BLADE CAZAVAMPIROS VOL. 2 #4
Guión:
Borja Suárez
Dibujos: RVG (Ravi Kamble Govind)
Fernando Ortega Castro
Beni Olea
Roberto García Lombraña
Yesenia Acosta Ramírez
Lo importante ya había sido dicho: eran muchos; demasiados. Así que cuando
la bandada de más de sesenta vampiros cubrió la luna borrando toda mínima
visibilidad de la oscura cara de la noche, Brian dejó de esperar respuesta a
su pregunta.
Y Blade, por toda respuesta, sacó dos cuchillos de su bandolera. Nuevamente,
no hacía falta decir más. Brian imitó el gesto. Hicieron amago de avanzar un
poco más en dirección al pueblo, pero la bandada de murciélagos perdió
altura rápidamente y comenzó a volar en círculos bajos alrededor de los dos
caza-vampiros.
Instintivamente, Blade y Brian se pusieron espalda contra espalda.
Sabían que no había salida alguna. Sabían que iban a morir.
Sabían que venderían cara su vida.
Eran demasiados...
Recordad mis instrucciones, o sufriréis cara la insubordinación- resonó la
voz dentro de la cabeza de cada uno de los seres alados-.
-Aprovecha los cubiertos de plata. Las heridas que les hagas con ello serán
más graves que con las de los puñales de madera- susurró Blade al tiempo que
la dantesca transformación comenzaba-.
Los vampiros deceleraron su vuelo circular y uno a uno se fueron posando
sobre la tierra. Las alas correosas de membrana se fundían y menguaban en
brazos esqueléticos y pálidos, la piel cubierta de pelo se tornaba en carne
putrefacta y verdosa, los morros arrugados y babeantes se achataban en bocas
con muecas de la más primigenia maldad y corrupción. Pero los colmillos
persistían, tan afilados como siempre, y aquél brillo paradójicamente oscuro
en sus pequeños ojos de mirada mesmerizante.
-No les mires a los ojos. Atento a sus manos.
Espalda contra espalda giraron en redondo para contemplar el escenario en
que se encontraban. Todos los murciélagos habían ya aterrizado y tomado su
forma humana, no por ello menos horrorosos recortándose contra el blanco de
la nieve.
Recordad mis instrucciones...
Y la cacería del hombre comenzó.
En el enorme caserón, ahora aparentemente vacío y en calma, una figura
reposaba sobre un trono labrado directamente en la piedra. Su rostro
cubierto por el velo de la noche, su cuerpo iluminado por una aura de
maldad. En quietud total. Sin hacer ningún movimiento. Toda concentración
reposando en el control mental de sus súbditos y en la dificultosa actividad
de "ver", mediante una capacidad extrasensorial negada a los vivos, a través
de sus ojos con el fin de contemplar el desarrollo de la escena.
-Es hora de que asumas tu herencia.
Disuadidos por el crucifijo que colgaba del cuello de Brian, el ataque
comenzó por el flanco de Blade. Se aproximaron cautelosamente, vigilando con
sus diminutas pupilas las afiladas maderas que bailaban ente los dedos del
caza vampiros adulto, y fueron cerrando cada vez más estrechamente una media
luna que incluía una ruptura defensiva de los costados del otro cazador. Uno
de ellos se lanzó contra el brazo izquierdo de Brian, pero la víctima
contraatacó con uno de los tenedores, y el vampiro retrocedió dando un
alarido, la carne de su brazo desgarrada por las púas no afiladas del
instrumento.
El líquido verde le resbalaba miembro abajo, tiñendo los jirones de piel
que le colgaban. Otro de ellos atacó por la derecha, recibiendo dos
cuchilladas argentinas; una de ellas en la mano, obra de Brian, y la otra en
pleno cuello, tajado proveniente de Blade que había conseguido hundir el
cuchillo lo suficiente como para producir una herida mortal. El vampiro se
tambaleó, llevándose la mano sana al cuello y cayendo al suelo, aún
conservando su vida-muerta, pero incapaz de hacer nada más que reposar
inmóvil en la tierra de la que provenía y a la que debería volver. La pobre
estrategia duró varios minutos, con más heridas que bajas, pero entonces el
ataque vino de seis sitios a la vez. Cuatro de ellos se abalanzaron sobre
Blade, y los otros dos intentaron de nuevo el asalto lateral. Blade clavó
dos cuchillos en el corazón de dos de los vampiros, sacándolos a
continuación, reticente a quedarse sin arsenal innecesariamente ante la
legión que tenía en frente; pero antes de poder empuñarlos con fuerza
nuevamente los otros dos le sujetaron los brazos. Tal había sido la
sincronización de movimiento.
Le arrastraron hacia atrás, separándole de su compañero, e inmediatamente
otro grupo de ellos se unió a la contienda, agarrándole brazos, piernas,
manos, cuello y tronco.
Brian, viéndose atacado por dos lados a la vez y con la espalda al
descubierto, lanzó al aire cuchilladas ciegas en giros desenfrenados.
Algunas acertaron. Algunas no. Dio vueltas sobre sí mismo con la locura de
la desesperación. Por sus brazos corría la sangre de heridas abiertas por
las uñas de podredumbre que le atacaban. El preciado líquido escarlata
lubricaba sus miembros superiores, y después también su cara. Pequeños
cortecitos producidos por los golpes. Mejillas quemadas por los arañazos. Un
tajazo en el pecho que le hizo jirones la camiseta. Un mordisco en el brazo.
Dientes afilados que se clavaron rápidamente en sus músculos y que se
llevaron parte de la carne cuando la mandíbula aflojó su presa. Los
cubiertos le cayeron debido al temblor de las manos, y la sangre seguía
corriendo como un indomable riachuelo que pugna por crecer y extender los
límites de su lecho. Inmediatamente trató de sacar uno de los puñales del
cinturón de su pantalón, y apenas lo había conseguido se dio cuenta de que
los vampiros se alejaba lentamente, ahora que estaba a su merced. Pero nada
más lejos de la realidad. Sabiendo que el cazador se había convertido en
cazado, se dedicaban a jugar con él antes de dar la estocada final. Cuando
aquellos que estaban a sus lados se alejaron, uno salió por detrás y placó a
Brian por la espalda, haciéndolo caer al suelo. Los huesos de la espalda se
quejaron ante aquel castigo. La cara pegó contra la dura tierra, y la nariz
se rompió. La sangre manó de las dos fosas, cayendo hasta la boca.
Sobre la espalda, aún agarrado fuertemente, el vampiro arrastró el cuerpo
del chaval. Las piedras del suelo cortaron sus labios, removieron los huesos
rotos de la nariz y se mezclaron con la sangre, ahora una masa negruzca y
más espesa de la cuenta. El sufrimiento atravesaba cada fibra de su cuerpo.
Encogido de dolor, Brian observó cómo los vampiros volvían a acercarse para
recoger su parte del festín. Pero en ese instante un último empujón a ras de
suelo le abrió una amplia brecha en la frente, y la sangre cayó sobre sus
ojos cerrando el telón. Con la última reserva de adrenalina que le quedaba
en el cuerpo, fruto del indomable afán de supervivencia, consiguió darse la
vuelta y, ciegamente, acercar el crucifijo que llevaba colgado hasta la cara
de su agresor. Un sonido agudo, como de olla a presión, inundó sus oídos al
instante, seguido de un aullido. Se puso de pie a duras penas y pasó la mano
sucia de barro por los ojos, en un vano intento por aclarar su visión.
Teñida esta de rojo sólo pudo comprobar que había alcanzado al vampiro con
la cruz, quemándole la cara, mientras los otros retrocedían ahora que
empuñaba el símbolo con determinación y renovadas esperanza y energías.
Blade, mientras esto tomaba lugar, se revolvía con fuerza, tensando los
músculos de sus entrenados brazos para desasirse del cepo que constituían
aquellos miembros reforzados por la muerte y la vuelta a algo parecido a la
vida pero mucho más depravado. En la posición en la que le tenían
aprehendido tan sólo podía escuchar los gemidos que escapaban de la garganta
de su amigo, pero estos eran suficientes para darle una retrato claro de lo
que estaba ocurriendo. No hacían falta imágenes. Los gritos de terror en la
oscuridad son suficientes para dar forma y textura a las pesadillas.
La férrea presa que le apresaba el brazo izquierdo cedió momentáneamente, y
le dio oportunidad para, cargando todo su peso en el vampiro que le sujetaba
por el otro lado, levantar las piernas y clavar los puñales que tenía en las
botas en el costado del primero. Semi libre como estaba fue capaz de
desenfundar una nueva arma y atravesar el corazón del segundo. Contando a
los heridos como bajas en potencia, aún quedaban más de cincuenta en pie.
Blade corrió todo cuanto pudo hasta llegar al lado de Brian, y otra vez
espalda contra espalda, utilizando el crucifijo como un bastón de Moisés
abriendo camino entre las aguas, los vampiros se fueron apartando dejándoles
una senda estrecha por la que avanzar cuesta abajo. Los pocos que se
aventuraban a atacar por detrás eran rechazados por las cuchilladas certeras
de la némesis por antonomasia de los chupasangres, y pronto estos decidieron
retomar la asquerosa transformación corporal que les permitía deslizarse a
través del manto de la noche. Volando siempre cerca de ellos, caían en
picado cada pocos segundos intentando inflingir alguna nueva herida con sus
poderosas garras.
-¿Estás bien?- preguntó Blade mientras cortaba el aire por encima de su cabeza-.
-Sssssí- respondió Brian con un tono de voz quebrado, fruto de su fractura
en la nariz y del desfallecimiento que estaba a punto de apoderarse de su
nublada consciencia-.
-Puede que tengamos una oportunidad de alcanzar el pueblo. Recuerdo que al
llegar vi una vieja iglesia que parecía abandonada. Trataremos de entrar. Un
vez allí tendremos unos minutos para reponernos- concluyó, y en ese momento
se le antojó todo aquello muy diferente a sus habituales incursiones de caza
en Londres, saltando de tejado en tejado-.
Los vampiros seguían cayendo desde el cielo, arañando sus cabezas y sus
hombros cuando no eran los puñales los que arañaban su piel peluda. Cinco
minutos después, de forma casi milagrosa, Blade y Brian alcanzaron el portón
de madera de la casa de Dios y penetraron dentro de la relativa seguridad
que les brindaba. Brian, agotada ya su última fuerza, se desvaneció y cayó
al suelo pesadamente. Blade lo arrastró hasta el centro y le quitó la
camiseta para comprobar sus heridas. Rompiendo la tela con ayuda de los
cuchillos confeccionó unas cuentas vendas para detener la sangre que no
dejaba de fluir. Las heridas se infectarían, sin duda alguna, dada su
procedencia corrupta; y sobre todo el mordisco del brazo en dónde con toda
seguridad había entrado parte de la enzima de ichor que constituía el
líquido vital de los vampiros.
Hecho ya todo lo que podía, Blade se levantó y recorrió la iglesia en busca
de algo que les pudiese servir de ayuda. Viendo el enorme crucifijo que
reinaba sobre el altar cogió a Brian y lo depositó bajo él, para mayor
seguridad. El cristo crucificado tenía pintadas gotas de sangre en pies y
manos, además de dos cicatrices alargadas en los costados; pero nada
comparado al deshecho humano que era ahora Brian, y Blade chasqueó la lengua
ante esta compración.
No había vidrieras en las antiguas paredes, todas ellas de piedra, y fue
incapaz de dilucidar qué estarían haciendo fuera los antinaturales
murciélagos. Pero pronto comenzaron a oírse los arañazos contra la piedra y
los chillidos. Una cacofonía insoportable que crisparía los nervios del
hombre más templado. Golpes contra la puerta de madera, que crujía bajo la
fuerza de los mismos y temblaba hacia adelante y hacia atrás, combándose
peligrosamente. El infierno continuó otros quince minutos, durante los
cuales Blade no encontró más que unos candeleros altos y metálicos llenos de
telarañas. Sabía que la protección de que gozaban ahí dentro no sería
eterna. La iglesia había sido abandonada hacía mucho tiempo, de modo que
aunque se sintieran reticentes a entrar dentro por el significado religioso
que tanto los ahuyentaba, no tendrían problema en atravesar el umbral una
vez destruida la puerta. La presencia del dueño que les impedía entrar en
casas ajenas sería ya casi inapreciable.
Puso el dedo índice sobre la yugular de Brian y notó un débil pulso de vida.
Había perdido mucha sangre, y la herida del brazo, más que las otras,
parecía haber empeorado seriamente.
Los arañazos contra la lítica estructura, chirridos agudos como de uña
contra pizarra, no cesaron en la media hora siguiente, y Blade aún no sabía
que hacer. Le desconcertaba que tardasen tanto en decidirse a atacar. ¿Acaso
estaban esperando algo?
Los aullidos aumentaron, y unos pocos hocicos grises asomaron entre el
resquicio inferior de la puerta. Blade se sobresaltó. Se habían transformado
en lobos. Pocos eran los vampiros que, estando bajo las órdenes de otro, aún
conservaban el suficiente autocontrol como para lograr esto. Y si había unos
cuantos que eran capaces de tal hazaña, era posible que también controlasen
la transformación en niebla, a pesar de que esta era aún más compleja. Tal
vez ni siquiera les hiciese falta derribar la puerta para entrar, y a pesar
de ello permanecían fuera, jugando con su miedo y su desesperada situación,
tan sólo para alimentar su insaciable hambre de depravación.
Aullaban y chillaban, rasgaban el propio tejido del aire. Rugían y clavaban
los dientes en la madera. Golpeaban la puerta con sus patas y hocicos
produciendo sonidos sordos y espaciados que hacían resonar infinitos ecos en
el interior casi completamente vacío de la iglesia. Bum...Bum...Bum...Bum. Una y otra vez, creciendo en intensidad pero no en frecuencia. Como un
tambor que resuena en una jungla perdida en dónde tribus caníbales perdidas
en los anales de la historia preparan su festín al son de una tela tensa
confeccionada a partir de la tersa piel humana de víctimas anteriores.
Bum...Bum...Bum...Bum.
Estaban esperando algo.
Estaban esperando algo. Pero pronto entrarían. Había que poner a Brian a
salvo.
-Brian. Brian. ¿Me escuchas?
El cuerpo estaba inerte, sólo movido por la ligera ascensión de su pecho
a intervalos largos pero regulares.
-Brian, ¿puedes oírme?
Bum...Bum...Bum...Bum.
Subiéndose al altar alargó las manos hasta la cruz y tiró con fuerza. Los
clavos que la sujetaban cedieron, arrastrando consigo pedazos de la pared, y
entonces cayó pesadamente al suelo. Colocando los pies encima de ella, Blade
agarró al Cristo por las manos y los pies y volvió a ejercer fuerza. La
madera se astilló y el cuerpo fue separado de su calvario. Dejándolo a un
lado, levantó la cruz de dos metros y la puso en el altar, colocando a Brian
encima de ella con los brazos a cada lado del palo más corto. A continuación
cogió algunos de los cubiertos de plata y los colocó alrededor. Por último
se aseguró de que el pequeño crucifijo que colgaba de su cuello estuviese
bien visible, y lo más cerca posible de la vena carótida de su cuello. La
escena parecía sacada de un ritual satánico, pero Blade sabía que daría
resultado. Ningún vampiro se acercaría al cuerpo inconsciente de su amigo.
Una pena no disponer de agua bendita.
Un trueno explotó en la lejanía, rasgando el cielo.
El flash de luz que le precedió pareció colocarse por entre las mismísimas
rendijas que había entre piedra y piedra de la iglesia.
Otro rayo. Y un trueno que le siguió apenas un segundo después.
Aquella tormenta no era natural. Se acercaba demasiado rápido.
Tenía que tratarse de él; se dijo Blade. Había pasado bastante tiempo, pero
no podía imaginar a qué otro vampiro podía pertenecer tal poder.
El poder de controlar las tormentas a voluntad. El poder de desatar el
infierno en la superficie de la tierra. Un infierno no de fuego y tinieblas,
sino de agua y luces cegadoras.
El cielo estaba completamente cubierto por las anchas y grises nubes en
forma de cono achatado. Las estrellas habían dejado de adornar con sus
brillos tenues la piel del cielo lejano.
La luna había desaparecido por completo.
Y sin embargo los aullidos aumentaron. Los lobos levantaron el hocico y
entonaron su presagio de réquiem con vehemencia. Con un arrebato nacido de
la locura. Con furia. Con la asquerosa pasión de la perversión.
Aullaron hasta que los oídos de Blade parecieron estar a punto de estallar.
Y el resto de los vampiros miró también hacia arriba.
Los lobos continuaron con su aullido interminable.
Pero no había luna a la que aullar.
Lo que sí se podía distinguir, aunque apenas con ojos humanos, era una
enorme figura negra que se aproximaba en raudo vuelo hasta la puerta de la
iglesia.
Una figura envuelta en tejidos alargados y negros. Sueltos, ondeando al son
del viento nocturno.
La figura se posó en tierra, y levantó una mano.
Se hizo el silencio.
Blade abrió los ojos desorbitadamente, preguntándose qué estaba ocurriendo.
Preguntándose si era eso lo que estaban esperando, y qué era eso
exactamente.
De pronto el silencio se hizo. Incluso la tormenta calló y el viento paró en
seco.
Un silencio profundo. Como el que reina en los cementerios a la media noche.
Y sin previo aviso la puerta fue golpeada de nuevo.
Bum...Bum...Bum...Bum.
Retornó el silencio una vez más; y de nuevo los golpes sordos, esta vez más
fuertes.
Bum...Bum...Bum...Bum.
Bum...Bum...Bum...Bum.
Blade cruzó sus armas y apretó los dientes. Preparándose.
Y la puerta estalló en pedazos.
EL TUGURIO DEL SOHO LONDINENSE
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Poniendo en el asunto: el tugurio del Soho londinense.
Buenas a todos.