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Alejandro Montoya descubrió en su juventud sus poderes eléctricos y su afición por la esgrima. Entrenado para ser un héroe, viajó por todo el mundo para convertirse en el defensor de los inocentes. Ahora, tras regresar a su país, él es el superhéroe español, es... EL ÁGUILA.
 
El Aguila

EL AGUILA #1
Extraña forma de vida
Guión: José Cano
Portada: Wish

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Un águila bicéfala extiende las alas y clava sus garras sobre la aguja más alta de la Sagrada Familia, para luego emitir un graznido estremecedor que hiela la sangre en las venas de los barceloneses. En Madrid, en el paseo de Recoletos, la estatua a Valle-Inclán llora sangre. A su paso por Córdoba, el Guadalquivir se tiñe de negro, y atraviesa la depresión hasta desembocar en Sanlucar cargado de ponzoña. En un acantilado en la costa cantábrica la misma roca tiembla ante el bramido de un dios anciano que despierta. En Mérida los cimientos del anfiteatro romano se tambalean, rasgándose todas las telas de los decorados de arriba abajo al unísono. Y en Finisterre un turista cree ver visiones cuando siente vibrar la barandilla del mirador sobre el que se asoma y le parece como el mar se hunde en un extremo y sólo puede contemplar el abismo del fin del mundo.

Todo esto sucede y no sucede, es real y no lo es, cuando una vez más el castigo del exilio es roto por Diablo el Alquimista, que con atuendo de peregrino, invisible a los ojos de los gendarmes, atraviesa la frontera entre Francia y España a pie, provocando que todos los perros del cercano pueblo de Cerbère comiencen a ladrar desesperados tal que si les arrancasen la piel a tiras. Los harapos anacrónicos que cubren al villano no ocultan las guías de su bigote ni la sonrisa que bajo ellas se dibuja al contemplar como el viento esparce las estatuas de sal que ha ido dejando a su paso.

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Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
- no fue por estos campos el bíblico jardín -,
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.

Antonio Machado, Campos de Castilla,

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El cielo presenta un límpido azul de cielo con escasos jirones de nubes, manchas aleatorias, sobre un paisaje que no es páramo ni depresión, de dehesa y carretera, bosque escaso y llanura tímida. El sol se derrama con escasa piedad y el asfalto de la autovía se inserta, antinatural y seco, en su calor de bochorno. El perfil del cacereño pueblo de Trujillo se recorta en el horizonte para los vehículos que la recorren, pero su camino está truncado por un retén de la Guardia Civil, dos coches y cuatro, tricornio, uniforme y paciencia, impiden la correcta circulación.

Un guardia joven se inclina sobre la ventanilla del conductor de un coche rojo. Al volante un cincuentón que lucha contra la calvicie, acompañado de otro hombre bajito, repeinado y con gafas.

- Pero sin ninguna explicación.

- Mire, yo no puedo hacer nada, los accesos por Trujillo están cortados. Si dan un rodeo por Plasenzuela todavía.

El copiloto impide la extensión indefinida de la discusión tirando levemente de la manga de su acompañante y señalándole el movimiento de una furgoneta que, alejada varios metros de la escena, se mueve en dirección al pueblo. De color azul marino, en sus puertas traseras se encuentra dibujada en blanco una peculiar enseña: una madeja1 vertical sobre cuya silueta se destaca en rojo una S. El vehículo se dirige hacia un casi imperceptible cordón policial en torno al término municipal de Trujillo.

En el centro de esa aglomeración de coches y otras varias furgonetas, tanto de la Guardia Civil como adscritas a la S enmadejada, se ha situado una suerte de improvisado estado mayor. Sobre una mesa plegable de precaria colocación en el pasto escaso se despliega un plano del pueblo, y ante éste se reúnen tres oficiales, dos vestidos con uniformes de completo azul marino y S en el pecho, hombreras y protecciones al estilo de los geos, el tercero una mujer de civil, flanqueada por dos agentes también vestidos de paisano que se recuestan sobre las puertas de una furgoneta de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, la UCO. El primero de los hombres es bajo, ancho y robusto, calvo y entrecano, el segundo algo más espigado, menos fuerte de complexión, se peina con raya y se afeita irregularmente. La mujer, vaqueros y camisa, coleta para recoger una melena castaña rizada y estructura atlética, cruza los brazos, separada de la mesa sobre la que los otros se inclinan levemente. Es una discusión en toda regla.

- ...está muy claro - perora el más bajo de los hombres -, están ustedes aquí para mantener el perímetro y cortar el tráfico, no para controlar la operación, que es responsabilidad exclusiva nuestra.

- No somos sus recaderos - el tono de la mujer es seco, luchando por mantenerse en los cauces de la corrección -, se han movilizado muchos agentes, así si van a actuar tiene que ser bajo nuestra supervisión.

- Es una amenaza ahumana, y por lo tanto está delimitada estrictamente a la jurisdicción de la SEDA - tercia el más alto, profesional.

- ¡Pero si se les ha escapado a ustedes! Hay 9000 pers.

- Mire, señorita.

- Capitán.

El mayor tose, antes de proseguir.

- Mire, capitana. nosotros tenemos el instrumental para romper ese campo de fuerza.

- Porque está emitido con instrumental suyo también.

- Por lo que sea. Si no puede anularlo de manera más rápida o segura, esta conversación no tiene sentido.

Un golpe de aire súbito levanta las cuatro esquinas del plano y lo revuelve, la coleta de la capitán se eleva un instante para caerle a peso sobre la espalda de nuevo y una enorme sombra con forma de uve cubre a los oficiales y su mesa. Los guardias disimulan una sonrisa y evitan mirar hacia arriba, cosa que hacen los dos líderes de la SEDA cuando una voz potente, masculina, irónica y engolada, interviene por encima de sus cabezas diciendo:

- Ella no... pero yo sí.

Montado sobre un deslizador al estilo del Duende Verde2 se yergue El Águila, dejando que el viento juegue con la cintilla de su pañuelo y la vaina de su espada ropera, con los puños apoyados en la cintura, teatral y provocador. La capitán logra controlar la expresión triunfal que el héroe no disimula. Éste saluda con una inclinación de cabeza y habla a la mujer, aunque se dirige en realidad a los dos hombres.

- Capitán Estíbariz, siempre es un placer. Comandantes Villaescusa y Remartínez. ¿De nuevo roces entre la Sección Especial de Defensa Ahumana y la Unidad Central Operativa? ¿Qué diría el Ministro?

- El que faltaba ya. - murmura el SEDA más bajo, Villaescusa, antes de darse la vuelta y marcharse para desentenderse del asunto - A saber como se entera de todo, el mamón - va rumiando mientras se aleja, aunque no lo suficientemente para sí mismo como para impedir que la guardia lo escucha y acaricie, imperceptiblemente, una diminuta insignia con forma de espada oculta por el cuello de la camisa.

- Bueno... - la plataforma de El Águila desciende casi un metro para situarse a la altura de los oficiales - tengo entendido que tienen problemas con mi viejo amigo El Conquistador, ¿no es así? Fugado recientemente del penal de Saldaña.

El SEDA restante pasa de la lividez al rojo de la irritación para después controlarse, sin formular la pregunta que le quema la lengua y preguntar:

- ¿Cuánto puede tardar en anular el campo de fuerza?

El Águila se pasa dos dedos por las guías de su bigotito para mirar la burbuja invisible que rodea el pueblo - sólo se hace notar su presencia por el reflejo del sol - y afirmar:

- Contando con que en ese tiempo noquee también al Conquistador. veinte minutos... unas dos horas menos de lo aún iban a tardar ustedes en montar el anulador.

Uno de los guardias civiles no puede contenerse más y, finalmente, suelta una carcajada.

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El llamado sentiment du fer, concepto de los esgrimistas franceses, consiste en la capacidad que el tirador posee para prolongar la sensibilidad de sus dedos hasta la misma punta de la espada. En ello, en parte, se basa la inspección que del campo de fuerza realiza El Águila, rozándolo apenas con la punta de su espada ropera, en vuelo y bajo la atenta y alejada vigilancia de UCOs y SEDAs.

- ¿Tu que opinas, Nacho? - formula la pregunta aparentemente al aire, pero con un tono mucho más relajado y menos teatral que su conversación anterior.

- Llámame Ingeniero, ayuda a meterse en situación - contesta por el comunicador de su oreja izquierda una voz joven y de una pretendidamente desganada animosidad -. A ver. El Conquistador y casi una docena de SEDAs inexplicablemente rebeldes con un pueblo de 9000 habitantes de rehén. Es curioso, he comprobado la lista maquillada que pasaron a EFE y la lista real que les intercepté, y en ninguna figura ningún compinche con poderes mentales o hipnóticos, así que habremos de asumir que están con él voluntariamente. Je. Bueno, te estoy pasando al cinturón los datos para que atravieses el campo. Debe tener dos gruesos de rehenes, la mayoría de los trujillanos estarán en sus casas, pero tendrá una selección en el estadio del equipo de fútbol, creo que son de regional, y otra más pequeña bajo su inmediata supervisión en la plaza del Ayuntamiento.

- Que es desde donde se proyecta el campo. Junto a la estatua de Pizarro. Este tío es muy clásico. Te apuesto que los rehenes que tiene son niños, ancianos y alguna mujer.

- Seguro. Tu capitana intenta hablar contigo, voy a cortar. Cuando acabes haz unas cuantas fotos y mándamelas, no creo que podamos volver a hablar hasta que desconectes el campo.

- De acuerdo - un zumbido en su oído y sabe que Ingeniero ha cortado -. ¿Capitán?

- ¿Va a atravesarlo?

- Perfectamente. Volveré a llamarla cuando haya acabado, pero les recomendaría que se preparasen para dirigirse al estadio de fútbol, habrá unos cientos de rehenes mal hacinados allí. Corto y cierro.

Escuchando levemente la protesta autoritaria de la mujer mientras es cercenada por la desconexión, el espadachín se yergue sobre sus talones estirando el brazo lo suficiente como para que la punta de la espada tope con la resistencia del campo de fuerza. Acto seguido cierra los ojos, y su concentración sirve para crear su propio campo de fuerza eléctrico, que entra el contacto con el otro haciendo tambalearse el deslizador unos segundos, hasta que al acabar por combinarse El Águila se encuentra, de forma efectiva, en su interior. Se marca una ruta mental de vuelo desde el límite del término municipal donde se encuentra hasta la plaza del Ayuntamiento antes de dirigir la plataforma voladora en la dirección que desea valiéndose del cambio de peso.

Como suponía, el intercomunicador no funciona, pero lo prefiere así. Confirma con un vistazo fugaz como el campo de fútbol se encuentra ocupado y toma una foto lejana con la cámara de la hebilla del cinturón de un SEDA cubierto con un casco de motorista, tiene el propósito evidente de ocultar sus facciones. Algo fútil, piensa, si no se tiene perspectiva de escapar. Cuando vislumbra por fin la plaza, en más tiempo del que pensaba - tendrá que pelear más rápido para ajustarse a los veinte minutos - se recrea con la escena. Ayuntamiento de toques renacentista; iglesia de ladrillo desnudo poblado en sus grietas de hierbas de todo tipo, campanario en desuso ocupado por un nido de cigüeñas, con reloj de manecillas en funcionamiento incluido en la torre que los sostiene; plaza de enlosetado desgastado con modesta, circular y seca fuente en el ángulo frente a la estatua ecuestre de Pizarro que preside el lugar. Un esbirro vigilando una docena de rehenes atados - seis niños, cuatro ancianos, un joven con un brazo escayolado y una chica más o menos atractiva; El Conquistador era un amante de lo clásico - y tres más alrededor del cañón/proyector que mantenía el campo de fuerza, un modelo anticuado de SHIELD que también fotografía mientras mantiene la distancia para calcular como lo hará.

Al Conquistador - por su apariencia ronda la treintena, alto, moreno y musculoso - le gusta la teatralidad casi tanto como a él, y por eso se encuentra en vuelo a varios metros del suelo, con una mano apoyada en el pecho con afectación, un dedo apuntando al aire y charlando con la estatua. Sonríe al escuchar el soliloquio. Parece que está jugando como si esperase algo y tuviese mucho tiempo por delante. ¿Espera a la SEDA, a más compinches? ¿O lo espera a él?

- ...usted y yo, Don Francisco, somos iguales - perora Miguel Provenza, la identidad que oculta el apodo de El Conquistador -, ambos hemos trazado una línea en la arena. Usted en su momento, para separar a los cobardes de los arrojados, y yo ahora, para marcar a mis enemigos donde están sus límites. Apoyado por mis nuevos aliados, puedo.

Los esbirros, están todos cubiertos con cascos similares a los de su compañero del estadio de fútbol, se miran mientras uno gira en círculos su índice a la altura de la sien. Sus fusiles de plasma no son problema, pero hay que impedir que los usen contra los rehenes y que Conquistador no utilice sus poderes elementales, podría dañar la plaza y sería una verdadera lástima. Pero tiene mucho espacio.

El cálculo, reflexiona mientras, oculto tras la torre del campanario de la iglesia, observa la escena, se centra en el funcionamiento de los poderes del supervillano. El Conquistador posee una bioaura que lo une al ecosistema y le permite extraer energía del mismísimo planeta, sospecha que la conducción también funcionaría a la inversa, pero es consciente de que su enemigo nunca lo ha puesto a prueba. Ésta le da control sobre todo tipo de materia inanimada, poder que utiliza con escasa originalidad, creando pequeños terremotos o tornados como el que ahora lo mantiene en vuelo frente a la estatua. También lo usa para procurarse artificialmente un espectacular estado de forma. En su anterior y hasta el momento único encuentro3 El Águila logró vencerlo al desconectarle los poderes con una fenomenal descarga eléctrica. ¿Puede lanzarle una lo suficientemente potente como para "apagarlo" al tiempo que acaba con sus esbirros evitando que dañen a los rehenes y, en lo posible, la plaza? Es una cuestión de pericia y rapidez. Da un salto desde el deslizador y se muestra: sujeto a la cruz que corona la torre con la mano izquierda, encaramado sobre ella, blande la espada al viento con descaro suicida mientras vocea riendo la pregunta:

- Si tú eres Pizarro, ¿quién soy yo?

Los cuatro SEDAs - o falsos SEDAs, es otra posibilidad que no había contemplado hasta ahora - se vuelven hacia él apuntando con sus cañones de plasma; Provenza lo mira primero con sorpresa verídica, después con una ira manifiesta que le atraganta la imaginaria respuesta ingeniosa. Saltando el amplio trecho con algo de precariedad, lograr apoyar en el aterrizaje un pie sobre el pedestal, entre las patas traseras del caballo, esquivando dos rayos de plasma que rozan el campanario y el previsible remolino de tierra activado por los poderes de Conquistador que dañan en enlosetado. Lo dobla en su vuelo, teledirigido gracias a un dispositivo instalado en la empuñadura de la espada, el deslizador, que pasa bajo la estela de su pirueta antes de golpear en la cabeza, tras un rápido picado, al vigilante de los rehenes. Al tiempo, El Águila, encaramándose desde la grupa de la estatua y saltando sobre el casco del caballero, cae sobre El Conquistador propinándole una patada en la barbilla que lo desequilibra en vuelo y lo pone a disposición de un golpe en el estómago del deslizador, en el cual aterriza de pie e irguiéndose nuestro héroe, sonriente.

El aturdido Miguel puede contemplar como la punta de la espada se coloca a pocos centímetros de su frente antes de recibir, a través de la plataforma, una descarga eléctrica de varios kilowatios que Alejandro no se molesta en controlar. El hombre que acaba tumbado de bruces en el suelo, inconsciente y humeante, no es él mismo que comenzó la pelea, desconectados sus poderes recupera su barriguita cervecera y su alopecia mal disimulada, que le dan un aire a Jesús Bonilla4. Constata por el rabillo del ojo en una milésima de segundo como los rehenes han conseguido liberarse y han tomado prudencial distancia, aunque parece que Mientras se dirige a encarar a los tres matones que quedan, parapetado alrededor del cañón, cuyos disparos de plasma ha esquivado gracias a un par de maniobras hábiles, nota dos cosas. Una, el canto de los pájaros, ausente desde que entró al pueblo, otra, el zumbido de la transmisión de la capitán Estíbariz.

- ¡El campo se ha desactivado! - grita, más para los guardias civiles e Ingeniero que para los presentes, al tiempo que blande la espada en dirección a los matones - Rendíos o enfrentaos a mi destreza.

Los tres, sin separarse del cañón, lo apuntan con sus rifles.

- Desde esta distancia no fallaremos los tres por mucho que te muevas.

- No necesito moverme - y se yergue sobre los talones, cruzando la espalda sobre el pecho.

Los tres SEDAs o falsos SEDAs cruzan una mirada de duda antes de decidirse o disparar a la vez. El Águila se concentra, una nube de chispas azules surgen de su cinturón y los tres disparos se desvanecen contra su campo de fuerza, aunque la prenda humee sospechosamente tras el ejercicio. Cuando los tres tipos salen corriendo y el vuela tras ellos para finalizar la tarea escucha el entusiasmo de uno de los niños, que lo proclama invencible.

Rebasa a sus perseguidos y desciende frente a ellos cortándoles el paso y amenazándolos con la espada. Al más cercano, que hace un amago de ataque rabioso a puñetazos, le lanza un tajo de costado para golpearlo con los gavilanes de la empuñadura en la mandíbula cuando se aparta y derribarlo. El siguiente intenta huir en dirección opuesta durante una décima de segundo, así que en tres tajos medidos le traza una enorme A sobre el pecho que deja al tipo con las manos levantadas y una mirada de estupefacción - o eso supone, no puede verle la cara - sobre el signo, circunstancia que aprovecha para rematarlo de un puñetazo que lo envía al suelo y lo despoja, con la caída, del casco. El rostro que muestra desconcierta a nuestro héroe. Verde, con una barbilla cuarteada en barbas al estilo de los ballenas y orejas puntiagudas, es completamente lampiño hasta el punto de tener cubierto el cuero cabelludo por una suerte de capucha azul oscuro.

- ¡Extraterrestre5! - exclama, antes de realizarle varias fotos con el cinturón deseando que la cámara no se haya fundido.

- ¡Eh, tú! - escucha la voz del último esbirro. Con la sorpresa, lo olvido a él, a su rifle de plasma y a. - Suelta la espada o disparo a los niños.

Le concede la rapidez: mientras noqueaba a sus compañeros ha recorrido la plaza entera en un par de zancadas sobrándole tiempo para inmovilizar al anciano y a los dos jóvenes, que parecen inconsciente pero no heridos, y atrapar a la carrera a dos de los críos, a los que apunta con su rifle. Pero no los está sujetando, no está en contacto con ellos.

El Águila remonta levemente el vuelo calculando la posición de la farola a su espalda, colocándose finalmente en pose. Estira el brazo derecho en dirección al esbirro, al que encara, flexiona las piernas y estira tras la nuca el brazo izquierda, al estilo de los espadachines hollywoodienses.

- Tú infamia no quedará sin castigo, felón.

El rayo revienta la bombilla de la farola, atraviesa a El Águila y su plataforma y a través de la espada se proyecta hacia el villano electrocutándolo.

La primera furgoneta que arriba al lugar, de la SEDA, aparca precipitadamente justo en el momento en que el cuerpo chamuscado del esbirro cae al suelo, desatando el entusiasmo de los niños. Del vehículo saltan rápidamente dos agentes en nada diferentes a los que acaba de combatir excepto los cascos, uno de ellos es el recortado comandante Villaescusa, al que en poco tiempo flanquean varios de sus hombres y que ordena con gestos histéricos retirar ipso facto al marciano descubierto, tras lo cual dirige una mirada suspicaz a El Águila.

Alejandro la sostiene sin dubitación, grave, enarcando bajo su máscara una ceja y tratando de ver más allá de la amenaza implícita. Por eso no querías que nadie más vosotros entrase aquí. Por eso querías que me limitase a desactivar el campo de fuerza. Pero yo ahora tengo un montón de preguntas, cómo por ejemplo por qué llevaban puestos uniformes de la SEDA los extraterrestres, me juego la espada a que los otros 11 también lo eran, o qué querían del pobre idiota de Provenza y para qué habían raptado un pueblo perdido de Dios que no llega ni a los 10000 habitantes.

La actitud de El Águila cambia cuando aparecen los coches y las furgonetas de la Guardia Civil, que poco pueden hacer ya, y la capitán Estíbariz lo saluda sonriente desde el suelo. Desciende hasta situarse a su altura, aunque sin bajar del deslizador. Algunos guardias los rodean, parecen desentenderse de todo, dejándolo en manos de la SEDA, a excepción de los rehenes, atendidos por dos agentes de paisano.

- Los vigilantes del estadio se rindieron sin resistencia al comprobar que el campo de fuerza había sido anulado - lo informa - y los SEDAs ya los han detenido. Parece que aquí la cosa ha sido casi igual de sencilla.

- Un juego de niños para mi destreza - sonríe con suficiencia, enfundando la espada.

- Relájese - le espeta ella, enarcando una ceja irónica, destrozándole la representación -. Técnicamente tendría que declarar - cruza los brazos sobre el pecho y señala con un movimiento de la cabeza que hace bailar su coleta a los SEDAs que se mueven a su espalda - pero si ellos efectúan las detenciones ellos cubren el expediente, nosotros sólo tendremos que hacer un informe rutinario. Hoy me conformo con haber impedido que actuasen por su cuenta. Así que si tiene que irse.

Alejandro sonríe satisfecho, sin teatralidad, y se inclina levemente para recoger una de las manos de la guardia - entre los subordinados cunde algo de cachondeo sordo y grosero - y acercársela a los labios sin llegar a tocarla, gesto al que ella responde con una mirada de ironía confiada. Mientras se eleva para marcharse, saludando con una mano, inclina el deslizador para que imite la cabriola de un caballo encabritado, y se despide a voz en grito, dispuesto a ser escuchado por Villaescusa:

- ¡El Águila siempre dispuesto a ayudar a la justicia!

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El encalado de la habitación amarillea en su mitad inferior, parcialmente cubierto por los muebles madera oscurecida y húmeda. La cama es alta, la colcha bordada. Sobre la cabecera un Cristo crucificado, con la barbilla inclinada sobre el pecho. El anciano acostado se está muriendo y lo sabe, la luz apenas perfilada que se filtra entre los resquicios de la persiana del ventanal ilumina la escena. La niña que se sienta a su lado, en el borde del colchón, lo escucha con una atención expectante, dolorosa.

- Yo ya estoy muerto, cariño, y te he enseñado todo lo que podía o creía necesario. Ahora tendrás que irte con Alejandro.

Ella se inclina sobre su rostro, escucha unas últimas palabras apenas musitadas y luego se abraza al pecho ya muerto del anciano. Unos minutos después sale de la habitación, los ojos enrojecidos, el caminar pesaroso.

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Polígonos industriales, polos químicos y ciudades dormitorio se pierden bajo sus pies, el extrarradio de Madrid casi se diría que comienza en Talavera. Como si en lugar de un deslizador condujese un utilitario decelera al llegar por fin al espacio aéreo de la capital, disponiéndose a realizar una réplica de patrulla diaria derrapando entre edificios tras superar Getafe, Leganes o Rivas.

Ya sobrevuela finalmente el paseo de Recoletos - hay más gente de la que es habitual congregada en torno al monumento a Valle-Inclán - cuando, atravesando una avenida, tras la alerta del grito de una mujer, se exhibe en un rasante para atrapar a un niño de unos ocho años y canijillo que cruza entre dos camiones tras la inevitable pelota. Levantándolo del suelo sujeto por el estómago, como si recogiera un saco, maniobra con el deslizador entre los dos mastodontes - uno de ellos toca la bocina brutalmente sorprendido - para aterrizar despegar durante una fracción de segundo el pie de la plataforma y dar un puntapié en la base del rodante balón recogiéndolo en la mano libre.

El niño - portador de una censurable camiseta del Real Madrid, observa Alejandro - aún grita de júbilo cuando aterrizan junto al parque del origen de su carrera y la madre lo asfixia con un abrazo de oso sin mediar palabra. La pequeña multitud que comienza a aglutinarse fuerza a El Águila a levantar levemente el vuelo.

- Está como una puta cabra.

- Pues ha salvado al crío.

- Venga pídele que te firme el balón.

- Gracias, muchas gracias. - murmura la madre.

Alejandro, lamentando la multitud que va acumulándose, compone un apresurado saludo colocándose dos dedos de la mano derecha en la frente mientras coloca la izquierda cerrada en puño en la cadera:

- ¡El Águila siempre dispuesto a socorrer al inocente!

No puede escuchar claramente si lo que deja atrás son vítores o abucheos, ya que acelera enseguida. Luego localiza desde las alturas un callejón con alcantarilla, retirado y solitario, descendiendo en el para levantar la tapa de la ésta e introducirse en el sistema de alcantarillado madrileño.

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Unos minutos después, en otro lugar, un hueco se abre en un suelo cementado y por éste aparece El Águila, cargando bajo el brazo su deslizador plegado. La habitación a la que llega es una estancia bastante amplia, en cuyo centro encontramos una mesa metálica sobre la cual se encuentran despiezados varios artilugios y alrededor de la cual hay esparcidas herramientas y más piezas. Al fondo, una docena de pantallas de televisión flanquean tres ordenadores que funcionan simultáneamente y entre los que se mueve, sentado en una silla giratoria con ruedas, un hombre joven, de pelo corto y moreno, gafas pequeñas, flaco, huesudo y pálido, que viste unos vaqueros gastados y una camiseta de Iron Maiden. Lleva puestos unos auriculares con micrófono incluido y se da la vuelta sobre su asiento ante la entrada de nuestro héroe. Éste se encuentra colocando la plataforma en una suerte de hangar-estantería colocado en el otro extremo de la habitación donde ya están estacionadas varias variantes del vehículo.

- Bueno, ¿qué queja tienes?

Alejandro se quita el cinturón.

- Ha vuelto a fundirse - dando un par de pasos lo lanza sobre la mesa -. Espero que puedas recuperar las fotos.

- Se me han enviado perfectamente esta vez, ya las tengo guardadas - contesta Ingeniero, levantándose y pasando a inspeccionar el artilugio -. Menos mal que no usaron balas.

El Águila le ha dado ahora la espalda y pasa junto a una galería de esgrima en miniatura, compuesta por varios espejos que se combinan para formar un pasillo sobre un suelo entarimado y ligeramente elevado respecto al resto de la estancia. Deposita su espada en una de las panoplias de la pared, junto a varios modelos más flexibles que van desde el florete tradicional al sable pasando por la ropera que ahora abandona. Después se acerca a un armario colocado en la esquina restante de la habitación, del cuál extrae ropa de paisano, dejándola sobre la silla del tocador contiguo, decorado al estilo de los tópicos de las estrellas de cine de los años 20, con bombillas alrededor del espejo y un busto de maniquí tamaño natural en una esquina, al que coloca primero su máscara en forma de pañuelo y después las guías del bigote.

- ¿Has podido identificar a los marcianos?

Ingeniero le contesta sin darse la vuelta, concentrado en el examen del dañado cinturón.

- Aún no lo he mirado. Me suenan una barbaridad.

Alejandro ya está vestido y se acerca a un ascensor situado junto a la galería de esgrima.

- ¿Vas a trabajar mucho más? Tendría que volver a casa.

- No, no - hace un gesto, sin mirarlo, con la mano -. Vete tranquilo, yo me iré en un rato, pero quiero arreglar esto antes.

Alejandro Mendoza se marcha de su cuartel general prestando poco crédito a las palabras de su compañero montado en ascensor. Cuando la puerta del mismo se abre, nuestro héroe se encuentra frente al retrete de un cuarto de baño individual e impoluto. Sale del excusado a un despacho decorado con una estantería llena de trofeos y fotos por las paredes de combates de esgrima o tiradores con el uniforme y la máscara quitada sonriendo a cámara. Apaga el equipo de música que repite desde hace un par de horas música de Joaquín Rodrigo antes de ajustarse la chaqueta y la corbata frente al cristal de la vitrina y abandonar la habitación.

Recorre el pasillo saludando a una secretaria ratonil, rubia, con gafas y distraída que le sonríe al pasar, enterrada bajo revistas y teléfonos en su mesa de asistente, para luego atravesar entre las galerías de esgrima donde se recrea al escuchar el entrechocar de los floretes de los alumnos y saluda al algunos de los profesores que lo saludan, hasta finalmente dirigirse al aparcamiento de la Academia de Esgrima, que abandona tras se cumplimentado por bedeles y limpiadores en un flamante coche que si bien no es de excesiva potencia si le ha costado un considerable desembolso.

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En el amplio salón de la casa del barrio Salamanca, segundo piso y ventanales con visillos vaporosos y cortinas crudas, Rosa y Concepción Mendoza, hermanas, la una a medio recostar sobre un sofá cómodo y amarillo, la otra sentada en una silla estilizada junto a una mesa de estilo recargado y tapetes anacrónicos, conversan. Concha, media melena castaña planchada, ojos color tabaco rubio, espigada, moreno artificial y maquillaje, falda y chaqueta celestes, maneja en un folio varios nombres que tacha y vuelve a escribir, además de cinco tarjetas de cartón en tamaños y tonalidades variadas de blanco.

- La cosa es un poco así, pero quiero hacer una distribución por mesas de los invitados y no me atrevo a dejársela a la abuela.

Rosa, melena larga y morena que cae hasta el final de la espalda, ojos verdes, flexible y vivaz, vaqueros y camisa blanca remangada, descansa en el sofá, apuntes, dos folletos, una revista y dos libros con pegatinas de bibliotecas, tiene un bolígrafo negro en la boca que se saca para contestar:

- ¿Es encaje de bolillos? Ponme con la prima Magda. Aunque mientras no me sientes con la tía de tu novio.

- No, tranquila, se la dejo a la abuela. De todos modos tampoco son tantos, va a ser una boda discreta.

- Claro - compone un mohín irónico -, sólo 900 invitados.

Alejandro entra en ese momento por una de las puertas de la habitación, junto al sofá, y saluda jovial. Rosa se estira ofreciéndole la mejilla y él le da un beso.

- ¿Qué tal el día? - dice con tono distraído Concha sin mirarlo.

- Bien, tranquilo.

- ¿Has vuelto a trabajar en la Academia? - continúa.

- Si, ya sabes que me concentró mejor con las cuentas, y además va bien como ingreso complementario. Y me relaja practicar un poco.

Rosa lo mira algo expectante, subraya una línea en los apuntes con poca atención y empuja hacia su hermano la revista.

- Mira.

- ¿El Hola?

- Ve a la página 15.

Alejandro pasa con curiosidad y precaución, aunque ya se imagina lo que va a encontrarse. Siendo El Hola el reportaje no es especialmente vergonzoso, tan sólo algo ridículo, pero no puede evitar cierta sordo malestar al encontrar las fotos de su hermano Pedro en una fiesta ibicenca de famosos, en plan nobiliario, que no casposo, ¿por suerte? Deja la revista de nuevo sobre la mesa.

- El restaurante le va bien, ¿no?

- Sí - contesta Rosa, escueta.

Concha ha levantado algo la vista para vigilar la reacción de Alejandro, abre la boca para hablar, pero finalmente se calla. Él parece estar pensando algo cuando asoma la cabeza por la puerta del otro extremo un hombre camino de la senectud y de expresión severa y advierte, con voz radiofónica:

- Señor Mendoza, teléfono.

- ¿Quién es, Tomás?

- La señorita González.

Cuando se marcha, Rosa mordisquea observando sus folletos.

- ¿Llevarás los folletos de la campaña a la reunión de la fundación?

- Claro - contesta, todavía distraída, su hermana -, déjame unos cuantos sobre la cómoda del pasillo y los dejaré por allí.

Apenas unos minutos más tarde Alejandro regresa. Lleva las manos en los bolsillos y camina turbado, meditabundo, funeral.

- Don Rafael. mi maestro de esgrima. ha muerto. Tengo que ir a Sevilla.

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[AVENTURAS, INVENTOS Y MISTIFICACIONES]

[La bitácora de Silvestre Paradox]

La sombra sobre la Gran Vía

El Águila se ha convertido ya, después de casi ocho años desde su primera batalla en suelo español, en una constante en la vida tanto de los madrileños como del resto de los españoles, que observan la proyección de la sombra de su deslizador - el más vistoso de los gadgets con los que ha ido complementando su inseparable espada, al tiempo que abandonaba su primitivo sombrero cordobés - como una parte más de la idiosincrasia nacional.

Su aclamación como superhéroe patrio oficial se ha debido a diversos factores, entre ellos su calidad de justiciero local de Madrid pero con clara vocación nacional, además de la palpable repercusión mediática de las aventuras que lo dieron a conocer en Nueva York, convirtiéndolo en el único representante de nuestro escaso panorama ahumano de proyección internacional, proyección que motivó que la batalla de Santa Elena de Ávila fuese conocida en el mundo entero como San Elayna. También debe tenerse en cuenta el localismo y la dejadez mediática de sus tres congéneres, exceptuando quizás a Raudo. La identidad de Francisco Cobos-Valera, Raudo, nieto del difunto Flecha, es pública desde sus comienzos, así como su condición de mutante, siendo el más accesible a la prensa; pero sus actividades están claramente circunscritas a Andalucía, con Jerez de la Frontera como base de operaciones. El mismo caso es el de La Meiga, heroína gallega de sospechosas habilidades y que apenas si abandona el triángulo Vigo-Santiago-La Coruña. Por último, Justicier, único que gana en antigüedad a El Águila, posee un carácter aún más huraño, y su labor, nocturna, violenta y centrada en criminales comunes, se restringe apenas a la ciudad de Barcelona y sus alrededores, no habiendo nunca colaborado con sus "colegas".

Lo cierto es que el héroe parece dotado del don de la ubicuidad, y con sorprendente facilidad se presenta desde Tarifa a la Estaca de Bares y de Menorca a El Hierro dispuesto a combatir con el mismo encono a supervillanos al uso como Finis Terrae, mercenarios sin escrúpulos como Rabo de Lagartija o criminales comunes, tal los que a diario sorprende en la calles de la capital. Por igual en los páramos de Castilla que en las playas de Alicante, apoyando a veces a La Meiga o Raudo, toda la Península - jaleó la prensa su batalla contra el héroe luso Hidalgo, que acabo aliándolos a ambos para detener al megalomaniaco Viriato - es su campo de acción. Para bien o para mal.

Su presencia, como todo en esta nuestra querida y vieja España, trae consigo filias y fobias, de carácter político, social y hasta filosófico. Para empezar molesta a muchos su mismo nombre, que lo emplaza, en realidad, como El Águila II, heredero del original, miembro de los en parte denostados Valedores. No son pocos quienes lo han acusado de franquista y "centralista" - calificativos que lo hicieron reír la entrevista que concedió a Lorenzo Milá hace unos meses para TVE -, pero su simbología es ambigua, pues si bien mantiene el nombre de su antecesor ha cambiado el traje, de unos colores que recuerdan vagamente a la bandera republicana, pero sustituyendo el águila bicéfala por una real.

Por otro lado no es un justiciero que se empeñe en ser excesivamente efectivo, aunque juegue a su favor frente a Justicier que no es excesivamente violento y pocas veces ha herido realmente a alguien. Suele dejar escapar a criminales de poca monta tras impedirles cometer sus delitos, dejándose llevar por un ánimo circense al marcarlos con una enorme "A" en sus ropas, siendo escasas las ocasiones en las que a entregado directamente un villano a la policía - nacional, local o autonómica - o a la SEDA, sintiendo una cierta predilección por la Guardia Civil que también le ha granjeado alguna enemistad. También están los puntos oscuros de su labor, como las elucubraciones sobre su identidad - se llegó a hablar en su momento del actor Jorge Sanz, pese a la evidencia de su escasa estatura y su falta de forma física - o su supuesta condición de mutante, que ni afirma ni desmiente, o, finalmente, el misterio de la desaparición de su breve compañera, Mandrágora, y del villano Quebrantahuesos. Hablar de los ocasionales cruces de declaraciones entre partidarios y detractores, de los que se ha mantenido prudentemente al margen, así como de inmiscuirse en problemas políticos, parece superfluo, ya que nos encontramos con una discusión así en cada bar de cada esquina, acompañada de comentarios sobre la selección nacional de fútbol.

Este humilde investigador no se atreve a censurar la labor del superhéroe español por excelencia, menos censurable que las exaltaciones patrioteras de otras naciones y que resulta en su actitud pública ciertamente simpático y muchas veces ejemplar, pero mientras algunas respuestas sigan sin ser respondidas y algunos misterios continúen sin resolver, cuando visite Madrid no dejaré de sentir una mezcla de malsana satisfacción e inquietud al ver pasar bajo mis pies la sombra sobre la Gran Vía.

[Silvestre Paradox es Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Salamanca y Diplomado en Biotecnología y Dinámica Ahumana en la Universidad de Valencia. Es autor de ensayos y libros de investigación y divulgación tales como Breve historia de los superhéroes españoles, Introducción a la teoría de los superpoderes y Superpoderes y super-poderes: El imperialismo estadounidense y la proliferación de los ahumanos, publicados todos en la editorial Quintiliano.]

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1.- Como la del NO8DO, digamos un ocho alargado.

2.- Y sobre todo de Ciudadano V, pero no me atrevía a hacer en el mismo texto una referencia post-onslaught. Esta innovación en la parafernalia de El Águila es parte de la idea para cambiar la imagen del personaje que propuso Ultron en el brainstorm original que acabaría dando lugar a esta serie, y como tal la acredito, porque realmente era una muy buena idea.

3.- Se encontraron en la primera y hasta el momento única aventura de El Águila en solitario, aparecida en Marvel Comics Presents#94. El Conquistador fue creado por el talento sin par de Scott Lobdell.

4.- No es una coña mía, salía así en el número, tal y como lo dibujaba Larry Alexander, tipo cuya existencia no conocería de no ser por ello.

5.- Sí, es un skrull, vosotros los conocéis, pero El Águila no.

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LA ESTAFETA

Bienvenidos, lectores, a éste rincón de libros y de flores, donde esperamos que la fortuna, si no puede sernos favorable, al menos no nos sea importuna.

Si a una explicación que debe se hecha en torno a esta serie y la larga historia de su proyecto, y es una explicación que como guionista de la serie que soy voy a hacer, porque como tal os la debo, esa explicación, que os voy a dar, se refiere a como mucha gente ha participado, directa o indirectamente, en su conformación. Sobre todo y principalmente de Ramón, otrora mi coguionista acreditado al frente de la misma, desaparecido sospecho que aplastado por el mismo piano que acabó con las carreras de Raker, Javi Opio, Jesús Quintana y tantos otros.

Hay muchos conceptos, por tanto, que he desarrollado a partir de ideas de otros, apropiándomelos por toda la cara, y otros que prácticamente he dejado tal cual los idearon sus creadores, sobre todo de Ramón, con el que tuve largas charlas por el Messenger antes de darle forma final a la serie. cosa que nunca llegamos a hacer. Al final la he sacado en solitario, porque me apetecía y porque me ha servido para salir del bloqueo, pero, sea por mala conciencia o sea para demostrar el pluralismo y buen talante de esta nuestra serie, no he puedo dejar de reconocerles su ayuda a los que han aportado algo.

Por ejemplo, hay queda el deslizador que Ultron otorgó a nuestro héroe y que me encanta. Si me da permiso creo que publicaré en un próximo correo su remodelación del personaje entera, que tenía, desde mi punto de vista, una pega enorme: le quitaba la espada, elemento del personaje que para mí es definitorio y que, como - espero - iréis viendo - los cuatro o cinco que estéis leyendo esto, quiero decir - voy a explotar hasta la saciedad. A lo mejor creamos algo de debate. Vete a saber. Yo que soy un iluso. De Ramón, tal cual, está el personaje del Ingeniero presentado hoy, y también el concepto de la SEDA, que he trastocado un poco y que ya se irá desarrollando. Incluso tenemos un personaje que en éste número apenas aparece insinuado, Justicier, y que está muy remotamente basado en un boceto de personaje creado por Zemo y al que ha bautizado Narutaki (al que agradeceré que no revele la otra mitad del nombre que sugirió, ya que voy a darle uso). Muérete de envidia, ZP, y sin admitirles prebendas ni financiación por separado.

Dado que el número ha quedado al final bastante largo - y he recortado bastante la primera versión que escribí - voy a ir terminando. Creo que ya de paso a lo mejor convierto el correo de esta serie en mi weblog particular. Claro que no lo leerá nadie. Bueno, como si eso me hubiera detenido alguna vez.

Hispánicos saludos

Jose Cano, el Advenedizo

 
 
   
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