Hijo de Odín y Gea, dios del trueno, portador de Mjölnir, el martillo encantado hecho del mineral místico de Uru. Cuando Midgard o Asgard corren peligro, los cielos retumban saludando a su defensor más aguerrido.
#507 – Falta de esperanza I
Abandonad toda esperanza…
Por Bergil
Fecha de publicación: Mes 22 – 2/00
Los dominios de los Trolls. De repente el aire pareció crepitar, vibrando con rayos de energía que surgían de un punto a un par de metros del suelo. Poco después, se abrió un portal místico por el que aparecieron, sucesivamente, Odín, Ulik, Thor y Amora. La Encantadora parecía ligeramente cansada, después del esfuerzo necesario para mantener abierto el paso entre Midgard y Asgard. Una vez el portal se hubo cerrado, los aesires volvieron sus miradas hacia el troll, que no se mostró en absoluto intimidado.
– Bien, Ulik, os hemos seguido, como nos pedisteis -dijo Thor-. ¿Qué hemos de hacer ahora?
– Seguirme al palacio del rey de los trolls, aesires.
El tal palacio no pasaba de ser una construcción algo más grande y de decoración algo más recargada que las que le rodeaban. En la sala principal del edificio, sentado en un trono toscamente trabajado, se sentaba Geirrodur, el rey de los trolls.
– Mi rey -dijo Ulik, inclinando la cabeza un instante-, he aquí a Odín, monarca de los aesires, y su hijo Thor. Los he traído, como pedisteis.
– En verdad estos son días extraños -murmuró Thor-. El dios del trueno jamás pensó que vería el día en que el nieto de Buri acudiría voluntariamente y en son de paz al cubil de los hijos de Huldra..
– ¡Grumpf! -masculló Geirrodur-. Bien, Odín, vamos a evitar las bonitas palabras que tanto os gusta emplear a vosotros los aesires y que no hacen más que apartarnos del asunto que hemos de tratar. La situación es verdaderamente grave.
– Dices bien, Geirrodur. Pero ¿piensas acaso que algo de lo que sucede en Asgard podría escapar al conocimiento de quien sacrificó un ojo para adquirir la sabiduría? ¿Crees que el hijo de Tiwaz no previó esta contingencia?
– Como ya he dicho, aesir, vosotros tendéis a hablar mucho y decir poco. Si hemos de actuar juntos, ¡déjate de dar vueltas y ve directo al grano! -Geirrodur no era precisamente famoso ni por su paciencia ni por sus dotes diplomáticas.
– Lo que Odín ha de decirte no debe ser escuchado por todos. Pasemos a tus aposentos y allí deliberaremos con calma.
Seguido por Odín, el rey de los trolls atravesó un grueso cortinaje que colgaba a un costado de su trono y ambos desaparecieron tras él. Mientras, Amora y Thor fueron conducidos a otra sala, donde les ofrecieron comida y bebida. Para provenir de los trolls, los utensilios se hallaban bastante limpios. Cuando ambos quedaron solos, y tras haber saciado su hambre y su sed, Amora comenzó a hacer arrumacos a Thor, pero el dios del trueno la rechazó, suavemente aunque con firmeza.
– ¿Qué es lo que sucede, Thor? ¿Ya no sientes placer con la Encantadora? ¿Acaso te son desagradables mis caricias?
– No es eso, Amora, y lo sabéis bien. Mi afecto por vos sigue intacto. Pero, por mucho que lo desee, el hijo de Odín no puede, no debe ceder a sus apetitos cuando el destino del Reino Dorado se halla en juego. Hay cosas mucho más importantes en el fiel de la balanza que no se apartan de mi mente un solo instante.
Amora abrió la boca para replicar a Thor, pero fueron interrumpidos por Ulik, que apartó a un lado la cortina que cubría la entrada a la sala.
– La reunión ha terminado, tronador -dijo-. Tu padre quiere hablarte.
Levantándose de sus asientos, ambos aesires siguieron al troll hasta el salón del trono. Allí les esperaban Geirrodur y Odín.
– Y bien, hijo mío -dijo Odín-. Es en verdad que son extraños los acontecimientos que nos ha tocado vivir. Si alguien hubiera afirmado, cuando el Universo fue creado a partir del cadáver inmenso de Ymir, que aesires y trolls marcharían a la batalla codo con codo contra un enemigo común, probablemente hubiera recibido una risotada por respuesta, si es que no era tildado de insensato, fantasioso o, directamente, loco-. A sus espaldas, Geirrodur lanzó un bufido de aburrimiento: a los trolls les resultaba tedioso la florida oratoria de los asgardianos-. Y, sin embargo, tal día ha llegado. La amenaza a la que hemos de enfrentarnos es demasiado grande para hacerlo en solitario.
– Pero ¿de qué amenaza se trata, padre? ¡Nombradla y el dios del trueno golpeará con Mjölnir hasta acabar con ella, o perecer en el intento!
– ¿Crees acaso que Odín podría esperar otra cosa de su hijo predilecto? Hijo mío, nos sabíamos que tal sería tu actitud. Sin embargo, aún no es el momento de que conozcas toda la verdad. Bástete, pues, saber esto: habremos de marchar hacia la capital del Reino Dorado para afrontar allí al mal que nos aflige.
– Pero… está bien, padre. Como deseéis. Que la voluntad de Odín disponga, y el dios del trueno la acatará en silencio.
– Muy bien, hijo mío. Sabe también esto: hemos decidido que marcharemos a pie y por separado, al objeto de cubrir la mayor superficie de terreno posible.
– ¿Y qué es lo que hemos de buscar, padre?
– A otros aesires, hijo mío. Los campeones de Asgard se hallan dispersos por el reino, sometidos a torturas inicuas. Es nuestro deber hallar a tan esforzados guerreros y rescatarles de los suplicios a los que, sin duda alguna, se hallan sometidos.
– Sin embargo, padre, aunque no dudo de la sabiduría de vuestra decisión, es más que probable que nuestros compatriotas se hallen largamente debilitados por la ordalía a la que se habrán visto sometidos. De poca ayuda serían entonces contra un enemigo tan terrible que ni siquiera permitís que el dios del trueno afronte en solitario.
– Aunque tus palabras dicen lo contrario, detecto la duda en tu voz, hijo mío. Como tú bien sabes, las manzanas de Idunn son la fuente de nuestro vigor. Con ellas, los aesires que hallemos recuperarán todas sus energías y quedaran listos para la contienda.
– Mas, ¿dónde hallaremos tan dulce fruto? Porque sólo crecen del árbol que se alza en el jardín de Idunn, y tal planta se halla desgraciadamente fuera de nuestro alcance.
– Hijo mío, Odín ve más lejos con un solo ojo que tú con dos. En prevención de contingencias como la que nos ocupa, hace ya mucho tiempo que fui escondiendo depósitos de tales frutas en diversos puntos de varios de los Nueve Mundos. Uno de esos depósitos se halla precisamente no muy lejos de aquí, y tiene acopio suficiente para que cada uno llevemos una buena provisión.
Tras este parlamento, los aesires se unieron a los trolls -algunos de los cuales dieron suspiros de alivio, mientras que otros no se molestaban en disimular sus bostezos-, y juntos marcharon bajo la guía de Odín hasta que llegaron al pie de un peñasco de proporciones gigantescas.
– Ahora, hijo mío, empuja esa roca para dejar al descubierto lo que hay debajo.
Obedeciendo a su padre, Thor aplicó sus poderosos músculos a la tarea encomendada. Sin embargo, aunque la mole pétrea se estremeció ligeramente, el asgardiano no fue capaz de desplazarla.
– Parece, Ulik, que voy a necesitar vuestra ayuda en esto. ¿Podríais…?
– Déjate de cháchara, Pelorrubio -dijo el troll, aproximándose al dios del trueno y apoyando todo su peso en el gigantesco monolito- ¡y empuja!
Entre los dos, lograron su objetivo. El peñasco se desplomó con un gran estruendo, revelando una oquedad en la que había una caja metálica con pesados cierres. Tomándola con ambas manos, Odín la sacó y la depositó en el suelo. Una vez abierta, reveló su contenido: las manzanas doradas de Idunn, tan fragantes y tersas como si acabaran de ser arrancadas del árbol.
– Fuiste osado, Un-Ojo -dijo Geirrodur, olvidando la cortesía ante la vista del refulgente tesoro y dirigiéndose a Odín por uno de sus apodos-, depositando semejante tesoro en el país de los trolls. ¿No temiste que lo tomáramos?
– Odín nunca temió tal cosa, al igual que no teme que lo hagáis ahora. ¿O es que no te has dado cuenta de que han hecho falta las fuerzas combinadas de los más poderosos guerreros de Asgard para poder desplazar la mole que lo protegía? Sólo las fuerzas de Odín en la plenitud de su poder podrían lograr otro tanto. Por otra parte, las manzanas no os serían de ninguna utilidad a vosotros los trolls. No son las manzanas las que convierten a los aesires en lo que son, al igual que la leña no enciende el fuego que alimenta. Unas y otra no son sino el sustento de algo que las preexistía, y que contribuyen a mantener pero al que no dan lugar. Al igual que el madero no crea el fuego, aunque éste necesite de aquél para perdurar, la esencia de los aesires es anterior a la de las manzanas doradas, aunque necesite de ellas para conservarse y sostener su vigor. Para vosotros, pues, no sería más que otro alimento del que daríais cuenta y que os serviría de sustento por un tiempo, pero que no os haría ser más de lo que ya sois. Si acaso, como la polilla que se acerca demasiado a la llama, seríais consumidos si abusarais de ellas.
En silencio, Thor había escuchado con reverencia los razonamientos de su padre. Ahora, tomando dos sacos que le entregó Ulik, procedió a llenarlos con el contenido del cofre. Una vez repletos, tomó uno de los sacos y entregó el otro a Ulik.
– Como dispusisteis, padre, en este punto nos separamos. Volveremos a encontrarnos ante las doradas puertas de Asgard.
– Así sea, hijo mío.
Dando media vuelta, Thor miró a Amora a los ojos. Las bellas pupilas de la Encantadora estaban anegadas por las lágrimas que se esforzaba tenazmente por retener.
– ¡Ve ya, Thor, y que tengas éxito en tu empresa! No olvides a la Encantadora, porque ella tampoco te olvidará a ti…
Abrumado, el dios del trueno se giró y comenzó a caminar a grandes zancadas. A los pocos minutos no era más que una diminuta figura en la lejanía.
– Pregunta, Amora. Hay algo que no comprendes, ¿verdad? -dijo Odín.
– Sí mi señor -respondió la Encantadora, mientras una lágrima solitaria se deslizaba por su mejilla-. No acabo de entender por qué habéis impedido a Thor marchar directamente hacia la capital, permitiéndole en cambio partir en solitario hacia allá.
– ¡Ay, Amora! -suspiró Odín, que alargó su mano y acarició con suavidad el rostro de la Encantadora, enjugando la lágrima-. Amas a mi hijo, pero no has aprendido a conocerle del todo. Hay dos rasgos predominantes en el carácter del dios del trueno. En primer lugar, no hay empresa que tema arrostrar en defensa del Reino Dorado o de Midgard, por desesperada que parezca. Sólo una cosa podría impedirle blandir su martillo sagrado en tal contingencia, y es el segundo de los rasgos que te he mencionado: el amor y la devoción que siente por su padre. ¿No escuchaste lo que te narré en Midgard? El enemigo a que nos enfrentamos es demasiado poderoso hasta para el dios del trueno. Pero si supiera de quién se trata, temo que ni siquiera una orden directa mía le impediría actuar. Y eso sería tanto su fin como el nuestro, porque pondría sobre aviso al enemigo antes de lo preciso. No, Amora: Odín ha hecho lo único que cabía hacer, por fútil que ello pueda parecerte.
Mientras tanto, Thor avanzaba decidido por la llanura. Los yermos en los que habitaban los trolls no eran tan fértiles como otras regiones de Asgard; a cambio, el suelo duro y llano resultaba excelente para realizar largos desplazamientos a pie o a caballo con un esfuerzo mínimo. Así pues, mientras caminaba, el dios del trueno se dedicó a reflexionar sobre los últimos acontecimientos. Aunque de acuerdo con los cánones de los asgardianos, acababa de llegar a la plenitud de cuerpo y mente, tenía la vasta experiencia de siglos a sus espaldas. Había participado en innumerables batallas, y sido testigo de victorias que después probaron ser inútiles. Por lo tanto, no cuestionaba las decisiones que había tomado Odín, pero no podía evitar preguntarse acerca de ellas. Para empezar, resultaba evidente que el Padre de Todos le había ocultado algo, algún factor de los acontecimientos que habían arrojado a los asgardianos de su hogar. ¿Qué podía ser tan determinante que le habría inducido a luchar contra él, y a la vez tan temible que tal acción habría equivalido a un suicidio? Thor repasó mentalmente la lista de los enemigos a los que se había enfrentado en el pasado; pero había sido capaz de derrotarlos a todos, aunque las circunstancias parecieran estar en su contra. Salvo que ¿no podría ser que se tratara de…?
Un extraño sonido le sacó de sus meditaciones. Parecía como si afiladas cuchillas hendieran el aire. Apretando el paso, Thor se desvió del camino que seguía y avanzó hacia su izquierda. Allí, en una hondonada, contempló un extraño espectáculo: afiladas cuchillas hechas de madera oscilaban a un lado y a otro en arcos siempre constantes, mantenidas en su movimiento incesante por una extraña máquina. Y en el centro de la escena, atado a un losa con fibras vegetales, se encontraba…
– ¡Balder! -gritó Thor- ¡Balder el bravo! ¿Quién ha sido capaz de semejante infamia?
– ¡Thor! -exclamó Balder, pues de él se trataba, volviendo su vista hacia el dios del trueno-. ¿Sois vos? ¡Bendito sea Odín, que me permite contemplar de nuevo a mi más querido amigo! ¿Qué vais a hacer? -preguntó, al ver Thor se disponía a destruir el infernal artefacto-. ¡No! ¡Deteneos, Thor, si es que estimáis en algo mi vida!
– ¿Por qué? -preguntó Thor, deteniendo su mano justo cuando se aprestaba a lanzar a Mjölnir-. No parece que esta abominación sea capaz de resistir más de un golpe de mi martillo.
– Si destruís la maquinaria, un dardo dirigido a mi corazón será lanzado. Lo mismo ocurrirá si la detenéis, o si me desplazáis de algún modo de esta losa en la que me encuentro postrado.
– ¿Y cuál es el problema? Sois invulnerable a todo, excepto a…
– Al muérdago (1). Exacto, Thor. ¿De qué creéis que están hechas estas cuchillas? ¿Y el dardo que amenaza mi vida? ¿Por qué creéis que tengo cortes sangrantes por todo el cuerpo? Desistid, amigo mío. No hay escape posible.
– No digáis eso, Balder. Encontraré una manera de liberaos. Lo juro.
Cuando la amenaza del Ragnarok se cernía sobre Asgard, Odín tomó a un simple periodista y le convirtió en el dios del trueno. Ahora, tras la amenaza de Onslaught, vuelve uno de los héroes más renuentes de todos…
HISTORIAS DE ASGARD PRESENTA…
RED NORVELL
– Hasta la vista, Red. Cuidad de Midgard hasta mi vuelta -. Tras eso, Amora entró en el portal y éste se cerró.
– Si es que vuelves, rubiales, si es que vuelves… -dijo, pesimista, Red-. Pero, si no vuelves… ¿qué esperanza nos queda a nosotros?
Tras esta frase pesimista, Red dio media vuelta y salió de Central Park. No tenía demasiado claro qué iba a hacer ahora. Sin embargo, lo prioritario era encontrar un lugar en el que descansar. Con los asgardianos fuera de la Tierra, la Mansión de los Vengadores estaba descartada. Su furgón se encontraba hecho pedazos, tras recibir, en rápida sucesión, los impactos de un relámpago y de su martillo (2). ¿A dónde podría ir?
– ¡Espera un momento! -exclamó de repente, dándose una palmada en la frente-. Thor y su amiga asgardiana tenían un piso, ¿no? Y no creo que lo vayan a necesitar de momento, mientras están en Asgard…
Aligerando el paso, Red llegó pronto ante la verja de la Mansión de los Héroes más poderosos de la Tierra. Cuando atravesó las puertas del edificio, se encontró con el mayordomo.
– ¡Hombre, Jarv! ¡No sabes lo que me alegro de verte!
– ¿Sí, señor Norvell? -preguntó Jarvis, sin que la expresión de su rostro cambiara ni un ápice.
– Verás, el caso es que Thor ha regresado con su viejo y su chorba a Asgard, y me ha encargado que…
– ¿Le vigile su apartamento en su ausencia? -sugirió Jarvis.
– Err… sí, eso mismo, que le vigile su piso. Pero resulta que se le ha olvidado…
– ¿Darle la dirección?
– ¡Exactamente! Y además, tampoco…
– ¿Tampoco le han dado las llaves de la casa?
– Pues sí, eso mismo. ¿Podrías ayudarme?
Jarvis se había dado perfecta cuenta de que Norvell no le había dicho en absoluto la verdad. Pero, por otra parte, sabía que aquel gigante pelirrojo era amigo de Thor, y que se encontraba sin un techo bajo el que dormir. Ponderando en un segundo los pros y los contras, tomó rápidamente una decisión.
– Por supuesto que sí, señor Norvell. Si me espera aquí un minuto, le traeré las llaves y la dirección.
Una hora después, disfrutaba de un relajante baño en el jacuzzi del piso de la Encantadora.
– Desde luego, esa Amora sí que sabe vivir bien… -murmuró.
A la mañana siguiente, tras un sueño reparador, Red salió a la calle y comenzó a caminar sin rumbo fijo. Seguía preocupado por lo que le había contado Odín. Aunque estaba claro que el viejo no les había dicho a él y a Amora todo lo que sabía, lo que les había revelado bastaba para asustar a hombres más curtidos que Norvell. El haber quedado atrás, en Midgard, suponía que no estaría en primera línea durante la batalla que Odín les había asegurado se produciría; estaría a salvo, o tan a salvo como era posible, pero también estaría impotente si lo peor llegaba a ocurrir. Porque si los asgardianos caían… ¿qué esperanza les quedaba a los terrestres?
De repente, unos sonidos en el callejón de su izquierda atrajeron su atención. Entrecerrando los ojos, distinguió en la penumbra a varias figuras que pàrecían estar golpeando a otra. Se quitó de la espalda la larga bolsa en la que llevaba su martillo y entró decidido en el callejón.
– ¡Eh, vosotros! -esclamó-. ¿Qué estáis haciendo?
No le contestaron. Al oir su voz, giraron las cabezas hacia él un instante y luego salieron corriendo. Red no los persiguió. Se acercó a donde habían estado y pudo ver un bulto en el suelo. Agachándose, comprobó que se trataba de un hombre de mediana edad que presentaba claras señales de haber recibido una paliza. Levantándole con cuidado, le llevó a la clínica que había a pocas manzanas.
Al cabo de unos minutos, salió una enfermera.
– ¿Es usted quien ha traído aquí a Victor Portals?
– Sí, señora, he sido yo. ¿Qué tal se encuentra?
– Saldrá de ésta. Le han pegado una buena paliza, pero no han dañado ningún órgano. ¿Sabe quién lo hizo?
– No, no pude verles. Salieron corriendo en cuanto me acerqué a ellos. ¿Ha dicho algo… el señor Portals?
– No, nada. Le he dado un sedante y ahora está dormido. Podrá hablar con él más tarde, si es que lo desea.
– Bien, ya volveré esta tarde. Muchas gracias.
– No hay de qué. Hasta esta tarde, pues.
En cierto modo, Red estaba satisfecho. Investigar qué había causado la paliza al tal Portals, fuera lo que fuera, le mantendría ocupado, y así evitaría pensar en Asgard y sus problemas.
(1) Balder es invulnerable a cualquier sustancia excepto al muérdago. Según la mitología nórdica, su madre Frigga lo consiguió pidiendo a todas las sustancias que no dañaran a su hijo; sin embargo, se olvidó del muérdago, lo que fue aprovechado por Loki para hacer que el dios ciego Hodur matara a Balder y así comenzara el Ragnarok.
(2) Se vio en El Poderoso Thor # 501.
Saludos a todos. Espero que disfrutéis con la colección, y recibir vuestros mensajes en Crónicas del Norte – Correo de los lectores (bergil@altavista.net).
En el próximo número: ¿Conseguirá Thor liberar a Balder? ¿Qué otros aesires encontrará en su viaje a la capital del reino Dorado? Y ¿qué es lo que le descubrirá Red Norvell? Averiguadlo en Thor # 508.