miró a la chica y después miró el cuenco con asco.
-Está bien… Minum…- Se rindió dando un largo trago de aquella asquerosa sustancia.
Prisión Penjara, Korupsi.
La prisión de Korupsi se encontraba en un extremo alejado de la isla, de echo ni si quiera formaba parte de esta, pues se trataba de un pedrusco a pocos kilómetros de la isla que había sido conectado a esta por un rudimentario puente de piedra.
La prisión Penjara carecía de cualquier tipo de comodidad. Los cadáveres se amontonaban en las celdas, y en numerosas ocasiones los presos tenían que buscarse su propia comida; que en aquel lugar se limitaba a insectos, o ratas si tenían suerte.
Un pequeño camión estacionó en la entrada de la prisión y enseguida descendió un soldado, seguido por un recluso con una bolsa en la cabeza que cayó de bruces al suelo.
Una mujer descendió de la parte delantera del camión, sus exóticos rasgos eran orientales, y en ella predominaba el blanco, tanto en el color de su ropa como en el de su cabello. La mujer de curvas exuberantes se acercó al recluso y le quitó de golpe la bolsa de la cabeza.
-Bienvenido a su nuevo hogar mister Kern.- Dijo la mujer sin ninguna piedad.
-¿Qué han hecho con el señor Queen? ¿Y dónde está la chica?- Preguntó Chase mientras intentaba acostumbrar de nuevo sus ojos a la luz, después de haber pasado horas sin verla.
-Me temo que el señor Queen ha fallecido. Una pena, la verdad… En cuanto a la mujer…- Dijo haciendo una pequeña pausa mientras esbozaba una sonrisa.- Estoy bien, no se preocupe por mi.
Chase se quedó perplejo, frotó sus ojos con fuerza y volvió a mirar a la mujer; no se había dado cuenta con aquella ropa y aquel llamativo cabello. Más que eso, su mirada también parecía diferente, ahora era fría, sin ningún tipo de remordimiento.
-¿Les… Lestari…?- Fue lo más que consiguió balbucear el hombre.
-Chien Na Wei, aunque me temo que eso ya no le interesa, dado que dudo que nos volvamos a encontrar.
Dicho esto un par de soldados se llevaron a rastras a Chase, quien no hizo ni el más mínimo esfuerzo por forcejear o andar, simplemente se limitó a clavar su mirada perpleja en la mujer.
Más tarde…
Hotel Tidur Damai, Korupsi.
Hacía poco que Chien Na Wei había regresado a su hotel, aquel día tan largo llegaba a su fin, pero aún le quedaba una cosa, una llamada que debía realizar y que no le apetecía en absoluto. No temía las represalias, era una mujer dura y nada ni nadie le infundía temor, pero odiaba la incompetencia, y la muerte de Oliver Queen había sido un gran fallo por su parte, algo que no se perdonaba.
Chien finalmente cogió su móvil y se acostó en la lujosa cama. La había pedido especialmente, es más, toda la habitación había sido reconstruido para ella. Una habitación de cinco estrellas en un hotel de dos. Pero si alguien quería a Chien Na Wei debía estar dispuesto a pagarla.
-¿Y bien? ¿Cómo ha ido?- Preguntó una voz masculina desde el otro lado de la línea.
-El señor Pembunuh se ha hecho con el control de la isla tal y como habíamos planeado. Pero ha surgido un imprevisto.
-¿Que ha ocurrido?
-Oliver Queen. Me temo que lo subestimé. El joven Queen protagonizó una huida digna de una película americana y consiguió subir a su Jet, no esperaba que pudiera llegar al Jet…
-¡Maldita sea! ¿Ha huido?- Preguntó el hombre muy molesto.
-Di orden de que si el Jet despegaba fuera inmediatamente derribado.- Continuó relatando tranquilamente Chien.- Para que como usted quería no hubiera testigos…
-Entonces… ¿Oliver Queen?- Preguntó dudoso el hombre.
-Ha muerto.
El hombre suspiró al otro lado de la línea, una reacción que no había esperado Chien.
-Bueno, mientras no haya huido está bien, solo nos costará algo más de dinero. Dinero que va a salir de tu bolsillo.- Dijo el hombre, pero más que como una orden sonó como una pregunta.
Pero Chien era la primera que no se perdonaba su error, no le importaba Pembunuh, la gente a la que había matado o la vida de su propio jefe, pero no se perdonaba su error, así que correría con el gasto, el dinero era lo de menos.
-Por supuesto.
El hombre respiró aliviado y tras unos segundos retomó la conversación.
-Dile a Pembunuh que no se preocupe, yo me ocupo de Robert Queen, pronto estará deseando firmar un nuevo contrato con Korupsi. En cuanto a ti, comienza con la fase dos mañana a primera hora.
-La fase dos ya está en marcha señor.
Al otro lado de la linea, el hombre sonrió.
Días después…
Poblado indígena, lugar desconocido, Indonesia.
Después de días postrado en la cama de aquella rudimentaria casa, Oliver Queen por fin consiguió salir a pasear por el poblado en el que llevaba viviendo desde que se estrellara. La verdad es que había intentado adivinar cómo sería por la pinta de la habitación, pero cuando llegó el momento de salir no pudo evitar sorprenderse; de repente se sentía como un personaje de Pocahontas. Los habitantes iban casi todos en taparrabos, o con muy poca ropa, y todos lo miraban con curiosidad. La mayoría de los edificios eran construcciones de piedra y barro, o de madera.
Oliver, que seguía débil tras el accidente, caminaba apoyándose en un bastón que Minum le había proporcionado, así había decidido llamar a la chica que la había estado cuidando, ya que no había conseguido enterarse de su nombre.
El poblado no era muy grande, de unas 60 personas como mucho, contando a niños y ancianos. A pesar de que vivían sin ningún rastro de tecnología, a Oliver le sorprendió lo felices que parecían todos.
Entonces, el joven americano vio un rostro que le resultó conocido, lo había visto entre sueños y delirios. Un chico joven y mirada amistosa lo saludó desde lejos y enseguida corrió a su lado, a pesar de que toda la gente con la que se había cruzado parecían estar en forma, el chico destacaba entre ellos.
Tras un fuerte e inesperado abrazo, el joven comenzó a hablar animadamente, pero Oliver no entendía nada. Tardó un rato en darse cuenta de que la conversación era inútil.
En aquel instante, el muchacho cambió de semblante a uno bastante más serio, y repitió un par de veces una palabra mientras hacía señales a Oliver: «lihat». Finalmente, Ollie interpretó que significaba que lo acompañara, porque cuando lo empezó a acompañar el joven indígena se calló y se limitó a andar.
Aunque no fue un camino muy largo, a Oliver se le hizo eterno en sus condiciones. Calculó que habían caminado durante una media hora por una espesa selva. A pesar de lo frondoso de esta, era fácil guiarse, ya que el uso de aquella ruta, por parte de los indígenas, había acabado por formar un claro camino.
Dejaron atrás los árboles y salieron a una playa, una playa con un avión estrellado, la visión dejó en shock a Oliver, sus piernas no aguantaron su peso y cayó de rodillas con la mirada fija en los restos del avión.
Hace algunas semanas…
Parking Industrias Queen, Star City.
Tras una pequeña charla con su padre, Oliver Queen se dirigía ahora al aeropuerto, donde cogería un jet privado, con destino Korupsi. Había hecho esperar a Gina y Cinthia en su limusina mientras él hablaba con su padre; sabía que sería rápido, y las gemelas no habían tenido ningún problema de quedarse en el lujoso vehículo.
-Bueno chicas, ¿Por dónde íbamos?- Preguntó socarronamente Oliver Queen mientras la limusina ascendía por la rampa que les conducía al exterior.
El joven multimillonario sacó tres copas y procedió a llenarlas de champán, pero no lo consiguió, pues el coche empezó a zarandearse, haciendo que las copas cayeran al suelo del vehículo.
Fuera, una multitud enfurecida se manifestaba en contra de la política de fabricación de armas de la compañía. Al parecer, lo que había empezado como una manifestación pacífica, había acabado por ocupar la salida del parking, zarandeando a los coches que salían.
-¿Qué pasa?- Preguntó Oliver al conductor.
-Llevan varios días manifestándose, señor.- Respondió el chófer.
-Eso ya lo sé, ¿Pero por qué no aceleras?- Preguntó Oliver dejando al conductor atónito.
-Pero… Están en medio…
-Pues que se quiten.- Respondió el joven Queen.
-Pero…
-Acelera… Ya.
El chófer finalmente cedió, y la multitud no tuvo más remedio que apartarse entre gritos e insultos.
-Aaayy, todo tengo que hacerlo yo.- Dijo Oliver sonriente mientras volvía con las gemelas.
Ahora…
Playa, lugar desconocido, Indonesia.
Tras un vistazo rápido, Oliver cogió una pieza suelta del fuselaje del avión y lo utilizó a modo de pala. Al no disponer de ningún tipo de protección, Oliver se llevó más de un corte mientras cavaba las futuras tumbas de sus empleados.
Antes de esto, Oliver había sacado los cuerpos sin vida de entre los restos del avión y los había alejado de la orilla para que el agua no los alcanzara. Le había parecido contar ocho cuerpos, por lo menos ese era el número de agujeros que estaba cavando. No estaba muy seguro, pues desde que había llegado a la playa había entrado en shock, y se movía por pura inercia. A su lado, el joven indígena no había dicho palabra, pero había estado ayudándolo en cada tarea, cargando con los cadáveres, sudando y sangrando junto a Oliver.
Las horas pasaron, pero Oliver no era consciente del paso del tiempo. El joven indígena clavó algunas antorchas para poder seguir trabajando, pero Oliver hubiera seguido a oscuras de ser necesario, y es que en ese momento, no podía pensar en nada más que en enterrar a sus empleados. Se maldecía a si mismo por no saber los nombres de la mayoría. Nunca le habían importado lo más mínimo, pero en aquel momento, era como si fueran su propia familia.
Ya había amanecido cuando el último de los cuerpos de la tripulación fue enterrado. Sin un objetivo con el que seguir, Oliver cayó de rodillas y empezó a llorar.
El joven indígena se arrodilló a su lado y apoyó un brazo sobre Oliver, que poco a poco se fue calmando. Cuando empezó a respirar con normalidad, el indígena le ayudó a levantarse y a volver a la aldea.
Días después…
Poblado indígena, lugar desconocido, Indonesia.
Llevaba ya un tiempo viviendo en aquel lugar, y ya se había recuperado de las heridas hasta tal punto que ya no necesitaba aquel bastón para caminar. Por fin Oliver Queen estaba listo para regresar a la civilización, y eso pensaba hacer. Había preparado una pequeña mochila de cuero que había conseguido de los indígenas con algo de comida y agua. Su plan era dar una vuelta e intentar enterarse de dónde se encontraba, algo que le había resultado del todo imposible con los indígenas.
Una vez más comprobó que estuviera todo en la mochila, y se la aseguró a la espalda. Cuando estuvo listo para salir, se encontró con que alguien le esperaba en la entrada: el joven que noches atrás le había ayudado a enterrar los cadáveres de sus empleados. Seguía sin entenderse con ellos, pero había logrado enterarse de su nombre, Saudara.
-Sé que no entiendes ni una palabra de lo que te digo.- Dijo Oliver colocando sus manos sobre los hombros del chico.- Pero gracias por todo. Ahora debo irme, pero nunca olvidaré lo que hiciste por mí.
Oliver soltó al chico y se dirigió a la salida de la cabaña, pero inesperadamente el joven le dio un abrazo.
-Chico… Solo espero que no me hayas malinterpretado.- Dijo Oliver con una sonrisa llena de tristeza.
Dicho esto, Oliver se fue de la cabaña y del poblado. Empezó por dirigirse a la playa, desde ahí empezaría a recorrer la costa* hasta que diera con algún rastro de civilización; aunque abandonar el lugar donde se había estrellado el avión le costó más de lo que habría esperado. Se quedó un buen rato contemplando las tumbas, y después intentando coger valor para inspeccionar los restos del avión en busca de algo que le sirviera para sobrevivir.
No sacó demasiado de provecho, una sudadera con capucha verde medio chamuscada, a la que le tuvo que quitar las mangas, algo de comida en lata, agua y una linterna.
Después de esto, Oliver se dedicó a caminar por la orilla; a un lado solo un espeso bosque con algunas montañas a lo lejos, al otro, mar. No pasó mucho tiempo hasta que Oliver se empezó a cuestionar su empresa; irse a andar por un lugar que no conocía, sin conocimiento alguno de supervivencia, solo cargado con un macuto que le duraría unos días y sin saber cuántos días podía llevarle su pequeña aventura.
Sin duda era una locura, pero el joven intentaba sobreponerse, al fin y al cabo era un Queen, y los Queen no se rendían; sabía que su padre no lo habría hecho, y él tampoco lo haría.
Las horas pasaron, la noche llegó, y Oliver buscó un lugar cerca de una palmera donde descansar. Hacía mucho frío, pero el agotamiento por horas de caminata era demasiado como para no quedarse dormido, aunque el suelo no fuera el lugar más confortable para dormir.
Fue un gruñido lo que despertó a Oliver; aún era de noche, pero la luna permitía ver con cierta facilidad. A dos palmos de él un puma devoraba el contenido de su mochila. Oliver se asustó e intento retroceder, pero solo logró alertar al puma, que enseguida se dio la vuelta, gruñendo a su presa.
Oliver estaba aterrado, no estaba seguro de si se había orinado encima, todo el valor de los Queen, toda la palabrería de su padre, en aquel lugar carecía de sentido; estaba muerto.
La bestia se abalanzó sobre el adinerado joven emitiendo un sonido aterrador que acabó por convertirse en un chillido.
Oliver forcejeó con la bestia durante unos segundos, hasta que al cabo de un tiempo se dio cuenta de que el puma no ejercía resistencia ninguna. Estaba muerto; una flecha sobresalía de su pecho, del lugar donde se ubicaba su corazón. Oliver miró a su espalda, y allí se encontraba Saudara; el chico le había salvado la vida. Sin perder ni un momento más, el joven corrió a socorrer al americano, liberándolo del puma. Acto seguido, el chico sonrió y abrazó a Oliver, que aún no podía creer que siguiera vivo.
4 Años después…
Poblado indígena, lugar desconocido, Indonesia.
Cuatro largos años habían pasado desde que Oliver se estrellara en aquel lugar; había llegado como un forastero caído del cielo, pero ahora era uno más. Le había sido más fácil de lo que nunca habría pensado el olvidarse de todas sus comodidades, y abrazar este nuevo y salvaje estilo de vida. Hasta aquel momento no se había dado cuenta del gran vacío que había en su corazón. No había podido llenarlo con mujeres, ni con alcohol. Había pensado que lo que tanto anhelaba era la aprobación de su padre, pero ahora se daba cuenta de que tampoco era eso. Esta vida lo llenaba más que ninguna otra cosa que hubiera conocido.
Oliver usó una daga para cortar un poco su barba y su cabello; hacía demasiado tiempo que no lo hacía, y su longitud empezaba a incomodarle. Respiró un poco de aire puro y recogió sus cosas de su cabaña, la misma en la que estuvo postrado días atrás, cuando su avión se estrelló, aunque ahora tenía su toque; incluso había recobrado algunos sillones del avión a modo de sofá. También recuperó el espejo del cuarto de baño del avión, aunque este se había roto en varios pedazos.
Oliver cogió su vieja sudadera verde y se la puso. Acto seguido, cogió su arco y su carcaj, también verdes; estos habían sido un regalo de Saudara. Oliver había demostrado ser bastante diestro con ese arma, no en balde había tomado clases desde pequeño; la verdad es que posiblemente era lo único que le había servido del antiguo Oliver. Ni siquiera el nombre lo seguía conservando, pues Benteng, jefe de la tribu y padre de Saudara lo había «rebautizado» como Auu Lanu Lau’ava, algo que venía a traducirse como Flecha verde, haciendo alusión al color que solía usar y al único arma que utilizaba.
Tras salir de su cabaña, Oliver se dirigió rápidamente al bosque, donde había quedado con los jóvenes cazadores. Se entretuvo lo mínimo posible, pero saludó cordialmente a todos los lugareños, y es que Oliver había llegado a dominar perfectamente el idioma; le había resultado relativamente fácil, gracias al dominio que ya tenía de por si de muchos otros idiomas.
Finalmente, Oliver se reunió con Saudara y otro cazador, y este le informó de que ellos tres irían de caza aquel día. Era la primera vez que Oliver no iba acompañado por Benteng, lo que supuso que significaba que el jefe estaba contento con su progresión.
La mañana no se dio mal, cazando a dos conejos y un jabalí, pero aún quedaba muy lejos de lo que necesitaban para toda la aldea; asi que los jóvenes se separaron con la esperanza de ampliar sus posibilidades de encontrar alguna presa.
En estos cuatro años, Oliver había aprendido mucho sobre como rastrear animales, y era todo un cazador. Siguió el rastro de otro jabalí y no tardó en encontrarlo. Silenciosamente, lo rodeó colocándose en un lugar donde el viento no llevara su olor al animal. Se relajó unos segundos, cogió el arco y una flecha con la que enseguida tensó la cuerda. La respiración era vital a la hora de disparar flechas, apuntó… Y entonces un grito lo sacó de su ritual. El jabalí huyó rápidamente, pero eso daba igual, el grito era de uno de sus compañeros. Oliver corrió a toda prisa.
Un Oso estaba destripando vivo al otro cazador indígena, mientras Saudara intentaba inútilmente con una lanza que lo dejara en paz. Por mucho que el joven clavaba la lanza, el oso la desviaba con su zarpa. Cuando finalmente logró llamar la atención del oso, este liberó al cazador de su presa y se dirigió hacia Saudara. El oso arremetió con fuerza contra la lanza, lo que hizo que Saudara cayera al suelo. Desarmado y a merced del oso, realizó una plegaria al cielo, esperando sólo que fuera rápido, pero el ataque del oso nunca llegó.
Oliver Queen había llegado allí, y había perforado la piel del oso con tres flechas en puntos vitales. Rápidamente se acercó al otro cazador tomándole el pulso, pero había muerto.
-Perdi agik damai.- Dijo Oliver mientras cerraba los ojos del difunto. Era una oración parecida al «Descanse en paz».
Después de eso, Saudara y Oliver se miraron a los ojos, alegres por seguir vivos un día más y por haber cazado aquella presa, pero a la vez tristes por la pérdida de un compañero. Pero era el ciclo de la vida, algo que Oliver ya había llegado a aceptar.
Un año después…
Zona selvática cerca de la montaña, lugar desconocido, Indonesia.
Como venía siendo normal desde hacía ya cinco años, los domingos era el día de cargar toda la mercancía obtenida en el barco y llevarlo a Korupsi, así que como cada domingo, Chian Na Wei se encontraba en aquella isla inspeccionando que todo se llevara a cabo correctamente.
Todo iba como la seda, como durante los cinco años que Chian llevaba dirigiendo aquella tarea. Pero aquel día algo sería diferente. La mujer harta de la monotonía, y aburrida del trabajo, decidió dar un pequeño paseo inspeccionando la zona. No tardó mucho en notar voces procedentes de no muy lejos de allí, por lo que se decidió a acercarse.
Dos indígenas adolescentes charlaban en la orilla de una pequeña ribera. El chico parecía estar regalándole una brillante piedra como el cristal a la joven.
-Vaya, vaya, vaya, ¿Y vosotros de donde habéis salido?- Preguntó la despiadada mujer con una falsa sonrisa paternal.
CONTINUARÁ…
EL CARCAJ
Bienvenidos a un nuevo número de Green Arrow, que sin duda se ha demorado mucho más de lo que debería, en primer lugar decir que no contestamos los comentarios del número anterior porque no nos dimos cuenta, estaremos más pendientes ^^
Respecto a la duda de la perilla, como veis en este número, de momento lo tenemos con barba. En un futuro nos planteamos una perilla muy corta a lo new 52, o incluso tenerlo afeitado.
El crossover es algo que está ahí, de hecho mi compi, es la encargada de relatar las aventuras de Canario Negro, así que ambos personajes aparecerán en la serie del otro, aunque eso será más adelante, no hay planes aun en el horizonte. El que si asoma en el horizonte de Oliver es Superman, serie que yo mismo guionizaré y que espero que comience en Diciembre. Y ya tengo ideas para un cruce de ambos, pero ya tendréis más noticias.
Me alegro mucho de que os haya gustado, y muchas gracias por vuestros comentarios.
Como detalle curioso, el número ha evolucionado mucho desde sus inicios, la trama era muy simple, y tras la lectura de Green Arrow: Año Uno ha evolucionado bastante. Estoy bastante contento con el arco en lineas generales, así que espero que lo disfruteis.
¡Un saludo!
Carlos Fortuny y Nahikari.
Ay, que la Chian Na Wei esta la va a liar… que lo veo venir con mis poderes de guionista… 🙂 Genial, chicos, una gran historia, y muy bien llevada.
Si te lo dicen tus poderes de guionista no puede ser de otra forma :p
Me alegro de que te haya gustado, y espero que te vaya molando más a medida que avanza la trama ^^
Buen número. Me sigue faltando la perilla. Para mi, un Oliver sin perilla es un Connor cualquiera 😀
De momento lo tienes con barbones xD
Me ha gustado mucho el capitulo, sobretodo la conversación sobre la paternidad de Connor, muy bien llevada a mi parecer. La sorpresa de que Chian Na Wei fuese un personaje del anterior capitulo tambien, (menos mal que lo tenia reciente) XD. Y sin duda se ha quedado muy interesante para el siguiente. Ya tengo ganas de leer mas de Auu Lanu Lau’ava.
Jajaja, me alegro de que te gustara, la verdad es que la conversación sobre la paternidad es de lo que más contento quedé ^^
Esperamos que te siga gustando el siguiente número, a ver si lo tenemos pronto ^^