#1 – Año Uno I
Ciudad y cueva
Por Tomás Sendarrubias
Fecha de publicación: Mes 169 – 5/12
Gotham City.
Tenía que irse de allí, aquella maldita ciudad la estaba ahogando. Desde su oficina de la torre Kane, Kate miró hacia abajo, hacia la realidad que serpenteaba a pie de calle, tan lejos de las altas torres de las grandes familias de Gotham que bien podían ser mundos diferentes, completamente alienígenas el uno con el otro. Por supuesto, Kate se aseguraba de que su familia, como muchas otras diera cantidades abrumadoras de dinero a dos docenas de sociedades benéficas, Organizaciones No Gubernamentales y proyectos humanitarios que debían cuidar de la ciudad, rehabilitar sus calles, asegurar sus cárceles, mantener ese desquiciante proyecto que era el Asilo de Arkham…
Nunca era suficiente.
Y Kate tenía la sensación de que la propia ciudad le estaba absorbiendo la energía, como si hubiera un vampiro chupándole la sangre. Y ni siquiera era un vampiro guapo, un tío bueno como Alexander Skarsgard en True Blood. Para una cinéfila como Kate, era más bien como si Max Schreck, el actor de la Nosferatu original estuviera mordiéndole el cuello. Una sensación nada agradable.
Gotham. Cuando los holandeses habían llegado a la isla en la que habían construido la ciudad, los nativos de la región, una tribu sobre la que apenas había datos y sobre la que docenas de estudiosos intentaba encontrar algún dato más allá del nombre (los Miagani, el Pueblo Murciélago), habían avisado a los recién llegados que aquella tierra estaba maldita. Lo había estado para los Miagani, exterminados por los holandeses, y para los holandeses, aniquilados por los ingleses. Católicos y protestantes habían llevado a la isla sus guerras de religión, y además de matarse entre ellos, centenares de ciudadanos habían muerto en las hogueras de una u otra facción. Y luego, durante la Guerra Civil, los ejércitos Federados y Confederados habían barrido tres veces la ciudad, hasta el punto de que cuando Abraham Lincoln se había convertido en el primer presidente tras la Guerra, Gotham había tenido que ser reconstruida de nuevo, empezando desde sus cimientos. Fue el momento de la aparición de las grandes fortunas de la ciudad: los Kane, los Wayne, los Elliott, los Hurt…
Kate se apoyó en la cristalera de su despacho, y miró de nuevo hacia abajo. Notaba una sensación extraña de vértigo en el estómago, y no le hubiera sorprendido ver que las alcantarillas estallaban y toda la sangre de la que se habían alimentado las calles de Gotham volviera a correr por ellas, cubriendo a sus habitantes hasta las rodillas. Sintió una náusea, y se apartó de la ventana. Realmente, esa ciudad la estaba matando.
-Señorita Kane-la voz de Ellen, su secretaria, rompió el silencio de su despacho, y Kate se dirigió hacia el intercomunicador, pulsando el botón verde que abría el micrófono de la habitación.
-Dime, El.
-El señor Collum, de Bayt&Collum la está esperando en la sala Galileo-dijo Ellen, y Kate puso los ojos en blanco-. Y en media hora, tiene una reunión con la doctora Thompkins sobre la financiación de la nueva clínica del East End.
-¿Podemos mover la reunión con Collum a esta tarde?-preguntó Kate, esperanzada.
-Después de comer tiene una reunión con la doctora Isley sobre la renovación del Parque Robinson, señorita Kane. Pero su padre tiene un hueco de veinte minutos ahora, quizá pudiera hablar él mismo con el señor Collum-sugirió Ellen, y Kate sonrió.
-Eso sería estupendo, El. Muchas gracias.
-Señorita Kane, antes de reunirse con la doctora Thompkins, quizá quiera echar un ojo a un artículo que aparece publicado hoy en la web del Gotham Gazette.
-¿Es importante?
-Léalo, señorita Kane-concluyó Ellen, y cortó el intercomunicador. Por un segundo, Kate pensó en ignorar la sugerencia de su secretaria. El Gotham Gazette se especializaba en rumores sobre la ciudad, muchos de ellos sin confirmar. De hecho, por su historial, a Kate no la sorprendería demasiado encontrarse a sí misma en portada de ese panfleto, probablemente volviendo a plantear su romance con Tommy Elliott, o en el peor de los casos, con Harvey Dent, con el que ya la habían relacionado en dos ocasiones.
-Mierda-masculló, cogiendo su iPad de la mesa, y abriendo la aplicación que le daba acceso directo a un centenar de publicaciones de todo el mundo. Gilda Dent era una mujer estupenda, y no le apetecía nada tener que darle explicaciones otra vez, aunque supiera que ella nunca se las iba a pedir. Kate Kane se apoyó en la ventana y esperó mientras el indicador que señalaba que la página web del Gotham Gazette se estaba cargando se completaba. Y entonces, una fotografía llenó la pantalla del iPad, y el corazón de Kate le saltó en el pecho. Aquella foto había llenado durante años sus pesadillas.
Era una instantánea tomada años atrás, una fotografía que le había hecho a su autor ganador de un premio Pulitzer. Un niño, sentado en el bordillo de una calle ante la entrada de un callejón que la policía estaba sellando con sus habituales cintas amarillas. El rostro del crío no se veía, estaba oculto entre sus manos, con los codos apoyados en las rodillas. Una farola rota parecía llenar de sombras la imagen, y la silueta del niño en primer plano, con todo el movimiento policial detrás le daba a la instantánea un grado de desesperación y patetismo que había conmocionado a Kate hasta el llanto años atrás, cuando la vio por primera vez. Su padre le había quitado el periódico, y se había puesto furioso con el servicio por permitir que su hija tuviera acceso a diario en concreto.
Habían pasado quince años desde aquello, y Kate aún no había olvidado lo aterrorizada que había estado durante años cada vez que sus padres salían de casa o hacían un viaje, el miedo enfermizo a que sus padres murieran y las dejaran solas a ella y a Bette. Los Wayne habían muerto, ¿por qué no iban a morir sus padres y a dejarlas solas, como los Wayne habían dejado a Bruce?
Bruce. El niño de la foto. El niño por el que Kate había llorado hasta quedarse dormida.
Y según el titular del Gotham Gazette, el rico heredero de los Wayne, que tras quince años de ausencia, volvía a su ciudad natal.
Volvía a Gotham.
Hace quince años.
-¡Bruce!-llama Martha Wayne, y el chico se detiene en seco, poniendo los ojos en blanco.
-Hh-musita, chasqueando los dientes, y el entrecejo de Martha Wayne se frunce, mientras ella y Thomas se acercan a su hijo.
-Te he dicho mil veces que no me gusta que hagas ese ruido-dice ella, y Bruce se encoge de hombros-. Y no me gusta que eches a correr delante de nosotros, como si nos huyeras.
-¡Venga, mamá!-protesta Bruce-. Me prometisteis que después de la película iríamos a cenar a Trésor, ¡y nunca hay mesa!
-¿Desde cuándo te has vuelto un fan del tartar de buey con foie y oporto?-pregunta el Doctor Thomas Wayne, sonriendo.
-Desde que en la carta de postres incluyeron esa bomba de chocolate-responde Martha encogiéndose de hombros, y Thomas sonríe, mientras saca el móvil del bolsillo.
-¿Te quedarás más tranquilo si hago un reserva?-pregunta.
-¡Sí!-exclama Bruce-. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!
Martha Wayne sonríe. Su hijo tiene doce años y toda la vida por delante. Mientras Thomas hace la reserva en el restaurante, Bruce juguetea con los cordones del cuello de la sudadera que lleva. Pensando que se los va a llevar a la boca para morderlos, Martha frunce el ceño de nuevo, pero Bruce se da cuenta antes y mete las manos en los bolsillos. Thomas continúa hablando por el teléfono móvil mientras caminan despacio hacia el restaurante, a un par de manzanas de donde se encuentran ellos.
-¿Qué te ha parecido la película, Bruce?-pregunta Martha, y el chico se encoge de hombros. Thomas había tenido la idea de celebrar el cumpleaños de Bruce viendo una película antigua en un viejo cine, algo que no había entusiasmado demasiado al muchacho, aunque había aceptado a regañadientes. Thomas había querido enseñarle a Bruce como eran los cines de cuando él era pequeño, y cómo eran las películas antes de lo que él Doctor Wayne llamaba «la invasión de los ordenadores». El Cine Capitol había sido el elegido, y la película, una de las favoritas de la infancia de Thomas, El Zorro(1). Al menos, habían conseguido apartar a Bruce por un rato de sus juegos de ordenador y de esa maldita película que no dejaba de ver una y otra vez, Men in Black. Thomas estaba encantado de haber ido a ver una película en una pantalla grande y lejos de un centro comercial. De hecho, ya le había comentado a Martha, mientras compraban las palomitas, que estaba pensando en invertir en la recuperación de la zona del Capitol y Park Row. Martha se había limitado a sonreír. Si por Thomas fuera, gastaría la fortuna de los Wayne en restaurar los viejos barrios de Gotham.
-Ey.
Bruce se detiene en seco, mientras Martha no puede evitar ahogar un pequeño grito cuando ve a un hombre, medio oculto por las sombras de una farola rota. Inconscientemente, tira de Bruce hacia ella, mientras Thomas, que ve en ese momento también al hombre, cuelga el teléfono y se lo desliza en el bolsillo.
-Hola, señores-dice el hombre, que se aparta de la farola un poco. Bruce le mira sin entender muy bien de dónde ha salido ese hombre. Alto, con el pelo castaño, la barba oscura de varios días, una gorra de los Blüdhaven Hawks calada hasta las cejas y una chaqueta de aspecto mugriento.
-Buenas noches-saluda Thomas Wayne, situándose junto a su mujer y su hijo, y empujando suavemente a Martha para que continuaran andando.
-Eh, no tan deprisa-dice el recién aparecido, poniéndose en el centro del callejón. Bruce abre los ojos desmesuradamente cuando ve que el hombre les apunta con una pistola.
-Llévese lo que quiera-dice de inmediato Thomas, alzando las manos-. Pero baje eso, no me importa, llévese lo que quiera…
-El móvil-dice de inmediato el hombre que les apunta con la pistola-. Déjalo en el suelo, tío listo.
Thomas asiente, y deja el móvil que llevaba en el bolsillo, sacando y poniendo junto a él la cartera abierta, para que su atacante pudiera ver el dinero que llevaba dentro.
-Un tío listo, sí señor-ríe el hombre. Bruce hace amago de hablar, aunque no sabe qué decir, quiere llorar, y algo se le está retorciendo en el estómago. La mano de su madre se clava en su hombro-. Los relojes, los tres. El del niño también, sí. Tienes un papá muy listo, pequeñajo, muy listo…
-No soy ningún pequeñajo…-gruñe Bruce.
-Cállate, Bruce-le ordena su madre, con un sollozo ahogado.
-Los pendientes y el collar de la señora…
-El collar es un recuerdo de familia…-masculla Thomas, tratando de sonar amigable. Martha niega con la cabeza.
-No importa, Thomas, no…
-Estoy dispuesto a ir con usted a un cajero y sacar el dinero que considere adecuado, pero por favor, las perlas de mi mujer…
-Quiero el collar, no soy ningún gilipollas, tío listo. ¿Qué quieres, ir a un cajero y que me grabe la caja de seguridad? ¿Por quién me tomas? El collar, al suelo.
-Claro, claro…-musita Martha, mientras intenta soltarse el collar que lleva al cuello, pero los nervios hacen que sienta los dedos torpes, y se sienta incapaz de soltar el broche de seguridad-. No puedo… no… no…
-Preciosa, suéltate ese collar ya…
-No puedo, no…
-De verdad, señor…-comienza a decir Thomas, dando un paso hacia el hombre.
El sonido de la pistola al disparar retumba en el callejón, y Thomas Wayne se detiene en seco. Mira hacia abajo un momento y ve como la pechera de la camisa que lleva se empapa de sangre. Martha grita, y algo revolotea sobre ellos, justo antes del segundo estampido. El grito de Martha se ahoga, sus dedos se enganchan en las perlas, y mientras ella cae, el collar finalmente se rompe.
Las perlas ruedan por el suelo.
«Un murciélago» piensa Bruce, un pensamiento perdido en algún rincón de su cerebro mientras la criatura asustada revolotea por Park Row. Ese pensamiento le trae un recuerdo de años atrás, un recuerdo de muchos murciélagos y una cueva, le hace pensar en Tommy Elliott… pero ese recuerdo desaparece ahogado por el grito que surge de otra parte de su mente. Y de pronto se da cuenta de que está gritando. Y su voz también retumba en el callejón. El hombre mira a Bruce, y Bruce se descubre mirando al hombre, paralizado, con el corazón atronando en sus oídos, lleno de miedo, un miedo como creía que nunca había sentido. Nota calor en una de sus piernas, nota el pantalón húmedo, pegado. Thomas Wayne cae al suelo.
-¡Policia! ¡Llamen a la policía!-grita alguien, y se escuchan pasos que corren hacia el callejón. El hombre de la pistola mira a Bruce y le apunta con la pistola.
-¡Alto!-grita alguien, y el hombre de la pistola se gira apresuradamente. Las luces azules y rojas de los coches de policía iluminan el callejón, y con un gesto como un latigazo, el hombre se gira de nuevo hacia Bruce, alzando la pistola.
Un tercer tiro se escucha en el callejón, y el hombre cae al suelo, alcanzado por el disparo de un policía. Bruce lo ve caer, pero no puede moverse. Cree que sigue gritando, pero no puede estar seguro, nota la garganta rota. Llegan los policías, el caos se desata en el callejón. Las ambulancias deben estar cerca. Llevan a Bruce hasta la salida del callejón, mira hacia arriba, el murciélago debe haber encontrado el camino para salir de allí. Se deja caer en el bordillo, y mira hacia atrás. Las perlas ruedan por el suelo.
Alguien hace una foto.
Mansión Wayne.
Kate notó que los nervios le apretaban el estómago mientras aparcaba su Lotus Exige de color blanco en la parte delantera de la gran Mansión Wayne. Por supuesto, su padre le había dicho que acudiera con chófer, pero Kate prefería conducir su propio coche. Para Kate, conducir era un símbolo de autosuficiencia, aunque su padre, el que probablemente hasta el día anterior había sido el hombre más rico de Gotham City, se subiera por las paredes cada vez que Kate anunciaba que iba a salir con el coche. Y lo hacía aún más cuando veía que Bette, la hermana pequeña de Kate, parecía estar cogiendo los hábitos de su hermana mayor.
Bajó del Exige, y vio que había otros coches allí. Pocos, cuando Bruce había mandado el e-mail diciendo que quería reunirse con un pequeño grupo de amigos en la Mansión antes de hacer su aparición en público, lo había dicho en serio. Enseguida Kate reconoció el Ferrari Testarrossa de Tommy, tan pretencioso como su dueño. Amagó una sonrisa, que se heló en sus labios al girarse y ver la inmensa estructura de la Mansión Wayne ante ella.
Las dos alas, de estilo victoriano, se extendían delante de Kate, tres pisos en cada una de ellas, proyectando su sombra sobre los jardines situados ante la mansión. Parterres de rosas, buganvillas, dondiegos y damas de noche rodeaban la casa, y la entrada, porticada, se abría como si fuera un templo clásico, como si fuera a entrar en un lugar sagrado de la antigüedad. Todos los niños de Gotham sabían que la Mansión había sido construida a principios del siglo XX por Andrew Wayne, que había llegado a ser alcalde de la ciudad, y todos sabían que sólo los más privilegiados de Gotham podían acceder a su fastuoso interior. Kate había sido una de esas personas privilegiadas mucho tiempo. El apellido de soltera de Martha Wayne, la madre de Bruce que tan trágicamente había sido asesinada en el Callejón del Crimen, era Kane. Martha Kane. Ella y Bruce eran primos, y Kate asociaba ese lugar a muchos de sus recuerdos de infancia. Ella, Bruce, Tommy… corriendo por los jardines bajo la atenta mirada del mayordomo de los Wayne, Alfred, mientras Martha les preparaba limonada, que tomaban mientras luego jugaban al ordenador, o a alguno de los juegos de mesa que a Martha le gustaba regalarle a Bruce.
Como en un relámpago, la foto del callejón volvió a la memoria de Kate, y todos aquellos recuerdos parecieron desvanecerse. Sintió un escalofrío y llamó al timbre de la puerta, aunque era obvio que su presencia debía haber sido ya anunciada por las fuertes medidas de seguridad de la mansión. Alfred abrió la puerta, y Kate saltó al pasado de inmediato.
-Dios mío, Alfred, estás igual…
-Muchas gracias, señorita Kane. Debo decir, si me permite, que en cambio, usted está preciosa. Ha pasado de ser una niña encantadora a una mujer realmente bella.
-Alfred, quiero abrazarte-sonrió Kate, con las lágrimas ya mordiéndole en los ojos, y el fiel mayordomo inglés separó los brazos.
-¿Quién soy yo para impedírselo?
Kate abrazó a Alfred con fuerza, un abrazo que había tenido guardado dentro de ella mucho tiempo. Después de la muerte de Martha y Thomas, Bruce se había marchado de Gotham, dejando el control de Industrias Wayne en manos de un consorcio de directivos, pero lo más importante, sin despedirse de nadie. Ni siquiera de Tommy o de ella. Casi a punto de sollozar, Kate se apartó finalmente de Alfred, y este sonrió, atreviéndose a acariciar suavemente el cabello rojo encendido de Kate, mientras se apartaba para permitirla entrar a la casa.
-El señor Bruce la espera en el gabinete-anunció Alfred, cerrando la puerta tras Kate, y esta asintió, dejando su abrigo en manos del eficiente mayordomo. Olía a viejo, a cerrado, aunque había una docena de aromas tratando de ocultar esos olores subyacentes. Habían sido quince años en los que la Mansión Wayne había estado cerrada a cal y canto, demasiado tiempo como para esconderlo con un ambientador.
-Me he informado del estado de sus familiares, señorita Kane-dijo Alfred, mientras se adentraba junto a Kate en el interior de la mansión, un gigantesco museo de alfombras, tapices y obras de arte-. Me ha alegrado saber que su padre y su madre se encuentran bien, y he oído que su hermana es una jovencita tan agraciada como usted. Aun así, lamento que el estado de salud de su abuela haya empeorado, supongo que es una situación difícil para todos… La señora Elizabeth siempre fue una mujer fuerte.
-De armas tomar, más bien-asintió Kate, encogiéndose de hombros-. Nunca superó la muerte de tía Martha, simplemente ha ido enloqueciendo día a día… hasta que ha enloquecido lo suficiente como para que no sea bonito mostrarla en sociedad. Es entonces cuando en Gotham las cosas se convierten en tragedias.
-Una opinión de lo más interesante, señorita-dijo Alfred, y Kate comenzó a escuchar las voces de una conversación procedente del gabinete. Aquella era la sala en la que Thomas Wayne se reunía con sus amigos, con los hombres con los que tenía que hacer negocios. Kate la recordaba llena de olor a tabaco y como algo cerrado, prohibido para ella y el resto de los niños. Alfred abre la puerta, y las voces guardan silencio.
-La señorita Katherine Kane-anunció Alfred, y Kate pegó un respingo. Odiaba que la llamaran Katherine, y Alfred lo sabía. Al igual que aquellos que, suponía, se encontraban allí dentro. Alfred se apartó con una sonrisa, y Kate pudo entrar en el gabinete, una sala amplia, aunque mucho más pequeña y acogedora que el gran salón o la biblioteca de la mansión. El olor a tabaco era más débil, sólo uno de los presentes parecía fumar. La imagen de la foto volvió a centellear en la mente de Kate, que alzó la mirada y recorrió con ella la habitación, tratando de desafiar así quince años de miedo y confusión.
Tommy Elliott estaba sentado en un sillón a la izquierda del gabinete, tan rubio, bronceado y con los ojos tan azules como siempre, el príncipe azul perfecto que ocupaba una y otra vez las listas a los solteros más deseados de Estados Unidos. Sonreía, una sonrisa tan descarada que hacía sonrojar habitualmente a Kate, que la llevaba a un momento de locura, con diecinueve años y más alcohol del que debía en la sangre, al dormitorio de Tommy en la residencia Elliott, mientras su madre dormía en el piso de abajo. Nunca jamás había pasado nada más, pero ese momento parecía haber quedado atrapado en la sonrisa de Tommy, que con sus vaqueros y su jersey náutico, parecía un auténtico hombre de aventuras.
Junto a Tommy, Kate se sorprendió al ver a alguien a quien no esperaba encontrarse allí. Harvey Dent, recientemente nombrado fiscal de Gotham. Su aspecto era tan sobrio como siempre, con sus antepasados mediterráneos tratando de sobrevivir a través de él en su cabello castaño, su piel morena y sus ojos oliváceos. Más formal que Tommy, Dent parecía encontrarse cómodo con su traje de sastre color gris claro, su camisa de vestir azul celeste y su corbata de seda italiana junto a su esposa, Gilda. Probablemente Harvey y Gilda fueran los mejores amigos de Kate, aunque los había conocido mucho después de que Bruce dejara Gotham. Harvey había conseguido los méritos suficientes como para recibir la Beca de Estudios Kane, convirtiéndose en un prestigioso abogado de la ciudad de Gotham; y Gilda había sido compañera de clase de Kate en el instituto, y había sido la propia Kate quien le había presentado a Harvey en un evento social. Harvey y Gilda se habían casado ocho meses después, y Kate había sido la madrina del primer hijo de la pareja, Steven, que ahora tenía dos años. Gilda estaba embarazada de nuevo, e irradiaba felicidad incluso en aquella sala llena de testosterona.
Lucius Fox y Simon Hurt ocupaban el sofá del otro lado de la sala, a la derecha de Kate. El Doctor Simon Hurt, reputado psiquiatra y amigo íntimo de Thomas Wayne, había sido designado por este en su testamento como presidente de la comisión que presidiría Industrias Wayne hasta la mayoría de edad de Bruce, y lo había seguido haciendo mucho después de que Bruce cumpliera los dieciocho, mientras seguía viajando por el mundo y, según todas las noticias, convirtiéndose en un playboy diletante, famoso en toda Europa por sus fugaces romances con modelos y estrellas de cine. Hurt debía andar cerca de los cincuenta, las primeras canas aparecían en sus sienes, y sostenía una copa de coñac. Había una botella de Henessy en una pequeña mesa junto al sillón. Y si Simon Hurt era el presidente del consejo directivo de Industrias Wayne, Lucius Fox era el cerebro de la compañía. También había sido amigo de Thomas, aunque en aquellos tiempos Lucius sólo había sido uno más de los muchos ingenieros que trabajaban en la empresa. Afroamericano, rozando también ya los cincuenta, con el pelo muy corto y una espesa barba, Lucius parecía estar en aquel gabinete como pez fuera del agua.
Leslie Thompkins estaba sentada en el centro de la sala, de espaldas a la puerta. Leslie era doctora, y una altruista empedernida. Sus clínicas para pobres eran, en opinión de Kate, lo mejor que la ciudad de Gotham había dado al mundo, por eso se empeñaba en que una buena parte de la asignación de Industrias Kane para beneficencia fuera a parar a manos de Leslie Thompkins. La doctora, que había colaborado tiempo atrás con Thomas y Martha Wayne, había cumplido ya los sesenta años, era una mujer muy delgada, con el cabello blanco y corto, y unas anticuadas gafas con montura de carey descansaban sobre su nariz. Hacía mucho tiempo que Kate no veía sonreír así a Leslie, y conocía perfectamente el motivo. Leslie adoraba a Bruce, lo había querido desde que era solo un niño, y se había hecho cargo de él en los breves días que transcurrieron entre la muerte de los Wayne y la salida del país de Bruce y Alfred. El regreso de Bruce a Gotham era, para Leslie, como el regreso de su propio hijo.
Y frente a Leslie, apoyado en la mesa del gabinete, vestido con unos dockers y un polo blanco, con el cabello negro y corto, los ojos almendrados y oscuros de Martha, los labios gruesos y carnosos, y el mentón recto que todo el mundo identificaba como una herencia de Thomas Wayne, estaba Bruce.
Bruce, el motivo de todo aquello.
Bruce, que había desaparecido durante quince largos años.
Bruce, al que tantas cosas tenía que reprochar, al que tanto tenía que echar en cara. Las palabras morían en sus labios. ¿Ni una llamada? ¿Ni un e-mail? ¿Ni una carta? ¿Nada? ¿Nada en quince años? ¡Soy tu prima! ¡Éramos amigos! ¿Por qué nos hiciste esto a todos, Bruce? Compartíamos tu dolor, compartíamos tu angustia y tú te marchaste.
Todo aquello se transformó en un quedo gemido en los labios de Kate, que se pronto se encontró abrazada a Bruce, al hombre al que había pensado en abofetear hasta el hartazgo.
-Estoy aquí, Kate-susurraba Bruce-. Estoy aquí y todo va a ir bien…
Y, para su sorpresa, Kate lo creía.
Habían pasado cuatro horas cuando Bruce se encontró por fin a solas en la Mansión, cuando todos sus invitados se marcharon. Casi todos. Lucius le esperaba junto con Alfred en la biblioteca, pero Bruce quería despedir personalmente al resto. Había sido una tarde dura, pero agradable. Volver a ver a Tommy, a Kate, a Leslie… Y juntos habían planificado tantas cosas para la ciudad… Tenían tantos planes… Había sido duro hablar con Hurt, el doctor seguía empeñado en mantener la dirección colegiada de la empresa, al menos hasta que Bruce se acostumbrara a lo que suponía ser el presidente de Empresas Wayne, y aunque Bruce tenía grandes planes para el conglomerado empresarial, de momento seguiría contando con la ayuda de Hurt, que durante quince años había sabido manejar con gran acierto la empresa. Y había sido un placer para él conocer a Harvey Dent, el nuevo fiscal del distrito, al que Tommy había llevado a la reunión como Tommy solía hacer las cosas: por sorpresa y sin avisar a nadie. Harvey había encajado perfectamente con Bruce, los dos tenían un ansia de justicia que era, quizá, más grande que ellos mismos. De hecho, Harvey había sido capaz de hacer algo que jamás se había hecho en Gotham: acusar de múltiples asesinatos y desapariciones a Mario Falcone, el gran capo de la mafia italoamericana en Gotham. Por supuesto, Mario Falcone era sólo una de las muchas cabezas que tenía la hidra de las mafias en Gotham. Los rusos se habían hecho con una buena parte de la tarta de los negocios ilegales, había bandas independientes en el East End y en la Colina, violencia callejera en el Parque Robinson… muchas personas no se atrevían siquiera a usar el monorraíl, la mayor contribución de Thomas Wayne a la ciudad (junto con el Hospital Wayne) más allá de las seis de la tarde. Mario Falcone era solo la punta del iceberg del crimen en Gotham… pero era una punta muy visible, y un proceso a los Falcone era algo que nunca había sucedido. Y Harvey Dent estaba completamente dispuesto a llevar a Mario a juicio, algo que Bruce esperaba ver pronto.
Cuando el coche de Kate salió de la Mansión, finalmente Bruce volvió al interior, y se dirigió hacia la biblioteca. Alfred y Lucius guardaron silencio repentinamente cuando Bruce entró en la enorme sala, y él sonrió. Obviamente, habían estado hablando de él.
-Podéis seguir-dijo Bruce, encogiéndose de hombros y cogiendo un libro que alguno de los dos (probablemente Lucius) había estado ojeando y luego había dejado en una mesita. El Arte de la Guerra, de Sun-Tzu. Sonrió, era un título extremadamente apropiado.
-Le estaba comentando a Alfred las buenas migas que has hecho con el joven Dent. Es un hombre realmente extraordinario. ¿Sabíais que en Gotham le llaman «El Caballero Brillante»?
-Un curioso apelativo-comentó Bruce, y Lucius asintió.
-Gotham necesita algo así. La policía está corrupta hasta puntos que no podemos ni llegarnos a imaginar, la gente enloquece en las calles, el índice de criminalidad de la ciudad triplica el del resto del país. Nueva York, Chicago y Detroit parecen el paraíso para la ley cuando se comparan con Gotham. Harvey ha dado a la ciudad algo que habían perdido hace mucho.
-Esperanza-dijo Bruce, y Lucius asintió-. Espero poder ayudarle. De momento, Industrias Wayne le dará todo su apoyo, profesional… y personal.
-Los Falcone son gente peligrosa, Dent necesitará mucha ayuda-afirmó Lucius, y Bruce guardó silencio unos instantes.
-¿Está todo listo, Lucius?-preguntó, y Fox asintió.
-Todo, lo he hecho en el mayor secreto y con tus especificaciones. Los obreros fueron contratados de fuera, cuadrillas de diferentes países, que han sido devueltos a sus zonas de origen según han ido terminando sus trabajos. Igual con los técnicos y los ingenieros. Sólo yo he visto los planos completos de lo que has querido hacer, y ni siquiera Hurt sabe que existe. He distribuido los fondos necesarios en las dotaciones para varias grandes cuentas, así que tampoco hay un rastro económico que pueda llevar a nadie a este enorme capricho tuyo.
-¿Capricho?-sonrió Bruce, y Lucius asintió.
-¿Cómo lo llamas tú?
Bruce guardó silencio mientras se dirigía la reloj de la biblioteca, abrió el cristal que cubría las manecillas, y mas movió de modo que las segundero, minutero y horario coincidieron sobre un punto que no debía estar en el reloj, que ningún otro reloj tenía: la hora número trece. Con un crujido, el reloj se desplazó lateralmente, abriéndose tras él una estrecha abertura iluminada por luces LED, y con una escalera que descendía.
-Refugio-respondió Bruce, mientras comenzaba a bajar las escaleras hacia la cueva sobre la que Andrew Wayne había construido la Mansión Wayne más de cien años atrás.
Hace veinte años.
Bruce no ha sabido lo que es el verdadero momento hasta este momento, cuando el suelo cede bajo sus pies. Grita, y ve como Tommy, que se ha dado cuenta de que Bruce está desapareciendo en la tierra, corre para intentar sujetarle, pero no lo consigue. Bruce desaparece, y Tommy grita, llamando al señor y la señora Wayne.
Thomas llega pocos minutos después, aunque a Bruce le parecieron una eternidad.
-¡Tranquilo, Bruce, te sacaremos!-dice Thomas, pero Bruce no se atreve ni a contestar. Ha caído en el interior de una cueva, sobre un charco de agua. Estalagmitas y estalactitas le rodean, y el techo de la cueva parece latir sobre él.
Son murciélagos. Centenares, quizá miles de murciélagos. El hedor es espeluznante, y después, Bruce sabría que, si no hubiera habida alguna otra salida que permitiera la entrada del aire fresco en la cueva, hubiera muerto ese día a causa de la acumulación del metano provocada por el guano de murciélago. A pesar del dolor que siente en una pierna, Bruce no se atreve a gritar, ni a moverse.
Sólo cuando le sacaron y le escayolaron la fractura, solo cuando le devolvieron a casa y Tommy pudo quedarse a dormir con él, solo cuando Thomas les cuenta las viejas historias de los Miagani, el Pueblo del Murciélago que había vivido en aquellas tierras y en aquellas cuevas, Bruce se atreve a pensar en todo lo que ha visto. Y recuerda.
Recuerda que la caverna en la que ha caído no es más que una pequeña sala en lo que debe ser un gran laberinto subterráneo, en un universo del inframundo. Bruce recuerda… y almacena ese recuerdo.
Junto con el recuerdo del miedo.
Ahora.
Bruce Wayne se encuentra en el centro de la sala principal que los hombres de Lucius han construido en el entorno subterráneo de la mansión. Siguiendo las órdenes de Bruce, no hay nada que evidencie que aquello es algo diferente a una caverna, pero las pistas están allí, en los proyectores y los lectores camuflados en las estalactitas y estalagmitas. En los sensores de temperatura y presión del suelo.
-Adelante, Bruce-dijo Lucius-. Pruébalo.
Bruce asintió, con cierto nerviosismo, y alzó las manos. Hubo un zumbido sordo cuando todos los sistemas de energía de la caverna se pusieron a funcionar simultáneamente, y la caverna se convirtió en una esfera perfecta holográfica, con Bruce en el centro. Un centenar de pantallas holográficas de alta resolución ocupaban toda la esfera, y mientras Bruce movía las manos ante él, teclados virtuales y un panel de control holográfico aparecieron ante él.
-Dios bendito…-susurró Alfred, y Lucius se encogió de hombros.
-Más o menos. Desde aquí puede acceder a cualquier entorno informático, a cualquier sistema de seguridad de la ciudad, a cualquier sistema de información, e interactuar con él de formas que no soy capaz ni de describir. A mis nietos les encantaría algo así para jugar a sus juegos de esas malditas consolas de las que no hay nadie capaz de arrancarles. ¿Satisfecho, Bruce?
Bruce mueve las manos sobre el panel, y una imagen aparece en todas las pantallas de forma simultánea. La fotografía que el Gotham Gazette había publicado, la imagen del «Callejón del Crimen», como habían llamado a Park Row desde aquella noche. Lucius miró incómodo a Alfred, que tosió discretamente. Bruce hizo desaparecer todas las pantallas, salvo una, que flotó a unos palmos de él. Extendió la mano, tocó con los dedos aquella imagen, y la giró, transformando aquella fotografía en una foto de archivo de la policía de Gotham. Nunca había podido olvidar el rostro del hombre que había matado a sus padres en aquel callejón.
-Joe Chill-dijo Bruce, y pasó una mano por el panel de control. Todo desapareció y se quedó solo en el centro de la cueva. Se volvió hacia Lucius y Alfred-. Treinta y cinco años en 1997, cuando asaltó a mis padres en Park Row. Venía a robar. El móvil, la cartera de mi padre, los relojes, el collar de mi madre… Pero nunca los tocó. Nunca hizo ademán de ir a coger nada. Como si fuera a tener todo el tiempo del mundo para hacerlo cuando nos hubiera matado a todos. Cuando llegó la policía, Chill no trató de huir. Quiso matarme.
-Bruce, ¿qué…?-comenzó a decir Lucius, pero la mirada de Bruce le hizo callar.
-Hh. Joe Chill no estaba en aquel callejón para robar, Lucius. Estaba allí para matar. Para matarme a mí, para matar a mis padres, probablemente haciéndolo pasar por un robo. Yo estoy vivo sólo porque la policía llegó a tiempo. Aunque ya había matado a mis padres, aunque ya tenía todo lo que podíamos darle, me hubiera matado. ¿Y sabes que es lo más curioso de todo esto, Lucius?
-Bruce, no…
-Que Joe Chill nunca existió. No hay datos de Chill antes de ese día. No hay ficha policial, ficha médica ni nada parecido. Fue identificado por el carné de conducir que llevaba encima, pero probablemente fuera falso. Nadie sabe de verdad quien era Joe Chill. Tú lo has dicho antes, la policía de Gotham está corrupta hasta niveles que no podemos ni imaginar. La policía… y la propia ciudad.
-Entonces, por eso has vuelto-dijo Lucius, y Bruce asintió.
-Esto-señaló hacia los dispositivos que Lucius se había encargado de instalar- es sólo el principio. Voy a averiguar quién era Joe Chill. Voy a averiguar quien mató a mis padres. Y voy a impedir que nadie más viva lo que yo tuve que vivir en esta ciudad, Lucius. Esto… es sólo el principio.
1.- En 1975 se estrenó una versión de este personaje, con Alain Delon como el Zorro y dirigida por DuccioTessari, una especie de spaghetti western con el Zorro de por medio.
LA CUEVA DEL MURCIÉLAGO.
Primer correo de esta nueva serie de Batman, que me siento orgulloso de haber podido escribir. Y es que voy a aprovechar este correo para dar las gracias a Carlos Fortuny por su iniciativa y a Carlos Correia por su apoyo para que este nuevo mundo DCTópico haya salido adelante… o eso parece, si no, no estaríais leyendo esto.
¿Por qué participar en nuevo universo DC? Pues… porque no se puede decir que no a algo así. Reinventar Batman, ¿quién no ha soñado con hacer eso? Yo, miles de veces. Y ahora, se me ha dado la oportunidad, no de hacer un fic sobre el Murciélago, no. Se me ha dado la oportunidad de crear al Murciélago. Obviamente, en algo así, es imposible trabajar desde cero. Hay setenta años de historia detrás de Batman, setenta años que no pueden ser ignorados… aunque sí actualizados y revisados. Este mundo es un mundo más moderno. Mi aventura transcurre en 2012, así que los padres de Bruce fueron asesinados en 1997. Muy lejos de la época de los cines y los collares de perlas, aunque esto sean cuestiones inseparables del nacimiento de Batman. Y aquí están, actualizados. Las fuentes de las que bebo son obvias: desde Bob Kane a Grant Morrison, pasando por Jeph Loeb, todo ello para crear un Batman contemporáneo, una historia de Batman que pudiera estar ocurriendo hoy, ahí fuera.
Una nueva historia para el Murciélago.
Espero estar a la altura.
Buen comienzo del nuevo murciélago, la batcueva me ha impresinado la verdad jejeje
Lo que no me esperaba para nada era la inclusión de Katherine Kane, tengo grandes dudas sobre como vas a usar a este personaje la verdad. ^^
Lo que más me ha gustado ha sido la escena del atraco. ^^
Me ha surgido la duda de qué ha estado haciendo Alfred esos quince años… ¿Él se quedó en Gotham?
Muy prometedoras las palabras del final de Bruce… Habrá que esperar al próximo capi. ^^
Un buen capítulo de introducción. Aunque a mi personalmente, lo que me han dado es ganas de leer un capitulo de Batwoman. Sera Kate Kane Batwoman en este nuevo universo? Si es asi espero que en algun momento te decidas a escribir su serie, me ha dado la sensacion de que lo haríasuy bien
Lo harías muy bien, disculpad la errata del comentario anterior XD