ULTIMATE DAREDEVIL #1
Leyendas I
Guión:
Kleinsberg
PORTADA: Sonidos, rumores, susurros. Se arrastran, se acercan, nos tocan. Se alejan (olvidan un eco). Fugaces como un soplo de vida. La plegaria, moribunda, persiste como un cáncer.
La luz penetra a través de las amplias vidrieras, iluminando el rostro en
paz de un Jesús agonizando, avivando la llama en la espada de un arcángel,
cantando alabanzas al hijo de Dios resurrecto que camina envuelto en una
túnica blanca. La luz penetra a través de las amplias vidrieras en la
pequeña iglesia casi desierta. Los bancos quejumbrosos acogen tan sólo a una
anciana marchita, que sostiene entre sus devotas manos un rosario y reza con
fervor por su nieto que agoniza preso de la leucemia. Un jubilado tembloroso
y flaco de chaleco raído enciende una vela ante un icono de la Virgen María
y se santigua, tan sólo quiere reunirse pronto con su esposa, sea en el
cielo, sea en el infierno. Un muchacho sale avergonzado del confesionario,
con la cabeza baja se dispone a rezar su penitencia, no muy rigurosa,
después de todo, su único pecado real es la juventud, y el padre Blasco lo
sabe, el padre Blasco es comprensivo.
La luz penetra a través de las amplias vidrieras, y el padre Blasco la ve
reflejada en los rostros grises de sus feligreses y, como cada día, se
pregunta si no les habrá fallado, si no podría hacer algo más por su
felicidad. Se pregunta si no será un mal sacerdote por no saber compartir
con su rebaño el júbilo que a diario le embarga por vivir una vida
consagrada al Señor. Y la dolorosa respuesta le llega en su forma más cruda.
Si a algún fiel ha fallado, si ante algún ser alguna vez toda su fe se ha
vuelto estéril, es ante ese hombre que aguarda ante los tres escalones que
dan acceso al pórtico. Impotente desde su silla de ruedas ante tan nimio
obstáculo, incapaz de ver nada de lo que le rodea, es a los ojos del padre
Blasco la viva imagen de la desolación. Derrotado de antemano baja a
recibirlo.
- Matthew, Matthew, ¿cómo estás?
- Vengo a confesarme, padre.
- Claro hijo, claro. Pero espera un momento, aquí, en la calle... este no es
lugar para hablar de estas cosas, iré a buscar ayuda.
Entra en la iglesia y espera a que el muchacho termine de rezar, pues sabe
que no le queda mucho. Luego, entre los dos (pues el padre Blasco conserva
una gran fortaleza física a pesar de haber superado los sesenta) suben
primero a Matt, lo sientan en un banco, y luego suben la silla.
- Padre, ¿quiere que me quede para ayudarle cuando se vaya?
- No hace falta Joseph, ya me las arreglaré, de verdad.
- De todos modos, estaré por ahí fuera.
- Lo que tienes que hacer ahora mismo es ir a la escuela. - Replica Blasco
con aire severo. Espera a que se vaya, igual que se ha ido el jubilado. Sólo
el reverendo, Matt y la anciana siguen en el templo.
- Antes de que empecemos, Matthew - se sienta junto a él, secándose el sudor
de la frente- , creí que ya habíamos hablado de esto. No es necesario que
vengas a confesarte varias veces por semana. No eres un mal hombre, tu único
pecado es el sufrimiento, vivir te ayudaría tanto como rezar.
- Esta vez es diferente, padre Blasco.
- Siempre dices que es diferente. Pero empiezo a creer que en ti el
sacramento de la confesión puede resultar más perjudicial que benigno,
esto... raya en lo enfermizo....
- ¿Quién habla ahora, el reverendo o el doctor en psiquiatría Anthony
Blasco?
- Yo soy siempre yo. Por el amor de Dios Matthew, eres un hombre joven.
Joven y con una vida por delante, a pesar de todo. Te sobrepondrás a esto,
créeme, lo harás como hiciste con tu ceguera
- Aquello fue distinto - interrumpe Matt- , nunca sentí mi ceguera como una
pérdida real, usted sabe que lo que me fue dado a cambio fue, no sé, fue...
- Y ahora soy yo quién debería preguntar ¿quién habla ahora, Matthew o el
joven y brillante abogado Matt Murdock? La vida no es un tribunal, en la
vida real no todo es negociable, y... en fin, y no siempre vas a poder
demandar a Dios para que te ofrezca una indemnización a cambio de las
desgracias que te ocurran, por atroces que éstas sean.
- Yo no quiero compensación, padre. Sólo quiero saber porqué.
- ¿Por qué? ¿Por qué? Quedaste ciego en un accidente y a cambio obtuviste
dones maravillosos, dones que usaste para bien o para mal, pues no puedo ni
quiero juzgarte, pero los usaste al fin y al cabo con nobles intenciones.
¿Por qué? ¿Por qué tuvo que suceder así? ¿Por qué tuviste luego que verte
postrado en esta silla? ¿Por qué? Tal vez nunca llegues a saberlo, y la fe
te ayudará, tal vez no a comprender pero sí a soportar. La fe, pero... pero
no te obsesiones... la fe, ¿sabes? nos da fuerzas, la fe nos muestra
caminos, pero puede también convertirse en una cárcel.
- Por favor, padre, necesito confesarme.
- Vamos.
Se levanta y camina acompañado del leve zumbido del motor eléctrico de la
silla. Como han hecho otras veces, se dirigen al confesionario que está en
el rincón más apartado, allí el padre Blasco se sienta, con los ojos
entrecerrados, ofreciendo su perfil a Matt, y éste permanece fuera, postrado
en su silla, y habla:
- Bendígame padre, porque he pecado.
- ¿Cuáles son tus pecados hijo?
- No sé muy bien que nombre darle, pero es un sentimiento exultante y triste
a la vez, es una alegría pura que me invade, y una penumbra.
- Intenta ser más claro.
- Siento en mí una gran decepción, como si el destino me hubiese arrebatado
una última batalla, aunque... aunque sé, sabía que ya nunca llegaría. Y
siento también alegría, y eso me atemoriza.
- ¿Qué puede haber de malo en la alegría?
- ¿Es pecado, padre, alegrarse de las desgracias ajenas?
- Sí
- ¿Es pecado, padre, sentir felicidad por la muerte de un hombre?
- Sí
- Entonces he pecado.
- Dime hijo, ¿qué es lo que te abruma?
- Kingpin ha muerto.
Apilados en la estrecha isla, edificios de mil ventanas surgirán
resplandecientes, pirámide sobre pirámide, blancas nubes encima de la
tormenta. Wilson Fisk ha muerto, pienso, y aquí, en su funeral, no me saco
de la cabeza las palabras de Dos Passos, apilados en la estrecha isla...
Wilson Fisk ha muerto, pienso, y es un buen título para el artículo que
quiero escribir. Wilson Fisk ha muerto, por Ben Urich. Soy Ben Urich,
cronista, periodista de sucesos, antropólogo urbano.
- Mira, ¿no es ese Urich? ¿Qué hace aquí esa rata?
- Chst, te va a oír.
- Que se joda.
"Que se joda" dice, jódete tú. Pero no digo nada, no vale la pena, en lugar
de eso me limpio las gafas y me abro paso entre todos estos periodistas de
pacotilla, niños de papá con master que se dedican a la información
económica, o carroñeros de la prensa del corazón. Y ahí, al fondo, la veo:
Vanesa Fisk, ya hay quien la compara con Jackie Onassis, bastante más joven
que su difunto esposo, el luto la vuelve más bella, si cabe, a su derecha su
hermana: Claudia, poco más que una niña, dicen que sentía auténtica devoción
por Fisk, cuyo apellido lleva también, un tío para ella en lugar de un
cuñado, no conozco al hombre que está tras ellas.
Entramos en la sala abarrotada, el Maestro dijo que debíamos venir,
contemplar por vez última al Némesis. Ha muerto y hemos fallado. Hemos
fallado a nuestra bienamada ciudad, huérfana del paladín. Hemos fallado a
nuestros propios corazones. Hemos fallado a la memoria del Sin Miedo. El
Maestro se apoya en mi brazo y siento su debilidad. El Maestro es un pedazo
de vida sin carne ya ni futuro, roído por el tiempo y la muerte. Y nosotros
los Portadores debimos dejarlo hace tiempo. Debimos abandonar su senda de
recuerdos y esperas y lanzarnos en pos de los pasos del Errado.
Un hombre anciano, ciego, rodeado de tres figuras.
El Errado lo comprendió. Él fue el primer Portador y lo comprendió.
Comprendió cuando desapareció el Sin Miedo que sin él se extinguiría el
sueño americano. Eso no puede permitirse. No debe suceder. Ni siquiera el
Maestro es consciente de que nosotros debemos ser los custodios del sueño.
Pero lo comprenderá. Tras el ocaso del Sin Miedo y la muerte de Fisk las dos
caras del sueño han caído ya. Llega el tiempo del Errado y debemos estar
preparados.
Daniel Cohen. Julia Blackgate. Thomas Rawls. Los tres portadores
La historia más vieja del mundo. Una traición. La Voz me lo garantizó.
Traicionaré al hombre que reverencio a cambio de una mujer. Puedo verla
ahora y el deseo me inflama. Sólo yo puedo ver a la mujer, el resto ven sólo
una niña, una bonita pre-adolescente, poco más que una chiquilla enfundada
en un vestido de luto poco adecuado a su edad. Sólo yo puedo en ella la
mujer que será, la mujer que yo ayudaré a nacer. En sus curvas incipientes,
su límpida mirada, sus labios nunca mancillados por el beso de un hombre.
Claudia Fisk será mía a cambio de una traición. La Voz lo dijo.
- Julia - dice en un susurro el Maestro- , cuídate de tus hermanos.
Traición.
- No le entiendo
- Shhhh - y hace un gesto para que calle.
- ¿Decía algo? - inquiere Rawls.
- No, nada.
- Bien, en ese caso debo irme, Maestro. Debo reunirme con mis asesores antes
de mi intervención.
- No te preocupes - responde Julia- , nosotros le atenderemos.
Rawls aleja su corpachón de casi un metro noventa de altura y apenas ha
caminado unos pasos cuando un joven de flequillo rebelde y aire nervioso y
servil le asalta, mientras ambos se alejan Daniel Cohen y Julia Blackgate
pueden oír lo que dice: "Concejal, por fin le encuentro, aquí tiene la
versión definitiva del discurso. Incidí más en el sueño americano como usted
pidió y" las voces se pierden entre el gentío.
Alguien dicta a su grabadora y yo tomo notas de pie como puedo y pienso en
Dos Passos y Fisk y en esta pobre ciudad y me digo que al menos yo, Ben
Urich, permaneceré el tiempo suficiente para decir algo, aunque no sé muy
bien qué. Alguien dicta a su grabadora:
- El funeral se oficia en la capilla de la familia Fisk y lo llevarán a
cargo cinco sacerdotes de las cinco confesiones religiosas mayoritarias de
la ciudad. Este fue un deseo expreso de Wilson Fisk, devoto creyente en
Dios, "un Dios que descubro individualmente en la lectura de la Biblia",
había dicho en alguna ocasión. Mencionar también su amor por Manhattan.
Y apaga su grabadora. Capullo. Wilson Fisk era uno de los rascacielos que se
apilaban en la estrecha isla. Kingpin era otro. Wilson Fisk, Kingpin, dos
personalidades de un mismo hombre que apenas si dejaban sitio a otros
rascacielos en Manhattan. Para bien o para mal Fisk y Kingpin pertenecen a
la ciudad... o la ciudad les pertenece, con todos los que estamos dentro.
Para bien o para mal... y ni siquiera su muerte, de un plumazo, puede
eliminar esta mutua pertenencia que es más fuerte día a día. Y pienso que es
una lástima no poder escribir esto, pues en todos estos años ni siquiera he
podido demostrar la existencia de Kingpin. ¿Cómo entonces afirmar lo que
intuyo, que él y Fisk eran la misma persona? Apilados en la estrecha isla...
el destino erigió otro edificio, más humilde y a la vez más altivo, más
oscuro y al tiempo más luminoso, más fugaz y sin embargo inmortal. Era poco
más que un destello rojo-amarillo en la noche, era poco más que la
encarnación de la esperanza y la nobleza, era el espejo en el que aspiraban
a mirarse los pedacitos de buenos hombres que hay dentro de nosotros. Era
Daredevil.
No estoy muy seguro de tener algo más que decir. Guardo en el bolsillo mi
acreditación de periodista y me pongo en la larga cola, anoto algo en el
bloc y arranco la hoja, guardándola en la palma ahuecada de mi mano. Apenas
si me detengo ante el cuerpo para mostrar mis respetos al muerto. No estoy
muy seguro de tener algo más que decir, y dejo caer, sin que nadie lo vea,
la hoja de mi mano. Reposa ignorada entre las flores:
Babilonia y Nínivie eran de ladrillo. Toda Atenas era doradas columnas de
mármol. Roma reposaba en anchos arcos de mampostería. En Constantinopla los
minaretes llamean como enormes cirios en torno del Cuerno de Oro... Acero,
vidrio, baldosas, hormigón, serán los materiales de los rascacielos.
Apilados en la estrecha isla, edificios de mil ventanas surgirán
resplandecientes, pirámide sobre pirámide, blancas nubes encima de la
tormenta.
EL CORREO SEGÚN MATEO
Bueno... al fin Kleinsberg ha terminado sus parrafadas y puedo tener mi
rinconcito de gloria (me consta que se reprime para no escribir frases más
largas, además, no sé por qué se complica tanto la vida, tras su baño
semanal de morfina me contó que todo el primer párrafo es una reproducción
de la portada, cambiando de un plano abstracto a otro concreto ¿pa qué? ¡Si
nadie se va a fijar!). Como este es el primer número y no hay correo,
aclararé un par de puntos y adiós muy buenas. Lo primero es lo primero, en
el número hay una cita, como Urich dice en su monólogo interior, las líneas
que cierran el capítulo son de John Dos Passos,, para ser más precisos, se
trata del párrafo que encabeza el segundo capítulo de la clásica novela
Manhattan transfer. Otra aclaración (que tal vez no sea necesaria, no lo sé)
es sobre la alusión a los colores rojo y amarillo como característicos de
Daredevil, éstos eran, efectivamente, los colores originales del primer
traje del hombre sin miedo. Fue de la mano del dibujante Wally Wood (que
debutó en Daredevil en el número cinco), en el número siete USA, cuando el
superhéroe ciego debutó con el traje rojo que todos conocemos.
Casi se me olvida, este número, por ser el primero, es bastante más largo de
lo que serán habitualmente.
Y de momento eso es todo.
Tendréis noticias de mi abogado
kleinsberg@yahoo.es