NEO AVALON
Forajido
Guión: Xumer
Colaboradores: Kleinsberg y Carlos Correia
Podría ser simple coincidencia, pero creo que nunca antes mis poderes habían
reflejado, como ahora, mi estado de ánimo, cómo me siento respecto a ella.
Hablo con ella. Incluso me sonríe, pero creo que en el fondo, si realmente
queremos llegar hasta el fondo del asunto, para ella sólo soy...
Invisible.
El cómo llegue a formar parte de este grupo de fanáticos está bastante
claro.
Una deuda de honor es una deuda de honor. Aunque la contraigas con alguien
como el líder de los Acólitos: Éxodo. Y Cuando la palmó en un ataque contra
la base de un grupo mutie inglés podría haber considerado nuestro "pacto"
rescindido. No me hubiera sido muy difícil escapar de la férrea disciplina
existente gracias a mis poderes. Pero en ese momento comenzaba a
encapricharme de la que mas adelante sería fuente de mis problemas.
¿A que problemas me refiero?
A yacer en un lago de mi propia sangre sujetándome las entrañas.
Mis asesinos me miran confundidos. Hablando un dialecto del chino, supongo.
Mi brazo derecho esta paralizado. Intento no ahogarme con mis vómitos
mientras hablo.
- ¿Alguno de vosotros habla inglés, chinitos?
Oh, mierda. Creo que voy a perder la conciencia.
En Yugoslavia... Bueno, lo que queda de ella en estos momentos, nunca vi a
muchas pelirrojas.
Eso fue lo primero que me llamó la atención de ella. Eso y que siempre
parecía estar enfadada. Siempre me han gustado las chicas con carácter.
Aunque si me paro a pensarlo, todo el mundo parecía estar enfadado en el
equipo. No entiendo muy bien el porqué. Es como si pensaran "Somos un grupo
de supervillanos y hemos de estar constantemente enfadados para demostrar
que somos malos". Como si los villanos no pudiéramos tener un buen día.
Su poder, como me dijeron más tarde, era teletransportación inmediata
gracias a una especie de neblina rosa. Por alguna extraña razón siempre hay
un teletransportador en todos los equipos de malvados que hacen el mal,
aunque nunca con una carita tan preciosa.
También sus poderes eran como una metáfora de nuestra relación: Por mucho
que me acercara a ella, siempre huía.
Se me olvidaba que me estoy muriendo. Volvamos al presente.
- Eh, chino. ¡Chino! ¿Conoces a Bruce Lee? ¿BRU-CE LEE?
Me miran con cara de extrañeza. Uno de ellos enciende un pitillo...
Dios, daría lo que fuera por que me lo pasara.
Aunque con la boca llena de sangre, vómitos y otras cosas viscosas
supongo que no me lo podría fumar a gusto.
Siempre me han dicho que tengo una capacidad innata para evadirme en
momentos de crisis. Mejor si os cuento cuando...
Cuando escapamos de la Patrulla-X.
La teletransportación nos dejó hechos una verdadera mierda. Sobretodo a
ella, que había sido herida de gravedad.
Billings, Montana. Una calle bastante solitaria, tuvimos suerte y nadie nos
vio aparecer de la nada.
- Amelia... Amelia. ¿Como estás?
Estaba mareada y yo la sujetaba para que no cayera al suelo.
- Amelia ¿puedes andar?
Asiente con la cabeza.
- Buena chica.
Andamos a duras penas hasta un hotel. Utilice mi poder de invisibilidad para
instalarnos en una habitación con toda comodidad.
Pasé toda la noche practicándole vendajes de emergencia en sus heridas.
La del vientre, sobre todo, tenía muy mala pinta.
Cuando recuperó la consciencia apenas pudo murmurar:
- ¿Dónde estamos?
Contesté.
- ¿Podrás mantenerte despierta?- pregunté.
Respondió afirmativamente y me arriesgue a salir a por comida y medicinas.
En la siguiente escapada robé dinero y ropas.
Ni que decir tiene que no me pillaron.
Aunque un gran muro para las relaciones personales, la invisibilidad es
francamente útil en situaciones de supervivencia extrema.
Pasé toda la noche observándola mientras dormía. En teoría vigilando
por si nos pillaban. En teoría...
A la semana siguiente nuestra vida en cierta forma se había normalizado.
Ella intentaba superar una terrible fiebre y descansar. Sus heridas
cicatrizaban. Esta vez alquilamos una habitación en un hostal bastante feo,
donde al menos no me tenía que preocupar de cuidar de ella mientras robaba.
Me alejé lo suficiente de nuestra base por si acaso se empezaban a
levantar sospechas. Una actitud un poco paranoide por mi parte, pero no
quería correr riesgos.
Ella dormía hasta que yo llegaba. Luego me hablaba de su vida antes de
los Acólitos, incluso antes de Xavier.
Creo que fue entonces cuando realmente lo que antes era un capricho
pasajero se transformó en amor. Pensé que no sería complicado que el
sentimiento se hiciera recíproco.
Ahora me parece el comienzo de la época más feliz de mi vida.
Me puse en contacto con la mafia local y les ofrecí un tipo de
servicios que sólo yo podía realizar, como por ejemplo la desaparición de
ciertas pruebas incriminatorias. Ellos a cambio me dieron los documentos de
dos nuevas identidades. Una para mí y otra para ella.
Alquilamos un nuevo piso. El dinero no era un problema para mí. Ella se iba
recuperando favorablemente, yo me mantenía ocupado con trabajitos
lucrativos.
- No sabía cuando era tu cumpleaños. Así que he pensado en comprarlo para
celebrar tu recuperación...
Ella deja el tenedor que se estaba llevando a la boca. La comida
italiana es su favorita, busqué el mejor restaurante de la ciudad. Mira el
enorme paquete.
Podría hacer un chiste acerca de llevar una funda de violín a un
restaurante italiano, pero sólo perpetuaría un estereotipo simplista.
- ¡¿Me has comprado...?!
- Si. Pensé que quizás no es demasiado tarde para volver a aprender.
Antes de que Charles Xavier, Fabian Cortez o Éxodo le jodieran la vida,
Amelia Voight había sido una niña prodigio de la música. Quizá si no fuera
por su mutación hubiera sido feliz. Es quizá lo que intento devolverle.
Abre la funda. Con una seriedad que parece hechizarla intenta tocar el
violín. Suena levemente. Lo deja de nuevo en la funda y me mira,
sonriendo.
- Gracias, Forajido.
Creo que es la única vez en la vida que he oído decir mi nombre con ese tono
de voz.
Mas tarde cuando intento besarla me doy cuenta de que necesita más
tiempo.
Puedo esperar.
Puedo esperar eternamente.
Su debut con la Filarmónica no es casual, ni inesperado. Es fruto de
meses de practica. No soy un entendido en música, así que no sabría deciros
si es que no ha perdido la habilidad o la ha recuperado muy rápidamente.
Todos dicen que es especial. Que tiene algo que sólo unos pocos tienen.
Pero eso yo ya lo sabía de sobra hace mucho tiempo.
Miro embelesado su debut. Sin saber que me quedan menos de unas horas
de felicidad.
La espero en su camerino, en mi modo invisible. Me encanta observarla
cuando se que no me ve. Es tan jodidamente perfecta. Apenas se estremece
cuando me ve aparecer, podríamos decir que está acostumbrada a ello.
- Has estado maravillosa.
- Pero si tú no entiendes de música.
- No hace falta para darse cuenta.
La rodeo por la cintura. Sé que ha llegado nuestro momento. No podría
escoger otro mejor para lanzarme a la piscina...
Llaman a la puerta, rompiendo el ambiente.
- No abramos.- Le susurro a la oreja.
- ¿Amelia Voight?
Mierda, mierda, mierda... Aquí nadie la conocía por ese nombre.
Nos despegamos. Yo me coloco al lado de la puerta y me hago invisible a la
vez que desenfundo una pistola.
Y ahora me doy cuenta de que fue el mayor error de mi vida. Debería
haberle pedido que nos teletransportara a cualquier sitio. Juntos. Cualquier
sitio menos quedarnos allí.
Ahora pienso en ello y me lamento de mi falta de reflejos. Maldigo mi
impulso de intentar averiguar quién conocía nuestras anteriores
identidades.
Maldigo al hombre que seguidamente cruzó la puerta. Aun en mi lecho de
muerte le maldigo, y aunque agonizara durara mil años, hasta el final
de mi vida le maldeciría.
Un hombre de cabello plateado se presenta como Eric Leshernn. Los ojos
de Amelia se iluminan de una forma que hasta más tarde no entenderé.
Hablan un rato y poco a poco me doy cuenta de su identidad y porque
ella le mira como le mira.
Magneto.
Le sigo hasta un taxi.
- Explícame a que has venido- me pregunta.
- ¿Que? ¿me dice a mí?- pregunta confuso el conductor.
- No, señor Agente. Me refiero a nuestro invitado.
- ¿Como?
Decido materializarme.
- ¿Y bien?- pregunta Magneto.
- Saludos, oh Gran Magneto, Señor de los Mutantes. Oh Salvador de
Creyentes...
- No hace falta ponerse sarcástico.- Contesta.- ¿Quién eres?
- Un insignificante mutante con insignificantes poderes...
- Amigo de la señorita Amelia Voight, deduzco. O bien es una
coincidencia que me siga desde que la visite en su camerino privado.
- No, listillo. No es ninguna coincidencia.- Me siento cada vez más
furioso, pero ni de cerca a cómo me sentiré después.- ¿Quieres que nos
pongamos serios?. Le acabas de joder la vida a la pobre Amelia... Y ya
puestos me la acabas de joder a mí. Pero bueno, supongo que eso te importará
un bledo en tus grandes planes para conquistar el mundo. ¡¡Taxista, me
bajo!!
El taxi se para. Y me bajo de él. Incapaz de aguantar mi rabia.
El Gran Magneto ha bajado del Cielo para salvar a los mutantes.
Quizá todos los autonombrados salvadores de la humanidad no son tal
cosa.
Quizá todas esas personas realmente sólo nos consideran herramientas
para lograr sus grandes planes. Quizá en lugar de arreglarnos la vida su
único objetivo consista realmente en jodernosla.
Poco después llego hasta nuestro piso. Cuando entro y la veo con el
antiguo uniforme de combate comprendo que ha aceptado la oferta que Magneto
le hizo en su camerino.
Me debato entre la furia y una terrible decepción.
Todos mis planes eran papel mojado. Posiblemente me estaba autoengañando.
Creyendo que a ella le acabaría importando.
- Adiós, Forajido. Te recordaré para siempre-. Dice levantando la mano
con un gesto de despedida.
- Alto ahí, muñeca. ¿Realmente vas a realizar esa misión sola? ¿vas a
sacar a toda esa gente de ese estercolero sin ayuda?
- Sí.
- No cuentes con ello.
La miro con una intensidad que parece sorprenderla.
- De acuerdo. Puedes venir conmigo.
- No me has entendido, pequeña-. La interrumpo.- Tú los sacarás de
allí, pero yo realizaré los trabajos de reconocimiento sobre el terreno.
Sabes que estoy preparado. Sabes que soy el más indicado.
Finalmente asiente con la cabeza, firmando mi sentencia de muerte.
- Cof... COF... ¿Es verdad eso que dicen sobre los chinos? Eso de que
os coméis a los perros...
Oh, mierda. No creo que el líquido negro sea una buena señal para mi
salud.
Pero tengo la oportunidad de salir de esta situación, literalmente, en
la palma de mi mano. Una de las pequeñas botellitas del aire rosado de
Amelia.
Si la dejo caer ella aparecerá y me sacará de aquí.
No te desmayes. Ocupa tu mente...
Os contaré como me infiltré en este vertedero. Amelia me teletransportó a
unos cien metros de distancia. Ella estaba a salvo en un barco. A miles de
kilómetros de mí.
Eso era lo único que me importaba.
Después de muchos años me he dado cuenta de varias cosas, como por
ejemplo que cuando eres invisible realmente sólo hay una forma de que te
descubran: impaciencia.
Tardó alrededor de hora y media en llegar hasta el sector que me
interesaba.
La mayor parte del tiempo simplemente me dedico a esperar a que alguien
camine en la dirección que necesito. Lentamente, como un cáncer, me voy
abriendo camino hasta mi objetivo.
No toco nada. No muevo nada de sitio. Limito cualquier acción a
desplazarme silenciosamente. Si soy cuidadoso y tengo suerte podré entrar y
salir de allí sin que nadie me detecte.
Yipeeh.
Siguiéndole los pasos a un chino con bata llego hasta una especie de
galería llena de celdas laterales. Una cárcel.
Para mutantes.
Veo que les están sirviendo la cena, una especie de arroz pastoso y con
pinta poco apetecible. Dejan el plato encima de un agujero infecto a través
del cual se ven salir unas manos delgadas y sucias.
Cuento ocho guardias.
Espera un momento.
Cuento ocho guardias muertos. Pobres diablos, no saben ni lo que les
golpeó.
Ah, y no nos olvidemos del científico. Otro fuera.
La invisibilidad es un arma letal. Dame tiempo y podría liquidar al
Presidente de los Estados Unidos. O incluso a ese adorable ancianito
jefe de la iglesia católica.
- Amelia. Es el momento -digo en voz baja mientras lanzo un frasco al suelo.
En cuanto se rompe surge una neblina rosada que permite a mi compañera
materializarse junto a mí. Ojalá todo fuese así de fácil con ella.
- Saquemos a los muties de aquí.
Voy abriendo las celdas y ella los teletransporta a un lugar mejor.
Finalmente y tal y como imaginaba nos acaban interrumpiendo. La cubro
mientras libera al resto. No es muy complicado, imaginaos por un
momento que fuerais el único en medio de una pelea que pudiera ver, que
vuestros enemigos estuvieran ciegos.
Desgraciadamente siempre hay que contar con el factor suerte. Uno de
estos idiotas se gira en el momento menos indicado y me revienta de un
codazo la nariz.
Caigo al suelo. Causo ruido. Mierda. Nada hubiera pasado si hubiera
sido una caída silenciosa, pero justamente golpeo una plancha de hierro y se
me oye al kilometro.
Después de que me acribillen a balazos mi poder se desactiva.
Caigo al suelo e intento no ahogarme con mi lengua. Los chinos llaman
por su radio. No entiendo nada.
- ¿Alguno de vosotros habla ingles, chinitos?
Estoy muriéndome. Lo se.
Me debilito, apenas puedo mantener la consciencia. En el momento en que la
pierda me puedo dar por finiquitado.
Levanto un poco la única mano sana que me queda.
Dejar caer el frasco, romperlo, sería como lanzarle una bengala de auxilio a
mi socia...
Pienso. Bueno, algo así. Realmente mi mente está bastante nublada. Me
cuesta articular mis pensamientos.
No.
No puedo correr ese riesgo.
El brazo me empieza a fallar, así que lo bajo con cuidado de no romper
accidentalmente el frasco. Veo como la burbuja de cristal rueda
suavemente por el suelo mientras que los ojos se me nublan.
Finalmente llego el esperado momento.
Finalmente pierdo la consciencia...
No ha sido una mala vida.
Adiós, Amelia.
Fin de esta crónica.