Son los héroes más poderosos de la Tierra. Son los Vengadores. Y en este mundo, tienen mucho que vengar…
#8 – La carga de la brigada ligera
Por Correia
Fecha de publicación: Mes 173 – 9/12
La nave sobrevolaba a pocos metros el Canal de la Mancha. Dentro, un grupo de héroes decidido a acabar con una guerra que ya duraba muchos años. Su destino: Berlín, desde donde Thor y su Cuarto Reich dominaban el mundo.
La sorpresa de tener un infiltrado entre sus filas (1) les había llevado a tomar la decisión definitiva: atajar el mal de raíz, ir directos a por Thor y sus acólitos al centro mismo de su poder, Berlín.
Así, los Vengadores (el Capitán América, Espíritu Americano, Luz del Amanecer, Namor, Spitfire y Fuerza Negra, junto a Reed Richards, Forja y Rick Jones) se dirigían a la batalla definitiva montados en su aeronave.
«¿Nervioso, chico?», preguntó Rick a Forja.
El joven indio le miró fijamente.
«¿Tú qué crees?», le preguntó.
«Bah, tranquilo. En líos más gordos me he visto», bromeó Rick. «Y casi siempre he salido indemne. Bueno, he muerto dos o tres veces, pero siempre acabas resucitando de una forma u otra.»
«Eso no me tranquiliza precisamente», contestó.
«Je, hay bastantes pesos pesados en el equipo. Vale, nos enfrentamos a Thor, nos vendría bien un Hulk, quizás, pero contamos contigo. Y con Reed.»
«¿Y qué puedo hacer yo contra un dios?»
«De momento, has inventado el arma que nos permite descubrir a los fantasmas espaciales. Ya no tendremos más infiltrados dentro. Ahora, entre Reed y tu seguro que os sacáis de la manga alguna pistola antidioses, o un pararrayos…»
Forja negó con la cabeza, se levantó y se dirigió a la parte de atrás del avión, en la que Reed examinaba unos planos mientras intentaba diseñar algo.
«Richards, ¿en qué puedo ayudar?», le preguntó al llegar.
«Siéntate a mi lado, intento diseñar algo que nos permita neutralizar a Thor. Además, hay que amplificar la potencia del neutralizador…»
Rick dejó de escucharlos, y dirigió su atención a la charla entre el Capitán América y Namor.
«Los relámpagos no podrán conmigo», afirmó el atlante.
«No, pero un martillazo te dejaría seco. Namor, viejo amigo, ni siquiera tú puedes vencer en un mano a mano con Thor. He contactado con los Soviets. Intentarán ayudarnos, pero no saben si llegarán a tiempo, y no podemos permitirnos esperar. El hermano de Jackie…»
«Y el resto. Lo sé. Pero los años no logran apaciguar mi carácter.»
«Esta es la nuestra, Namor. Llevamos años preparándonos para el enfrentamiento. Reed cree que la clave está en el martillo, hay que aislarlo. En eso trabaja. Tendrás tu oportunidad.»
«Y la aprovecharé.»
Rick cerró los ojos. Aun quedaba al menos media hora de vuelo. «Ojalá estuviera aquí Bruce», pensó, mientras daba una cabezada.
Hulk, Marlo, Betty, Janis, Ulises y Paris aparecieron en medio de un bosque. Acababan de atravesar una de las pantallas del Vigilante en la Zona Azul de la Luna, buscando a Rick Jones.
«¿Dónde estamos?», preguntó Marlo. «¿Y Rick?»
«Estaba en aquel avión, ¿no?», contestó Paris. «Quizás este sea su destino.»
«Como no se estrellen, aquí no va a aterrizar nada», respondió Janis.
«Estamos cerca de Berlín. En las afueras», dijo Ulises. «O eso dice mi GPS…»
Todos lo miran con cara de sorpresa.
«¿Qué?», pregunta, extrañado.
«¿Funciona aquí tu GPS?», le pregunta Paris.
«¿Y por qué no?»
«¡Porque estamos en otro mundo!»
«Pues… funciona», contesta Ulises, encogiéndose de hombros.
«Vamos a Berlín», cortó Hulk. «Aquí mandan los nazis. Rick no sabe estarse quieto. Así que irá allí. ¿Por dónde?»
Ulises señaló hacia la izquierda. «Dos kilómetros.»
Hulk comenzó a caminar, sin esperar a los demás.
«Tiene razón», confesó Marlo. «Rick no puede evitar hacerse el héroe. Y si puede pegarle a los nazis, lo hará.»
El grupo avanzó, intentando no quedarse rezagados.
«Estamos llegando», dijo el Capitán América. «Preparaos. Aunque el quinjet es invisible a los radares, seguro que la Legión tiene medios para descubrirnos.»
«Ahora lo importante es activar el neutralizador. Tenemos que bañar toda la ciudad para que los espectros recuperen su forma y desaparezcan», dijo Reed.
«Pero al amplificarla hemos perdido potencia», comentó Forja. «Con más tiempo, podríamos compensarlo, pero…»
«Tal y como está», concluyó Reed, «la mayoría de los espectros recuperarán su forma y quedarán debilitados, pero sólo un pequeño porcentaje irá al limbo.»
«Menos da una piedra», dijo Rick. «Al menos, no confundiremos amigos con enemigos.»
«¿Qué necesitas para activarla?», preguntó Namor.
«Sobrevolar Berlín», contestó Reed. «Namor, tienes que proteger el quinjet.»
«Y así lo haré», respondió, «aunque me cueste la vida.»
«Más te vale que no», le riñó Spitfire, golpeándole el hombro en broma. «Quiero salir de esta con mi esposo a mi lado.»
Namor besó a su mujer, se despidió de sus compañeros y abandonó el quinjet, comenzando a volar a su alrededor.
«Una vez activemos el neutralizador, necesitamos al menos cinco minutos», continuó Reed. «Así cubriremos toda la ciudad. Aunque no nos detectaran antes, en el momento en que activemos el neutralizador estaremos a su merced.»
«Pues no alarguemos más esto», dice Rick. «¡Dale caña, Reed!»
Reed asintió, y pulsó el interruptor del neutralizador, activándolo. Un fulgor verde cubrió la nave, y se dirigió hacia la ciudad, bañándola.
«Pisa el turbo, Capi», grita Rick. «Vamos a cargarnos a esos espectros.»
«Comandante Kr’zt», grita uno de los técnicos skrull encargado de los sistemas de detección. «¡Ha vuelto a suceder!»
«¿Otro espectro?», pregunta el comandante.
«Peor, señor. Cientos. En el área de… Berlín.»
«Ha llegado la hora», dice el comandante, poniéndose en pie. «Despertad a Kl’rt. Y preparad la nave. Vamos a destruir a esa raza de una vez por todas.»
«¡Cuidado, Namor!», gritó Spitfire desde dentro del quinjet, mientras un borrón verde se acercaba a su marido a toda velocidad. «¡Es Meteoro!»
El atlante, moviéndose lo más rápido que pudo, esquivó al nazi, mientras alargaba el brazo para sujetarle la capa que le permitía volar. El tirón provocado por el fuerte frenazo provocó que el hombre se rompiera el cuello. Namor soltó la capa, dejándolo caer.
«Uno menos», afirmó, solemne. «No me gusta matar, pero es la guerra. Y no podemos hacer concesiones.»
«No te confíes, Namor», le dijo el Capitán América desde el quinjet. «Ahora vienen los pesos pesados. Veo al Hombre Maestro volando hacia ti, seguido de Cruz de Hierro.»
«Necesitaré ayuda. No podré con los dos a la vez», respondió el mutante.
«Necesitamos dos minutos más, Namor. Nada más», le contestó Reed.
«Los tendrás», asintió, lanzándose hacia el superhombre nazi, golpeándole en el pecho con toda la fuerza de sus puños. La mayor velocidad de Namor, más acostumbrado a volar, le daba ventaja, pese a la superior fuerza del Hombre Maestro, que cayó bastantes metros por el impacto, antes de poder recuperarse.
Sin darle tiempo a reaccionar, y adelantándose a la llegada de Cruz de Hierro, Namor volvió a golpear al Hombre Maestro, asestándole una serie de puñetazos en la cara, que lo aturdieron, y, esquivando un derechazo, lo rodeó, agarrándolo por el cuello, intentando ahogarlo. Pero el alemán, propinándole un fuerte codazo, lo apartó de su lado, dejándolo a merced de su compañero, que ya los había alcanzado, y que comenzó a dispararle desde el cañón de su armadura alojado sobre su hombro.
Namor comenzó a esquivar los disparos, aunque no pudo impedir que una de las ráfagas le alcanzara en uno de los brazos. Desde el quinjet, su mujer estaba sufriendo de impotencia. Nadie más del equipo podía volar, y su esposo estaba ahí fuera enfrentándose a dos de los más peligrosos enemigos que tenían.
De repente, un hombre volador golpeó a Cruz de Hierro, desviando sus disparos contra el atlante.
«Was?», exclamó el hombre.
«Eh, nazi, ahora te enfrentas al tío que derrotó a la Inteligencia Suprema. ¡Chúpate esa!», dijo el recién llegado, disparando un lanzamisiles contra la armadura de su contrincante, alcanzándola de lleno.
«¡Es Rick!», gritó Spitfire desde el quinjet. «¡Con la armadura de Torpedo!»
«¡Ya hemos acabado el barrido!», dice Reed. «Rápido, Capitán, aterricemos y ayudemos a nuestros compañeros.»
Bucky Barnes asintió con la cabeza, y dirigió la nave a una plaza que había bajo ellos. Los dos nazis se olvidaron de sus contrincantes y comenzaron a perseguirla. Rick acudió a por Namor, que se sujetaba el brazo, manchado de sangre por las heridas recibidas.
«Son heridas limpias», dijo Rick, mirándolas. «Dos orificios entrada y dos de salida, junto a la mano. Las balas no se han quedado dentro. Pero hay que cerrarlas.»
«Ya las cerraremos después», dijo el atlante. «Ahora vamos a acabar todo esto.»
En el área azul, Uatu observa cómo un borrón plateado pasa junto a la Luna.
«Ha comenzado», piensa. «Este mundo se acerca a su fin, si Rick Jones no puede evitarlo.»
CONTINUARÁ
(1).- En el número anterior se descubrió que la Antorcha de la Libertad era en realidad un Fantasma del Espacio disfrazado
Deutchland.
Bueno, pues nada, otro numerito más, otro numerito menos… espero que, esta vez sí, acabemos con la saga… aunque ya ni yo me lo creo, jejeje…
En este número, principalmente, colocamos a los «jugadores» en sus puestos. Las peleas, en el próximo.
Por cierto, la idea de los «Fantasmas» era anterior a la Invasión Secreta bendisiana… creo que nos leen la mente, estoy seguro de ello, jejeje…
Esperamos vuestras opiniones.
¡MarvelTópicos saludos!
Carlos