2055: 4 FANTASTICOS #6
La isla de la sangre infectada II
Guión:
Narutaki
PORTADA: De perfil, naciendo en la parte derecha de la portada el Tio Sam; mirándolo de frente, también de perfil y naciendo en el margen opuesto una sombra sonriente. Entre los dos, más pequeños, Yuu, Salvador, Alexandre y Chris que miran a ambos gigantes. De fondo una frondosa selva. Es de noche, la una brilla rojiza. Por encima del dibujo vemos escrita la palabra START y el cursor de un ratón que se hacerca.
Caminan en fila, disciplinados, uno tras de otro moviendo sus fusiles láser
en semicírculos de izquierda a derecha. La hierba fresca se hunde bajo las
pisadas firmes de sus botas, marrones, atadas concienzudamente para que no
se desaten en mitad de una carrera. Nadie habla, casi nadie, pese a ello el
rumor en la isla es incesante.
Prosiguen su paseo, la montaña que preside la ínsula humea levemente, una
ligera bruma, poco densa, casi impeceptible de color rojizo. Si pudieseis
mirar los ojos de unos de ellos veríais la más perfecta transformación de
miedo en concentración. Cualquier fallo podría arrebatarles la vida y lo
saben. No temerían a un león, a hombres armados con maza-kineticas, un
bombardeo... pero el terror por lo desconocido es tan fuerte... No obstante
ellos son hombres, HOMBRES, y no pueden mostrar sus sentimientos al mundo, y
menos uno tan deshonroso como el miedo. Es uno de los primeros conceptos que
les enseñaron en la academia militar.
De pronto ya no se escucha la hierba bajo sus pies, todos estan quietos, sus
ojos abiertos de par en par se dirigen con fervor hacia unos matorrales. Los
han escuchado moverse, y ahora pueden verlo perfectamente. Una leve
agitación, pequeñísima en comparación con la que sienten ellos ahora. Los
muchachos de la Compañía de Los Leones Sin Miedo quitan el seguro de sus
armas. Cerca de veinte luces rojas apuntan a algún punto de los matojos.
Vuelven a sacudirse. Ninguno disparará hasta ver que se oculta tras del
verde. Jamás se perdonarían matar a un civil, juraron dar su vida por la de
cualquier ciudadano de la gloriosa patria norteamericana y así lo harían. La
Isla Clinton es territorio americano y por tanto, un hombre de la isla es un
hombre de los USA.
Aislado... hace mucho que no siente nada... melancolía quizá... o dolor.
¿Quién sabe? Abre su ojo derecho, cansado, luego el izquierdo, ahora hace
hincapié en este gesto, con furia. Mira la pared de metal.
A los pies del arbusto asoma una cabeza gris, del tamaño de un puño de un
hombre adulto, una docena de disparos láser fríen al pobre bicho que no
tarda ni un segundo en encontrar su muerte en la inmensa vegetación. Cuando
los soldados ven al conejo muerto, tirado en el suelo cosido a disparos no
pueden evitar reir. Sus carcajadas se pierden a lo largo del mar. Sus risas
de hombres que se sienten aliviados al saber que no morirán en ese instante.
Yuu mira con cierto desprecio a los hombres y dirige una compasiva mirada al
pobre animal que yace caliente, salpicado de sangre y agujereado en el
suelo.
Alexandre camina hasta ella y le pone una mano en el hombro.
- Hubiera sido más agradable venir solos...
- Y también más peligroso... -le pasa la mano por la espalda
empujándola levemente hacia delante.
Por detrás aparece Chris que se cuelga el brazo izquierdo en el hombro de
Alexandre y el derecho en el de la asiática. Sonríe divertido, está en su
salsa.
- ¡Vaya susto eh! -ríe profundamente divertido- ¡Veinte soldados
para matar a un maldito conejo! ¡Santo Diós!
Yuu niega con la cabeza. El joven soldado la mira extrañado.
- Hemos venido a esta isla a matar a algo o alguien... comienza a
perder tus escrúpulos muñeca.
La mujer se para en seco. Lo mira autoritaria. Éste recula.
- Tu habrás perdido muchas cosas: las llaves de casa, la dignidad...
pero yo hay cosas que prefiero no perder: los escrúpulos, el aprecio por la
vida, propia o ajena...
- Vale mujer, tampoco hay para tanto...
Lo mira ahora aun más enfadada. El francés irrumpe.
- Por favor... nos estamos distanciando. Caminad.
Ambos hacen caso, y los tres juntos caminan a paso ligero.
Se escuchan unos engranajes comenzar a funcionar. Llevan tiempo sin hacerlo,
pero hoy, no por casualidad algo los ha activado. Sus manos, cansadas,
llevan colgando medio siglo; cuando los grilletes de éstas se sueltan, cae
al suelo golpeándose la cara duramente contra las baldosas. En su nariz nace
un hilo de sangre. Fuera, sobre la puerta aislante un contador digital
comienza a pasar números desenfrenadamente, sin fin, sin un orden coherente.
Los grilletes de sus pies también ceden. Es libre, más libre de lo que ha
sido en los últimos años. Libre, dentro de una habitación de la que no puede
salir. Mira a través del cristal de la puerta, con curiosidad, con rabia,
con miedo. Llega hasta él caminando torpemente. Luego mira levemente el
reflejo que produce en la puerta. Se observa a si mismo. Sus manos cansadas,
llenas de cortes, sucias, torpes. Da un cabezazo contra la pared.
Cae ya la noche y se detienen a las faldas de la montaña a descansar. Han
establecido turnos de guardia de una hora por parejas. La noche no será
excesivamente dura, no tanto como el suelo donde dormirán. En la misma
tienda duermen Yuu, Salvador, Alexandre y Chris. Ellos tres se libran de
hacer guardia, el soldado no. Los motivos del capitán es que no desea que el
gobierno le culpe de muerte por insomnio de las neobarbie soldados, que
mejor dejarlos dormir sus ocho horitas, añadiendo que si deseaban que
pidiera un colchón por Internet, a lo cual Yuu había contestado algo en
chino, nadie sabía que, posiblemente un contundente insulto que había
provocado la risa necia del hombre.
Camina en su libertad de un lado para otro, sin comprender nada.
Sueñan, descansan... Salvador llora, recuerdos de su mujer. Alexandre sueña
que juega en el Futbol Club Barcelona y gana la liga gracias a un gol de él.
Salta con alegría. Sonríe levemente dejando ver la babilla en los laterales
de su boca. Yuu parece de mármol. Quizá ni sueñe.
Él teclea unos códigos en el teclado de un ordenador. Una mano se posa en su
espalda.
- Debemos irnos antes de 24 horas... no debemos correr riesgos,
señor.
- Por supuesto.
Y tras la intensa noche, nace el sol.
En apenas dos minutos después de que el sonido estridente de la alarma
digital del corneta se perdiese ondeando en la jungla todos los soldados se
presentaban recios, sin atisbo de sueño fuera de las tiendas, vestidos y
armados, dispuestos a continuar su misión. Ante esta efectividad y respuesta
a la autoridad, el capitán del destacamento ríe satisfecho, igual que lo
hace Adams.
Salvador sale algo más retrasado, pero ninguno de los militares parece
reparar en su demora. Recoge su tienda con la ayuda de Alexandre y Yuu y
caminan a paso raudo para atrapar al resto.
- ¿Todo listo mein freund?
- Por supuesto herr Doctor, el helicóptero espera.
- Bien... -sonríe malicioso.
Su dedo largo, hueso, cubierto por una piel pálida y arrugada pulsa un botón
del panel que tiene ante sí. Éste destaca por su color, naranja, del resto.
Se apagan las luces corrientes y se encienden una hilera de fluorescentes
rojos. Ríe de nuevo y siente un escalofrío.
- Vámonos...
Y ahora siervo y maestro caminan hacia el helipuerto exterior donde les
aguarda un vehículo de transporte aéreo que les llevará lejos del peligro.
No lo cree. Mira al frente totalmente incrédulo. Tras cincuenta años cerrada
la puerta metálica se abre sin más, sin previo aviso. Como por gracia
divina. Camina, con su cadencia torpe de pasos hasta llegar justo al umbral.
Entonces piensa, sus últimos años de vida, si es que podría llamarlos así se
le pasan por la mente. Da un paso más, está tan solo a unos centímetros de
traspasar la frontera, de salir de la estancia... Lo hace, da otro paso.
Mira a su alrededor. Cierra los puños. Conserva la pose seria. Ve en la
pared, justo delante de él una bandera de los Estados Unidos de América.
Frunce el ceño.
- Cabrones...
Todos se alertan al sentir las helices del helicóptero girar sobre sus
cabezas. Dada su velocidad solo pueden contemplarlo un instante. Después se
pierde en el cielo. Todo es tan rápido que no pueden reaccionar.
El capitán Dugan saca de su macuto un holotransmisor, coloca la cámara ante
él y cuando el aparato le da señal comienza a hablar. Todos a su alrededor
callan.
- Aquí el capitán Dugan, de la sección de asalto 435/C2 en misión en
la Isla Clinton. Antes de partir se nos comunicó la detección de una forma
de vida extraña y nada más y hemos presenciado el vuelo de un helicóptero
que creemos ha despegado en esta misma isla. Esperamos más información
centralita. Gracias. ¡Dios bendiga a América!
Hasta que el comunicador no emite un sonoro ¡bip! nadie abre la boca. El
primero en preguntar es Chris, al lado del cual toma lugar Alexandre.
- ¿Qué cree que puede ser, capitán? ¿La criatura a la que veniamos
buscando sabe pilotar helicópteros?
Todos los marines aguardan la respuesta pacientemente, pero con curiosidad.
- Quién sabe. Ahora esperaremos aquí hasta nuevo aviso, no pienso
poner nuestras vidas en juego. Cuando los de la base nos digan que está
pasando seguiremos la búsqueda...¿¡Dónde crees que vas?!
Yuu camina sola, con la mochila a la espalda en dirección a donde se suponía
que se hallaba la extraña presencia ante la inquieta mirada de sus
compañeros.
- ¡Señorita Yuu! ¡He dado la orden de descansar!
- Usted no es mi superior, señor Dugan.
- ¡Lo soy cretina insolente!
- No, no lo es.
La diarrea verbal del militar es ignorada por la asiática que sigue su
camino mientras la pataleta del hombre va en aumento. Alexandre y Salvador
la siguen, para mayor desespero del veterano soldado. Finalmente Chris se
decide a seguir sus pasos.
- ¿Usted también, señor Adams?
- Alguien tendrá que cuidar de ellos... -sonriendo pícaramente.
- ¡Estáis todos locos! ¡Esto no es disciplina! ¡Malditos einsteins!
Visto desde el cielo, cuatro manchas insignificantes caminan por senderos
casi inexistentes en una gran mancha verde sobre el inmenso manto azulado
que cubre casi por completo nuestro planeta.
- Qué Dios se apiade de sus almas...
Mientras el helicóptero vuela en dirección a Europa.
Las paredes ceden haciendo que tiemble la estructura del complejo por
completo. Muchas de las luces rojas también se apagan. Los techos al caer
causan destrozos.
Él permanece inerte, contemplando su obra de destrucción con un mechón de
cabello castaño cayendo sobre sus ojos. Mira de nuevo sus manos, rebusca en
el bolsillo de su pantalón por unos guantes hasta que da con ellos. Se los
pone con suma elegancia. Están rotos a la altura del dedo anular de la mano
izquierda; por lo demás, perfectos.
Toda la isla tiembla. De algún lugar nace un torrente de niebla rojiza que
puede verse ascender hasta lo alto del firmamento.
EL CORREO FANTASTICO
Tras un parón bastante largo vuelvo a escribir para marveltopia, y he elegido esta colección para mi regreso porqué creo que es mi mayor logro desde que estoy entre tanta demencia friki. Como siempre, espero que el número os haya gustado, aunque es algo más corto que los otros, creo que extenderme más sería quitarle calidad a la trama que había pensado para el número, pronto descubriremos quien es ese señor tan majo de los botoncitos y el helicóptero, quien había encerrado en la habitación y que pasará con los soldados y los científicos.
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