#1 – Redención I
Pecado y penitencia
Por Mclauth
Fecha de publicación: Mes 169 – 5/12
Themyscira, habitación de la reina Hipólita.
La noche estaba despejada, la luna y las estrellas iluminaban el suelo de Themyscira, conocida también como Isla Paraíso, reino de las Amazonas. La reina esperaba, buscaba respuestas en el cielo mirando por una ventana de su oscura habitación. Una dulce voz la sacó de sus pensamientos, pero no buscó la fuente de aquella voz. Sabía que era su hija, ella la había mandado llamar.
Tras unos segundos de espera, hizo un gesto a su hija para que se sentara sobre la cama, ésta obedeció. Hipólita permaneció en la ventana aún unos minutos más antes de reunirse con su hija y sentarse a su lado. No quería mostrar preocupación, pero su rostro la delataba.
– Madre, ¿Qué ocurre? ¿Por qué me ha mandado llamar?
– Hija, como ya sabes mañana es el día. – Su gesto denotaba preocupación.
– Si, lo sé. Mañana deberé enfrentar la prueba de los dioses por mi 25 cumpleaños.
– Si, así es. Pero antes de eso, me parece justo que conozcas el por qué de esa prueba. Que conozcas nuestro pasado, nuestro pecado y el milagro de tu nacimiento. La profecía…
– ¿Qué profecía madre? Ninguna de mis hermanas habló nunca de una profecía, ni siquiera usted, Madre.
– Siempre quisimos que tuvieras una vida normal. Lo ocultamos rezando para que este día no llegara, aun sabiendo que lo haría. Pero es hora de que lo sepas, Diana. Debes saber por qué eres especial.
– Adelante madre. Estoy preparada. – Dijo cogiendo sus manos.
– Todo comenzó hace 2400 años, en un lugar conocido como Grecia…
Grecia, hace 2400 años.
En un lugar del mundo conocido como Grecia, más exactamente en la ciudad de Atenas, un anciano caminaba por un pedregal en dirección a la costa. Ataviado con tan solo una cuerda y un anzuelo, tenía la intención de pescar algo en la playa que ayudara a paliar el hambre de su familia.
Cuando llegó a la playa preparó su escaso equipo de pesca. Lanzó el anzuelo al agua sin nada clavado en él, su economía no le permitía conseguir un buen cebo. Su rostro delataba que no esperaba pescar nada, sin embargo, rezaba a sus dioses esperando algo de misericordia para llevar alimento a casa.
Pasaban las horas y su hilo solo se mecía al son de la marea. El sol bajaba por el horizonte y el cielo comenzaba a tornarse rojizo, de una belleza que no era capaz de alegrar la apesadumbrada alma del anciano. Cuando se disponía a recoger su equipo notó un tirón en el hilo, momento que aprovechó para recogerlo y descubrir que al final de él, atrapado en el anzuelo, había un pez; una buena pieza de unos 5 kilos.
Un rápido vistazo le sirvió para darse cuenta de que no era una especie autóctona, sino una especie que no habitaba esas aguas. «Debe ser un regalo divino», pensaba el anciano mientras recogía sus aparejos y volvía a casa. Pero ese no era el único milagro que obrarían los dioses en esa pequeña playa del mar Egeo.
Al caer la noche, sobre las frías aguas del mar Egeo descendieron miles de luminosas esferas, como si los dioses lanzaran su divino confeti desde el mismísimo Olimpo. No hizo falta esperar mucho para que aquellas luces se sumergieran en la oscuridad del océano.
Segundos después, del lugar donde habían caído cada una de esas luces empezaron a surgir figuras humanas, figuras de mujeres altas, esbeltas, bellas. Se miraban unas a otras sin comprender mientras comenzaban a salir de la fría agua de la playa de Atenas. Desconocían la razón por la que se encontraban allí, no recordaban nada, pero pronto todas sus dudas serían aclaradas.
Presenciaron cómo de la nada se materializaban las figuras de cinco mujeres más. Cinco figuras imponentes, rodeadas de un dorado aura que exponía su magnificencia. Se presentaron a si mismas como Démeter, Afrodita, Atenea, Artemisa y Hestia; diosas del Olimpo.
– Acercaos, hijas mías. Desde hoy, seréis conocidas como Amazonas. Engendradas de las almas de las más poderosas guerreras – La voz de Atenea sonaba omnipotente.
– Adelántate, hija. – Dijo otra de las diosas señalando a una de las Amazonas.
La amazona se adelantó como le había dicho su diosa. Era una mujer de cabello oscuro, largo y rizado, y de ojos azules. Cuando se encontraba a unos escasos metros de las diosas, posó una rodilla sobre la fría arena de la playa, mostrando sus respetos a aquellas que le habían dado la vida.
– Tú serás la reina, el alma más fuerte y la primera en salir de los dominios de Poseidón. Serás conocida como Hipólita, reina de las Amazonas. – De nuevo la voz de Atenea se mostraba firme.
– A partir de hoy, viviréis para honrar a los dioses. Aunque dotadas para la lucha, no usaréis vuestras dotes como guerreras salvo en defensa propia. – Dijo Artemisa.
– Mi sabiduría os guiará en los momentos difíciles – Aseveró Atenea.
– Vosotras mostraréis nuestros dones en el mundo de los hombres. Usaréis estos dones para guiar a la humanidad hacia la paz y mostrarles la divinidad de los dioses. No nos falléis, hijas mías.
Themyscira, habitación de la reina Hipólita
Ambas Amazonas, madre e hija, guardaron silencio durante unos minutos. Sólo se escuchaba el rumor de las olas en las playas de Themyscira. Diana había escuchado muchas veces historias sobre el pasado y el origen de su raza, pero nunca con tanto ánimo de detalles, ni de los labios de la Reina, su madre. Finalmente, aquel silencio cesó.
– Aquella noche, los dioses nos dieron nombre a todas. Así como a mí me nombraron reina, algunas más de nuestras hermanas obtuvieron dones. Menalippe fue nombrada oráculo y sólo ella posee un vínculo con los dioses. -Dijo la reina con cierta nostalgia en su voz.
– Pero Madre, antes me habló de una profecía y un pecado.
– Eso ocurrió años después. En nuestro afán por introducir a los dioses en el mundo de los hombres, fuimos engañadas por ellos.
– ¿Cómo? ¿Qué fue lo que ocurrió? – Preguntó interesada.
– Cinco años después de nuestra llegada, un ejército comenzó a asediar la ciudad de Atenas. Las fuerzas del ejército local no eran suficientes para detenerlo y habría sido conquistada. En un último intento desesperado, los ciudadanos de Atenas hicieron un llamamiento a las Amazonas.
– Conocedores de vuestras dotes, os pidieron ayuda como guerreras. -intuyó la joven Diana.
– Así es. Dijeron que si vencíamos en aquella batalla, debía ser porque los dioses nos protegían. Creyendo que así empezarían a creer en los dioses, accedimos a ayudarles. Y esa fue nuestra perdición. Ganamos la batalla, pero perdimos algo más importante.
– Los dioses os habían prohibido usar vuestros dones como guerreras.
– Creímos estar luchando por los dioses, pero no fue así. Tras la batalla, los hombres siguieron ignorando a los dioses. Sin un enemigo a sus puertas, sus palabras habían sido convertidas en polvo.
La voz de la reina comenzó a quebrarse, aquellos hechos estaban clavados en su corazón como espinas. 2400 años después de aquello, la reina se sentía estúpida por haberse dejado engañar, y su sentimiento de culpa aún latía en su pecho. Como reina, ella había sido la encargada de tomar la decisión de participar en aquella batalla, y por tanto, la culpable de haber llevado a sus hermanas a cometer aquel pecado contra lo dioses.
Sabedora de los sentimientos de su madre, Diana abrazó a la reina. Un llanto incontrolable surgió de esta mientras apoyaba la cabeza sobre el hombro de su hija. Aquella explosión de sentimientos duró varios minutos, durante los cuales nadie se movió ni dijo nada, a veces era mejor no decir nada.
Finalmente, la reina se recompuso, levantando la cabeza del hombro de su hija. La miró con una sonrisa, aún con sus ojos rojos por las lágrimas que seguían brotando de ellos. Tampoco hicieron falta palabras, aquella sonrisa no dejaba lugar a dudas del agradecimiento de la reina hacia su hija por haber permanecido a su lado.
Secando finalmente sus lágrimas, la reina volvió a coger las manos de Diana y comenzó a hablar de nuevo. Su historia aún tenía un último acto antes de bajar definitivamente el telón.
– De aquella forma. Tan solo cinco años después de nuestra llegada al mundo del hombre, íbamos a desaparecer de él…
Grecia, hace 2395 años
Las Amazonas se encontraban en las playas de Atenas. Menalippe, su oráculo, había recibido una visión de los dioses y guiada por ellos había reunido a todas sus hermanas en la playa. Nadie, salvo el oráculo, sabía lo que hacían todas reunidas. La reina Hipólita se adelantó y se dirigió a su oráculo, en busca de una explicación.
– Menalippe, ¿A qué obedece esta reunión con tanta prisa? ¿Acaso los dioses se han comunicado contigo, hermana?
– Así es, mi reina. Me han ordenado reunir a todas para informaros de sus deseos.
– Adelante hermana. ¿Qué requieren los dioses de nosotras?
– Debemos ir todas a la isla conocida como Themyscira, cerca de las costas de Grecia. Allí esperaremos hasta que ellos vengan en persona.
– Así lo haremos hermana, tomemos unos botes y…
– ¡No! – Interrumpió Menalippe. – Disculpa la interrupción mi reina, pero los dioses han sido claros al respecto, debemos ir a nado.
– Curioso mandado, pero si lo han requerido así…
De esta forma, una horda de Amazonas penetraron en las aguas del mar Egeo en dirección a la isla de Themyscira, donde debían reunirse con sus dioses. El camino era largo, pero no lo suficiente para vencer por agotamiento a la raza de las Amazonas, cuya fuerza y resistencia era conocida en toda Grecia.
Finalmente alcanzaron su objetivo, una isla de un enorme tamaño, pero sin ningún ápice de vida. Ninguna de las Amazonas entendía el por qué de su estancia allí, sólo sabían que sus dioses lo habían requerido así. Sin embargo, todo sería aclarado en pocos segundos, ya que el mismísimo Zeus se personificó ante ellas.
Su forma emanaba tal aura, que las Amazonas se inclinaron de inmediato, llevando una rodilla al suelo. Vestía una corona y una prenda de tela, que a buen seguro estaba formada de una única y gran pieza, sujetada en algunos lugares por cordones dorados y algunas costuras. En su mano, un báculo dorado que dirigió hacia las Amazonas.
– Nos habéis fallado, Amazonas. Consentí que mi esposa Hera y el resto de las diosas os dieran vida. Quizás fue un error.
– Pero mi señor Zeus, todo cuanto hicimos fue por honrar a los dioses y tratar de… – trató de justificar Hipólita.
– ¡NOOO!
Aquel grito de Zeus tronó en la isla, que dio la impresión de temblar. Las Amazonas estaban seguras de que ese grito había surcado los cielos y había sido escuchado en todo el mundo. Se equivocaban.
– Se os prohibió usar vuestros dones para la lucha salvo en defensa propia. ¿Como justificáis vuestra participación en la guerra de los hombres?
– Creí acercar a los dioses al hombre, mi señor.
– ¿Incumpliendo las órdenes de los dioses?
– Fue decisión mía, mi señor. No culpe a mis hermanas, que nada podían hacer, sino obedecerme.
– Todas erais conscientes de la prohibición de hacer tal cosa, así que todas recibiréis el justo castigo.
Zeus levantó su báculo para después hacerlo bajar, golpeando el suelo de la isla con él. La isla comenzó a temblar y una espesa niebla surgió de las orillas de la misma tapando el horizonte por completo. Las Amazonas se miraron confundidas, algo estaba pasando, pero ninguna lograba intuir el qué.
Después de varios minutos la niebla comenzó a disiparse y el horizonte empezó a clarearse. Advertidas por algunas de sus hermanas, todas las Amazonas miraron los horizontes de la isla; pero era inútil buscar, Grecia había desaparecido y el resto de islas también.
– Mi señor Zeus. ¿Qué es lo que…? – Preguntó Hipólita, temiendo la respuesta de Zeus.
– La isla ya no existe en los mapas de los hombres. He sacado Themyscira del mundo terrenal del hombre.
– ¿Dónde nos encontramos entonces?
– En ningún sitio y en todos a la vez. Ahora la isla está separada del mundo de los hombres, en ella no envejeceréis y construiréis una ciudad monumento hacia los dioses. En ella cumpliréis condena y penitencia, y entonces, puede que algún día… Volváis a ser dignas de honrarnos.
Themyscira, habitación de la reina Hipólita
Ambas Amazonas se encontraban ahora junto a la ventana, en silencio. Miraban el horizonte y no veían nada más que agua, el mismo paisaje que había tenido la isla en los últimos 2.395 años. El rostro de la reina se veía relajado, sin duda confesar la verdad a su hija le había quitado un peso de encima.
– Así que como los dioses ordenaron, construimos esta ciudad para honrarlos.
– Y durante toda una eternidad habéis estado adorando nuestros dioses sin salir jamás de la isla. Pero… No alcanzo a comprender. ¿Qué tengo yo que ver en todo esto?
– Al día siguiente a nuestro exilio, Hera se presentó ante nosotras. Nos informó de que todos los días debíamos ir a la playa y hacer con la arcilla la figura de un bebé; y que algún día, cuando hubiéramos merecido el perdón por nuestro pecado, nacería de esa estatua una amazona imbuida con los poderes de los dioses.
– Entonces yo… – Dijo Diana empezando a comprender.
– Si, hija. Tú eres esa amazona. Por eso tienes dones que las demás hermanas no. Por eso puedes volar, por eso tienes una fuerza y velocidad superiores. Algunos de los dioses te otorgaron dones especiales. Como la velocidad y capacidad de vuelo de Hermes.
– Pero Madre. ¿Realmente soy merecedora de estos dones?
– Eso es lo que descubriremos mañana. Si superas la prueba, descubriremos cuál es el plan de los dioses. Saben los dioses que no quiero que hagas esa prueba, pero no podemos hacer otra cosa, sino honrarlos, pues ellos nos dieron la vida.
– No te preocupes, Madre. Me esforzaré al máximo en su prueba y les demostraré que las Amazonas son merecedoras de redimirse ante sus dioses.
– Pero ten cuidado, hija, y vuelve sana y salva de la prueba.
– Lo haré, Madre. Tienes mi palabra.
– No me hace falta nada más. – Dijo mientras se fundían en un fuerte abrazo. – Ve a descansar hija, necesitarás toda tu energía para la prueba.
– Así lo haré, Madre.
Estas fueron las últimas palabras que se escucharon en Themyscira aquella noche. Si algún pájaro sobrevolara aquella ciudad construida para los dioses, no escucharía nada más que el silencio y el sonido de alguna Amazona moviéndose en su cama.
Sólo aguzando bien su oído y pasando cerca de la alcoba de la reina, podría escuchar el leve pero constante llanto de una reina que rezaba a sus dioses para que su hija no sufriera daño alguno por sus pecados del pasado.
Themyscira, templo del oráculo
Un nuevo día amanecía en Themyscira. Todas las Amazonas estaban reunidas en el templo del oráculo, todas menos una. Las Amazonas esperaban a la llegada de la princesa Diana al templo, había de ser la última.
Las puertas del templo comenzaron a abrirse. Las viejas bisagras de más de 2.000 años no dejaban escapar ni el más mínimo chirrido, sin embargo, las pisadas no eran tan silenciosas. Todas podían ver a su princesa, ataviada con un vestido totalmente blanco, dirigiéndose al altar; donde esperaba Menalippe, el oráculo, y su madre, la reina.
La princesa llegó por fin hasta allí, una vez reunidas todas comenzó el ritual. Todas rezaban a sus dioses mientras Menalippe hacía una llamada a los dioses. Tras una hora de rezos y llamamientos, los dioses por fin dieron una señal, una señal con nombre propio. Hermes, mensajero de los dioses.
– Bienvenido, dios Hermes. – Saludó Menalippe, mientras el resto de Amazonas se postraban de rodillas.
– Saludos, hijas mías. Así que esta es la princesa Diana, a la cual otorgué mis dones de la velocidad y vuelo.
Hermes miró a Diana durante unos segundos. En ella vio la viva imagen de la belleza. Su pelo negro y rizado, sus ojos azules y su cuerpo perfecto dejarían obnubilado a cualquier mortal, incluso a más de un Dios.
– Bueno, mortal. Debemos irnos. – Dijo Hermes dirigiéndose a la princesa.
– Pero, mi señor Hermes. ¿Dónde os la lleváis? – Hipólita preguntó con un tono de preocupación.
– ¿Ha de dar un Dios explicaciones a un simple mortal?
– Mis disculpas, no trataba de ofenderos.
– Eso está mucho mejor.
Hermes saco entonces una vara dorada terminada en bola, y adornada en su parte final por unas alas. Alrededor de la vara, un par de serpientes giraban en espiral sobre ella. Las Amazonas habían oído hablar de ella, su nombre era «Caduceo» y había sido regalado a Hermes por Apolo.
Ante el asombro de sus anfitrionas, Hermes golpeó el suelo con el caduceo, y entonces surgió de la nada una fuente redonda de unos 10 metros de diámetro. El agua que portaba la fuente estaba en calma, lisa, como lo estaría un plato de cerámica.
– Esta fuente os permitirá controlar el desarrollo de la prueba de los dioses. Agradecedme mortales que os permita tal privilegio, pues sois las primeras en contemplar tal maravilla.
– Muchas gracias, mi señor Hermes. Se lo agradecemos de todo corazón. – Dijo Menalippe.
– Es hora de irnos, Diana. La prueba de los dioses te aguarda. Y de ella depende el futuro de toda la raza Amazona. Toma mi mano.
– Estoy lista.
De esta forma, Diana cogió la mano de Hermes, y de la misma forma que este había aparecido, ambos desaparecieron de los ojos de las Amazonas. Inmediatamente, las Amazonas comenzaron a colocarse alrededor de la fuente, a la espera de que su princesa se enfrentara a la prueba de los dioses.
Continuará…
EL OLIMPO
Saludos,
Es la primera vez que escribo un fic para DC Topia, así que espero no decepcionar las expectativas de nadie :p.
Aprovecho para agradecer tanto a Carlos Correia como a Carlos Fortuny la oportunidad brindada al crear este nuevo universo desde 0. Sin ellos, no existiría NU DC Topia, así que gracias por organizarlo todo.
Agradecer también a Nahikari, guionista de Black Canary, sus consejos, lecturas y correcciones para ayudarme a mejorar el capítulo.
Por último, decir que he intentado cambiar en algo los orígenes de nuestra amazona sin cambiar la base de todo. Intento que no sea una burda copia, pero sin perder de vista las cosas más básicas. Así que espero que os guste.
Un saludo.
Mclauth.
Bueno, el número me ha gustado bastante, si bien se hace algo lento el avance porque vemos poquito a Diana y mucha historia, era algo imprescindible.
Buena narrativa y vocabulario.
Y se queda muy pero que muy interesante para el siguiente número, ya tengo ganas ^^
Bien desarrollado, es interesante. A la espera del siguiente
Me ha gustado mucho el capítulo, aunque es bastante introductorio, cosa normal por otro lado al ser el primer número xD La verdad es que queda muy interesante para la siguiente entrega ^^
La reinterpretación de la historia está muy bien en mi opinión, me ha parecido una buena idea. También me ha gustado especialmente la reina Hipólita, creo que has reflejado muy bien su sentimiento de culpa.
A ver qué le deparan los dioses a Diana ^^
Buen trabajo de lanzamiento, ¡a ver como sigue!
Buen capitulo. Recalco especialmente el momento madre-hija, en el que Diana consuela a Hipolita, muy emotivo. Con ganas del siguiente