ALPHA FLIGHT #141
La noche de los muertos
Guión:
Rocket
Portada: Vic Montol
- ¿Dónde estoy?, ¿qué hago aquí?
La noche es oscura como pocas, ni la Luna ni las estrellas brillan en el
firmamento, tan solo la tenue luz de las farolas ilumina el callejón donde
me encuentro. Siento frío, tengo el vello erizado, al bajar la vista me doy
cuenta de que estoy completamente desnudo, ¿qué hago desnudo en la calle?
Algo nubla mi mente, me cuesta pensar, a cada paso que doy la sensación de
estar siendo observado se hace más y más fuerte. Miro hacia atrás y los veo;
decenas de ojos rojos brillan en la oscuridad tras de mí, acercándose. Corro
desesperadamente hacia la desembocadura del callejón.
Una amplia avenida se abre ante mí, me es familiar pero sigo sin distinguir
dónde estoy. Oigo pasos tras de mí y sigo corriendo, de pronto, me encuentro
con el ejército del Diablo en persona. Frente a mí, desfilando, centenares
de demonios de ojos rojos, reunidos en una macabra procesión me hacen
frente. Detrás de mí aparecen los demonios procedentes del callejón. Una
mirada furtiva a ambos lados me deja ver por fin algo conocido, la Basílica
de Notre-Dame, estoy en Montreal.
Corro hacía la basílica, esperando que estas abominaciones del Diablo me
dejen en paz en suelo santo, pero, no queriendo que escape su presa, se
abalanzan sobre mí. Les golpeo con los puños, intentando soltarme de sus
garras, corriendo todo lo que puedo, estoy exhausto, no puedo evitar que me
desgarren la carne allí donde ponen sus garras. Tras mucho esfuerzo,
moribundo, alcanzo la basílica y abro sus puertas dobles. El sacerdote sale
a mi encuentro, ese rostro lo he visto antes, pero no puedo situarlo en ese
momento. Finalmente me desplomo en sus brazos.
- Padre, necesito su ayuda, los demonios me persiguen, ¡no sé qué quieren de
mí!
- Tranquilo hijo, aquí no entrarán, ya han cumplido su cometido, en esta
noche de Halloween yo seré quien te dé muerte.
El sacerdote me agarra de la garganta con ambas manos y me levanta en vilo,
sintiendo como me falta el aire, tan solo puedo emitir un grito agónico...
- ¡Nooooooooooooooo!
- ¿¡Mac!?, ¿estás bien?, ¡despierta!
- ¿Qué?, yo... ¡oh, Heather!
Por un momento no sé donde estoy, tan solo que mi mujer está junto a mí.
Tendido en la cama, sobre un charco de sudor, con el corazón pareciendo
querer escapar de mi pecho y la garganta ardiendo, consigo incorporarme y
miro a mi mujer.
- Heather, siento despertarte, ha sido otra vez ese maldito sueño.
- Tranquilo, todavía no me había dormido, solo hace veinte minutos que nos
acostamos. ¿Sigues soñando con lo mismo?
- Sí, cada vez es más real el sueño, siempre se repite lo mismo, pero cada
vez es más fuerte la sensación de dolor y desesperación. - Me levanto, voy
al armario, cojo una camisa y pantalones y me voy vistiendo.
- ¿Se puede saber a dónde vas a estas horas?
- A tomar un poco el fresco.
- Cariño, tienes que dormir un poco, llevas más de una semana sin pegar ojo.
- ¿Y volver a soñar con lo mismo?, lo siento, pero no.
- Oh, está bien, pero prométeme que mañana irás a ver a los psicólogos del
Departamento H, no puedes seguir así.
- Está bien, mañana les veré. - Con la mano aun temblorosa cierro la puerta
tras de mí y salgo a dar una vuelta por la calle.
En momentos como este desearía dejar de soñar, aunque, con este cuerpo
cibernético y sin la capacidad de soñar, ¿qué me diferenciaría de un robot?
Llevo ocho días sin apenas dormir y los efectos de este insomnio auto
impuesto ya se van notando, mi vista está fatigada, mis reflejos mermados,
me cuesta pensar y concentrarme, pero lo peor son las alucinaciones. Detrás
de cada esquina siento ojos que me vigilan, por momentos veo demonios donde
solo hay transeúntes... pero no puedo dormir y revivir la pesadilla, quizá
mañana haya desaparecido... mañana es Halloween, quizá pasada esta fecha
todo termine.
Departamento Médico del Departamento H. 31 de Octubre.
- A decir verdad, señor Hudson, no hemos detectado ninguna alteración
psicológica que le pueda producir esas pesadillas. De todos modos, como
comprenderá, tampoco podemos estar seguros al cien por cien, ya que las
alteraciones físicas a las que le sometieron los "alienígenas" le hacen
estar por encima del ser humano y quizá también le repercutan
psicológicamente. Pero casi con toda seguridad esas pesadillas son causadas
por usted mismo.
- ¿Me está diciendo que me las estoy inventando?
- No, estoy diciendo que apenas ha dormido en muchos días, y se está
obsesionando con el tema. Seguramente sea eso lo que le pasa, intente pensar
en otra cosa, tómese unas vacaciones con su mujer...
- Bueno, ya que no tienen ninguna solución, ambos estamos perdiendo el
tiempo. Hasta la próxima.
Siempre he considerado que la psicología es una forma de charlatanería. Es
absurdo pensar que alguien va a solucionarte algún problema solo con tenerte
tumbado en una cama y hacerle que le cuentes tu vida, si no fuera porque
insistió Heather...
Tras un par de horas de vuelo a velocidad supersónica por fin llegamos a
nuestro destino, Montreal. Heather insistió en que la acompañara, una
oportunidad como otra cualquiera de volver a vestir mi traje de combate y
sentir el aire fresco golpeándome en la cara mientras atravieso las
almidonadas nubes en compañía de mi mujer. Sin embargo, ahora me siento
sumamente extraño, ha sido ver las torres gemelas de la Basílica de
Notre-Dame y mi corazón empezar a latir a mil por hora mientras destellos de
mis sueños inundan por momentos mi mente, causándome un vértigo como nunca
he sufrido; el estómago pelea por escapar de mi cuerpo y a duras penas puedo
mantener controladas las nauseas que me invaden. Tratando de ocultar mi
repentino estado, agarro la mano de Heather para facilitar mi aterrizaje y
lo hacemos al unísono.
- Sigo pensando que es una mala idea el acompañarte.
- ¿Por qué, Mac?, Jean Paul seguro que se alegra de que vengamos a verles a
él y a la pequeña Susan.
- Heather, sabes tan bien como yo que mi relación con Jean Paul no es
demasiado buena. Presentarnos así, sin avisar, puede ser algo violento...
- Venga, no te preocupes, además, te vendrá bien algo de compañía,
últimamente lo estás pasando muy mal y seguro que una buena conversación te
ayuda a relajarte.
- Está bien, vale, llama a ver si está y no tenemos que darnos la vuelta.
A los pocos segundos de que Heather llame a la puerta, se oye el rápido
correteo de alguien y unas risas infantiles mientras una vocecilla dice - ¡A
que llego antes que tú, Jean Paul! -.
- Ja, ja, ja, me ganaste Susie, estás hecha toda una corredora. - La puerta
se abre y aparece un sonriente Jean Paul con una niña, Susan supongo,
agarrada a su pierna.
- Hola Heather... - su sonrisa se difumina de la cara al verme - y compañía.
- Hola Jean Paul, Mac y yo estábamos aburridos en casa y pensamos en venir a
veros a Susan y a ti.
- Veo que venís vestidos de combate. Seguro que ha sido idea tuya, ¿verdad
Hudson?, ¿siempre que vas de visita vistes así o es que tienes miedo de que
te vaya a hacer algo?
Ya estaba empezando a provocarme como de costumbre, tendría que haberme
quedado en casa, aun estaba a tiempo de irme, sino fuera por Heather...
- No, Jean Paul, lo que pasa es que "los seres humanos" no podemos volar sin
ayudas externas, ¿sabes?
- Venga, chicos, dejad el tema.
- Tienes razón Heather, venga, entrad.
- Hola, tía Heather.
- Hola Susie, ¿cómo estás?, ¿y Rocky?
- Está durmiendo, es un dormilón.
Aunque Heather ya la conocía, era la primera vez que yo veía a Susan.
Ciertamente era una niña muy rica y me alegraba de que se la viera tan feliz
viviendo con alguien como Jean Paul. Heather me contó la infancia que tuvo
la niña con un padre drogadicto y, aunque Jean Paul quizá no fuera la
familia que se merecía la niña, al menos, se la veía contenta.
- Sentaos en el salón, ahora vengo, tengo la cafetera encendida, ¿queréis un
café?
- Sí, gracias, un café con leche.
- Vale, Heather, ¿y tú James?
- Ponme un café solo si no es molestia.
- Claro que no, mon ami.
Al cabo de unos minutos sale Jean Paul con una bandeja portando las tazas y,
cuidadosamente, las va colocando en la mesa, frente a nosotros.
- Tu café con leche, Heather, tu café solo James, mi café bien cargadito y
aquí tienes tu Cola Cao Susan.
- Bieeeen, Cola Cao fresquito.
- Ja, ja, ja, ja, ¡qué rica es!, ¿verdad Mac?
- Sí, cariño.
A Heather la veía plenamente feliz al lado de aquella niña, parecía que
estuvieran las dos solas, jugueteando y haciéndole gracias para que se
riera. Seguro que le recordaba a Heather su infancia con sus hermanos
pequeños.
- Mac, a ver si nos animamos y tenemos un... esto...
Aunque enmudeció a mitad de frase, sabía muy bien a qué se refería. Llevaba
mucho tiempo deseando tener un hijo, pero desde los cambios físicos que
sufrí, haciéndome más parecido a una máquina que a un hombre, sería un
riesgo demasiado grande intentar concebir una vida nueva sin saber a ciencia
cierta en qué podría afectarle al niño. Quizá fuera normal, o tuviera
fantásticos poderes innatos como Jean Paul, pero mis temores radicaban en
que surgiera una abominación.
Aunque lo intentara ocultar, el brillo de sus ojos delataba sus esfuerzos
por contener las lágrimas. ¿Qué derecho tengo a seguir con la mujer que amo
si no puedo darle lo que ella más quiere?, ¿no sería mejor romper nuestra
relación, aunque me rompiera el corazón, para que pudiera encontrar a
alguien normal que la hiciera feliz?
- ¿Qué me dices Mac, podrías hacer algo?
- ¿Qué?, perdona, estaba distraído y no te he oído.
Perdido en mis pensamientos no me había dado cuenta de la conversación que
mantenían Heather y Jean Paul.
- Nos estaba diciendo Jean Paul que le están poniendo muchas trabas para
adoptar a Susie y le he comentado que, ya que tienes ciertos contactos en el
Gobierno, quizá podrías hacer algo para arreglarlo.
- Quizá si se tratara de una persona "normal", pero si les digo que es un
terrorista confeso se echarán a reír en mi cara.
- ¡Mac!, perdona Jean Paul...
- Prefiero que me llames independentista, y mis actos delictivos son cosa
del pasado. De todos modos, viniendo de un lameculos del Gobierno como él no
me ofende.
Una fuerte sensación de ojos escrutándome me hizo desviar mi atención a la
cocina. Allí, cobijados en la oscuridad, unos ojos rasgados amarillentos me
vigilaban. Poco a poco se fue acercando aquella criatura, haciéndose cada
vez más grandes aquellos diabólicos ojos. Lentamente, sin apartar los ojos
de mi, aparece en el salón una criatura cuadrúpeda del tamaño de un mastín.
De apariencia felina, un pelaje suave y negro, sus patas están rematadas en
afiladas garras y unos largos colmillos teñidos de sangre sobresalen de un
hocico parecido a una pantera con rasgos demoníacos.
La criatura salta encima de la mesa, no sé como con semejante tamaño no
derrama ninguna de las tazas y mucho menos como ni Jean Paul ni Heather
reaccionan ante ella, sino que tan solo me miran algo sorprendidos.
- ¡Apartaos!, ¿es que no lo veis?
- ¿Ver el qué, Mac?
Definitivamente algo les pasaba, de un salto me pongo en pie, tirando la
silla al suelo y me encaro con la criatura que me ruge desafiantemente. Sin
dudarlo un momento, descargo un puñetazo con todas mis fuerzas en el rostro
de la criatura. Mis refuerzos biónicos se manifiestan haciendo que vuele la
criatura y se estrelle contra la pared emitiendo un agudo maullido.
¿Maullido?, parpadeo y la criatura ya no está, se ha transformado en un gato
que huye precipitadamente, con el rostro lleno de su propia sangre, a los
brazos de Susan quien estalla en llantos.
- ¡Oooh, Rocky!, ¡tio Mac es malo!
- ¡Mac!, ¿estás loco?
- Heather, era un demonio, te lo juro, yo...
- Ven aquí Susan, cariño. James, haz el favor de abandonar mi casa y no
vuelvas a aparecer hasta que no aprendas a comportarte como las personas.
- Sí, ya nos vamos Jean Paul. Lo siento mucho, Mac lleva muchos días sin
dormir y está empezando a tener alucinaciones, ¡oh, cuanto lo siento!
- Ya hablaremos, Heather, y harías bien en alejarte de este lunático.
Muerto de vergüenza y rabia, salgo de la casa junto a mi mujer que me mira
con los ojos llenos de lágrimas y roja de la ira.
- ¿Pero qué te pasa?, ¿te has vuelto loco?
- Lo siento, cariño, tuve otra alucinación, el gato me pareció una criatura
demoníaca...
- Mac, ¿te das cuenta de que si en lugar de darle un puñetazo hubieras usado
los repulsares del traje habrías matado al gato?
- Yo..., lo siento..., bueno..., solo era un gato...
- ¡¿Solo era un gato?!, ¿y si en vez de tener alucinaciones con el gato las
hubieras tenido con Susie que hubiera pasado?
- Venga, ¡vale ya!, ¿vale?, ¡déjame en paz!
- ¡Dejado estás!
Heather echa a volar, podría ir detrás de ella, pero será mejor dejarla
sola. Me he portado como un auténtico imbécil, además de dañar al gato la
grité y no creo que me perdone tan pronto...
Entro en casa, está en silencio. Hay una nota pegada en la nevera. Es de
Heather, se ha ido a pasar unos días en casa de sus padres. Aunque parezca
algo cobarde, prefiero que no esté aquí para no tener que enfrentarme a
ella.
No puedo seguir así, tengo que dormir, cueste lo que cueste. Me preparo unas
rebanadas de pan de molde con mantequilla de cacahuete y me echo a la cama.
No sé bien cuantas horas llevo dando vueltas en la cama hasta que me duermo.
Otra vez se repite la misma pesadilla de siempre y despierto empapado en
sudor. Esta vez la pesadilla ha sido mucho más real de lo acostumbrado, no
puedo seguir evadiendo mi problema, tengo que ir en busca de la causa, tengo
que ir esta noche de Halloween a Montreal.
Aterrizo con suavidad en Montreal. Oculto en un callejón oscuro, de la
mochila que llevo a la espalda, saco una gabardina, me la pongo para no
llamar la atención con mi traje de combate y tiro la mochila a un lado.
Desde aquí puedo escuchar la música y el alboroto reinante. Salgo del
callejón y llego a una amplia avenida donde están haciendo el desfile de
Halloween de Montreal, el mayor de estas características de Canadá. Las
aceras de la avenida están a rebosar de gente disfrazada, inofensivos
demonios, brujas, zombies y otros seres similares gritan de alegría y bailan
mientras van pasando las caravanas. Aunque la fuerte música apaga su sonido,
si miras al cielo, particularmente oscuro esta noche, con la Luna y
estrellas desaparecidas, puedes ver las luces de los helicópteros de las
cadenas de televisión que están retransmitiendo el desfile a todo el país.
De repente, algo llama mi atención. En una de las caravanas hay un auténtico
demonio, no una persona disfrazada. Desnudo, su piel es de color rojo fuego,
ojos amarillentos y una cornamenta enroscada corona su cabeza. Me mira,
sonríe, agarra a un compañero de caravana del cuello y lo arroja al público
que se aparta sobresaltado.
Sabía que si hacía caso a mis sueños encontraría la fuente de mis pesares y
me podría enfrentar a ella. Con un movimiento seco me desprendo de la
gabardina y me lanzo con la velocidad que me confiere mi traje en vuelo
directo hacia él. Cuando caigo sobre él apenas opone resistencia, del golpe
cae al suelo y, allí, le propino puñetazos hasta que cesa su intento de
defensa, solo unas convulsiones nerviosas sacuden su cuerpo sin vida.
Creyendo haber acabado con mis problemas me vuelvo hacía el público para
encontrarme con un paisaje desolador. Todo era un engaño, no eran personas
quienes presenciaban el espectáculo, sino demonios, criaturas infernales que
no quitan los ojos de mí. Las caravanas están detenidas y sobre ellas
también se han transmutado las personas en diablos.
Abrumado por los enemigos que me rodean, alzo el vuelo y descargo, a tope de
potencia, los rayos electromagnéticos generados por mi traje sobre aquellas
criaturas. Al principio se quedan expectantes, viendo como van cayendo sus
congéneres, pero al poco empiezan a huir. Tengo que acabar con ellos, no
puedo permitir que escapen y sigan dañando a la gente inocente. Persigo a
grupos dispersos, ensañándome con ellos, disparando mis rayos, golpeando con
mis puños, hasta acabar con su malvada existencia, dejando salir toda la
rabia que llena mi ser por los sufrimientos que me han causado.
Mientras combato, unas luces provenientes del cielo no dejan de
deslumbrarme, hago un descanso en mi cacería y miro al cielo, buscando su
origen. Unos zumbidos ensordecedores desvelan unas aberraciones con forma de
luciérnagas que dirigen su luz hacia mí, mientras agitan sus mandíbulas en
seña de reto. Sus largas colas terminan en afilados aguijones que no tendrán
oportunidad de usar, pues me lanzo en ascenso vertical hacia la primera
criatura. Con la fuerza de la ascensión consigo atravesar su cuerpo, el
campo electromagnético de mi traje me protege de la colisión y la criatura
cae descontrolada, sin vida, al suelo donde arde en llamas, quizá
provenientes de su luz interna.
Una descarga electromagnética separa la cola de su cuerpo de la segunda
criatura voladora que se daba a la fuga. Mientras la cola cae prácticamente
a peso muerto al suelo, el torso va girando descontroladamente hasta que
estalla en llamas tras chocar contra el suelo.
- Ya has llegado demasiado lejos, mon ami.
Al girarme para identificar esa voz conocida, siento como si miles de puños
golpearan mi cara e, impulsado por la fuerza del golpe, caigo al suelo.
Sobre mí, todavía manteniéndose flotando en el aire, está mi adversario. Es
un Djinn, un genio malvado de la mitología árabe. De la cintura para arriba
se podría confundir con un hombre desnudo si no fuera por su larga y afilada
nariz, orejas puntiagudas, piel color arena del desierto y unos rasgados
ojos rojos llenos de un odio diabólico; de su cintura hacia abajo solo puedo
apreciar un torbellino de arena que gira sin fin, ocultando sus piernas, si
es que las tuviera.
Me incorporo del suelo y siento una mano que me agarra del hombro por la
espalda.
- Mac, estate quieto, ¿eh?
Me giro y ante mi veo un grupo variopinto de criaturas que me observa.
El que me agarraba del hombro es una especie de enano retorcido de larga
barba y cara de degenerado psicópata. Tras de él un gigantesco Troll de
color anaranjado sostiene en sus fornidos brazos un enorme árbol a modo de
garrote. Una sirena de piel color purpúreo susurra palabras
tranquilizadoras, acogedoras, invitándome a acercarme a ella para luego
devorarme con sus afilados colmillos. Finalmente, un súcubo, una demoníaca
mujer cargada de lujuria, cierra el extraño grupo, sus anaranjados cabellos
ondean al viento mientras se mantiene flotando grácilmente en el aire sobre
mí y, con una voz que me resulta familiar, intenta engatusarme sin duda para
acabar conmigo.
- Mac, tranquilo, ríndete y me aseguraré que no te hagan daño, por favor,
cariño...
Poco a poco siento que algo no concuerda. Las palabras del súcubo son
tranquilizadoras y creo que hay sinceridad y no engaño en ellas. Por
momentos se va despejando mi mente y empiezo a creer que esta reunión de
monstruos no son sino alguien a quien conozco, el rostro del súcubo se va
transformando en el de mi mujer, ¡es Heather!, y, de pronto, todo acaba con
un golpe en la base del cráneo.
Afortunadamente, el casco del traje de combate ha absorbido la mayor parte
del impacto, me incorporo a duras penas del suelo donde me vuelvo a
encontrar y veo de nuevo a los monstruos que tenía enfrente. Todo había sido
una treta para que el malvado Djinn me golpeara por la espalda, el súcubo
había adoptado el aspecto de mi mujer para seducirme. Ya lo veo todo muy
claro pese a la aparente disputa entre ellos.
- ¿Se puede saber qué has hecho Jean Paul?
- Es un asesino, Heather, no podemos hablar sin más con él, como si no
pasara nada.
Aprovecho la ocasión y me levanto mientras preparo mis proyectores
electromagnéticos a plena potencia, descargándolos sobre el Djinn que se da
la vuelta sorprendido instantes antes de que el impacto le lance contra un
edificio, destrozando el piso inferior por el golpe, y quedando sepultado
por los escombros.
En el instante de desconcierto producido por mi ataque me alzo al cielo para
tomar ventaja ante mis adversarios que, exceptuando al súcubo, no pueden
volar.
- Walter, vamos a enseñarle a Mac que todo lo que sube tiene que bajar.
Prepárate para hacer una "bola especial", ¿eh?
- Listo, Judd.
El troll agarra con su enorme manaza al enano que se mantiene hecho una
bola, con las rodillas pegadas al pecho y los brazos sujetando las piernas
en esa postura, y, girando toda la cintura para ejercer más fuerza, lo lanza
hacia mí. Pese a la velocidad a la que sale lanzado, el pobre diablillo no
tiene nada que hacer, y de una descarga electromagnética lo mando media
Montreal lejos de nosotros.
Sin el enano ya solo quedan tres adversarios y la sirena, a juzgar por sus
palabras, parece que es inútil a distancia.
- Heather, si se mantiene volando por encima, mis feromonas no podrán entrar
en contacto y no tengo nada que hacer, hay que derribarlo.
El súcubo finalmente se lanza al ataque sobre mi. Mientras el troll me lanza
coches para intentar derribarme, el súcubo proyecta una especie de rayos
que, a juzgar por la distorsión en mi campo de fuerza, tienen origen
electromagnético. Tras esquivar una andanada de descargas, proyecto un rayo
a toda potencia contra el troll para quitármelo de encima y poder centrarme
con un objetivo, pero cual es mi sorpresa al ver que solo lo atonta un poco.
Mis próximos movimientos consisten en hacer creer al súcubo que me tiene en
su poder, voy esquivando sus rayos, fingiendo que me cuesta hacerlo, hasta
quedarme en línea entre ella y el troll.
- Por favor Mac, no me hagas tener que hacer esto, ríndete, por favor,
cariño.
- No lograrás engatusarme con tus mentiras, sucia criatura.
El teatro del súcubo llega a tal extremo que, con lágrimas en sus ojos, me
lanza una descarga brutal. Puedo sentir la distorsión en mi campo de fuerza
a medida que se acerca el rayo, pero instantes antes de que golpee asciendo
a toda velocidad y dirijo una de mis descargas hacia el troll que, al
encontrarse tras de mi, recibe de lleno las dos descargas y cae fulminado al
suelo.
Ya solo me queda un contrincante, el súcubo. Nos miramos desafiantemente y,
sin mediar palabra, ambos lanzamos una descarga el uno contra el otro.
Nuestros rayos se encuentran y colisionan a mitad de camino; como si fueran
fuerzas gemelas ninguno es capaz de abrirse paso a través del otro, así
mantenemos las descargas durante unos minutos hasta que, viendo que estamos
en tablas, siento como empieza a fluir energía de mis circuitos
cibernéticos, almacenándose en mis puños y descargándose de improvisto a
través del traje, potenciando el rayo que lanzaba contra mi enemigo que,
finalmente, vence la oposición de la descarga que lo bloqueaba y golpea en
el súcubo, haciéndolo caer al suelo.
Mis enemigos más poderosos han caído, pero tengo que ir a la fuente de toda
esta maldad, tal y como aparecía en mis sueños, tengo que ir a la Basílica
de Notre-Dame.
Las torres gemelas de la Basílica de Notre-Dame, la que durante siglos fue
la iglesia más grande de toda Norte América, se alzan sobre mí, imponentes,
majestuosas. Me acerco a las grandes puertas dobles y, con una fina descarga
de energía, la cerradura cae rota a mis pies.
Al entrar siento el silencio que me rodea, parece que estuviera vacía y no
obstante allí está la fuente de todo mal. Lentamente, un sacerdote se
levanta de uno de los bancos y con una sonrisa se dirige hacia mí.
- Veo que por fin has venido, te he esperado cada noche, pero sabía que
vendrías precisamente ésta.
- ¿Quién eres?, ¿por qué me haces esto?
- Mírame bien a los ojos, ¿no me recuerdas?
Su rostro me es muy familiar, lo he visto antes, pero no lo sitúo... espera,
ya sé quien es. Siento cómo se va despejando mi cabeza, de pronto,
lentamente, las ropas del sacerdote van transformándose, el hábito deja su
lugar a un uniforme de guardia de seguridad y, en la cabeza del hombre,
aparece un extraño casco.
- ¡Sé quien eres!, Jim Jones, ¡Disruptor Mental!
Al reconocer a mi enemigo disparo una nueva descarga contra su casco,
desintegrándolo en el acto, para evitar que vuelva a usarlo para amplificar
sus poderes mentales.
- Sin tu casco amplificador, tus poderes mentales son como los de un niño.
- Sí, pero mis poderes ya han cumplido con su propósito.
- ¿A qué te refieres?
- Je, je, je, no te habrás creído que estabas matando demonios, ¿verdad?
- ¿Qué?, ¡Oh, no!
De pronto caigo en la cuenta. Todos aquellos demonios no eran más que
ilusiones causadas por Disruptor Mental, pero tenían una base real, no eran
demonios sino personas. Cojo a Disruptor Mental del cuello de la camisa y lo
aprisiono contra una pared mientras la ira va inundando todo mi ser.
- Sí, James, creo que se recordará por mucho tiempo la matanza de inocentes
que has hecho y, lo mejor de todo, ha sido retransmitida en directo por
televisión a todo el país, ¿o es que has confundido los helicópteros de la
tele con luciérnagas?, je, je, je. Mañana serás más famoso que Monica
Lewinsky, ja, ja, ja.
- Maldito bastardo, ¿por qué?, dime, ¿por qué me has hecho esto?
- Como sabrás, James querido, yo no era más que un ladrón del tres al
cuarto. Usaba mis poderes amplificados por el casco para causar ilusiones,
distrayendo así a los policías, y poder robar las joyerías y bancos
tranquilamente. Pero claro, el señor Hudson tenía que detenerme.
- Espera, ¿cómo sabes mi nombre?
- Bueno, eso es algo fácil para alguien que se mete en tu mente, ¿no crees?
- Como te decía, me he pasado cuatro años en la cárcel, cada día ha sido un
infierno insufrible. ¿Sabes qué es ser el hazmerreír día a día?, ¿que se
mofen de ti?, ¿que te llamen Supervillanín porque sin tu casco no eres más
que un enclenque?, ¿sabes qué es sufrir abusos sexuales constantemente?,
¿que se diviertan dándote palizas solo porque eres el más débil?
- Sabías muy bien a qué te exponías cuando hiciste tus crímenes.
- Sí, me arriesgaba a pasar unos años en la cárcel, pero claro, no es la
misma cárcel a las que van los que tienen dinero. Pensé en suicidarme mil
veces cada día, pero mil veces me detenía solo con un pensamiento, mi
venganza. Tú no sabes qué se siente allí, pero lo sabrás, ya lo creo que lo
sabrás, ja, ja, ja, no quieras imaginar lo que van a hacer con el icono de
la bandera que mandó a muchos de ellos o a sus familiares y amigos allí.
- Ah, pero lo peor para un "buenazo" como tú no será eso, sino recordar
todos los días los cientos de vidas que quitaste hoy, ¿verdad?
Mi sentimiento de rabia ya no puede ser contenido, agarro a aquel hombre del
cuello y empiezo a apretar presa de la ira.
- Cof, cof, ya sabes que has desintegrado mi casco, cof, tengo permiso de
trabajo aquí, cof, así que no podrás probar nada y volver a mandarme a la
cárcel.
- ¡Maldito cabrón!
Intento contenerme, pero mis manos obedecen más a mi corazón que a mi cabeza
y, poco a poco, se van cerrando en torno a su cuello.
- Cof, cof, cof, una última, cof, cosa, ponle unas flores de mi parte en la
tumba de tu, cof, querida Heather.
- ¡¿A Heather también la maté?!
Mi razón se colapsa, solo veo a Heather derribada por mi rayo, cayendo al
suelo, y mis manos terminan por aplastar el cuello de mi adversario. Un
crujido en el cuello y un golpe seco al golpear la cabeza contra la pared
delatan la muerte de aquel hombre.
- Dios, ¡otra muerte no!
Esa voz me da un vuelco al corazón, me doy la vuelta y allí está Heather,
con vida, acompañada de Puck, Sasquatch, Persuasión y Estrella del Norte.
Un sentimiento de alegría me inunda el corazón al verla viva, al tiempo que
la desesperación más total me invade al pensar en la masacre que había
cometido. Mientras me miran expectantes, me quito el traje de combate y lo
tiro a un lado, cayendo de rodillas al suelo, mientras lloro como un niño.
- Lo siento Mac, pero tendrás que pagar por tus crímenes.
Unas esposas se cierran en torno a mis manos y todo se vuelve negro.
FIN
CARTAS DESDE CANADA
Israel López Fernández (también conocido como Rocket)