Thor #506

Thor #506Hijo de Odín y Gea, dios del trueno, portador de Mjölnir, el martillo encantado hecho del mineral místico de Uru. Cuando Midgard o Asgard corren peligro, los cielos retumban saludando a su defensor más aguerrido.

#506 – Falta de fé IV
La fe mueve montañas

Por Bergil


Fecha de publicación: Mes 21 – 1/00


PRÓLOGO

– Está decidido, pues. La próxima vez que el dios del trueno haga acto de presencia, nos daremos a conocer. Y nada volverá a ser igual, ni para él ni para nosotros…

FIN DEL PRÓLOGO


Red Norvell estaba disfrutando de la situación. Ausente el dios del trueno junto con sus compañeros, los Vengadores (1), existía un cierto déficit de superhéroes que él llenaba encantado en la medida de sus posibilidades.

Sin embargo, había algo que no le permitía disfrutar totalmente, y ese algo era Odín. El padre de Thor se iba recuperando lentamente de la degradación en la que había caído, y ya era capaz de hilar un discurso ordenado que no hiciera referencia -al menos exclusivamente- a la desastrosa situación en la que se encontraba Asgard y que le había enviado a Midgard desprovisto de todos sus poderes.

Después de otra jornada de machacar rateros, regresó a la Mansión de los Vengadores para ver cómo se encontraba Odín. Al acercarse a la verja que daba entrada a la finca, pudo ver que alguien se ocultaba entre las sombras. Red avanzó confiadamente hacia allí, sin preocuparle que pudiera esperarle una amenaza que no fuera capaz de superar.

– Venga, sal de ahí, que te he vist…

Pero no pudo añadir nada más. Antes de terminar la frase, se sintió envuelto por una ola de energía que le impidió todo movimiento. De las sombras salió entonces una figura envuelta en una largo abrigo y que cubría su rostro con una capucha que impedía distinguir sus rasgos. Cuando llegó a pocos pasos de Red, se detuvo y echó para atrás la capucha. Norvell pudo ver entonces que había sido paralizado por una bella mujer de largo cabello rubio.

– No, tú no eres él -dijo Amora, pues se trataba en efecto de la Encantadora-. Admito que, por un momento, pensé que eras Thor. El martillo y la corpulencia me confundieron, pero no posees ese aire de majestad y confianza que rodea a mi amado. ¿Quién eres, pues? -preguntó la encantadora, haciendo chasquear los dedos.

Al instante, Red sintió como el hechizo que le paralizaba se aflojaba levemente y le permitía mover los músculos de la cara. Tragando aire, repuso:

– Soy Red Norvell, señora. Una especie de dios del trueno suplente, ahora que el rubiales no está.

– ¿Otro? Por las Norns, ¿cuántos habrá creado Odín? ¿Y qué quieres decir con eso de que Thor no está?

– Pues eso, que no está. Que se ha ido, ha desaparecido, se ha pirado, se ha dado el bote, se dio boleto…

– ¡Basta! Ya te he comprendido, necio mortal. Detén tu cháchara sin sentido antes de que me hagas perder la paciencia.

– ¡Eh, señora, sin faltar! -. Red no había comprendido todas las palabras de Amora, pero intuía que no le había dirigido precisamente un cumplido-. ¿Y quién eres tú, si es que puede saberse?

– Se me conoce de muchas maneras, pero en esta infecta bola de barro se me suele llamar la Encantadora.

– ¿La Encant…? ¡Hey, ya me acuerdo de tí! Estuviste aliada hace tiempo con ese nazi de Zemo y aquel barbas del hacha…(2) ¿cómo se llamaba?

– Skurge. Se llamaba Skurge -replicó Amora, con un deje de tristeza en la voz. Chasqueando de nuevo los dedos, enmudeció otra vez a Red-. Y ahora, calla. Tengo que pensar -dijo, caminando en círculos.

Dentro de la Mansión, Jarvis pasó ante la sala de monitores, en la que estaba Michael O’Brien, que se acariciaba la barbilla pensativo mientras miraba fijamente uno de los monitores.

– ¿Pasa algo, señor?

– ¿Qué? ¡Ah, eres tú, Jarvis! No, nada importante. Es sólo que..

– ¿Sí señor?

– Hay un fortachón pelirrojo ahí fuera, plantado como una estatua debajo de la farola. Se aproximaba a la Mansión cuando de repente cambió de dirección y de repente… ¡hala, todos quietos!

– ¿Un fortachón pelirrojo dice, señor? -preguntó Jarvis, acercándose al monitor-. Disculpe, señor -añadió, tras mirar cuidadosamente la pantalla-, pero conozco al caballero en cuestión.

– ¿Ah, sí, Jarvis? ¿De quien se trata?

– Se llama Norvell, señor; Red Norvell. Es un amigo del señor Thor, y el señor Capitán confirmó su autorización para entrar en la mansión.

– Vale, Jarvis, no pongo en duda todo eso. Pero entonces… ¿qué demonios hace ahí como un pasmarote? ¿Por qué no pasa?

Lo que los que se encontraban dentro de la Mansión no podían saber era que Red Norvell no estaba solo. Pero Amora había conjurado un hechizo que la hacía invisible a los medios de detección electrónicos, y por ello no era detectada por las cámaras de vigilancia situadas a intervalos regulares sobre la valla que rodeaba la Mansión.

Sin embargo, alguien dentro de la Mansión sí que percibió algo. Sin llegar a despertarse del todo, Odín se revolvió inquieto en sueños. En los límites de su percepción, algo le decía que un ser de gran poder, y asgardiano además, estaba en las proximidades.

Finalmente, Amora se decidió.

– Escucha, mortal, sé que Odín mora en esa mansión. Necesito verle.

– Claro, piba, nada más fácil. Así, por la cara, voy y meto en la Mansión de los Vengadores a una de sus más antiguas enemigas.

– No seas necio, mortal. Te he dicho que necesito ver a Odín. ¿Crees que si no fuera mortalmente necesario, me presentaría voluntariamente ante el Padre de Todos? En cuanto a los Vengadores, no te preocupes: ausente el dios del trueno, no hay nadie en la mansión que pueda percibirme, si yo no quiero. Tú limítate a entrar en la casa, que yo me encargo de lo demás.

– No lo entiendes, señora. No me preocupa si te ven o te dejan de ver. Lo que me preocupa es si no estaré metiendo a la zorra, con perdón de la expresión, en el gallinero.

– Está claro que el dios del trueno sigue tan reacio a hablar de sus sentimientos como de costumbre. ¿No te ha hablado Thor de mí?

– Pues… no, más bien no.

– Ya verá cuando esté a mi alcance -masculló Amora para sí. Después añadió en alta voz-: Sabe pues esto, mortal:  el dios del trueno y la Encantadora son en la actualidad aliados. Por extraño que pueda parecerte, Amora no actúa hoy pensando única y exclusivamente en su propio beneficio, sino que combate… ¿cómo suele decir Thor? ¡Ah, sí! Combate por el honor, por la justicia y por Asgard. Dejémonos pues de cháchara inútil y actuemos. El tiempo es precioso, y el momento en que Skuld ha de cortar el hilo se aproxima cada vez más. Advierte, además, que podría haberte obligado, merced a mi magia, a seguir mis órdenes, y en cambio la Encantadora te ha expuesto franca y abiertamente la situación -. Esto era sólo una verdad a medias. Amora no estaba totalmente segura de que con sus poderes todavía menguados pudiera obligar a Norvell a cumplir todas sus órdenes; pero claro, el humano no tenía por qué saberlo todo, ¿verdad?

– Ahí me has pillado. De acuerdo -concedió Red-, te llevaré a ver a Odín.

A continuación, dio media vuelta y entró en la finca. Se acercó a la puerta y el sistema de reconocimiento le escaneó, confrontando sus datos con los almacenados en sus bancos de memoria. Una vez hubo comprobado que coincidían, le franqueó la entrada. Red abrió la puerta y la cerró de un modo exageradamente lento. No podía ver a Amora, y no quería pillarla con la puerta.

– Buenas noches, Jarvis -saludó cuando vio al mayordomo de los Vengadores-. ¿Cómo va todo?

– Buenas noches, señor Norvell. Todo va bien, gracias. ¿Desea tomar algo?

– No, Jarvis. gracias. Subo a ver a Odín, ¿eh?

– Muy bien, señor.

Red subió las escaleras y avanzó por el pasillo. Cuando se disponía a posar la mano en el picaporte de la puerta de la habitación en la que Odín descansaba, oyó una voz profunda:

– Pasad, visitantes. El monarca de Asgard puede haber caído desde su alto sitial, pero no es todavía un lisiado.

Es difícil saber quién se sorprtendió más, si Red Norvell o Amora. Vencida la sorpresa, Red giró el picaporte y entró en la habitación. Encontró a Odín de pie en el centro de la misma, revestido de un aura de indudable majestad que hasta él podía percibir; mucho más Amora.

– ¿Y bien? ¿Qué queréis? ¿Has venido a aprovecharte de mi debilidad, Amora? Sí, te veo claramente -dijo, al percibir la cara de sorpresa de la Encantadora-. Como ya os he dicho, el hijo de Tiwaz puede no estar en posesión de todos sus poderes, pero aún es capaz de ver a través de tus burdos trucos.

– Os equivocáis, mi señor -repuso humildemente Amora-. Ciertamente, no es frecuente que la Encantadora persiga los mismos fines que el Padre de Todos, pero es algo que ya ha ocurrido en el pasado (3). El destino de Asgard pende al borde de un precipicio, y es el sagrado deber de todos sus hijos empeñar hasta la última gota de su sangre en defenderla.

Odín no mostró sorpresa ante esta declaración de la Encantadora. Sin embargo, meditó lenta y profundamente cada una de sus palabras. Cuando por fin habló, su rostro seguía estando serio:

– Mucho has de amar a mi hijo, Amora, para pronunciar tales palabras ante Odín, al que sabes que no lograrías engañar. Sin embargo, percibo que aún no estás totalmente convencida de lo desesperado de la situación. Deja, pues, que te explique la situación… No, Red Norvell, quédate -añadió, al ver que Red se disponía a abandonar la habitación-. Aunque humano, tu también has sido tocado, aun levemente, por la gloria del Reino Dorado, y por lo tanto, lo que pueda acontecerle no es es completamente extraño.

Durante el resto de la noche, Odín expuso los hechos que le habían llevado a la situación en la que se encontraba. Cuando terminó, Red estaba asombrado. Amora permaneció en silencio.

– Y bien, Encantadora -dijo Odín-, ¿no tienes nada que replicar a Odín? ¿Acaso vacila tu determinación?

– No, mi señor. Después de lo que nos habéis contado, veo claramente que la situación es incluso más desesperada de lo que suponía. Si he de caer, sea. Seré feliz cayendo junto a vos y vuestro hijo en defensa de Asgard.

– Lo cual me lleva a la cuestión siguiente: ¿dónde está el dios del trueno? ¿Por qué no ha venido contigo a ver a su padre?

– No lo sé, mi señor -musitó Amora-. Desapareció hace algunos días, y desde entonces no le he vuelto a ver. Pero no dudo que saldrá triunfante de los obstáculos a los que se enfrente y que regresará con nosotros, para luchar…

– Sí, sí, ya sé -dijo Red, en un tono a medias burlón-. Para luchar por el honor, por la justicia y por Asgard.

– No sólo por eso, Red Norvell. No sólo por eso. ¿O es que no has entendido nada? Luchamos por todo lo que existe… ¿Qué es eso?

Una luz había comenzado a parpadear a la izquierda de la puerta.

– Es la señal de alarma -dijo Red-. Algo grave está sucediendo en algún lugar de la ciudad. Bajo a la sala de monitores a enterarme.

Cuando llegó allí, O’Brien observaba los monitores con cara de preocupación.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Red.

– Se trata de un tipo feo como la vida y el doble de grande. Esto entra más en la división de tipos como Thor o el Hombre de Hierro que en la mía.

– No te preocupes, yo me encargo -dijo Red, y salió, feliz de apartar las preocupaciones que el relato de Odín había levantado en su mente.

Poco después, Amora y Odín salían sin que nadie les molestara (4).

En mitad de Central Park, los paseantes y deportistas habían huido, siendo sustituidos por unidades de la policía y la Guardia Nacional. Pero nada parecía ser capaz de detener a lo que se enfrentaban.

– ¿Dónde está Thor? ¿Dónde está el dios del trueno? ¡Decid al asgardiano que Ulik el troll ha venido a Midgard a buscarle!

Los disparos rebotaban inofensivos en la dura piel de Ulik.

– ¿Qué podemos hacer, comandante?

– Es difícil decirlo, teniente. Nada de lo que tenemos, ni siquiera la unidad Código: Azul, parece ser capaz de detener a ese ser. Y no podemos emplear armas más poderosas. No en medio de Nueva York.

– No se preocupen -dijo una voz a sus espaldas-. Déjenme a mí.

– ¿Y quién demonios es usted?

– De momento, soy lo único que tienen -respondió Red, que por fin había conseguido llegar-. Así que ¿por qué no me dejan pasar? No tienen nada que perder, ¿no?

– En eso tiene razón, comandante…

Pero Red ya avanzaba decidido hacia el lugar en que estaba Ulik.

– ¡Vuelvete y enfréntate a mí, Comotellames!

– ¿Eh? ¿Qué? -dijo Ulik, volviéndose. Pero enseguida una mueca de decepción apareció en su cara-. ¿Quién eres tú?

– Podríamos decir que soy el dios del trueno en funciones, tío feo.

– No, tú no eres el que busco. Déjame en paz, si es que sabes lo que te conviene.

– Lo siento, macho, pero ha tenido un mal día y tú eres lo que me recetó el doctor -contestó Red, cargando directamente hacia Ulik.

– Sea, pues, si es pelea lo que buscas. Pero ese doctor del que hablas te ha aconsejado mal -replicó, cargando a su vez contra Red.

Sin embargo, no llegaron a encontrarse. Cuando aún les separaban varios metros, fueron detenidos en seco por el sonido del trueno y por una voz imperiosa:

– ¡Yo digo basta! Deteneos. Esta lucha sin sentido debe finalizar.

– ¡Thor! -exclamaron al unísono Ulik y Red Norvell.

En efecto, era el dios del trueno el que avanzaba con ademán majestuoso hacia ellos (5).

– ¿Que habéis venido a hacer a Midgard, Ulik?

– Venía a buscarte, asgardiano. Es imperioso que regreses a Asgard enseguida.

– Sí, claro, como que nos vamos a fiar de tí -interrumpió Red.

– Callad un momento, Red -dijo severamente Thor-. Aunque enemigo, Ulik es un oponente honorable. ¿Qué es tan importante, Ulik?

– La situación es desesperada, Thor. La misma existencia de los Nueve Mundos parece amenazada.

– No sólo eso, troll -dijo Odín, avanzando hacia ellos y flanqueado por Amora-. Es el destino de toda la creación el que se encuentra en el fiel de la balanza.

– ¿Padre? -exclamó Thor-. ¿Estáis recuperado?

– Aún no del todo, hijo mío. Pero recuerdo quien soy y por qué estoy aquí. Y sé cuáles son mis responsabilidades como monarca de Asgard. Hemos de volver allí a luchar por nuestra misma existencia.

– ¿Qué ocurre, padre? ¿Acaso el Ragnarok (6) se aproxima?

– No, hijo mío. ¡Ojalá fuera eso! Lo que se aproxima es algo mucho peor.

Thor quedó perplejo. ¿Qué podía ser peor que el Ragnarok? Pero antes de que pudiese preguntar a su padre, se vio interrumpido por un clamor que se había ido acrecentando mientras hablaban y que alcanzó entonces su crescendo.

– Alabado sea Thor. ¡Alabado sea Thor! ¡ALABADO SEA THOR!

Encabezando las aclamaciones se encontraban un grupo de personas vestidas con atuendos vagamamente vikingos. Rompiendo el cordón policial, se acercaron a los asgardianos, deteniéndose a unos metro de ellos y arrodillándose, mientras proseguían con su salmodia.

– ¿Qué es esto? -preguntó Thor-. Levantaos, humanos.

– No, Thor -dijo el líder del grupo-. No somos dignos.

– ¿Cómo? Estáis en un error. El tiempo en que los hombres nos adoraban ya pasó. Esta adoración carece de todo sentido.

– Pero… pero sois dioses -respondieron, todavía de rodillas.

– ¿Dioses? Esa es una palabra de múltiples significados. ¿Por qué? ¿Porque poseemos poderes que os superan? Hay entre vosotros personas, a las que denomináis mutantes, que poseen poderes similares a los nuestros, y no por eso les adoráis, sino más bien todo lo contrario: les teméis, a veces incluso les cazáis como a alimañas. ¿Porque somos más fuertes, rápidos, longevos y resistentes? También vosotros lo sois en relación al tamaño o duración de la vida de los insectos, y no por eso reclamáis su adoración. Nosotros no creamos el Universo, ni a vosotros. Simplemente, vivimos en él, y procuramos actuar de acuerdo a los dones que hemos recibido.

– Entonces… ¿qué camino nos queda? -respondieron, todavía perplejos y comenzando a levantarse.

– Comprendo que en una época como la que os ha tocado vivir, en la que los prodigios de la técnica rivalizan incluso con las maravillas de la dorada Asgard, parezca que ya no queda nada seguro a lo que aferrarse. Pero hay cosas inmutables, cosas que permanecen a pesar de las mayores dificultades y que pueden marcar un Norte en nuestra vida al igual que la Estrella Polar guía a los navegantes en sus viajes. Cosas a las que hasta nosotros, a los que llamáis dioses pero que en ocasiones hemos necesitado de vosotros para no perecer (7), prestamos devoción y que guían nuestros actos. Cosas que sí son dignas de ser adoradas, precisamente por no pedir nada a cambio.

– Y ¿que cosas son esas? -respondieron los adoradores, con un brillo de esperanza en sus miradas.

– Son cosas por las que vale la pena vivir, luchar y hasta morir. Son el honor, la amistad, la justicia… Eso sí que son ideales dignos de reverencia. ¿No estáis de acuerdo?

– ¡¡¡Sí!!! -respondieron con firmeza y seguridad los humanos, alzando sus brazos al cielo.

– Disculpa, Thor, pero hemos de partir -le dijo Ulik, tocándole en el hombro.

– Por supuesto, Ulik. ¿Cómo podemos partir a Asgard?

– Esperaba que tú me lo dijeras. La energía que me trajo a Midgard casi se agotó con ese viaje, y no basta desde luego para llevarnos a todos de vuelta.

– No será necesario -dijo Amora-. Creo que yo podré transportaros a todos a Asgard. Al fin y al cabo, si Thor ha vuelto de donde estuviera, ha sido en parte gracias a mis hechizos.

– Así que por eso el dios del trueno ha vuelto a los pocos días de haberse marchado -dijo Thor-, y el periodo de su ausencia de Midgard no se corresponde con el que ha estado luchando junto a sus camaradas mortales.

– ¡Estupendo! -dijo Red-. ¿Nos vamos ya?

– No, Red Norvell, tú no -dijo Thor, apoyando su mano en el hombro de Red-. Aunque el destino del Universo entero penda de un hilo, somos los asgardianos los que hemos de enfrentarlo.

– ¿Ah, sí? ¿Y qué hay de las bonitas palabras que acabas de pronunciar? ¿O eran sólo de cara a la galería?

– No, Red Norvell -interrumpió Odín-. El dios del trueno hablaba con verdad. Sin embargo, debes quedarte. Es necesario que alguien vigile Midgard en ausencia de Thor, y el hechizo de Amora tendrá más posibilidades de funcionar si somos menos los que vamos.

– Muy bien, anciano. No me has convencido, pero acato lo que dices. ¿Y de dónde va a sacar la Encantadora las energías necesarias para hacer su truco?

– Las energías me las proporcionaran los humanos que nos rodean; o, por mejor decir, su entusiasmo. Podré aprovecharlo para reforzar mis ahora debilitados poderes.

Amora comenzó a trazar signos místicos, y un agujero pareció abrirse en el aire.

– ¡Adelante! ¡Pasad rápido! No sé cuánto tiempo podré mantenerlo abierto…

Los asgardianos comenzaron a atravesar el portal. Último de todos antes de Amora pasó Thor. Antes de desaparecer, dirigió una postrer mirada a la Tierra.

– Hasta la vista, Red. Cuidad de Midgard hasta mi vuelta -. Tras eso, Amora entró en el portal y éste se cerró.

– Si es que vuelves, rubiales, si es que vuelves… -dijo, pesimista, Red-. Pero, si no vuelves… ¿qué esperanza nos queda a nosotros?


(1) ¿Cómo? ¿Qué todavía no has leído Cronotormenta, la saga que comienza a partir de los hechos narrados en Los Vengadores # 407? ¿Y a qué demonios esperas para hacerlo? Porque este episodio transcurre en paralelo a dicha saga.

(2) La primera aparición de la primera formación de los Amos del Mal se produjo en Los Vengadores # 7.

(3) Por ejemplo, en Thor # 400, ante la amenaza de Seth.

(4) Gracias a ese hechizo que mencionamos antes, ¿recordáis?

(5) Recién salido de los acontecimientos narrados en Cronotormenta.

(6) El Crepúsculo de los Dioses, el Armagedón, el fin de todas las cosas en la mitología nórdica.

(7) En la clásica saga Ragnarok ‘n’ Roll, en El Poderoso Thor # 350-353.


Saludos a todos. Espero que disfrutéis con la colección, y recibir vuestros mensajes en Crónicas del Norte – Correo de los lectores (bergil@altavista.net).


En el próximo número: Comienza una nueva tetralogía, Falta de Esperanza. Las cosas comienzan a aclararse cuando Thor y sus compañeros llegan a Asgard en Thor # 507.

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