ULTIMATE BLADE #2
Sangre e incienso
Guión y portada: Mariano Zapata
Diane se acercó hasta su lecho, contoneándose al ritmo de los
latidos de su propio corazón. Estaba desnuda, tal y como lo estuviera la
primera vez que clavó sus negros ojos de cazador en ella, y desprendía una
ternura y sensualidad como Blade nunca antes había contemplado en una mujer.
Sin necesidad de palabras vacías de contenido, la mujer de pálida piel se
introdujo en el lecho en el que reposaba el hombre que, en las últimas
semanas, había pasado a significar todo para ella.
Blade se estremeció al sentir su tacto, incapaz de recordar la última vez en
la que su pulso se había acelerado tanto por algo que no hubiese sido la
lucha desesperada por la supervivencia.
Lentamente, la mujer posó sus labios sobre los de él,
conminándolo a abandonar el solitario sendero que se había visto forzado a
recorrer en los últimos años.
- Por favor, Blade -le susurró ella mientras besaba dulcemente su cuello-.
Ya que me darás la muerte, dame antes la vida. Llevo esperando este momento
desde antes incluso de haber sido consciente de mi propia existencia, por
extraño que esto pueda sonarte.
El guerrero de piel oscura estuvo a punto de confesarle entonces
que, pasara lo que pasara, él jamás le haría daño alguno. De hecho, si con
su propia vida podía contribuir en algo para prolongar la de su dulce
compañera, la daría sin dudar ni un solo instante.
No podía estar totalmente seguro de si lo que sentía por la joven era el
sentimiento que los humanos denominaban amor, pero en esos momentos
cuestiones como ésa no podían importarle menos. "Es curioso como tan exigua
palabra puede entrañar tal cantidad de matices en su seno", pensó Blade
mientras respondía con fervorosa pasión a las caricias de la que, si no de
sangre al menos en espíritu, era lo más parecido a una familia que él había
podido encontrar jamás.
- Diane -exclamó él, atrayéndola de nuevo hacia sus labios-. Ni el
mismísimo.
Las palabras nunca acabaron de salir de su boca, interrumpidas
abruptamente por el inhumano alarido que arrancó a Blade de las oníricas
garras de Morfeo, hijo de Hipno.
Confuso y aletargado, incapaz de distinguir sueño y realidad,
solamente sus sobrehumanos reflejos le salvaron la vida. Sin saber muy bien
como, consiguió esquivar rodando sobre sí mismo la afilada estaca de ébano
dirigida a su corazón. Instantes después, no obstante, el cazador de
demonios ya se encontraba de pie y más que dispuesto a encargarse de su
frustrado, al menos de momento, asesino.
Con más resignación que sorpresa reflejada en su mirada, su
vista constató lo que su subconsciente ya había entrevisto: su atacante no
era otro que su compañera de sueños, Diane, que, con los ojos inyectados en
sangre y un rictus en su rostro más propio de una bestia que de un ser
humano, se disponía a continuar con la tarea que había quedado inconclusa
semanas atrás.
- Vamos Diane -le interpeló Blade, esquivando las furibundas estocadas que
ella le propinaba-. Sé que no quieres hacerlo, que es nuestro padre el que
te controla. Lucha contra él, libérate de su pernicioso influjo.
- Nunca -respondió ésta, con una voz que en nada recordaba a la suya, salida
de las mismas entrañas de la malevolencia-. Desde el mismo momento en el que
en el vientre preñado de su madre deposité el germen de mi estirpe ella ha
sido mía. Su muerte me pertenece tanto o más que su vida, y nunca podrás
usarla como carnal instrumento para advenir hasta mí.
Como forma más obvia de reafirmar aquellas guturales palabras
recién pronunciadas, Diane tomó la estaca que portaba con ambas manos y,
antes de que Blade pudiera hacer nada por evitarlo, la clavó violentamente
en su propio pecho.
Tan pronto lo hubo hecho, el velo negro que cubría sus pensamientos se
desvaneció en la nada que la aguardaba, y su rostro recuperó la suave
expresión que lo caracterizaba.
- No te preocupes, mi vida -acertó a decir la joven mientras se desplomaba
sin vida sobre el frío suelo de la habitación de motel en la que habían
pasado las últimas noches-. Incluso por vivir una vida como la mía merece
pagar el más alto de los precios.
Blade no pronunció palabra ni derramó lágrima alguna al recoger
el cuerpo sin vida de la hermosa joven y depositarlo sobre el mismo lecho en
el que sus sueños lo habían llevado hasta ella. El atisbo de esperanza que
iluminara su existencia en los últimos días quedó sepultado bajo las oscuras
aguas del océano de la fatídica realidad, dejando en su corazón sólo un
motivo para continuar su errar por este mundo. Un motivo tan antiguo como la
vida misma y, empero, tan válido ahora como entonces: la venganza.
Mas antes de dedicar hasta la última gota de su sangre
inmaculada a la ingente labor que le aguardaba, aún quedaba algo por hacer.
Max alzó la vista al cielo, dirigiendo sus súplicas a un dios al
que había repudiado hacía ya mucho tiempo. En realidad, hubiese vendido su
alma al mismo Belcebú a cambio de estar en cualquier otro lugar del mundo en
ese preciso instante. "Si claro, como si no lo hubiera hecho ya", murmuró en
voz baja, sonriendo lacónicamente.
"Bueno Max, no te pongas nervioso" -se dijo a sí mismo, tan
intranquilo como impaciente-. "Seguro que lo único que quiere es ir por ahí
a tomar unas copas o algo. Si te ha permitido seguir con vida todos estos
años no creo que ahora haya decidido cambiar de idea como si tal cosa".
- Hola Max -rugió una potente voz justo a la espalda del malvestido vampiro
de escaso cabello pelirrojo-. ¿Te he hecho esperar mucho?.
- Joder, Blade -respondió él, visiblemente alterado por la súbita aparición
del cazador-. Si no estuviera ya muerto me habrías acortado la vida cinco
años por lo menos. Uno ya no está para estos sustos.
- ¿Te has portado bien durante ni ausencia? -replicó Blade, tan impasible
como amenazador.
- Claro tío, ya sabes que soy legal y estoy a dieta de sangre animal. No
huelo sangre humana desde aquella orgía del noventa y siete.
- No me mientas, Max. Yo lo sé todo.
- No te miento, te lo juro por la ropa interior de mi chica. Me he reformado
del todo.
Blade miró directamente a los ojos del vampiro, firme e
inquisitivamente. Éste, sin poder aguantarle la mirada más de un segundo,
bajó la cabeza y, tartamudeando, sostuvo:
- De verdad, Blade. Ya no hago esas cosas.
- Lo sé -afirmó el guerrero, sonriendo-, si no ya estarías convertido en
polvo.
- Entonces ¿qué quieres de mí? -inquirió el vampiro, apenas atreviéndose a
mirarlo de soslayo.
- Información, por supuesto -contestó él-. Información y un pequeño favor.
Blade se arrellanó en su asiento, buscando la postura que le
permitiera conciliar el sueño y olvidarse por un rato de lo mucho que odiaba
todo lo que tenía que ver con volar. Si el tiempo no corriera en su contra,
el hombre de piel azabache nunca habría tomado aquel vuelo hacia España. A
decir verdad, hubiera preferido mil veces ir hasta allí nadando que a diez
mil metros sobre la superficie del agua.
- ¿Desea usted algo? -le preguntó mecánicamente una azafata demasiado
maquillada justo cuando la realidad comenzaba a desvanecerse y dejaba paso
al reino de los sueños.
- No, gracias -respondió él, sin abrir siquiera los ojos para mirar a la
chica.
- ¿Está seguro? -insistió ella-. Nuestro menú viene incluido en el billete.
- Me parece estupendo -replicó él-, pero realmente no deseo tomar nada ahora
mismo. Lo único que necesito es dormir un rato.
- Entonces lo siento -pareció excusarse la azafata-, pero me parece que
usted y yo tenemos un problema, porque no pienso dejarle dormir ni un solo
segundo. Hay cosas que hacer y muy poco tiempo para ello.
Blade, entre sorprendido y enfadado, abrió los ojos,
comprendiendo incluso antes de que éstos consiguieran enfocar el mundo a su
alrededor lo que había pasado.
- Muy bien, Agatha -dijo a la hermosa joven de tez morena que surgió frente
a él-, ¿por qué no hiciste esto antes de que me montara en el maldito
avión?.
La interpelada sonrió, encogiéndose simultáneamente de hombros.
- No lo sé -repuso divertida-. Supongo que aún no era el momento apropiado.
Ya sabes que todo ocurre cuando ocurre, ni antes ni después. Te lo he dicho
cientos de veces.
Blade tenía mucho que decir a eso, pero desistió a hacerlo en
cuanto recordó lo que había pasado la última vez que intentó meterle un poco
de sentido común a la bruja en la cabeza. En lugar de malgastar el aliento,
echó un breve vistazo a la pequeña sala a la que el hechizo de la joven de
larga melena negra e intensos ojos color aceituna lo había transportado.
- ¿Te gusta la nueva decoración? -le pregunto ésta, señalando a una pared en
la que había colgado lo que parecía ser la cabeza disecada de un demonio.
- Preferiría no contestar a eso -terció el-. No me gustaría acabar como ése.
- ¿Sentido del humor, Blade? -se sorprendió, Agatha-. ¿Tanto has cambiado en
los últimos meses?.
- Nada permanece eternamente -explicó-. Precisamente tú deberías saberlo
mejor que nadie.
La bruja sonrió. Ver a Blade convertido en algo más que una mera
máquina de matar le reportaba más satisfacción que cualquier otra cosa en el
mundo.
- Debo suponer que estás decidido a encontrar a tu padre, ¿verdad? -le
preguntó.
El rostro de Blade se ensombreció.
- Sí. Esto debe acabar de una vez por todas. A cualquier precio.
- ¿Estás seguro? -Agatha sabía que el precio sería demasiado alto.
- Lo estoy.
La mujer se acercó hasta él, posó sus manos sobre su frente y,
con los ojos cerrados, comenzó a recitar palabras que jamás deberían haber
sido pronunciadas. Blade frunció el entrecejo, consciente de lo mucho que
estaba sacrificando, pero convencido de que ésa era la única manera de
romper con el interminable círculo de sangre que unía a padre e hijo.
El despertar de la noche, surgida de las cenizas de la luz de la
mañana, devolvió a Blade la consciencia.
Sus manos temblaban, y sus ojos apenas podían distinguir las
sombras de las luces.
- ¿Te encuentras bien, muchacho?. -Era la voz de la bruja, que parecía
surgir de la nada-. Has tardado mucho más de lo que yo esperaba en
recuperarte.
- Yo diría que sí -mintió-. Aunque apenas puedo reconocerme en mi propia
voz.
- No te preocupes -explicó Agatha-. Es un efecto secundario de nuestro
pequeño truco de magia. Tu voz es más grave, tus brazos más fuertes y tu
cuerpo. menos vivo.
- Ya no hay vuelta atrás, ¿verdad? -dijo Blade mientras se incorporaba y
desentumecía los músculos.
- Eso me temo. En la vida la mayoría de los caminos son de una única
dirección. Por eso siempre es preferible tomar los más largos y evitar a
toda costa los atajos. Una nunca sabe adonde acabarán por conducirla.
Blade trató de sonreír, mas su ingente dentadura apenas le
permitió esbozar una torcida mueca. Percatándose del cambio, se llevó las
manos a la cara.
- ¿Podrías acercarme un espejo? -pidió a la joven de oscuros cabellos.
- Podría, pero de poco te serviría. No olvides en lo que te has convertido,
y en lo que vas a convertirte. Te todas formas -agregó con un tono algo
menos sombrío-, con un poco de práctica podrás volver a lucir tu rostro
habitual. Esas facciones son sólo tu. cómo decirlo. armadura de batalla.
Blade asintió con la cabeza. Su mente iba aclarándose
lentamente, pero ya había recuperado la lucidez suficiente como para
comprender las implicaciones de su nuevo yo. Sabedor de que sólo era
cuestión de tiempo que su padre percibiera su cambio, el ser que ahora era
algo menos, o quizá algo más, que humano concentró todos sus esfuerzos en
tirar hacia sí del cordón umbilical que lo unía a su progenitor.
- Maldito sea por siempre-exclamó segundos más tarde-. Ya sé dónde se
encuentra.
Agatha daba los últimos retoques a la esvástica que había
dibujado con su propia sangre en el suelo de la biblioteca de la mohosa
mansión en la que habitaba. No profesaba ninguna simpatía hacia ese símbolo,
tan vejado décadas atrás, pero un hechizo como el que Blade necesitaba para
llegar hasta su padre no podía ser realizado sin la presencia simbólica de
los cuatro elementos básicos de la naturaleza.
- ¿Estás preparado, muchacho?.
Blade detestaba que una mujer que aparentaba al menos diez años
menos que él lo llamase así, pero ése no era el lugar ni el momento para
discusiones banales.
- ¿Eso cambiaría algo?.
- Supongo que no -concedió la bruja.
Blade se colocó sobre la esvástica, se arrodilló y cerró los
ojos.
Agatha se desprendió del pesado manto que cubría su piel canela
y se sentó frente a él, tomándolo las manos de Blade en las suyas.
- Preparados o no, allá vamos.
Arrastrado por el maremagnum de la inevitabilidad, extasiado por
el olor a sangre e incienso que se infiltraba a través de sus fosas nasales,
Blade sintió como todo su cuerpo se retorcía, intentando adoptar una
configuración para la que no estaba preparado. Sólo cuando el dolor fue tal
que su consciencia amenazó con disiparse en las brumas del olvido éste cesó,
y Blade comprendió que, tal y como solían decir en las películas que tanto
gustaba a Agatha, ya no estaba en Kansas.
CORREO DE LOS POSIBLES LECTORES
¡Hasta el próximo número!