De niño, el hijo de Jack Batallador Murdock quedó ciego a causa de un trágico accidente. Ahora, cuando el sistema legal no resulta suficiente, el abogado Matt Murdock adopta su identidad secreta y se convierte en… Daredevil
#363 – Paso a paso, poco a poco
Por Bergil
Fecha de publicación: Mes 21 – 1/00
Amanecía. El sol comenzó a iluminar las calles de la Cocina del Infierno. La luz penetró en el dormitorio que compartían Matt y Karen. Ella permanecía dormida, pero Matt se desperezó en silencio y se irguió en la cama. Apartando de sí las arrugadas sábanas («Vaya nochecita«, pensó con una sonrisa divertida), se valió de sus brazos para subir a la silla de ruedas que permanecía junto a la cabecera de la cama. Las bien engrasadas ruedas giraron sin hacer ruido mientras se dirigía a la cocina para prepararse el primer café del día.
Estaba terminando de apretarse el nudo de la corbata cuando unos leves golpes sonaron en la puerta del apartamento. Con sus dedos ultrasensibles, Matt verificó la hora en su reloj.
– ¡Perfecto! Es puntual -murmuró, mientras se dirigía a la entrada y giraba el picaporte.
Ante él estaba Melvin Potter, antaño conocido como el Gladiador y ahora perfectamente reformado.
– ¿Todo listo, señor Murdock?
– Sí, Melvin. ¿Quieres tomar algo?
– No, señor Murdock, muchas gracias. Ya desayuné algo en casa antes de pasar a buscarle.
Una vez en la camioneta de Melvin, con la silla de ruedas plegada y descansando en la caja del vehículo, Melvin se volvió hacia Matt.
– ¿Al despacho, señor Murdock?
– Sí, Melvin; pero antes hemos de pasar por la Torre de las Cuatro Libertades.
– ¿La base de los Cuatro Fantásticos? De acuerdo…
Melvin no hizo más preguntas, y se limitó a conducir en silencio por el cada vez más denso tráfico de Manhattan. Finalmente, llegaron a la Plaza de las Cuatro Libertades, y se dirigieron al aparcamiento privado, reservado para los vehículos de los Cuatro Fantásticos y de sus invitados. Allí, a salvo de miradas indiscretas, les esperaban el Hombre Hormiga y Kristoff. En el suelo, a sus pies, había una caja metálica.
– Buenos días, abogado -dijo Scott Lang cuando la camioneta se detuvo y Matt bajó la ventanilla.
– Buenos días, Hombre Hormiga. Me dijo en su llamada que ya tenían lo que les había pedido.
– Pues sí señor. A veces es bueno tener al mejor ingeniero en robótica del mundo a tu servicio… -dijo Scott, mirando de reojo a Kristoff. Perdida su desconfianza inicial hacia el muchacho, Scott no tenía problema alguno en reconocer sus méritos..
– ¿Y dónde está?
– Está aquí mismo -dijo Kristoff, tomando la palabra.
– ¿Qué hemos venido a buscar, señor Murdock? -preguntó Melvin.
– Una silla de ruedas, Melvin. Una silla de ruedas muy especial.
– Pues yo no veo nada…
– Comprendo que para personas no habituadas a la robótica, puede resultar algo difícil creer en mis palabras -dijo Kristoff, con un deje de orgullo en la voz-, pero la silla está aquí. En esa caja. De hecho, es esa caja… como podrá ver -dijo, agachándose y pulsando una botón.
Atnte los atónitos ojos de Melvin -y los atónitos sentidos de Matt-, la caja se reensambló, convirtiéndose en una silla autopropulsada.
– He seguido las especificaciones que me dio, abogado -dijo Kristoff-. La primera vez que se siente en la silla, ponga su mano en el apoyabrazos derecho, y quedará archivada. Nadie podrá manejarla desde entonces salvo usted. Para toda otra persona, será una silla de ruedas normal y corriente. Funciona con la voz, y está dotada de un sistema de radar que evitará que choque con los obstáculos. Asimismo, tiene un microrpocesador inteligente que archiva los lugares en los que ha estado, por lo que cuando esté en ellos deberá decir el lugar en que se encuentra. Si luego desea volver, con decir a la silla que vaya al vestíbulo, o al cuarto de baño, o asu despacho, irá allí. Para plegarla y desplegarla, bastará con decir Plegar y Desplegar.
– ¿Eso es todo? -preguntó Matt, intentando que su voz no dejara translucir el asombro que le embargaba.
– Básicamente, sí -dijo Kristoff-. ¿Alguna pregunta?
– Sólo una -dijo Melvin, molesto por la actitud de distante superioridad del muchacho-. ¿Cómo la subo a la caja?
– Está hecha con materiales ultraligeros. Un hombre normal puede levantarla sin apenas esfuerzo. Cuando el señor Murdock la haya personalizado, bastará con ordenar que suba o baje de la caja, y ella sola lo hará.
– Muchas gracias… a ambos -dijo Matt. A él tampoco le gustaba la autosuficiencia de Kristoff-. Estoy en deuda con los Cuatro Fantásticos.
– Tonterías, abogado -dijo Scott, feliz por verse incluido en el agradecimiento y lo que eso suponía de bajar las ínfulas aristocráticas que de cuando en cuando todavía se le escapaban a Kristoff (y que era lo único que Scott no había logrado superar), al verse incluido en el mismo grupo que un plebeyo como él-. Como defensor de los Cuatro Fantásticos, ha librado al grupo de más líos de los que puedo recordar. Si podemos hacer algo más por usted…
– Nada, de verdad. Muchas gracias otra vez -dijo Matt, mientras Melvin hacía retroceder la camioneta y giraba para salir del garaje.
– No lo entiendo, Lang -dijo Kristoff en tono perplejo, en la primera muestra de una emoción humana que Scott recordaba en mucho muco tiempo-. ¿Por qué insistió en que la silla tuviera una apariencia normal? Admito que casi ha constituido un reto, pero hubiera resultado mucho más sencillo construirle una silla como la que empleó el doctor Banner (1) cuando estuvo separado de la Masa.
– Bueno, Kristoff -dijo Scott, mientras enfilaban hacia el ascensor-, los abogados son algo así como un grupo aparte dentro de la especie humana. ¿Sabes aquél que dice…?
Finalmente, la camioneta llegó ante las puertas del edificio en el que estaban las oficinas de Murdock, Nelson & Sharpe. Melvin ayudó a Matt a bajar y le sentó en la silla de ruedas. Cogió luego la silla robótica y siguió a Matt mientras este impulsaba las ruedas con los brazos. El abogado chocó con las puertas de cristal como si no hubiera detectado, gracias a su sentido de radar, que estaban cerradas, y pasó cuando el conserje se las abrió. Melvin y él subieron en el ascensor hasta el piso en el que estaban los despachos, y luego se dirigieron al de Matt. Dado lo temprano de la hora, no había nadie. Una vez hubieron cerrado la puerta, Melvin dejó la caja en el suelo y Matt dijo «Desplegar» en voz alta y clara. Ante ambos, la caja se reconformó en una silla de ruedas casi idéntica a la que ocupaba Matt. Con la ayuda de Melvin, se trasladó de una a otra, y la vieja, una vez plegada, quedó escondida en el armario.
– Muchas gracias, Melvin.
– Ya le dije que no es ninguna molestia, señor Murdock. ¿paso a recogerle como quedamos, para ir a la sesión de fisioterapia?
– Desde luego. No me conviene agotarme en exceso. Al fin y al cabo, hoy es mi primer día…
– Hasta entonces, pues.
– Hasta luego.
Una vez se quedó solo, Matt se enfrascó en el estudio de la documentación de los casos en los que estaba ocupado, abstrayéndose de todo lo demás. Sólo reparó en el tiempo transcurrido cuando su estómago gruñó, ante la falta de contenido. Pulsando el comunicador, llamó a su secretaria:
– Rose, ¿podría traerme una cafetera llena? Cargado y sin azúcar, por favor.
– ¿Qué? ¡Oh! Claro, señor Murdock.
Tras un par de minutos, la secretaria volvió con la cafetera y una humeante taza de café.
– Aquí tiene, señor Murdock. Y disculpe, pero no sabía que hubiera venido hoy. ¿Cómo se encuentra?
– Bien, dadas las circunstancias, Rose. Muchas gracias. Y no se preocupe. No podía dormir, así que vine temprano. ¿Qué asuntos tenemos en la agenda?
– Bueno, tiene pendiente las alegaciones en el caso del señor Moses, y el escrito de demanda del caso Walkers. Hay que estudiar la propuesta de acuerdo que ha enviado la oficina del fiscal en el caso Victory. ¡Ah, sí, le llamó el señor Urich, del Daily Bugle! Además… -y la secretaria siguió durante varios minutos más, desgranando los asuntos que se habían acumulado sobre la mesa de Matt.
– Muchas gracias, Rose. Ah, a propósito: no le diga a nadie que he venido hoy, salvo que se lo pregunten directamente, ¿de acuerdo? Preferiría que nadie me molestara, mientras fuera posible. Así, usted no mentirá y yo podré trabajar tranquilo.
– Muy bien, señor Murdock. Ni siquiera… ¿ni siquiera a la señora Sharpe?
– Especialmente la señora Sharpe, Rose.
Cuando su secretaria salió del despacho, Matt retomó la tarea con renovados bríos. Merced al café, pudo quitarse de encima una buena parte del trabajo amontonado. Por fin, hizo un alto y llamó a Ben Urich.
– ¿Sí? -dijo Ben, al descolgar el teléfono en su oficina del periódico-. ¿Quién es?
– Hola, Ben. Soy yo, Matt. Matthew Murdock.
– ¡Matt! -exclamó Ben, su voz preñada de sincera alegría-. ¿Cómo te encuentras?
– Bastante bien, dadas las circunstancias. ¿Y tú qué tal?
– Bien, gracias.
– Oye, Ben, me han dicho que me llamaste. ¿Querías algo?
– Sí, Matt. Oye… verás, no sé cómo decirte esto sin que resulte crudo, pero… Matt, tú sigues paralizado, ¿verdad?
– Sí, Ben. De momento, no puedo caminar. No piedo la esperanza de volver a hacerlo algún día, pero actualmente me tengo que desplazar con silla de ruedas. ¿Por qué?
– Bueno… ya sabes, porque lo hablamos el otro día (2), que Daredevil sigue actuando en la Cocina del Infierno (3), si bien sus métodos se han vuelto… ¿cómo te diría?… un poco más drásticos. Y yo había pensado que… a lo mejor…
– ¿Qué? ¿Que yo había vuelto a caminar y que, empujado por la ira, había endurecido mi modus operandi?
– Pues… sí, Matt, eso es lo que pensé. Perdona si te he ofendido, pero…
– No te preocupes, Ben. No hay nada que perdonar. Te puedo jurar, sobre la tumba de mi padre, que ese otro Daredevil no soy yo. Pero también te prometo, Ben, que volveré a caminar; y que, cuando lo haga, iré directamente a por ese tipo y le desenmascararé.
El Búho planeaba sobre los tejados de Manhattan, flotando silencioso como el ave de la que tomaba el nombre. Aunque intentaba resistirse, la parte animal de su naturaleza iba tomando el poder. Cada vez le resultaba más difícil pensar con claridad. Y el hambre que roía sus entrañas era tan imperiosa…
Finalmente, avistó una posible presa. Picando hacia ella, adquirió cada vez mayor velocidad. Sin embargo, no llegó a atraparla: algo le interrumpió cuando su descenso estaba a punto de finalizar. Rodando sobre su costado, aprovechó el impulso para ponerse en pie y extendió sus garras.
Frente a él se encontraba una figura vestida de gris y rojo. A pesar de los cambios en el diseño del traje, el patrón básico permanecía, y no tuvo ninguna dificultad en reconocer a su oponente.
– ¡Daredevil! -graznó. Confusamente, recordó que había sido el diablo vestido de rojo el que le había enviado a la cárcel tras su último enfrentamiento (4). Sin fintas ni sutilezas, cargó hacia él.
Daredevil no pronunció palabra. Juntando su dos bastones, los mecanismos telescópicos actuaron y segundos después tenía en las manos un bo que empleó para zancadillear a su rival. El Búho cayó al suelo, pero se levantó casi enseguida, resoplando pesadamente. Daredevil giró para encararle.
Esta vez, la carga fue detenida repentinamente por un bastonazo en el plexo solar que hizo que el Búho se doblara por la mitad al tiempo que el aire era expulsado de sus pulmones. Unas lágrimas, mitad ira y mitad dolor, acudieron a sus ojos. Y Daredevil seguía sin pronunciar palabra.
La tercera carga fue también la última. Agachándose justo cuando parecía que el Búho estaba a punto de alcanzarle, Daredevil aprovechó su impulso para, levantándose repentinamente, impulsarle contra la pared. El Búho, antes de caer en la inconsciencia, percibió cómo sus garras eran destrozadas metódicamente, con una fría determinación, y cómo su capa era empleada para atarle a conciencia.
Peter Slope salió de las oficinas de la WFSK. Estaba contento. La audiencia de la cadena -gracias principalmente al programa de Paige Angel- subía lenta pero firmemente, y la lista de anunciantes iba creciendo en proporción directa. Silbando una cancioncilla, buscó en sus bolsillos las llaves del coche. Concentrado como estaba, no oyó como por detrás se le acercaban tres personas, hasta que fue demasiado tarde. Mientras dos de ellos, le arrastraban hacia el callejón, inmovilizándole los brazos a la espalda, el otro se colocó un cartucho de monedas en cada mano y comenzó a golpearle el estómago. Golpe tras golpe, Slope pudo percibir que no se trataba de causar daños permanentes, sino de causar el mayor dolor posible manteniéndole, sin embargo consciente.
Finalmente, los golpes cesaron. Dejándole caer al suelo, sus asaltantes se alejaron, no sin antes dejarle una advertencia.
– Éste ha sido el último aviso, Slope. No hagas que tengamos que repetirlo.
– ¿Señor Murdock? -sonó la voz de la secretaria por el interfono.
– ¿Sí, Rose?
– Está aquí un tal señor Potter, que desea verle.
– Perfecto, Rose. Ahora mismo salgo.
Matt colocó su maletín en la bolsa que colgaba tras la silla de ruedas y ordenó que se dirigiera hacia la puerta. Agarrando el picaporte, la ordenó que retrocediera, y la puerta se abrió.
– Buenas tardes, señor Murdock. He venido a buscarle, tal y como quedamos.
– Buenas tardes, Melvin. Estoy listo. ¿Nos vamos? Hasta mañana, Rose.
– Hasta mañana, señor Murdock.
Una vez en la camioneta de Melvin, Matt dejó vagar su mente hasta que llegaron al hospital. Una vez allí, le llevaron a una sala en la que le hicieron un exhaustivo examen, mientras Melvin esperaba pacientemente. Los médicos no mostraron externamente sus impresiones, pero estudiando sus ritmos cardíacos, Matt percibió sorpresa ante la existencia de sensaciones en sus piernas y pies. Tras eso, quedó citado al día siguiente para comenzar los ejercicios.
– ¿Le han dicho algo, señor Murdock? -preguntó Melvin mientras se dirigían a la Cocina del Infierno.
– Bueno, Melvin, ya conoces a los médicos. Nunca dicen nada a las claras, sea bueno o malo. ¿Sabes aquél que dice…?
El viaje de vuelta a casa de Matt se les hizo corto, gracias al intercambio de chistes. Melvin ayudó a Matt a llegar hasta su apartamento. Realmente, lo único que hizo fue guardar las apariencias, puesto que la silla flotaba a escasos milímetros del suelo merced a algún dispositivo antigravedad, y Melvin no tenía que hacer esfuerzo alguno.
Una vez en la casa, Melvin se despidió.
– Hasta mañana, señor Murdock.
– Hasta mañana, Melvin. A propósito, se me olvidaba preguntarte…
– ¿Sí, señor Murdock?
– ¿Qué tal está Betsy?
– Oh, está bien, gracias. Hasta mañana.
«No me ha dicho toda la verdad«, pensó Matt cuando se quedó solo. «¿Por qué?«
Su sentido de radar le reveló que no había nadie más en el apartamento. Karen estaría ya, probablemente, en su trabajo, cualquiera que fuese.
«Bueno, parece que todo ha vuelto a la normalidad…«, pensó.
(1) Se vio en El Increíble Hulk # 317. Una silla similar, aunque no en público, la emplea Charles Xavier. De ahí que Kristoff no la mencione.
(2) Se vio en Daredevil # 362.
(3) Se vio en Daredevil # 361.
(4) En Daredevil # 301-303.
Bienvenidos a Derecho de réplica, el correo de los lectores de la colección de Daredevil. Aquí me tenéis para resolver cualquier duda que pueda surgir sobre el discurrir de la colección.
En el próximo número: La recuperación de Matt continúa. Pero las actividades del nuevo Daredevil también. Todo ello y más en Daredevil # 364.