De niño, el hijo de Jack Batallador Murdock quedó ciego a causa de un trágico accidente. Ahora, cuando el sistema legal no resulta suficiente, el abogado Matt Murdock adopta su identidad secreta y se convierte en… Daredevil
#370 – Abatir dos pájaros de un tiro
Por Bergil
Fecha de publicación: Mes 28 – 8/00
-Según las últimas noticias -interrumpió la radio la programación habitual-, al incendio del edificio en el Bronx se ha unido el originado por la explosión de un almacén en la zona de los muelles. Los bomberos han acudido tan pronto como les ha sido posible, pero, aun así, no parece que el edificio vaya a poder salvarse
Pocos minutos antes de que se produjeran las explosiones, un tenso silencio se había adueñado de los reunidos. Todos los capos presentes habían hablado (aunque no dijeran más que vaguedades), excepto la persona que había convocado la reunión: Wilson Fisk todavía no había pronunciado una sola palabra. Ninguno quería ser el primero en dirigirse personalmente a él sin que hubiera expuesto primero sus planes, pero todos intuían cuáles eran sus intenciones: volver a ser el jefe supremo de los bajos fondos neoyorquinos, el Kingpin. Y ninguno estaba dispuesto a permitirlo. Desde luego, en la época en que Fisk imponía las reglas, todos sacaban una buena tajada… siempre que acataran esas reglas. Pero cada vez que la posición de Fisk había parecido debilitarse (1), no habían tardado en surgir aspirantes al trono, que luchaban entre ellos por alcanzar la cima, sin importarles las pérdidas que pudieran surgir en el proceso. Y Fisk siempre había sido capaz de sobreponerse, de triunfar por encima de las adversidades y volver a empuñar con firmeza las riendas del poder. Siempre… hasta aquella vez, en que, tras ser derrotado por Daredevil (2), había desaparecido de la circulación. ¿Y si aquella fuera la primera vez que Fisk no fuera capaz de retomar el poder?, pensaban algunos. Sin embargo, estaban los rumores; rumores que apuntaban a que Fisk, en su lento pero constante regreso a la cúspide, estaba mostrando menos escrúpulos que nunca en deshacerse de cuantos pudieran suponer un obstáculo en su camino (3). Y ninguno quería ser el siguiente
Cuando Fisk se disponía a hablar, fue interrumpido por uno de sus hombres:
– Disculpe, señor, pero tiene una llamada por el móvil.
– ¿Ahora? -dijo, taladrando a quien le había interrumpido con una mirada fría como el hielo-. Dejé instrucciones claras de que no quería ser interrumpido.
– No le habría molestado si no hubiera sido importante, señor.
– Está bien -dijo. Ninguno de los presentes habría apostado ni un centavo por la vida de quien había interrumpido a Fisk. Éste, volviéndose hacia la mesa, dijo-: Caballeros… y señoritas, si me disculpan unos momentos…
Fisk tomó el móvil que su sicario le tendía, con una mano temblorosa y el miedo pintado en la cara, y se separó de la mesa, acercándose a la pared. Un panel se corrió a un lado y Kingpin, con una velocidad que desmentía su forma masiva, se introdujo por él, seguido de sus hombres. Todo había sido tan repentino que antes de que cualquiera de los reunidos se pusiera en pie, el panel se había vuelto a cerrar, y antes de que nadie pudiera dar dos pasos, una serie de paneles metálicos surgieron del suelo, convirtiendo el almacén en una caja de metal del que resultaba imposible salir, apesar de los rayos que lanzaba Escorpia y los puñetazos que descarcaba Dalila.
Una serie de explosiones sucesivas destrozaron las paredes e hicieron que todo se derrumbara.
Unas manzanas más allá, Fisk observaba la escena, complacido. El helicóptero en el que había abandonado el almacén había aterrizado en otro almacén a pocas manzanas… también de su propiedad.
– Perfecto -dijo-. Los que sobrevivan estarán tan obsesionados con vengarse de esta ofensa que olvidarán toda precaución -. Volviéndose hacia el hombre que había entrado en la nave para avisarle, añadió-: Lo hiciste bien, Noonan. Vámonos.
Amanecía en Nueva York cuando Karen Page regresó al apartamento que compartía con Matt Murdock. Abrió con cuidado la puerta para no despertarle, procurando hacer el menor ruido posible. Pero no era necesario: Matt ya se había levantado, aseado, desayunado y vestido, y la esperaba ante la entrada, sentado en su silla de ruedas.
– Hola, Paige -dijo Matt.
En atención a la verdad, Matt hubo de reconocer el gran dominio de sí misma que demostró Karen. No se quedó paralizada, ni fingió sorprenderse, ni intentó negar la realidad. Se limitó a cerrar la puerta. Luego se volvió, y dijo:
– Así que te has enterado. ¿Cómo ha sido?
– Para ser sinceros -respondió Matt, con un leve hincapié en la palabra sinceros-, por pura casualidad. Anoche, cuando llegué a casa, puse la radio. ¡Imagínate mi sorpresa, cuando oí una voz familiar conduciendo el problema de Paige Angel! (4) ¿Por qué no me lo dijiste, Karen?
– No estoy demasiado segura, Matt. Al principio supongo que era algo así como un desafío, demostrarme a mí misma que era capaz de conseguirlo por mis propios medios. Luego… bueno, luego intenté decírtelo, Matt, de verdad que sí, pero nunca parecía encontrar el momento adecuado.
– ¿Y por qué no me lo dijiste en aquella cena que tuvimos con Foggy y Liz? (5)
– Quería que fueras el primero en saberlo, Matt. ¿Estás enfadado?
«Su preocupación es sincera«, pensó Matt, al escuchar los latidos de su corazón. Eso acabó de decidirle.
– En absoluto -dijo, y no mentía-. Sólo hubiera preferido que me lo hubieras dicho tú, en vez de descubrirlo de pura chiripa -. Sonrió-. Pero si obraste como obraste, bien hecho está. Sabes que siempre te apoyaré al doscientos por ciento, nena.
– ¡Oh, Matt, gracias! -dijo Karen, arrojándose sobre él y abrazándole-. ¡No sabes lo que significa para mí el oír eso!
– Bueno, bueno, que tampoco es para tanto -dijo Matt, tan complacido como sorprendido de la reacción de Karen-. ¿Dónde está ahora la profesional moderna y liberada que es líder de audiencia?
– ¡No te pases…! -respondió Karen con una sonrisa, dándole una colleja.
– ¡Te has atrevido a golpear a un pobre ciego que va en silla de ruedas! ¿Dónde demonios está la policía cuando se la necesita?
En el almacén en el que el Buitre tenía su guarida, Adrian Toomes se disponía a arrancar la máscara de un indefenso Daredevil. Pero no llegó a tocar al vigilante inconsciente. Urraca Asesina le agarró por la muñeca.
-¿Qué crees que vas a hacer, Buitre? -preguntó, amenazador.
– Quitarle la máscara, claro. ¿Qué si no?
– ¿Y qué te hace pensar que tienes más derecho que yo a hacerlo? Al fin y al cabo, yo le di el golpe de gracia, ¿no?
– No te lo discuto, Maddicks, pero el plan fue mío, por si no lo recuerdas. ¿O es que tengo que convencerte por las malas?
– Venga, Toomes, no es necesario que te pongas así. Puedes hacerlo tú. De todos modos, mi mamá siempre me decía que hay que respetar a las personas mayores… aunque parezcan jovencitos.
Reprimiendo un gesto de ira, el Buitre se volvió hacia Daredevil. Pero el superhéroe de traje de diablo ya no estaba allí: tan sólo quedaban un montón de cuerdas… Ambos villanos alados se miraron con ira.
– ¡Maldito estúpido! -escupió el Buitre-. ¡Mira lo que pasa por tu afán de protagonismo!
– ¡Quién fue a hablar! -replicó Urraca Asesina-. Si no te hubieras empeñado en quitarle tú la máscara…
En las sombras, Daredevil ahogó una sonrisa. Había sido casi demasiado fácil, desatarse mientras aquellos dos pájaros de cuenta estaban ocupados discutiendo acerca de quién le quitaría la máscara… Aquella vez había ido de muy poco, el que descubrieran su identidad secreta. Ya era hora de dejarse de tonterías y terminar con aquel asunto. Dando un salto de varios metros, cayó entre ambos villanos. Antes de que pudieran reaccionar, presionó sendos nervios en sus cuellos, y ambos cayeron al suelo inconscientes. Metódicamente, Daredevil procedió a atarles brazos y piernas, no sin antes quitarle al Buitre su arnés volador, y a Urraca Asesina sus muñequeras lanzarrayos… por lo que pudiera pasar.
A solas en su despacho, Matt se puso en pie y echó hacia atrás la silla de ruedas. apoyándose con la mano derecha, bordeó su mesa hacia la izquierda, caminando con pasos cortos y vacilantes. Cuando alcanzó el borde, siguió caminando hasta la pared. Gruesas gotas de sudor resbalaron por su frente. Se dio la vuelta y se dispuso a regresar a su asiento. En ese momento, su oído captó algo. Alguien se dirigía hacia su despacho. Apresurando el paso todo lo posible, Matt volvió hacia la mesa. Casi se cayó, pero pudo sostenerse en el borde del mueble en el último momento. Rodeándola, se dejó caer en el asiento justo cuando la puerta se abría. Era Foggy. Estaba tan excitado que ni se dio cuenta… «afortunadamente«, pensó Matt.
– Se ha derrumbado, Matt -dijo.
– ¿El qué, Foggy? -respondió Matt-. ¿Ese almacén de los muelles?
– ¿Qué? ¡Oh, no! Me refiero al edificio, Matt. Al edificio.
– ¿Qué edificio, Foggy? -Matt todavía estaba reponiéndose del susto de estar a punto de ser descubierto, y no coordinaba demasiado bien sus ideas.
– Aquel edificio que Ortega quería comprar, el que estaba ardiendo anoche (6). Ese en el que el par de Nuevos Guerreros y el imitador de Thor estaban peleando con los matones de Ortega.
– ¡Dios mío! -exclamó Matt-. ¿Ha habido algún herido?
– Entre los inquilinos parece que no, pero…
– ¿Pero qué, Foggy? Venga, hombre, cuenta…
– Cuando el edificio se derrumbó, el imitador de Thor todavía estaba dentro. No existen todavía demasiados datos, pero parece que se llamaba Rett Nobel, o algo así… Era un antiguo cámara de televisión.
Matt no respondió. Pensó en la impresión que la había causado Norvell cuando habló con él, en la seriedad que encerraban sus palabras por detrás de aquella fachada de fanfarronería jovial y despreocupada. Deseó en silencio que saliera con bien de aquello, y pasó a ocuparse de cosas que sí podía remediar.
– Foggy, esas personas se ha quedado sin nada. ¿Estás muy ocupado?
– Nada que no pueda posponer, Matt. ¿Por qué?
– Vamos a ponernos a trabajar en el mejor modo de defender los intereses de esa pobre gente. Comienza tú con los preliminares, y en cuanto me quite de encima lo que tengo pendiente te ayudaré.
– Bien, Matt, pero…
– ¿Sí -respondió Matt, notando el nerviosismo en la voz de su amigo.
– ¿Qué va a decir Rosalind de todo esto?
– Que diga lo que le dé la gana, Foggy. Demasiado bien sabe ella que aportamos a la firma bastante más de lo que estamos obligados por nuestro contrato.
– Tienes razón, Matt -dijo Foggy con entusiasmo renovado-. ¡Vaya que si la tienes!
– Así se habla, amigo. Así se habla.
Bajo los escombros del almacén derrumbado, los jefes del hampa estaban más o menos ilesos, excepto la Rosa, que por ser el más cercano a las paredes cuando comenzaron las explosiones, había recibido el impacto de un cascote en el hombro. Sujetándose el brazo, apretaba los dientes para no gemir de dolor. Además, el cuerpo de Fortunato yacía exánime en un rincón, la cabeza aplastada por un trozo de muro.
Mientras, Dalila sostenía en precario equilibrio sobre sus hombros un pedazo de techo, evitando que cayera sobre todos ellos. Cabeza de Martillo le ayudaba en la medida de lo posible.
– ¡No te quedes ahí parada, maldita estúpida! -masculló Dalila-. ¡Ábrenos una salida de una maldita vez!
– Perdona, guapa -replicó Escorpia, irónica-, ¿te refieres a mí?
– No, qué va, me refiero a tu madre… ¡Pues claro que me refiero a ti! Usa esa bonita cola tuya y sácanos de aquí.
– Bueno, guapa, pero sólo porque me lo has pedido con amabilidad… -dijo Escorpia, apuntando a la zona en que no había nadie y lanzando un rayo.
– ¡Salid ya! -dijo Cabeza de Martillo.
No tuvo que repetirlo. Empujándose unos a otros, los hampones salieron por el boquete. La última en salir fue Dalila. Tras ella, los restos del almacén se derrumbaron.
– Tu y yo no hemos terminado, monina -dijo, dirigiéndose a Escorpia mientras se quitaba el polvo de su traje.
– Cuando quieras y donde quieras, rica.
– Vigila tu espalda, Escorpia, no sea que vayas a perder ese aguijón.
– Chicas, ¡chicas! -dijo la Rosa, conciliador-. ¿Y si lo dejamos para otro día?
En una siniestra oficina, un siniestro individuo se dirigía a la mujer que Matt Murdock conocía sólo como Betsy Walkers.
– Y bien, nena, ¿muestra el señor Murdock algún avance? ¿Hemos progresado en algún sentido?
– La verdad es que no -dijo «Betsy Walkers con una voz ronca, muy alejada del suave murmullo aterciopelado que empleaba cuando visitaba las oficinas de «Sharpe, Murdock & Nelson«-. Ese maldito abogado ciego es la pieza más dura de pelar con la que me he topado en toda mi vida.
– Pues algo habrá que hacer, chica. Nos pagan para que le…
Pero no pudo acabar la frase. Le interrumpió el timbre del teléfono.
– ¿Diga? … Ah, es usted, jefe.. ¿Cómo?… Claro que sí, por supuesto que me estoy… que nos estamos dedicando a ese asuntillo que nos encomendó. Precisamente ahora le estaba diciendo a… No, jefe, nada de nombres, cómo no… Claro, jefe. Por supuesto, jefe. Hasta pronto, jefe.
Tras colgar, volvió a dirigirse a su interlocutora.
– Era el jefe.
– ¿De verdad? -respondió ella, sarcástica-. Nunca lo hubiera adivinado…
– No bromees, que esto es serio. Me ha preguntado que cómo va el asunto de Murdock. Parece que comienza a impacientarse, y ya sabes cómo se pone cuando se impacienta.. Habrá que pasar a la siguiente fase.
– ¿Ya? Pero si está inválido….
– ¿Y? No me irás a decir que te da pena, ¿verdad?
– ¿Estás de broma? Lo único que me preocupa es que esa historia ya era bastante inverosímil, y tal y como están las cosas ahora no se la va a tragar nadie.
– Oh, ya se te ocurrirá algo, nena. Siempre se te ocurre…
Poco a poco, los servicios de bomberos fueron retirando los escombros del almacén. Casi finalizada la tarea, uno de los obreros lanzó un grito:
– ¡Eh! ¿Hay algún poli por ahí? ¡Creo que será mejor que venga a ver esto! Aunque para lo que va a servir…
(1) Por ejemplo, en todas y cada una de las guerras de bandas que ha habido en Nueva York.
(2) En Daredevil # 300.
(3) Para más detalles, ver los números # 342 y 366 de Daredevil.
(4) Sucedió en Daredevil # 369.
(5) En Daredevil # 366.
(6) Lee El Poderoso Thor # 513 y 514 para enterarte de todos los detalles.
Bienvenidos a Derecho de réplica, el correo de los lectores de la colección de Daredevil. Unos meses tanto, y otros tan poco. El mes pasado, dos mensajes. Este, ninguno. Venga, no seáis tímidos y escribid. Imitad a Carlos y a Fordcopp. Aquí me tenéis para resolver cualquier duda que pueda surgir sobre el discurrir de la colección.
En el próximo número: Apuesto a que os las prometíais muy felices, pensando que el misterio se iba a desvelar… Pues no, la cosa no será tan fácil. Tendréis que seguir leyendo, para saber cómo terminará todo. Os espero en Daredevil # 371, el número de Octubre.