#2 – Año Uno II
Hombre y murciélago
Por Tomás Sendarrubias
Fecha de publicación: Mes 170 – 6/12
Algún lugar de Mongolia, hace cuatro años.
El estallido de los cartílagos de la rodilla de uno de sus oponentes retumba en los oídos de Bruce, como un chasquido seco, pero no se detiene para regocijarse en esa victoria. Otros cinco hombres le rodean, e incluso el hombre que ha resultado herido, y probablemente lisiado para toda la vida, no ha dejado de ser una amenaza para él. Le rodean, cerrando el círculo, y Bruce tiene que saltar para evitar el puñetazo bajo lanzado por el hombre al que ha herido, mientras vuelve a lanzar una patada, que le alcanza en el mentón. Un nuevo crujido, el de la mandíbula rota, y el hombre cae de momento. Escucha el susurro de las sandalias de otro de sus contrincantes sobre la fina capa de arena que cubre la roca madre del desierto, y se agacha a tiempo de esquivar una patada alta que le hubiera reventado un oído como poco, girando sobre sí mismo en el suelo, e incorporándose lo suficientemente rápido como para alcanzar a otro de los hombres con el pulpejo de su mano derecha en el mentón. Un nuevo chasquido, esta vez de dientes rotos, ahogado por el ruido de un borbotón de sangre, provocado por los dientes del hombre al cercenar su propia lengua. Cae al suelo, convulsionando, pero Bruce no puede preocuparse por él, a pesar de que la idea de estar haciendo daño a otras personas comienza a atenazarle el pensamiento.
No puede permitírselo, y la prueba de ello es la rodilla que le alcanza bruscamente en la base de su espalda. Un hombre más débil o menos rápido hubiera escuchado tras el golpe el ruido de su propia columna al quebrarse, pero Bruce fue lo suficientemente hábil como para rodar hacia delante, evitando una lesión duradera, aunque también tuvo que esquivar los pisotones de varios de sus oponentes, y no pudo evitar que uno de ellos le alcanzara con un talón en un pómulo. El dolor es punzante como una aguja, y Bruce siente la sangre que cae, espesa, por su mejilla. Si le alcanzan de nuevo así, es posible que le revienten un ojo. Bruce salta para incorporarse, y da un fuerte golpe con los nudillos de su mano izquierda a uno de sus enemigos en el vientre, en el páncreas. Bruce sabe cuál es la reacción del cuerpo a ese tipo de golpe, y está preparado cuando el hombre, de forma inmediata, comienza a vomitar, perdiendo el equilibrio e inclinándose hacia delante, de modo que deja al descubierto su cuello. Sin perder el ritmo, Bruce golpea con el dorso de la mano la zona expuesta, haciendo que el hombre caiga sin sentido.
Tres fuera, quedan otros tres.
Bruce siente la tentación de mirar hacia Sensei, hacia su maestro, pero la reprime. Eso sería orgullo, y el orgullo siempre precede a la caída. Los tres contrincantes que le quedan acortan la distancia entre ellos, tratando de buscar sus puntos ciegos, pero Bruce sabe evitarlos, simplemente, no puede tener puntos ciegos. Y por ello, permanece en constante movimiento. Uno de ellos rompe la formación con un puñetazo dirigido a su costado, pero Bruce percibe el movimiento en el otro lado, es un finta destinada a distraerle del verdadero ataque. Bruce enlaza su brazo con el de su atacante y pivota sobre sí mismo, arrojándole derecho contra el hombre que lanzaba una patada alta. El brazo del hombre que Bruce utiliza como escudo se rompe, y también lo hace su nariz cuando recibe la patada que iba destinada a Bruce.
Dos.
Dos enemigos es el más difícil de los combates, lo ha aprendido de Sensei. Pueden crear la suficiente distancia entre ellos como para que los movimientos de uno oculten los del otro. Dos enemigos bien entrenados pueden ser un rival casi imposible de vencer. Casi.
Esta vez, Bruce decide llevar la iniciativa, no puede permitirse continuar jugando a la defensiva. Lanza su ataque, una patada alta hacia al hombre que tiene delante, un movimiento lento, fácil de esquivar, lo que su rival hace permitiéndose el lujo de esbozar una sonrisa, tal y como Bruce había previsto. Cuando el hombre tiene la pierna de Bruce sobre su hombro, este la baja, apoyándose en el hombro de su contrincante, y utilizándolo como punto de equilibrio para alzar la otra pierna girando sobre sí mismo, dándole una patada en la mandíbula que hace que sus dientes prácticamente estallen uno contra otro.
Uno.
Bruce ni siquiera tiene tiempo de girarse antes de notar un fuerte golpe en el costado. Sus costillas crujen, algo dentro se rompe. Nota el sabor a sangre en la boca. Se tira al suelo y rueda sobre sí mismo, creando espacio entre él y su rival. Necesita respirar, necesita verle. Pero el otro es más rápido, y Bruce siente que su clavícula se rompe cuando su contrincante le pisa con fuerza en uno de los hombros. De no ser porque Sensei estaba mirándoles, Bruce hubiera gritado. El otro hombre lanza un nuevo pisotón, sabe que si le alcanza el cuello o el pecho, estará muerto. Bruce lo esquiva rodando, y cuando está alzando de nuevo el pie para lanzar un nuevo ataque, se apoya en su brazo sano, y aunque nota que el pecho le arde, utiliza el brazo como punto de apoyo para levantar prácticamente todo su cuerpo, alcanzando con los dos pies el plexo solar de su atacante, que cae de espaldas, con las costillas rotas.
Bruce está solo en el círculo, rodeado de los derrotados. Las piernas le fallan, cae hacia delante, de rodillas. Y ve que Sensei sonríe, antes de desmayarse.
Cuando despierta, incluso antes de abrir los ojos, Bruce nota las punzadas de dolor en el hombro, el pecho y la cara. Nota el entramado de vendas que sujeta su brazo izquierdo a su pecho, el picor ácido de los antisépticos en el rostro, la leve sensación de mareo causada por los analgésicos. Abre los ojos, como esperaba, se encuentra en una de las tiendas de piel de oveja del pueblo de Sensei, tumbado en un jergón. Y por supuesto, Alfred se encuentra sentado a su lado, preparando un tensiómetro, pero cuando ve que Bruce ha abierto los ojos, el mayordomo inglés se apresura a acudir a su lado e impedir que, como habría predicho, se levantara.
-Tumbado, señor Bruce-ordena Alfred-. Con suerte, todavía podremos evitar que un fragmento de costilla le perfore un pulmón.
-Alfred, Sensei… ¿dónde?
Alfred se encoge de hombros y niega con la cabeza.
-Obviamente el gran maestro Yoda no ha aparecido por aquí. Dos de sus tuaregs tatuados le dejaron aquí sin decirme una palabra, supe que había ganado cuando no me cortaron el cuello a la que se marchaban. Cada vez me siento más tentado de olvidar el juramento que me obligaron a hacer sobre mantener en secreto la ubicación de este sitio, marcarlo en un GPS y enviárselo a mis viejos amigos del MI6…
-Alfred, no… Sensei…
-Claro, Sensei-gruñe el mayordomo, negando con la cabeza.
La cortina de la tienda se abre, y uno de los hombres de Sensei entra, en completo silencio. Alfred se vuelve hacia él, y Bruce casi sonríe al notar la postura defensiva del mayordomo sobre él. En su habitual silencio, el hombre embozado, cuya única muestra de identidad parecen ser los tatuajes azules que lleva en su rostro, bajo su ojo izquierdo, señala hacia Bruce, y hace un gesto con las manos, uniendo los dos puños para luego llevarse el izquierdo al corazón y señalar hacia la puerta.
-Sensei me llama-dice Bruce.
-Que venga a verle, señor Bruce. Usted no está en condiciones de…
-Alfred, si no veo ahora a Sensei, todo el tiempo que hemos pasado aquí no habrá servido para nada. Por favor, ayúdame a levantarme, y te prometo que nuestro próximo destino será un lugar civilizado en el que podrás recluirme en un hospital, una residencia o un lugar que tú consideres apropiado durante un mínimo de seis semanas.
-Doce semanas-gruñe Alfred, y Bruce asiente mientras el hombre repite los gestos, con bastante más apremio. Alfred ayuda a Bruce a incorporarse, y este, a pesar de las punzadas de dolor en el pecho y el hombro, trata de caminar solo, apoyándose lo menos posible en el mayordomo. El hombre de Sensei pone su mano bruscamente en el pecho de Alfred, en una señal muy clara: él no está invitado. Bruce asiente, y tras un par de pasos tambaleantes, consigue recuperar el equilibrio lo suficiente como para salir de la tienda y seguir a un segundo hombre que estaba esperando fuera. Por suerte, el maestro no estaba lejos, apenas a un centenar de metros del lugar donde se alzaban las tiendas de sus seguidores.
El maestro era un hombre de avanzada edad, casi un anciano, pero no había el menor encorvamiento o debilidad en su postura o sus articulaciones. Su cabello era negro, peinado de forma tirante hacia la nuca, de donde le colgaba una pequeña y fina trenza en la que ya aparecían las primeras canas. En su rostro mostraba un fino bigote y una perilla que también lucían las primeras hebras plateadas, y sus ojos eran negros, sin apenas diferencia entre el iris y la pupila. Cuando Bruce le había visto por primera vez, meses atrás, vestía una túnica de seda dorada y múltiples anillos en sus dedos. En aquel momento, su atuendo eran pantalones de piel sin curtir y un chaleco del mismo material que dejaba ver unos brazos aún fuertes, y unos complejos tatuajes tribales que asomaban por sus hombros y que desaparecían en su espalda. Sensei parecía simplemente uno más de los pastores del desierto. Desde luego, era mucho más que eso. Sus hombres eran sin duda los mejores soldados de Asia, sus mercenarios no tenían precio, y muchos decían que por sus venas, corría la sangre del mismísimo Genghis Khan.
-Has superado la prueba-dice Sensei, en inglés con un fuerte acento casi cantarín-. Si he de serte sincero, me ha sorprendido, esperaba que murieras.
-No lo he hecho.
-No. Aún no. Wayne, ¿has pensado en lo que supone que hayas pasado la última prueba?
-Que vendrán a por mí.
-Lo harán, todos y cada uno de aquellos que quieran reclamar para sí la gloria y el honor de haber acabado con el primer hombre de Sensei. Vendrán a mi, se formarán, y luego te buscarán. No podrás descansar nunca más, no podrás confiar en nadie nunca más, porque nunca sabrás en que momento el puñal o el veneno van a caer sobre ti. Hombres y mujeres de todo el mundo codiciarán tu muerte, americano.
-Lo sé.
-¿Y aun así quieres seguir adelante?
-Sí, Sensei.
-Bien-asiente el maestro-. Entonces, ha llegado el momento de que te marches, pero el hombre que eras ha quedado atrás. El Bruce Wayne que llegó ha muerto esta noche en la batalla, un hombre nuevo abandonará el desierto.
Sensei recoge del suelo un fardo que Bruce no había visto hasta ese momento, y lo arroja ante los pies de Bruce, que con esfuerzo, se arrodilla y lo abre. Dentro hay numerosas máscaras hechas de madera, de forma artesanal, y cada una de ellas representa a un animal.
-Cada máscara es un tótem, un espíritu sagrado. Muchos piensan que las máscaras nos esconden, nos ocultan. Pero estas máscaras, Wayne… Estas máscaras son diferentes. Cuando un campeón elige una de estas máscaras, no elige aquella que le oculta, elige aquella que de verdad muestra su espíritu. Cuando eliges una máscara, ella se convierte en ti, y tú en la máscara. Dime, Wayne. ¿Cuál es tu espíritu? ¿Cuál es tu tótem?
Bruce observa detenidamente las máscaras. Están talladas cuidadosamente en madera, y luego pintadas con pigmentos naturales. Reconoce los símbolos. La Garza. El Dragón. El Tigre. Pero no puede identificarse con ninguno de ellos, no nota que su espíritu conecte con ninguno de esos signos, con ninguno de esos espíritus. Y entonces lo vio. La máscara negra, casi en el fondo del saco. La cogió y la observó. Era el rostro del demonio, del murciélago.
Recordó Park Row. Recordó el murciélago que revoloteaba sobre el callejón. Recordó la caída en la cueva llena de murciélagos, la cueva bajo la mansión. Tommy había tenido que ir a buscar a su padre para sacarle, se había roto un brazo. Alzó la máscara, y Sensei sonrió.
-El demonio-dijo el maestro-. Tengu. El Murciélago.
Bruce asintió.
El Murciélago.
Gotham City. Hoy.
-¿Todo entendido, damas y caballeros?
Bruce se incorporó de su sillón en la cabecera de la mesa la sala de reuniones de Industrias Wayne, y escrutó con la mirada a todos los asistentes. Por supuesto, todos asentían fervorosamente, y Bruce no había esperado menos.
Realmente, todos salvo Simon Hurt, pero Bruce también había esperado eso.
Después de casi dos horas de exposición, una presentación en Power Point y docenas de gráficos, Bruce había conseguido mostrar sus ideas para el futuro de Industrias Wayne a los altos ejecutivos del conglomerado, ideas que abarcaban los siguientes tres años, generaban dos millares de puestos de trabajo para Gotham y convertían Industrias Wayne en la tercera empresa en inversiones I+D del país, sólo por detrás de LexCorp y S.T.A.R Industries. Por supuesto, eran ideas arriesgadas, y Hurt se había mostrado bastante contrario a algunas de ellas, afirmando que ponían en peligro la estabilidad de la empresa y el patrimonio de Thomas y Martha Wayne, pero Bruce había sabido convencer a los accionistas, llevarles a su visión entusiasta del destino de Industrias Wayne. Y además, tenía el 53% de las acciones de la empresa, de modo que todos eran conscientes de que aquella reunión era meramente informativa. Thomas Wayne se había asegurado de que el control de la empresa recayera realmente en su hijo, aunque dicho control había sido llevado a cabo durante muchos años por Simon Hurt.
-Me alegro mucho, vamos a convertir Industrias Wayne en algo que cambiará Gotham… y el mundo-concluye Bruce, con una sonrisa encantadora, y hay un pequeño aplauso mientras los directivos van abandonando la sala.
-Simon, quédate-dice Bruce, antes de que el Doctor Hurt salga de la funcional sala de reuniones, y el doctor asiente, volviendo a sentarse-. Lucius, te veré en unos veinte minutos, ¿tienes preparados los prototipos de los que hablamos?
-Sí, por supuesto-asiente Lucius Fox, y Bruce sonríe-. Los tendré preparados.
-Bien, Lucius, gracias.
Hurt observa a Lucius salir, y cuando cierra la puerta tras él, se vuelve hacia Bruce.
-¿Prototipos?
-¿No has visto el memorándum que he enviado?
-No he tenido tiempo de revisar el correo electrónico.
-Quiero que Industrias Wayne se convierta en un referente en seguridad-explica Bruce, sirviéndose un vaso de agua de una jarra situado junto a él, y cortando unas rodajas de limón, cuyo zumo echa al agua antes de beber un sorbo-. Lucius ha hecho algunas investigaciones, y tenemos propuestas bastante innovadoras.
-¿Has revisado el contrato pendiente con el gobierno?
-Sí, lo he visto-asiente Bruce, haciendo una señal a Simon para que se sirva una bebida, pero el doctor niega con la cabeza-. Un gran contrato, Simon…
-Pero…
-Pero no quiero que Industrias Wayne construya armas.
-Eso es una sandez, Bruce, el contrato con los militares nos equipararía a LexCorp y…
-Nada de armas, Simon. Si alguien se hubiera dedicado a controlar la fabricación de armas, quizá mis padres siguieran vivos.
-Bruce, no…-comienza a mascullar Simon, pero finalmente, niega con la cabeza y tamborilea con los dedos en la mesa-. Está bien, dejaremos que LexCorp de quede con toda esa parte del pastel. Por Dios, Bruce, he oído que incluso Kord Technologies…
-Hh-masculla Bruce, y Simon se detiene.
-Está bien, perdona.
-No tiene importancia. Simon, quería aprovechar este momento para darte las gracias. Ya lo he hecho públicamente, pero quiero hacerlo también en privado. El trabajo que has hecho durante estos años en Industrias Wayne es francamente admirable. Mi padre sabía lo que hacía cuando te eligió para ponerte al frente de todo esto, y esta ciudad hubiera sido un sitio mucho peor sin gente como tú preocupándose por ella.
-Pues sinceramente, Bruce, me alegra que me digas esto. Pensé que algo de mi gestión te había disgustado. Te has dado tanta prisa en apartarme de la dirección que esa es la impresión que he tenido.
-Pues si eso es lo que te ha parecido, disculpas-dice Bruce-. De hecho, aunque he decidido tomar las riendas de Industrias Wayne personalmente, necesito poder seguir contando contigo. Voy a… bueno, Simon, quiero hacer muchas cosas, y aunque quiero establecer las directrices de aquello en lo que quiero que Industrias Wayne se convierta, no voy a poder pasar por aquí todo el tiempo que debería. Lucius me echará una mano, pero tú llevas años al frente de todo esto…
-¿A qué tipo de cosas te refieres, Bruce?-masculla Hurt, y Bruce se sonroja.
-Es… Bueno… La semana que viene comienza el festival de la moda de Gotham, y sería una buena publicidad para Industrias Wayne que esté por allí…
-Rodeado de modelos, ¿no?-ríe Hurt, y Bruce se encoge de hombros-. Cuando iban llegando las noticias de Europa sobre tus devaneos, me parecían un invento de la prensa.
-No lo son-admite finalmente Bruce, completamente sonrojado ante un hombre que podría haber sido su padre-. Simon, no sé si…
-No importa, Bruce. Sabes que puedes contar conmigo. Seré tú… poder en la sombra-sonríe Hurt, y Bruce asiente, como si se quitara un gran peso de encima. Se incorpora y le tiende la mano.
-Muchas gracias, Simon-dice, estrechándole la mano con fuerza.
-Tu padre estaría orgulloso de ti-susurra Simon, y Bruce enarca las cejas.
-Hh-masculla, pero al instante, sonríe y asiente-. Eso espero, Simon. Eso espero.
Bruce sale de la sala, en dirección a la zona de I+D, el dominio de Lucius Fox, y Simon Hurt se deja caer en su sillón, mirando con una sonrisa el pequeño letrero con su nombre que hay ante él. Saca su iPhone del bolsillo interior de su americana, y pulsa sobre el pequeño icono de seguridad que iniciará una aplicación desarrollada por Industrias Wayne para asegurarse de la confidencialidad de cualquiera de las llamadas realizadas desde el teléfono y que pronto se comercializaría en AppStore. La activa, y marca un número de memoria, un número que no tiene guardado en la agenda.
-¿Chas?-pregunta al reconocer una voz familiar al otro lado del teléfono-. Soy Hurt. Sí, todo va bien por aquí, el crío al final es mucho menos de lo que parecía. No, en absoluto. Ha dado un golpe en la mesa para decir «he llegado», pero le tiran más los huevos que el cerebro, a partir de la semana que viene, Bruce Wayne se dedicará a la dolce vita y yo seguiré al frente del negocio. Sí, nuestro proyecto continúa adelante. Hoy no he visto las noticias, ¿qué hay de Mario? Sí, lo imaginaba, con todos los medios de comunicación puestos en el juicio, hay poco margen de acción. He hablado con Dent un par de veces, le he intentado convencer de lo peligroso que es meterse con los Falcone, pero ese gilipollas se cree que está poseído por San Jorge o alguna cosa así, y es el llamado a derrotar al crimen en Gotham. ¿Mario ha dicho eso? Bueno, hacedlo. Desde luego, eso dejará claro a Gotham quien manda realmente en la ciudad. No, el alcalde no da problemas, ese tiene claro quien manda. ¿El policía? He oído hablar de él… ¿Gordon, no? No creo que sea un problema, pero que esté bajo vigilancia. No necesitamos más caballeros luminosos en la ciudad, con uno es más que suficiente. Sí, de acuerdo. ¿Sabes? Se me ha ocurrido algo. Demostremos a la ciudad desde hoy lo ineficaz que puede ser Empresas Wayne fuera de las manos adecuadas, quiero a los accionistas nerviosos. ¿Cómo se llamaba el chico del que hablamos el otro día? El hacker, sí. ¿De verdad? Sí, sigamos su juego entonces. No, no hace falta que se lo comentemos a Mario, esto es cosa mía. De acuerdo, veamos de lo que es capaz ese tal Capucha Escarlata.
Cuando llega al área de I+D, Bruce se encuentra a Lucius sentado en una mesa situada en un rincón de una gran sala, que ocupa el tercer sótano de la Torre Wayne, un espacio amplio, diáfano y bien iluminado en el que el director técnico de Industrias Wayne puede hacer todo tipo de pruebas con casi todo tipo de elementos sin tener que molestar, perturbar o informar al resto de los trabajadores de la empresa. En Industrias Wayne, todos conocen ese lugar como «La Cocina», pues es donde se gestionan los grandes «platos» de la gran multinacional.
-¿Qué tienes para mí?-pregunta Bruce antes incluso de haber salido del todo del ascensor situado a la izquierda de Fox, que al verle entrar, se quita las gafas de ver de cerca y las deja sobre la mesa, incorporándose y apoyándose en una esquina de esta.
-¿Exactamente para qué quieres esto, Bruce? Creía que no íbamos a hacer ningún tipo de contrato con los militares.
-No voy a construir armas para los militares, eso no significa que no me preocupe la seguridad de nuestro ejército… o de los policías que recorren nuestras calles, da igual. ¿Lo has encontrado?
Lucius asiente, y ante la sorpresa de Bruce, de una de las cajoneras de su mesa saca un pesado revolver que hace que Bruce enarque las cejas con gesto inquisitivo.
-Cógela-ordena Fox, y Bruce niega con la cabeza.
-Sabes que no me gustan las pistolas-dice, y Fox se encoge de hombros.
-A mi no me gustan las coles de Bruselas, y mi mujer se empeña en hacérmelas comer una vez a la semana. Y los kiwis me dan auténtico asco, pero tienen mucha fibra. Y ahora, coge la pistola, Bruce. El seguro está puesto.
Bruce mira a su director de desarrollo como si estuviera pensando una respuesta, pero finalmente, con mano titubeante, coge el revolver. Un Smith &Wesson 500 de gran calibre.
-Probablemente sea el arma más potente del mercado de armas cortas. En principio estaba destinada a la caza, pero alguien se dio cuenta en algún momento de que una bala del calibre 50 disparada por este cacharro atraviesa los chalecos antibalas de la policía con la misma facilidad con la que atravesaría un papel. Ahora mira esto.
Lucius se inclina sobre la mesa y teclea un código en su ordenador, lo que hace que a unos metros de Bruce, una sección de la pared parezca abrirse, mostrando una cajón de poco más de un metro cuadrado. Fox se acerca al contenedor y saca lo que parece ser un casco ligero, de color gris claro. Parece fino, casi frágil, pero Lucius lo sostiene con fuerza.
-Acércate y dispara.
-¿Qué? No creo que…
-Bruce…
-Hh-masculla Bruce, y empuñando el revolver, se acerca a Lucius. Con gesto de evidente desagrado, y esperando que el pequeño casco se deshaga en pedazos, Bruce dispara, y un trueno sordo retumba en la Cocina. Para su sorpresa, el casco que Lucius sostiene y al que ha disparado a apenas diez centímetros de distancia, no muestra ni un rasguño-. Lucius…-sonríe Bruce, dejando en la mesa el revolver, como si le quemara en los dedos-. Es precisamente lo que estaba buscando… ¿Y qué es, exactamente?
-Un compuesto a base de fibra de vidrio y compuestos cerámicos. Mucho más ligero que cualquier casco que los militares puedan ofrecer a sus soldados, y utilizado en forma de listones o placas, podría revestir un chaleco o crear una armadura completa si fuera necesario. Como has visto, detiene sin problemas el disparo de un arma de alto calibre a corto alcance. Haría falta algo mucho más… gordo que una simple bala para atravesar cualquier cosa hecha con este bebé.
-¿Elástico?
-Creo que pides demasiado. Aunque tengo a los chicos trabajando en un tejido basado en los compuestos segregados por las arañas. Sería parecido a la lycra, pero de momento aguanta sin problemas el disparo de un arma pequeña o el corte de una navaja. Incluso de un machete. Aún está en fase de pruebas.
-Quiero verlo con más tranquilidad. Mándame un traje base con ese tejido… el casco me lo llevo yo directamente.
-Bruce, ¿qué quieres hacer con todo esto?
-Poner las cosas en su sitio, Lucius.
Fox enarca las cejas y se dispone a responder algo, pero de pronto, un molesto zumbido resuena en la sala, procedente del ordenador de mesa de Lucius.
-¿Qué…?-comienza a mascullar, mientras se gira hacia su puesto, y frunce el ceño. Bruce da la vuelta a la mesa para ponerse ante el ordenador, y se sorprende al ver en la pantalla la imagen fija de lo que parece una máscara roja. Lucius mueve el ratón y pulsa repetidas veces el teclado, pero la imagen no se mueve, observándolo todo con una mueca burlona y pixelada. El teléfono de Lucius suena, pero antes de que este lo coja, es Bruce quien responde.
-¿Qué está pasando?-pregunta Bruce, y pone los ojos en blanco, mirando a Lucius-. Está pasando en todo el edificio. Todo nuestro sistema está comprometido.
-Mierda-escupe Lucius, dejándose caer sobre su sillón, y en ese momento, una voz grabada comienza a sonar por los altavoces del ordenador.
-Industrias Wayne es una corporación fascista que sirve a un fin totalitario, y por ello en estos momentos es objetivo de Capucha Escarlata. Todos vuestros documentos secretos, todos vuestros planes fascistas de dominio global y opresor están siendo en estos momentos descargados a un centenar de servidores públicos desde los que el pueblo podrá acceder a todos los secretos que escondéis. ¡Poder para el Pueblo!
-Lucius…
Fox coge el teléfono y se pone en contacto con el departamento de seguridad informática, obviamente superado por el tal Capucha Escarlata, y mientras habla con ellos, Bruce observa como el mensaje se repite una segunda y una tercera vez, hasta que finalmente, la imagen de la máscara sonriente es sustituida por la imagen arquetípica de un comodín de la baraja francesa, con la mandíbula algo descolgada y riendo con una risa más espeluznante que divertida. Y entonces, la pantalla se funde en negro.
-Están en ello, Bruce-dice Lucius-. Están rastreando…
-¡Bruce!-dice Simon, saliendo del ascensor, con gesto preocupado y la corbata floja en el cuello-. ¿Qué está pasando?
-Simon, ¿estábamos escondiendo algo?-pregunta de inmediato Bruce, y Simon le mira, enarcando las cejas-. Simon, de verdad, ¿todo es correcto?
-Desde los tiempos de tu padre Industrias Wayne se dirige con absoluta transparencia, Bruce.
-¿No hay nada que ese… Capucha Escarlata haya podido hacer público y nos perjudique? ¿Puedo irme a mi casa sin miedo a mañana aparecer en las noticias por haber experimentado con fetos o algo así?
Simon se encoge de hombros y niega con la cabeza, pero finalmente suspira.
-Quizá… No hay nada escandaloso Bruce, nada realmente llamativo. Pero desde luego, esto no va a gustar a los accionistas… Pondré a la gente a trabajar para rastrear las descargas y conseguir una orden judicial para retirarlas de Internet…
-No-le interrumpe Bruce, y Simon y Lucius le miran, sorprendidos-. No vamos a hacer nada de eso.
-¿Qué?
-Eso significaría que hay cosas que ocultar. Y no quiero esa publicidad para Industrias Wayne. Habla con Relaciones Públicas, quiero una declaración oficial sobre lo ocurrido en media hora. No tenemos nada que temer sobre la documentación legal… y que los abogados se den prisa para legalizar lo que no lo sea del todo.
-Bruce, no creo que…
-Simon, estamos en el filo de la navaja. Lo que tú planteas es lo que haría Lex Luthor. Es cómo se defendería LuthorCorp. Yo no voy a hacer eso, y no voy a mandar matones para que rompan las rodillas a todo aquel que haya visto lo que no debe ver… porque no quiero que haya nada que no se pueda ver. Yo no soy Luthor, y esta será la nueva política de Industrias Wayne. Transparencia. Total. ¿Entendido?
-Claro…-refunfuña Simon.
-Quiero una rueda de prensa mañana a la una. Después del juicio de Mario Falcone. Dent conseguirá meter en la cárcel a ese criminal, y nosotros daremos al mundo un nuevo modelo de empresa. Cuando mañana se haga de noche, habrá sido un día mejor.
-Creo que todo esto es demasiado idealismo, Bruce. Pero lo haremos así-acepta finalmente Hurt, cruzando los brazos ante el pecho. La bilis le arde en la garganta.
-¿Mañana para comer? ¿Para celebrarlo?-Harvey se ríe a carcajadas mientras desconecta el manos libres del coche, cogiendo su maletín y echándose la americana a la espalda, mientras hace auténticos malabares para cerrar el coche y sostenerlo todo sin soltar el teléfono, dirigiéndose hacia la entrada de su casa, un pequeño edificio de dos plantas situado cerca del Puente de los Holandeses, en la zona sur de la ciudad-. Tommy, das demasiado por hecho que va a haber algo que celebrar.
-Mañana va a ser un gran día para todos, Harvey-responde Tommy Elliott al otro lado del teléfono. Tommy está sentado en el vestuario del Club de Pádel de Gotham, aún húmedo por el agua de la ducha, con el pelo revuelto y una toalla envolviéndole la cintura-. Meterás a Falcone en la cárcel, Gotham será un sitio mejor en el que vivir, y será gracias a ti. Así que lo celebraremos como deben de celebrarse estas cosas. Ya he hablado con Meyerling´s para el cáterin, están preparando el jardín de mi casa. Algo íntimo, Harvey, unos cien invitados.
-Siempre has sabido hacer que un hombre tímido como yo se sienta cómodo, Tommy-sonríe Harvey.
-A Gilda y a los críos les encantará-dice Tommy-. Payasos, un castillo hinchable…
-¿Piensas convertir todo esto en tus superdulces dieciséis?
-Ya tuve mis superdulces dieciséis, invitaron a Eminem-sonríe Tommy, mientras escucha como Harvey parece pegarse con las llaves para abrir la puerta-. Puedo sondear a un par de amigos, podríamos traer a alguien para animar la cosa. ¿Te gusta Maroon 5?
-Frena, Tommy-responde Harvey, iniciando una risa. Y entonces, hay un momento de silencio y todo rastro de jovialidad desaparece de la voz de Harvey Dent-. Tommy, hay algo raro aquí…
Y en ese momento, la línea se corta.
-Bienvenido a casa, papaíto-dice el hombre que apunta con una pistola a Harvey, mientras este, atónito baja las manos-. Cierra la puerta bien, no queremos que entre nadie y eche a perder nuestra fiesta.
-¿Quién…?-farfulla Harvey, sintiendo que un nudo le aferra las entrañas y el amargo sabor del miedo en la boca-. ¡Dónde está mi mujer! ¡Mis hijos!
-Shhhh-susurra el hombre-. Estarán bien mientras no grites y hagas todo lo que te decimos. ¿Has jugado a «Simon dice», verdad? Pues esto funciona así. O haces lo que te digo, o le digo a mi compañero que le saque las tripas a tu puta. Así que baja la voz.
-Está bien, está bien-responde Harvey-. Llevaos lo que queráis, no hay mucho dinero, pero hay algunas joyas arriba. Pero no les hagáis daño, por favor…
-Pajarito, te has equivocado de juego. Esto no va de robar-responde el hombre, sonriendo sin dejar de apuntar a Harvey con la pistola. De uno de sus bolsillos, saca unas esposas, que arroja a Harvey, que las coge al vuelo-. Póntelas. Con las manos a la espalda. Y nada de jueguecitos.
Harvey, completamente aterrado, se ciñe una de las muñecas con las esposas y se las pasa por la espalda, sujetándose la otra. El hombre sonríe.
-Buen chico-dice, y entonces, se acerca a Harvey, golpeándole con la culata de la pistola en un lado de la cabeza, haciéndole caer de rodillas, aunque se muerde los labios para no gritar-. Sí señor, buen chico.
El hombre agarra a Harvey por los hombros y le incorpora, poniéndole delante de él, empujándole a través del pasillo para entrar en la amplia cocina. Harvey palidece cuando ve a otros dos hombres en la cocina, uno de ellos apoyado en el fregadero, vestido con unos vaqueros gastados y una camiseta sin mangas de Los Ramones. Gilda está sentada a su lado, con los ojos llorosos y las manos apoyadas en el abultado vientre. Y aun así, el hombre verdaderamente aterrador está junto a Steven, que lo mira todo auténticamente aterrado. Sus pantalones están húmedos de orina, y Harvey tiene la impresión al ver a ese hombre de que también él va a perder el control de su vejiga. No tendrá más de treinta años, rubio, con los ojos muy claros, y los rasgos afilados, casi tan afilados como las navajas que sujeta. Sólo está cubierto por unos pantalones vaqueros, lo que permite ver al menos una veintena de pequeñas cicatrices sobre su piel, pequeños cortes, algunos bastante recientes.
-Aquí está el hombre de la casa-dice el hombre que empuja a Harvey dentro de la cocina, y el de las cuchillas se ríe con un extraño silbido-. Te gustaría cogerle, eh, Víctor.
El hombre de las cuchillas asiente, y despacio, pasa sus dedos por el cuello de Steven.
-¡Deja a mi hijo!-grita Harvey, dando un paso hacia delante, pero enseguida recibe un golpe en la espalda, entre los hombros, que le hace caer al suelo de nuevo, y escucha un crujido cuando la culata de la pistola le rompe una clavícula.
-He dicho que quieto-dice su captor, apoyando la pistola en su nuca.
-¡Harvey!-grita Gilda, y el hombre que tiene al lado, le suelta una bofetada.
-¿Qué queréis de nosotros?-pregunta Harvey, jadeando, y escucha una risa queda a su espalda.
-Has jodido a mucha gente, Harvey. A mucha gente muy importante. Y eso hace que haya mucha gente muy importante muy enfadada contigo.
-Es por Falcone… joder, todo esto es por Falcone… dejad a mi familia en paz, eso es responsabilidad mía…
-Bueno, podríamos discutir eso. ¿Hasta que punto son los hijos responsables de los pecados de los padres? El señor Falcone suele hablar de ese tipo de cosas, es un filósofo. Nosotros somos mucho más simples. Bueno, y el señor Zsasz es sólo un invitado. Un especialista en algunos trabajos, aunque muchos creemos que hace lo que hace sólo porque le divierte.
-No iré al juicio. Si eso es lo que queréis, no iré a juicio. Mañana cogeré un avión… o esta noche… nos iremos a cualquier sitio, no iré al juicio…
-Eso ya da igual, tío. Has ido demasiado lejos, lo que has hecho no puede deshacerse. No se puede uno bañar dos veces en el mismo río y ese tipo de cosas. El señor Falcone está muy enfadado, y quiere mandar un mensaje al mundo. Y bueno, cree que sois las cartas apropiadas. Gianni, siempre te han gustado las embarazadas, ¿verdad?
-Claro-sonríe el hombre de la camiseta de los Ramones, con una risa que a Harvey le recuerda la de un perro pachón. El vientre le duele de miedo.
-No… por favor, no…
-¡Harvey!-grita Gilda, cuando sin apartar la pistola, el tal Gianni empieza a manosearle el pecho, rompiéndole la blusa.
-¡Dejadla en paz!
-¡Mamá! ¡Mamá!-grita Steven, pero Zsasz evita que se mueva.
-Calla, puta-dice Gianni, golpeando de nuevo a Gilda en el rostro y desabrochándose la bragueta de los pantalones.
-Por favor, no…-gimotea ella-. Delante de mi hijo no…
-Eh, pequeñín-ríe Gianni-. Mira lo que hace mamá.
Harvey tiene que morderse los labios. Nota la sangre que le resbala por el mentón, pero no se atreve a apartar la mirada, Gilda le mira mientras el hombre de la camiseta sin mangas la obliga a hacerle una felación. Por suerte o por desgracia, el hombre parecía estar tremendamente excitado, así que aquella situación no duró mucho, y pronto el hombre se apartó de ella, dejándola manchada se semen en el pecho y las mejillas, y riendo.
-Deberíais probar-dice Gianni, y Zsasz sonríe.
-No, no me gustan las preñadas-responde el hombre situado detrás de Harvey-. Además, debemos ir terminando esto. Carolina y yo hemos invitado a cenar al profesor de Angelo esta noche.
-Ah, bien-masculla Gianni, y sin más, dispara a Gilda en la sien.
Esta vez, Harvey no puede evitar el grito, al mismo tiempo que Steven llora y con un ruido silbante debido al silenciador del arma, el cerebro de Gilda junto a fragmentos de hueso y mechones de cabello quemado se extienden una de las paredes de la cocina. Hubiera caído al suelo de no haber estado esposada a la silla. Harvey aún no ha terminado de gritar cuando las cuchillas de Zsasz se deslizan suavemente por la garganta del niño. Dos nuevas bocas se abren en su cuello, y el niño ni siquiera puede llorar. Harvey salta hacia delante, y esta vez ni siquiera el hombre que está a su espalda es capaz de detenerle. Le rompe a Gianni la nariz de un cabezazo antes de recibir un tiro en una de las rodillas, lo que le hace caer de nuevo al suelo. Gianni grita, sangrando como un cerdo, mientras el cuerpo de Steven cae al suelo como un trozo de carne muerta. Las hojas de Zsasz bailan, y Harvey siente su roce cerca del cuello.
-¡No!-ordena el hombre que parece dirigir todo aquello.
-¡Córtale el puto cuello!-dice Gianni, con las manos empapadas de su propia sangre, pateando el cuerpo muerto de Gilda.
-¡He dicho que no!-ordena el líder, dando un golpe en la mesa de la cocina-. Dijeron que se lo hiciéramos pasar mal, y esto no ha hecho más que empezar. Zsasz, sujétale. Sujétale bien, joder.
El hombre de las cicatrices aferra a Harvey, que de pronto tiene la impresión de que le han atado a una estatua de mármol, mientras ve como su captor se dirige a la cocina. Hacía tiempo que Harvey había querido cambiarla por una vitrocerámica, pero Gilda siempre se había negado. Decía que los guisos sabían mejor con fuego de verdad, así que seguían utilizando una cocina de fogones. Con una cerilla que impregnó la cocina del olor seco del fósforo, el hombre de Falcone encendió el más grande de los fuegos. Y sonrió.
-¿Cómo te gusta la carne, Harvey?
No tuvo más que hacer un gesto para que Zsasz empujara a Harvey contra los fogones, sujetándole de la nuca y hundiendo el lado izquierdo de su cara en el fuego. Harvey aulló, sintiendo como miles de agujas se le clavaban en el rostro, como su carne parecía disolverse, deshacerse… y el olor a carne quemada lo inundaba todo, asfixiándole. Sus pensamientos se dispersan, dejan de tener sentido, y solo espera que todo acabe pronto…
Y en ese momento, la puerta de la casa estalla y la policía de Gotham entra en la casa. Harvey cae al suelo cuando Zsasz le suelta, y Gianni se dispone a disparar, pero uno de los policías es más rápido, y una bala le alcanza en el pecho. El hombre que lo había dispuesto todo se dirige hacia una de las puertas de la cocina, tratando de huir hacia el patio, pero uno de los policías le alcanza en una rodilla, haciéndole caer. Otro se dirige hacia Zsasz, pero una de sus cuchillas lanza un destello y el policía cae de rodillas cuando su propia sangre comienza a ahogarle. Hay gritos entre el resto de los policías de Gotham, y Zsasz alza las manos, dejando caer los cuchillos, pero no la sonrisa. En segundos, ha sido reducido.
Incluso en aquel momento, Dent se da cuenta de que ni mucho menos es una rendición. Sólo es un «más tarde».
-¡Señor Dent!-dice uno de los agentes arrodillándose a su lado. Harvey aún nota como la grasa de la cara le burbujea-. Soy el detective Gordon… mierda… señor Dent, no se vaya, no… ¿dónde están los médicos? ¡Qué vengan los putos médicos!
-No me lo puedo creer-masculla Kate, sentada en una de las sala de espera privada del Gotham Mercy Hospital. Está agotada de llorar, no le quedan lágrimas. A su lado, Tommy Elliott apoya la cabeza en la pared, con gesto exhausto. Fue él quien llamó a la policía cuando la comunicación con Harvey se había cortado-. Que hijos de puta…
-Le dije que contratara seguridad privada-farfulla Tommy-. Le dije que yo se la pagaría. Y decía que no hacía falta. Esto no puede estar pasando.
-Pero está pasando-responde Kate-. Joder, joder, joder. Estaba embarazada… se iba a llamar Andrea… por la abuela de Gilda…
-No, no, no-la interrumpe Tommy-. No te tortures haciéndote eso, Kate, no pienses en ello.
-¿Cómo no voy a pensar en ello?-comienza a decir Kate, pero se interrumpe cuando una de las puertas se abre y la doctora Leslie Thompkins entra en la sala, aun quitándose el gorro de operar.
-Está vivo-dice antes de que nadie tenga tiempo de preguntar nada-. Le hemos puesto una prótesis en la rodilla, con rehabilitación volverá a andar. La cara…-Leslie niega con la cabeza, suspirando-. Harán falta muchas sesiones de cirugía reconstructiva para… Joder-dice Leslie, dejándose caer sobre una de las sillas-. Me juré a mi misma que no volvería a atender a un amigo desde Thomas y Martha Wayne. ¿Dónde está Bruce?
-Estuvo aquí hasta hace poco-dice Tommy, suspirando y sacando una BlackBerry del bolsillo-. No pudo quedarse, tenía algo importante que hacer.
-¿Qué era más importante que estar aquí?-susurra Kate, y Leslie niega con la cabeza.
-Le diré que está bien-dice Tommy, y Leslie niega con la cabeza.
-Yo no he dicho eso. He dicho que está vivo. Dudo mucho que nunca vuelva a estar bien.
En la cueva.
Bruce trata de no gritar mientras Alfred le da el último punto y deja la aguja y el hilo de sutura en una bandeja, con un sonido que retumba levantando ecos en la profunda caverna. Hay varias pantallas activadas aquí y allá, y en ellas se ven las noticias sobre el ataque sufrido por Harvey Dent, la muerte de su mujer y su hijo. Bruce sabe que Tommy y Kate pasarán la noche en el hospital, y siente que debería estar allí. Sabe que Simon Hurt estará trabajando toda la noche para preparar la rueda de prensa del día siguiente, y siente que debería estar allí. Pero esa era la noche que se había marcado, la noche en la que comenzaba todo.
La noche en que todo se había torcido.
Se había equipado con el uniforme y el casco diseñados por Industrias Wayne, y había comenzado su deambular en el Callejón del Crimen, donde todo había comenzado. Aunque realmente, todo había empezado un poco antes, mientras veían la película. A Bruce le había gustado mucho más de lo que jamás hubiera admitido ante sus padres, se había enamorado de aquel concepto de héroe, de solitario que luchaba contra la injusticia. Aquella noche se había cometido con él la mayor injusticia de todas, y Bruce se había preparado durante años para evitar que eso volviera a ocurrir. Por eso había estudiado con los mejores maestros de artes marciales del mundo, por eso lo había aprendido todo sobre las armas, sobre docenas de formas de investigación, por eso había destinado millones de dólares a prepararse, a crear aquella cueva. Para convertirse en un héroe, en la persona que devolvería Gotham a la luz. Había encontrado un alma gemela en Dent, había puesto en él su esperanza. El Caballero Luminoso de Gotham. Pero la ciudad lo había devorado, y esa noche había estado a punto de devorarle a él también.
Había conseguido impedir un atraco, se había sentido bien, lleno de orgullo. Una mujer jamás olvidaría la figura que apareció entre las sombras y evitó que un borracho la violara. Pero todo se había torcido en una pelea de bandas en el Parque Robinson. Aún no sabía como, pero Bruce se había visto superado. Había recibido una paliza. Heridas. Había tenido que huir, apenas había conseguido llegar a su coche y volver a la Mansión Wayne. Aquello había sido un desastre.
Esa noche, Bruce Wayne había decidido tirar la toalla.
-Tómese eso, señor Bruce-ordena Alfred, señalando un par de pastillas que ha dejado junto a Bruce, al lado de un vaso de agua-. El corte es limpio, pero a saber de dónde había salido el cuchillo.
Bruce asiente y se toma las pastillas. Las nota pasar por la garganta, incómodas de digerir como toda aquella situación. Todo lo que había construido se desmoronaba como un castillo de naipes tras un portazo. Lo que le habían hecho a Harvey… Lo que él no había podido impedir… Gotham había devorado a su propio Caballero Luminoso.
-Malditos bichos, siempre encuentran un lugar por donde entrar…-gruñe Alfred, y Bruce ve un murciélago revoloteando sobre ellos, apareciendo y desapareciendo de la oscuridad de la caverna.
Los murciélagos en la cueva, cuando había caído de pequeño.
El murciélago en Park Row, revoloteando sobre ellos mientras un hombre que no existía mataba a sus padres.
Tengu, el demonio. La máscara de Sensei.
«Cada máscara es un tótem, un espíritu sagrado. Muchos piensan que las máscaras nos esconden, nos ocultan. Pero estas máscaras, Wayne… Estas máscaras son diferentes. Cuando un campeón elige una de estas máscaras, no elige aquella que le oculta, elige aquella que de verdad muestra su espíritu. Cuando eliges una máscara, ella se convierte en ti, y tú en la máscara. Dime, Wayne. ¿Cuál es tu espíritu? ¿Cuál es tu tótem? «. Aquellas habían sido las palabras de Sensei.
Y si…
Gotham no necesitaba un Caballero Luminoso. Gotham no reaccionaría ante la luz. Pero lo haría ante el miedo. Necesitaba un símbolo para infundir el miedo. Fundirse con la máscara. Convertirse en un símbolo.
En un rumor susurrado con miedo.
En una leyenda.
Mira la cueva. Las pantallas. Y mira al murciélago.
Sabe en lo que debe convertirse.
Sabe lo que debe hacer.
-Alfred…
LA CUEVA DEL MURCIÉLAGO.
Y aquí está él. Así es como llega Batman, el Caballero Oscuro de Gotham. Y bueno, así avanza la historia. Tenía previsto haber hecho un narración de lo ocurrido con la primera patrulla de Bruce simplemente disfrazado de nada, pero no quería alargar más el número, y creo que hay acción suficiente en la escena del entrenamiento de Bruce en el desierto del Gobi, y alargaría mucho más un número que ya de por sí es bastante extenso, así que, finalmente creo que no era necesario, basta con su narración. Hay veces que no hay que contarlo todo para que una historia funcione.
Nahikari y Carlos Fortuny pasaron por la web y dejaron algunos comentarios a los que dar respuesta:
Fortuny: «Buen comienzo del nuevo murciélago, la batcueva me ha impresionado, la verdad. Lo que no me esperaba para nada era la inclusión de Katherine Kane, tengo grandes dudas sobre cómo vas a utilizar a ese personaje, la verdad. «
Gracias, Carlos. Quería «reformar» la cueva, darle un aire más futurista, este Batman es el Batman del siglo XXI, y tiene que haber tecnología por todas partes. Kate Kane es uno de mis personajes favoritos de 52, y como ya habéis ido viendo, he colado a varios de los personajes aparecidos en esa serie en toda mi producción DCTópica. Aquí tendrá un destacado papel, y es que no sólo de Robin vive Batman.
Nahikari: «Lo que más me ha gustado ha sido la escena del atraco. Me ha surgido la duda de qué ha estado haciendo Alfred esos quince años, ¿se quedó en Gotham? Muy prometedoras las palabras del final de Bruce. Habrá que esperar al próximo capi.»
O incluso algo más, como ves, han ocurrido cosas que dejan la identidad de JoeChill en un segundo plano. De momento. La escena del atraco en Park Row tenía que ser al mismo tiempo nueva y arquetípica, así que le puse bastante atención, espero haber cumplido con ella. Alfred, como puedes ver en este mismo número, ha estado recorriendo el mundo junto a Bruce, es su fiel escudero, en Gotham, en Mongolia o donde sea. Y en su futuro como Batman, por supuesto.
En fin, nada más por mi parte, en el próximo número, continuaremos asistiendo al nacimiento del Murciélago. Y mirad hacia el horizonte, su antagonista más clásico está cada vez más cerca.
Mwah
Ha
Ha
Haaah.
Con lo poco que me gusta a mi el murciélago, y que tenga que leérmelo porque me gusta como escribes…
Buen trabajo, ¿influenciado por las pelis de Nolan?
Quiero ver a Catwoman 😛
Un capitulo muy «Frank Miller». He sufrido la angustia de Harvey Dent, muy bien narrado. El detalle de capucha escarlata como Hacker muy interesante también. A seguir leyendo XD