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El espíritu de la verdad encarnado en arcilla, fue enviada al mundo de los hombres para llevar un mensaje de amor y progreso. Guerrera, princesa, amiga, amante... su valentía cambiará el mundo. Ella es... Wonder Woman.
 
Wonder Woman

Wonder Woman #180
La Divina Comedia III
Los salones del infierno

Guión: Tomás Sendarrubias y Jose Cano

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En los números anteriores: Tras su enfrentamiento con Darkseid, el alma de Diana ha descendido a lo más profundo del Infierno, donde Hades pretende convertirla en su esposa y donde ha descubierto que su madre, la reina Hipólita, regente del Elíseo, está reuniendo allí las almas de viejos aliados. Por otro lado, y siguiendo los dictados de Atenea, Troia, Zatanna, Steve Trevor, Etrigan y Zauriel han entrado en las Tierras del Hades para rescatar el alma de Diana, haciendo frente a grandes peligros. Ahora, el momento ha llegado, y Diana tiene que elegir...

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El Valle de los Lamentos.

-Hera...

Donna camina casi trastabillando entre las almas en pena de los atlantes muertos por el ataque de Imperiex, en las orillas del Leteo. Se mueven a su alrededor, con los rostros cenicientos, demacrados, y los ojos vacíos, caminando sin ver. Pasan junto a ella, junto a Zatanna, Etrigan y Steve... y entonces, ven a Zauriel. Su luz parece atraerles, como si fuera un consuelo para ellos en la oscuridad gris en que se mueven. El ángel extiende las alas, y reza, intentando darles consuelo, pero son muchos y poco a poco, el representante del Pax Dei parece ir quedando anegado por aquellas almas cuyo único destino era vagar por y para siempre, sin un objetivo ni un rumbo.

-Zauriel...-dice Zatanna, pero el ángel no parece escucharla. Sus ojos se clavan en aquellos que se acercan a él.

-La Tierra sin Rey...-susurran, en una letanía que parece interminable, mientras extienden sus manos hacia el ángel. Sus ojos se iluminan, como si bebieran la luz que emana de Zauriel, su consuelo. Una lágrima perfecta brota de uno de los ojos del ángel, rodando por su pómulo y cayendo hacia el suelo reseco.

-Zauriel, deja de hacer lo que sea que estés haciendo-repite con más fuerza Zatanna, y parece que el ángel sale en ese momento de su estupor, clavando sus ojos en la maga. Donna, Etrigan, Steve... la propia Zee han sido dispersados por el gentío que ha convocado la Luz del ángel, por los espectros de todos aquellos atlantes muertos. Él la mira, y su gesto se quiebra en un reflejo de dolor.

-Están vacíos-dice el ángel-. Y yo les puedo dar consuelo, Zatanna. Les puedo dar luz, les puedo dar fe.... Le puedo dar un sentido a su existencia. Puedo Iluminarlos.

-¿Qué hay de los pactos de los que habló Etrigan?-dice ella, tratando de acercarse a él y tomando finalmente al ángel de la mano-. ¿De los tratados de no intervención? Zauriel, sabemos que puedes hacer lo que estás haciendo, pero, ¿debes hacerlo?

El ángel la mira, y sonríe con tristeza.

-¿Y entonces, qué debo hacer? ¿Abandonarles a los oscuros designios a los que Hades les ha condenado?

-Sarbmos, soatrapa-dice Zatanna, y de inmediato, una suerte de viento gélido los rodea, a ella y al ángel, y los espectros de los atlantes se apartan de ellos, aunque sus ojos les indican que no tardarán mucho en volver a acercarse-. Esta situación me está poniendo enferma.

-La magia toma energía del entorno en el que se realiza el hechizo-responde Zauriel-. No hay nada bueno en el Hades, todo está marchado por la Sombra. Todo se reduce siempre a eso. A Sombras. A Luz y Oscuridad. A elegir entre uno y otro, entre deber y poder.

-Zauriel, venimos a buscar a Diana-afirma Zatanna, sujetando el rostro del ángel entre sus manos. Las sombras de los atlantes vuelven a acercarse al delegado del Pax Dei-. Ese es tu deber. Después... después haremos lo que podamos por toda esta gente.

El ángel cierra los ojos, y asiente en silencio. La luz que emana de él se va ensombreciendo, se va oscureciendo, y los atlantes reanudan sus lamentos.

-La tierra baldía, la tierra sin rey...

La luz se extingue del todo, y tras un momento de aturdimiento, las sombras de los atlantes vuelven a dispersarse, deambulando sin sentido por el Valle de los Lamentos.

-Busquemos a Diana-dice Zauriel, y Zatanna asiente, mientras, libres de la presión de los atlantes, Steve, Etrigan y Donna vuelven a acercarse a ellos-. Pero cuando la encontremos, prometo por el Trono del Anciano de los Días que iluminaré esté lugar, hasta que la Oscuridad quede cegada por la propia Luz. Y no habrá pactos, tratados ni leyes que puedan impedírmelo.

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Campos Elíseos.

-Y bien, Diana-dice Hades, sosteniendo la manzana ante el rostro de la princesa, que observa como sus amigos vuelven a reunirse junto a Zauriel en el Valle de los Lamentos-. Has visto lo que tu amigo ha estado a punto de hacer, lo que ha jurado hacer para Iluminar los senderos del Inframundo para las sombras de los atlantes. Te conozco y sé que no podrás hacer menos.

-Lord Hades, tal mezquindad es indigna incluso de vos-dice Hipólita, negando con la cabeza, y cogiendo la manzana de manos de su hija, lo que le gana una mirada sombría del señor del Infierno-. No podéis apelar a la compasión de mi hija para que acepte convertirse en vuestra esposa. Y desde luego, no la engañaréis como hicisteis con Perséfone para que quede atada a este reino-concluye Hipólita, aplastando la manzana entre sus manos, y dejando caer al suelo un montón de pulpa machacada.

-Reina Hipólita, aunque estemos en el Elíseo, os recuerdo que yo soy Hades el Rico y que vuestra pequeña parcela celestial forma parte de mis dominios. No me gustaría tener que recordároslo por las malas.

Nubes. Nubes grises de tormenta se ciernen repentinamente sobre los dorados campos del Elíseo. Incluso centellean en el horizonte, como iluminadas por crueles relámpagos, que se reflejan en los ojos de Hades-. Y aún tenemos que hablar del asunto de vuestra pequeña reunión de amigas... La presencia de Diane Trevor, Libby Lawrence y Joan Garrick aquí pone en peligro el status quo de decenas de reinos infernales y celestiales.

-Los pactos de los que hablaban Zatanna y Zauriel-interviene Diana, cogiendo del cesto de la fruta un racimo de uvas doradas. Arranca una y la observa con detenimiento, como valorando la posibilidad de comérsela-. Quiero saber de qué hablaban.

-Existen leyes, Diana-dice Hades, apartándose el flequillo oscuro de los ojos-. Complejos tratados entre los reinos celestiales y los dominios infernales. Pactos tan sagrados que su ruptura podría hacer que los reinos se desmoronasen los unos sobre los otros. Y lo que Zauriel estaba dispuesto a hacer hubiera roto tantos pactos que los mundos de los vivos y los muertos podrían haberse partido por la mitad. Cada uno de los dominios celestiales e infernales son... autónomos, por así decirlos. No se permiten injerencias del resto de los dominios en los asuntos internos de cada uno de ellos. Yo no puedo decirle a Hela como debe hacer las cosas, no puedo entrar en Mictlan para llevarme a su gente... ni puedo recoger las vidas de aquellos que no han creído en mí. No puedo retener las almas de aquellos que veneraban en vida al Dios Carpintero...

-Madre... ¿Qué has hecho?-masculla Diana, mirando a Hipólita, que, por un momento, turbada, baja los ojos-. Zauriel y Etrigan...

-Son observadores, su presencia es tolerada. Incluso aunque ayuden a tus amigos, respetan el equilibrio. Mientras no afecten a los que residen en mis dominios...

Diana contempla el espejo, y luego a su madre, que sostiene en brazos al pequeño Arthur Curry, el hijo asesinado de Aquaman y Mera, flanqueada por Liberty Belle, Diane Trevor y Joan Garrick. Y luego, se vuelve hacia Hades, dejando el racimo de uvas de nuevo en el cesto.

-Muy bien, lord Hades. Hagamos lo que debemos hacer. Pero enviad a buscar a mis amigos. Si voy a casarme, quiero tener a mi gente conmigo.

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-¡Diana!-exclama Donna, cuando finalmente, los enviados de Lord Hades abren las puertas de las estancias destinadas a Diana en los palacios del Elíseo. Las dos princesas amazonas se funden en un abrazo, bajo la atenta mirada de Hipólita, que observa una serie de telas mostradas por sirvientas del señor de los Muertos, entre las que Diana debía decidir para su vestido de novia.

-Atenea te bendiga-susurra Diana, apartándose de Donna, y sonriendo a Zatanna, Trevor, Zauriel y Etrigan, que entran tras Troia, que se dirige entonces a su antigua reina.

-Majestad...-dice Donna, e Hipólita sonríe, atrayendo a Troia hacia sus brazos.

-Cuanto me alegra poder volver a veros a las dos juntas una vez más-sonríe Hipólita-. Zatanna, Steve Trevor, Zauriel y Etrigan, en nombre de Lord Hades el Rico, Señor del Inframundo, os doy la bienvenida. Tenéis la hospitalidad de Lord Hades, a pesar de que vuestra entrada a sus dominios haya estado... fuera de lugar, por ser suaves al decirlo.

-La hospitalidad del Infierno es bienvenida, señora-responde Etrigan, con una elaborada reverencia-. Sobre todo porque veo que estaremos aquí más de una hora. Y si los ojos no me engañan, festejos preveo, una fiesta y un enlace en las próximas horas veo...

-Diana-dice Zauriel, con el ceño fruncido, acercándose a la Amazona-. ¿Es cierto lo que dice el Rimador y lo que murmuran las almas? ¿Has decidido aceptar las propuestas de Lord Hades?

-Hay tantas cosas que arreglar aquí abajo...-murmura Diana, mirando por una de las ventanas, apoyándose en la balaustrada, en dirección al Valle de los Lamentos-. Habéis atravesado el Valle, habéis visto las almas de los desamparados...

-Veo que Hades se ha asegurado de que tus habitaciones tengan ventanas a ese lugar, para que no lo olvides-dice Steve, y con el ceño fruncido, se vuelve hacia Hipólita-. ¿O la elección de este lugar no ha sido realizada por lord Hades, majestad?

-Capitán Trevor, ¿está insinuando algo?-dice Hipólita, repentinamente gélida, mientras despacha con un gesto a las sirvientas, que se alejan llevándose las telas, al tiempo que un joven castrado, con los pezones atravesados por agujas de oro unidas entre sí por una cadena del mismo metal, escancia para ella una copa de vino claro. Trevor se encoge de hombros y mira a la reina, pero antes de que pueda hablar, escucha una voz que viene de detrás de unas cortinas.

-¿Steve?

Steve se gira hacia las cortinas de grueso terciopelo, y se queda pálido cuando aparece Diane Trevor... su madre. Tras ella, se encuentran el resto de las acogidas de Hipólita, y Donna observa atónita a Libby y Joan. Pero es Zauriel en primero en reaccionar.

-¡Ellas no deberían estar aquí!-grita el ángel, y la espada de fuego aparece en su mano. Steve, que avanzaba hacia su madre, se detiene en seco cuando las alas del enviado del Pax Dei se abren, y su voz parece retumbar por todo el Hades-. En nombre del Anciano de los Días, ¡el alma de estas mujeres pertenece a la Ciudad de Plata!

-¡Basta!-exclama Diana, interponiéndose entre Zauriel y las mujeres-. ¿Después de lo que has hecho en el Valle de los Lamentos estás en condiciones de recriminar nada a nadie? ¿Después de lo que estabas dispuesto a hacer? Me han hablado de los pactos que gobiernan las relaciones entre los Reinos de los Muertos, Zauriel, y tú estabas dispuesto a romperlos todos de un plumazo para evitar el sentimiento de culpa que te corroía.

-¿Qué?-exclama Zauriel, encarándose con Diana-. Fue un acto de compasión...

-Orgullo, Zauriel-replica Diana-. He sido muchas cosas, entre ellas el Espíritu de la Verdad, y sé lo que vi. Zauriel el Liberador. Zauriel el Iluminador. Zauriel el Guerrero. Zauriel de la Llama, aquel que trajo la paz a los Campos de Hades. Aquel que rompió la Oscuridad del Tártaro y la inundó de Luz. He visto lo que he visto, Zauriel. Y he visto lo que es.

El ángel la observa con el ceño fruncido y la mandíbula tensa, pero unos instantes después, la espada desaparece, y sus alas se repliegan, bajando la mirada. Etrigan, en el fondo de la sala, ríe.

-Mi madre ha actuado de forma errada-afirma Diana-. Ha puesto en peligro muchas cosas... pero muchas más se tambalearán si cada uno de nosotros no cumplimos el papel para el que se nos ha llamado.

-Vuelve con nosotros, Diana-dice Donna, pero Wonder Woman niega con la cabeza.

-Hay cosas que hacer aquí-responde, mientras finalmente, Steve avanza y abraza a su madre.

-Chico, sirve vino para todos-ordena Hipólita.

-No he terminado, majestad-dice Steve, sin soltar a Diane, pero con los ojos clavados en la reina-. Cuando Atenea convocó a Donna y fuimos llamados, todos teníamos un papel que cumplir en esta misión. Zauriel nos trajo hasta el Hades, y fue puesto a prueba en el Valle de los Lamentos. Zatanna venció al primer guardián, y se superó a sí misma, venciendo sus sentimientos, sus lazos emocionales con el pasado. Donna tuvo que volver a hacer frente a su pesadilla personal, a los Titanes del Mito, obsesionados con ella, y nos permitió cruzar el Tártaro. Y durante todo este camino, yo me preguntaba por qué estaba aquí. Pero ahora lo tengo claro. Por esto.

-No entiendo a qué se refiere, Capitán-le interrumpe Hipólita, y Diane da un tirón al brazo de su hijo, pero este se aparta de ella y señala la ventana.

-Alguien tenía que mostrar la verdad a la diosa de la verdad-gruñe Steve, señalando hacia la ventana que se abre hacia el Valle de los Lamentos-. ¿Quién ha propuesto este matrimonio, Diana? ¿Quién gobierna el Elíseo? ¿Quién ha dispuesto que esta habitación te permita ver en todo momento la injustica que es el Valle de los Lamentos? ¿Quién ha dispuesto que encontraras allí al pequeño Arthur? ¿Quién ha traído aquí las almas de personas que... que Dios me perdone, madre, pero qué deberían estar en otro sitio? Cielo o infierno, pero no en este lugar. ¿Ha sido lord Hades, Diana? ¿O ha sido tu madre?

-Mortal, te estás excediendo-gruñe Hipólita, y la copa de cristal se quiebra en su mano, cayendo el vino al suelo, manchando las delicadas alfombras-. Tengo poder suficiente para que te arrastren al Tártaro, donde serías enterrado y cubierto de melaza para ser devorado por hormigas del tamaño de escarabajos... día tras día tras día...

-Madre, no amenaces a mis amigos-interviene Diana, y todos se giran hacia ella-. Steve tiene razón en cada una de las cosas que ha dicho. ¿Por qué me has traído al Hades?

Hipólita guarda silencio, y mira hacia sus acompañantes. Con gesto decidido, tiende su mano hacia Donna, que tarda unos instantes en entender lo que la antigua reina le pide. Cuando lo hace, deshace los nudos que sujetan el Lazo de la Verdad a sus brazos, y le tiende los fragmentos a Hipólita, que los sujeta con fuerza en la mano. Cierra los ojos, y el lazo brilla, suavemente.

-Lo hice porque te añoraba, Diana-dice Hipólita, con los ojos llenos de lágrimas-. Lo hice porque no concebía pasar la eternidad sin ti. Pero lo que has visto es lo que hay. Las almas errantes vagabundean en las orillas del Leteo, sin saber qué o quiénes son. Los atlantes están allí, añorando su reino sin rey. Y traje a Diane, Libby y Joan por el mismo motivo, porque me ayudarían a tenerte aquí. Porque juntas, podremos cambiar el Hades. Por eso quise que pudieras ver en todo momento el Valle, para que no olvidaras. Y esta es la verdad. Ten, Diana. Esto es tuyo.

Hipólita reúne en sus manos los fragmentos del Lazo de la Verdad, y los entrega a Diana. En cuanto Wonder Woman los tiene en sus manos, este centellea. Pero sigue roto. Y sin embargo, Diana sonríe.

-No perdamos el tiempo. Tenemos que preparar una boda.

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La noche es suave en el Elíseo, y la reina Hipólita había tenido la gentileza de asignar a Donna unas habitaciones desde cuyas ventanas no se veía el Valle de los Lamentos, sino los inmensos y perfumados campos del Elíseo. Donna sale de la piscina de agua caliente, y toma un lienzo blanco en el que comienza a secarse. El agua de la piscina estaba perfumada con flores de azahar, y el olor parecía permanecer en su piel. Se dirige a la cama, dispuesta a intentar dormir, cuando escucha que llaman a la puerta. Suspirando, se envuelve en el lienzo blanco y se dirige hacia la puerta.

-Zauriel-dice cuando ve al ángel, apoyado en el quicio de su puerta-. Es tarde... ¿ocurre algo?

-Lamento molestarte, Donna... pero necesito hablar y... bueno, en este sitio... Steve Trevor está con su madre, y Zatanna aún no ha superado el haber tenido que deshacerse de la sombra de su padre. Y necesito que alguien me escuche, pero no puedo echar la carga de mis pensamientos sobre alguien que ya soporta más de lo que debería.

Donna sonríe y abre la puerta, permitiendo que Zauriel acceda a su habitación. La mayor parte de ella está realizada en mármol, y a Donna le recuerda a Themyscira. Zauriel se detiene un instante, contemplando una pequeña estatuilla de oro que representa a Diana Cazadora, armada con el arco y coronada con la luna, antes de dirigirse hacia la ventana y apoyarse en la balaustrada.

-Sigues pensando en lo que Diana te dijo, ¿verdad?-dice Donna, sentándose en la cama, mientras se sirve un vaso de zumo de granadas en una copa. Zauriel alza la mano antes de que beba.

-No deberías comer ni beber nada de este lugar-dice-. No es la primera vez que Hades utiliza esa trampa para mantener atada aquí a gente cuyo destino no era el reino del Rico.

-Juró que esta vez no usaría esa artimaña-responde Donna, dando un sorbo al zumo-. Y desde luego, yo debo tener mucha más mala leche que la pobre Perséfone. Habla tranquilo, Zauriel.

-Sí, no consigo olvidar las palabras de Diana. Ella es el espíritu de la verdad, y... tenía razón en todo lo que dijo, Donna. Cuando me encontré en el Valle de los Lamentos, en medio de aquellas almas perdidas, me sentí fuerte, me sentí radiante, me sentí poderoso. Me sentí...

-Como un Dios.

-Como un Dios-asiente el ángel-. Ellos ansiaban mi luz, yo podía darles lo que buscaban. Y me regocijaba en ello. No en su bienestar, sino en mi propio poder. Sentí orgullo. Y el orgullo precede a la caída.

-No estoy muy familiarizada con vuestros... mitos, supongo que tendría que llamarlos. Pero conozco la historia de Faetón, y de cómo se abrasó al tratar de conducir el Carro del Sol. Ícaro voló demasiado alto. Aracne desafió a Atenea y fue convertida en araña. En todos esos casos... el orgullo precedió a la caída, sí.

-Lucifer pecó de orgullo, y se convirtió en el Enemigo-explica Zauriel-. El Ángel Caído. Samael, el Ciego de Dios, le llamamos en la Ciudad de Plata. Donna... Diana tenía razón, y temo que el orgullo me ciegue. No quiero caer. No quiero seguir los pasos del Portador de Luz.

-Se te podrá acusar de muchas cosas, Zauriel del Pax Dei-sonríe Donna, acercándose al ángel y abrazándole-. Pero no de no tener humanidad. Ese es el filo de la navaja en el que la humanidad se mueve. A un lado, el menosprecio. Al otro, el orgullo. ¿Y sabes? Hay caída a ambos lados. Harás lo que tengas que hacer, Zauriel. Y lo harás bien.

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El propio aire parecía resplandecer mientras Diana caminaba hacia la imagen que presidía el salón del Elíseo donde se iba a celebrar la boda. Una imagen de Gaia, la madre de los Dioses, tallada en mármol blanco, con las manos abiertas y los grandes pechos manando las gotas de leche que amamantaban el mundo. Ante ella se encontraba Hades, uno de sus hijos, ataviado con un traje de perfecto corte, negro como la noche, pantalón, chaleco, camisa, chaqueta y corbata, y con un alfiler de plata con la forma de un cráneo como único detalle en la solapa. Tras él se encuentran los jueces del Hades, Minos, Éaco y Radamanto, ataviados con ropas en las que obviamente están incómodos, y por unos instantes, cuando les ve, Donna piensa que han debido llevarse a Versace al Hades. Cualquier pensamiento sobre cualquier cosa, desaparece cuando Diana hace su aparición, seguida de la reina Hipólita. Hay un suspiro a su alrededor, y Donna tiene la sensación de que el propio Infierno ha cambiado, de que la materia del Hades jamás ha visto algo tan hermoso como Diana.

La princesa llevaba el cabello suelto y rizado, cayendo en una cascada sobre sus hombros, apartado de la frente por una fina diadema de plata labrada en forma de hojas de vid, al igual que el torques que le decoraba el cuello. Las pulseras también eran de plata, con pequeños rubíes centelleando entre las hojas. El vestido era de seda blanca, volátil, una túnica de corte clásico que flotaba en torno a ella dándole un aspecto etéreo. El cabello negro, los ojos azules, la piel blanca, los labios rojos... su belleza cortaba el aliento.

-Lady Diana, estáis... preciosa-dice Hades, y Diana sonríe, ocupando su lugar junto al Señor del Inframundo ante los pies de Gaia. Obviamente, no había sacerdote que pudiera realizar el rito de unión de un dios, de modo que allí, los contrayentes eran también los celebrantes-. El reino entero se rendirá a vuestros pies.

-Podemos empezar, Lord Hades-dice ella, y Zauriel y Etrigan se remueven incómodos. Ninguno de sus respectivos señores estará satisfecho con ese enlace.

-Claro, querida-sonríe Hades, tomando entre sus manos las manos de Diana-. Diana de Themyscira, yo, lord Hades el Rico, señor del Inframundo, Primogénito de Cronos y Rea, Padre de la Oscuridad, deseo tomaros como esposa, y pongo a Gaia, madre de todo, por testigo. Os entrego las rosas rojas que representan la pasión, las perlas que son la pureza y la laboriosidad, os entrego uvas de los viñedos del Elíseo como prenda de vuestra dote, y os entrego este anillo, grabado con vuestro nombre y forjado en las más profundas fosas de mis dominios. Estos son mis votos, y con mi sello los mantengo. Mi sello es mi honor, y mi honor es mi ley.

Por unos segundos, Diana observa sus manos, y sonríe al ver los regalos de Hades. Hace una reverencia, y los deja a los pies de la estatua de Gaia. Hades sonríe mientras Diana hunde sus manos en los pliegues de su túnica. Ella pronto tendrá que entregar sus propios presentes, los símbolos de su amor por Hades.

-Hades del Reino Subterráneo-comienza a decir Diana, y sus palabras resuenan claras en la gran sala del Elíseo-. Yo, Diana de Themyscira, princesa de Isla Paraíso, guerrera de las Amazonas, un día espíritu de la verdad... Me avergüenzo de estar aquí ante vos-. Hay un rumor, y Hades palidece, pero Diana clava en él sus ojos azules, y continúa hablando-. Me habéis chantajeado para convertirme en vuestra esposa, y a ese chantaje digo "no".

-Diana...-comienza a decir Hipólita, pero Donna la sujeta por el brazo, y la antigua reina se gira hacia ella. Donna hace un gesto con la cabeza, pidiéndola que vuelva a su sitio. Diana saca las manos de su túnica, y todos pueden ver los restos del Lazo de la Verdad enrollados en sus manos.

-Y sólo puedo entregaros una cosa. La verdad.

Y sin más, el puño derecho de Diana vuela para encontrar el mentón de Hades, que trastabilla y cae sobre una de las columnas, volcando una mesa que hasta ese momento estaba llena de deliciosos manjares destinados a la celebración que debía venir... aunque tal idea se iba desvaneciendo por momentos. Los demonios al servicio de lord Hades sacaron sus armas, clamaron, pero Donna, Steve, Zatanna, Zauriel y Etrigan hacen un círculo alrededor de Diana. Liberty Belle y Diane Trevor se unen a ellos, con rostros desafiantes, mientras Joan Garrick lo hace sosteniendo al pequeño Arthur en sus brazos. Hipólita les mira, atónita.

-Diana, ¿qué...?

-Me has traído para poner paz en el mundo de los muertos, madre, pero te has olvidado de que tengo un deber para con el mundo de los vivos-responde Diana mientras Hades se incorpora, sorprendido al ver que sangra por el labio partido. Lord Hades gruñe y hace ademán de avanzar hacia ellos, pero una bocanada de fuego que brota de la boca de Etrigan hace que se detenga.

-¡Demonio, no...!

-Deteneos ahí, lord Hades-dice Zauriel, esgrimiendo la espada de fuego junto al demonio-. En esto, el Cielo y el Infierno están de acuerdo.

-¡No tenéis derecho!-grita-. ¡Los pactos...!

-¿Los pactos?-sonríe Diana, negando con la cabeza-. Esos pactos han sido rotos tantas veces por unos y por otros que han dejado de tener sentido, lord Hades. No son una amenaza. No os atreveríais a invocarlos, no con lo que mi madre ha hecho. Pues nada de lo que ocurre en el Elíseo o en el Tártaro, escapa de los ojos de Hades el Invisible, Plutón que todo lo ve.

-Estás loca, mujer... todo esto era un plan urdido por tu madre...

-Al que vos disteis el visto bueno-le interrumpe Diana-. Y sin embargo... aquí ha de hacerse lo que tiene que hacerse. Y las leyes que rigen el Hades deben ser modificadas.

-Sabéis lo que tenéis que hacer para que eso ocurra-replica Hades, y Diana niega con la cabeza.

-No convertirme en reina del Inframundo-responde Wonder Woman-. El mundo de arriba... la vida... me necesita. Y me debo a ellos. Sería fácil, sería hermoso rendirme y descansar, y disfrutar de los placeres que el Elíseo podría ofrecerme. Es una tentación, como la que Zauriel tuvo en el Valle de los Lamentos. El orgullo precede a la caída-dice, mirando al ángel-. Y he pecado de orgullo. Y de miedo. Quería cambiar el Hades, creía que podría convertir este reino en un paraje justo, y a cambio, me apartaría del mundo de los vivos, donde parece que no hay más que dolor y lucha. Pero me debo al dolor y la lucha.

-Las almas seguirán vagando en el Valle de los Lamentos...-gruñe Hades, e Hipólita da un paso adelante.

-No, no lo harán-dice-. Me concedisteis el Elíseo, lord Hades.

-Lo que Hades da, Hades lo quita...-sisea el dios, e Hipólita, mirando a su hija, sonríe.

-Fui egoísta, Diana. Esto es algo que tengo que hacer yo-dice la reina de las Amazonas, haciendo un gesto a Zee y Steve para que la dejen pasar, y llegando hasta la estatua de Gaia, recogiendo los regalos de Hades.

-Queréis una reina, lord Hades-dice Hipólita-. Queréis a... a Wonder Woman-sonríe-. Y yo fui Wonder Woman, al menos un tiempo. El Valle de los Lamentos es una mancha en el Hades que ha existido más tiempo del que debería haberlo hecho nunca. Aceptadme como esposa y yo cambiaré las leyes sobre el Valle. Yo gobernaré a vuestro lado el Inframundo, y cargaré con vuestros orgullos y vuestros pesares. Los haremos nuestros. Y os entrego como prendas de mi voto las rosas, llenas de espinas que representan el dolor para cumplir el deber, las perlas que surgen de las lágrimas del mar y que representan el trabajo doloroso, las uvas de los viñedos del Elíseo, de las que surge el dulce vino y el agrio vinagre... pero me quedaré el anillo, pues el nombre que lleva es el de mi hija, que se alejará hoy de mí para volver a un mundo que yo jamás podré volver a pisar.

-Todo esto es muy... inesperado-masculla Hades, con los labios torcidos en una sonrisa irónica-. Pero satisfactorio para mí. Bien, Hipólita de Themyscira, hija de Ares. He escuchado tus votos, y la Madre de los Dioses también lo ha hecho. Os acepto como esposa y reina, y junto a mi reinaréis.

Hay un silencio denso en la sala, mientras unos y otros se miran, sin saber exactamente si eso es un final feliz. Hades sonríe y mira a Diana.

-Diana de Themyscira-dice-. Vuestro mundo no es este. No sois más que la sombra de un alma sin cuerpo. Barro sois, en cuerpo y espíritu. Y esta es la verdad. Vuestros pies no hollarán más el reino de Hades, el Elíseo y el Tártaro os estarán vedados, y si algún día la muerte os lleva, sentiréis envidia de las almas que caminaban por el Valle de los Lamentos, pues ni siquiera tendréis el consuelo del olvido. Y ahora, marcha.

-¡Madre!-grita Diana, sintiendo de pronto un tirón, pero ve como Hades sujeta a Hipólita, impidiéndole llegar hasta ella. Ante los ojos atónitos de todos los presentes, Diana se desvanece.

-Y vosotros-continúa Hades, volviéndose hacia Zauriel, Zatanna, Steve Trevor, Troia y Etrigan-. Entrasteis en mis dominios por vuestra cuenta, y por vuestra cuenta tendréis que abandonarlos. Pero los caminos se cerrarán para vosotros...

-No-le interrumpe Hipólita-. Los caminos os son francos. Es mi primera decisión como reina del Hades.

Hades mira a su nueva esposa, y tras unos segundos, no puede evitar sonreír.

-Manos blancas, que no ofenden pero matan-dice-. Muy bien, mi señora, entendedlo como un nuevo regalo de bodas. El camino de regreso está abierto para vosotros. Las puertas del Tártaro están despejadas, y los condenados no podrán haceros daño. Es un viaje largo... pero no pienso ceder más, mi señora.

-Así está bien-afirma Donna, y Etrigan asiente. No le será difícil sacarles del Hades.

-En cuanto a vosotras...-masculla Hades, dirigiéndose a Joan Garrick, que continua sosteniendo a Arthur, Libby Lawrence y Diane Trevor-. Mi esposa necesitará damas de honor. Pero Hipólita... ni una más. Aunque rotos, los pactos continúan vivos. No desafiaré de nuevo por ti al Anciano de los Días, ni a ninguno de los señores de los reinos de los muertos. ¿Está claro?

-Lo está-asiente Hipólita, y Hades, sonríe.

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Themyscira.

Cassie siente como el sueño está a punto de llevársela mientras vela el cuerpo reseco de Diana. La arcilla comenzaba a resquebrajarse, y Cassie no se había alejado de allí en... no era capaz de recordar ni el tiempo que llevaba allí, por mucho que Philippus y Aquila habían intentado que se apartara de allí para descansar. Y ahora los ojos se le cerraban.

Y en ese momento, la luz inunda la habitación. Wonder Girl tiene que taparse los ojos con las manos, y se da cuenta de que la luz emana del cuerpo de Diana, una luz ardiente, blanca, pura y cegadora... y de pronto, está allí. En carne y espíritu. Lo puede ver en sus ojos azules, en la sonrisa que de pronto curva sus labios.

-Cassie-dice Diana, y ella echa a llorar, mientras Wonder Woman la abraza.

-Diana... estás bien... estás bien-gimotea Cassandra-. ¿Dónde está Donna? ¿Dónde están los demás?

-De camino-responde Diana, con una sonrisa-. Lo sé.

Diana aparta a Cassie y la observa, acariciándole la mejilla, y en ese momento, los ojos de Wonder Girl se abren bruscamente, al ver algo junto a la cama en la que yacía Diana. Los ojos de Wonder Woman siguen a los de Cassie, y su rostro muestra el mismo asombro que el de su joven pupila.

El Lazo de la Verdad brilla dorado y completo.

-¿Cómo...?-masculla Cassie, y Diana niega con la cabeza.

-No lo sé-admite-. Y esta es la verdad. Puede que ese sea el secreto de todo esto. Haber aceptado la verdad, haberla visto... Da igual. Ahora el lazo y yo estamos completos. Y seguro que ahí fuera hay mucho trabajo que hacer. Cassie... ponme al día.

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Epílogo.

El niño castrado se desliza sigiloso por las salas del Elíseo mientras se celebran los esponsales de Lord Hades. Las campanillas atadas a la cadena de su pecho tintinean mientras llega a una pequeña sala, y se arrodilla en el suelo. Levanta una plancha de madera, y de allí, saca una bolsa de terciopelo negro, de la que extrae una esfera de cristal, del tamaño de un puño. El cristal es negro... quizá ahumado. Hay sombras que parecen moverse dentro. Y el niño cuenta todo lo que ha ocurrido.

Muy lejos, y a la vez muy cerca, el señor demoníaco Nerón lo escucha todo.

Y sonríe.

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EL TEMPLO DE ATENEA

Y aquí acaba por fin el primer arco de Wonder Woman, listo para dejar a Diana preparada para todo lo que venga de ahora en adelante en el universo DCTópico... que va a empezar a moverse pero no veáis como. Y nada, tenemos un comentario facebookero, que pasamos a comentar:

David Guirado: "Leido al fin. Solo se me ocurre una pega: que pena que los tebeos de la amazona no sean como esta saga y no tengan tanta calidad. La Divina Comedia esta quedando una saga muy fetén. Me ha hehco especial gracia que se repesque a Zauriel, personaje de la JLA de Morrison que me hacia especial gracia, debido más que nada a sus apariciones en la Supergirl de Peter David. Mucho animo y quiero leer pronto el 3, por Minerva!"

Pues David, nos alegramos mucho que te haya gustado, y le comentaré a Gail Simone y a Strac nuestras ideas, igual les parecen hasta bien... Y personalmente, me alegro de que te guste el retorno de Zauriel... porque tengo algunas ideas para él, así que podríamos decir que ha vuelto para quedarse. ¿En estas páginas? No, no... Pero pendientes de DCTopía... muy pendientes...

 
 
   
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