Marvel Spotlight #19 – Nick Furia, el hombre que pudo reinar #1

Marvel Spotlight #19Durante cerca de 50 años, Nicholas Fury fue un paladín de la libertad en una época en que el mundo se tambaleó en el filo de la navaja. Hoy, cuando el mundo se recupera del Onslaught, nuevas amenazas surgen por doquier y el director de SHIELD ya no está para combatirlas. ¿O tal vez sí?

#19 – Nick Furia, el hombre que pudo reinar #1
Extraños en la noche

Por Dani Pereda y Alberto Reyes


Fecha de publicación: Mes 23 – 3/00


Este de Asia, 19:30

La nave cruzaba el cielo como un destello gris; a bordo, 350 pasajeros cubrían la ruta París-Tsingtao. Uno de ellos, uno de los héroes más poderosos de la Tierra, un Vengador. Pero esta no era una misión de los Vengadores, sino suya.

«Y más vale que siga siendo así»- pensó Natasha Romanova, la elegante heroína conocida y temida como la Viuda Negra- «No me gusta mezclar a los Vengadores en este tipo de cosas. Si algo se complica, sé que tendría que hacer cosas que no encajan bien con su estilo».

Por el altavoz supo que estaba próxima a su destino: Tsingtao. La gran ciudad del este de China, que constituía el comienzo del mar Amarillo, una pequeña franja del Mar de la China compartida por ésta y las dos Coreas.»Y un maldito atolladero, donde me estoy metiendo de cabeza»

Natasha se revolvió en su asiento, incomoda con la situación en la que se encontraba. Había mentido a sus compañeros, diciéndoles que SHIELD había solicitado su colaboración para una misión de extrema importancia, y, por supuesto, secreta. No era cierto; al menos, no completamente. Pero sabía que no podía contar a nadie lo que estaba sucediendo. Aún no. Tanto porque era una información extremadamente sensible como porque, a fin de cuentas, no sabía del todo que estaba pasando.

– Qué típico de él meterme en esto sin la menor pista de que puede estar pasando – rezongó la Viuda – Me está bien empleado por seguir jugando a espías a mi edad.

Pero, en su fuero interno, ella sabía que esto no era un juego. Con él nunca lo era.

«Suponiendo que sea él de verdad, y no una trampa muy elaborada. Debí estar loca para dejarle que me metiera en esto»


Montes Adirondacks, 48 horas antes

Odiaba que la interrumpieran en mitad de su lectura. Desde que era propiestaria de la casa, comprada con no pocas dificultades al millonario Warren Worthington III, había convertido ese lugar en un remanso de paz donde podía acudir en sus momentos de descanso entre misiones de los Vengadores, encargos de SHIELD o cosas parecidas. Allí siempre podía leer un buen libro de Solhenitzin o Dostoievski sin ser molestada. Sin embargo, sus responsabilidades adquiridas la habían obligado a poner una línea telefónica de acceso restringido vía satelite para poder comunicar con la Mansión o SHIELD en cualquier momento, y viceversa. Así que, cuando sonó el teléfono, su sentido de la responsabilidad se impuso a las ganas de lanzarle algun objeto contudente al aparato y se levantó para contestar. Al descolgar, una voz indefinida respondió desde el otro lado:

– Diga

– Ma’am Gomanova, por favor.

«Hombre, de treinta a cuarenta y cinco, francés»

– ¿Quién la busca?

– Llamo de pagte de Odín

Su mano se crispo levemente sobre el auricular

– ¿Quién es? – insistio ella

– Sólo un amigo suyo

– ¿Qué mensaje tiene para mí?

– Odín dice: «Gagnagok se acegca, geunig a los Aesiges». Gepito: «Gagnagok se acegca, geunig a los Aesiges». Configmag mensaje.

– Mensaje confirmado

La comunicación se cortó, y Natasha Romanova se puso en marcha. No era mujer de desperdiciar el tiempo. Se enfundó un caro pero discreto vestido de Oscar de la Renta, por supuesto de color negro, dijo al Capitán América que debía partir en misión para SHIELD y partió con rumbo desconocido. Su ultima parada fue una sucursal de su banco suizo, donde retiró su último depósito, un pequeño Cd-Rom de aspecto vulgar.


China, 20:30 P.M.

Atravesó la aduana como una persona normal, usando unos documentos perfectamente falsificados. Desde el asunto de Genosha1, las relaciones de los Vengadores con algunos países como China se habían enfriado mucho.

Sin el respaldo de la ONU, los Vengadores volvían a ser un grupo de superseres americanos, y dejar entrar americanos sin control en China no era algo por lo que destacasen ninguno de los dos gobiernos.

«Además, – se dijo a si misma la Viuda – cuanto menos gente sepa de mi presencia, mejor para todos».

Tras pasar los controles de rutina, abandonó el aeropuerto a pie.

Se encontraba en las afueras de Tsingtao, cerca de la carretera que unía esta ciudad con Weifang. Tomó el terminal portátil que la conectaba con el ordenador de los Vengadores e introdujo el Cd-Rom. En pantalla apareció un mapa detallado de la ciudad. Un pequeño local, situado en lo que parecía ser un barrio poco turístico, estaba señalado en rojo.

– Allá vamos.


Cantina «Río Amarillo», Tsingtao, dos horas después.

El hombre estaba sentado en un rincón, con la espalda apoyada contra la pared. Hacía años que había aprendido por las malas que esa era la mejor forma de evitar que te sorprendan por detrás. Nadie parecía hacerle demasiado caso. Mejor. Lo último que ahora necesitaba era una de esas exhibiciones públicas de su heroísmo a las que eran tan afectos los miembros del gobierno. El asunto que le había traído tan cerca de las dos Coreas era de esos que deben ser llevados en la intimidad.

«Y no hay demasiado de eso en un régimen comunista, ¿verdad?»

Una sonrisa amarga apareció en su rostro. Debido a su posición como ídolo del pueblo, no se le había permitido tener una opinión pública respecto a casi nada. Todo debía pasar un riguroso filtro por el bien de la «salud pública», como la llamaban sus antiguos jefes. Sin embargo, eso no significaba que no tuviera su propia forma de pensar o su propio criterio respecto a la situación política y social de su país. De hecho, fue el expresar esas opiniones «subversivas» a ciertos amigos, que él pensaba eran de confianza, lo que le había llevado a la pérdida de privilegios y apoyo social. Sin embargo, pese a no contar ya con el apoyo del gobierno, seguía haciendo su trabajo: proteger al pueblo, aunque fuera él contra todos, como le había pasado ya más de una vez.

«Si, siempre yo sólo contra el mundo. Como Gary Cooper en aquella película»

Pero desechó esos pensamientos con un movimiento de cabeza, y se obligó a centrarse en el asunto que le había traído hasta este mugriento lugar.

Un viejo conocido, al que nunca había considerado su amigo, había requerido su participación para evitar algo que, de concretarse, podría derivar en un baño de sangre en Asia oriental, y él, fiel a su pueblo, se había visto abocado a intervenir.

«Y por eso estoy aquí sentado, perdiendo el tiempo, mientras una plaga puede estar extendiéndose por mi país. Maldita la hora en que me metí en estos jueguecitos de espías»

Entonces entró. Llamaba la atención en cuanto se la veía: pelirroja, treinta y tantos, un carísimo vestido negro ajustado y un abrigo, igualmente negro, acompañados por una expresión de lo más peligrosa.

«Debe de ser ella» – pensó.

Se levantó para abordarla, pero alguien se le adelantó.

-¡Eh, guapa! Ven conmigo y acéptame una copa2– un borracho de unos ciento veinte kilos de grasa la agarró del brazo.

Iba a intervenir, pero prefirió observar lo que ocurría. Si podía apañárselas estaría seguro de su identidad. Y así ocurrió.

Natasha Romanova lanzó un suspiro de hastío. Era el cuarto tipo similar que se encontraba en media hora, y estaba empezando a hartarse. Con una rápida maniobra, se colocó a su espalda, sujetando fuertemente aquel enorme brazo. Una patada corta a la rodilla acabó con el sujeto en el suelo, tan deprisa que no pudo reaccionar. Miró alrededor para prevenir cualquier otra agresión, pero nadie pareció darse cuenta de lo que ocurría. Si así fue, nadie le prestó demasiada atención.

«Deben estar acostumbrados» – razonó la Viuda – «Para que luego se quejen de la corrupcion del capitalismo. En todas partes lo mismo»

Avanzó hacia el interior del establecimiento, confiando en no tener que pasar demasiado tiempo en ese cuchitril infecto, cuando una fuerte mano se le posó en el hombro. Ya le iba a aplicar el mismo tratamiento que al anterior,cuando oyó que le decían:

– ¿Ma’am Romanova?

– ¿Quién lo pregunta?

– Un amigo de Odín.

No era la voz del teléfono. Este era asiático, y hablaba inglés. La Viuda se giró, y se encontró de frente con un hombre de atuendo tan oscuro como el suyo propio, y una cara de hastio que le recordaba la que veia por las ma;anas en el espejo. Tenía un aura oscura como su ropa, y algo de ese toque amargado, que ella llamaba, medio en serio, el toque Matt Murdock3.

«Sin embargo, no debo fiarme»

– Si es amigo de Odín, tendrá algo para mí.

Antes de que terminara la frase, el hombre ya había sacado de su grueso abrigo un Cd-Rom similar en apariencia al que ella misma guardaba.

– Supongo que se refiere a esto.

– En efecto – intentó cogerlo, pero el otro retiró la mano.

– ¿Debo suponer que usted tiene la otra mitad?.

– Si, lo tengo.

– ¿Puedo verlo?.

A la Viuda no le gustaban los interrogatorios, y menos cuando ella era la interrogada. Sin embargo, tras un momento de vacilación, saco un envoltorio de cuero de su abrigo, y se lo entregó al misterioso oriental. Este lo tomó, lo abrió, echó un vistazo a su contenido, y se lo devolvió.

– Conforme.

– ¿Hay algún lugar tranquilo donde podamos hablar? Este ambiente no es de mi agrado.

– Tampoco del mío. De hecho, dudo que sea del agrado de alguien – miró alrededor e hizo una mueca de asco. Se volvió de nuevo hacia la Viuda y dijo: Acompáñame.

El oriental abrió la puerta del tugurio y la atravesó, sin cerciorarse de si la Viuda la seguía. Esta murmuró un comentario sobre la caballerosidad, y salió tras él.

El trayecto duró poco más de diez minutos, durante los cuales transitaron por algunas de las callejuelas más infectas que Natasha recordara. Y eso, para una mujer que había estado en prácticamente todos los países del Tercer Mundo, era mucho.Sin mediar palabra, dejó que la guiara hacia su destino.

Siguieron así hasta que el gigante entró en un pequeño chamizo, no muy diferente a los demás de la misma calle. La Viuda disimuló un gesto de repugnancia y entró tras él. Pero lo que encontró dentro no se correspondía con el aspecto exterior: un pequeño pasaje en el suelo llevaba hasta un sótano bien iluminado. La amplia estancia estaba llena de los últimos modelos de computadoras, un equipamiento casi tan bueno como el que ella manejaba en la Mansión. En una esquina, su misterioso guía la miraba con una sonrisa irónica.

– Menuda sorpresa, ¿eh?. Apuesto a que no es lo que te esperabas como mobiliario de interior. – parecía disfrutar con su sorpresa.

– Ganarías la apuesta – señaló la maquinaria con un gesto del menton – ¿De dónde has sacado todo esto?. Este equipo no se encuentra en cualquier parte.

– Tengo amigos por ahí.

Se incorporó e introdujo su Cd-Rom en la terminal que tenía a su lado. Casi inmediatamente, una lista codificada apareció en la pantalla. El gigante se giró hacia la Viuda, y esta le extendió su disco. Lo introdujo en una terminal anexa, y luego se sentó frente a lo que su compañera identificó como la terminal de control. Como no parecía que fueran a invitarla a sentarse, y no había más sillas, se quedó de pie frente a la pantalla. En la pantalla lateral apareció otra serie codificada, similar a la primera.

Mientras su compañero descifraba el contenido de los discos con notoria habilidad, la Viuda Negra echó mano de su excelente memoria para buscar referencias de su pasado sobre este misterioso personaje. La base de datos de los Vengadores era tan amplia como necesitaba serlo, pero muchas veces esa amplitud dificultaba recordar todos los detalles. Sin embargo, un nombre acudió a su mente:

– Hombre-colectivo4.

El hombre giró levemente la cabeza hacia ella, sin perder de vista el monitor.

– ¿Pregunta o afirmación?

– Ambas.

Pareció pensarse la respuesta, pero concluyó:

– He tenido muchos nombres. Ese ha sido uno – volvió su atención a la pantalla – Puedes llamarme Tao-Yu.

La pantalla parpadeo brevemente, y los códigos dejaron paso a un mapa del Lejano Oriente. Señalados en el mapa, varios puntos aparecían resaltados. Junto a cada punto, un pequeño diagrama mostraba una serie de complejos industriales.

– Parecen ubicaciones militares secretas – señaló la Viuda

– No creo – respondió su interlocutor – Demasiados países. ¿Has visto donde están?

– Madripur, Hong-Kong, Pyong-Gyang… Los destinos turísticos de moda. ¿Hay algo más en el archivo?

– Un vídeo comprimido. Ya estoy en ello.

Ambos guardaron silencio, mientras el mapa era reemplazado por el conocido rostro del hombre que los había reunido a los dos:

– Si estáis viendo esto, espero que tengáis en cuenta que el tiempo no nos sobra. Adjunto a este vídeo hay un mapa con las localizaciones y los planos de una serie de complejos industriales donde puede estarse sintetizando una nueva droga que ha sido lanzada en el mercado asiático. No sé mucho de ella,pero parece ser que alguien ha estado jugando al Padrino con las mafias de esta parte de Asia, y ha logrado unificarlas en una sola organización. Esta organización está ahora en disposición de controlar el crimen, organizado o no, de toda Asia, e incluso de algo más, si los pocos datos que tengo sobre esa sustancia demuestran ser reales. Como imagino que ya os conoceréis, obviaré las presentaciones, pero si diré que sois lo único que tengo ahora mismo. Bueno, casi lo único. Al final del vídeo hay un fichero que os dirá donde podréis encontrarme a mí, y al cuarto integrante de nuestra festiva comitiva. Disculpad que no os dé más detalles, pero no me gusta hablarle a estas máquinas. Espero que nos veamos pronto. ¡Ah!, y Viuda, procura tratar bien al muchacho, que es fácilmente impresionable.

La pantalla se tornó negra, y enseguida volvió a su configuración normal. Un icono mostraba el archivo del que habló el hombre del vídeo. Una vez abierto, dejó paso a un mapa en detalle de la ciudad de Madripur, donde un círculo rojo parecía indicar la ubicación del contacto.

– ¿Tienes transporte? – preguntó el oriental, mientras descargaba los archivo a un aparato similar a un terminal portátil que llevaba la Viuda.

– Nuestro común amigo ya se ha ocupado de eso.

– Bien – guardó el aparato en una mochila negra que descansaba junto a su silla, y se dirigió a un armario metálico situado en la pared opuesta.

– ¿Qué haces? – preguntó la Viuda, intrigada.

El Hombre-Colectivo sacó dos bolsas de lona del fondo del armario, y le lanzó una a la Viuda.

– Explosivo plástico. Manéjalo con cuidado.

– Gracias por la advertencia. ¿Estás listo?

– Desde luego. ¿Dónde está nuestro vehículo?

– ¿Qué vehículo? – ahora era ella la misteriosa.

– Has dicho que tenías transporte.

– Transporte no siempre es lo mismo que vehículo – mientras hablaba, extrajo de su abrigo una pequeña y reluciente esfera metálica – Acércate.

No sin cierta desazón, su compa;ero se aproximó a ella, que operaba lo que parecía un miniteclado anexo a la esfera. Cuando terminó de introducir los datos necesarios, cogió el brazo de su acompañante y le dijo una sola cosa:

– Sujétate.

Dos segundos después, los dos desaparecieron sin ninguna ceremonia.


Madripur, menos de un segundo después

Aparecieron en medio de un callejón, en apariencia vacío.

– ¿Qué diablos ha sido eso? – barbotó Hsiang, aún sin recobrarse de su asombro.

La Viuda guardó con cuidado el aparato en su abrigo, se colgó la bolsa de la espalda, y respondió:

– Unidad de Teleportación Zero, obtenida por SHIELD5 a partir de los restos de un androide de origen desconocido tras un reciente incidente con robots6. Y eso es lo más cercano a la verdad que puedo decirte.

– Podías haberme avisado – contestó él.

– Si, podía – señaló hacia la calle principal – El punto de contacto debe estar al torcer la esquina.

Ambos salieron hacia allí. La calle era un poco más grande que las pequeñas callejuelas que habían atravesado en Tsingtao, pero no demasiado. El lugar indicado resultó ser un pequeño motel con brillantes rótulos de neón, que decían a su modo mucho sobre la principal fuente de ingresos del mismo.

«Algún día podría citarme en un sitio más digno» – pensó la Viuda.

Entraron en el local, y se encontraron con poco más que un sucio mostrador, unas macetas, y un anciano de aspecto demacrado viendo la televisión.

– Disculpe, buen hombre – comenzó el chino – ¿Tiene habitaciones libres?.

El anciano no les prestó atención de inmediato, y, cuando lo hizo, noparecía demasiado entusiasmado.

– Dos dólares americanos la noche. No escándalos no peleas. – dijo, en un inglés deficiente.

La Viuda le miró con despreció durante un momento, y le respondió:

– Venimos a ver a Odín.

Si esperaba alguna reacción, no la obtuvo. El viejo se volvió, cogió una llave sin llavero de la taquilla y se la entregó, volviendo a la televisión. Sólo musitó:

– Habitación 13, arriba. Les esperan.

No se demoraron más con él. Subieron las escaleras, de una madera por lo menos tan antigua y maltrecha como el anciano, y llegaron al segundo piso. Atravesaron el sórdido y descolorido pasillo hasta llegar a una puerta marcada con un 13 de latón. La Viuda se volvió hacia su silencioso acompañante, y le indicó con un ademán que entrara primero.

– Como desee la dama.

Tomó la llave y la introdujo en la cerradura. Le costó un poco que girara, porque una de las dos, o quizás ambas, estaban oxidadas. Abrió la puerta y penetró en la habitación, seguido de cerca por la Viuda. Estaba a oscuras, y sólo se veía la luz que entraba desde el callejón, a través de una ventana semiabierta.

La Viuda percibió un movimiento a su izquierda, pero, antes de que pudiera reaccionar, un golpe bien dirigido a la articulación de la rodilla la envió al suelo. Su compañero se volvió al oír el ataque, sólo para recibir un golpe en la garganta que le cortó la respiración. Sin embargo, la Viuda se levantó con un ágil movimiento, y envió una patada en la dirección de donde provenía el último golpe. Logró conectar, pero en mal ángulo, aunque fue suficiente para que Tao-Yu se lanzara hacia el desconocido agresor. Chocó contra él, y ambos rodaron por el impacto. La Viuda accionó el interruptor de la luz, y una deficiente bombilla iluminó la escena. Su compañero estaba sobre el agresor, con las manos apretadas en torno a su garganta pero sin estrangularle.

– ¿Estás bien? – preguntó él desde su posición.

– Nada incurable – cerró la puerta y se acercó al dúo – ¿Qué tienes ahí?.

Con cuidado, Tao-Yu se levantó, arrastrando con él a su presa. Viendo que no suponía una amenaza, permitió que se incorporara. Era un hombre de mediana edad, caucásico, con el pelo rapado y mal afeitado, que apenas pesaría setenta kilos.

– Visto a la luz, no pareces gran cosa – dijo la Viuda, dirigiéndose a su atacante – ¿Quién eres, y qué haces aquí?.

El hombre, ahora de pie, pero vigilado de cerca por Tao-Yu, ejecutó una reverencia casi versallesca y respondió:

– ¡Ah!, Ma’am Gomanova, siempge tan bella. Pegdonad este lamentable malentendido, pego mon ami es muy exigente con la segugidad. Vos también, Monsieur, guego disculpéis mi togpeza.

La voz del teléfono. Natasha estaba segura. Y, bien visto, le recordaba a alguien. Tenía un cierto parecido con…

– ¡¿Batroc?! – preguntó la Viuda, con evidente sorpresa

– Oui, ma’am; para segvigla – respondió, con una pícara sonrisa.

– ¿Conoces a este tipo? – preguntó Tao-Yu

– Es un viejo enemigo del Capitán América, y, ocasionalmente de los Vengadores. Eso si es él de verdad – continuó la Viuda – El Batroc que yo conocí era más corpulento, y lucía un bigote rococó.

– Pego he sufgido algunas penalidades desde que tuve el placeg de vegla por última vez, ma’am. ¿O debegía decig «hemos sufgido», mon ami?.

Una voz surgida desde las sombras del fondo del cuarto respondió:

– Vuelve a llamarme mon ami, y te meteré el puño en esa insufrible boca francesa.

Ambos se giraron rápidamente, pero sólo pudieron intuir una silueta recortada contra la pared. La Viuda se puso en guardia:

– Sal a la luz, donde podamos verte.

La figura se incorporó, y se acercó al trío

– Vamos, Viuda. No me digas que me he tomado todas estas molestias para tener ahora una pelea en un antro como éste.

El rostro estaba desmejorado, pero el parche no dejaba lugar a dudas.

– Creéme, me encantará saber para que has montado todo este follón, Nicolai. Y, por cierto, tienes buena cara para estar muerto.

Nick Furia, difunto director de Shield, sonrió.

FIN DEL PRIMER NÚMERO

Aviso: Batroc habla así porque es francés, no son faltas de ortografía.


1.- Se refiere a la desvinculación de los Vengadores de la ONU a raíz del secuestro de Luna Maximoff y la posterior intervención de los Vengadores en Genosha, como se narró en la saga «Lazos de Sangre».

2.- Traducido del chino

3.- El superhéroe enmascarado conocido como Daredevil, antiguo amante de la Viuda Negra

4.- Ambos estaban en la Competición de Campeones, pero dudo que se conocieran entre tanto follón

5.- Cuartel general para la defensa estrategica, logistica y espionaje.

6.- Narrado en la saga «Alianza Falange» en las colecciones-X


EL PAIS DE LOS CIEGOS

Bienvenidos a lo que supone el comienzo de la nueva andadura de la mayor fuerza de combate del mundo, SHIELD, y el debut como guionistas en Marveltopía de estos que escriben, Dani Pereda y Alberto Reyes. Tomamos esta miniserie, titulada «El hombre que pudo reinar», como epílogo bastante sui generis de la línea argumental donde acabó su labor el anterior responsable de la serie, Raker, aunque el verdadero final de la saga se contará en un especial X-Men/SHIELD que vera la luz más adelante. Estaremos encantados de responder a cualquier duda sobre este episodio, la nueva línea argumental o cualquier otra duda o sugerencia relativa a esta nueva etapa. Esperamos que os guste

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