Estela Plateada. Señor del Fuego. Legado. Sota de Corazones. Bill Rayos Beta. El Hombre Imposible. Poseedores de poderes sobrehumanos que han jurado preservar el status quo del Universo.
#2 – Cita en Titán
Por Bergil
Fecha de publicación: Mes 2 – 6/98
CAPÍTULO I: ¡Cuidado, que quemo!
El Señor del Fuego vagaba por el espacio rumiando su tristeza por la desaparición de Galactus. No porque echase de menos al Devorador de Mundos, sino porque su compañero Gabriel, el antaño veloz Caminante Aéreo, había quedado sepultado con la Nave-Mundo en otra dimensión1; y lo que es peor, su conciencia se hallaba encerrada en el recipiente que había contenido la ropa sucia de Morg, aquel berseker sin entrañas cuya irreflexiva actuación había precipitado los acontecimientos.
Súbitamente, su preternatural oído captó un suave ruido (como el de una botella de buen licor ikoriano al descorcharse), y una sombra enorme oscureció la luz de la cercana estrella.
«Levanta el ánimo, oh heraldo. ¿Acaso es digno de un siervo del Poderoso Galactus enmohecerse comido por la pena?», tronó una voz grave.
Girándose con velocidad fulgurante, Pyreus Krill se vio enfrentado a una figura que no creía poder volver a ver. Sin embargo, la silueta era inconfundible: aquel tamaño titánico, aquel casco inconfundible… No cabía duda, Galactus había vuelto de donde quiera que hubiese sido arrojado.
«Mi señor, ¿sois vos? ¿No estoy soñando?»
«Por supuesto que soy yo, botarate. ¿Quién iba a ser, si no?». Aquella frase levantó suspicacias en el por lo general irreflexivo xandariano. Galactus nunca se había conducido con tal familiaridad con ninguno de sus heraldos; ni siquiera con el zennlaviano, al que apreciaba por encima de todos los demás, si un ser como Galactus podía albergar sentimientos. Por otra parte, no dejaba de haber algo raro en la figura; cierto que las proporciones coincidían, pero el haberse situado a contraluz le impedía verlo con claridad. Y la voz tenía un ligero timbre agudo… Definitivamente, algo no cuadraba. El Señor del Fuego empezó a acelerar hacia el gigante.
Si hubiera estado más cerca, o en otra posición con respecto al astro que les prestaba su luz, hubiera podido advertir que, aunque la armadura de Galactus seguía siendo de aquel inconfundible color violeta, su piel tenía un extraño tono… ¿verde?. Obviamente, se trataba del Hombre Imposible en el cumplimiento de su misión. Si bien el control general continuaba perteneciendo al misterioso ser que le dirigía, los aspectos periféricos de la personalidad del poppupiano comenzaban a manifestarse.
«Quieto, barbián. ¿Qué haces?». Lamentablemente, Impy confundía el habla solemne con el rimbombante; o quizá, su instrucción y vocabulario no daban para más. «No te acerques a nos, por las Gemas del Infinito», dijo, ya en un franco chillido.
«Mi señor, ¿qué os ha sucedido? Tenéis color verde. ¿Es algo que habéis comido?». El Señor del Fuego ya se había percatado de que se trataba de un impostor; pero desconfiado como era -aunque en un rasgo de astucia infrecuente en él-, procuraba distraer a su interlocutor mientras almacenaba energía cósmica para lanzar un rayo.
«Ehhh, ¡Sí, eso es! El último planeta que me sirvió de sustento estaba en mal estado; pasado, si entiendes lo que quiero decir, y por eso tengo este color».
«¡Basta ya, impostor! ¡No me engañas!», rugió el hijo de Xandar al tiempo que lanzaba un potente rayo por el extremo de su vara… y fallaba. El sosias de Galactus había desaparecido… o eso parecía. En realidad, se había reducido a su tamaño normal, al tiempo que se teleportaba a espaldas del Señor del Fuego. El POP de la teleportación quedó silenciado por el zumbido del rayo lanzado.
«¿Qué? ¿Dónde te has metido?». De repente, alguien le tocó en el hombro.
«Para ya, encendido que soy yo». El Hombre Imposible había vuelto a su aspecto habitual. «Tengo algo importante que decirte. Has de ir a Titán, donde se te informará de los detalles. Y no lo olvides, el destino de una raza depende de ello».
¡POP!
CAPÍTULO II: Una mano afortunada.
Sota de Corazones se encontraba descansando en el idílico planeta de Jaskaf. Despoblado de humanoides, la especie inteligente del planeta era una raza de vegetales sentientes, lejanamente emparentados con los Cotati y que sólo dejaban acercarse al planeta a aquellos en los que percibían, mediante su telepatía, falta de intenciones hostiles. Después de su ruptura con Ganímedes2, y contrariamente a lo que le dictaban sus impulsos, había decidido meditar con tranquilidad.
De repente, un suave ¡Pop! le arrancó de sus ensoñaciones. Una figura, semioculta entre las sombras, le llamó con una voz que él reconocería entre un millón.
«Jack, te necesito»
«Ganímedes, ¿eres tú?»
«No, pero necesitaba atraer tu atención, y este era el mejor modo que se me ocurrió», exclamó el Hombre Imposible, en un inhabitual arranque de sinceridad, volviendo a su forma habitual. A pesar de su amor por las bromas, sabía que resultaba muy peligroso provocar al mestizo contraxiano; especialmente, en según que temas: y la Célibe era uno de ellos.
«¿Qué demonios quieres, poppupiano?»
«Has de ir a Titán, donde se te informará más ampliamente. Yo sólo soy un mensajero. Pero te digo que el destino de una raza está en juego.»
«El destino de una raza, ¿eh? No habrás llamado a ese zennlaviano, ¿verdad?», bramó Jack, recordando que Estela Plateada había sido, al menos a sus ojos, el causante de la separación entre él y Ganímedes.
«No, no le he dicho nada», dijo Impy. «Todavía», pensó; pero se abstuvo de manifestárselo a las claras. Se había percatado de que entre Jack y Norrin Radd no existía precisamente simpatía.
«Perfecto. Entonces, iré».
«Muy bien. Hasta luego. Ya nos veremos allí».
¡Pop!
CAPÍTULO III: Adiós al Celibato
Ganímedes estaba sumida en un mar de dudas. Haber llegado al conocimiento de que Tirano no se había retirado por la presión del Celibato, como la orden había creído durante eones, acababa de privarla de todo punto de referencia. Ahora era consciente del inmenso poder de la creación del Devorador de Mundos, y de lo vanas que habían sido las aspiraciones del Celibato de detener a Tirano: retrasarle, quizá sí, pero nunca frenarle.
Por otra parte, añoraba a Jack. El haber desaparecido el horizonte hacia el que tendían todas las acciones de las Célibes le permitía ver las cosas con mayor objetividad. Ya no podía negar que amaba a Sota de Corazones, ni escudarse en sus votos, que carecían de todo sentido. Por ello, estaba decidida a plantearle la situación a Perséfone y abandonar la pequeña luna de Júpiter en que se encontraban para emprender la búsqueda de Sota de Corazones.
De repente, la figura monstruosa que poblaba sus pesadillas se hizo realidad. Allí estaba ante ella, en carne y cables: Tirano. Aunque oculto a la sombra de un risco, su silueta era inconfundible. Aferrando con fuerza su vara, Ganímedes se aprestó a la batalla, desechando sus dudas de hacía unos instantes para mejor ocasión.
«¡Ahora verás, asesino! Quizá una sola Célibe no pueda hacer gran cosa, pero venderé cara mi vida». En el fragor de la batalla, Ganímedes había pasado por alto un pequeño detalle: Tirano estaba atrapado con Morg y Galactus en la nave del Devorador de Mundos, sin poder escapar de ella. Lanzó un rayo con toda la potencia de que disponía; pero un instante antes de que la energía impactara, la amenaza, literalmente, desapareció. En ese momento, Ganímedes sintió que alguien la tocaba en el hombro.
«Célibe», tronó una voz que ella conocía bien, «debes…»
Girándose más deprisa de lo que el ojo podía percibir, Ganímedes quedó frente a frente con Tirano. Por un momento, la sorpresa no le dejó reaccionar. Luego, se dio cuenta de los extraños colores que adornaban al conquistador estelar: verde y ¿¿¿morado???. Allí estaba pasando algo raro…
¡POP!
«…dirigirte a Titán, la luna de Saturno. Allí se te informará de todo», agregó la chillona voz del Hombre Imposible, que había recuperado su aspecto habitual. «Y recuerda: el destino de una raza depende de ti».
¡POP!
CAPÍTULO IV: Verde que te quiero verde.
Kl’rt se encontraba satisfecho. Los odiados Kree, que tantas molestias habían causado a su raza desde que ésta les ofreció los beneficios de la tecnología, habían sido finalmente derrotados y sometidos. El único problema era que sus sojuzgadores, los Shi’ar, eran una raza tan atávicamente imperialista como los mismos Kree. Sin embargo, su dirigente, la emperatriz Lilandra Neramani, había demostrado tener más cabeza que la Inteligencia Suprema Kree (Kl’rt sonrió para sí, al pensar en el chiste que acababa de hacer); pero no mucha, al nombrar como virreina del imperio Kree a su belicosa hermana, la antigua proscrita Ave de Muerte.
En ese momento, alguien abrió la puerta de sus aposentos en el palacio imperial del Mundo Trono Skrull. La imponente figura de S’byll, emperatriz Skrull, dominó la estancia.
«Kl’rt, debes ir a Titán, satélite del planeta Sol-6, y escuchar lo que allí se te comunicará. Parte ya: el destino de una raza depende de ti».
«Sí, mi Emperatriz», exclamó el Super Skrull. Ni se le pasó por la cabeza cuestionar las órdenes que acababa de recibir. Saliendo por la ventana del aposento, aceleró hasta perderse de vista en unos instantes.
¡POP!
S’byll se transformó en Impy.
«¡Buf! Menos mal que este cabeza cuadrada es un ordenancista. Y, además, los Skrull tienen buen gusto en el vestir: morado sobre verde. Esta vez la transformación ha sido perfecta. Bueno, es hora de irme; ya sólo me queda uno».
¡POP!
CAPÍTULO V: Pura lógica
Tras impedir que Genis salvara Zenn-La3 -un espejismo desde hacía ya mucho tiempo-, Estela Plateada vagaba sin rumbo por el espacio. Privado de sus sentimientos, el que fuera el primer heraldo de Galactus se movía únicamente por impulsos de la más pura y desapasionada lógica.
De repente y sin preámbulos de ninguna clase, el Hombre Imposible se materializó ante él.
¡POP!
«Saludos, plateado. Me han enviado a decirte que debes ir a Titán. El destino de una raza depende de ello. Adiós».
¡POP!
Estela, si aún tuviera sentimientos, se habría quedado perplejo. Aquél no era el modo habitual de actuar del Hombre Imposible; lo que quería decir que, en contra de lo habitual, hablaba completamente en serio. En cuanto a qué curso de actuación seguir, no dudó ni un instante: el beneficio de uno solo debe ceder ante el beneficio de toda una raza. No cabía ninguna otra alternativa lógica.
1.- En Estela Plateada #110
2.- En Poderes Cósmicos Unlimited #3
3.- En Estela Plateada #122