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PORTADA
Fletcher Foxwell guarda un secreto. Sus sueños y aspiraciones se alejan de lo común, pero sus miedos e inseguridades le anclan a un mundo que ve aburrido y descorazonador. Quiere cambiar su vida y unos misteriosos guantes pueden ayudarle a ello. A falta de un nombre mejor, podréis llamarle... FLETCHERMAN
 
Fletcherman

FLETCHERMAN #3
La decisión
Guión y portada: Israel Huertas

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Lunes.

Amanece sobre New York mientras sobrevuelo la ciudad hacia la oficina en la que trabajo de lunes a viernes. Un trabajo bien pagado como gestor de siniestros de automóviles para la multinacional Phoenix Assurances. Un trabajo que, hasta hace una semana, me hacía sentir incompleta, como si me faltara algo más. Ese algo más son los guantes que llevo y que me permiten volar. Ahora entiendo que mi trabajo me da dinero y posibilidades más que buenas para mantener a mi familia y a mis sueños que, recientemente, he conseguido hacer realidad.

Hace dos días, conseguí reunir valor y salvé mi barrio de un enorme robot que amenazaba con no dejar piedra sobre piedra. Hace dos días, por primera vez en mi vida, me sentí completo.

Tan satisfecho y relajado estoy que no veo venir lo que ocurre. Una especie de red se enrolla alrededor de mi cuerpo y aprovecha mi inercia para hacerme chocar contra un bloque de oficinas. Después, noto como me remolcan en dirección contraria y veo que la red está unida a una cuerda metálica que, a su vez, se interna en una especie de helicóptero demasiado tecnológico para lo que estoy acostumbrado, y eso que he visto un par de veces pasar el Fantasticar y el Quinjet de los Vengadores sobre mi cabeza desde que trabajo en la 5ª Avenida.

Intento romper la red pero, como no ha amanecido aún, mis guantes no están al cien por cien, así que no me queda más remedio que dejarme llevar.

Unos quince minutos más tarde, aterrizamos en un almacén del puerto, a través de una claraboya que se abre a nuestro paso. Podría haber caído con más delicadeza pero, en vista del plan, no me quejo. Unos diez tíos de atuendo militar me apuntan con lo que, deduzco, no son armas comunes. Así que levanto mis manos una vez retiran la red y me dejo llevar hasta la habitación que hay al fondo.

La puerta se abre a la oscuridad interior y me indican que entre. Todavía me pregunto por qué no me estoy caganido en los pantalones de miedo y de donde sale la sangre fría que me hace mantener la calma pero, como ya he dicho, soy un hombre nuevo.

De pronto, a mi espalda, en un rincón, se enciende una pequeña luz. Medio iluminado por ella, veo a un tío realmente siniestro: lleva una especie de traje de plástico verde que le cubre las piernas, los brazos y -a Dios gracias - la zona pélvica. Lleva una fina capa de plástico transparente en el pecho, que deja ver una barriga descuidada y demasiado pelo. Una escafandra también trasparente le cubre la cabeza y lleva una máscara de oxígeno que le tapa la boca. Es calvo y tiene varias cicatrices en la cara. Cuando habla, siento que me reverberan las tripas:

- No sé quién eres, muchacho. Ni me importa, no te confundas. Pero tienes algo que sí quiero y te rogaría que me lo dieras ya.

- Supongo que no se refiere a mi gusto en ropa, ¿no?

Ríe levemente y empieza a andar a mi alrededor.

- Gracioso - dice entre dientes -. El anterior propietario de esos guantes también lo era. De hecho, ahora que te miro bien, te pareces mucho a él.

- ¿A quién? - pregunto, intentando sonar desafiante.

- Es una larga historia. No quiero aburrirte, muchachito. El caso es que quiero esos guantes pero, como aprendí hace años, una vez puestos sólo el portador puede entregártelos. Así que te doy la oportunidad de que me los des o ...

No me gusta esa pausa ni tampoco la sonrisa de este maníaco mientras lo hace.

- ... te cortaré las manos y ya averiguaré como hacerme con ellos.

Sabía que no me gustaba ni esa pausa ni tampoco la sonrisa de este maníaco mientras lo hacía.

- Lo cierto es que, si me hubieras preguntado hace unos días, te los habría dado gustoso, pero ahora me he encariñado con ellos. Lo siento.

Inesperadamente rápido es el movimiento que hace. Tanto, que no puedo apartarme antes de que me agarre del cuello.

- ¡No voy a repetir la oferta, chaval! ¡Quítate los guantes! ¡Ahora!

- Vale - empiezo a decir -, primero, no me gusta que me llamen chaval en ese tono. Y, segundo, ... - le propino un puñetazo que le hace atravesar la puerta hacia dónde se encuentran los soldados de antes - ... los guantes evitan que me toques, capullo.

Los soldados me apuntan con sus armas, pero él les hace un gesto para que no disparen. Mientras se incorpora, sonríe una vez más y, una vez más, tampoco me gusta.

- Es verdad - dice parsimoniosamente -, el aura de energía. El escudo protector, si lo prefieres. Es muy poderoso cuando la luz solar recarga los guantes, pero se apaga poco a poco cuando no es así y, créeme, no es capaz de soportar los disparos de todas las armas que te apuntan ahora.

- Así qué aguanta las balas ¿eh? Eso no lo sabía. Ahora me voy.

- Oh, claro - añade él -, váyase, Señor Foxwell.

Me paro en seco. Ese tío no sólo sabe lo de los guantes sino que, además, sabe quién soy. Bien por mi discreción.

- Aunque, la próxima vez, puede que agarre a tu dulce hijita por el cuello y amenace con rompérselo si no me los das. He sido educado y he dejado al margen a tu familia, pero no tenses más las cosas y dame esos guantes.

Una lógica aplastante, la verdad. Esto es lo que intentaba evitar, por lo que no había usado los guantes y, ahora, este cerdo puede hacerlo realidad. Lo que me deja sin opciones.

Me quito los guantes y se los tiro a los pies.

- Ya los tienes - digo, con el tono más amenazador del que soy capaz -. Ahora me iré y tú no volverás a visitarme ni a mí ni a mí familia.

- ¿Crees que me importas? Ya te lo he dicho, sólo quiero los guantes, cretino. De todas formas, gracias.

Se abre la puerta del almacén y dos soldados me acompañan fuera. Según se cierran de nuevo las puertas, el tipo añade:

- No te molestes en avisar a la policía. No nos quedaremos mucho tiempo.

Pues vale. Echo a andar mientras pienso en como voy a explicar mi retraso en la oficina. Ya es de día completamente, así que voy a llegar realmente tarde.

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- Bien, soldados - dice el orgulloso hombre del traje verde mientras se pone sus guantes recién conseguidos -, vamos a ver si estas preciosidades funcionan.

Uno de los soldados retira una lona de un mueble del almacén, descubriendo una sofisticada consola con un montón de pequeñas pantallas y teclas de control. Coge uno de los tubos colocados en un lateral y los conecta al traje de contención de su líder.

- Vale - añade este -, ahora abrid la claraboya. ¡Que entre la luz del sol!

Los paneles de la claraboya se abren y la intensa luz del amanecer cae de pleno sobre el nuevo portador de los guantes. Este alza su cabeza hacia el cielo, cierra los ojos y sonría ferozmente bajo su máscara de oxígeno. Nota como le bañan los rayos del sol y como los guantes comienzan a crepitar con renovada energía. Se gira hacia el soldado en la consola y exclama:

- ¡Dame esas lecturas!

- Sí, señor - responde el soldado -. Los niveles de energía suben exponencialmente. El aura de los guantes le cubre en un 68 por ciento.

- ¡Bien! - grita el líder -¡Comienza a desconectar los sistemas de soporte vital del traje!

- Sí, señor. Sistemas de soporte cayendo. Nivel del aura a un 87 por ciento y subiendo.

- Siento la energía - dice el villano -. ¡La siento por todo mi cuerpo!

- Nivel del aura al 100 por cien, señor - concluye el soldado -. Equipo de contención desconectado completamente.

Con fiereza, el hombre se arranca el traje de contención, dejando sólo los pantalones. Como último gesto, se arranca la mascarilla e inhala el aire del exterior.

- ¡Sí! - exclama - ¡Por fin vuelvo a la vida!

Sin avisar, un chisporroteo empieza a extenderse por la consola poco a poco. Después, saltan chispas y, finalmente, la consola explota, expulsando al soldado que la manejaba y a un par más contra el helicóptero.

Los guantes comienzan a vibrar en las manos del líder, que se resiente del dolor de las quemaduras que empiezan a brotarle en manos y brazos.

- ¡No! ¡Se quieren ir! ¡Quietos, malditos! ¡Ahora sois míos!

Los gritos no surten efecto y, por más que intenta retenerlos, los guantes salen disparados de sus manos y vuelan por la claraboya hasta el exterior.

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- ¡Maldita sea! - me increpo impotente - ¡Debí hacer algo, no quedarme pasmado como un zoquete! ¡Igual podía haber cargado contra ellos!

No me he alejado demasiado del almacén cuando noto un silbido a mi espalda. Me giro, curioso, y los guantes de anclan en mis manos y me elevan imperiosamente por el aire.

Sin comprender lo ocurrido, me dejo llevar por el impulso y suelto un grito de alegría. Todo se corta cuando recibo tres impactos directos de ametralladora que me tiran hacia atrás y me hacen caer estrepitosamente al suelo.

- ¡Estoy bien! ¡Me han disparado y estoy bien!

Levanto la cabeza y veo el helicóptero sobre mí. Me sobrevuela en círculos un instante y, acto seguido, vuelve a disparar. Entonces me doy cuenta de la gente a mi alrededor y del intenso tráfico de estas horas y me elevo para llevarles a algún sitio alejado. La maniobra funciona y el helicóptero me sigue.

- C-Co ... ged ... le ... - susurra el líder en el interior del helicóptero, mientras respira trabajosamente con su mascarilla de oxígeno - ... neces ... necesito los ... guantes ...

Intento dejar la ciudad atrás, con el helicóptero pisándome los talones. Me doy cuenta de que no he volado lo suficiente como para saber maniobrar con la destreza necesaria para despistarles o hacer que se tambaleen, así que intento un giro para colocarme a su cola y ... ¡funciona! La mala noticia es que, en la cola, tienen un lanzamisiles que me dispara dos proyectiles en cuanto sus sensores me captan.

- ¡Mierda! - exclamo, y giro de nuevo en el aire, lo que me vuelve a llevar a la ciudad.

Los mísiles deben estar captando el rastro energético de los guantes, por que no me sueltan y se acercan cada vez más. De pronto, diviso el almacén del que han salido. Ahora debería estar vacío, así que allí me dirijo.

Entro por la puerta y luego giro hacia la claraboya, rezando porque no me sigan. Cuando explotan justo debajo de mí, desvencijando el almacén, no puedo creer la potra que tengo.

El helicóptero estaba más cerca de lo que parecía y, algunos fragmentos del almacén, les dan de lleno y empiezan a tambalearse. Algunos me dan a mí también, desequilibrándome y haciéndome girar sin control.

Cuando por fin me rehago, el helicóptero, aunque echando humo, se ha conseguido nivelar y vuelve a dispararme. Me digo que se acabó, que ha durado demasiado, así que esquivo las salvas y disparo un rayo al armatoste, rezando porque funcione igual que contra el robot.

El impacto parte en dos al helicóptero que cae sin control al Hudson y se hunde sin dejar rastro.

Permanezco un rato en la orilla, por si hubiera supervivientes, pero no sale nadie a flote. Yo no quería que fuera así. Además, el tipo ese parecía saber cosas que hubieran podido ayudarme a controlar los guantes. ¡Sí, claro! Me lo hubiera dicho mientras se merendaba mis piernas.

En fin, creo que es mejor así. Decido irme cuando veo que el sitio empieza a llenarse de curiosos y vuelo hacia casa pensando en lo mucho que pueden cambiar las cosas en una semana.

Y sonrío.

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EPILOGO

Tras lo ocurrido, me he dado cuenta que hay algo que aún no he hecho y que no debería haber ignorado. Soy como soy, y estos días me han hecho darme cuenta que, lo que siempre he ansiado, incluso cuando aún no lo sabía, me completa como persona. Ahora, debo compartirlo con la otra mitad.

Andie está en nuestro dormitorio, terminando de ponerle el pijama a Irene mientras cantas canciones y juegan. Dentro de un rato, le daremos la cena y la acompañaremos a la cama, como todas las noches. Pero eso será dentro de un rato.

Entro en el dormitorio, con los guantes en la mano.

- Andie, me gustaría que Irene y tú vinierais un momento a la calle.

- ¿Qué ocurre, Fletch?

- Nada, cielo, pero quiero enseñaros algo.

Salimos al patio de atrás, libres de las miradas de los curiosos. Me pongo los guantes lentamente mientras veo a Andie mirarme con curiosidad.

- ¿Te has comprado otros guantes para la bici?

- No - sonrío -, no son nuevos. Los encontré hace años en la casa de mi abuelo. El día de su entierro. No sé de dónde vienen ni si eran suyos, pero he descubierto que hacen cosas geniales. Me hacen especial y quería compartirlo con vosotras.

Los guantes se iluminan con un leve fulgor. Agarro a Andie por la cintura con mi mano derecha y cojo a Irene con el brazo izquierdo. Será el efecto de los guantes, pero las noto muy ligeras. Empiezo a elevarnos muy lentamente. Lo hago a posta, para que noten lo que va ocurriendo. Andie se retuerce un instante, asustada. Irene está en su salsa.

- No te preocupes, cielo. Todo está controlado.

Noto como el aura de los guantes también las cubre a ellas. Todas las cosas que me importan están aquí, en el cielo, conmigo. Por fin me he descubierto del todo y, la verdad, lo que veo me gusta bastante.

FIN, DE MOMENTO.

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