Mi nombre es Remy Lebeu. Hace años, siendo bebé, aparecí a las puertas de la casa del, hasta hace poco, patriarca del Gremio de Ladrones de Nueva Orleáns. Me acogió y me dio un nombre y un hogar. Circunstancias posteriores me granjearon el apodo de Gámbito. Supongo que por mi retorcida habilidad para meterme en líos.
Mucho ha cambiado en los últimos tiempos. Primero, el amor hacia la heredera del Gremio de Asesinos, la familia rival de la mía, me metió en más líos de los que puedo contar. Ambas familias acordaron nuestro matrimonio, lo que no sentó bien a alguno de los familiares de Belladona, mi esposa. Sin meterme en demasiados detalles, la boda acabó con un duelo ritual a muerte con el hermano de Belladona y, por desgracia, gané. Para evitar problemas, me auto exilié de mi gremio, de mi familia, y me dejé llevar durante años por un rencor malsano hacia mi padrastro, al que creí culpable de no apoyarme lo suficiente.
Recientemente, la cosa parecía mejorar. Mi padre y yo nos reencontramos para bien, y todo iba viento en popa hasta que un advenedizo del gremio, Armand Beard, decidió destronar a mi padre y tomar el control. Un nuevo duelo me hizo ver que, por salvar al gremio, estaba condenando a mi familia. Decidí huir de nuevo, para que las cosas quedaran en cierto equilibrio. Antes de irme, mi padre Jean Luc, me pidió un favor.
HACE 5 DIAS
La mansión ancestral del clan Lebeu está ahora cercada de guardias fieles a Beard. En el nuevo orden del Gremio de Ladrones no hay sitio para cabos sueltos y los Lebeu son el más visible.
En el salón de la enorme casa, Jean Luc Lebeu y su hijo adoptivo, Remy, hablan por última vez:
- Helena desapareció hace semanas ? dice el antiguo patriarca -, un poco antes del movimiento de Beard. Sólo se que unos tipos la metieron en un coche en el barrio antiguo y nadie ha vuelto a verla. Temo por su seguridad.
- Ya, bueno ? comenta su hijo -, no es que me llevara muy bien con ella. Desde que nos conocimos, sólo tuvo maneras de desaprobación hacia mí.
- No la culpes, hijo. Cuando la acogí y escuchó tu historia, enseguida pensó que habías ... descuidado tus deberes hacia el gremio. Creo que, cuando volviste, te vio como una amenaza más que como una bendición.
- ¿Tenía razón? parece concluir Gámbito, encendiendo un cigarrillo mientras se asoma a una ventana -. No puedo quedarme más, padre. Beard sabe de mis movimientos y no quiero que la emprenda contigo de nuevo. Aún no estás recuperado de tu exposición al virus.
Jean Luc se acerca a su hijo y posa una de sus manos sobre un hombro alicaído del mutante al que adoptó.
- Remy, nunca has sido un peligro para nosotros. Fue el gremio ... no, fui yo quién te dio la espalda y no al revés. Jamás me perdonaré por ello. Sé que no me debes nada, pero debo pedirte otro favor.
- Quieres que encuentre a Helena, ¿non? ? Gámbito sonríe y da otra calada -. No hay problema, padre. Te la devolveré sana y salva, si puedo.
Remy emprende el camino a la puerta de salida. Justo antes de llegar al pomo, su padre le da la vuelta y le abraza. Remy se aferra a ese abrazo pues, por primera vez en su vida, sabe bien lo que ese hombre significa para él y lo que él significa para Jean Luc Lebeu.
No dicen nada más. Gámbito sale de la casa, pasando al lado de los secuaces de Beard, se monta en su moto y se va.
HOY
Hace frío, para ser Los Angeles. Llevo observando el auto cine dónde creo tienen a Helena desde hace cuatro horas. Hace dos y media, un tipo enorme con barba y otro anoréxico con coleta entraron y salieron del zulo dónde, cuando esto funcionaba, proyectaban la película que fuera a la pantalla de tela enorme al fondo del recinto. La pantalla está rota y el zulo casi en ruinas. Hace siglos que nadie ve nada aquí. Pasó la moda de los rollos en coches al amparo de una proyección.
Yo jamás he vivido nada así. Me doy cuenta que, gracias a mi vida en el gremio, me perdí ciertos hábitos adolescentes por recorrer el mundo robando en casas ajenas. No lo hubiera cambiado por nada.
Tras esperar un rato más, agazapado tras un coche en ruinas, sufriendo un viento gélido pese a la gabardina y el cuero del uniforme, me decido a entrar. Si hay más guardias en el zulo, no deben salir mucho porque, salvo los dos ejemplos de freakies de antes, nadie más ha usado la puerta. Aún así, un poco de sigilo nunca está de más.
¿Cómo he llegado aquí? Fácil. Cuando uno se mueve en ciertos círculos, se hacen amigos hasta en el infierno. Antes de salir de Newlins, lancé una llamada de atención a la red conocida como los Subterráneos1, un grupillo de activista con delegaciones en bastantes puntos del país. La pista vino de aquí, de Los Angeles, dónde las fuentes del grupo les dijeron que algo se cocía en este cine. Algo relacionado con dos sicarios mutantes y los agentes de seguridad de un tipo bastante rico.
Así que vine aquí, esperando que la pista fuera segura.
Una vieja ganzúa (regalo de mi padre cuando superé mi rito de iniciación en el Gremio, a los diez años) se encarga de la cerradura ajada del zulo. La puerta cruje y chirría a partes iguales, como una vieja cafetera. Intentando que no me rechinen los dientes, vuelvo a cerrarla y saco de mi bolsillo una pequeña linterna para iluminar el pasillo. Ante mí, una escalera de subida y detrás, una pequeña habitación con máquinas de dulces seguramente caducados. Más allá de la sala, una puerta de hierro oxidada tiene un candado nuevo cerrándola. Alguien está ahí dentro, sea Helena o no, así que ignoro las escaleras y, con la misma ganzúa, venzo al candado.
Allí está ella, en un cuartucho oscuro, con las manos atadas a la espalda y una mordaza en la boca. Parece dormir y está bastante desmejorada, por lo que deduzco que no ha salido de allí desde que la raptaron. Entorno la puerta y me acerco a ella.
- ¿Helena? susurro, pero ella ni me oye. La zarandeo mientras vuelvo a pronunciar su nombre y despierta muy desorientada. Tarda unos segundos en reconocerme y, entonces, sus ojos se llenan de lágrimas -. Silencio, guapa. Voy a soltarte y vamos a salir de aquí, ¿vale?
Ella asiente y se gira para que pueda soltar las cuerdas, que caen fácilmente a manos de mi útil navaja suiza. Le retiro la mordaza y lo primero que hace es abrazarme. Intento ignorar esa parte de mi cabeza que me dice que se hubiera alegrado de ser cualquiera, y a esa otra que, extrañamente, se alegra bastante de sentir su roce.
La levanto y apenas puede andar. Justo cuando nos dirigimos a la puerta oxidada, esta se cierra con un portazo y oigo como alguien vuelve a echar el candado.
- ¿Remy? ? pregunta ella.
- No te preocupes, Helena, no saben con quién tratan.
Una aplicación directa de mi poder mutante carga la puerta. Explosivamente, el pedazo de metal se desencaja de sus goznes y, con una fuerte patada, la lanzo hacia delante, rezando por pillar al cabrón que la cerró. Un grito ahogado lo confirma. Pero hay otro tipo con pistola que ha salido mejor parado.
Despliego mi bastón y tiro su arma. Luego, el mismo bastón aplicado en su mandíbula le saca del camino.
Los dos tipos tienen trajes negros y gafas oscuras, con auricular tipo servicio secreto en el oído. El tipo que ordenó el secuestro tiene contactos y no son de los buenos.
Helena parece casi recuperada cuando decidimos salir a la calle. El coche de los sicarios está fuera: un BMW 530, plateado, con las llaves puestas. Como mi moto pilla retirada (la dejé en el hotel y vine en autobús dejándome guiar por mi lado turístico, ¿qué pasa?), tomamos prestado el coche.
Según salimos del autocine, la misma furgoneta en la que el gigante y el esquelético se habían marchado entra en el recinto. Giran en seco como alma que lleva el diablo y piso el acelerador como si me fuera la vida en ello.
Dos bruscos giros después, una enorme avenida decorada con palmeras se abre ante el coche. No hay mucho tráfico, pero el suficiente para intentar perder a la furgoneta que, por el retrovisor, veo que conduce el enorme barbudo.
- ¡Están detrás! ¡Están detrás! ? grita Helena.
- ¡Tengo ojos, pettite!
Driblo y zigzagueo entre el tráfico pero el muy mamón me sigue sin problemas. Giro en la primera salida, saltándome un semáforo y haciendo frenar en seco como a unos siete coches, y pillo una calle vacía de coches. Cuando empiezo a maldecirme, la furgoneta golpea nuestro maletero, que se abre por el impacto y no me deja ver a nuestros perseguidores.
A los tres golpes, me canso ya de tanta payasada, pero los tipos se nos ponen al lado y empiezan a chocar en nuestro lateral. Puedo oler el aliento del anoréxico (que ahora veo bien desde la ventanilla y aún da más asco: pálido como la lecha y con el pelo largo y lacio recogido en una coleta y unas uñas de pesadilla) en mi nuca con cada empujón.
Un coche nos sale de una calle a la derecha y la furgoneta nos hace un bocata entre ellos y el turismo. El flaco desagradable saca medio cuerpo por la ventanilla e intenta cogerme. Helena grita histérica y mi oído pasa a mejor vida:
- ¡Que no te toque! ¡Puede chuparte la vida!
¡Genial! Un vampiro y un troll me están destrozando mi coche robado. La situación se vuelve inaguantable. Subo la ventanilla y le pillo los dedos al flaco, que grita y grita del dolor. No puede sacar los dedos, lo que de por sí ya es gracioso, así que doy un volantazo hacia el turismo que llevamos al lado para ver si las articulaciones de sus hombros aguantan el esfuerzo. Sonrío ante su nueva queja.
Puestos a ser cabrón, piso el freno salvajemente y clavo el coche, por lo que el flaco sale despedido de la furgoneta y, soltándose de mi ventanilla por el impulso, empieza a golpear el asfalto con poca gracia.
Salgo del coche y Helena coge mi gabardina.
- ¡¿Qué haces?! ¡¡Vámonos!!
- Si nos vamos, nos seguirán de nuevo. Hay que acabarlo ya.
Saco de las manga cuatro cartas para cada mano y las cargo de energía justo cuando empiezo a escuchar sirenas que se acercan. El conductor del turismo ha sido listo y se ha largado. El flaco se retuerce de dolor en el asfalto y el gigante sale de la furgoneta belicoso. Se acerca como un elefante en una cacharrería.
Las ocho cartas salen de mi mano y se empotran en su pecho, lanzándole al suelo en dirección a su maltrecho colega. Cargo dos cartas más y hago explotar la furgoneta. Luego me subo al coche y salimos de allí por piernas.
Unos kilómetros más allá, Helena se relaja.
- Gracias, Remy ? dice -. No pensé que nadie viniera.
- Mi padre no podía dejarte sin más, por lo visto. Tenemos que desaparecer lo más rápidamente posible. Cogeremos el primer tren que salga a... no sé, Florida o algo así, y me contarás de que va esto.
- ¿Por qué no volvemos a Nueva Orleans? Allí podríamos desaparecer también.
- Vale, tenemos mucho que contarnos el uno al otro.
Un ático muy privado en algún lujoso lugar de Los Angeles. Un hombre trajeado, de figura esbelta y porte imponente, mete en cintura a Camorra y Hemorragia:
- Creí haber sido bastante claro con el contrato. Helena no debía salir hasta después de las elecciones.
- Así es, señor Morrison ? dice Hemorragia, avergonzado y cubierto de heridas de su ?rodaje? en la calle -, pero no nos avisó de sus posibles rescatadores. Aquel tipo era un salvaje y era mutante también.
- ¿Bien ? dice el trajeado -, compartamos la culpa de momento, Hemorragia. Ahora, tú y tu socio vais a encontrar a mi sobrina y a ese tipo y, esta vez, sin medias tintas ni excusas de ningún tipo, quiero que los matéis. Para asegurarnos, iré con vosotros.
Los sicarios asienten incómodos.
CONTINUARA...
1.- Para más información, releeros la maxiserie de Nómada que Forum publicó hace ya... ¡¡buff!!.
AS DE PICAS
Nos leemos.