Hijo de Odín y Gea, dios del trueno, portador de Mjölnir, el martillo encantado hecho del mineral místico de Uru. Cuando Midgard o Asgard corren peligro, los cielos retumban saludando a su defensor más aguerrido.
#509 – Falta de esperanza III
Recuerda a los viejos amigos…
Por Bergil
Fecha de publicación: Mes 24 – 4/00
Desde lo alto del precipicio, Thor contemplaba con estupor el espectáculo que se desarrollaba en la llanura al pie de la elevación en la que se encontraba. Un borrón del que no cabía precisar la forma se desplazaba a toda velocidad, seguido a escasos metros por un relámpago que no conocía obstáculo en su incansable persecución.
Thor creía saber qué era aquel borrón. Devanándose los sesos, buscó una manera de acabar con aquella tortura: aunque de modo apenas perceptible, el relámpago iba reduciendo la distancia que le separaba de su objetivo, y resultaba claro que acabaría alcanzándole. Eso, si el perseguido no tropezaba antes.
Convocando el poder de la tormenta, Thor envió un rayo que interceptara el que discurría por la llanura. Pero el efecto provocado fue el opuesto al que el dios del trueno perseguía. El relámpago de la llanura pareció absorber el lanzado contra él no bien le impactó, aumentando así su intensidad y velocidad.
– ¡Por el lobo Fenris! -exclamó Thor-. Si el dios del trueno no es más cuidadoso, corre el peligro de condenar a aquel a quien desea salvar.
Furioso, Thor golpeó con Mjölnir la roca que se alzaba a su espalda, que resonó con un eco metálico. Sorprendido, Thor la golpeó de nuevo. No había duda: se trataba de un inmenso bloque de hierro casi puro que, por un extraño azar, había quedado al descubierto.
Golpeando cuidadosamente y con la cadencia adecuada, para no atraer el relámpago (1), Thor descargó su martillo encantado sobre el monolito. Cuando su casco comenzó a desajustarse, como si tuviera vida propia, comprendió que había llegado el momento. Poniendo a Mjölnir en el cinto, tomó aliento y flexionó sus poderosos músculos para levantar en vilo la mole metálica.
– ¡Atención, amigo! -gritó-. ¡Aquí!
El borrón dejó de zigzaguear y se dirigió en línea recta hacia el risco en que se encontraba Thor. Si el dios del trueno fallaba en su propósito, quedaría aplastado contra la pared, o alcanzado por el relámpago… o, más probablemente, ambas cosas, una detrás de la otra.
Thor pudo percibir que el borrón había aumentado su velocidad, aumentando ligeramente la distancia que le separaba de su irracional perseguidor.
«Es el momento«, pensó el dios del trueno. «Ahora o nunca«.
Poniendo toda su alma en el empeño, calculó la trayectoria y lanzó el peñasco para que interceptara la trayectoria del borrón. Éste pasó bajo él cuando aún se encontraba a unos veinte metros del suelo. Cogiendo a Mjölnir, Thor lanzó un rayo que impactó directamente en el proyectil. Segundos después, alcanzado por relámpago perseguidor, se hacía añicos, sembrando de metralla la llanura. El borrón pudo esquivar la mayoría de los pedazos grandes, pero uno de ellos le alcanzó de refilón. Cuando cayó desvanecido al suelo, Thor pudo ver que sus sospechas eran ciertas: se trataba de…
– ¡Hermod! ¡Resistid, amigo mío! -gritó, mientras descendía hacia la llanura.
El joven aesir yacía inconsciente en el suelo. El impacto no había sido nada serio: un simple rasguño del que no tardaría en recuperarse, aunque bastante aparatoso, por la sangre que manaba. Improvisando una venda con un jirón de su capa, el dios del trueno contuvo la hemorragia. Cargándole sobre sus hombros, caminó con Hermod hasta llegar a la sombra de unos árbole que crecían a la orilla de un pequeño lago. Allí se sentó y esperó hasta que Hermod recobró la consciencia.
No tuvo que esperar demasiado. A los pocos minutos, Hermod abrió los ojos y se incorporó.
– Tranquilo, buen Hermod -dijo Thor-. Habéis recibido un fuerte golpe. Tomad -añadió, tendiéndole una de las cada vez más escasas manzanas de Idunn-: esto os ayudará a reponeros.
Mientras masticaba con avidez la manzana, Hermod intentó hablar, pero Thor le atajó:
– No queráis que vuestra lengua sea tan rápida como vuestros pies, Hermod. Esperad a haber terminado la manzana y entonces podremos hablar todo lo que queráis.
El joven dios de la velocidad obedeció y comió la fruta en silencio. Tras tragar el último bocado, se dirigió a Thor en estos términos:
– Gracias os sean dadas, hijo de Odín. Si no es por vos…
– ¿Qué es lo que os sucedió? ¿Qué era aquello que os perseguía?
– Podríais someterme a la tortura de las fauces del Nidhegg, y ni aun así sería capaz de narraros lo que me sucedió. Todo lo que recuerdo es que hace algún tiempo… ¿días? ¿semanas? No podría precisarlo… hace algún tiempo, os decía, aparecí en mitad de una llanura parecida a esta. Mientras estaba preguntándome qué es lo que me había ocurrido, el relámpago con el que habéis terminado surgió de la nada y se acercó hacia mí. Viendo que destruía todo lo que encontraba a su paso, juzgué más prudente alejarme de él, pero fue inútil: por mucho que corriera, siempre estaba ahí cuando miraba hacia atrás. Sólo podía alimentarme de los frutos que cazaba al vuelo cuando pasaba cerca de algún árbol, pues no me atrevía a detenerme siquiera unos instantes. Mis fuerzas estaban ya próximas a extinguirse cuando recibí vuestro inesperado auxilio. ¿Cómo habéis logrado acabar con esa chispa infernal que no me daba tregua?
– Ni yo mismo lo sé. Es algo que los nativos de Midgard denominan magnetismo. Golpeando el hierro con una cierta cadencia, el mineral se transforma en un imán que, si es lo bastante grande, puede atraer los rayos. Fue cuestión de pura suerte el hallar ese peñasco que lancé hacia el relámpago que os perseguía. Lo que siento de veras es haberos causado esa herida.
– ¡Bah! No os preocupéis, mi príncipe. Apenas si es un rasguño. ¿Y ahora?
– ¿Y ahora qué?
– ¿Marchamos hacia la capital del reino a enfrentar a los culpables de todo esto?
«¡Por Odín! ¿Fui yo alguna vez tan impulsivo? Parece que hace eones…«, pensó Thor, olvidando que no hacía tantos siglos que se lanzaba de cabeza al peligro, sin pensar en las consecuencias. Con una sonrisa, dijo en voz alta:
– Sí, mi buen Hermod. Marcharemos hacia la capital, pero por distintos caminos.
– ¿Qué queréis decir?
– Quiero decir -prosiguió Thor-, que yo he de continuar mi ruta en solitario, mientras que vos debéis partir… hacia allá -señaló, después de calcular durante unos momentos dónde se encontraría Odín-. Con vuestra velocidad, deberíais alcanzarle en unos pocos días, sin necesidad de forzar la marcha.
– Si pensáis que eso es lo correcto…
– En efecto, es lo que pienso. Será más seguro para vos, para mí… y para el Padre de Todos.
– Muy bien, príncipe -dijo Hermod, inclinándose-. Hasta la vista, pues.
Unos segundos después, Hermod no era sino una nube de polvo en la lejanía.
Días más tarde, perdido en sus pensamientos, Thor caminaba por una amplia llanura. De repente fue arrancado de su ensimismamiento por un estruendo horrísono. Cuando levanto la vista y bsucó el origen de semejante barahúnda, pudo distinguir que a unos centenares de metros a su izquierda había un extraño resplandor. Thor caminó hacia él.
Conforme se acercaba, pudo ver que tanto el estruendo como el resplandor provenían de una depresión de unos diez metros de profundidad y otros tantos de diámetro. El origen del sonido era imposible de precisar, pero el del resplandor resultaba meridianamente claro: las pulidas paredes de la oquedad reflejaban la menor chispa de luz que caía sobre ellas, multiplicándola una y otra vez hasta resultar cegadoras.
En el centro de la oquedad, aprisionado con sólidos grilletes fijados a la roca, se encontraba el guardián de Bifrost, el puente del arco iris que unía Asgard con Midgard. Thor sólo podía alcanzar a imaginar el terrible suplicio que supondría para Heimdall la situación a la que se encontraba: debio a que sus sentidos eran mucho más agudos que los de los demás asgardianos, debía encontrarse al borde de la locura.
Sin dudarlo un instante, y haciendo visera con la mano para disminuir en la medida de los posible el resplandor que llegaba a sus ojos, Thor avanzó con decisión. Gracias a Mjölnir, los grilletes no supusieron problema alguno. Cargó a Heimdall y salió de la cavidad.
Cuando se hubo alejado lo suficiente, depósito a Heimdall en el suelo, y le vendó los ojos con una pieza de su cada vez más disminuida capa. Cuando vio que Heimdall comenzaba a moverse, y que instintivamente llevaba su mano a la venda, le detuvo en su movimiento, gentilmente pero con firmeza.
– No, bravo Heimdall. Es mejor que durante algunas horas todavía llevéis cubiertos vuestros ojos.
– ¡Thor! ¿Sois vos? ¡Gracias sean dadas por vuestro regreso!
– En efecto, mi buen amigo, soy yo. Mantened esa venda sobre vuestros ojos hasta que sea de noche, para que la luz del sol no los irrite aún más. Y masticad mientras tanto esta manzana, que repondrá vuestro vigor.
– Así lo haré, mi señor -dijo Heimdall, tomando la manzana y dando un buen mordisco-. Ambas cosas. ¿Cuándo habéis regresado al Reino Dorado? Y Odín, ¿ha…? -se interrumpió, temeroso.
– No temáis, Heimdall. Mi padre ha regresado con nosotros a Asgard, y en estos momentos se encamina, al igual que yo, hacia la capital.
– ¿Nosotros, habéis dicho? ¿Quién más volvió con vos y vuestro padre a Asgard? -. Heimdall no se atrevió a dar nombre alguno.
Thor, por su parte, tampoco sabía cómo comportarse con Heimdall. Recordaba bien lo que el vigía de Asgard había sentido por la hermosa Encantadora, y no estaba ahora demasiado seguro de sus sentimientos hacia Amora. Tantos días viajando en solitario le habían dado la ocasión de meditar largamente. Finalmente se decidió por decir las cosas del modo más escueto posible.
– Bueno, con nosotros vinieron Ulik el troll y… la Encantadora -el breve titubeo no pasó desapercibido para el oído de Heimdall, pero decidió no dale importancia.
– ¿Amora? Y -intentando aparentar indiferencia-, ¿dónde se encuentra ella ahora?
– Viaja con mi padre y un ejército de trolls hacia la capital, buen Heimdall. No separamos hace ya algunas semanas, y deben encontrarse ahora bastante próximos a las murallas.
– ¿Y mi hermana? ¿Sabéis algo de Sif?
– No, buen Heimdall -dijo Thor, sintiendo una punzada en el corazón-. En mi periplo hacia la capital no he encontrado a vuestra valiente hermana. Su valor y habilidad sin duda serían de gran ayuda en la dura lucha que sin duda nos aguarda. Pero no desesperéis, Heimdall -se apresuró a añadir, ante el temor de deprimir a su interlocutor-: es muy probable que mi padre la haya encontrado. De hecho, el motivo de separarnos fue el de cubrir el mayor terreno posible.
Thor y Heimdall siguieron hablando hasta que se hizo de noche. Entonces, Thor aflojó la venda de Heimdall y se despidieron:
– Hasta prnto, Heimdall. Procurad viajar de noche, al menos al principio, hasta que vuestros ojos dejen de estar irritados. En pocos días deberíais encontraros con el grupo de mi padre. Y es muy probable que la bella lady Sif se encuentre ya con él.
Varias jornadas después, Thor calculó que se hallaba a no más de dos semanas de marcha de la capital. Dejando aparte las circunstancias que le habían obligado a ello, agradecía aquella larga marcha a pie. La soledad y la tranquilidad en la que se encontraba le habían permitido meditar profundamente y poner en paz su espíritu ante lo que se avecinaba.
De repente, unas risas entremezcladas con gritos de dolor llamaron su atención.
Cuando la amenaza del Ragnarok se cernía sobre Asgard, Odín tomó a un simple periodista y le convirtió en el dios del trueno. Ahora, tras la amenaza de Onslaught, vuelve uno de los héroes más renuentes de todos..
HISTORIAS DE ASGARD PRESENTA…
RED NORVELL
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– ¿Y tú quien eres? -replicó Red a su gigantesco interlocutor, sin dejar que su tamaño le amilanara.
– Yo he preguntado primero, así que contesta.
– Bien, ya que lo preguntas, me llamo Norvell. Hace unos días llevé al hospital a un hombre al que acababan de pegar una paliza. Cuando esta mañana pasé por la clínica a ver cómo se encontraba, me dijeron que se había marchado sin decir a dónde iba. Me preocupa que pueda pasarle otra vez lo mismo, y… creo que ya he dicho bastante. ¿Quién eres tú?
– Alguien que se preocupa por el barrio. Bien, Norvell, volveremos a vernos.
Cuando Red hubo desaparecido, el gigante sacó un comunicador:
– ¿Dwayne? Ya he hablado con el curioso. Parece sincero. Creo que es de fiar.
A la mañana siguiente, Red se dirigió a las oficinas del Daily Bugle. Había tenido una idea.
– Disculpe -dijo en recepción-, quisiera hablar con Ben Urich.
– ¿El señor Urich? En la sección de Local. Un momento que le llamo… -. Tras una pausa de unos segundos-: ¿Señor Urich? … Sí, aquí hay alguien que quiere verle… ¿Su nombre? Pues no me lo ha dicho. ¿Cuál es su nombre? -preguntó, dirigiéndose a Red.
– Norvell. Red Norvell.
– ¿Señor Urich? … Es Red Norvell… ¿Cómo? ¿Que viene para acá? … Muy bien, se lo diré -. Tras colgar, se dirigió a Red-. El señor Urich viene para acá.
Segundos después apareció Ben Urich, con el enésimo cigarrillo de la mañana colgando de la comisura de su boca.
– Norvell, ¿no? -preguntó, estrechando la mano de Red-. Creí que eras más bajo. ¿Tienes un rato libre?
– Todo el que sea necesario, Urich.
– Bien, bien. Espera que cojo mi chaqueta y podremos salir a tomar algo -. Cuando volvió con su chaqueta, dijo al recepcionista-: Mo, si me buscan, di que he salido un momento y que enseguida vuelvo, ¿de acuerdo? -y dirigiéndose a Red-: ¿Vamos?
– Tú guías, Urich.
Fueron hasta un pequeño local a algunas manzanas del edificio del periódico. Allí, Ben pidió un café («muy cargado«, dijo), mientras que Red devoraba un bocadillo de salami con ensalada.
– Y bien, Norvell, ¿de qué se trata?
– Pues verás… no es que haya nada específico, pero… -y Red procedió a narrarle, sin omitir detalle, todo lo que había ocurrido desde que vio a Portals siendo golpeado en el callejón-. Como verás, no hay nada especialmente anormal, pero creo que está pasando algo raro.
– Te voy a ser sincero, Norvell -dijo Ben, tras dar una larga calada a su cigarrillo-. Cuando oi tu nombre, estuve a punto de dar una excusa para que te largaras. Asúmelo, Norvell -prosiguió, extrañado ante la serenidad que manifestaba Red-, no tienes buena fama. Los escándalos se te pegan como las pulgas al perro flaco. Pero hay algo que me induce a confiar en tí. Sólo espero que no tenga que lamentarlo.
Ben siguió hablando durante varios minutos. Cuando se despidió de red con un apretón, le hizo una última observación:
– Me mantendrás informado de lo que averigües, ¿Eh?
– Por supuesto. Mi interés en resolver este asunto es puramente personal, no profesional. Si descubro algo, tú tendrás la exclusiva.
– Muy bien. Pues hasta pronto… espero.
El resto del día, Red lo dedicó a deambular por la ciudad. Pensó en pasarse por la clínica para ver a la doctora Matthews, pero finalmente optó por no hacerlo. Sin embargo, cuando ya anochecía, sus pasos le llevaron hacia la zona en que encontró por primera vez a Portals Se detuvo unos momentos a la entrada del callejón, y se disponía a atravesarlo cuando oyó un leve ruido a su espalda, como el de una persona que cae de un salto desde arriba. Se dio la vuelta lentamente, lamentando no llevar su martillo… por si acaso.
– ¿Tú? -dijo, al ver quién se encontraba ante él-. Pero ¿no habías cambiado de traje?
(1) Cosa que ocurre si Mjölnir es golpeado dos veces seguidas, como el Hombre Absorbente pudo comprobar, muy a su pesar, en Thor # 504.
Saludos a todos. Espero que disfrutéis con la colección, y recibir vuestros mensajes en Crónicas del Norte – Correo de los lectores (bergil@altavista.net).
En el próximo número: Finalmente, Thor llega ante las puertas de la capital, pero ¿rescatará antes a más aesires? ¿Quién está detrás de lo sucedido a los asgardianos? No te pierdas la conclusión de Falta de Esperanza en Thor # 510.