En un mundo que es como el nuestro… pero que no es el nuestro. En un mundo sin héroes. Sin poderes. En un mundo completamente real… que está a punto de dejar de serlo.
#10 – Revancha
Por Tomás Sendarrubias
Fecha de publicación: Mes 171 – 7/12
Concordia, Diciembre de 2012.
Manny apaga la televisión de su habitación, y mira el reloj. Son las cuatro de la mañana, el documental le ha entretenido más tiempo del que pensaba, pero aún quedan varias horas para que amanezca y comience el movimiento en la estación espacial. Con cierta nostalgia, recuerda cuando él dormía, pero desde que había despertado tras el Destello, no le había hecho falta. Simplemente, no tenía sueño, su mente había dejado de necesitar descansar para procesar la información que adquiría. A veces, simplemente dedicaba unos momentos para no pensar en nada, para dejar la mente en blanco, y luego simplemente, volvía a estar en marcha.
Se incorpora de la cama en la que había estado tumbado viendo la televisión, y se acerca a una mesita situada en un rincón de la habitación, de la que saca una pequeña cajita, que deja en la mesilla de noche mientras vuelve a sentarse en la cama, vestido sólo con unos pantalones cortos. De la cajita sala una pequeña pieza de papel de arroz, tabaco de liar y una pequeña bolsa de tela, de la que extrae un par de pellizcos de marihuana fresca, que mezcla con el tabaco. Deposita la mezcla sobre el papel de arroz, que enrolla con habilidad, y finalmente, se lleva el porro a los labios, encendiéndolo con un mechero de gasolina que enseguida devuelve a la caja, que deja sobre la mesa. Toma una fuerte calada y observa como el papel se consume poco a poco. El humo sabe a tierra, fresco y con un toque algo picante. Y mientras fuma, piensa en el documental. Lo había encontrado por azar en una de esas cadenas perdidas en el dial que pasaba continuamente documentales sobre historia, y hablaba de los Mayas, de la civilización que había crecido y menguado en la zona de Yucatán y que había creado uno de los más fieles y mejores calendarios de la historia de la humanidad. La imagen del calendario se había grabado en la mente de Manny, y a pesar de que sólo había salido durante unos instantes en pantalla, podía ver cada una de sus partes con perfecta nitidez en su mente. Manny estaba varios pasos más allá de la memoria fotográfica.
Echó el humo y volvió a inhalar.
¿Cómo era posible que unos hombres que habían vivido ochocientos años sin ningún avance tecnológico que pudiera justificarlo hubieran conseguido medir el tiempo de forma tan exacta? ¿Qué sus cálculos coincidieran con los que él mismo había hecho? Pero había algo aún más inquietante en todo aquello. Manny le había quitado importancia a las cuestiones que Tony había planteado sobre los sueños de Naomi (1) que habían precedido al intento de Robert de convertir Nueva York en Zombie Island, pero… ¿Y si Naomi y Tony tenían razón? ¿Y si había algo más que les movía, que les guiaba hacia algún sitio?
Manny apaga el porro en un cenicero, salta de la cama y sale al pasillo sin calzarse siquiera. ¿Podía haber algo que alguien pudiera haber previsto ochocientos o mil años atrás? Alguien… ¿cómo ellos? Manny entró en uno de los ascensores y tecleó un código desconocido para todos en Concordia, un código que solo conocían él, Anthony y David. Las puertas se cerraron y el ascensor penetró en las entrañas de la estación espacial, en dirección a la sala en la que habían custodiado a Robert desde que Nicole, a ojos de todos, lo había matado(2).
Manny entra, y las puertas se cierran detrás de él.
IV Conferencia Sobre el Desarrollo Africano, El Cairo.
-…de este modo, con la tecnología de crecimiento rápido desarrollada en los laboratorios de Concordia podría aplicarse a amplias superficies desérticas. Centenares de hectáreas del Sahara y del Kalahari en tierras de cultivo, perfectamente sostenibles y cuyos beneficios repercutirían directamente en la economía de las regiones. Podríamos olvidarnos del hambre en muchas regiones que hoy agonizan en todo el continente africano. Desde Concordia estamos preparados para financiar la práctica totalidad de las instalaciones necesarias, pero obviamente, necesitaríamos los permisos gubernamentales apropiados, y el compromiso de todas las partes implicadas para otorgar a estas zonas la seguridad necesaria. Queremos aliviar el hambre, no dar nueva munición al señor de la guerra de turno. Como siempre, desde Concordia ofrecemos nuestra mano abierta, ahora depende de ustedes aceptar nuestra ayuda.
Concluido su discurso, ilustrando sus palabras al extender la mano antes de cerrarla de nuevo sobre el atril situado ante los asistentes de la conferencia internacional en el Palacio de Congresos Gamal Abdel Sadat, Daniel lanza una mirada a Naomi, que da la orden a los asistentes para que vuelvan a encender las luces del hemiciclo, apagando los proyectores que Daniel había utilizado para su exposición, con imágenes de lo conseguido en los asteroides que habían convertido en los campos de cultivo de Concordia.
La exposición de Daniel ante los representantes de la mayoría de los países africanos y algunos enviados europeos y norteamericanos fue recibida con un tímido aplauso, pero Daniel mantiene el gesto firme mientras abandona la tribuna para dirigirse al lugar dispuesto para ellos. Naomi, ataviada con un sobrio traje chaqueta de color carbón, le lanza una sonrisa mientras él se sienta.
-¿Qué tal he estado?-musita.
-Te han escuchado, y eso ya es un triunfo-murmura Naomi en respuesta, mientras el siguiente orador, un renombrado nutricionista canadiense que había realizado numerosos estudios sobre el deterioro genético por la desnutrición en el Cuerno de África, ocupa su lugar en el estrado de ponentes-. Estoy segura de que aquí hay gente decente que se dará cuenta de la importancia de lo que proponemos. La necesidad les hará confiar en nosotros.
-Preferiría que confiaran en nosotros, simplemente-replica Danny, tomando un sorbo de agua, y a su lado, Naomi sonríe.
-No se lo hemos puesto exactamente fácil. Ponte en el lugar de cualquiera de ellos, Danny. Yo estaría aterrorizada.
-Bueno, no podemos estar siempre pagando por los mismos errores. Además, si somos lo que somos, es porque ellos nos han hecho así.
-Quizá deberías haber añadido eso a tu discurso-dice Naomi, y Danny se encoge de hombros, mientras se pone los cascos que hay sobre su mesa para escuchar el discurso, ya que el ponente es francófono. Realmente, hay poco más que Danny pueda hacer en esa situación que poner cara de interés y escuchar con atención, lo suyo son las relaciones públicas, no los términos científicos, pero lo que el doctor DuPree decía, parecía tener todo el sentido del mundo. En resumen, al igual que casi todos los participantes, ponía la alarma en la situación de hambre endémica que África sufría en muchas de sus regiones, en países enteros en los que la desnutrición era casi peor enemigo que los guerrilleros de una u otra facción. DuPree exponía que los problemas de la falta de alimento corrían riesgo de convertirse en un problema genético si no se ponía una solución rápida. Las madres, alimentadas muy por debajo de sus necesidades, daban a luz a hijos débiles, con altas tasas de mortalidad y cuyas deficiencias funcionales se hacían cada vez más evidentes. Si la situación no cambiaba, no serían necesarios millones de años de evolución para hacer que ese tipo de cambios pasaran del fenotipo de los habitantes de esas zonas a su genotipo, y entonces, el daño sería irreparable.
Sin embargo, en las caras de muchos de los asistentes, Naomi podía ver un evidente desinterés por las palabras del doctor canadiense. Para muchos de los asistentes, el desarrollo del que se hablaba en la reunión no era la eliminación de las hambrunas, sino avances tecnológicos o políticos que aseguraran el poder de los regímenes que apoyaban cada uno en su zona. Naomi le había pedido a Manny la información sobre los allí presentes, y sabía que al menos tres de los presentes deberían estar siendo juzgador por crímenes contra la humanidad en vez de en una reunión sancionada por Naciones Unidas.
-Esto es un asco…-siseó Naomi y Danny, revisando su Tablet, asintió. Esperaba que después de la reunión, los representantes de los diferentes países invitados se interesaran en la tecnología que se les había ofrecido. Lo que le asqueaba realmente es que no apostaba por ninguno de ellos.
USS Promethea, Costa de Gibraltar.
El General Eisenbach se sienta en un panel de mando, en el interior del barco de aspecto antiguo, un barco que había tenido sus mejores momentos muchos años atrás, combatiendo en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, y al que las laxas leyes británicas de Gibraltar permitían permanecer allí en el puerto sin que nadie supiera muy bien bajo que bandera o que propósito viajaba el barco. Vestido con su uniforme militar, Eisenbach se gira hacia uno de sus hombres, y le hace un gesto afirmativo. El militar conecta las comunicaciones del barco, accediendo a media docena de satélites militares y civiles a través de una conexión encriptada que volvería loco a cualquier hacker que intentara descifrarla. Las pantallas se iluminan, y Eisenbach ve en ella dos docenas de rostros conocidos, divididos en varios grupos. Poco más de una veintena de hombres y mujeres habían sobrevivido al proyecto Superhumano desarrollado por el doctor Tellhart, todos ellos militares, aunque todo el proyecto se había construido a partir de la inversión privada y sin conocimientos de los altos mandos del Pentágono. No había sido fácil, pero Eisenbach, Tellhart y la renegada de los Once, Nicole, habían conseguido finalmente algo parecido a un ejército. Una veintena de hombres y mujeres en los que el suero de Tellhart había hecho efecto, sin llevarles a horribles mutaciones o muertes dolorosísimas. Eisenbach, siempre inspirado por la mitología germánica les llamaba sus Einherjar, el nombre que recibían en los mitos nórdicos los guerreros elegidos de Odín, aquellos reunidos por las Valquirias y que se enfrentarían a las fuerzas del mal durante el Ragnarok. Además, Eisenbach sabía que aquello les daba un espíritu militar de cuerpo de élite. Y lo eran.
Sus Einherjar.
-Vector 1 en posición-dice Eisenbach, y recibe con cierta inquietud la confirmación de posición del resto de los vectores. Todos estaban donde debían estar. Eisenbach sonríe-. Bien, señores y señoras. Todos estamos preparados, todos sabemos lo que debemos hacer. Cada uno de nosotros ha sido elegido para alzarse por encima del resto de los hombres. Hemos sido elegidos para acercarnos a los dioses y servir a la raza humana. Se nos han dado habilidades y poder para ello. Ahora, está en nuestras manos hacer lo que es justo. Hacer lo que debemos hacer. ¿Alguna pregunta?
-¿Por qué Daniel, general?-pregunta Nicole Mallory, que se encuentra en una de las pantallas superiores-. De todos los objetivos posibles, ¿por qué se ha reservado a Daniel para usted?
-Porque es en el que la gente confía-responde Eisenbach con un gruñido. La pregunta le es incómoda-. Es el rostro público del enemigo. Después de todo lo que ha pasado, aún se le permite hablar delante de los gobiernos, delante de las Naciones Unidas. La gente busca sus fotos en Internet, escucha sus discursos en Youtube. Es hijo predilecto de la República Popular de China.
-¿Envidia de que tiene más fans que Justin Bieber y Robert Pattinson juntos?-sonríe Nicole.
-No. De los Once, es el que más alto ha llegado. Cuando le vean caer, los hombres sabrán que los falsos dioses han caído. Los demás pueden morir en silencio. Su muerte deberá ser pública, porque él ha sido el rostro público de todos ellos.
-Retorcido, general.
-¿Quiere que le transmita algún mensaje de su parte, señorita Mallory?-pregunta Eisenbach, y Nicole palidece. El general sonríe, sabiendo que a pesar de todo, la chica continúa teniendo lazos emocionales con sus antiguos compañeros, y que cualquier alusión a ellos es como un puñetazo en el estómago-. Supongo que no. ¿Más preguntas?
Silencio.
Eisenbach asiente, y él mismo pulsa un botón en la mesa, con lo que inicia una cuenta atrás simultánea en todas las ubicaciones de sus Einherjar. Una voz de mujer mecanizada se escuchó a través de los altavoces del interior del barco, mientras el propio barco parecía retumbar cuando el pequeño puñado de aviones experimentales que hasta ese momento habían estado escondidos bajo lonas en la superficie del barco comenzaba a calentar sus motores.
-Operación Ragnarok en T menos Dos…-dice la voz mecánica, y en diferentes puntos del planeta, los Einherjar de Eisenbach comienzan a prepararse para la batalla.
Dongguan, Prefectura de Guangdong, China.
-Comisario Zhoung, el trabajo que habíamos realizado previamente indicaba de forma clara que todas las cárceles de China se adaptarían a la legislación supervisada por Naciones Unidas para los centros de reinserción (3)-dice Anthony, cruzando los brazos ante el pecho. El comisario Zhoung, un hombre de unos cincuenta años vestido con un viejo uniforme militar trata de ocultar la incomodidad que le producen las palabras del hombre que tiene frente a él. No había prevista ninguna visita por parte de los Once al centro penitenciario que Zhoung dirigía, pero sabía perfectamente que los pactos firmados entre la República Popular y los Once les permitían «visitar» en cualquier momento cualquier parte de China.
-Señor Scarlatti, creo que su valoración de lo que ha visto no es del todo justa-replica finalmente Zhoung, sirviéndose dos dedos de whisky en un vaso ancho, y ofreciendo un segundo vaso a Tony, que niega con la cabeza-. La República Popular ha hecho un gran esfuerzo para ponerse al día a la hora de adaptar las instalaciones penitenciarias a las exigencias de la ONU.
-He estado aquí una hora, comisario, y he visto cerca de veinte violaciones de esas exigencias. De los Derechos Humanos, comisario-responde Tony, asomándose al patio interior de la prisión a través de la ventana del comisario, cuya mano tiembla al coger el vaso-. El último informe que la República Popular presentó ante la ONU y ante Concordia, afirmaba que esta… situación estaba ya solucionada. Admito que me sorprende ver que esto no es del todo así.
-La República Popular es un gigante, señor Scarlatti, algunas cuestiones llevan más tiempo, y algunos de los plazos establecidos por Naciones Unidas… y por Concordia, pueden ser poco realistas. Por no decir una absoluta locura.
-Ahora vamos a empezar a entendernos, comisario Zhoung-responde Tony, sonriendo y haciendo que el comisario se sintiera aún más inquieto-. La gente de ahí fuera no entiende ni de plazos, ni de demora. Hay hombres aquí que están viviendo en unas condiciones infrahumanas, y es obvio que China no puede hacer por sí misma todas las reformas que necesita hacer. Pero también es obvio que China necesita hombres con iniciativa, capaces de hacer cosas más allá de las peticiones del propio país. Comisario Zhoungh, hay que reformar esta prisión. ¿Qué necesita?
-No sé si le entiendo.
-Fondos. Ayuda económica. Trabajadores. Abogados. Asesores. No le estoy preguntando qué necesita su país, o qué pide su país. Le estoy preguntando qué necesita usted para convertir esta prisión en un lugar habitable para sus presos.
-¿Y qué van a pedir a cambio?
-Que lo haga deprisa, comisario Zhoung-replica Tony, frunciendo levemente el ceño al sentir una punzada de dolor en la cabeza.
-Señor Scarlatti… ¿se encuentra bien?
-¿Qué?-pregunta Tony, viendo la cara de extrañeza con la que le mira el comisario. En ese momento nota algo que resbala por su rostro, y se lleva el dorso de la mano a la cara. Está sangrando por la nariz-. No, creo que no es nada…-farfulla mientras busca un kleenex en uno de los bolsillos de sus pantalones cargo, y en ese momento, nota como si un hierro al rojo se hundiera a través de su nuca hasta sus ojos.
-¡Señor Scarlatti!-grita el comisario Zhoung-. ¡Que venga el médico! ¡Que venga…!
Tony nota una nueva punzada, y se aferra a la mesa para no caer al suelo, en el momento en el que el comisario se vuelve hacia él, con los ojos abiertos como platos. Sendos hilos de sangre oscura se vierten desde sus ojos y sus oídos hacia su barbilla y su cuello. Trata de decir algo, pero sus palabras no tienen ningún sentido, convertidas en susurros sin sentido, antes de caer al suelo, muerto. La puerta de la sala se abre, y Tony, con los ojos turbios, puede ver como entra una mujer… o al menos, algo parecido. Sus formas son femeninas, casi contundentes bajo un uniforme negro de corte militar. Un broche de plata en forma de cuerno brilla en su pecho, a modo de condecoración. Su rostro es común, casi vulgar, pero su cabeza está horriblemente deformada, una estructura trilobulada en la que una piel pálida y fina como una membrana aprieta lo que parecen ser tres cerebros, cada uno de ellos repleto de lo que parece ser un entramado de venas que llevan un líquido de color amarillo fluorescente. Tony trata de utilizar un golpe telequinético para alejar a aquella cosa, pero una nueva punzada de dolor le hace caer de rodillas.
-Tenía muchas ganas de conocerle, señor Scarlatti-dice ella, con voz ronca y con una sonrisa descarnada pintada en los labios-. El General Eisenbach me ha pedido que le salude de su parte.
Concordia, en órbita sobre las Islas Británicas.
-¿Qué cojones…?-masculla James, al notar un pinchazo en la nuca, llevándose la mano a la parte alta de su cuello y soltando la raqueta de pádel que había sostenido hasta ese momento. Se hubiera llevado un pelotazo por el rebote de no haber sido por la rápida intervención de Ralph.
-¿Qué pasa?-pregunta el velocista, al ver que Jamie aún enarca las cejas con cierta preocupación.
-He… es como si hubiera perdido a Tony… He tenido la impresión de oír un grito, y… luego nada.
-¿Crees que es algo serio?
-Él no cortaría el enlace voluntariamente…
-Avisemos al resto-afirma Ralph, pero en ese momento, una alarma comienza a retumbar en la zona de deporte, y unos pilotos situados en el techo comienzan a parpadear, pasando violentamente del rojo al azul y de vuelta al rojo-. Mierda.
-Estamos bajo ataque…-susurra James, y Ralph asiente. Los dos corren hacia la salida, y se encuentran con que los asistentes de Concordia ya han comenzado a dirigir a los habitantes de la estación hacia las consideradas zonas seguras. Ralph acelera un segundo para situarse junto a Mónica, su novia, que se encuentra al frente de un grupo de niños, obviamente asustados.
-No os preocupéis, no pasará nada-dice Ralph, forzando una sonrisa, y Mónica toma a uno de los críos, que estaba llorando a lágrima viva en brazos. Ralph la besa en los labios, y vuelve junto a James, continuando su camino hasta el centro de mando. Las puertas de la sala se abren, y de inmediato pueden ver a Manny y Lewis observando las pantallas de la Cuna. En varias de ellas, se pueden ver imágenes de radar que indican que varios objetos se acercan a toda velocidad hacia Concordia.
-¿Misiles?-masculla James acercándose a sus compañeros, y Manny asiente.
-Impactarán en tres minutos-informa Manny, y James niega con la cabeza.
-Debería haberlos sentido-dice Jamie, y el hispano niega con la cabeza.
-Los he analizado, no tienen compuestos metálicos. Los han diseñado para que no los sintiéramos llegar.
-Puedo empezar ya la evacuación-dice Lewis, pero Manny niega con la cabeza.
-Esto no es un ataque sólo a Concordia-dice Manny-. He perdido el contacto con Naomi, Danny, Tony, Dave y Peter. Los cinco, de forma simultánea…
-Dos minutos y medio-masculla Ralph.
-… y en todos los canales. Incluido el telepático. Es como si hubiera una enorme interferencia que impide nuestras comunicaciones.
-Manny, ¿qué vamos a hacer?-pregunta Lewis-. Porque supongo que el plan no consiste en sentarnos a esperar el impacto.
-No, desde luego que no. Lewis, os necesito a ti y a Ralph ahí abajo. Tenemos que recuperar las comunicaciones, descoordinados nos barrerán. Lewis, aquí tienes las coordenadas-dice, tendiéndole al teleportador una tableta, en la que aparecen varios gráficos-. Desde el fuerte de Haití podremos tratar de resistir esto.
-¿Fuerte de Haití? ¿Has construido un fuerte sin decirnos nada?-pregunta Lewis, y Manny asiente-. En algún momento, vas a tener que dar muchas explicaciones.
Manny lanza un gruñido, pero Lewis se limita a poner una mano sobre el hombro de Ralph, y los dos desaparecen.
-¿Y nosotros?-pregunta Jamie.
-Nosotros vamos a salvar Concordia.
Dubai, Emiratos Árabes.
-Se suponía que esta vez a nosotros nos tocaba lo divertido…
Peter lanza un gruñido mientras se interpone entre David, que se encuentra a sus espaldas asegurándose de que todos los asistentes a la reunión, un encuentro preparado por un jeque árabe para promover una serie de investigaciones energéticas al que Concordia había sido invitada. Ante él, tres hombres y una mujer con uniformes militares comienzan a rodearles.
-Dejaremos que se marchen, el objetivo sois vosotros-dice uno de ellos, un hombre de piel negra en cuyas manos chisporrotean destellos de electricidad.
-Estupendo. Después de sembrar el pánico, nos pelearemos con educación-escupe Peter-. ¿Y exactamente… quien sois?
-El General Eisenbach nos envía-dice el hombre de las manos chispeantes y tras Peter, Daniel lanza un reniego.
-Eisenbach, estupendo. ¿Sois sus supersoldados?-dice, y Peter sonríe.
-Nah, no puede ser. El Capitán América no tiene poderes, y estos tíos no tendrían cojones de venir a por nosotros si no estuvieran hinchados de… hormona de crecimiento mutante o lo que sea que les hayan dado.
-¿Te jode no ser el único especial, guapito?-dice la mujer, y en sus manos centellea una cuchilla, que vuela a toda velocidad hacia Peter. Este salta, girando sobre sí mismo y cayendo prácticamente en el mismo sitio y sosteniendo la cuchilla arrojada por la mujer por la empuñadura. Solo cuando cae nota el dolor agudo en el costado, y al bajar la mirada, ve que está sangrando por un costado. Una cuchilla, idéntica a la que sostiene, se ha hundido allí prácticamente hasta la empuñadura.
-Yo no fallo-dice la mujer, con una sonrisa.
-Estupendo-farfulla Pete-. Nos han enviado a la versión con silicona del malo de la diana en la frente de Daredevil…
El aire restalla cuando otro de los hombres, un occidental con el pelo completamente rapado, ondea la mano en el aire, haciendo aparecer lo que parece ser un látigo de energía, que golpea con violencia a escasos centímetros de David, que da un par de pasos hacia atrás, estando a punto de trastabillar y apoyándose en la pared. Sorprendido, se da cuenta de que el suelo ante él se ha fundido por el calor del golpe. No se hace ilusiones sobre lo que pasaría si ese látigo alcanzara su carne.
-Y nos han dado permiso para divertirnos-dice el último de los hombres, y tanto David como Peter reparan en las afiladas garras que centellean en sus dedos, y en unos afilados colmillos que le dan el aspecto de un depredador y le hacen cecear un poco al hablar. Peter resopla y lanza una mirada a David. Les superan, en número y en poder. Podrían rendirse… pero ambos saben que eso no solucionaría nada.
-Así que Eisenbach, ¿no?-masculla Peter, arrancándose la cuchilla del costado y lanzándola a un rincón-. Me alegra, le podréis llevar un mensaje de nuestra parte. Se puede meter de una vez sus putos proyectos de eugenesia por el culo. Venga, nosotros versión 2.0, a ver qué sabéis hacer.
El Cairo.
La conferencia se encuentra detenida en un descanso cuando el suelo de El Cairo comienza a temblar. Al principio es como un zumbido sordo, pero de pronto, los cristales del edificio empiezan a estallar, los ordenadores a caerse de las mesas.
-¡Terremoto!-grita alguien, y en ese momento, el techo sobre sus cabezas cruje. Naomi grita y las paredes a su alrededor estallan, mientras Danny utiliza su luz para desintegrar algunos pedazos de cascotes, llenando el aire de polvo.
¡Tony!, grita Danny mentalmente, tratando de llamar la atención de su compañero mientras él y Naomi ayudan a salir del edificio que se derrumba a varios delegados, cubiertos de polvo y aterrorizados. A pesar de ello, los dos son conscientes de que ni de lejos conseguirán evacuar el edificio al completo. Hay alas que han caído del todo, el humo y el polvo les rodea. No hay respuesta.
-Danny…-murmura Naomi, y Daniel alza la mirada y ve lo que ella señala. El gentío se reúne alrededor del edificio, se escuchan sirenas de policía… pero no hay rastros del terremoto más allá del propio centro Gamar El-Sadat.
-No es posible-afirma el muchacho-. El suelo temblaba…
-Extraño, ¿eh?
Ambos se sorprenden al ver salir de entre la multitud al General Eisenbach, vestido con ropas militares, pero desprovisto de todas sus insignias, salvo lo que parece ser un cuerno de plata en la pechera. Tras él, hay una mujer pelirroja con los ojos completamente blancos, sin iris ni pupilas, y un hombre de aspecto oriental, de cuyos dedos parece gotear cristal líquido.
-Vosotros deberíais haber muerto ahí dentro. Hubiera sido mucho más fácil-dice Eisenbach, y no bien ha terminado de hablar, Danny lanza un rayo de luz hacia el general. Le hubiera atravesado el pecho e incinerado el corazón de no haber sido interceptado por un rayo de fuerza blanca que brota de los ojos de la mujer pelirroja-. Yo os hice. Sois mi responsabilidad-continúa él, como si no hubiera pasado nada-. Y ahora, gracias a vuestra amiga, tengo los medios.
-Mierda-masculla Naomi-. Nicole… ¿qué has hecho?
Eisenbach sonríe, alza las manos… y el suelo comienza a temblar de nuevo.
Casa Blanca, Washington D.C.
-¡Señora presidenta!
Hillary Barnes se despierta sobresaltada en el dormitorio presidencial de la Casa Blanca. De inmediato, echa una mano hacia el sitio de su esposo, pero en ese momento recuerda que Hank está en una conferencia sobre la Segunda Guerra Mundial en Chicago. Las luces de la habitación se encienden, y la presidenta de EE.UU se encuentra a su Secretario de Defensa y a dos miembros de la guardia nacional en su habitación. Mira el reloj. Las 5:11 de la madrugada.
-Sam, espero que esto tenga una explicación…-gruñe Hillary, tratando de ignorar el hecho de que lleva solo unos pantalones viejos de pijama y una camiseta que la ha acompañado desde su juventud, con el emblema de los Rolling Stones.
-El Air Force One está preparado, no sabemos si será necesario-responde el Secretario de Defensa, mientras le tiende a Hillary una tableta. La pantalla está en modo de espera, y la presidenta enarca las cejas.
-¿Un ataque terrorista?
-No tenemos muy claro como definirlo. Pero hay problemas en El Cairo y Dubai, y hemos detectado misiles sobre Londres.
-¿Han lanzado misiles sobre Inglaterra?
-No, señora presidenta… mucho más arriba.
-Mierda-susurra ella al comprender a lo que se refería el Secretario. Coge la tableta, y pone un dedo sobre la pantalla, devolviéndola al estado activo. La imagen del general Karl Eisenbach aparece estática en la pantalla, y la presidenta se apresura a pulsar en la pantalla la barra que pone el vídeo en movimiento.
-Lamento despertarle, señora presidenta, pero era necesario coordinar nuestras acciones, y con el cambio horario, usted se ha llevado la peor parte. Le informo de que hoy , a las 5:00 hora de la Costa Este, ha comenzado un ataque global contra la amenaza terrorista internacional conocida como Los Once. Me hubiera gustado decir que mi país me ha respaldado en este asunto, pero no lo ha hecho. Al menos no oficialmente, aunque muchos buenos americanos están hoy a mi lado, luchando por la verdad, la justicia y el futuro del ser humano, aunque para ello se hayan tenido que convertir, como yo, en monstruos.
-Sam…-masculla Hillary.
-Escúchale, por Dios-dice Sam Howking, Secretario de Defensa y probablemente el hombre de su gabinete en el que Hillary Barnes más confiaba. Volvió a mirar la pantalla.
-Ha habido inversores privados, señora presidenta, inversores privados que entendían lo que había ocurrido en la Valquiria, la amenaza que los Once suponían para el futuro del ser humano. Inversores privados y soldados americanos que no querían convertirse en el último Neanderthal. Hemos podido sintetizar un suero que nos dará habilidades semejantes a las de los Once, «poderes», como dice la gente de la calle, lo que nos permitirá plantarles cara. Tenemos armas, tenemos la voluntad, tenemos el poder… Y para cuando usted esté viendo esto, estará todo en marcha…
-Maldito hijo de puta…
-… y usted tiene dos opciones. Esconda la cabeza y haga como que todo esto no está pasando… o haga lo que debe hacer. Esté a la altura de su cargo y póngase al frente del mundo libre. Hemos empezado como una operación libre, pero esta acción puede terminar siendo una maniobra oficial del ejército de Estados Unidos. Haga que el ejército nos apoye, y cuando acabemos con los Once, se habrá usted erigido en la campeona del mundo libre. Escóndase, y demuestre a los Estados Unidos que se equivocaron al elegir a una mujer para un cargo que no tenía los huevos necesarios para ocupar. Tenemos el poder de levantar imperios, presidenta. No elija el lado equivocado.
La imagen desapareció de la pantalla, y la habitación quedó en silencio.
-Hillary…-masculla el Secretario de Defensa-. ¿Qué hacemos?
-No lo sé-responde ella-. Que Dios me perdone, no lo sé.
Selva de Haití.
-La madre de…-masculla Lewis, al aparecer junto a Ralph junto a una construcción de acero y hormigón en rodeada por una densa selva tropical. Justo ante ellos hay una puerta completamente acorazada.
-¿Cómo ha levantado todo esto sin que ninguno nos enteráramos?-dice Ralph, y Lewis se encoge de hombros.
-Y para qué…-gruñe Lewis-. ¿Qué se supone que quiere que hagamos aquí?
-De momento, supongo que entrar-dice Ralph, acercándose a la puerta. La examina unos segundos, y luego pone una mano ante un lector situado en un lateral. De inmediato, la puerta se abre con un crujido-. Bueno, por lo menos han contado con nosotros para poder entrar.
-Que pronto dejáis de haceros preguntas.
Antes de que la última palabra haya sonado en el aire, Ralph arranca a correr, pero antes de poder alcanzar velocidad, se ve atrapado por una red pegajosa cuyos filamentos se adhieren a su piel y a su ropa, privándole de cualquier tipo de inercia o rozamiento del que obtener velocidad.
-Nicole…-dice Lewis, identificando a la joven que aparece de la jungla. Junto a ella, hay dos hombres, de aspecto militar, uno caucásico y otro mulato, con el cabello rapado. La chica lleva un uniforme militar negro, con un cuerno plateado sobre el pecho, a modo de insignia.
-¿Qué estás haciendo?-pregunta Lewis. Ralph gruñe entre las redes que le atrapan, y el mulato que acompaña a Nicole dirige la mano hacia él, y de sus manos brotan docenas de hilos que se entrelazan con la telaraña ya creada, impidiendo los movimientos del velocista.
-Lo correcto-responde ella-. Nos apartamos del mundo, Lewis, nos pusimos por encima de ellos y empezamos a mirarlos como si fueran hormigas. Nos hemos implicado en la política interior de varios países, hemos alzado un gobierno, hemos juzgado y actuado sin tener en cuenta lo que los ciudadanos de a pie habían decidido, sin tener en cuenta la voluntad de la gente de la calle. Hemos hecho lo que nos parecía mejor, sólo porque nos parecía mejor y podíamos hacerlo.
-Hemos cambiado el mundo, Nicole, lo hemos hecho nosotros. Hemos acabado con traficantes y señores de la guerra…
-¿Y qué más, Lewis? ¿Qué más están preparando ahí arriba? ¡Nos escondieron a todos el búnker! ¡Por eso tenían tanto interés en estabilizar Haití cuando todo el mundo se estaba yendo a la mierda alrededor de nosotros! Otro plan escondido dentro de una mentira. ¿Cuántos más hay, Lewis?
-Nicole…
-No lo sabes, Lewis. Pero lo que sabes es que estás tan cansado de todo eso como yo. De todos los secretos, de todo… de todo.
-Si todo esto era tan secreto, ¿cómo nos has encontrado?
-Michael es un rastreador-dice Nicole, señalando al soldado caucásico-. Y tenemos un teleportador. Bueno, su poder funciona de una forma más agresiva que el tuyo, él rompe el espacio, por así decirlo. En cuanto detectamos vuestra presencia en Haití, nos teleportamos aquí.
-Nicole, en estos momentos, tus nuevos amigos están bombardeando Concordia. Hay cerca de mil personas ahí arriba, entre ellos James.
-En la guerra hay que hacer sacrificios, Lewis. Él no dudó en sacrificarme a mí. ¿Y tú?-pregunta ella-. ¿Qué vas a hacer tú?
Concordia.
-Queda un minuto para que nos alcancen, Manny, ¿qué hacemos aquí?-pregunta James, saliendo del ascensor, y Manny se limita a pasar la mano ante una de las paredes, que se abre con un sonido deslizante. James se vuelve hacia él sorprendido, pero Manny desecha cualquier interrogación con un gesto. El hispano pasa la mano ante un nuevo panel y este se abre.
Esta vez Jamie se queda sin aliento.
Se encuentran en una habitación espaciosa, con una cama en un rincón, un par de armarios y una pequeña réplica de lo que parece ser la Cuna de Manny, varias pantallas holográficas, unas apagadas y otras encendidas, mostrando diferentes informativos y programas de televisión. Sentado en un rincón y con un periódico del día en las manos, se encuentra Robert. Aparentemente bien, vestido con un pantalón de chándal y una camiseta de los Lakers. Mira a Manny y a James, y sonríe, una sonrisa tan familiar que Jamie nota una punzada en el corazón.
-¿Robert?-masculla.
-Hola, Jamie. Hola, Manny. ¿Es la hora de salvar el mundo?
1.- En el número 8 de esta misma colección
2.- También en El Cielo en Llamas 8.
3.- Traducido del cantonés.
Tras el Destello.
Empieza el Sprint final de El Cielo en Llamas, como señalaba el jefe en el correo del mes pasado. Podríamos decir que la guerra por el Cielo ya ha llegado, y se jugará en muchos frentes. El mes que viene, más de todo.
Me gustan los enemigos, buenos rivales… y me gusta la forma en que se ha dejado caer el apocalipsis maya, sin meterse bruscamente en la trama, sólo una mención que supongo que luego cobrará importancia. Ah, y Manny es el puto amo.
Muchas gracias, Ibaita, la verdad es que crear unos rivales adecuados para los Once sin salirme del tono de «realismo» que quería para la serie, tenía su miga. Y estoy de acuerdo contigo. Manny es la ostia. 🙂