LOS 4 FANTASTICOS #422
Aniversario I
Guión: Luis Capote
Portada: Wish
La del alba sería cuando una figura se asomó desde lo más alto del castillo
sobre la ciudad y se alongó para contemplar el paisaje que desde tan
privilegiada posición podía otearse. La ciudad de Doomstadt recibí
adormecida la primera luz del amanecer, mientras el frío nocturno impregnaba
sus viejas piedras en forma de gotas de rocío, y algunos de sus habitantes
se disponían a iniciar las labores cotidianas, así ahora como entonces, como
había sido siempre, como siempre había de ser, pensó el observador. El mundo
avanzaba a pasos agigantados y la vida se bebía a grandes sorbos, pero
ciertas cosas merecían ser conservadas, debían ser conservadas, al menos en
su patria, su reino, su alma. Los albores del amanecer alcanzaron igualmente
al castillo e iluminaron la imponente figura del ocupante de la atalaya, un
caballero de oscura armadura, embozado por una capa y una capucha de tafetán
verde, que alzó la vista hacia el sol naciente, como si el astro estuviera
cumpliendo una de sus órdenes, un pensamiento disparatado que, sin embargo,
no resultaba contradictorio con la personalidad y maneras del Doctor Muerte.
Una pequeña brisa sopló y la capa ondeó como un estandarte. En la ciudad,
los primeros transeúntes volvieron la mirada hacia el castillo, y aunque no
podían distinguirlo, todos sabían que el rey estaba allí, observándolos. De
alguna forma, el gobierno personalista de Víctor Von Doom había generado
entre sus súbditos la sensación (no muy descaminada) de que el monarca
estaba presente en todos y cada uno de los hechos que acontecían en el
reino.
El Doctor dio media vuelta y penetró en la escalinata del torreón,
aprestándose a bajarla con paso firme y pausado, pero sin evitar que el eco
de sus pasos resonara multiplicando el efecto del metal contra la piedra.
Mientras descendía, meditaba sobre los acontecimientos de los últimos y cómo
afectarían a Latveria, su reino. Su reino... Sí, él era el rey de todo el
país y los latverianos eran sus súbditos; no ciudadanos, no siervos, sólo
súbditos, personas a las que brindaba su protección a cambio de una lealtad
sin fisuras. Para el mundo, Muerte era un tirano, un fascista, un loco... él
desdeñaba aquellos calificativos, considerándolos un montón de palabras
vacías en la boca de un puñado de iletrados, de seres inferiores... Todo el
mundo era inferior a él, creía... Vocablos como "fascista" o "nazi" se
habían convertido en meros vocablos que se usaban como venablos en medio de
una acalorada discusión o en una iconografía utilizada por maleantes sin
oficio ni beneficio... cuando pensaba en esos insultos con los que la
llamada "prensa libre" le regalaba los oídos, esbozaba una malévola sonrisa
tras su máscara al recordar como Cráneo Rojo, el icono supremo del
nacionalsocialismo del III Reich se había transformado en el pináculo del
sueño de vida americano1, preguntándose qué pensarían muchos de los
adalides que le lanzaban furibundas filípicas en torno al tema de los
derechos humanos, si supieran que sus medios estaban financiados por dinero
del Cráneo... Muerte se veía a sí mismo como un rey de los días antiguos, un
monarca absoluto, un protector que se identificaba con su reino hasta el
punto de ser uno. "El Estado soy yo" decía Luis XIV y esa máxima era aquélla
por la cual Víctor Von Muerte, barón de Doomstadt y Rey de Latveria, regía
sus actos y gobernaba sus dominos, así ahora como entonces, como había sido
siempre, como siempre había de ser. Sin embargo, la reciente batalla de
Nueva York había despertado en su interior serias dudas acerca del futuro.
El mundo iba cada vez más deprisa en todos los órdenes, repitió una vez más:
hacía unos días había contemplado como un mutante, un homo sapiens superior,
había puesto en jaque a la humanidad colocando al planeta (una vez más), al
borde del abismo2... la tecnología hacía tiempo que permitía que con sólo
pulsar un botón se desencadenara la destrucción de toda vida
inteligente3... la Tierra se había convertido en un nexo espacial y
temporal, camino de paso de viajeros otros mundos y otras eras, rara vez
amistosos, demasiadas veces belicosos4. En una época donde la palabra
mágica parecía ser "globalización", el Doctor Muerte se preguntó qué futuro
tenía un microestado enclavado en muchos aspectos de su existencia en lo más
profundo de la Edad Media. Normalmente desdeñaba esos pensamientos, pero la
paradójica visita de su presunto yo futuro5 le había llenado de inquietud.
¿Era el destino de su pueblo la agonía a manos de las megacorporaciones cuya
existencia ya empezaba a intuirse en el momento presente? Estas cuestiones
eran detestadas por Muerte, pues lo arrojaban de bruces ante su propia
realidad: después de todo, pese a todo, él era sólo un hombre.
Cavilando sobre todos estos asuntos, el Doctor abandonó el torreón
dirigiendo sus pasos hacia la zona de sus habitaciones personales. Pocos
habían tenido la oportunidad de visitarlas, y muchos menos habían podido
contarlo. La armadura que recubría a la persona era tanto un milagro
tecnológico como una metáfora de su decisión para no mostrar debilidad
alguna y aquella parte de sus dominios, era también una parte de sí mismo,
una muy íntima pues allí y sólo allí el Doctor Muerte se mostraba como
Víctor Von Doom, pues allí habitaba la única persona a la que el monarca no
podía sojuzgar o doblegar, él mismo. Normalmente desayunaba en el comedor
principal, pero hoy pasó de largo, ignorando a los sirvientes, robóticos o
humanos, que le rendían pleitesía. Bajó, continuó bajando mientras la
elegancia palaciega dejaba paso a la dura piedra evocadora de un pasado aún
más antiguo, de un tiempo más remoto. El aire rara vez corría por aquellos
pasillos y todo estaba invadido por un olor a moho y musgo que impregnaba
las fosas nasales de Muerte. Los filtros de su máscara podían evitarle tan
desagradable fragancia, pero prefería sentir ese hedor para recordarse dónde
estaba. Con aire decidido abrió una puerta maciza y penetró en una cámara
más propia de un hechicero o un nigromante que de un científico, algo
contradictorio en un castillo que era el pináculo de los avances
científicos, pero el lugar no era sino otro reflejo del dueño, que era a la
vez hombre de ciencia (como su padre) y de magia (al igual que su madre).
Cerró la puerta tras de sí y rememoró innumerables solsticios en los que
combatió con los señores del inframundo para liberar el alma de su madre,
batallas que terminaban en tablas pero que tenían el amargo sabor del
fracaso: no podían vencerle pero no podía liberar a su madre. Ahora aquellas
refriegas eran algo del pasado, pues su madre había sido liberada6 y la
habitación permanecía silenciosa desde hacía tiempo. Muerte observó la
habitación y, cogiendo una desvencijada silla, se sentó. En sus manos
llevaba una copa de cristal y una botella de vino tinto que descorchó para
servirse. Movió la copa y comprobó la lágrima del líquido, su color, su
aroma, para después dejarla en el suelo. Su mano se dirigió entonces hacia
el mecanismo de seguridad de su máscara y luego a aquélla, que desprendió de
su rostro sin dificultad. Sin mirarla la puso sobre su regazo y tomando de
nuevo el vino, se dispuso a apurar un primer trago. El rojo líquido se agitó
en su recipiente y desgarró los tenues puntos de luz que se reflejaban en su
superficie, cambiándola, modificándose mientras el bebedor lo acercaba a sus
labios. Muerte cerró los ojos para paladear el vino y el sabor disparó, como
todos los años, los recuerdos de otra época...
Llovía. El día no había traído consigo la luz solar y el cielo arrojaba a
la tierra con furia el agua de una prolongada y violenta tormenta, pero eso
no parecía importar a la figura que avanzaba con paso firme por el campus
universitario bajo aquel tiempo inclemente. Alto y de porte altivo, el
paseante llamaba la atención por tener la cabeza cubierta de vendas que el
embozo de su abrigo y las alas bajas de su sombrero no podían ocultar.
Quienes apresuradamente se cruzaban con él, a la búsqueda de cobijo no
podían evitar mirarle, no tanto por la natural extrañeza que podía suponer
que alguien saliera al exterior en medio de aquel aguacero, como porque la
identidad del empapado paseante era de sobra conocida en toda la
universidad: Víctor Von Doom, el genio que vino de Europa, el loco que
había volado sus habitaciones y había sido despojado de sus becas y
expulsado. Los estudiantes de aquel curso habían lamentado amargamente tener
que coincidir con dos alumnos de la talla de Doom y Richards, en la medida
en que el nivel de exigencia había aumentado proporcionalmente a la
presencia de semejantes lumbreras, pero en tanto que Reed se comportaba
dentro de los márgenes de la normalidad, Doom era arrogante y estaba casi
siempre solo. Aunque el accidente había sido una sorpresa y la comidilla de
todos, su consecuente expulsión no había sorprendido a nadie, y menos aún
lamentarían su obligada marcha, pues a la envidia de su conocimiento se unía
la antipatía que él mismo había logrado por su propio esfuerzo. ¿Qué
importaba, después de todo? - pensó Doom mientras avanzaba bajo la lluvia -
que se quedaran con sus títulos los estúpidos neoyorquinos. ¿De qué sirve un
certificado sino para guardar polvo en alguna oscura pared? Él tenía los
conocimientos y la habilidad para utilizarlos. No necesitaba más, al menos
de momento, pero pese a la seguridad que le otorgaba su carácter, no podía
olvidar que se encontraba en un país extraño, sin recursos para volver a su
patria, mas en aquel instante apartó esa realidad de su mente. El frío y el
hambre no habían sido desconocidos para él, y recordó otro día donde la
nieve y no el agua recubrían las lindes de su patria y huían de la ira del
cruel barón7. La tormenta arreció y un fuerte viento sopló cuando Víctor
alcanzó la verja que rodeaba el campus, para cruzarla sin vacilaciones y sin
volver por un instante la vista atrás. La universidad quedaba tras de él,
como parte de su pasado, mas antes de que pudiera decidir cuál sería su
próximo paso, alguien se aproximó a él, bajo la incesante lluvia.
- ¡Víctor! ¡Eh, Víctor!
- Tú... - la voz del latveriano se tensó indicando una rabia mal contenida.
Cómo te atreves a dirigirme la palabra...
- Ey, ¿qué esperabas? ¿qué me echaran como a ti? No, Víctor. Ibas a hacer
una locura...
- No te corresponde a ti juzgar mis actos, cobarde... y ahora fuera de mi
vista.
- He venido a ayudarte.
- No necesito tu ayuda ni la de nadie...
- Estás sin recursos en un país extraño. Yo creo que sí...
- No quiero nada de gente como tú. Víctor Von Doom no acepta limosnas...
- Demasiado bien lo sé, pero no te ofrezco una limosna. Sólo información que
quizá te ayude a volver a tu país... Se está organizando una expedición
arqueológica hacia algún lugar del Mediterráneo...
- Ahora no tengo interés en esa disciplina - respondió desdeñoso.
- Tal vez no, pero están buscando expertos en robótica y tú...
- ¿Robótica en una expedición por el Mediterráneo? No estoy de humor para
tus bromas...
- No es ninguna broma. Aquí están las señas del responsable del proyecto
aquí en América...
- Aún en el caso de que las quisiere ¿por qué me las ofreces a mí?
- Yo... no sé explicarlo... creo que te lo debo...
Víctor no dijo nada, pero clavó sus ojos en los de su antiguo compañero y
ayudante y percibió en ellos el miedo... ¿Miedo? Seguramente, el infeliz era lo
suficientemente listo para comprender lo sucedido... ¿Una forma de
compensarle por su traición? Sea como fuere, se dio cuenta que el incidente
que lo había desfigurado, unido a su nuevo aspecto, causaba temor. El hijo
maldito de un clan no menos maldito saboreó la sensación de infundir miedo y
acercándose lentamente, cogió con parsimonia el papel de las manos de su
interlocutor, que se echó a temblar como presa de un incontrolable
escalofrío. Lo ojeó, lo guardó y dio media vuelta mientras el desdichado
estudiante flojeaba hasta caer de rodillas. El accidente que había truncado
su brillante carrera le había otorgado, irónicamente, una salida... además,
después de todo, la presencia de expertos en robótica y cibernética para una
expedición arqueológica había captado su interés...
Tres días más tarde, Von Doom volaba en primera clase con destino a Atenas.
El responsable de la expedición no había dudado por un instante en
incorporarle al equipo y casi le rogó que lo hiciera, lo que complació
notablemente al latveriano, que juzgó los criterios de los organizadores
bastante más flexibles que los de los ámbitos académicos en los que se había
movido hasta no hacía mucho. Su prestigio como científico no había resultado
mermado a consecuencia de la deshonrosa expulsión, lo que le permitió
mitigar, mas no olvidar, las circunstancias de la misma. La superioridad
inherente a su carácter le hacía despreciar a prácticamente todos, y sus
profesores y compañeros no fueron una excepción. Nadie estaba a su altura,
nadie podía enseñarle nada... nadie salvo Richards. Richards... ese nombre
generaba una incontenible furia y crispación, hasta el punto que tenía que
hacer serios esfuerzos por dominarse... en esta ocasión, en mitad del vuelo,
dirigió su atención hacia su objetivo más inmediato: Grecia y, más
concretamente, la isla de Rodas. La organización le había proporcionado un
extenso dossier sobre su destino: una excavación en las cercanías del Monte
Ataviro. Víctor pasó las hojas encuadernadas con rapidez y mientras leía
fueron surgiendo más preguntas. En Nueva York no supieron decirle qué
pretendían de sus conocimientos sobre ingeniería robótica en lo que a todas
luces era un viaje más al pasado de la cultura helénica, pero el
conocimiento del concreto lugar a visitar le causó múltiples suspicacias. El
gobierno griego era muy remiso a autorizar excavaciones arqueológicas tras
siglos de expolio y menos aún en una zona tan próxima a Turquía, con la que
mantenía un añejo conflicto a propósito de las fronteras, siendo Rodas uno
de tantos territorios en litigio. Quien quiera que comandase la expedición
debía ser inmensamente rico o poderoso... o ambas cosas... Detuvo su lectura
en lo que parecían ser imágenes escaneadas a partir de las raídas hojas de
un manuscrito en árabe; al lado de cada una se encontraba una traducción al
inglés en la que se indicaba que el texto pretendía ser copia de una obra
más antigua datada en el S. V. AC y donde se hace referencia constantemente
al pueblo de Mykene o Mykenos. El nombre no era desconocido para Víctor, y
su memoria científica le recordó la leyenda del Imperio de Mykene, cuyos
reyes gobernaron la tierra en los albores de la humanidad para luego
desaparecer tragados por un cataclismo. Meras supercherías, pero su herencia
hechicera le recordó que todas las historias tienen un poso de realidad...
Se preguntó hasta qué punto sería verdad lo que contaban esas fábulas. Los
textos clásicos estaban llenos de referencias a poderosas civilizaciones que
habían desaparecido sin dejar rastro8 pero ¿qué podía mover a alguien con
tantos recursos a seguir un mito cuyas huellas se desvanecían en la noche de
los tiempos? Alguien que se basaba en un manuscrito medieval anónimo para
dar caza a un mundo perdido milenios atrás debía ser un filántropo loco o
alguien que conocía muy bien aquello que buscaba. Von Doom tuvo presente ese
pensamiento mientras siguió hojeando páginas y páginas de la traducción. A
lo largo de la misma se dejaba entrever que Mykene era una civilización muy
avanzada, pero no quedaba claro cuál había sido el motivo de su caída. El
traductor, un famoso historiador y lingüista, aportaba su propia opinión al
comentar que la última parte del manuscrito estaba repleta de incoherencias
acerca del final de la civilización. El recuerdo, si era tal, del mundo
perdido se había degradado con cada nueva versión y el que había llegado al
anónimo sabio árabe que se interesó por él no era sino un retazo de frases
inconexas, de las que sólo había podido sacar en claro la referencia a unas
siete huestes demoníacas que simbolizaban lo mejor y lo peor de la
civilización, al tiempo que culminaba con una serie de delirantes profecías.
Tras semejante lectura, el viajero cerró el dossier convencido de que iba a
participar en la excentricidad de algún millonario muy fantasioso o muy
deseoso de conseguir fama cazando algo tangible entre tanto humo.
Tras una breve escala en Atenas, Víctor partió hacia Rodas en un jet
privado, algo que sentó bastante bien a su orgullo, pues el hecho de viajar
solo evitaba las miradas indiscretas o los comentarios a sus espaldas que, a
decir verdad, le resultaban molestos, pero hizo aumentar su suspicacia ante
aquella empresa, sobre todo cuando la tripulación del jet puso a su
disposición la información sobre las comodidades de las que disfrutaría
mientras durara la expedición. Tal parecía que el director del proyecto
hubiera comprado Rodas, pues no tuvo que pasar por el abarrotado aeropuerto
de la isla para continuar su viaje hasta la excavación, recibiendo en todo
momento el trato otorgado a una personalidad distinguida, pero en ningún
momento pudo encontrar dato alguno que pudiera revelarle la identidad de tan
intrigante personaje.
Una primera mirada a la excavación le confirmó buena parte de sus
deducciones: en un terreno con hermosas vistas al mar una cincuentena de
personas se afanaban en acotar, limpiar y analizar una franja de terreno en
la base del monte y al fijarse con atención pudo constatar que casi todos
eran científicos de primera línea: había arqueólogos, historiadores y
geógrafos de prestigio, pero igualmente pudo reconocer geólogos, biólogos,
físicos, ingenieros... casi todas las ramas del saber parecían estar
representadas allí y el altivo latveriano no pudo menos que sentirse en su
ambiente, deseoso de demostrar a todos y cada uno de sus colegas que los
superaba en sus propios campos. El microbús que lo trajo se alejó, y de la
nube de polvo que levantó surgió un hombre ya entrado en años que avanzaba
enérgicamente hacia el recién llegado.
- ¿Doctor Doom? ¿Doctor Víctor Von Doom?
- Sí, soy yo.
- Permítame que me presente: soy Michael Landon, director ejecutivo de la
excavación. Celebro conocerle por fin en persona, Dr. Doom. Supongo que
querrá acomodarse y descansar un poco ¿no?
- Preferiría empezar a trabajar desde ahora, si no le importa - respondió
secamente.
- Muy bien, como prefiera - respondió Landon. Aún estamos preparando la
excavación, así que no necesitaremos de sus conocimientos hasta dentro de
algún tiempo. De todos modos, sería interesante que aprovechara ese tiempo
para conocer a su compañero de trabajo...
- ¿Compañero? - preguntó con desagrado.
- Sí, mire, ahí está - dijo señalando a un anciano de largo pelo cano que
paseaba por el perímetro - ¡Eh! ¡Profesor Kabuto! Venga, por favor...
El aludido giró la cabeza hacia la voz y se dirigió con paso tranquilo.
Cuando Víctor
pudo distinguirlo bien, abrió exageradamente los ojos y por una vez en su
vida, se quedó sin palabras. El rostro del viejo profesor estaba cruzado de
la frente a la mandíbula por una horrenda cicatriz que cegaba su ojo
izquierdo. Murmurando juramentos en su lengua materna, el latveriano se
llevó la mano a su cara vendada, allí donde estaba su propia marca, su
propia herida, pero cuando el anciano llegó por fin ante ellos, había
recuperado la compostura.
- Doctor Doom, le presente al Profesor Juzo Kabuto, de Tokio.
- Encantado - respondió Víctor, tendiendo la mano casi por reflejo.
- ¡Vaya! - dijo el japonés mientras daba la suya. Así que usted es ese genio
europeo del que todos hablan. He seguido su trabajo con mucho interés.
- El suyo no me es desconocido, Profesor Kabuto.
- ¡Bah! Bobadas. Alguien que ha escrito y defendido una tesis doctoral como
la suya difícilmente debe tener interés en las andanzas de un viejo fósil
como yo - resopló el nipón, aunque su expresión dejaba ver claramente que el
halago del latveriano (pues aquello era lo más próximo a eso que jamás
saldría de la boca de Doom) le había gustado - En fin, ya nos veremos por
aquí a menudo. Si me disculpan...
- Es todo un personaje - dijo Landon mientras veían alejarse a Kabuto.
- Sí...
Los días siguientes transcurrieron sin mayores problemas. Víctor se había
adaptado
bien al ritmo de trabajo de la expedición y encontraba un deleitoso placer
en discutir con los otros científicos para demostrar su superioridad, pero
pronto aquellos juegos dejaron de interesarle, en la medida en que el motivo
de su presencia allí seguía siendo un misterio. En esos momentos sólo
parecía admitir la presencia de una persona, el Profesor Kabuto, que también
estaba allí en calidad de experto en robótica. Aunque la idea de compartir
puesto seguía sin agradarle, no podía evitar sentir cierto respeto hacia
aquel venerable y simpático japonés que no parecía tener problema en reírse
de sí mismo y llevaba su marca como si no existiera. Pronto sus
conversaciones se limitaron a las que tenía con el anciano, aunque nunca
dejaran de tratarse con el formalismo académico debido. Doom nunca
permitiría confianzas y el viejo Kabuto era un universitario de la vieja
guardia, criado en la mentalidad del herr profesor.
- ... y así pues, creo que el tratamiento de este nuevo metal con
radiaciones energéticas específicas permitiría fabricar la aleación
definitiva, Doctor... aunque veo que, como de costumbre, no me está
atendiendo.
- Profesor Kabuto ¿por qué estamos aquí? - inquirió el interpelado,
ignorando la puya que le habían endiñado.
- ¿Porque nos pagan? - respondió con un gruñido - No está mal para unas
vacaciones en las islas griegas, je je je... pero le confieso, Doctor, que
estoy tan intrigado como usted. ¿Qué pintamos aquí los dos? Aunque esa
pregunta podría hacerse extensiva a la mitad de la expedición... o a la
empresa misma, ya puestos... Todos se afanan en buscar algo que no saben lo
que es...
- Creía que el objetivo final de esta empresa era encontrar restos de la
civilización micénica - comentó descuidadamente Doom.
- Mikénica, Doctor - lo corrigió Kabuto con una mueca que indicaba su
conocimiento de la intencionalidad del comentario - El que financia todo
esto no es un Schilemann a la caza de la tumba de Agamenón, aunque comparta
con el aventurero alemán una pasión por las leyendas que, como a éste, le
impulse a financiar aventuras como ésta...
- ¿Una fe ciega en una leyenda? Cuesta creerlo. Las fortunas necesarias para
esto no se amasan persiguiendo fantasmas, profesor...
- Cierto, doctor, pero la historia nos demuestra que a veces esos fantasmas
ocultan un fondo de realidad. El propio Schilemann fue objeto de burlas por
sus contemporáneos por perseguir lo que no eran más que fantasías homéricas,
pero su búsqueda le dio el premio de encontrar Troya, Micenas o Tirinto...
- Así es, profesor, pero Schilemann no encontró exactamente aquello que
Homero relataba, con lo que la cuestión es qué parte del manuscrito de
Mikene es cierta, aunque más parecen delirios que otra cosa...
- Lo que parece claro, doctor, es que nuestro misterioso benefactor espera
que esa parte sea muy grande ¿no cree? ¿Por qué si no estaríamos aquí usted
y yo?
La última pregunta quedó sin respuesta. La idea de que algunas de
las historias
mencionadas en el manuscrito fuera cierta resultaba cuando menos,
inquietante. Algunos pasajes hablaban de seres con apariencia de vida,
estatuas vivientes y una poderosa magia. Víctor comprendió que Kabuto había
aventurado, como él, que el pagador deseaba fervientemente que todo eso
fuera cierto, que el mito de la civilización perdida y notablemente superior
fuera verdad y más aún, pretendía hacerse con sus conocimientos. Por eso
estaban ellos allí.
Los días transcurrieron rápidamente, mas no así los trabajos, que parecían
estar estancados en una continua búsqueda sin resultados. Tres veces se
iniciaron las excavaciones y otras tres se paralizaron. Landon parecía al
principio inaccesible al desaliento, pero el paso de las semanas hizo que el
desánimo hiciera mella en él. La situación no era para dar rienda suelta al
optimista, ni mucho menos. Por no pocos comentarios supo Víctor que el
responsable de la expedición era un arqueólogo con probada fama de
heterodoxo, hasta el punto que muchos de sus colegas lo consideraban poco
más que un simple charlatán como Von Danicken, por causa de su continua
obsesión con las civilizaciones perdidas en general y la de Mikene en
particular. Esperaba con fe ciega que aquella empresa le permitiera
demostrar a todos sus detractores lo equivocados que se encontraban, pero el
paso del tiempo sólo aumentaba una frustración ya de por sí grande y
alimentada por los continuos comentarios que circulaban por la expedición.
Sólo un día, el campamento amaneció agitado. Landon había permanecido con un
retén de trabajadores excavando frenéticamente durante la noche, y al
parecer había obtenido resultados, pues en una esquina del nuevo perímetro
de trabajo habían surgido como por arte de magia tres tocones pertenecientes
a lo que parecía ser una columnata bastante amplia. El responsable estaba de
nuevo exultante y no paraba de farfullar lo que ese descubrimiento suponía
para él. Los arqueólogos de la expedición se mostraron escépticos en un
principio, pero al mostrarse incapaces de casar los restos encontrados con
los de civilizaciones ya conocidas, empezaron a albergar serias dudas sobre
el origen de aquellas ruinas. Las consecuencias del descubrimiento se
notaron inmediatamente, pues los turnos de trabajo se hicieron extensivos a
la noche, por lo que en pocos días habían logrado limpiar todo el área de la
columnata. Víctor observaba en silencio el curso de los acontecimientos, al
tiempo que confirmaba sus sospechas de que la arqueología era el último
interés de los responsables de la expedición, visto cómo trataban lo que en
circunstancias normales sería un descubrimiento sin precedentes. Un día, el
ruido de un helicóptero alteró la actividad en el campamento. Habían
preparado un helipuerto improvisado, rumoreándose que por fin haría aparició
n el responsable último de toda la empresa. Víctor observó la estampa con
creciente interés, mientras Landon se acercaba y daba la bienvenida al
misterioso pagador. Era un hombre muy alto y extremadamente delgado, lo que
imprimía a sus afilados rasgos una mayor envergadura, pero lo que resultaba
más inquietante eran su rostro, el color ceniciento de su piel, sus ojos
enormes y amarillentos, todo ello rematado en una inmensa melena y barba
blancas, que hacían que el observador poco avezado creyera estar ante una
cadavérica versión de Karl Marx. Envuelto en una elegante capa negra, a
pesar del buen clima, estrechó la mano que le ofrecía Landon, al tiempo que
una leve sonrisa hacía entrever su satisfacción sobre el resultado de las
investigaciones. Mientras recorría el camino entre el la pista del
helipuerto hasta la descubierta columnata, fue saludando por sus nombres a
los científicos presentes, pero se paró por unos instantes ante Kabuto y
Doom.
- Ah, Profesor Kabuto y Doctor Doom - dijo con una amplia sonrisa. Celebro
conocerles en persona por fin.
- El placer es mutuo, señor...
- Doctor, Profesor Kabuto. Ése es mi grado académico.
- Bien, Doctor - respondió el viejo, complacido por encontrarse ante alguien
que conocía los debidos formalismos - espero que nos honre con su presencia
bastante tiempo.
- Ése es mi deseo, Profesor. De hecho, dirigiré personalmente el curso de
los trabajos hasta el final de la investigación. Confío en que nuestra
colaboración sea estrecha.
- Es mi deber, Doctor...
Con una expresión satisfecha, el recién llegado y misterioso Doctor
continuó la
visita guiada mientras Víctor asimilaba las implicaciones de la conversación
de la que había sido testigo. Como adivinando sus pensamiento, Kabuto gruñó
en voz alta:
- Parece que el pobre Landon ha encontrado un rescoldo de fuego entre tanto
humo... veremos lo que da de sí...
Los días continuaron en un frenético trabajo. El Doctor había traído un
centenar de
trabajadores de refresco que se turnaban incansablemente para avanzar las
labores de limpieza y desescombro. Dentro de la columnata apareció el
contorno inconfundible de una pesada losa rectangular con un gigantesco
tridente grabado en ella. El Doctor dirigía las investigaciones con notable
habilidad, y más de uno se preguntaba cómo era posible tanta exactitud, tal
conocimiento de un mundo perdido hacía milenios. Sea como fuere, en poco
tiempo se consiguió articular un mecanismo para levantar la losa de su
milenario reposo. La gruesa piedra arañó el reborde y se elevó, mostrando su
increíble grosor de varios metros, para luego apartarse varios metros y
dejar al descubierto el inicio de unas escaleras, de las que brotó un
desagradable olor, producto del ambiente cerrado, una extraña mezcla de
polvo, óxido y metal. La curiosidad picó a unos cuantos, entre ellos al
propio Doom, que se acercó varios metros, sólo para ver cómo Kabuto lo
interceptaba...
- Vamos, Doctor. No querrá ser víctima de la maldición de Tutankamón
¿verdad?
- Pero...
- No se preocupe. Tendremos tiempo de sobra para admirar los secretos que
oculta esa cámara...
Y así fue. La zona fue acordonada a la espera de que el aire
exterior limpiara el
ambiente. Del conjunto de la expedición, sólo diez personas entraron al
interior de la cámara y, como había vaticinado Kabuto, él y Doom estaban en
ese número, junto al eufórico Landon, el silencioso y misterioso "Doctor",
los profesores Smith y Weston, arqueólogos expertos en Historia Antigua, el
profesor McDonald, geólogo, Sascha Port, lingüista autodidacta, más los
guardaespaldas del jefe de la expedición, dos tipos bastante inexpresivos a
los que no parecía inquietarles en lo más mínimo la idea de entrar en
aquella especie de catacumba. Víctor observó las paredes que rodeaban la
escalinata. Estaban repletas de jeroglíficos e imágenes, seguramente
relativos al pasado de Mykene. Le pareció algo muy próximo a un primitivo
egipcio antiguo. Landon no cesaba de hablar, explicando cada una de las
imágenes que veía, manteniendo una expresión severa, propia del profesor en
su aula, pero dando tanto énfasis a ciertas palabras que todos comprendieron
la emoción que lo embargaba en este momento. Kabuto miraba aquí y allá como
un niño ante una nueva experiencia. Sólo el Doctor se mantenía silencioso,
observando con atención conforme bajaban por la amplia escalinata que
parecía no tener fin.
- Vean, caballeros - proseguía Landon - en estas paredes se relata la
historia del Imperio de Mykene - aquí, por ejemplo, se cuenta la fundación
del imperio... observen las imágenes que indican la referencia a la
edificación del primero de los grandes palacios... Estamos asistiendo a un
documento único e irrepetible..
- Profesor Landon - interrumpió Weston - aunque reconozco que esta obra no
se parece en nada a lo que yo he visto hasta ahora, sí puedo reconocer que
los caracteres en los que parece escrito todo esto son muy próximos a formas
primitivas del egipcio jeroglífico. Quizá aventurar que estamos penetrando
en su querida Mykene sería muy apresurado...
- Tiene razón, profesor - terció Port desde su escasa estatura. Yo mismo
tuve la suerte de analizar un texto escrito en unos caracteres muy similares
en una vieja columna procedente del delta del Nilo, pero curiosamente,
contenía un relato sobre un poderoso imperio que la tierra se tragó, al
igual que Mykene...
- ¿Jeroglíficos primitivos? - intervino un interesado Smith.
- De las primeras dinastías del Bajo Egipto - respondió un satisfecho Port.
Casi aventuraría que el autor del desaparecido manuscrito griego que copió
el anónimo árabe conoció la leyenda, como ocurrió con Atlantis, gracias a
una visita turística al país del Nilo.
- ¡Qué interesante! Pero no conocía la existencia de ninguna estela o
columna que relatara esa historia...
Doom escuchaba la animada conversación entre los cuatro científicos y
meditaba
sobre las implicaciones de la misma. El misterioso Doctor se revelaba como
un hombre con muchos recursos a su disposición, los suficientes como para
hacerse con reliquias sobre las que los arqueólogos más reputados sólo
podían aventurar una hipotética existencia, pero también había repartido las
pistas de forma fragmentada. Cada uno de los expedicionarios había tenido
una parte del rompecabezas, pero sólo el repartidor del mismo tenía la
visión de conjunto. Ahora bien, si cada actor parecía tener un papel bien
definido en aquella obra ¿cuál era el suyo? Sus ojos, a través de las
vendas, se cruzaron con los del tuerto Kabuto, vislumbrando en ellos una
mirada de comprensión, de inteligencia compartida, y causándole una cierta
irritación. Era enervante que aquel viejo socarrón que no parecía tomarse en
serio a sí mismo estuviera siempre al mismo paso que él, sobre todo para
alguien que no admitía tener iguales. La escalinata terminó y ante ellos se
alzó una sala inmensa, tanto que las potentes linternas que llevaban no
acertaban a iluminar el final de la misma. Landon retomó la clase magistral
para disgusto de Víctor, que empezaba a hartarse de aquel trato que el
obnubilado Michael daba a sus acompañantes:
- ¡Miren aquí! Unos frescos con los poderosos barcos de Mykene. Mientras la
humanidad daba sus primeros chapoteos en el agua, el imperio ya dominaba la
cuenca mediterránea...
- Curiosa afirmación - bufó Weston, que estaba decidido a hacer de pepito
grillo escéptico - sobre todo teniendo en cuenta que éste es el primer
yacimiento con ciertas probabilidades de pertenecer a ese cuento de hadas
suyo, Landon.
- ¡Empiezo a hartarme de sus invectivas, Weston! Ha estado usted
martirizándome desde que comenzaron las excavaciones ¡y de eso hace ya seis
meses! Me he pasado años aguantando las chanzas de puñeteros arqueólogos de
sillón y sus referencias a la ortodoxia científica. Reconozca que es duro
tragarse tanto años de bromas, amigo...
- Vamos, vamos - terció McDonald - creo que no debemos caer en este tipo de
comportamientos, sobre todo aquí y ahora, caballeros.
- Cierto - intervino el sonriente Port - pero temo que ambos tienen razón al
tiempo que se equivocan - sentenció. Fíjense que aquí los caracteres cambian
hacia formas más evolucionadas del lenguaje jeroglífico egipcio. Está claro
que la labor de transcribir lo que quiera que fuese llevó mucho tiempo,
generaciones interminables de trabajo...
- Pero en todo caso, Señor Port - dijo Smith - estará de acuerdo conmigo en
que, salvo que admitamos la descabellada idea de que el Imperio de Mykene y
el Egipto faraónico son uno solo, estos caracteres son netamente egipcios,
de las postrimerías del Imperio Antiguo...
- No lo niego, Profesor Smith... Parece que los egipcios se preocuparon muy
mucho por reflejar esta historia ¿por qué? Eso es lo que ya no sé, pero sí
puedo decirle que el texto de aquí habla de una poderosa flota naval, tal y
como plantea Landon...
La charla continuó, conforme pasaron las horas. La cámara
parecía no tener
fin, sobre todo por el hecho de estar completamente vacía... sólo cuando ya
estaban por hacer un alto en el camino, atisbaron unas enormes
construcciones de forma rectangular a ambos lados de la nave. Sólo cuando se
acercaron pudieron identificarlos como sarcófagos. La conversación murió y
diez pares de ojos se clavaron en aquellas figuras. Por el tamaño, lo que
quiera que fuera que contuvieren mediría como poco unos cinco metros de
altura, mas antes de que cualquiera de los científicos pudiera aventurar si
estaban ante un genuino mausoleo mykénico, los dos guardaespaldas avanzaron,
pertrechados con sendas barras metálicas. Cuando quisieron percatarse de lo
que iba a pasar, ya era demasiado tarde. La tapa del primer sarcófago de la
izquierda saltó y fue apartada con grandes esfuerzos. El aguileño Doctor
avanzó y su rostro se transfiguró en una mueca de indulgente satisfacción.
Doom avanzó decididamente seguido por Kabuto y el resto de los científicos.
Cuando vio lo que iluminaban las linternas se quedó de nuevo sin palabras:
pese a la antigüedad, no cabía duda que estaba ante un robot. Una voz
susurró socarronamente a sus espaldas.
- Bueno, creo que se acabaron las vacaciones, Doctor...
Doom no contestó. Tenía ante sí la respuesta a todos los enigmas y lo
que parecía
ser el motivo primigenio de aquella expedición
1.- El buen Doctor tuvo la oportunidad de conocer este cambio de estrategia de Herr Schmidt en la saga Actos de Venganza, donde ambos formaron parte de
la alianza de grandes villanos orquestada por Loki.
2.- Se refiere a Charles Xavier en su faceta como Onslaught.
3.- Como casi hace el Forjador de Máquinas en la serie del Capitán América. Allí el buen Doctor le echó una mano al abanderado.
4.- Como el "simpático" Hipertormenta, de quien el Doc guarda un buenísimo recuerdo.
5.- El Doctor Muerte de 2099, en una aventura donde estuvieron de por medio los 4 Fantásticos, Namor y Daredevil.
6.- Como se viera en la novela gráfica Triunfo y Tragedia.
7.- Huida que le costaría la vida a su padre.
8.- Luego han empezado a salir como sin fueran churros y se ha perdido el encanto de las civilizaciones perdidas: por poner un par de ejemplos tenemos
Atlantis, Lemuria, Mu, Olimpia, Subterránea, la Tierra Salvaje, Pangea...
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