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Ultimate Blade

ULTIMATE BLADE #1
La llamada de la bestia interior
Guión y portada: Mariano Zapata

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La llegada del amanecer anunciaba el final de su suplicio. Tres noches al mes, la bestia inhumana que bullía maliciosa en su interior se veía liberada de su carnal prisión y se lanzaba al mundo en un desesperado intento por devorar hasta la última pizca de bondad y humanidad que aún anidaba en su corrompida alma.

Mientras sus pasos devolvían su caparazón humano a su solitario hogar, una ominosa silueta recortada contra el incipiente Sol contemplaba su tambaleante caminar desde lo alto de la colina de verdes pastos sobre la que se alzaba la desvencijada cabaña de mohosa madera que la cobijaba desde su más tierna infancia.

Cuando Blade decidió ampliar su listado de especies merecedoras de la extinción, lo último que pudo imaginar fue que el camino iniciado en el mismo vientre de su moribunda madre le llevaría precisamente de vuelta a la tierra que, casi treinta años atrás, lo vio nacer -si es que su venida al mundo podía considerarse estrictamente como tal-, precisamente el único lugar en la Tierra en el que no deseaba estar.

- Y sin embargo, aquí estoy -dijo para sí mientras cargaba con la última de sus balas de plata el potente y aparatoso rifle que tan malos resultados le había proporcionado durante toda la noche pasada-. Dispuesto a matar no a un demonio con forma humana, sino a una pobre persona maldecida por el tiempo y las circunstancias. A una persona que, amén del tormento, comparte conmigo hasta la propia sangre.

Segundos después, con la mira de su arma apuntando al mismo corazón de su inocente víctima, el fornido varón de piel azabache se dispuso a terminar con aquello que lo había obligado regresar al lugar que tanto odiaba.

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Paris. Una semana antes.

Las calles parisinas bullen con la multitud que las inunda, en busca de emociones sólo posibles en las noches de verano. La Luna llena baña los estrechos callejones con su místico fulgor, en una batalla perdida de antemano por sustituir a las amarillentas farolas como principal fuente de iluminación nocturna.

A decenas de metros bajo la vivaracha superficie, en lo más profundo del sistema de alcantarillado de la Lutecia de antaño, la familiar figura del no hombre conocido únicamente como Blade avanza en tinieblas, presurosa, a través de la fluidizada podredumbre de los habitantes de la urbe bañada por el Sena.

Vestido con una larga gabardina de cuero negro, unos pantalones de un tejido similar al vaquero del mismo color y una camiseta de tirantes de color rojo intenso, ninguna luz ilumina sus pasos, pues ni la oscuridad más estigia puede evitar que su mirada penetre en su tenebroso seno.

- Condenados franceses -farfulla entre dientes con contenida indignación-. ¿Por qué sus vampiros no pueden vivir en casas abandonadas como los de los países civilizados?. ¿Tanto le gusta a esta gente estar de mierda hasta la cintura?.

Tan pronto como las palabras escapan de su garganta, un ruido como de chapoteo a su espalda le indica que su presa ha caído en su, pese a su incontestable éxito, burda trampa.

- Muy bien -piensa-, sólo uno más y podré largarme de este condenado país para no volver nunca jamás.

Antes incluso de darse la vuelta con la velocidad sobrehumana que caracteriza cada uno de sus movimientos en combate, Blade ya sabe qué es lo que sus vampíricos ojos contemplarán: un andrajoso vampiro francés, demasiado sediento de sangre y estúpido como para percatarse del vínculo de sangre corrupta que le une a su pretendida víctima.

Con una simpar destreza, nacida de la práctica y de la propia carne, el musculoso caballero oscuro atraviesa el pútrido corazón de su ignorante asaltante con una estaca de madera, aparentemente surgida en su mano izquierda de la nada. Sólo entonces el vampiro francés parece darse cuenta de que su asalto estaba abocado al fracaso desde el primer momento: su víctima nunca ha sido tal, sino que en realidad es aquel hermano de sangre contra el que tantas veces le habían prevenido. El traidor. El asesino.

Con un estallido de fuego, azufre y polvo, la criatura se desvanece en la nada de la que nunca debió regresar, dejando a Blade sin más razones que las puramente masoquistas para permanecer ni un segundo más sumergido en las asquerosas aguas fecales de la populosa urbe parisina.

A grandes pasos, maldiciéndose a sí mismo por haber echado a perder otra vez su carísima prenda de cuero negro, Blade se aproxima a la salida más cercana del alcantarillado, presto a trepar por la herrumbrosa escalerilla de metal y volver a la superficie.

Apenas ha acabado de devolver la tapa a su lugar cuando, con la inherente brusquedad de lo repentino, unas poderosas garras tallan surcos de sangre escarlata sobre su ancha espalda, desgarrando cuero, tela y piel.

Presa de un dolor más allá de lo físico, Blade tarda más tiempo del deseable en comprender que la criatura a la que va a enfrentarse dista mucho de ser uno de sus malhadados congéneres, sino una de aquellas de las que tanto se había esforzado en los años transcurridos desde que marchara de su hogar por arrastrar de su memoria al vacío del olvido.

- Maldición -murmura para sí-. Es un condenado lobo.

El hombre lobo, con sus lupinos ojos inyectados con la sangre de sus incontables víctimas, se aprovecha de la confusión momentánea del matador de demonios y esquiva el primer golpe que éste intenta asestarle, consiguiendo a la vez clavar sus afilados colmillos en pleno plexo solar del fornido varón.

Pese a que Blade es un hombre muy corpulento y mide más de un metro noventa de altura, su tamaño resulta insignificante ante las increíbles proporciones de la bestia antropomorfa que lo aprisiona, que parece medir casi tres metros de alto y tener dos veces la envergadura de su adversario.

Por añadidura, a diferencia del vampiro que matara hacía unos instantes, la fiera de negro pelaje parece saber exactamente cómo manejar a un ser de sus características. Con un potente giro de su grueso y peludo cuello, lanza a Blade por los aires, que cae instantes después pesadamente sobre los cuerpos ensangrentados de una pareja de enamorados parisinos que, con toda probabilidad, habían sido objeto de las atenciones culinarias del hombre lobo no demasiado tiempo atrás.

Mientras Blade concentra todas las energías de las que dispone en reincorporarse y obviar el lacerante dolor que atraviesa su pecho, la bestia iracunda se lanza nuevamente sobre él, buscando ahora el cuello de su contrincante.

Mas, incluso en una situación tan desesperada como ésta, Blade no pierde la calma ni por un instante. Desde que abandonara las verdes praderas de su tierra natal a la tierna edad de doce años, se ha enfrentado un día sí y otro también a seres contra los que nadie en su sano juicio hubiera osado encararse y, de una manera u otra, siempre había conseguido cobrarse la piel de su presa. No en vano, él no era un hombre como todos los demás, sino algo más. y mucho menos. Su madre había sido desde antes incluso de nacer una de tantas esclavas humanas que su padre, un vampiro cuyo nombre nunca era pronunciado más que en susurros por los más ancianos del lugar, había usado a suerte de caldo de cultivo para su demoníaca simiente inhumana. Hijo carnal de una mortal y un vampiro, había heredado en herencia lo bueno y lo malo de ambas razas, constituyéndose en perfecta mixtura de lo que se es, lo que se puede ser y lo que se debió ser.

Cuando el lobo se dispone a cerrar su mandíbula sobre el cuello de su víctima, a la que cree erróneamente indefensa, Blade cierra los ojos y, elevando una plegaria al cielo que lo había maldecido desde el mismo instante de su concepción, utiliza una de aquellas capacidades heredadas de las que tan poco se enorgullece, de tal manera que la bestia no consigue cerrar su presa y clavar sus afilados colmillos más que en su propio enrarecido aliento.

Impaciente por retomar su forma humana cuanto antes, Blade ni siquiera aguarda a estar situado completamente detrás de su inhumano oponente para hacerlo, cayendo con todo su peso, que no es poco, justo sobre la espalda de la sorprendida bestia.

En su mano izquierda, surgida de la nada de la que, en cierta forma al menos, él mismo provenía, Blade blande una exquisita espada de pura plata, en cuya afilada hoja pueden distinguirse símbolos mágicos olvidados por la memoria colectiva de la humanidad antes incluso de haber sido grabados a fuego y sangre sobre la mágica arma. Sin que sea necesario apenas esfuerzo por parte de su portador, la hoja atraviesa la espalda del descomunal ser lupino, abriéndose paso en su interior y partiendo el corazón humano que anima sus actos en dos.

Antes de que Blade tenga tiempo de sacar la argenta espada del cuerpo de su caído enemigo, éste comienza a menguar rápidamente de tamaño, hasta volver a adoptar su forma humana, dejando paso a un hombre de media estatura y piel tan oscura como la de él mismo.

Cuando Blade da la vuelta al cuerpo de su enemigo y contempla bajo la mortecina luz de la Luna el rostro del hombre que yace al borde de la muerte a sus pies, no puede contener un suspiro.

- No te preocupes por mí, hermano -susurra el moribundo con su último hálito de vida escapándose a marchas forzadas de su cuerpo-. Preocúpate por ti, porque Él ha regresado de entre los muertos, y no descansará hasta que aquel que le obligó a cruzar el oscuro sendero del infinito pague con su vida y su alma el precio de tal ofensa. Uno tras otro, caeremos sobre ti, enviados por Él e incapaces de contradecir sus órdenes, grabadas con la sangre de nuestras madres en nuestra misma esencia vital. Mas antes de que eso suceda, vuelve a casa y libéranos de nuestra maldición. Por favor Blade, no dejes que mis hijos acaben como yo.

La dulce paz de la muerte reclama finalmente al hombre, concediéndole tal vez el descanso que no pudo tener en vida. Blade, cuyas lágrimas se secaron en el mismo vientre de su madre, contempla el cadáver por unos minutos, preguntándose cómo habría conseguido su padre regresar del mundo de los muertos y volver a arrojar sobre su estirpe la maldición de la que el mismo Blade creía haberlos liberado para toda la eternidad.

- En fin -exclama alejándose del cuerpo e internándose en las sombras de la ciudad-. Parece que esto significa que es hora de volver a casa.

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La mira telescópica del rifle acaricia dulcemente las sinuosas curvas de la desnuda joven de blanca piel y dorado cabello que avanza por la hierba impregnada del rocío de la mañana ignorante del destino que la aguarda. Sin embargo, por mucho que Blade intenta abstraerse de las varoniles sensaciones que recorren su cuerpo no consigue hacerlo. Bien es cierto que ha perdido la cuenta de cuantos de sus hermanos han traspasado el umbral que separa la vida de la muerte en los últimos días bajo su mano firme y férrea, pero siempre cuando estaban bajo el influjo de la Luna llena y del alma inhumana que se cobija bajo su peluda piel. Matar a una jovencita indefensa es algo que va en contra de los principios que tanto le costó encontrar y sin los cuales se habría perdido en el camino hacia el mañana antes incluso de haberlo iniciado.

- No puedo hacerlo -confiesa al fin, sudoroso-. Incluso si con su muerte consiguiese descubrir bajo que pútrida piedra se esconde mi padre no podría hacerlo. Hasta un ser maldito como ella merece una oportunidad para cambiar las cosas y encontrar la ansiada libertad, porque, si una muchacha como ella no lo merece ¿qué esperanza queda para mi, asesino entre asesinos?.

En un parpadeo a destiempo, la femenina figura desaparece de la mira del arma y de la misma vista de Blade. La consiguiente sorpresa de éste aumenta cuando, súbitamente, la joven desnuda aparece frente a él, bañada en sudor, barro y sangre.

- ¿Por qué no me has matado, hermano? -le increpa duramente con una voz ronca y destrozada por los aullidos de la bestia que anida en sus entrañas?-. Si tú no acabas conmigo, antes o después seré yo la que disfrute del calor de tus vísceras palpitantes.

Blade clava su mirada en los ojos esmeralda de ella, y aprieta con más fuerza en arma de fuego que sostiene entre sus manos.

- Lo haría sin dudar si eso me sirviera de algo -miente él-. Pero tal y como yo lo veo me eres mucho más útil viva que muerta.

- ¿De verdad? -replica ella, no demasiado convencida por las palabras de Blade.

- Por supuesto -no tarda él en reafirmar-. Eres lo único que puede conducirme hasta nuestro padre y, además, hasta dentro de otro ciclo lugar no estarás en disposición de causarme daño alguno.

- ¿Soy entonces tu prisionera? -inquiere ella con voz quebrada y, hasta cierto punto, temerosa-. ¿Me usarás como guía, o cebo, sólo para darme muerte más tarde, antes de que pueda dañarte a ti o a cualquier otro ser vivo?.

- Es muy posible -vuelve a mentir él-. De ti depende el momento, pero mía será la mano que ejecute tu sentencia.

- Bien -acepta ella, más aliviada que consternada-. Sea entonces, Blade. Impídeme volver a sentir entre mis labios el férrico sabor de la sangre de los humanos y yo daré mi vida y mi muerte por ayudarte en tu ingente tarea.

Dicho esto, la joven parece darse cuenta por vez primera desde que volviera a ser humana de su estado de total desnudez, y sus mejillas parecen enrojecer. Blade, consciente de que, lentamente, las emociones humanas regresan a los malditos con la luz del amanecer, se desprende de su pesada prenda de cuero negro y cubre con ella a su recién alistada compañera de fatigas. Ella agradece el acto con una sonrisa y comienza a caminar en dirección a la cabaña que considera su hogar.

- Tú conoces mi nombre -le dice él mientras avanzan hacia la entrada de ésta-, pero el tuyo es un misterio para mí.

- Lo sé, Blade -responde ella con apenas un hilillo de voz-. Pero tú más que nadie debería saber que un nombre no significa nada. Somos lo que somos, no lo que nos llaman.

- Es cierto, sí -replica él sin variar para nada el tono frío y áspero de su voz-. Pero sería mucho más sencillo si tuviese una palabra con la que poder llamarte.

- Bueno, si lo crees necesario. puedes llamarme Diane.

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¡Hasta el próximo número!

 
 
   
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