Caballero Luna #67

Caballero Luna #67Tiene muchos nombres: Marc Spector, mercenario. Steven Grant, playboy. Jake Lockley, taxista. Todos ellos no son sino una fachada para el héroe que ha vuelto por dos veces de la muerte, el Puño Vengador de Khonshu… el Caballero Luna

#67 – Hijos de la Luna
Por Alex García


Fecha de publicación: Mes 22 – 2/00


Prospect Park, Brooklyn

La oscuridad nocturna apenas permitía ver el cadáver que yacía semioculto por los arbustos. No había sido una muerte agradable, aunque pocas lo son; por el aspecto de su cuerpo se diría que un animal salvaje le había abierto un agujero en el pecho a dentelladas o con sus garras. Faltaba su corazón.

Un hombre llegó, atraído por el olor de la sangre. Apartó los arbustos, y una mueca, mezcla de asco, horror y compasión cruzó su semblante.

– Maldita sea, se me ha vuelto a adelantar – murmuró. Por el rabillo del ojo vio un pequeño objeto de color negro; al acercarse comprobó que se trataba de una cartera; sacó un par de guantes de su gabardina y se los puso antes de cogerla para no dejar huellas.

Abrió la cartera y buscó algún documento de identidad; encontró un carnet de conducir, desgastado, y comprobó que no pertenecía a la víctima; el difunto era un hombre de mediana edad, de unos 45 años aproximadamente, mientras que la foto del carnet pertenecía a un hombre joven, de unos 25. Sacó un recorte de periódico de un bolsillo y comparó la foto que había en él con la del carnet, tras lo cual se permitió una leve sonrisa de satisfacción. Dejó la cartera en el suelo, en un lugar visible para la policía.

– Lo que pensaba – dijo, con voz cada vez más ronca, inhumana -; ya te tengo, hijo de puta.

La luna llena brillaba con gran intensidad en el cielo, y Jack Russell aulló un escalofriante saludo.

La caza continuaba.


Mansión Spector.

En mitad de la noche, un Porsche se detuvo ante la puerta de la abandonada mansión. Del vehículo salió Marlene Alraune. Miró la casa con una mezcla de miedo y ansiedad, y acto seguido abrió el maletero y sacó una silla de ruedas plegada. La desplegó y la acercó a la puerta del asiento contiguo al del conductor.

Jean Paul Duchamp, más conocido como Frenchie por sus amigos, abrió la puerta y ayudado por Marlene salió del coche y se sentó en la silla. Ninguno dijo una palabra hasta ese momento.

– ¿Crees que vendrá? – preguntó el francés.

– Si es él, sí – replicó Marlene -; si es él.

Marlene abrió de par en par la verja que daba acceso a la casa y ambos entraron, ella empujando la silla de ruedas. Cruzaron el sendero de piedra que atravesaba el jardín, perfectamente cuidado a pesar del abandono. Ella se había ocupado de que la casa se mantuviese en perfecto estado, tal vez en memoria de Marc, o tal vez porque en el fondo había rezado porque ese día llegase.

Llegaron hasta la puerta principal; ella subió los dos escalones, la abrió y luego subió la silla de Frenchie con él sentado en ella, no sin dificultad. Una vez dentro, cerró la puerta y encendió la luz. La instalación eléctrica seguía en perfectas condiciones, como el resto de la casa. Afuera empezó a llover.

Se dirigieron en silencio al salón. Allí, en un rincón, había un enorme bulto cubierto por una lona blanca. Por un momento ambos pensaron que se trataba de su amigo, pero pronto salieron de su error.

– Así empezó todo, ¿verdad? – dijo ella mientras retiraba la lona, revelando la imponente estatua de Khonshu, el dios de la luna -, hace tantos años ya, en aquella tumba egipcia, Khonshu le devolvió a la vida. Dime, Frenchie, ¿crees que ha vuelto a ocurrir?

– Fuiste tú la que lo vio por televisión, Marlene1, y parecías bastante segura cuando llamaste.

– Lo sé pero – su voz empezó a subir de tono – ¿Y si estaba segura porque quería estarlo, porque le echaba tanto de menos, porque deseaba que estuviese vivo? Frenchie, yo le vi morir, sostuve su cuerpo en mis brazos – fuera, la lluvia empezó a arreciar y un fuerte viento se levantó, azotando los cristales de las ventanas.

– Igual que la primera vez, Marlene – replicó el francés -. Esta vez ha tardado un poco más en volver, eso es todo.

De repente, la fuerza del viento hizo que las ventanas del salón se abrieran de par en par. Marlene fue a cerrarlas cuando una figura encapuchada apareció ante ella.

– Muy cierto – dijo, mientras se quitaba la capucha y la máscara, revelando el rostro de Marc Spector -; no os podéis imaginar la cantidad de formularios que os hacen firmar para resucitar por segunda vez – sonrió.

Marlene estaba atónita, quería hablar, decirle a Marc lo mucho que lo había echado de menos, que se alegraba de que estuviera vivo, pero tenía un nudo en su garganta que se lo impedía. Marc entró en la casa, avanzó hacia ella y la abrazó. Ambos se fundieron en un apasionado beso.

Cuando acabaron, ella le miró a la cara. Ya no tenía dudas… su amado había vuelto por segunda vez de la tumba. Las lágrimas acudieron a sus ojos, y apoyó su cabeza en el pecho de Marc; éste tendió su mano derecha hacia Frenchie, quien se acercaba con ojos llorosos.

– Pero ¡Frenchie! – dijo Marc mientras se separaba un momento de Marlene para abrazar a su viejo amigo – nunca me hubiese imaginado que llorarías como una nena. ¿Qué ha sido del viejo mercenario duro como el acero?

– ¿Quién está llorando? – respondió el francés con voz ahogada -; es la alergia. Sabes que tengo alergia al polvo, y esta maldita mansión ha acumulado mucho desde que te fuiste.

– Claro – dijo Marc, sonriendo -; lo comprendo, viejo gruñón.

– Marc, ¿Qué pasó? – preguntó Marlene – ¿Cómo has…? – empezó a decir, pero Marc puso su dedo índice sobre sus labios.

– Mañana – susurró él -. Mañana – rodeó los hombros de ella con su brazo y subieron las escaleras, hacia su antigua habitación – ¿Te quedas a dormir, Frenchie?

– Por supuesto – dijo -; quiero estar aquí por la mañana, cuando nos lo expliques todo; supongo que mi habitación estará como la dejé.

– Hasta mañana, entonces – y se fue.

Frenchie se quedó solo en el salón, había encendido la chimenea para no pasar frío, y se hallaba sumido en sus pensamientos. Entonces, sus ojos se encontraron con los de la estatua de Khonshu, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo.


Marlene se despertó; por un momento creyó que todo había sido un sueño, hasta que oyó unos ronquidos muy familiares. Se volvió y vio a Marc durmiendo. «Gracias a Dios«, pensó, «no ha sido un sueño«. En ese momento Marc abrió los ojos, la vio y sonrió.

– Buenos días – dijo.

– Buenos días – respondió ella; sus labios se rozaron por un segundo.

Marc se levantó y se acercó a la ventana; ya no llovía, y el sol brillaba con fuerza en el cielo despejado. Se sentía bien.

Se sentía vivo.

– Creo – dijo ella mientras se ponía una bata de seda azul -, que es hora de hablar de lo ocurrido, ¿no crees?

La expresión de Marc se volvió seria.

– Sí – asintió -, es hora de hablar. Bajemos a la cocina. Conociendo a Frenchie, habrá encargado el desayuno, y es mejor discutir estas cosas con el estómago lleno.


Prospect Park había sido acordonado por la policía, con la débil esperanza de que el autor de la carnicería siguiese por los alrededores.

El teniente Flint había visto mucho mundo como para creérselo. Lo más seguro era que el asesino se hubiese ido hace varias horas, pero al menos esta vez le tenían, el muy imbécil se había dejado la cartera.

O puede que no. Poco después de llegar al parque, habían tomado declaración a varios de los vecinos, y a no ser que todos se hubiesen vuelto locos, el asesino había sido una criatura sobrenatural.

Los testigos juraron haber visto a un hombre lobo rondando el parque a la hora del asesinato.

La úlcera de Flint iba de mal en peor.


En el salón, Marc contó todo lo ocurrido, al menos todo lo que recordaba. Cuando terminó, Frenchie estaba atónito.

– ¿De verdad crees que lo ocurrido en estos últimos meses fue una alucinación provocada por Morfeo? Marc, tú y yo sabemos bien que no es capaz de hacer algo así.

– Solo no, amigo, pero tal vez con ayuda de alguien…

– ¿De quién? ¿De ese personaje misterioso cuyo rostro no recuerdas? Marc, Morfeo no podría haberme inculcado el conocimiento que poseo como Estirpe… – nuevamente sus ojos se encontraron con los de la estatua, y de repente se dio cuenta ¿Qué conocimiento? Sus vidas pasadas falsas, simples ilusiones. ¿Cómo había podido estar tan ciego? – Oh, Dios mío.

– ¿Lo ves, Frenchie? ¿Te das cuenta? Hemos sido engañados – dijo con furia -, y no descansaré hasta encontrar al culpable.

– ¿Y Morfeo? – preguntó Marlene.

– Sigue inconsciente – respondió Marc -; llamé para informarme. Lo mantienen sedado, como de costumbre, para que no sea una amenaza. No sacaremos nada de él.

El sol iluminó la estatua de Khonshu, proyectando su sombra sobre Frenchie.

El francés estaba furioso; habían estado jugando con sus vidas, convirtiéndolas en pesadillas, y ni siquiera sabían quién era el culpable. Presa de la ira, dio una patada a uno de los sillones, tirándolo al suelo.

– Santo Dios – murmuró Marlene.

– Frenchie, ¿Qué has hecho? – susurró Marc.

– Lo siento, Marc, estaba furioso. Lo levantaré y… – entonces se dio cuenta; ¿Qué había hecho? Miró sus piernas, y se dio cuenta – Marc, puedo sentir las piernas, ¡¡Puedo sentirlas!!

Estupefacto, Marc Spector se acercó a su amigo.

– Levántate, Frenchie – le tendió su mano.

– No… no puedo, Marc – titubeó -, tengo miedo. Tal vez sea muy pronto.

– Yo también tuve miedo, Frenchie – respondió él -, ¿Recuerdas cuando me quedé paralítico luchando contra la Mosca Humana2? Puedes hacerlo, amigo – dijo, sin retirar su mano.

Frenchie vaciló… tenía miedo, pero iba a intentarlo. Apoyó sus brazos en la silla e intentó levantarse. Dolía… dolía mucho, pero al menos sentía algo; se obligó a seguir, hasta que estuvo de pie. Dio un paso y estrechó la mano de Marc… y entonces se cayó. Su amigo le cogió antes de que se estrellase contra el suelo.

– Con calma, francés – le dijo, mientras le ayudaba a sentarse en un sofá -, llevas demasiado tiempo sin practicar. Tendrás que ir acostumbrándote poco a poco.

– Sí – sonrió él -, supongo que sí.

Marlene miró atónita a la estatua.

«¿Lo has hecho tú, dios de la luna?»

Si la estatua tenía la respuesta, se guardó bien de decirla.


Un silencioso y plateado vehículo volador atravesó el cielo nocturno de Nueva York. En su interior Marc Spector y Jean Paul Duchamp disfrutaban recordando los viejos tiempos.

– Echaba esto de menos – comentó Frenchie.

– Lo sé, yo también – respondió -; bonita noche, ¿no crees?

– Oui, la luna llena se ve muy hermosa hoy. Por cierto, Marc, ¿Has pensado ya en cómo vas a hacer para resucitar en público?

– Bueno, lo he hablado con Marlene – respondió -; ahora está en SpectorCorp, arreglando el papeleo. Diremos que fue una artimaña de mis competidores, o que simplemente me apetecía retirarme de la vida pública. Todo el mundo sabe lo excéntricos que podemos llegar a ser los millonarios.

– Sobre todo los que se ponen máscaras y capas y se dedican a aterrorizar criminales – añadió Frenchie.

– Sobre todo esos – asintió Marc.

La radio, sintonizada en la frecuencia de la policía, interrumpió su conversación. El informe hablaba de un homicidio… y de un hombre lobo. Marc y Frenchie se miraron, atónitos.

– Bueno – dijo Marc mientras se ponía la máscara -, parece que voy a estar atareado esta noche.

– Marc, ¿Crees que ha sido él? ¿Que se ha vuelto completamente salvaje?

– No quiero ni pensarlo, Frenchie – dijo mientras contemplaba uno de sus dardos de media luna hechos de plata -, pero si Jack Russell ha perdido el control, me encargaré de detenerlo.

Ninguno dijo una sola palabra más en todo el viaje.


En su despacho, Flint revisaba los informes del caso. Había muchas fotos del cadáver desperdigadas sobre la mesa. Dio otra calada a su cigarrillo y lo apagó.

– Eso acabará matándote – dijo el Caballero Luna mientras entraba por la ventana.

– Lo prefiero a una herida de bala – respondió el policía -; es menos agradable, te lo aseguro. Aunque imagino que no has venido hasta aquí para preguntar por mi estado de salud.

– Efectivamente, vengo por lo del caso – respondió, señalando las fotos -. ¿Puedo?

– Adelante, como si estuvieses en tu despacho.

Sostuvo las fotos entre sus manos; bajo la máscara, su cara palideció levemente.

– La víctima se llamaba David Moore; era abogado, y de los caros, debo añadir.

– ¿Ha habido otros, Flint?

– Esperaba que me preguntases eso – se dirigió hacia un archivador del que sacó una gruesa carpeta llena de informes y fotografías -. Sí, tenemos al menos una docena de muertos repartidos por varios estados – le tendió la carpeta al Caballero -, todos eran más o menos de clase alta, y – hizo una pausa – a todos les faltaba el corazón.

– ¿Algo más? – preguntó mientras ojeaba los informes.

– Ya que lo preguntas, sí – carraspeó -; los de arriba me meterían en un manicomio sólo por considerar la idea, pero… los testigos afirman haber visto lo que podría ser un hombre lobo en las proximidades de los lugares de los asesinatos. En todos y cada uno – remarcó.

– Maldición – murmuró el Caballero Luna.

– Personalmente, no doy crédito a esas tonterías… sobre todo ahora que tenemos un sospechoso; encontramos una cartera al lado del cadáver. Encontrarás el informe en esa misma carpeta.

Marc pasó las hojas a toda velocidad hasta que encontró la foto de un joven de cabello corto castaño y penetrantes ojos negros. De acuerdo con el informe se llamaba Adrian Keith. No lo había visto nunca, y sin embargo le era inquietantemente familiar.

– ¿Creéis que ha sido él?

– Si no ha sido él, tendrá la suerte de recuperar su cartera muy pronto – repuso el policía con sarcasmo -. Aunque sinceramente, lo dudo. He estado investigando y he descubierto que la documentación, por supuesto, es falsa.

– Lo que le convierte en el principal sospechoso – asintió Marc.

– A no ser que creas en hombres lobo – repuso Flint -, pero eso es tan ridículo como las historias de muertos que vuelven a la vida.


Marlene entró en el edificio de SpectorCorp; a pesar de ser bastante tarde, aún había mucha gente trabajando. Se dirigió a su despacho, pero antes de que pudiera entrar fue interrumpida por su secretaria, Laura, que aparentemente también se había quedado trabajando hasta tarde.

– Señorita Alraune, ¡Es increíble! – dijo, claramente nerviosa.

– ¿A qué te refieres, Laura? – no era normal que esa mujer estuviese tan alterada.

– Es que… no estoy acostumbrada a estas cosas ¡Me dijeron que estaba muerto!

Una incómoda sensación bailó en el estómago de Marlene. ¿Habría hecho Marc algo sin avisarla?

– ¿Te refieres a…?

– Al señor Spector, ¡Por supuesto! Ahora está en su despacho, ¡Como si no hubiese pasado nada!

Los temores de Marlene se confirmaron. ¿A qué estaba jugando Marc? Desde luego, la iba a oír.

– Oh… se trata de una estrategia publicitaria, Laura – mintió -; el señor Spector me pidió que no dijese nada a nadie. Lamento el susto, pero no le des más vueltas.

La joven asintió y volvió a su trabajo, no muy convencida. «No tiene un pelo de tonta», pensó Marlene. «Habrá que tener cuidado».

Se volvió y entró en su despacho. Allí estaba Marc, sentado en la mesa jugueteando con una estilográfica. Era él, desde luego; iba a echarle un sermón cuando él la interrumpió:

– ¡Marlene! Me alegra verte; como puedes ver, he vuelto.

Marlene le miró, extrañada. ¿De qué estaba hablando? Ella ya sabía que había vuelto; se volvió para comprobar que la puerta estuviese cerrada; lo estaba, y el despacho estaba insonorizado, con lo cual nadie podía escucharles, así que él no estaba actuando para disimular ante posibles fisgones.

– No… no lo entiendo – titubeó.

– ¿Qué? ¡Ah, claro, se me olvidaba! – dijo él, levantándose del asiento – He vuelto de la muerte, Marlene. Sí, ya sé que no es la primera vez, pero supongo que en el fondo debo ser como un gato, ya sabes, con siete vidas y todo eso.

Marlene estaba atónita; el hombre que estaba ante ella no era el mismo con quien había estado la noche anterior; de repente sintió un profundo miedo. Su instinto de supervivencia se apoderó de ella, dio media vuelta, abrió la puerta y echó a correr como alma que lleva el diablo.

El hombre se quedó mirándola atónito, y después sonrió.

– Oh, bien – dijo, hablando consigo mismo -, ya volverá. Supongo que necesita tiempo para acostumbrarse.


Mientras el cielo iba aclarándose poco a poco, dando paso a la mañana, Marc y Frenchie se dirigían de vuelta a casa.

– Llevamos horas buscando, y ni rastro del Hombre Lobo – comentó Frenchie.

– No sé si enfadarme o alegrarme, Frenchie.

– ¿Qué harás si ha sido él, Marc?

– No lo sé. Juré no matar nunca, pero si Russell ha perdido totalmente el control de su yo lupino, ¿tendré alguna opción?

Frenchie guardó silencio; entonces, su atención se volvió hacia una de las ventanillas del Lunajet.

– Marc, creo que deberías ver esto.

Abajo, un ser enorme que ni por asomo parecía humano hacía señas con sus peludos brazos al vehículo volador. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que era un hombre lobo.

– Creo que quiere que bajes, Marc.

– Eso parece – dijo mientras abría la escotilla y desplegaba la escalera -. Lo que no entiendo es cómo puede seguir estando en su forma bestial cuando ya está amaneciendo; prepárate para cubrirme si hiciese falta, Frenchie.

– Lo dicho – murmuró éste mientras su compañero salía de la nave -, como en los viejos tiempos.

El Hombre Lobo contempló con una calma absoluta cómo el enmascarado saltaba desde la escalerilla y bajaba planeando aferrándose a los bordes de su capa. Cuando el Caballero Luna tocó el suelo, el lupino empezó a encogerse, metamorfoseándose en un ser humano.

– Me alegra volver a verte, Caballero Luna. Sólo desearía que fuese en mejores circunstancias – dijo Jack Russell.

– Aparca el Lunajet, Frenchie – dijo Marc a través del micrófono de su capucha -. Creo que no lo necesitaremos.


El local de Gena estaba casi vacío, como de costumbre. Los tres entraron, Marc vestido con ropa de calle y Frenchie apoyándose en un bastón.

– Eh, Gena, sírvenos un par de bistecs; estamos hambrientos – dijo Marc.

– En seguida… – se interrumpió al reconocer la voz; se dio la vuelta y se le quedó mirando -; vaya, vaya, mira quién ha vuelto – miró a Frenchie -. Jesús, francés, debes haber ido a una clínica de rehabilitación muy buena en estos dos últimos días – dijo, al darse cuenta de que no estaba sentado en su silla de ruedas.

– Hago vida sana, Gena.

– Ya veo, ya. y en cuanto a ti – dijo, señalando a Russell -, supongo que no tendrás reparos en cuanto a la comida de este tugurio, ¿verdad?

– Ninguno, señora – contestó Russell, sonriendo.

– Mejor será. Coged una mesa que enseguida os traigo el desayuno…

Una vez se sentaron, Marc fue el primero en hablar.

– Bien, Russell, creo que nos debes una explicación sobre lo que está pasando.

– A estas alturas habrás leído el informe de la policía, ¿verdad? – al ver que Marc asentía, continuó – Bien, entonces sabrás que la policía tiene ya un sospechoso.

Adrian Keith – respondió Marc, que recordaba el nombre del misterioso joven -; aunque dudo que saber eso les sirva de algo, teniendo en cuenta que es un nombre falso.

– Yo sé quién es – dijo, al tiempo que sacaba un recorte de periódico y se lo daba -; échale un vistazo.

Marc leyó la noticia al tiempo que Gena servía los platos.

– Más os vale no dejar nada – dijo mientras se retiraba.

La noticia trataba de la muerte de un ejecutivo, hacía ya varios años; al parecer se había caído de un rascacielos, mientras hacía sabe Dios qué. El artículo traía la foto del hombre antes de morir; Marc se quedó atónito al reconocer al hombre. Le pasó el recorte a Frenchie.

– Belial – murmuró.

Schuyler Belial había sido el jefe de una secta de adoradores del demonio llamada el Camino de la Mano Izquierda; creían que el Hombre Lobo era la bestia que profetizaba la llegada del Apocalipsis y que haciendo una misa negra podían hacer una transfusión de la sangre de Russell para convertirse en licántropos como él. Marc lo recordaba bien, pues fue la primera vez que luchó codo con codo con el lado bestial de Russell3.

– No lo entiendo – dijo Marc -; ¿qué tiene que ver ese loco con este caso? Sabemos que Belial está muerto, tú… quiero decir, el Hombre Lobo, lo arrojó desde el tejado de ese edifico.

– Yo lo hice, Caballero – replicó -; hace tiempo que asumí que el Hombre Lobo y yo somos el mismo, así que me responsabilizo de los actos que realicé en esa época.

– Entonces… lo has conseguido. Lo has controlado.

– No hago nada en mi forma lobuna que no haría en mi forma humana, si es eso lo que querías decir. pero supongo que tu forma de hablar es bastante acertada, lo he controlado; me he controlado.

– Seguimos sin saber qué relación tiene Belial con todo esto – dijo Frenchie.

– En realidad es muy sencillo; el hombre que busca la policía no es otro que el hijo de Belial – respondió Russell.

– ¿Cómo has dicho? – preguntaron los otros dos, atónitos.

– Un par de días después de la muerte de Belial, fui a su entierro. Pensé que ya que yo lo había matado – se interrumpió por un momento -, debía al menos presentarle mis respetos. Allí vi al hombre que tú conoces como Keith, al que todo el mundo presentaba sus condolencias. No me fue difícil averiguar su parentesco con el difunto. Y entonces ocurrió lo más raro: se volvió hacia mí y me sonrió, como si me conociese.

– ¿Qué ocurrió entonces? – preguntó Marc.

– Nada. Se volvió como si no me hubiera visto. Decidí marcharme por si acaso. Pero un par de años después, empezaron los asesinatos. Lo más interesante de todo es que reconocí a varias de las víctimas como miembros del Camino de la Mano Izquierda; como no he visto todos los cadáveres, no podría jurar que todos lo fuesen, pero me parece demasiada coincidencia.

– No tiene sentido. ¿Por qué ha esperado tanto? ¿Y por qué está matando a los miembros de su propio culto?

– Es digno hijo de su padre; ha esperado a algún evento cósmico o algo así, y ahora está realizando una misa negra con sus propios cultistas. Supongo que espera ganar el favor de alguno de los demonios a los que adora.

– Eso no explica por qué se ha visto a un hombre lobo en los escenarios del crimen – dijo Frenchie -; en todos.

– No lo sé; como ya os he dicho, no he podido ver todos los cadáveres, así que supongo que me vieron un par de veces y luego se corrió la voz – alzó su mano derecha -; os juro que yo no he matado a esa gente.

– Te creo, Russell – dijo Marc -, pero seguimos teniendo que encontrarle antes de que mate a alguien más. ¿Alguna idea?

– Más que una idea, una advertencia – dijo Russell -; aunque la policía no lo ha tenido en cuenta, todas las muertes se produjeron en luna llena; hoy es la tercera y última noche de luna llena.

– Entonces tendremos que darnos prisa; llamaré a Marlene para decirle que no nos espere para comer.


Marlene estaba en la mansión cuando sonó el teléfono, pero no contestó; ni siquiera cogió el teléfono cuando Marc dejó su mensaje en el contestador; tenía que hablar con él en persona, asegurarse de que era el hombre a quien ella amaba, y no un impostor.

Cerró los ojos y dejó que el cansancio la dominara.


Marc Spector, Jean Paul Duchamp y Jack Russell estaban cansados; llevaban todo el día buscando indicios que les pusieran tras la pista del asesino, incluso habían revisado algunos de los lugares de los asesinatos con la esperanza de encontrar alguna pista, pero ni siquiera con la ayuda de los sentidos sobrenaturales del hombre lobo – y a Marc todavía le daba grima contemplar la transformación – habían encontrado nada.

– ¿Y bien? – preguntó Marc – Estoy abierto a cualquier sugerencia.

– Debe haber algo que hemos pasado por alto – dijo Russell -, pero ¿qué?

– Era más fácil cuando nos enfrentábamos a su padre – dijo Frenchie -, al menos sabíamos dónde estaba su base de operaciones.

– ¡Eso es! – dijo Marc – ¡Ya sé dónde está!


Edificio #666 de la Quinta Avenida, Nueva York.

El edificio había sido escenario de una tragedia cuando el propietario murió tras caerse del tejado en circunstancias extrañas, tras lo cual el edificio quedó a disposición de sus socios, quienes por supuesto le dieron una llave al hijo del fallecido.

Esa noche, el hombre estaba allí, de pie, con el torso desnudo, vestido sólo con unos pantalones tejanos. Contemplaba la luna llena como si fuese la primera vez que la veía.

– Es muy hermosa – dijo.

– Sí que lo es – replicó el Caballero Luna, detrás suyo; Jack Russell estaba a su lado.

– Ya has hecho bastante daño – dijo Russell, mientras iba cambiando muy lentamente a su forma lobuna -; así que entrégate y conservarás tu vida.

– Vaya, vaya – dijo el hombre -; el ángel vengador y la bestia del Apocalipsis; encantado de conoceros al fin en persona.

– Ríndete – dijo Marc -; si mi amigo se enfurece, no creo que sea capaz de protegerte – y lo decía en serio.

– No necesito protección, Caballero Luna – Marc notó que su voz se hacía cada vez más ronca; ¿eran imaginaciones suyas o el tipo estaba creciendo? -; seguro que ambos recordáis que hace años mi padre capturó a la bestia – Russell, ya transformado, gruñó -, y que pensaba mezclar su sangre y la de sus seguidores con la tuya – señaló a Russell con una mano peluda; Marc se estremeció al darse cuenta de lo que había pasado.

– Belial le sacó sangre – dijo el Caballero.

– Correcto – respondió un hombre lobo que era casi idéntico a Russell, pero con un pelaje más oscuro -; mi padre tomó muestras de la sangre, para analizarla. Tras su muerte, cogí las muestras y me las inyecté. Los resultados… son evidentes. Ahora, yo soy la bestia del Apocalipsis. ¡Yo soy Belial! – y con un rugido, se abalanzó sobre Russell.

– ¿Por qué mataste a tus seguidores? – preguntó Russell mientras intentaba estrangular a su oponente – ¿Por qué no les transformaste en seres como tú?

– Sólo puede haber una bestia – respondió Belial, al tiempo que con sus garras desgarraba el pecho de Russell -; ellos eran débiles. Me comí sus corazones y me alimenté de sus escasas fuerzas, como ahora haré contigo. Tú también eres débil, ¡mírate! Tantos años huyendo de tu don como si estuvieses enfermo. ¡Ja! yo abracé el poder, ¡lo hice mío!

El combate era encarnizado y muy desigualado, pues Jack Russell había dominado a su lado bestial, y por tanto su salvajismo; Belial había abrazado ese salvajismo con gusto, convirtiéndose en un monstruo feroz y despiadado. Poco a poco, el combate se decantaba a su favor, mientras ríos de sangre inundaban el tejado.

El Caballero Luna había estado esperando la oportunidad para disparar, pero no podía arriesgarse a herir a su aliado; en el momento que Russell apartó a Belial de un empujón, tres dardos de plata en forma de media luna se clavaron en la espalda del monstruo, que se volvió hacia la blanca figura que le había herido, dispuesto a acabar con él. Pero estaba herido, y sus heridas le hacían lento. Su intento de arrancarle la cabeza a su oponente de una dentellada fue detenido por una porra de adamántium; el Caballero aprovechó la ocasión para echarse hacia atrás, usando su pierna derecha como palanca para lanzar a la fiera por los aires, cerca del borde del tejado.

– Se acabó, Belial – dijo mientras le apuntaba con sus lanzadores de dardos -; no puedes ganar.

– Sois vosotros quienes no podéis ganar – se atragantó y escupió un coágulo de sangre -; se acerca el momento en que el infierno llegará al mundo, y será entonces cuando os reciba con los brazos abiertos – extendió sus brazos y se echó hacia atrás, hacia la calle, mientras reía.

¡No! – gritó Marc mientras intentaba cogerle; a su lado, Russell saltó hacia adelante. ¿Para cogerle o empujarle? Nunca lo sabría, pues ninguno llegó a tiempo de impedir que Belial cayese.

El cuerpo de Belial se estrelló contra la acera, convirtiéndose en humano de nuevo al morir. Marc contempló la calle desde arriba.

– No quería que muriese – dijo. Se volvió, pero estaba solo; el Hombre Lobo se había ido -. ¿Y tú, Russell? – dijo al aire – Ven a recogerme, Frenchie.

Mientras se elevaba sujeto de la escalerilla del Lunajet, apenas oyó las palabras que le traía el viento:

«Yo tampoco».


Marc y Frenchie entraron en la mansión, para encontrarse a Marlene, a oscuras, sentada en el sofá, las piernas encogidas contra su pecho.

– ¿Pasa algo, Marlene? – preguntó Marc – ¿ha habido problemas para «resucitar» a Marc Spector?

Marlene le miró fijamente; después cogió el mando a distancia y encendió la televisión y el vídeo, mientras decía:

– Aparentemente no. Te he grabado la noticia – apretó un botón y en la pantalla apareció un periodista informando.

– … Y así, el millonario Marc Spector ha vuelto de un largo viaje al Nepal, donde asegura ha estado viviendo todo este tiempo, debido a un negocio del que no ha querido hablar. Cuando se le preguntó acerca de su supuesta muerte, el millonario simplemente sonrió y comentó algo sobre que «los chicos del departamento de publicidad se habían pasado un poco»…

El silencio se apoderó de la sala cuando Marlene paró la cinta. En la pantalla Marc podía ver la cara del hombre.

Su cara.


PRÓXIMO NÚMERO: ¿Quién es el hombre que se hace llamar Marc Spector? ¿Es el verdadero? Y si lo es, ¿Quién es entonces el Caballero Luna?


1 En el número anterior.

2 En Caballero Luna vol.1 #35

3 En Caballero Luna vol.1 #30


LUNABASE

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