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Cuando se derrama sangre inocente, Danny Ketch se transforma en el Espiritu de la Venganza. Ahora, conspiraciones infernales amenazan con cambiar irrevocablemente al Motorista Fantasma... y al mundo.
 
Motorista Fantasma vol. 3

MOTORISTA FANTASMA VOL. 3 #93
Un puñado de polvo
Guión: Tomás Sendarrubias

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Voy a enseñarte algo diferente
De tu sombra que marcha a largos pasos contigo en la mañana,
0 de tu sombra, irguiéndose al ocaso para ir a tu encuentro;
Voy a enseñarte lo que es el miedo en un puñado de polvo.

T.S. Eliot;
La Tierra Baldía.

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La mujer asesinada sin sentido aún colgaba de las cadenas que la sujetaban a la techumbre del granero abandonado. Bajo la piel crepitante y aún burbujeante, que comenzaba a crujir en los lugares donde la grasa derretida comenzaba a enfriarse, se adivinaban docenas de heridas realizadas con fría despreocupación. Mann guardó con escrupuloso cuidado los bisturís y los garfios en un maletín, y luego contempló con orgullo en los ojos brillantes el rifle del fuego infernal con el que había acabado su trabajo, un nuevo sacrificio para su señor, apenas recién despertado y débil. Desde el momento en que la mujer había dejado de sufrir, desde el momento en que la mujer había muerto, había perdido el interés de Mann, que contemplaba ahora los alrededores de Constantine Peek. El cielo oscuro como el terciopelo, el negro sol que extendía rojas sombras sobre el Sanatorio Mental, y escuchó los susurros que llevaba el aire, los suspiros, gemidos, gritos, quejidos, palabras y sollozos que se filtraban entre los árboles del Reino del Ocaso. Mann contempló como su señor caminaba hacia él a través de un río de semen gélido, mientras las flores de color violeta pálido que trepaban por el exterior del granero abrían sus pétalos, mostrando ojos de vivos colores que fueron cegados inmediatamente por sus propias espinas. Cuero negro, acero, hueso y fuego. ¿Acaso no era la más gloriosa imagen de la locura, de ese momento entre segundo y segundo en el que la realidad se deforma, deja de existir y la probabilidad se multiplica sobre sí misma hasta el infinito? Más allá del Cielo y el Infierno, aquel era el útero de la Creación. Alejandro Magno había rozado sus límites cuando visitó el santuario de Amón en Karnak. Los hombres de Constantino el Grande habían atravesado accidentalmente sus lindes llevados por su orgullo tras la batalla de Puente Milvium. A Mann aún le divertía utilizar el nombre del emperador que se había orinado encima y se había escondido tras su recién descubierta fe cuando Mann había sonreído en su presencia. Pero ni siquiera cuando el mundo entero enloqueció en una orgía de autodestrucción, entregado a las llamas de la enajenación Mann se había sentido tan feliz como en aquellos momentos en los que veía como, con la forma de un Espíritu de la Venganza, el poderoso Mefisto llegaba al corazón de la Locura, el Reino del Ocaso.

-Padre-masculló Mann, y el cráneo envuelto en llamas del hombre que antes había sido Daniel Ketch osciló hacia él, de modo que las cuencas vacías mostraron el resplandor que Mann había conocido tan bien. Lo había sentido en sus sueños, lo había anhelado y esperado durante tanto tiempo que tratar de medirlo hubiera conducido al vértigo al mejor de los físicos. Cuando el esqueleto ardiente llegó a su lado, Mann cayó de rodillas, y sintió como la mano ardiente de su padre se posaba en su cabeza, llagando su piel, ulcerando su carne.

Su padre había llegado y le había dado su bendición. Y como regalo a su progenitor, Mann pondría el mundo a sus pies.

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Kim cantaba en voz baja empujando la cuna con la yema de los dedos. Jim observaba por la ventana el cielo y el vacío. Habían huido de Nueva Orleáns, y ahora se escondían en los pantanos de Luisiana. A su alrededor sólo había aguas putrefactas, arañas del tamaño de puños y criaturas reptantes cuyos nombres se habían olvidado antes de la primera palabra pronunciada por el ser humano. Los arcos de la cuna crujían contra el suelo, y la voz de Kim raspaba el aire como el papel de lija la madera.

-Silencio mi niño, no digas nada, mamá va a comprarte un ruiseñor mañana...

Kim, con los ojos hinchados pensaba intentando no pensar, y hacía una lista con un ruiseñor, un anillo de diamante, un espejo, un chivo del monte, un buey muy fuerte, un perro llamado Rover y un caballo sin cuadra, tratando de no olvidar ninguno de los fragmentos de la canción. Los ojos del niño danzaron un instante debajo de sus párpados, y la respiración de Kim se detuvo. Jim se giró desde la ventana y clavó sus ojos en su hermana y el hijo de ambos. Un hilo de baba cayó por la comisura de los labios del pequeño, mojando la vieja almohada, y los incestuosos hermanos volvieron a respirar.

En Emetiquia, un espejo se quebró bajo la vista del Arlequín, la cuerda de un violín se rompió en manos del Señor Ciego. Y en el corazón de Turquía, los doce miembros de una familia de granjeros capadocios descubrieron con una revelación cegadora que el canibalismo conducía a la salvación y la iluminación.

-... y si el espejo se rompe, mamá te comprará un chivo del monte...-continuó balbuceando Kim, soñando y rezando con la muerte de aquel hijo que la aterrorizaba como nada lo había hecho jamás.

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Blaze abrió los ojos, envuelto en sudor, y al instante supo que había olvidado lo que estaba soñando y que ya no sería capaz de recordarlo, lo que le creó cierta sensación de desasosiego en el estómago. Su respiración hizo que la piel de la espalda de Sara, que yacía a su lado, cubierta de una fina y húmeda capa de sudor, se erizara. Intentando no despertarla, Johnny se incorporó despacio, y salió de la cama. Nervioso, se apartó el cabello rubio rojizo del rostro, y con un gesto brusco ató su cabello en la nuca con una cinta de cuero curtido. Sin preocuparse siquiera de ponerse unos pantalones, salió al balcón de la habitación, un cuartucho de hotel a mitad de camino entre Nueva Orleáns y Denver. El aire de la noche era asfixiante, y hubiera sido mucho pedir que un antro de ese tipo tuviera algo parecido al aire acondicionado. Johnny, apoyado en la barandilla, miró hacia el interior de la habitación, hacia la cama en la que yacía Sara. Parecía profundamente dormida, pero sus músculos estaban tensos y sus uñas, sin pintar y cubiertas sólo de una capa de esmalte translúcido, se hundían con fuerza en la almohada. Johnny casi podía escuchar desde donde estaba como chirriaban sus dientes. Sara se giró, y él pudo ver el trazado de los músculos de su brazo bajo la piel suave, y casi podía verla empuñando las espadas que utilizaba cuando era cabalgada por uno de los Espíritus de la Venganza.

-¿Johnny?-masculló ella, despertando aturdida, y él se acercó a la cama, sentándose junto a ella. Acarició su cabello, la piel de su cuello y sintió que prácticamente ardía bajo las yemas de sus dedos, casi febril. Abrió los ojos y le miró como si se encontrase a miles de kilómetros de ella.

-Estoy contigo, Sara-respondió él y la mujer lanzó algo parecido a una sonrisa.

-Sabes que esto no puede durar-masculló Sara acariciando el brazo de Johnny-. Todo lo bueno se acaba, Johnny, y a nosotros nos queda poco...

-No digas eso. Cuando acabemos lo que tenemos qué hacer...

-¿Y qué tenemos que hacer?-le interrumpió ella-. Sólo sé que tenemos que impedir que Corazón Negro dé caza... a alguien. Y luego esas malditas piedras...-dijo, señalando vagamente las piedras que les había entregado el Rey Ciego, el soberano de ese rincón del infierno llamado Emetiquia, y que se habían incrustado en las palmas de sus manos, entre los huesos, la carne y los tendones. El Rey Ciego había insistido en que les ayudarían a encontrar a la Perforación (fuera eso lo que fuera), pero hasta ese momento sólo habían obtenido de las piedras molestias, quemazón y una extraña sensación de hormigueo que se extendía por todo el brazo-. Me siento como un títere, Johnny, como si media docena de personas diferentes tirasen de mis cuerdas en direcciones distintas.

Una lágrima cayó por la mejilla de Sara, y Johnny la siguió, fascinado por su belleza, por los matices de la luz sobre ella, por aquella forma perfecta. Alguien le había dicho alguna vez que las lágrimas eran la esencia del ser humano, porque brotaban del alma. Abrazó a Sara, y ella apoyó la cabeza en el pecho de él.

Aquella noche se besaron e hicieron el amor como si no fuera a haber un mañana, porque sabían que quizá para ellos no lo hubiera.

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El hombre llamado Bob observó con desinterés como una estudiante finlandesa de viaje de estudios a Nueva Orleáns mostraba sus pechos desde un balcón a sus compañeros, que ebrios, le arrojaron collares de cuentas. Aquella era una antigua tradición del Mardi Gras que los extranjeros habían convertido en absurda, como todas las tradiciones que los turistas intentaban adaptar a sí mismos. En otros tiempos, aquello había sido un acto sagrado, cuyas raíces probablemente se hundieran en ancestrales cultos matriarcales y en los prolegómenos de la prostitución sagrada, pero en aquel momento no era más que una pantomima. A la mente de Bob acudieron imágenes de profanación, la prostituta sentada en la cátedra del Patriarca de Constantinopla durante la cruzada de 1204 (una imagen que siempre le hacía reír); los burdos cultos neopaganos alrededor de Stonehenge; los espectáculos para turistas que en aquella misma ciudad se organizaban alrededor del vudú... Como si hubiera sentido la mirada de Bob, uno de los chicos se giró hacia él, y Bob se limitó a mantener la mirada, con una sonrisa tirante en los labios. El chico decidió que los pechos de su amiga eran más interesantes que aquel extraño, pero Bob sabía que aquella noche él la mataría antes de castrarse con los restos afilados de una botella de ron. Dio un sorbo a su café, negro como el alma de un demonio, dulce como el beso de una mujer, y se incorporó, abandonando el viejo café qua nadie recordaba haber visto antes y que nadie vería después.

Bob atisbó entre las sombras de una calle la batalla entre Sandy y Sincara, atrapados eternamente en el juego del niño, y sintió como el poder de la Perforación le rozaba, pero no se detenía en él. Ambos eran demasiados parecidos, dos hijos perdidos de los Mundos Rotos, sólo que Bob era, con mucho, menos poderoso que su deforme congénere. Sólo una vez cada veinte generaciones los hijos de los Mundos Rotos daban a luz a una Perforación, y sólo una de cada veinte veces, esta sobrevivía al parto, cuando las leyes de la incertidumbre y la no existencia se convertían en posibilidad y ser, y la Perforación se ataba a la realidad. Sólo las maquinaciones de Corazón Negro habían permitido que Bob encontrara a su "hermano perdido", y el hombre que se hacía llamar Bob no dudó en ponerse al servicio del señor del Infierno cuando este le mostró lo que se escondía en un oculto rincón de su propio reino. Por ello Bob había accedido a participar en el plan de Corazón Negro para evitar cualquier posible regreso de su padre, el desaparecido y difunto Lord Mefisto. Bob había encontrado al niño para Corazón Oscuro, permitiendo que este pusiera en el interior de la Perforación el alma que haría de ancla para sus planes. Bob había rastreado a los Espíritus de la Venganza por todo el mundo, y había encontrado a Danny Ketch atrapado en manos del Doctor Mann en aquel rincón del reino de la Locura que era el Sanatorio Constantine Peek, y había permitido que Corazón Negro llegara hasta él, liberándole para poner en marcha su juego. Cuando los Mundos Rotos quedaron apartados y la Creación se asentó en la Realidad, siete Espíritus de la Venganza habían velado por los humanos, habían mantenido lejos de ellos a los hijos de los Mundos Rotos que trataban de colarse a su realidad. Espíritus de la Venganza... Bob chasqueó la lengua. Aquello sí era ironía. Sus ancestros eran los que se habían visto apartados a la no-realidad, los que habían sido desechados como ensayos o bosquejos de la obra perfecta. Eran ellos los que deberían haber reclamado como propio ese nombre. Eran ellos los que habían sido ofendidos. Y sin embargo, eran los otros los que se hacían llamar Espíritus de la Venganza. De cualquier modo, aquello terminaría pronto. Las piezas estaban todas en su lugar, y todo avanzaba hacia su desenlace. Y cuando los tres Espíritus de la Venganza que aún continuaban existiendo desaparecieran, Bob obtendría aquello por lo que tanto había luchado, el premio que Corazón Oscuro guardaba en el interior de su reino para él.

Bob iba a convertirse en el Señor de Emetiquia, el último de los Mundos Rotos. Cuando los Espíritus de la Venganza hubieran desaparecido, lord Corazón Oscuro descansaría con la tranquilidad de que su padre ya no volvería para recuperar su reino, y a través de Emetiquia, Bob podría acceder a todos y cada uno de los Mundos Rotos para convertirse en líder de todos ellos y conducirles en la lucha por la realidad. Había sido fácil sacar a los hermanos incestuosos, esos hijos olvidados de su propia gente, de Nueva Orleáns, había utilizado su miedo y su vergüenza contra ellos, y ahora se encontraban en el pantano, donde su señor y él podrían asistir a la realización última de sus planes...

Si Bob hubiera estado viviendo el cuento de la Lechera, ese hubiera sido el momento en que se hubiera tropezado derramando la leche en el camino. Sólo que en este caso, lo que detuvo a Bob no fue una piedra, sino un amasijo de hueso, fuego, cuero y acero sobre una moto que rugía como el mismo infierno. La cadena voló de la zarpa huesuda, rodeando el cuello de Bob, que trató de liberarse inútilmente. Su poder afectaba a la mente, no a la realidad como el de su hermano perdido, que hubiera podido convertir la cadena en sangre o humo. El Motorista Fantasma ni siquiera se detuvo un instante, y con un tirón de su brazo, los eslabones de la cadena se tensaron. La cabeza de Bob cayó al suelo, cercenada limpiamente, mientras su cuerpo se tambaleaba aún de pie. No llegó a caer, pues el fuego del Motorista Fantasma lo convirtió en cenizas que fueron arrastradas por el viento nocturno de Nueva Orleáns hacia el lugar donde una estudiante finlandesa vivía las últimas horas previas a su muerte con total desenfreno. El ser que se hacía llamar Bob y cuyo nombre verdadero se había olvidado antes de que el primer rayo cayera sobre la sopa primordial que daría forma a la vida, había muerto sin saber qué lo había matado.

-Este era el que profanó mi dominio-escupió Mann, apareciendo enfundado en unos tejanos rotos y un viejo jersey negro, cubierto de un guardapolvo que ocultaba la escopeta de fuego infernal en su espalda-. Hemos acabado con uno de los principales agentes de Corazón Oscuro. Ahora vayamos a por el niño y acabemos con todo esto...

El Motorista Fantasma giró en seco y se detuvo junto a Mann, que sintió el calor que emanaba de la crepitante figura. El loco heraldo del reino del Ocaso observó a su padre con deleite, antes de que desaparecieran juntos por uno de los pliegues del espacio y el tiempo que emanaban del dominio de Mann.

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Danny volvió a gritar, pero nadie respondió a su voz. Alrededor de él sólo había ausencia, ni siquiera era negrura, era el vacío que queda cuando incluso la oscuridad ha desaparecido. Y sin embargo, alguien le estaba buscando, pero él no quería ser encontrado por esa persona. Lo podía ver, un niño con pantalones cortos y una camisa blanca. Lo había visto en ocasiones, aunque no podía asociar bien el momento, siempre con un chupa-chups. En ese momento, podía verlo, sin cesar en su búsqueda, sosteniendo uno de esos cacharros que servían para hacer burbujas de jabón. El niño soplaba con suavidad, y del círculo de plástico volaban por doquier pequeñas esferas transparentes que floraban a su alrededor, y en cada una de ellas, Danny podía ver con total nitidez reflejos de miles de mundos.

Danny se escondió, no quería ser encontrado por el niño, así que se hundió aún más en el corazón de la ausencia en la que se escondía. Y entonces sintió que alguien más le llamaba.

-¿Bárbara?-masculló Danny y supo enseguida que estaba en lo cierto.

Su hermana también le buscaba.

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Johnny pensó que si el cielo no se les caía encima después de aquella lluvia, la humanidad podía estar segura de que eso ya no ocurriría nunca. Sabía que Nueva Orleáns estaba delante de ellos en esa carretera, una vez que cruzaran el puente sobre el Lago Pontchartrain, pero por lo que él veía, delante podía estar el Abismo. Claro, que nada le garantizaba que en esas circunstancias, ambos destinos no fueran la misma cosa. Johnny había sugerido a Sara detenerse en alguno de los moteles de la carretera a esperar que la lluvia amainase un poco, pero ella no había querido no oír hablar de ello. Parecía que cuanto más cerca de Nueva Orleáns estaban, más irascible se encontraba ella, así que los dos habían reducido sus conversaciones al mínimo, se limitaban a quemar kilómetros y kilómetros hacia Luisiana, sin detenerse apenas más que para repostar cuando no había más remedio.

Y de pronto, ambos se detuvieron en seco, había alguien en el centro de la carretera. Antes de que Johnny hubiera tenido prácticamente tiempo de reaccionar, Sara ya empuñaba una de las espadas, dispuesta a partir por la mitad a quien estuviera allí si procedía. Probablemente lo hubiera hecho sí o sí de no ser porque Johnny reconoció aquella silueta y cruzó su moto delante de la de Sara, cuyos ojos ya resplandecían como ascuas encendidas.

-¡Es Danny!-gritó Johnny, esperando que Sara le oyera por encima del bramido de las motos y el estrépito de la lluvia. No estaba seguro de si le había escuchado, pero aunque Sara no continuó adelante, tampoco bajó la espada. Johnny detuvo la moto, apagó el motor y se acercó despacio a la silueta de su hermano, que continuaba inmóvil en medio de la carretera. Según se fue acercando, Johnny pudo distinguir más detalles de Danny, el lustre de la chaqueta de cuero, las manchas de barro en las botas, las perneras de los vaqueros rotas en las rodillas, la sombra de una barba de tres días... Mantenía los ojos cerrados, y la lluvia parecía no tocarle, como si no estuviera allí-. ¿Danny?

Daniel Ketch abrió los ojos, turbios, y los clavó en su hermano. Unas lágrimas negras se deslizaron por sus pómulos.

-Es por Bárbara-dijo Danny, y Blaze le escuchó como si la voz llegara desde muy lejos-. Todo ha sido por Bárbara, Johnny, lo siento...

-Danny...

Daniel extendió la mano hacia Johnny, pero se limitó a atravesar la mano de su hermano, como un espíritu.

-Puedo llevarte con ella-dijo Danny, y al instante desapareció. Johnny contempló la carretera, y vio como la silueta de su hermano se perfilaba ahora unos metros más allá. Miró a Sara, que finalmente devolvió la espada a la funda que iba sujeta en uno de los laterales de su moto.

-Nos acercamos-dijo ella-. Lo puedo sentir, la piedra...

-Yo también lo siento-dijo Johnny-. Donde esté Danny, estará la Perforación...

-Vamos allá.

-Espera, Sara-dijo Johnny, poniendo su mano en el hombro de la mujer, mientras la lluvia no dejaba de caer sobre ellos-. Todo esto... ese final... No estoy seguro de querer que todo esto acabe. Tengo la impresión de que en el momento en que todo esto se termine te perderé otra vez y...

-¿Otra vez?-le interrumpió Sara-. Johnny, ¿por qué has dicho otra vez?

-No lo sé-replicó él-, pero tengo la impresión de...

-Por eso quiero que todo esto acabe. Porque no sé quien soy, Johnny, porque todo lo que sé de mi es lo que otros han creído que debo saber. Así que terminemos con todo esto, y si es posible que después, continuemos juntos nuestro camino. Y si esto se acaba, al menos sabremos que hemos vivido juntos estos momentos.

Johnny se dispuso a responder, pero Sara pasó su mano por la nuca de Johnny y le atrajo hacia ella, hacia su boca. Jamás había besado a alguien así, jamás había recibido un beso con tanta pasión, con tanta hambre, con tanta necesidad de ser devuelto, de regodearse en su propia existencia, en el propio ser del beso en sí. Y cuando Sara se retiró, separando sus labios de los de Johnny despacio, él supo que aquel era sin duda su último beso. Era su forma de decirle adiós. Pero ya estaba todo dicho entre ellos, así que Johnny se subió de nuevo a la moto y continuaron el camino que ya moría llevándoles a su destino.

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Desde donde estaba, Mann podía ver la casa en los pantanos, el lugar donde se encontraban Kim, Jim y el niño, la Perforación, el hijo de los Mundos Rotos. Junto a él, el Motorista Fantasma mantenía su forma humana para que las llamas no atrajeran la atención de los que estaban dentro de la casa.

-Vienen-dijo el Motorista, y dos voces sonaron simultáneamente en aquella garganta, la voz física de Daniel Ketch y el siseo profundo de Mefisto.

Mann observó la escopeta que escupía fuego infernal, y sonrió.

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El pequeño rompió a llorar en la cuna, y por un momento, Kim sintió que su corazón se paraba. Jim cayó de rodillas, llevándose las manos a la cabeza, mordiéndose los labios con tanta fuerza que la sangre comenzó a brotarle mentón abajo. Lágrimas oscuras se deslizaban desde los ojos del crío por sus mejillas, y manchaban la almohada de humedad. Los cristales de la cabaña temblaron como si fueran a explotar, y ante la atónita mirada de Kim el niño se incorporó. La imagen era extraña, surrealista, un niño de apenas tres meses de vida completamente erguido, sin apoyarse siquiera en los barrotes de la cuna. La imagen era alienígena, extraña y surrealista. Abrió los ojos, que recorrieron su alrededor, extrañamente adultos, con lo que debía haber sido blanco resplandeciendo con un color gris plateado y las pupilas negras como el abismo.

-¿Danny?-dijo, y en ese mismo momento Kim se dio cuenta de que las frágiles hebras que aún la unían con la cordura se rompían definitivamente.

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-Está ahí dentro-dijo Sara, bajando de la moto y empuñando las espadas de Sin Cara. Podía notar como la piedra del Señor Ciego de Emetiquia ardía en su mano, como tiraba de ella hacia la casa, la vieja cabaña de madera y piedra musgosa erguida en mitad de los pantanos de Nueva Orleáns. Quizá antaño hubiera formado parte de las dependencias para el servicio de una de las grandes plantaciones de algodón o tabaco, pero ahora era poco más que una casucha en mitad de ningún sitio. Johnny la miró y asintió, él también podía sentir la llamada de lo que el Arlequín y el Señor Ciego habían llamado "la Perforación". Para Blaze era como si el propio aire a su alrededor temblase, como si la misma realidad de hubiera convertido en algo frágil, como el hielo que cubre un estanque en Abril y la menor presión pudiera romperlo todo, haciendo que cosas tan básicas como la gravedad o las leyes de la termodinámica dejaran de tener valor.

Sara avanzó hacia la casa, y a cada paso, Johnny pudo ver que el Espíritu de la Venganza que latía dentro de ella se iba haciendo cada vez más poderoso. Su carne comenzó a arder y derretirse, y pronto las llamas rodearon su cráneo, mientras las espadas que sostenía parecían latir al unísono, como si en el interior de cada una de ellas hubiera un corazón, con las hojas llenas de venas ardientes. Sara alzó una de ellas, y sin más, la puerta de la casa explotó, revelando el interior. Johnny comenzaba a notar el fuego infernal acudir a él, el Espíritu de la Venganza tomaba forma. Y entonces vio al niño erguido en su cuna, vio a los padres-hermanos arrodillados cerca de la cuna, como una siniestra imagen de un Portal de Belén. Los ojos plateados y negros del crío se clavaron en Sara, y de pronto, esta voló hacia atrás, como si una bola de demolición la hubiera alcanzado de pleno, convirtiéndola en un cometa que impactó de lleno sobre Blaze, cayendo los dos al suelo, desmadejados en un amasijo de fuego, huesos, metal y cuero. Sara lanzó un bramido, y trató de incorporarse mientras sus ojos resplandecían como ascuas, y Blaze, convertido también en un esqueleto ardiente vio como el bebé les contemplaba, con los labios apretados y los ojos llorosos.

-¿Danny?-volvió a decir el bebé, y en ese momento, Johnny comprendió.

-¿Barbara?-masculló, y en ese momento, Sara se alzó por completo, con el fuego recorriendo las espadas desde la empuñadura a la punta, haciendo arder las hojas. Sara lanzó una de las espadas, que voló como un pájaro de metal mortal hacia el pequeño, pero una cadena apareció de alguna parte, enroscándose en la espada. La cadena se tensó y la espada voló para clavarse inofensiva en uno de los centenarios árboles del pantano, vibrando el aire con el sonido de la espada.

Blaze no quería creer lo que estaba viendo cuando el Motorista Fantasma hizo su aparición de entre los pantanos. Y junto a él, son una sonrisa psicótica, caminaba el Doctor Mann, empuñando el viejo rifle de Johnny.

-Y ya estamos todos...-rió Mann-. O casi, ¿verdad, hermano?

La oscuridad vibró alrededor de ellos, la propia lluvia arreció y los charcos que se formaban en el suelo se cubrieron de una capa negra, como de tinta o sucio aceite. Y en medio de todo aquel caos, como formado de humo negro y cartílago, apareció el director de toda aquel macabro grand guignol.

-No me llames así-gruñó Corazón Oscuro, con una rosa negra en las manos.

Sara empuñó la espada que le quedaba y se arrojó sobre Corazón Oscuro, pero la cadena del Motorista Fantasma voló de nuevo y la enredó, anclándose en los árboles como una tela de araña cuya mosca era la propia Sara.

-Supongo que debería darte las gracias-masculló Corazón Oscuro, mirando hacia el interior de la cabaña con la puerta reventada, donde el niño se sostenía con sus cortas piernas mientras los padres aún gemían atónitos.

-Ha sido un placer, hijo-replicó siseante el Motorista Fantasma, y Blaze sintió un escalofrío al reconocer la voz de su hermano Danny mezclada con el ronco tono de Mefisto-. De algún modo tenía que agradecerte que me mataras...

-Y por eso has tenido que estropear todo mi plan, ¿verdad?-protestó Corazón Oscuro-. Que amable, padre.

-Entrañable reunión familiar-gruñó Blaze, finalmente incorporado y apoyado en un árbol, sintiendo como el fuego infernal se derramaba desde sus manos-. ¿Alguien quiere explicarme qué cojones está pasando aquí?

-Danny-gimió el bebé y las rodillas de Johnny se doblaron, mientras la realidad parecía curvarse alrededor de él y la gravedad decidía multiplicarse por diez sobre sus hombros.

-¿No os parece encantadora esta reunión familiar?-rió Mann, apuntando a Blaze con e rifle, para luego apartarlo, llevarlo a su boca y lamer el cañón-. Auténticamente delicioso.

Johnny miró a su alrededor, y supo que estaban perdidos. Los padres del crío parecían en estado comatoso, el bebé parecía poder retorcer la realidad a su capricho, Sara estaba enredada en la cadena de Danny, Mann y Corazón Negro parecían a punto de echarse al cuello el uno del otro, y para terminar, parecía que su hermano había sido poseído por el propio Mefisto. No pudo evitar pensar con cierta ironía que aquello era todo un planazo. Trató de buscar la mirada de Sara, pero sus ojos seguían fijos en los demonios... No. Johnny se dio cuenta de que Sara no miraba a Corazón Negro, ni a Mefisto, ni siquiera al crío. Sus ojos estaban clavados en la espada que se había hundido en el árbol desviada por la cadena del Motorista.

-Deberías agradecerle todo esto a tu hermano, Johnny-dijo Corazón Negro-. Él fue el que me pidió que resucitara a Bárbara. Lo de mezclar la esencia de vuestra hermana muerta con el cachorro del Mundo Roto... eso digamos que fue una inspiración de última hora. Una licencia artística, como lo de incluir a nuestra querida Sara en todo esto. ¿O debería decir Roxanne?-masculló, dirigiéndose hacia ella, acercando una de sus manos al cráneo ardiente, y aunque la carne oscura crujió, humeó y llenó el entorno de olor a grasa quemada, acarició con lasitud el pómulo de Sara, cuyos ojos rojos se clavaron en los huecos sin pupila de la mirada de Corazón Oscuro.

-¿Roxanne?-inquirió Johnny. Y la imagen de su esposa reflejada en uno de los espejos de Emetiquia irrumpió en su mente como si alguien hubiera arrancado la cortina que cubría aquel recuerdo. Lo había sabido desde el principio aunque no había querido creerlo, se lo habían dicho sus tripas, había sentido que la conocía, que había mucho que les unía.

-Creo que el momento de que dejes tus juegos de una vez ha llegado, hijo-gruñó Mefisto, pero Corazón Oscuro negó con la cabeza.

-El espectáculo debe continuar, padre-dijo-. Eso me lo enseñaste tú. Y que tú estés metido en todo esto no hace más que añadir un elemento caótico a mi bien trazado plan. Ahora mismo, ambos jugamos a la ruleta rusa, Mefisto, y yo no tengo miedo de disparar.

Ni siquiera le hizo falta un gesto. Las sombras de la noche parecieron cobrar consistencia, y como zarcillos trepadores brotaron desde los cuatro rincones de la cabaña, enredándose alrededor del niño, alzando al bebé de cabeza deforme de su cuna. El pequeño gritó, y por un momento, Johnny tuvo la impresión de que el tiempo se aceleró, de que los segundos saltaban rápidamente hacia el pasado mientras el bebé se sacudía para intentar liberarse de aquellos tentáculos sombríos.

-Quería que el crío muriera en la conflagración entre los Tres Espíritus de la Venganza-dijo Corazón Oscuro-. Implanté en Roxanne la idea de destruir la Perforación, sabía que Johnny la acompañaría, y que Danny vendría atraído por el espíritu de su hermana muerta, enredado en la Perforación. Cuando el crío muriera, la realidad a su alrededor se distorsionaría, destruyendo a los anfitriones de los Espíritus de la Venganza en el proceso, y atrapando a los propios Espíritus en los pliegues dimensionales que se generarían. No habría más Motorista Fantasma, ni más Espíritus de la Venganza... ni más posibilidades de que tú volvieras, padre. Y como premio final, Emetiquia se convertiría en el portal a los Mundos Rotos. El bebé puede morir en mis manos igualmente.

-Eso te destruiría a ti también-dijo Blaze, tratando de encontrar una salida a la situación.

-Sí-replicó Corazón Oscuro, mientras los zarcillos de sombra se enredaban aún más en el pequeño, dejando marcas en su blanda carne-. Pero soy un psicopompos, un guía de almas. Mi lugar está en mi Infierno, y me reharía en él. Quizá pasase algún tiempo, pero al fin y al cabo... tiempo es algo que me sobra...

El niño gritó, las sombras se cerraron sobre él, y Blaze vio como un hilillo de sangre caía al suelo... y entonces, Sara gritó. La espada que hasta ese momento había estado hundida en el árbol, voló en línea recta hacia Corazón Oscuro, hundiéndose en su espalda hasta que la punta asomó por el pecho del demonio. Este bajó la mirada sorprendido, y en ese momento, de la espada brotó una llamarada de fuego infernal, que hizo que Corazón Oscuro gritara de puro dolor. Viendo su oportunidad, Blaze reaccionó y se arrojó sobre Mefisto, haciéndole caer de espaldas. Ambos rodaron por el suelo en un torbellino de cuero, metal, huesos y fuego bajo la lluvia, y finalmente Johnny consiguió quedar encima. Sujetó el cráneo de Danny contra el suelo, y clavó sus cuencas vacías en las de su hermano.

-¡Danny!-gritó-. ¡Sé que estás ahí dentro! ¡Sé que estás ahí dentro en algún sitio! ¡Lucha! ¡Resiste!

A sus espaldas, Johnny escuchó a Roxanne debatirse con la cadena, escuchó como Corazón Negro trataba de librarse de la espada ardiente. Pero no apartó la mirada de los ojos del Motorista Fantasma, buscando algún resquicio de la presencia de su hermano. Bajo él, el cuerpo de Danny se sacudía, intentaba liberarse de él, pero de momento (y sólo de momento, de eso Blaze no tenía duda), él era más fuerte. Pero una carcajada histriónica atrajo su atención, y no pudo evitar girar su mirada, para encontrarse con Mann, sosteniendo al niño en sus brazos y apuntando hacia Blaze con el rifle de Fuego Infernal.

-Silencio, no llores, vete a dormir-siseaba Mann-, y cuando despiertes podrás tener todos los pequeños caballitos.

Sin dejar de tararear, Mann dirigió el cañón del rifle hacia Corazón Oscuro, y sin mirarle siquiera, disparó, de modo que las llamas arrasaron el espacio entre él y su medio hermano. Corazón Oscuro aulló de dolor, mientras con un sonido metálico, la cadena del Motorista cayó al suelo, liberando finalmente a Roxanne, que empuñaba aún una de sus espadas.

-Tenemos al niño, padre-dijo, apuntando ahora a Blaze con el rifle-. El acceso a los Mundos Rotos es ahora nuestro...

-Estoy harta-masculló Roxanne-. Harta de servir de juguete, de rehén, de excusa. Suelta a ese crío si no quieres que pague años de furia contenida con tu cara...

Mann fue a abrir la boca, pero en ese momento, la mirada del niño de cráneo deforme se cruzó con la de Roxanne, y los ojos de esta centellearon. Blaze conocía ese efecto, era la Mirada de Penitencia de Danny... Pero desde luego, no esperaba lo que ocurrió después, cuando con un sonido que le recordó a miles de cristales rompiéndose al mismo tiempo, la realidad se deshizo a su alrededor.

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Era la Oscuridad. Y en la Oscuridad ardió la llama.

Y con la llama, el primero de los mundos. Pero no sería el último. Porque en los tiempos anteriores al tiempo, se gestaron los Mundos Rotos, los bocetos que fueron rechazados en la búsqueda del mundo perfecto. Mundos sin gravedad, mundos donde la relación causa-efecto no existía, mundos donde la cohesión entre las partículas era tan fuerte que jamás dejaron de tener el tamaño de una partícula y una densidad infinita. Mundos que desarrollaron sus propias formas de vida, basadas en el silicio, en el fuego, en la nada.

Finalmente, uno de esos mundos alcanzó el equilibrio, terminó el Gran Experimento. Y los habitantes de los Mundos Rotos miraron hacia el nuevo mundo con ansia, con envidia... y sobre todo con odio. Así que en aquellas primeras noches, los hijos de los Mundos Rotos atravesaron las fronteras entre los mundos y sembraron el terror en las sombras. Corrieron ríos de sangre, los aullidos de dolor resonaban entre montañas, los primeros seres humanos se reunían alrededor del fuego esperando que aquella luz alejase a las criaturas que habían llegado entre las sombras.

Probablemente, la raza humana se hubiera extinguido de no haber sido por ellos, por los Siete. La Creación decidió defenderse a sí misma, y aparecieron los Siete, los Espíritus de la Venganza, creados con el fuego primordial y los huesos de la creación. Los Siete recorrieron los cuatro puntos del mundo, exterminaron a los invasores, salvo aquellos pocos cuyos mundos eran más parecidos al mundo del equilibrio, aquellos que se mezclaron con los humanos y engendraron hijos con ellos en los que se perpetuaría la estirpe de los Mundos Rotos. Los Espíritus de la Venganza cerraron los viejos pasos entre los Mundos Rotos, y cuidaron de las tribus de humanos como si fueran su propio ganado, pero eran criaturas ajenas a ellos, y sus pensamientos eran extraños. Y el chamán de una de las primeras tribus comenzó a susurrar advertencias contra ellos a los oídos de los otros hombres, pues, una vez que los exiliados de los Mundos Rotos ya no existieran, ¿contra quién se volverían los Espíritus de la Venganza? Las palabras del chamán calaron en muchos oídos, y los seres humanos comenzaron a temer a aquellos que hasta ese momento sólo les habían protegido. Finalmente, siguiendo el consejo del chamán, una de las tribus decidió que había llegado el momento de hacer algo respecto a los Espíritus de la Venganza.

El ritual fue largo, y la tribu se sacrificó al completo para conseguirlo, salvo siete de sus miembros, siete hermanos que formaban el eje del plan. Aquella noche, la noche de la gran traición, el poder de los Espíritus de la Venganza fue cercenado, lo que hasta ese momento habían sido criaturas de poder y gloria fueron atados a la carne de los siete hermanos, y la sangre que había sido vertida garantizó que para el resto de la eternidad, los Espíritus de la Venganza sólo podrían actuar si estaban encarnados en un ser humano, y sólo dentro de aquella línea de sangre de los siete hermanos. Y en las sombras, el chamán reía, porque en el hechizo de atadura también había algo de su esencia, y mientras los Espíritus de la Venganza siguieran existiendo, serían considerados demonios, sembrarían el terror entre aquellos a los que antes habían protegido... pero sobre todo, mientras ellos siguieran vivos, él no podría morir...

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Blaze tosió, y noto un sabor amargo en la boca. Se giró bruscamente, y vomitó la bilis sobre la tierra empapada. Abrió los ojos llorosos, mientras su cerebro trataba de asimilar los nuevos recuerdos que ahora ardían de forma casi dolorosa en su memoria. Al ver sus manos cubiertas de barro, se dio cuenta de que había retomado su forma humana, y cuando miró a su entorno vio que no había sido el único afectado por la explosión psíquica provocada por la Mirada de Penitencia y los poderes distorsionadores de la realidad del pequeño. Corazón Oscuro había desaparecido, Mann estaba despatarrado contra un árbol, obviamente aturdido, el niño se encontraba en el suelo, pataleando sobre el barro. Pero Roxanne seguía en pie, y sus ojos estaban clavados en el Motorista Fantasma.

-Fuiste tú todo el tiempo-dijo ella, sin soltar la espada-. El chamán que engañó a los hombres para que nos ataran... fuiste tú. Convertiste a los Espíritus de la Venganza en tus perros de cría, nos cruzaste para asegurarte de que en todo momento había alguno de nosotros disponible... Miembros de la misma familia siempre, ¿verdad?

-Así que lo sabes-rió Mefisto-. ¿Y cómo te hace sentir?

-De nuevo engañada-masculló Roxanne-. Hemos sido tus cachorros durante todo este tiempo, nos has utilizado en tu juego contra tu hijo, contra tus enemigos...

-¿Y no te sientes sucia al saber que has estado retozando con tu propio hermano, querida?-replicó Mefisto, y Blaze sintió que todo el vello de su cuerpo se erizaba, tanto por las palabras de Mefisto como por la manera en que hablaba. A cada segundo, Mefisto se iba haciendo más poderoso en el cuerpo de Danny-. A veces creo que saber que Johnny era de verdad su propio hijo es lo que mató a tu padre...

-Maldito cabrón-gruñó Blaze, tratando de apelar de nuevo al Espíritu de la Venganza que latía en su interior. Los engaños de Mefisto se reproducían una y otra vez, una y otra vez, hasta el infinito. Debía haberle resultado muy divertido reunir a dos de los descendientes de los Siete, Crash Simpson y Naomi Kale, para luego apartarlo de ambos. Debió disfrutar mucho cuando el hijo de ambos se había enamorado de la hija de Crash Simpson, que por lo tanto, también llevaba la sangre de los Siete. Había criado a Daniel y a Bárbara Ketch, a Roxanne Simpson y al propio Johnny Blaze para que fueran su seguro de vida. Y ahora, allí estaban los cuatro en mayor o menor medida, danzando de nuevo mientras su criador tocaba la flauta encantada que les hacía bailar.

-¿Johnny?

Blaze miró a su alrededor, había reconocido la voz de su hermano Danny. Roxanne lanzó un golpe con la espada contra Mefisto, pero este utilizó la cadena para detener el embate, riendo mientras golpeaba con el puño el rostro esquelético de Roxanne, que se tambaleó. Llevado por la ira, Blaze se incorporó y se lanzó sobre Mefisto, que ni siquiera se molestó en mirarle antes de hundir su codo en el pecho de Blaze, que sintió como las costillas cedían con un crujido.

-Lo hice por Bárbara, Johnny-decía Danny-. No era justo que ella siguiera muerta...

Roxanne agarró la cadena con una mano envuelta en llamas, y tiró de ella, intentando hacer perder el equilibrio a Mefisto, pero este se limitó a dejarse llevar, y con el tacón de su bota de motorista, golpeó con fuerza la rodilla de Roxanne. El crujido se escuchó por encima del trueno que sonó en ese momento mientras ella caía de rodillas, con la rótula reducida a mero polvo. Blaze quiso gritar, pero notaba que se ahogaba en su propia sangre, probablemente una de sus costillas le había atravesado un pulmón. Pero Mefisto le miró mientras arrancaba con sus propias manos el cráneo de Roxanne de sus hombros. Blaze tuvo que asistir impotente por segunda vez a la muerte de su esposa.

-Lo lamento, Johnny, no sabes cuanto lo lamento, ayúdame, perdóname...

Mefisto se giró hacia Johnny, arrojando a un lado el cráneo de Roxanne, ya apagado y sin rastro alguno de fuego o luz. Por un instante, Johnny pudo ver el mundo bajo el mandato de Mefisto, la realidad deformada por los poderes del crío que era Bárbara. Y pudo ver a Danny, atrapado en su propio interior, asistiendo inerme a las consecuencias de sus propias acciones. Y por encima de todo esto, la imagen de Roxanne, que de nuevo había sido engañada, manipulada y utilizada. Blaze gritó mientras su carne se disolvía, mientras el fuego infernal le recorría de arriba abajo. Su propio Espíritu de la Venganza aullaba mientras el que había ocupado el cuerpo de Roxanne volaba hacia Johnny, uniendo su fuerza a la de él. Johnny no sabía en qué momento había tomado la espada de Roxanne, la que antes había atravesado a Corazón Oscuro, la que había pertenecido a Sincara. Sandy y Sincara, amantes y asesinos, atrapados en su propia historia también por las manipulaciones de Mefisto y su hijo, al igual que los dos hermanos que ahora estaban atrapados en sus propias mentes por el poder de la criatura que habían traído al mundo. Sintió como el Señor Ciego musitaba su nombre y el Arlequín contenía la respiración, como todos los espejos de Emetiquia vibraban mientras los Mundos Rotos se estremecían.

-Te perdono, hermano-musitó Johnny, y en ese momento, alzó la espada, envuelto en Fuego Infernal.

Mefisto no lo vio venir, cegado por el fuego. La espada cayó como la justicia, desde el cielo y en su caída, abrió el pecho de Daniel Ketch, su anfitrión, rasgando el cuero, el metal y las costillas. Dentro de él, Danny gritó, mientras el propio Mefisto veía como le era arrebatado aquel cuerpo, aquel poder, sin poder gritar siquiera. El Fuego Infernal se elevó hasta los cielos, y en él, estaba el grito de libertad de Danny.

Johnny permanecía de pie ante el cuerpo muerto, un amasijo de huesos envueltos en cuero y remaches metálicos sin rastro ya de fuego o de presencia infernal alguna. La espada se había quebrado en sus manos, y cayó al suelo reducida a cenizas y óxido. Pero el fuego que envolvía a Blaze no mermaba, sino que brillaba aún más, pues un tercer Espíritu de la Venganza se había unido a los que ya habían encontrado su morada en él. Hincó una rodilla en el suelo, y hundió sus manos entre el cuero derretido de lo que habían sido las ropas de su hermano. Allí estaba, una especie de embrión envuelto en una membrana viscosa cuya maldad rezumaba de tal manera que los tres Espíritus clamaron al mismo tiempo por su destrucción.

-¡Padre!-gritó Mann, y de pronto, algo golpeó a Johnny por la espalda, haciéndole soltar aquel huevo oscuro. Mann sostenía el rifle de fuego, un Fuego Infernal contaminado por el mal y el odio. Con tiempo, Johnny hubiera podido vencerle, sin duda, pero Mann no estaba dispuesto a darle ese tiempo, pues sin más, recogió el embrión y se arrojó en uno de los oscuros caminos que llevaban hacia el Reino del Ocaso, hacia la locura y hacia su dominio de Constantine Peek. Detrás de él, Johnny aulló de rabia mientras sentía como la destrucción de Mefisto se le escapaba de las manos.

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Epílogo 1.

-Y esa es la historia-masculló Johnny, tomando un sorbo de la infusión que la anciana había puesto ante él, y sintiendo al instante como su calor le reconfortaba.

-Conocía la existencia de los Mundos Rotos, pero la intervención de Mefisto en la atadura de los Espíritus de la Venganza es un dato nuevo para mí-respondió la anciana, inclinada sobre la cuna en la que dormía en calma por primera vez en mucho tiempo el niño de cráneo deforme-. Has contraído una pesada carga, Johnny.

-Por eso te he traído al niño-dijo él, dejando la taza sobre la mesa, y asomándose a la ventana desde la que se veía una decena de casas bajas de estilo colonial, un ambiente bucólico y tranquilo-. Yo no puedo cuidar de él, no estoy preparado, y es demasiado...

-Poderoso-completó por él la anciana-. Estará a salvo conmigo, Johnny. Con el tiempo, podremos sanarle tanto mental como físicamente. Podrá tener una vida más o menos normal, y podría llegar a ser un poderoso aliado. Al fin y al cabo, no deja de ser un hijo de los Mundos Rotos.

-También es mi hermana-dijo Johnny, y la anciana asintió, mientras un gato negro saltaba a sus brazos-. Bueno, tengo que irme. Creo que debería contarle a Extraño todo lo que ha ocurrido, estará interesado en... bueno, en todo esto. ¿Puedo...?

-Por supuesto.

Johnny se acercó a la cuna, y contempló unos instantes el plácido rostro del niño, que dormía profundamente. Sintió la tentación de acariciarle una mejilla, pero no quería despertarle.

-Adiós, Danny-dijo, y la anciana esbozó una sonrisa.

-¿Será ese el nombre que lleve?

-Es lo apropiado, Daniel hizo todo esto para que ella pudiera volver a vivir. Así que hasta pronto, Daniel John Ketch.

Johnny se despidió de la anciana con un gesto, y salió de la casa. Ella contempló desde la ventana como subía a su moto, y se alejaba de la casa, sin mirar atrás. Sabía que el destino de Johnny Blaze no sería fácil, había sufrido demasiado, había perdido demasiado. Y ahora, eran tres los Espíritus de la Venganza que latían en su interior, lo que le convertía, posiblemente en el más poderoso Motorista Fantasma de toda la historia. Pero desde luego, no sería un camino fácil.

Cerrando las cortinas tras ella, Agatha Harkness se volvió hacia el niño.

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Epílogo 2.

Los Espíritus de la Venganza continuaban existiendo.

Su padre seguía existiendo, no había podido evitar su retorno.

Corazón Oscuro había querido destruir para siempre a los Espíritus de la Venganza para evitar que Mefisto volviera a encarnarse, pero había fracasado. Y la culpa era de un peón. Si no hubiera sido por Roxanne, Corazón Oscuro podría haber matado al niño, y sus planes se hubieran cumplido. Pero aquel detalle irónico que había incluido en su plan para darle color, se había vuelto contra él y lo había arruinado todo.

Sabía que antes o después, Johnny vendría a por él. Pero también sabía que en algún momento, Mefisto también buscaría venganza.

Corazón Oscuro contempló su reino desde una alta torre de basalto negro.

Y supo que para evitar que alguno de sus enemigos le destruyera, no tenía más remedio que conseguir ser el más fuerte. Necesitaba fuerza. Necesitaba poder.

-Guerra-dijo, y el propio Infierno se estremeció.

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Epílogo 3.

Y en Emetiquia, el Señor Ciego contempló todo lo ocurrido, y decidió que era bueno. El Arlequín dio una orden, y las puertas de Emetiquia se cerraron. El reino estaba aislado.

Ya sólo quedaba esperar.

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CORREO AL OTRO LADO

DOB ha desaparecido, así que hemos tirado de talonario y hemos fichado a Tomás Sendarrubias (JSA, Titanes, Warlock: Caballos de Troya) para que acabara la historia, que era muy necesaria para las futuras Guerras Infernales...

Esperamos que os haya gustado.

 
 
   
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