GENERACIÓN PERDIDA #1 (DE 3)
El que fue perseguido
Guión: Juan Calderón
PORTADA: Un grupo de niños todos vestidos con uniforme se encuentran en un lujoso y grande colegio mirando y señalando por lo bajo a un chico desaliñado que sonríe en actitud desafiante.
¿Qué quien soy yo?
La gente puede ser muy cruel. He tenido muchos motes, algunos dolían mucho,
otros menos. Pero todos querían señalar algo, que estoy por debajo de ellos.
Aunque claro, su jerarquización no es exactamente la mía.
Mi verdadero nombre es José Ayala. Aunque ahora mismo no me hago llamar
así.
Mido 1'70 y peso 55 kilogramos. Pelo no muy corto con la raya a la derecha
liso y casi rubio. Algo de acné en mi cara y manos con las venas muy
marcadas.
Vivo en el norte español, en una discreta ciudad lejos de las miradas
indiscretas del basto mundo llamada Oviedo.
He de admitir la notable situación económica de la que disfruto, nunca me
avergoncé de ello hasta hace un par de años. El hecho de acudir a una
escuela de enseñanza privada no era si no un honor para mi. Ahora.ahora es
mi cruz.
Cuando no eres más que un niño, todo era más fácil. El uniforme de Educación
Infantil que señalaba nuestra condición de inocentes párvulos era una manera
de que todos pareciésemos iguales ante las decisiones de los profesores. Eso
era vida.
No fue difícil hacer amistades, solo había que tener el muñeco apropiado en
la moda apropiada. El problema era si no tenías el muñeco en ese preciso
instante.
Pero. ¿qué importancia había? Siempre papá podía permitirse ese pequeño
sacrificio para que su hijo le devolviera una sonrisa llena de ilusión. Así
pasaron los meses mientras yo gozaba poco a poco del buen sabor de la
popularidad, el sabor de tener protestad sobre las decisiones del grupo y el
de ser respetado como el que más.
Yo era José Ayala, eran tiempos buenos.
Me gusta clasificar la anterior etapa como la de los felices "preludios".
Inconsciente etapa donde la ignorancia demuestra una vez más que se es más
feliz viviendo sumido en ella. La segunda etapa fue mejor si cabe aún. La
"edad dorada" de mi vida. Sin problemas de estudios ni de disciplina. Mi
popularidad aumentaba conforme a mis posesiones y a mi forma de ser. ¿A
quién le importaba algo más que todo lo que estaba delante de nuestros ojos?
Las chicas. Esos extraños seres que nunca llegaríamos a entender. No
gustaban, pero no las de nuestro alrededor. Yo las gustaba. Era mono,
popular e ingenioso. Todo lo que todas podían querer.
Yo era José Ayala, eran buenos tiempos.
Entonces llegó. Verano de hace unos cuantos años. Mi vida entera daba un
giro de 360 grados. En un campamento. Un lugar donde era tratado por como
era y no por qué tenía, un sitio donde amé y sentí como nunca había hecho.
Amigos de verdad, popularidad media merecida.
Lástima que el verano solo sean 3 meses. Llegó la "edad de plata o de
decadencia". Empecé a distanciarme. A seleccionar a mis verdaderos amigos
por lo que eran. Empecé a leer. Empecé a culturizarme. Empecé a despreciar
el elitismo y las absurdas maneras de pensar de aquellos que te miraban mal
por no poseer ahora camisetas de Rip Curl o Quicksilver. Las chicas se
maquillaban. Los mejores en cuanto a forma física y los graciosos de turno
dominaban ahora todo. No fue todo de golpe, fue poco a poco. La vida siempre
te da los malos tragos en pequeñas y continuadas dosis.
Perdí mi nombre, ya no querían a José. Era una reliquia del pasado que solo
vivía para las actividades pasivas como los videojuegos, el estudio
apasionado por los mutantes, etc. Mi nombre de pila dejó de existir para que
los que me conocían de todo la vida y juraron ser mis amigos me abandonaran
en el olvido.
Yo era Ayala, eran tiempos duros.
Y "edad de bronce o de agonía" que es la que vivía hasta hace pocos meses.
Los mismos que asistieron a mi primer cumpleaños y se pelearon por las
invitaciones eran los que no habían vuelto a llamarme. Las que juraron
amarme me criticaban por lo bajo.
- ¿Ayala? Para nada. Antes me tiro por un balcón que besar a ese marginado.
Yo les ignoraba. Era mejor que ellos, era más inteligente y audaz, mis miras
eran más amplias. Cuando ellos calculaban cuanto gastarían en bebidas el
próximo día yo ya tenía mis ideales políticos. ¿Ellas? Solo una palabra para
ellas después de todo. Putas. De mano en mano. De boca en boca. Más usadas
que un trapo viejo. Eran ganado, mentalidad en masa que no sabía moverse más
que en grupo y que creían que un talonario con fondos era la solución a
todo. Miraban a los de menor posición social por encima del hombro, se
creían dioses entre mortales pero eran escoria. Yo iba a seguir adelante por
mí e ignorar el resto. Ignorar. ¿se puede ignorar todo y continuar? Yo juro
que lo intenté.
Los que me golpeaban en la nuca y salían corriendo, los que me
pintarrajeaban el pupitre, los que se metían en líos y me culpaban a mi, los
que hacían chistes sobre un servidor, los que me hacían bromas pesadas de
magnitudes inconfesables, los que me pusieron motes hirientes, por los que
lloré, por los que sangré, por las que quise y no me correspondieron
encantadas, por las que me hicieron sufrir a conciencia, por los insultos,
por las bromas pesadas y por todo en general..Ellos pagarán, por traidores y
por basura. Pues la venganza está cercana. Y no habrá piedad. Ya no.
Yo era Ayala, eran tiempos crueles.
No sé cuando empezó mi obsesión por los mutantes. Eran increíbles. Seres con
mutaciones genéticas que les convertían en otra clase de terrícolas. Es
cierto que los había con malformaciones tremendas, pero los había también
con habilidades apasionantes. Eran el nuevo eslabón en la cadena de la
evolución. Los racistas me daban asco.
Como no, en mi colegio, el Colegio Nacional Merlen, el racismo y el fascismo
eran formas de pensar habituales (claro que ellos no sabían muy bien que
significaban estas palabras). Yo los defendía públicamente, lo que fomentaba
mi odio general por parte la opinión pública. A mi no me importaba ya nada,
pero como he comentado, por muy fuertes que se tengan los sentimientos, hay
cosas que duelen. Yo callaba y maldecía por lo bajo.
Ocurrió una vez algo excepcional. Nunca tuve muy buena forma física. No digo
que la tuviese deplorable, pero mi prioridad principal era la mente. En una
ocasión, mientras todo el mundo corríamos en una prueba de resistencia, yo,
como de costumbre, salí con los primeros aunque sabía de sobra como
acabaría.
Correr, como cansa correr. El aire se hace escaso, el corazón se acelera, el
tiempo apremia. Ya empezaba notar los efectos del cansancio cuando los
chicos con los que había comenzado parecían no haberse movido. Yo corría
entre ellos. Uno era alto y robusto mientras que el otro era más bien bajo y
muy delgado. Creí que iba a aminorar cuando de repente sentí como poco a
poco recuperaba fuerzas. Estaba lleno de energía y seguí corriendo. Acabé
primero con mucha distancia sobre el segundo. Demasiado extraño. De los
chicos con los que comencé, uno, el grande, acabó último bastante cansado
mientras que el bajo tuvo que venir en brazos de un profesor. Un incidente
aislado. ¿Ignorarlo? Entonces lo hice.
El primer mutante oficial fue un chico. Alberto. Piel morena, delgado, no
muy alto y pelo negro y liso a media longitud. No era muy querido. Le
llamaban "el Sudaca" por ser inmigrante sudamericano. Un chico en el que no
me había fijado. La hospitalidad española una vez más dejaba que desear.
Estando en las duchas del vestuario después de una jornada de intensivo
deporte algo insólito ocurrió. A lo largo y ancho del recinto una gran masa
de hiedra nos envolvió. Estaba descontrolada y aparecía por todas partes sin
previo aviso, por debajo del suelo, el techo, la puerta, etc.
Tras diez minutos de pánico, todo paró. Las plantas se desvanecieron y todo
regresó a la normalidad. Todos estábamos atónitos excepto uno. Alberto
estaba arrinconado en una esquina de la ducha llorando mientras aún el agua
de la ducha caía por encima de él.
Lo más impresionante, es que su piel era completamente verde. Sus ojos
blancos como la nieve sin que se distinguiera su pupila o su iris. Y restos
de plantas en su cuerpo.
-¡¡Escoria mutante!!-dijo Jaime Torres, el chico más popular del curso.
Se intentó expulsar a Alberto del colegio por su condición, pero sus padres
amenazaron con denunciarles por racismo. Eso hubiera producido muy mala
publicidad para el centro educativo y no hubiera sido nada rentable.
Mientras su grupo de amigos les rechazaba, yo le invité a formar parte del
mío.
- Tú has sufrido los últimos días lo que yo en los últimos años, has sido
perseguido y lo seguirás siendo durante mucho tiempo
- ¿Y qué puedo hacer?
- Aquí encontrarás un amigo para lo que necesites.
- ¿No te importa que sea.mutante?
- Para nada, eso facilitará las cosas.
Poco a poco adapté a mi nuevo amigo a las nuevas condiciones de vida que le
aguardaban y le introduje en mi grupo de amigos inadaptados que ahora estaba
formado por 4 personas.
Pasaron los meses, y yo seguía aprendiendo. Las bromas no cesaban. Hasta los
profesores te discriminaban. Me movía en un mundo de hipocresía y elitismo.
En mi casa la cosa no era mejor, padres controladores, hermano como los de
la escuela y todos me tomaban por una persona inferior.
Entonces ocurrió.
Era un día como otro cualquiera, pero a la vez especial. Yo siempre fui un
chaval con dolores abundantes de cabeza, pero aquel día la jaqueca era
insoportable. Sentía que iba a estallar. Estaba saturado, necesitaba
liberarme. Pero. ¿de qué?
Siempre regresábamos en autobús. Allí las bromas eran mucho más crueles y
en ocasiones llegaban al ataque físico. Pero aquel día era demasiado
sensible.
- Hey jefe, ¿que tal los estudios? ¿Y la moza? ¿Escondida debajo de una
piedra eh? No me extrañarías porque. ¡Que feo eres cabrón! - este era Sergio
Salida, la autoridad del autobús. Estas palabras venían acompañadas de
fuertes golpes en la espalda.
- Hoy no, Salida- dije sin mirarle- no estoy para tus gilipolleces.
- ¡Se nos ha puesto rebelde el chavalín!- gritó mientras sus compañías
escasas de personalidad le reían la gracia como borregos- ¡Ahora te bajo yo
los humos jefe!
Sentí como su mano cortaba el aire a gran velocidad para impactar sobre mí.
Sabía que me iba a doler, solo quería desprenderme del dolor de una vez..
Salida gritó de dolor cayendo al suelo de rodillas. Su mano se había parado
a escasos centímetros de mi mejilla. Ya no me dolía nada. Pero estaba muy
cansado, agotado.
Sergio no podía decir lo mismo, estaba tirado en el pasillo del transporte
escolar de rodillas gimiendo de dolor sin poder articular palabra.
- ¡SERGIO!- el que gritó fue su hermano Guillermo. Otro de la misma
especie.- Como le hayas hecho algo grave te juro que te.
No terminó la frase. Cayó desmayado como si le hubiera dado algo. Yo no
estaba cansado ya, rebosaba energía.
Sabía que había sido yo. El autobús se había detenido en el arcén y el
profesor encargado se dirigía aquí a ver que ocurría.
Yo tenía cara de terror. Todo había sido por mi culpa. Mostraba cara de
angustia pero por dentro.por dentro sonreía satisfecho y pensaba., mejor
dicho, maquinaba.
Salto al Presente 1:
Un hombre de unos cincuenta años, pelo blanco y gafas, está acurrucado en
una esquina de un despacho en un colegio temblando de terror, detrás de él
una sombra.
-¿Quieres dinero? ¿Pre...preguntas de los exámenes? ¿Un so...sobresaliente?
Pídeme lo que quieras pero déjame marchar, ¡Te lo suplico!
- No entiendes nada, humano. Solo quiero una cosa muy simple de entender.
¡VENGANZA!
REVOLUCIÓN MARGINAL
¿Impresionados? ¿Decepcionados? ¿Impactados? ¿Aterrados? ¿Encantados?
No sé como os sentiréis después de leer esto pero seguro que al menos
intrigados. Esperad a los siguientes números que serán más ligeros de leer
y la trama será mucho más atractiva y definida.
Saludos:
Arcángel: el guionista alado que se pelea por sus lectores.