El cielo en llamas #11

En un mundo que es como el nuestro… pero que no es el nuestro. En un mundo sin héroes. Sin poderes. En un mundo completamente real… que está a punto de dejar de serlo.

#11 – Rubicón
Por Tomás Sendarrubias


Fecha de publicación: Mes 172 – 8/12


Concordia.

-¿Qué está pasando?-gruñe James, sin poder apartar los ojos de Robert.

Se suponía que estaba muerto. Se suponía que Nicole lo había matado tras volverse loco. Había alzado a los muertos en medio continente americano, había tratado de destruir la Tierra en un ataque de furia nihilista. Lo había visto morir. Lo había visto muerto, David había dicho que estaba muerto…

David…

-No hay tiempo, James-replica Manny-. Robert, es la hora.

Robert asiente, y se gira hacia las pantallas holográficas que le rodean. James siente un escalofrío, hay algo en sus ojos que no había visto desde mucho tiempo atrás. Desde la muerte de Becca.

¿Paz?

Las pantallas que hay ante Robert se unifican, creando una sola imagen holográfica de Concordia en tres dimensiones. La imagen es tremendamente detallada, e incluso James puede identificar las pequeñas agujas brillantes que representan los misiles de compuestos no metálicos que deben estar a punto de poner fin a la vida de todos los habitantes de Concordia. Los ojos de Robert se iluminan, y de pronto, James siente una ligera vibración, como si todo el fuselaje de la estación temblara. Puede percibir los cambios magnéticos a su alrededor, está cambiando, y lo ve en la imagen, como si la propia forma de la estación se modificara. Cuatro ráfagas de proyectiles brotan de cañones que hasta un segundo antes no habían existido en Concordia.

-¿Qué es eso?-pregunta Jamie.

-Sistemas antimisiles-responde Manny.

-No había nada de eso en los planos de Concordia…

-Ahora sí-responde Robert, deslizando sus manos por la imagen holográfica, y en ella, en tiempo real, James puede ver las modificaciones que su compañero está realizando sobre la estructura de la estación.

-No hay nada que pueda ser tan rápido, no hay nada que pueda modificar la estructura de Concordia con tanta velocidad…

-Yo puedo-dice Robert, sonriendo-. James, ahora yo soy Concordia…

-Lo sabía-masculla Manny, señalando dos puntos rojos que aparecen en la proyección, cerca de uno de los nudos de sistemas-. Si los misiles fallaban, tratarían de atacarnos desde dentro.

-Os daré tiempo-asiente Robert, y se concentra en la imagen tridimensional. James puede ver paredes que se desplazan, entradas y salidas que cambian de posición, salas que se sellan por completo… y respira algo más aliviado cuando ve sistemas de defensa que proliferan en las cercanías del área habitada.

-No llegarán a nuestra gente-afirma Manny-. Pero aún pueden hacernos caer.

-¿Pero quién, Manny? ¿Quiénes son ellos?-pregunta James.

-¿De verdad pensasteis en algún momento que nos dejarían permanecer aquí arriba, al margen de todo, convertidos en el  Ojo del Gran Hermano?-escupe finalmente Manny, con los ojos acules clavados en James, que da un paso atrás, atónito por la furia de la voz de su compañero-. ¿De verdad os creísteis que no tratarían de hacer lo que ha hecho siempre el ser humano? ¿Qué harían otra cosa que no fuera atacar y derribar a cualquiera que amenace su status quo? Los políticos de medio mundo nos han odiado desde que aparecimos, la otra mitad desconfía de nosotros. ¿Importa ahora si son es Rusia, Filipinas o todos juntos? Se han cansado de vernos aquí arriba, Jamie. Somos su Lucifer, el Portador de Luz, y nos quieren hacer caer.

-¿Quién son?-pregunta James, manteniendo el tono firme.

-Estados Unidos, por supuesto-replica-. O alguien en su nombre. Pero no te equivoques, ellos sólo son la espada. El guerrero que la empuña es mucho mayor que un solo país o una sola filosofía. Es un miedo atávico a lo diferente. Y ahora, en este punto, sólo tenemos una opción, como Julio César ante Pompeyo en el Rubicón. O luchamos, o caemos.

-Sabías que esto iba a pasar-sisea Jamie-. Tony y tú sabíais que esto iba a pasar desde el principio. Este era el plan… estar preparados para esto… ¿no?

Manny abre la boca para contestar, pero James le da un fuerte puñetazo en el rostro, que arroja a Manny al suelo, con el labio partido y escupiendo sangre. Robert se gira, y de inmediato, las paredes de la habitación parecen fundirse, varios paneles giran sobre sí mismo, y una docena de armas de diferente tipo aparecen para apuntar a James.

-No es necesario, Robert-dice Manny, desde el suelo. Se lleva el dorso de la mano a la boca, pero la herida del labio se está cerrando-. James, hemos hecho lo que teníamos que hacer para que todo vaya a mejor. Ahora es tu turno. Esa gente quiere derribar Concordia y a todos sus habitantes. Ni Robert ni yo podemos impedírselo. Sólo tú puedes plantarles cara.

James mira a Robert y a Manny con el ceño fruncido y los puños crispados. Sin mover siquiera una mano, todas las armas que Robert ha preparado dentro de la sala se desmontan, cayendo al suelo en pedazos que tintinean como una lluvia metálica.

-Sabíais que esas armas eran inútiles conmigo-dice Jamie-, pero el gesto… Lo que tenemos que hacer, ¿no, Manny? Muy bien. Esta conversación no ha terminado.

James sale de la habitación, y de inmediato, Robert se vuelve hacia la imagen holográfica. La estructura interna de Concordia cambia de nuevo, surgen pasillos que no existían, se abren puertas que no estaban, creando una línea recta entre James y los dos infiltrados.

-Robert-dice Manny, y el muchacho le mira de reojo-. Necesito un transporte inmediatamente. Voy a bajar ahí abajo.

-La conexión con la Cuna está preparada-asiente Robert-. ¿Hacia donde programo el vuelo?

-Haití.


Dubái, Emiratos Árabes.

Las punzadas de dolor causadas por las cuchillas de Tiradora hacen que Peter ahogue un reniego, al notar las cuchillas hundirse hasta el hueso en su antebrazo, astillándole el hueso y encajándose allí. Podría haber sido peor, ella apuntaba a su hígado. Los oídos de Peter zumban, y salta justo a tiempo de evitar el látigo eléctrico de Látigo, mirando de reojo a Garras, que parecía decidido a alcanzar a David, armado con la pistola de uno de los guardias del hotel.

Peter se sentía un poco culpable, no había sido demasiado original bautizando a sus enemigos.

Mientras evita el látigo de energía, se arranca las cuchillas del brazo de un tirón, apoyándose con los pies en una de las paredes de la sala para saltar al techo y engancharse de una lámpara, aprovechando el balanceo para pasar por encima de Tiradora y Látigo y dejándose caer tras ellos, arrojando las cuchillas de Tiradora hacia sus atacantes, que se ven obligados a apartarse para evitar verse heridos por ellas.

– ¡Yuri!-grita Tiradora, refiriéndose a Garras-. ¡Acaba con él de una puta vez y ayúdanos con este! Se supone que el pelirrojo era el más fácil.

David dispara y alcanza a Garras en un hombro, pero este lanza un rugido y salta hacia delante. Una de sus garras corta la muñeca del joven pelirrojo, haciendo caer la pistola, y al mismo tiempo, le empuja contra la pared y hunde sus colmillos en el espacio blando entre el cuello y el hombro. David grita, y Garras se aparta unos segundos de él, con los afilados colmillos manchados de sangre y carne y el más brutal salvajismo pintado en sus ojos.

-Me voy a dar un banquete con tus pulmones…-sisea Garras, y en ese momento, se da cuenta de que las heridas del cuello y la mano de David se cierran a toda velocidad. Y el pelirrojo le sonríe.

-Así que soy el fácil-gruñe Dave-. Creo que me siento humillado. Pero bueno. Supongo que Eisenbach se quedó con que soy el curador, y no puedo hacer daño a nadie, ¿no? Error de cálculo, Yuri. Espero que te haya aprovechado mi sangre, porque si hay algo que me caracteriza es que puedo manejar por completo mi sangre.

Los ojos de Garras se abren de par en par y mira a su alrededor aturdido. La lengua le roza los labios, resecos, de forma nerviosa.

-He anulado la segregación de oxitocina de tu cerebro. Y estás generando adrenocorticotropa sin nada que la regule. Lo que tienes es miedo, Yuri.

Garras, retrocede, atontado y llevándose las manos al pecho. Trata de hablar, pero la voz se apaga en su garganta.

-El ACTH ha convencido a tus glándulas suprarrenales de que liberen adrenalina. Normalmente esto te haría tener taquicardia, pero le he dado un empujoncito. Lo que estás teniendo es un ataque cardiaco. Te pillé, «Yuri».

Yuri cae de rodillas, tendiendo las manos hacia Tiradora y Látigo, que se miran un poco aturdidos, sorprendidos. Peter sonríe.

-Sí. Él es el blandito de los dos.


Dongguan, Prefectura de Guangdong, China

Abre los ojos y no ve más que oscuridad. Trata de afianzar sus recuerdos, de averiguar cómo ha llegado a donde quiera que estuviera, pero se resbalan como arena entre los dedos.

Arena.

Escucha el sonido de la arena cayendo. Arena y madera.

Alza las manos, y estas chocan con algo duro y rígido, áspero. Madera. La oscuridad no está en su cabeza, ¿está a su alrededor? Grita. Grita y golpea la madera, sin resultados, hasta que nota los nudillos húmedos y despellejados, pero no deja de escuchar el sonido de la arena que cae.

El corazón parece que se le va a salir del pecho, nota como se le desboca, como la carrera de un caballo contra sus costillas y sus pulmones. Jadea y trata de moverse, pero choca contra la madera. No puede alzar las rodillas, no puede mover los brazos. Simplemente oscuridad, arena y madera.

Grita, está vivo, no está muerto. ¿Un error? ¿Está viviendo la pesadilla de Poe?

Consigue un recuerdo. Una imagen. La imagen de una playa en Túnez, una fotografía. Arena blanca, agua azul. Arena… no, esa no es la línea del recuerdo que debe seguir. Trata de asentar su respiración, de ignorar el latido descompasado de su pecho. La fotografía. Papel impreso, texto alrededor. El pensamiento que acompañó a la fotografía. «Visitar la playa con los chicos, nos merecemos unas vacaciones». James. Daniel. Manny… No, ese no es el recuerdo que debe seguir.

El aire es pesado, le cuesta respirar.

Papel impreso. Más allá del papel. El panel de uno de los transportes de Concordia, con el piloto automático puesto. El papel impreso es de una revista de viajes. Naomi se la había dejado en el transporte la última vez que lo había utilizado. Se había dejado el e-Book en Concordia, había leído la revista… No.

Ese recuerdo iba hacia atrás. Concentrarse en la imagen. La playa. El mar. Papel impreso. Revista. Panel. Piloto automático. Piloto automático… China. Estaba en China. Había ido a China, a una prisión para verificar su adaptación a la normativa que en Concordia habían considerado aceptable. China. El recuerdo trata de evadirse, de escaparse, vuelve a notar el latido del pecho, la pesadez del aire. Lo aferra. Los pequeños detalles. Los puntos de apoyo del asiento de la nave. Pies, rodillas, caderas, hombros, cuello… El tacto del papel de la revista. El aire áspero de la prisión, la mirada atónita del alcaide al verle llegar.

La mujer de los tres cerebros que había aparecido después. ¿Eisenbach te manda recuerdos?

La presión se hace más acuciante. Si eso es un ataúd de verdad, si está enterrado, se está haciendo más pequeño. Nota la madera en los hombros, contra los pies, sobre el pecho. Pero no puede ser real.

-Hija de puta-susurra, y apoya una mano en la madera de la parte superior. Empuja, pero no lo hace con la mano, lo hace con su voluntad, y la madera cede, se licua como agua. La arena empieza a entrar en su prisión, pero la ignora, se incorpora y se alza, mirando a su alrededor. Ya no hay oscuridad, la luz le ciega. Nota el sonido de las olas, nota la arena blanda y caliente de la playa. Nota el olor de la sal.

La playa de la foto. Y la mujer está ante él, una monstruosidad atrofiada con tres cerebros pulsantes.

-Me alegra verte-dice ella.

-Nada de esto es real-responde él-. Estamos en mi mente.

-Ahora es una más de mis mentes-ríe la mujer-. Yo lo controlo. ¿Sabes, Tony? El doctor Tellhart tenía muchas ganas de que nos conociéramos. Él… bueno, no ha vuelto a ser el mismo desde tu pequeño…ataque de ira. Y en fin, me pidió que te diera una despedida especial.

-No me has matado todavía-gruñe Tony.

-Tienes que sufrir mucho aun-ríe ella.

-Has metido la pata, tía. Y no sabes hasta que punto…-responde Tony.

-¿Se supone que eso es una amenaza?-dice ella, seria-. Anthony, Tellhart y Eisenbach se han encargado de que sea mucho mejor que tú. No puedes hacerme nada. Y a ellos tampoco.

Anthony se da la vuelta, y se encuentra en el último piso del Empire State. Está acostumbrado a subir allí, pero siempre está lleno de turistas. Ahora no hay nadie. El viento lo azotaba con fuerza, y desde allí, podía ver las Torres Gemelas, el Edificio Chrysler. Battery Park… Sabía que si se acercaba a los prismáticos que rodeaban la terraza, podría incluso ver el monumento situado en medio de la plaza del World Trade Center en recuerdo de los fallecidos en Washington y de la tragedia que podría haber ocurrido allí mismo si el ejército de Estados Unidos no hubiera detenido los aviones que al-Qaeda pretendía estrellar contra las Torres. El sonido de un timbre sacó a Anthony de sus pensamientos, y la puerta del ascensor se abrió.

-Ah, bien…-susurra Tony, al ver aparecer en la terraza a James, Danny, David, Ralph, Lewis, Naomi, Peter, Manny, Robert… incluso Nicole-. Lo siento mucho, pero no existís. Estamos dentro de mi cabeza y sois parte de mi imaginación.

-¿Y entonces… por qué sigues aquí todavía?-pregunta Danny, y Tony frunce el ceño. ¿Por qué sigue ahí?

Trata de salir. Y no puede.

-A lo mejor eres tú el que no existe-dicen los diez de golpe.

-Os falta el rubio platino y el acento británico…

-A lo mejor eres tú el que no eres nada.

De pronto, Tony siente que de deshace. Y es una impresión tan física… tan desagradable… La boca se le deshace, los ojos… las manos se caen, las rodillas se le doblan, incapaces de sostenerle… Y sin embargo, sigue viendo, sintiendo lo que ocurre a su alrededor. Los diez se acuclillan a su alrededor, mirándole. James parece tocar la masa en que se ha convertido, y un millar de recuerdos sacuden a Tony, bombardeándole con sensaciones y pensamientos que le bloquean.

Solo en mitad de la gente. Perdido. Sin nadie como él, sin referente.

Bicho raro…

 

¡¡Qué hacéis!! grita en su interior, tratando de obviar todas aquellas sensaciones ya apartadas, olvidadas, superadas. Eso había quedado atrás.

Su abuela gritándole que era un monstruo, una aberración. Ningún Scarlatti había sido nunca un desviado. Era la vergüenza de la familia, y la culpa era de esos libros que leía… libros de ingleses y americanos… Había muerto y él había ido a su entierro, pero se había quedado lejos de la familia, donde nadie le viera. En ese recuerdo, sus familiares tenían el rostro de sus amigos.

-Siempre lejos, al margen. Encerrado. En ti. Con miedo. A ti. A lo que puedes hacer. Perdido. Solo. Pequeño. Temiendo ser grande. Temiendo crecer. Temiendo avanzar. Miedo. Locura. Olvido. Olvida.

-¡No!

Siente que grita. Sin voz.

-Siempre mirándoles por encima del hombro. A todos. Superior. A todos. Lo llamas amistad cuando dices condescendencia. Lo llamas protección cuando dices posesividad. Por eso te temen. Te apartan. Miedo. A todos. A todo.

Se ahoga. Trata de centrar su pensamiento. Esos han sido sus sentimientos durante años. Sus dudas. Sus ideas. Muchas estaban superadas, y ahora vuelven, con fuerza. Arrastrándole. Haciéndole pequeño. Se siente desaparecer.

Busca.

Una palabra.

Un recuerdo.

Busca.


 

Selva de Haití.

-Lewis… ¿qué vas a hacer tú?-repite Nicole.

-Esto no es lo que habíamos preparado, Nicole-masculla el soldado mulato que creaba redes para mantener atrapado a Ralph-. Esto no es lo que Eisenbach nos había ordenado…

-Hay veces que no podemos limitarnos a obedecer órdenes-responde Nicole, sin apartar la mirada de Lewis… que a su vez, permanece en silencio, mirando alternativamente las pistolas que Nicole sostiene y al rastreador que la acompaña-. Lewis, eres el único que ha entendido lo que ha pasado, como yo. Estás tan cansado de manipulaciones… como yo.

-Sí-afirma Lewis-. Muy cansado. Muy harto. De ellos. De ti. De todos. Y seguramente ahí arriba no estemos haciendo bien las cosas. Pero la forma de arreglarlo no es matarlos a todos. Al menos, no la mía.

Lewis no ha terminado de decir la última palabra cuando Nicole está disparando, pero en el lugar donde se encontraba el teleportador ya no hay nada, y las balas impactan en una de las paredes del bunker con un estallido sordo. Las balas atraviesan las planchas de metal, levantando nubecillas de polvo del hormigón que hay tras ellas.

-¡Zorra!-grita Ralph desde la telaraña en la que está atrapado, al ver el resultado de las balas. Con factor de curación y todo, hubieran hecho pedazos a Lewis-. ¡Asesina!

Ralph hubiera seguido gritando, pero la telaraña generada por el Einherjar comienza a introducirse en su boca, ahogándole, sofocándole…

-¡Está ahí!-grita el rastreador, señalando hacia un punto cercano al hombre de las telarañas. Nicole se gira a toda velocidad, con las pistolas preparadas, pero donde había estado el soldado, ya solo quedaba el aire vacío.

Ralph nota que el corazón parece a punto de salírsele del pecho mientras sus pulmones tratan inútilmente de conseguir aire, y por el rabillo del ojo, puede ver como Lewis vuelve a aparecer, sólo unos instantes, y desaparece con el rastreador.

-¡Transporte para uno!-grita Nicole a un comunicador, y con un relámpago (o algo parecido) es ella la que desaparece.

Ralph deja de ver, y de sentir.

El aire vuelve a entrar de pronto en sus pulmones, y siente una sensación de dolor punzante en el pecho. Necesita aire, y respira espasmódicamente, abriendo finalmente los ojos. Sobre él puede ver el techo del bunker, en una sala llena de ordenadores, semejante a la Cuna de Manny en Concordia. A su lado, Lewis se encuentra de rodillas, y al ver que respira, se deja caer, obviamente agotado.

-¿Dónde está Nicole?-dice, incorporándose, mientras se arranca de la cara algunas hebras de telaraña que siguen adheridas a su rostro. Aun nota el sabor amargo de la sustancia pegajosa en la boca, y escupe hacia un lado.

-La teleportaron-responde Lewis-. Tardé un poco en desmontar los sistemas de localización de sus dos compañeros, y cuando volví, se había marchado.

-Al menos no me disparó, quizá haya esperanza para ella…

-Creo que te dio por muerto, Ralph.

-Sí, bueno. Esa era la otra opción. ¿Qué has hecho con ellos?

-El redes está en un islote en la Melanesia. Si todo va bien, podré sacarle de allí antes de que suba la marea. El rastreador esta aquí abajo, resulta que Manny hizo construir este sitio con unas celdas de alta seguridad. Parece que tendré que darle las gracias por algo.

-¿Hay noticias de los demás?

-No. Y no consigo poner en funcionamiento esto-dice Lewis, señalando la réplica de la Cuna.

-Es lógico-dice alguien desde la puerta-. Porque ese es mi trabajo.

-Manny-afirma Lewis, incorporándose y viendo como su compañero entra en la habitación-. Sabías que todo esto iba a pasar, ¿no?

-Todo no. Parte sí. Pero esto no ha hecho más que empezar, Lewis. Están pasando cosas, por todas partes… y si no tenemos cuidado, nos masacrarán.

Manny se dirige hacia la silla de la Cuna, toma asiento, y al instante, docenas de pantallas holográficas aparecen a su alrededor.

-Terremotos devastando El Cairo…

-Conflicto terrorista en Dubái…

-Doce mil muertos en China, extraña enfermedad mental…

-Dios mío-masculla Ralph.

-¿Cómo vamos a…?-dice Lewis, y Manny se gira hacia él.

-Si todo ha ido como debería, tienes a su rastreador. Tú eres teleportador. Vamos a salvar a los nuestros, Lewis. Vamos a salvarles, y luego, vamos a darles de ostias a Eisenbach y sus Einherjar.

-Manny, mira eso-dice Ralph, señalando una de las pantallas, y el hispano frunce el ceño. La imagen de la presidenta Barnes  ha ocupado varias de las pantallas holográficas, con la bandera de Estados Unidos tras ella. Al parecer, se trata de algún tipo de declaración institucional. Manny amplia la imagen y silencia las demás, apartándolas con un gesto.

-…una nueva variedad de terrorismo que está aterrorizando el mundo en este momento. El terrorismo superhumano. Por eso, anuncio al mundo que los Estados Unidos y las Naciones Unidas han decidido establecer el estado de guerra a nivel mundial hasta que la amenaza conocida como los Once sea anulada. Los vuelos civiles quedan suspendidos, y fuerzas conjuntas especializadas se están movilizando en estos momentos para dirigirse a los lugares en conflicto. El número de bajas provocado por estos Once es ya incalculable, y por supuesto, no nos detendremos hasta que esta amenaza para la humanidad haya sido anulada…

-Y esto era lo que faltaba-masculla Manny, devolviendo la imagen de la presidenta de Estados Unidos junto con el resto de las pantallas, donde comentaristas, periodistas y políticos de todo el mundo replicaban o comentaban las declaraciones de la mujer más poderosa del mundo-. Estamos en guerra.


El Cairo.

Naomi siente que sus nervios se cortocircuitan cuando el rayo blanco que emana de los ojos de la pelirroja que acompaña a Eisenbach alcanza su brazo. Destellos de dolor la ciegan, y siente que la extremidad queda laxa, inmóvil y sin fuerza. No se hace muchas ilusiones sobre lo que podría ocurrir si le alcanzara en un punto vital.

A su alrededor, el barrio que alojaba el centro de convenciones Gamar El-Sadat se encuentra reducido a escombros tras el último temblor provocado por el General Eisenbach. De todos los poderes posibles, de todas las opciones que había con el suero derivado de lo que fuera que a ellos les había convertido en algo más que humanos, a Eisenbach le había tocado poder provocar terremotos. Un poder estupendo para un loco. Y ahora, el general y Danny habían desaparecido entre la nube de polvo provocada por los escombros, y Naomi tenía que ignorar los gritos de dolor que escuchaba a su alrededor, los aullidos de los moribundos atrapados en el desastre, las sirenas de los bomberos, la policía y las ambulancias que trataban de alcanzar aquel desastre… porque dos de los soldados de Eisenbach querían matarla.

Naomi había gritado cuando los edificios habían comenzado a caer sobre ella, reduciendo los escombros a polvo, y eso le había salvado la vida, pero ahora, la idea de una muerte rápida no le parecía tan mal. Había visto imágenes de Washington en el 11S, del estado de San Francisco tras el terremoto de 2008, de cómo había quedado Sarajevo tras la guerra de los Balcanes. Nunca se había imaginado lo que podría ser estar en medio de una destrucción semejante, y sólo la rabia evitaba que cayera de rodillas y comenzara a llorar.

Pero antes, tenía que acabar con esa puta de ojos blancos.

-¿Duele, cielo?-pregunta la pelirroja sonriente, con un acento tan cerrado que Naomi piensa que solo puede ser francesa o canadiense francófona.

-Estáis matando gente…-dice Naomi, aprovechando como cobertura un montón de escombros. Se tuerce un tobillo al pisar mal entre dos baldosas, pero evita caer y alcanza los restos de lo que debía haber sido una bocacalle. La pelirroja está en el centro de la devastación, y de alguna forma, la ve, pues un nuevo rayo de energía blanca brota de sus ojos, y Naomi tiene que tirarse al suelo para no recibir un nuevo impacto. Naomi grita, y las ondas de sonido golpean la zona ante ella, derribando dos muros que quedaban en pie, y golpeando de lleno a la pelirroja, que lanza un gemido mientras cae al suelo. Naomi da un paso adelante, dispuesta a volver a atacar, pero obviamente, los seguidores de Eisenbach comparten con ellos el factor curativo, pues la pelirroja se levanta rápidamente y vuelve a lanzar un rayo hacia Naomi, que instintivamente grita, aunque no puede evitar recibir un nuevo impacto en un costado. Cae al suelo, mareada y con la boca llena de bilis y sangre.

-La luz es más rápida que el sonido-ríe la pelirroja, y Naomi asiente… y luego lanza un grito contra el suelo. Hay un pequeño temblor, y un muro que había resistido a duras penas el terremoto, cae sobre la pelirroja, que desaparece bajo un amasijo de ladrillo y argamasa. Naomi escupe una bocanada de sangre, y se apoya en el suelo para incorporarse.

-Y el sonido es una onda. Para trabajar con terremotos, os falta formación…-sisea Naomi, y al instante queda paralizada y guarda silencio. Ante ella ha aparecido el otro soldado que iba con Eisenbach, el hombre de cuyos dedos parecía gotear cristal líquido.

-Lo que nos falta de conocimientos, lo suplimos con entusiasmo-dice en voz alta, y Naomi le mira, frunciendo el ceño. El hombre no ha aparecido solo, delante de él hay una niña de unos doce años, de aspecto árabe, vestida solo con harapos. Obviamente, el hombre la ha debido sacar de los escombros, básicamente ilesa. La chica masculla algo, y el soldado le pone la mano en el hombro, y ella grita. Al instante, Naomi, ya con el estómago revuelto, siente que le vuelve la náusea. El hombro de la chica ha quedado cubierto de cristal fundido que se solidifica rápidamente. Bajo el cristal se pueden ver las ampollas que se forman, las quemaduras. La chica está a punto de desmayarse, pero el soldado la sostiene en pie-. No te desmayes,  dormida no sirves de nada.

-¿Rehenes y tortura?-protesta Naomi-. ¿Eso hace ahora el ejército de Estados Unidos?

-Somos algo más que el ejército de una nación-responde el hombre, señalando con la barbilla la enseña que luce en su pecho, el cuerno dorado-. Somos los soldados de la humanidad, los Einherjar que luchan en el Ocaso de los Dioses. Somos más que héroes, somos leyendas.

-Seguro que otra persona quedaría absorta por tus palabras…-farfulla Naomi-. A mi sólo me aburres. Deja a la chica.

-Ponte de rodillas, date la vuelta y ponte esto-dice el soldado, arrojando algo a los pies de Naomi. Esta comprueba enseguida que se trata de un sistema de amordazamiento.

-Suelta a la chica-repite Naomi.

-¿Y qué vas a hacer si no? ¿Gritarme? La matarías a ella. ¿Y si te resistes?

Gotas de cristal fundido caen sobre el suelo, crepitando, como una siniestra advertencia.

Naomi coge la mordaza, y lanzando una mirada de odio al soldado, se arrodilla y se la pone. En el momento en que la abrocha detrás de su nuca, nota que hay conexiones que se activan, y siente que sus cuerdas vocales se paralizan. El soldado sonríe y pone ambas manos sobre la muchacha, que aúlla mientras el cristal líquido la va cubriendo hasta ahogar sus gritos, llenando el aire del olor de la carne quemada. Naomi trata de gritar, se arroja hacia delante, pero el tobillo le falla y cae de rodillas, con los ojos presos de la estatua de cristal y carne que el hombre ha dejado tras de sí.

-Te confesaré una cosa-dice él, con una sonrisa maliciosa-. Esta es una de esas operaciones que no admite testigos.


Daniel tose, nota la boca llena de polvo y antes de dejarse llevar por el pánico, un rayo de fotones solidos brota de sus manos, reduciendo a escombros las rocas que cubrían la pequeña grieta en la que había caído. Eisenbach había destruido todo un barrio para acabar con ellos, y en el caso de Daniel, había estado a punto de conseguirlo. Había encontrado aquella grieta de milagro antes de que una casa se derrumbara sobre él, pero aun así, su pierna derecha había quedado absolutamente machacada. Su factor curativo aún tardaría horas en devolverle la movilidad completa. Así que Danny se aferra a la tierra con las manos, y se iza a si mismo para salir de allí.

El mundo parece haberse derrumbado a su alrededor, todo cuanto hay en torno a él es destrucción.

-Mierda…-sisea. Trata de utilizar su comunicador, pero no funciona. Tampoco consigue conectar telepáticamente con Tony. Y no tiene ni la menor idea de donde esta Naomi.

-Y sigues vivo.

El estallido de luz de Danny brota de él hacia todas partes al mismo tiempo, no le hace falta ver al general para reconocer su voz. Los fotones sólidos y el láser funden las propias piedras, y Danny no puede evitar un sentimiento de triunfo cuando escucha gritar a Eisenbach. Se gira hacia el lugar del que procede la voz, y ve que uno de los rayos le ha cortado una mano, cauterizando la herida. El general mira hacia el suelo, observando aquel trozo de carne y huesos que le había pertenecido. Danny le señala, dispuesto a rematarle con un rayo laser. Le atravesará el corazón. O el cerebro, una herida que su factor curativo no pueda curar.

Como poco, Eisenbach se merece morir, después de todo lo que ha hecho allí, de la gente que ha muerto en El Cairo por su culpa. Pero Danny no puede matarlo, él no es un asesino. Baja la mano.

-General Karl Eisenbach-comienza a decir, acercándose a él-. Queda detenido, en nombre de la autoridad de Concordia…

Danny se detiene cuando se da cuenta de que Eisenbach está riéndose. El general alza hacia él los ojos, llenos de furia, de odio. Inhumanos.

-Maldito gilipollas-gruñe Eisenbach-. ¿No te das cuenta de que tu autoridad no me importa nada? ¿Qué no significa nada para nadie?

-Lo discutiremos en Concordia… donde responderá por crímenes contra la humanidad…

-Mi único crimen es haber permitido que unos monstruos como vosotros puedan existir-responde el general-. Y estoy dispuesto a hacer lo necesario para expiar mi culpa.

-Has destruido un barrio entero, maldita sea. ¿Sabes a cuanta gente has matado por esta estúpida cruzada?

-No-responde Eisenbach-. Y no me importa. Destruiré la ciudad entera si es necesario.

Y en ese momento, el suelo comienza a temblar de nuevo.


Dagguan, Prefectura de Guangdong, China.

Perdón.

Es la palabra que buscaba. La aferra, la agarra con todo su ser. Solo a partir de ella puede evolucionar, lo sabe. Está dentro de sí mismo, tan dentro que ella ni siquiera detectará esos pensamientos.

Perdón.

La diferencia entre tener y no tener miedo.

Descompone la palabra, y a partir de ella, los versos que la envuelven.

 

Y ahora mis hechizos están rotos.

 

Y toda la fuerza que me queda es la mía.

 

Lo que fue más débil ahora es verdad,

 

Y debo ser liberado por vosotros…

El discurso final de Próspero en La Tempestad, la obra de Shakespeare que le había llevado a convertirse en profesor de literatura inglesa. Su válvula de seguridad, escondida en lo más profundo de su pensamiento. Continúa recitándolo dentro de sí, retomando cada rincón de su cerebro, extendiéndose por su propia mente con cuidado.

Está tumbado en el suelo del despacho del comisario de la prisión de Dagguan. La mujer de los tres cerebros latientes está sentada en la silla, mirándole. No la ve, la puede sentir. El flujo eléctrico de sus pensamientos, los complejos trazos de los patrones fractales de sus mentes. Echa un pequeño vistazo a la parte de su propia mente que está dominada por ella, donde ella tiene su atención, y ahí sigue él, sufriendo las torturas mentales programadas por Tellhart, las manipulaciones que deberían llevarle a la anulación, a la rendición…

Que siga creyendo que es así.

No puede fiarse de sus sentimientos, de sus recuerdos, aún no. Pero las medidas de seguridad están ahí, guardadas, escondidas y a salvo. Se relaja y empieza a crecer… y a crecer…

Antes de verlo, ella lo puede sentir. Físicamente está en el suelo, tirado ante ella. Pero su mente, su psique…

Ella se gira y lo puede ver. Lo ve telepáticamente, aunque él no está allí. Un ser resplandeciente, andrógino, poder mental en estado puro, un fuego blanco cegador bajo la sombra de una silueta humana, un poder trascendente… Y ella se da cuenta de que él ya no está en el suelo. ¿Cuánto tiempo hace que no lo está? ¿Cuánto tiempo hace que ella no le mantiene prisionero, que es ella la que está prisionera de él? Trata de romper los fractales que la atan, los círculos y círculos de pensamiento concéntrico que la rodean. Trata de gritar, pero solo puede observarle mientras todos sus recuerdos brotan hacia él como ríos irrefrenables, mientras él los absorbe, los asimila, los asume.

La está devorando.

-Ven-dice él, sonriendo-. Te enseñaré el miedo en un puñado de polvo.

Por fin, ella grita. Y no deja de gritar en mucho tiempo.


La puerta de la sala se abre, y Lewis entra corriendo. Se detiene en seco al ver a Tony sentado en el suelo, apoyado en la pared, con el cuerpo comatoso de una mujer a su lado. Recorre atónito su rostro, los tres cerebros apagados de su cabeza.

-Anthony…-dice, y el telépata levanta la cabeza. Está pálido, macilento-. Estás bien… Perdimos el contacto contigo, pensamos qué…

-Nos atacan. A todos. Ella mordió más de lo que podía tragar-responde-. Estoy… agotado. No puedo… no puedo…

-Te ayudaré-se ofrece Lewis, y Tony asiente. No tiene control sobre su propio cuerpo, el enfrentamiento le ha dejado tan exhausto que sus piernas parecen carne muerta, sin fuerza. Se sobresalta al ver una imagen de sí mismo, tumbado en una cama, sin control alguno sobre su cuerpo, consciente pero preso en sí mismo. La aleja con un movimiento de la cabeza mientras Lewis se inclina junto a él.

Un momento.

¿Por qué no puede sentir sus pensamientos? Están ahí, pero no son firmes. Fluyen. Se enmascaran, cambian…

Se deja caer a un lado, y sólo así evita que el cuchillo de Lewis le atraviese el corazón, aunque se hunde profundamente en su costado. Aúlla de dolor, mientras la figura de Lewis parece titilar, y pronto es Nicole la que está ante él.

-Hola, Tony. Y adiós.


Dubái, Emiratos Árabes.

-Y tres-dice Peter, dejando caer desde el techo de la sala a la inconsciente Tiradora. Estaba lleno de cortes y quemaduras, su factor de curación era mucho más lento que el de David, a quien unos minutos atrás Látigo había conseguido alcanzar en pleno vientre, llenándole la piel de ampollas y prácticamente cociéndole por dentro. Pete le había dado casi por muerto, pero David se había recuperado, y lo suficiente como para afectar al sentido del equilibrio de Tiradora, permitiendo a Peter deshacerse de ella de una vez. Mientras Pete bajaba del techo saltando por las paredes, David se aseguró de que los tres hombres de Eisenbach permanecerían inconscientes el tiempo suficiente como para ser trasladados a Concordia.

-Los sistemas de comunicación no funcionan-dice Peter, situándose junto a David, que asiente.

-Estamos solos, Pete-responde él-. No siento a nadie más en… millas a la redonda. Es como si toda Dubái se hubiera evacuado durante nuestra pelea…

-O como si todos estuvieran muertos.

-No. Si estuvieran muertos lo notaría. Un cuerpo muerto está lleno de bacterias, de organismos microcelulares que puedo manejar. No hay nada.

-Eso no es una buena noticia.

-No, no lo es.

David y Peter se dirigieron hacia el exterior del hotel donde se había estado celebrando la fiesta hasta que los hombres de Eisenbach habían llegado, y en el momento de cruzar las puertas, los pudieron ver.

Cazas militares.

-¿Pero qué…?-comienza a decir Peter, y en ese momento, los aviones comenzaron a bombardear la zona.


Concordia.

-Están todos bien-afirma Robert cuando James entra en la sala de control de Concordia, después de haber neutralizado a los hombres que Eisenbach había enviado a la estación.

-Sí-asiente James-. Ni siquiera se acercaron a la zona habitada. ¿Cómo cojones ha conseguido Eisenbach replicar nuestros poderes?

-Sólo es posible si uno de nosotros le ha ayudado-responde Robert, encogiéndose de hombros. James se detiene como si hubiera recibido un golpe físico.

-¿Estás diciendo qué…?

-Sólo digo lo lógico, James. Para clonar la situación que nos creó, necesitaban nuestra ayuda. No acuso a Nicole, sólo señalo que es la única opción viable.

-Ella…

-James… mira esto…-le interrumpe Robert, y James se estremece ante el tono desapasionado de su voz. En la pantalla que Robert (Robert, le parece tan inapropiado llamarle Bobby…) le muestra, se ven imágenes de una intensa devastación, una ciudad completamente destruida. Columnas de fuego se alzan aquí y allá, y al fondo…

-¿Eso son las Pirámides?-masculla Jamie. Un cartel que aparece en la parte baja de la pantalla indica que, efectivamente, son imágenes que llegan en directo desde El Cairo.

-…un terremoto de 9.3 en la Escala Richter ha sacudido la ciudad de El Cairo. Como ven, las imágenes que nos llegan son de una profunda desolación, y una destrucción como no habíamos visto en muchos años. Tardaremos semanas en valorar los daños sólo en la zona central de El Cairo, una de las ciudades más pobladas del mundo, con dieciocho millones de habitantes sólo en el área metropolitana de la ciudad. Varios terremotos habían sacudido la ciudad desde las doce del mediodía, hora local, pero ha sido este último el que ha provocado la destrucción que están viendo. Las declaraciones de la presidenta de Estados Unidos achacan esta situación al terrorismo superhumano del grupo conocido como Los Once, instalados en la Estación Orbital de Concordia. Los rumores indican que el propio río Nilo se ha desbordado por el hundimiento de una gran parte de la propia plataforma rocosa sobre la que se asentaba la ciudad, cubriendo extensas zonas… ¡Un momento! ¡Parece que vemos a alguien! ¡Hay supervivientes! ¡Acercad el zoom!

-¿Nos culpa a nosotros?-masculla James.

-E intentarán derribarnos del cielo…-afirma Robert.

-Mierda… ¡mierda!-exclama de nuevo Jamie cuando el zoom de la cámara se acerca, y a través de las pantallas puede ver la imagen del superviviente.

Es Eisenbach, y lleva algo a hombros. Alguien. Eisenbach mira las cámaras y se ríe. Una de sus manos era demasiado pequeña, como… como si estuviera volviendo a crecer. Eisenbach arroja su fardo al suelo, y Jamie siente que su corazón de un vuelco. Siente que se queda sin aire.

Lo ha quebrado más allá de toda recuperación.

Lo ha matado.

A Daniel.

-Y hemos comenzado a caer…-dice Robert-. A caer desde el Cielo.


Tras el Destello.

Y ya sólo queda un número. El mes que viene… ¡El Cielo en Llamas!

Tagged , . Bookmark the permalink.

One Response to El cielo en llamas #11

  1. ibaita says:

    Muy interesante, no me esperaba la identidad del muerto… está bien eso de jugar al despiste a lo largo del número, desde luego.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *