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Guerras Infernales: EuroCorps LS

GUERRAS INFERNALES: CAPITAN BRITANIA Y LOS EUROCORPS #1
Guión: Tomás Sendarrubias
Ayuda: Carlos Correia

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Wundagore.

El rugido de lady Leonara resuena por las estribaciones cubiertas de nieve de las montañas que rodean el elevado pico de Wundagore. Arrastrada por el miedo, una liebre de las nieves aparece de detrás de unas piedras, corriendo a toda prisa montaña a abajo. Por un momento, lady Leonara siente el impulso de perseguirla y aplastarla bajo sus zarpas, para luego despedazarla. Un nuevo gruñido brota de la garganta de la mujer, cubierta de un pelaje blanco con manchas negras y rostro de felino, y siente que las fauces se le llenan de saliva al imaginarse la sangre caliente derramándose por su garganta. Sin embargo, se esfuerza por controlarse. No es un animal, es un Caballero de Wundagore, y la armadura que lleva exige un comportamiento correcto, así que se limita a pasar la espesa y enrojecida lengua por sus afilados colmillos antes de cerrar con fuerza sus zarpas sobre la lanza que empuña. Sus ojos, de un color azul gélido, escrutan su entorno, pasando por encima de las huellas que la pequeña liebre ha dejado en la nieve. Con pasos ágiles, se dirige a uno de los farallones cercanos, ascendiendo a él con dos grandes saltos, y desde allí, otea el entorno, pues aquella posición ofrece una vista privilegiada sobre el entorno de Wundagore y los Alpes Transianos. Stregoiçar, la población más cercana a la montaña, parece un pueblo de juguete desde aquella distancia, con los tejados de ladrillo rojo, el pequeño campanario y el humo blanco brotando de las chimeneas. Para Leonara, los humanos que allí viven son poco más que la liebre que ha espantado, unas criaturas blandas, indefensas, que dependen de ropas y armas para sobrevivir, pero jamás había alzado una mano contra ellos, a pesar de que en algunos momentos, en sus sueños, se veía dándoles caza, como pequeños ratones desnudos.

Lady Leonara escucha un paso tras ella, y se gira con un rápido movimiento, enarbolando el hacha sobre su cabeza. Se queda paralizada cuando ve sentado sobre una piedra a un enano de espesas cejas y cabellos negros, vestido con un traje oscuro. Luce una desconcertante sonrisa, que a Leonara le resulta demasiado angulosa, demasiado blanca, demasiado grande y demasiado prominente.

-Perdone, señorita. Me habían hablado de una tienda de animales por aquí cerca, pero no soy capaz de encontrarla. Seguro que usted puede indicarme...

Leonara ruge y se dispone a arrojarse sobre la aorta de aquella criatura menguada, pero de pronto escucha una explosión. Nunca se dará cuenta de que lo que ha explotado ha sido ella misma.

El enano, sin borrar la sonrisa, se gira hacia Esteban Corazón de Diablo, que aparece en aquel momento, ataviado con ropas de montaña. Su mano aún humea, y un fragmento de hueso ensangrentado de Leonara mancha su rostro sobre el pómulo izquierdo. El español, que parece totalmente fuera de lugar en aquel entorno, flota a unos palmos del farallón, con la mirada algo perdida, inyectada en sangre.

-No ha sufrido. Ha muerto demasiado deprisa-gruñe Diablo, y el enano arquea las cejas, poniendo un gesto de disgusto al ver un trozo de piel y vello blanco sanguinolento prendido de la solapa de su traje. Lo cogió con las yemas de los dedos y lo arrojó al vacío.

-Eso no debería preocuparte mucho-masculla, limpiándose los dedos en la nieve-. Hay muchos más de donde salió esa. Podrás probar tu capacidad para causar dolor muchas más veces.

-Aún no controlo este poder-dice el español-. Es como... como si tuviera toda la sangre incendiada...

-Será mucho mejor dentro de poco-susurra el enano, mirando hacia lo alto de la montaña-. Mucho mejor.

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Hospital de Santa Fabiola y San Fabrizio, Milán.

La hermana Margueritta observa por la ventana de la habitación de la paciente el cielo nublado de la ciudad, imaginando que tras la espesa capa de nubes y la lluvia pertinaz, el sol debe estar poniéndose. En ese momento, a algunas manzanas del hospital, situado en el viejo convento del mismo nombre, las luces que iluminaban el Duomo se proyectan contra el cielo nublado, creando un curioso efecto en el entorno de la catedral, visible desde aquella ventana. Margueritta se acerca a un interruptor, provocando un susurro apagado con el roce de la pesada tela de su hábito oscuro contra el suelo de baldosas gastadas, y tras pulsarlo, una suave luz blanca se esparció por la habitación. La monja pasa unos dedos arrugados por la frente de la mujer que yace en la cama, con los ojos cerrados, y con los hábiles movimientos de quién ha repetido una acción centenares de veces, cambia la bolsa de suero conectada al cuello de la mujer con una vía transparente, y a través del suero, administra la medicación correspondiente a la paciente. Margueritta jamás había visto despierta a la mujer, que había sido trasladada al hospital mental de Santa Fabiola y San Fabrizio por orden directa de Roma, pues al parecer se trataba de un caso especial, y de hecho, un médico de El Vaticano acudía todas las semanas a comprobar el estado de la mujer, de piel blanca y fina como el papel, con marcadas ojeras y un cabello fino y negro que se desparramaba por la almohada.

-Pobre muchacha-masculla Margueritta, negando con la cabeza, mientras recoge sus útiles y se dispone a abandonar la habitación para revisar el estado del resto de los pacientes de la planta, cuando se da cuenta de que los ojos de la muchacha están abiertos. La bandeja que sostiene cae al suelo con un ruido metálico mientras la monja ahoga un grito. La mujer no ha variado su postura un ápice, pero ahora sus párpados aparecen abiertos, enrojecidos, con los iris de color negro contemplando el vacío, sin mirar hacia ningún sitio en concreto.

-Cariño...-susurra Margueritta, pero la mujer no parece escuchar su voz. La monja se acerca unos pasos, pero parece pensárselo mejor, y sale de la habitación, acudiendo con pasos rápidos hacia el centro del pasillo, donde se encuentra el centro de control de enfermeras. Allí, una de las más jóvenes de la congregación, la hermana Claudia, revisa los expedientes de los pacientes para incluirlos en la base de datos informatizada, un proceso que ella ha iniciado y que se plantea como su misión personal-. La paciente de la 212 ha abierto los ojos-dice Margueritta.

-¿Qué?-. Claudia alterna su mirada entre su monitor y la su compañera, mientras busca los datos en el ordenador.

-Habría que avisar al doctor Marietti...

-Espera un segundo-la detiene Claudia-. Hay una nota en el expediente de la paciente. Es... un poco extraño.

-¿Por qué?

-Porque dice que ante cualquier cambio de estado debe de llamarse a un número de teléfono en concreto antes de realizar ninguna otra acción.

-¿Qué hacemos?

-Pues... supongo que llamar-declara finalmente Claudia, cogiendo el teléfono y marcando el número que aparece en la ficha de la paciente. De pronto, sus ojos se abren desmesuradamente, y Margueritta tiene la impresión de que su compañera va a ponerse a balbucear, pero la joven monja consigue rehacerse a tiempo y comienza a hablar-. Buenas tardes, soy la hermana Claudia Bongiovanni, del Hospital de Santa Fabiola y San Fabrizio. No es el procedimiento habitual, pero tenemos una paciente en cuyo historial aparece una anotación que... ¿perdone? Sí, sí, por supuesto, el nombre de la paciente es Victoria Montesi. Sí. Claro, por supuesto. De acuerdo.

Claudia cuelga el teléfono, y mira aturdida a Margueritta, que la observa con gesto de impaciencia.

-¿Qué pasa?-pregunta.

-Esto es muy raro, Marge-masculla Claudia-. El teléfono... la persona que ha cogido el teléfono...

-¿Qué?

-Es el teléfono de la Secretaría Apostólica de El Vaticano.

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Darkmoor, Inglaterra.

-Meggan, cariño, ¿es necesario escuchar eso? Aún faltan meses para la Navidad...

Brian pone los ojos en blanco mientras su esposa sonríe a su lado, sirviéndose un vaso de zumo de uvas del refrigerador. Brian está revisando en Internet, con el ordenador portátil sobre las rodillas, los resultados del Manchester de ese fin de semana, y mientras, Meggan baila a su alrededor mientras un coro canta y ella misma tararea.

Wassail! Wassail all over the town!

Our toast it is white and our ale is brown...

-No me puedo creer que no te entusiasme esta música, Brian-ríe Meggan, mientras sus pies se separan del suelo y comienza a bailar flotando alrededor de Brian, que no puedo evitar sonreír al ver la felicidad que muestra su mujer-. Es... ¡simplemente maravillosa! Dan ganas de volar, y de bailar, y de cantar, y de...

-De acuerdo, de acuerdo, no hace falta que lo sigas vendiendo, te lo compro-dice Brian, apartando el ordenador a un lado y tendiendo su mano hacia su esposa, que la toma realizando una pirueta-. Creo que este año deberíamos ir a Viena en Nochevieja, te encantaría el concierto...

-¡Eso sería estupendo!-le interrumpe Meggan, y sus ojos despiden literalmente chispas de alegría-. Tendré que comprar un vestido, y ¡dios mío, debo llamar a Kitty para que me acompañe a comprarlo, necesitaré su ayuda para decidirme! ¡Oh, Brian, quizá pudiéramos hablar con Kurt y Ray para ir los cinco, sería realmente maravilloso!

-Bueno, mi idea era algo más... íntimo, pero podría intentarse si quieres...

Meggan vuelve a reír, abrazando a su esposo, y posando sus labios en los de él, con la suavidad de las alas de una mariposa. Brian la toma en sus brazos, y respondiendo al beso de ella, comienza a ascender las escaleras que conducen a la planta superior, en la que se encuentra el dormitorio que comparten.

Un sonido parecido a una explosión se escucha desde el exterior, haciendo que Brian trastabille, y Meggan abra los ojos sorprendida.

-¿Qué demonios...?-gruñe Brian, mientras Meggan vuela hacia una de las ventanas, abriendo el store para contemplar el exterior.

-Cariño... no te lo vas a creer-dice ella-. Nos atacan... Y parecen orcos.

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Sobre el Canal de la Mancha.

En el avión de Oracle, cuatro héroes vuelven tras rescatar a Jack Monroe, el Nómada, de las manos del Hombre Maestro1...

- Maldita sea, Whitman- grita Union Jack, golpeando con su puño la mesa alrededor de la cual están de pie. - Tenemos que ir tras esos putos nazis...

Jacqueline "Spitfire" Falsworth posa la mano en el hombro de su compañero, intentando tranquilizarlo.

- Cálmate, Joey. Por favor...

- Chapman, teníamos que traer a Jack... no sabemos qué le habrán hecho... - contesta el Caballero Negro.

- ¡Pues lo hubieras traído tú solo! ¡Joder!

- Joey, no te preocupes... volveremos a por ellos... Tengo tantas ganas como tú de cogerlos tras lo que hicieron... pero sin Namor...

Una repentina y violenta sacudida los lanza por los aires, chocando contra las paredes.

- ¿Qué coño ha sido eso? - pregunta Joey.

- ¡Abrochaos los cinturones! ¡Asegurad a Monroe! - grita Jim Hammond desde la cabina del piloto, donde llevaba los mandos del avión.

- Jackie, comprueba que Jack está bien - dice Dane. La inglesa sale corriendo a comprobarlo. - Jim, ¿qué ha pasado? ¿Hay una tormenta?

- No - responde el androide. - Nos atacan.

- ¿Es Meteoro otra vez? - pregunta Union Jack, levantándose como puede del suelo, entre las sacudidas. - Tengo ganas de partirle la cara...

- Son... arpías. Es un enjambre de arpías...

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París.

-Pietro... no me puedo creer que estemos volviendo a tener esta conversación.

Cristal trata de calmarse cuando se da cuenta de que el vaso de agua que reposa sobre la mesilla de noche situada junto a ella ha comenzado a hervir. Frente a ella, su esposo recorre la habitación una y otra vez, con las manos cruzadas en la espalda. A pesar de que Cristal se empezaba a encontrarse furiosa, una voz en lo más profundo de su mente le hizo reparar en que, de nuevo, tendrían que cambiar la alfombra.

-Cristal, tienes que entender que con nuestra historia, es lógico que yo me ponga nervioso ante determinadas circunstancias, y creo que esta situación se está dando de nuevo.

-Pietro...

-Ha sido muy duro para mí... para nosotros todo lo que ha ocurrido en el pasado, nos ha costado mucho volver a estar juntos, y no quiero que todo el esfuerzo que hemos invertido se vaya por el fregadero y...

-Pietro...

-... y después de lo de Norm Webster y Dane Whitman, supongo que entenderás que esté molesto y preocupado por tu relación con Oliver...

-¡Basta!

Un vendaval barre la habitación, arrojando a un sorprendido Mercurio contra la puerta, mientras Cristal se incorpora de la cama de un salto. El vaso de la mesilla estalla cuando el agua sobrepasa su temperatura de ebullición.

-No voy a seguir escuchando esto ni un segundo más, Pietro-gruñe ella, mientras Pietro trata de recuperar el equilibrio-. Estoy cansada de tu desconfianza. Estoy cansada de justificar mis equivocaciones una y otra vez. Nosotros no tenemos un problema, Pietro. Yo sé que te quiero, y estoy segura de ello. El problema lo tienes tú.

-Cris...

-No tengo ninguna relación con Oliver. Es un compañero más, como Molly o Frank, un amigo. Y desde luego, no tengo nada que justificar ante ti ni ante nadie. Y ahora, apártate de la puerta.

-Cris...

-¡¡¡Apártate de la puerta!!!

Pietro da dos pasos a un lado, y una furibunda Cristal abandona la habitación, cerrando de un portazo tras de sí. Aturdido, Mercurio se sienta sobre la cama, negando con la cabeza. ¿Cómo puede ser siempre tan torpe? No quería volver a acusar a Cristal, no quería discutir con ella, sólo quería decirle lo mucho que la quería, lo mucho que le alegraba estar con ella y el miedo que tenía a perderla de nuevo. En momentos como ese, echaba a Wanda de menos aún más que de costumbre, y se su enfado crecía, pues sabía que realmente nadie había hecho nada en meses por averiguar donde estaban los Vengadores.

-Soy un puto inadaptado social-masculla Pietro.

-Es ella la que ni te entiende ni te merece.

Pietro se levanta de la cama tan rápido que el propio aire de la habitación oscila al borde del choque sónico, pero se detiene anonadado al ver a quien ha pronunciado aquellas palabras. Yaciendo en la cama, a escasos centímetros de donde él había estado sentado, se encuentra una mujer desnuda, probablemente la mujer más hermosa que Pietro haya visto nunca. Su cabeza se apoya sobre la almohada, enmarcada en una larga cabellera de un negro rabioso, entretejido con docenas de pequeños cristales que asemejan estrellas. Mira a Pietro con unos ojos rasgados, de color violeta pálido y enmarcados por espesas pestañas, pero la mirada de Mercurio se dirige, atrapada, hacia sus labios, gruesos, rosados y casi resplandecientes, atractivos hasta la obscenidad. Su piel bronceada adquiere matices dorados bajo la escasa luz de la habitación, mientras ella dobla una de sus rodillas y se gira hacia él, sonriendo de forma tan perturbadora que Mercurio siente que la sangre se le enciende en las venas y la boca se le queda seca. Sus pechos son generosos, las curvas de su cintura y sus caderas completamente seductoras, y Pietro no puede evitar observar embobado el pequeño triángulo de vello oscuro sobre su pubis. El aire de la habitación huele a canela, pimienta y algo cítrico, como si aquella piel emanase su propio perfume.

-¿Quién eres?-masculla Mercurio, tratando de apartar su atención de aquella mujer, sonrojándose al sentir que aquella presencia seductora comienza a afectar su entrepierna.

-Soy Lilia-dice ella, y su voz parece arrastrar tras de sí el sonido de las olas del mar-. Y soy tuya.

Pietro trata de dirigirse a la puerta, trata de salir de la habitación, pero no puede hacerlo. Su pulso atruena en sus sienes. Sus ojos están anclados en los estanques violáceos de la mirada de Lilia. Cuando quiere darse cuenta, Mercurio está desnudo, recostándose sobre la cama, y deslizando sus manos por los pechos de la mujer, que acaricia sus labios con las ardientes yemas de sus dedos. Con la sangre retumbando en sus oídos, Pietro deja de sentir nada cuando sus labios rozan los de Lilia.

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Doomstadt, Latveria.

Muerte aún no cree lo que sus ojos están viendo. Hace unos minutos, el tirano de Latveria estaba pasando revista en una factoría de Muertebots, comprobando la producción y verificando la implantación de los últimos avances técnicos en sus criaturas. Y ahora, se encuentra mirando fijamente a Cynthia von Muerte. La mujer aparece ante él tan clara como los robots de la cadena de montaje. El cabello negro, los ojos oscuros, la tez olivácea... incluso las ropas cíngaras, la pequeña bolsa de hierbas sujeta en su cinturón, el olor verde y fresco de los saquillos... Muerte no tenía duda: aquella mujer era su madre. Los operarios de la planta de montaje contemplaban entre atónitos y aterrorizados a la mujer que había aparecido como surgida de la nada y que había provocado que su monarca se quedara quieto y silencioso como una estatua frente a ella.

-¡Alto!-exclamó finalmente uno de los soldados de Muerte, rompiendo el hechizo de quietud que parecía haberse extendido por toda la planta-. ¡Alto en nombre del Doctor Muerte!

Sin siquiera mirarle, Muerte señala al soldado con su mano izquierda, y de inmediato los generadores de su armadura lanzan una descarga de plasma que prácticamente taladra al joven e impulsivo soldado, que cae al suelo con un golpe seco.

-Dejadme solo-ordena el tirano, y de inmediato, sin mirar siquiera el cuerpo aún bullente del soldado, tanto la escolta de Muerte como los operarios abandonan a toda prisa la factoría, dejando solos al señor de Latveria y a la silenciosa mujer.

-Víctor...-dice ella finalmente, y Muerte siente un escalofrío. Es la voz de Cynthia, de su madre-. Víctor, hijo...

-No sé quien eres-responde tajante el Doctor Muerte, cruzando sus brazos ante el pecho.

-Víctor, soy tu madre... no puedes haberme olvidado, no puedes...

-No sé de qué infierno te has escapado, criatura, pero no eres mi madre.

Cynthia von Muerte da un paso hacia delante, extendiendo sus manos hacia su hijo, con gesto suplicante.

-Víctor, querido, soy yo, soy Cynthia von Muerte... la mujer que te dio a luz, que se condenó al infierno para conseguirte poder...

-Extraño y yo liberamos a mi madre del infierno de Mefisto-responde Muerte, sintiendo que la voz le tiembla. Espera que el sistema de sonido de la armadura evite que ese titubeo sea percibido por su madre... y acto seguido se reprocha a sí mismo el pensar en esa criatura como su madre, porque no puede serlo.

-No es todo tan fácil, hijo... El Cielo tenía sus puertas cerradas para la hechicera, para la bruja Cynthia... Vagué por las orillas del Leteo, evitando las oscuras aguas que traen el olvido, y aunque las garras del hambre se hundieron en mi sombra, evité comer los asfódelos que...

-Basta-la interrumpe Muerte-. Dime de una vez quien eres y qué quieres de mí, antes de que convierta en realidad esos cuentos que ahora mascullas

-Mira a través de mis ojos si lo deseas, hijo... Soy Cynthia, la gitana... tu madre. Tu madre, que finalmente volvió al reino de Mefisto para sufrir en sus manos el destino que ella misma se había creado...

La gitana introduce su mano en uno de los saquillos, y saca de él unos cristales diminutos que arroja al aire. Este se curva y se quiebra, y los cristales resplandecen, girando vertiginosos en el aire, y arrojando ante Víctor von Muerte terribles imágenes de los tormentos a los que había sido sometida Cynthia von Muerte en el Infierno, tormentos tan terribles que el propio Muerte sintió que los ojos se le llenaban de amargas lágrimas, que se deslizaron ardientes sobre la quemada piel de su rostro.

-Víctor, he sido liberada para ser su mensajera... la guerra de los infiernos ha estallado, y él te quiere junto a él, hijo. Él te quiere. Y si aceptas su oferta, la gitana Cynthia será por fin liberada y...

-ananda sadantawä-exclama Muerte, alzando sus dos manos ante él, y convocando las energías místicas que domina. Las sombras a su alrededor se animan, serpentean oscilando en el aire, y una lanza de oscuridad corta el aire, atravesando la sala, el espacio entre Muerte y la gitana, y hundiéndose con un eco de gritos apagados en el pecho de Cynthia. De inmediato, el rostro de la gitana se deforma, abriéndose su boca en ángulos imposibles, los ojos oscurecidos, como si las sombras de la lanza corrieran ahora dentro de ella, y las manos deformadas en garras de puro hueso y tendón.

-¡¡Muerte!!-grita ella, y una burbuja de sangre oscura estalla en sus labios-. La oferta de mi señor no se rechaza, ¡él te quiere!

-Mastrira aestranda-murmura él, y cadenas de sombra se alzan, envolviendo a la gitana, y cerrándose con tanta fuerza que, con un chasquido seco, fue desmembrada y su sustancia absorbida por las propias sombras, en cuyos murmullos podría haberse escuchado una plegaria blasfema a la oscuridad. Una rosa negra es lo único que queda de la gitana en pocos segundos, y mientras las sombras se dispersan, Muerte se acerca, tomándola en sus manos.

-No me gusta que rechacen mis ofertas-dice alguien a su lado, y Muerte ni siquiera se mueve. Sabe que allí está Corazón Oscuro, el hijo de Mefisto-. Y menos aún que maten a mis mensajeros.

-Enviaste un mensajero demasiado atrevido, demasiado personal.

-Y aún así falló.

-Sí. Lo hizo.

-La Guerra Infernal ha comenzado, Muerte-escupe Corazón Oscuro-. Y pronto, todos los rincones del Inframundo serán míos. Y la Tierra...

-La Tierra seguirá lejos de tus manos, y es muy posible que seas derrotado, retoño de Mefisto. Sé que tu padre ha vuelto, y sé que no queda mucho tiempo antes de que imparta orden a su chiquillo díscolo.

-Esta vez no-responde Corazón Oscuro-. Te ofrezco la posibilidad de estar en el bando de los ganadores esta vez, Víctor. Eres un hechicero poderoso, y contigo a mi lado...

-No voy a hincar mi rodilla, demonio. Y estoy hastiado de tu presencia. Puedes disolver esta... fantasmagoría.

-Me haré una copa con tu cráneo deforme, Muerte-amenaza Corazón Oscuro, y la imagen se disuelve, dejando a Muerte solo en la factoría, sosteniendo en sus manos la rosa negra. Con un movimiento de sus manos enguantadas, aplasta la rosa y deja caer una lluvia de pétalos negros al suelo.

-Ella nunca me habría ofrecido un pacto así, Corazón Oscuro-dice Muerte-. Nunca lo hubiera hecho.

-¡¡Señor!!

La voz metálica de uno de sus soldados a través de los intercomunicadores de la factoría sorprende a Muerte, arrancándole de sus turbios pensamientos. Si el soldado se había atrevido a utilizar aquel sistema para interrumpirle, debía tratarse de algo serio.

-¿Qué ocurre?-inquiere Muerte.

-Algo extraño ocurre en Wundagore-informa-. Algo muy extraño.

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Rory Destine vigila desde lo alto de un árbol a su hermana gemela, Pandora, que paseaba tranquilamente por el sendero de un bosquecillo junto a su misterioso acompañante.

- Estúpida Pandora... ¡deberíamos estar patrullando en busca de supervillanos, y prefieres tener una cita con ese tipo imbécil que no sé ni cómo se llama!

Abajo, ajena a los pensamientos de su hermano, Pandora paseaba de la mano de su amor, totalmente ensimismada.

- ¿Te gustaría que fuéramos el sábado al lago? Podríamos comer allí, tú y yo solos... tengo ganas de estar a solas contigo... ya sabes... - le dice, mirándole atentamente a los ojos...

- Por supuesto, preciosa... yo también quiero estar a solas contigo... y si quieres que vaya a tu casa...

- Emm... - titubea Duende, - mi casa es un poco caótica... ya has visto a mi hermanito... pues el resto es aun peor...

- No te preocupes, nada me sorprende. Deberías ver a mi familia. Esos sí que son raros. Además, tengo mucha curiosidad por conocer a tu padre. ¿Sabías que sale en Internet?

- ¿En serio?, - pregunta, sorprendida.

- Si, en Conspiracy Café. Dicen que es inmortal, que tu madre era una genio...

- ¡Qué chorrada!, - le interrumpe Pandora, intentando disimular su sorpresa.

- ¿De verdad? Viene hasta un árbol genealógico, dicen que nació en la Edad Media...

Rory, que está escuchándolo todo desde el árbol, tan sorprendido como su hermana, no sabe qué hacer. ¿Cómo sabían tanto de ellos? Decide ir a contárselo a su padre, cuando algo le llama la atención... Sin dudarlo, se lanza sobre el acompañante de su hermana, rodando los dos por los suelos.

- ¿¿¡¡¿¿Rory??!!?? - pregunta, totalmente alucinada. - ¿¿Qué estás haciendo??

Rory no deja de golpear al muchacho, y Pandora, sin ver otra solución, le lanza una descarga, apartándolo.

- ¿Qué haces? - le pregunta. - ¿Por qué me persigues? ¿Y por qué le pegas a Sam? ¿Te has vuelto loco?

- ¡Fíjate! - le responde, señalándole. - Tu novio no es precisamente normal...

Pandora mira a Sam, y no puede creer lo que ve. Donde antes estaba el muchacho, ahora se ponía en pie un troll...

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Basílica de San Pedro, Ciudad del Vaticano.

El cardenal Acquaviva siente como un regimiento de enanos se ha aposentado en su cabeza y ha decidido forjar anillos utilizando su cráneo como yunque. Pinzándose con los dedos el puente de la nariz, Acquaviva abre uno de los cajones del escritorio tras el que se encuentra sentado, coge dos aspirinas, y sirviéndose un poco de agua de una jarra de cristal de Murano que tiene sobre la mesa, regalo del patriarcado de Venecia, se toma las pastillas, reclinándose en el sillón.

El mensaje del hospital de Santa Fabiola y San Fabrizio no dejaba lugar a dudas, Victoria Montesi estaba despierta, y eso sólo podía significar una cosa: el fin del mundo había comenzado. Suspirando una vez más, el cardenal Acquaviva coge el teléfono de su escritorio y marca un breve número de línea interna.

-Santidad-dice-, son malas noticias. Victoria Montesi ha despertado. No, aún no ha hablado, pero ha abierto los ojos. ¿Las noticias? No, no he visto la televisión hoy... ¿Demonios? Pero Santidad eso es... Sí, Santidad. Daré la orden inmediatamente, activaremos a los Templarios.

Acquaviva corta la llamada y vuelve a marcar otro número. Sólo hay un tono antes de que la llamada se coja, pero nadie saluda.

-Deus lo volt-dice Acquaviva, recurriendo a la vieja fórmula utilizada para convocar a los Cruzados. "Dios lo quiere". Desde el otro lado, colgaron el teléfono.

Acquaviva se incorpora con dificultad, apoyándose en su bastón tallado. Es un hombre anciano, uno de los más ancianos de la curia romana, noventa y seis años, y aunque su cerebro está tan ágil como cuando tenía dieciocho, su cuerpo no ha sabido mantener el ritmo, aunque muchos consideran que tras su fractura de cadera, es un milagro que pueda siquiera andar.

En este momento, sin embargo, Acquaviva sólo lamenta que su longevidad le haya llevado a poder ser testigo de lo que está a punto de ocurrir.

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Wundagore.

Molesto, Diablo nota que las suelas de sus botas se quedan adheridas al suelo, y lanza una mirada al enano, que camina tras él silbando una alegre tonada, sonriendo y mirando a su alrededor como si en lugar de caminar por un sembrado de cadáveres, lo hiciera por una de las galerías de un museo. La sangre de los Caballeros de Wundagore ha vuelto roja la nieve de la montaña, y la tormenta invocada por Esteban Corazón de Diablo ha descargado toda su ira contra la propia torre del Alto Evolucionador.

-¿Hay alguien en casa?-pregunta el enano, en voz lo suficientemente alta para que reverbere en las laderas montañosas del entorno, y en respuesta, un rayo de energía capaz de partir una luna por la mitad brota de las ruinas de la torre. Sin embargo, a escasos pasos ante Diablo y el enano, el rayo se detiene y se disipa ante la aburrida mirada del alquimista.

-¿Esto es todo lo que tienes, Wyndhall?

La figura púrpura del Alto Evolucionador emerge de entre las ruinas de la torre, crepitando energía por cada una de las junturas de su armadura. Incluso desde la distancia a la que se encuentran, Diablo es capaz casi de percibir la mirada de furia de Herbert Edgard Wyndhall.

-¡¡Psicópata asesino!!-grita el Alto Evolucionador, y las montañas a su alrededor parecen temblar mientras un nuevo rayo de energía brota de sus manos, desvaneciéndose de nuevo antes de alcanzar siquiera a su objetivo.

-Esto me aburre-replica Diablo, frunciendo el ceño.

-¿Cómo te atreves?-gruñe el Alto Evolucionador-. ¡¡Soy un dios!! ¡¡Un dios!!

-El tipo que me ha traído aquí comía dioses para desayunar-susurra Diablo, y con una sonrisa, une sus manos delante de él, haciendo un gesto como el de un niño haría para disparar.

Hay un centelleo azul y blanco ante Diablo, y de inmediato, el viento brama a su alrededor, gélido hasta puntos insospechados, y con un aullido que recuerda el sonido de un manicomio decimonónico, el viento helado recorre en pocos segundos toda la cima de la montaña y se extiende por el valle y las montañas de alrededor. Son apenas tres segundos. Y cuando el viento cesa, como una estatua marmórea, el Alto Evolucionador se yergue entre las ruinas de la torre, completamente congelado a nivel molecular. Con una sonrisa, Diablo cruje sus dedos, y mira al enano, que se sienta en una piedra cubierta de hielo, tan frágil que se rompe cuando el se apoya, dejándole despatarrado en el suelo. El enano estalla en carcajadas, incorporándose y Diablo mira a su alrededor.

-Se supone que aquí tenía que haber alguien esperándome-masculla Diablo.

-El tiempo a veces es un poco inconstante, si no está aquí, llegará...

Un graznido de cuervo interrumpe las palabras del hermano, y un enorme pájaro negro desciende de los cielos, posándose a escasos pasos de Diablo y el enano. El aire oscila alrededor, y cuando el cuervo extiende sus alas, ante ellos aparece la imagen de una hermosa mujer de cabello negro, vestida con una túnica de color vino ceñida a la cintura con un cordón de oro.

-Ahora-concluye el enano, y Diablo y la mujer se miran como si estuvieran tomándose la medida el uno al otro. Y finalmente, ambos se saludan con un leve movimiento de cabeza, en señal de respeto pero negándose a aceptar cada uno la superioridad del otro.

-Morgan Le Fey-masculla Diablo, y ella sonríe.

-Esteban Corazón de Diablo, ha sido una sorpresa que hayas sido tú el elegido del Darkhold...

-¿Podemos dejar las presentaciones para otro momento?-gruñe el enano-. Igual ha llegado el momento de ponernos a currar. Chthon no se caracteriza precisamente por su paciencia.

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Sligo, Irlanda.

El monasterio es un remanso de paz. El centro de esa quietud es el joven Feron, ex-miembro del grupo de héroes británico Excalibur.

La verdad es que no había exactamente paz y sosiego en el alma de Feron. Su corta vida había estado dedicada a un único propósito. Y ese propósito, increíble, imposiblemente, no se había cumplido.

Ahora, intenta calmar su atribulado ser; siempre con la esperanza de que su destino finalmente se cumpliera.

Hoy, la noche que las barreras se agrietan, un inmenso pájaro de fuego con las alas plegadas cae desde más allá de la atmósfera.

Feron abre sus ojos, totalmente negros, y eleva su vista hacía el techo. Lágrimas de alegría corren por sus mejillas. Por un segundo, la música de las estrellas llena sus oídos y la luz celestial de ilumina su pálida piel.

Y la entidad Fénix entra en su seno.

Instantes después, el pájaro de fuego, más pequeño y con las alas desplegadas, surge del monasterio. Dentro de dicha forma, un muchacho vestido con un hábito ríe jubilosamente. El Fénix esta con él, vuela libre y sin rumbo y todo esta en orden.

Para Feron es una comunión física y espiritual.

Para la fuerza Fénix... se desconoce.

La empatía del joven de corto cabello negro se incrementa considerablemente. El miedo se proyecta desde abajo.

Abajo también esta el mal. Y tiene forma demoníaca.

CONTINUARÁ...

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1.- esto tiene lugar tras Invasores #6, pero antes del MarvelTopia 1000... sí, algún día los acabaré...

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UNION EUROPEA

Bueno, pues aquí empieza otro de los crossovers de las Guerras Infernales. Está escrito casi todo por Tomás, que se ofreció a ayudarme (pobrecito, no sabía lo que hacía, jejeje).

¡Esperamos que os guste!

 
 
   
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