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El espíritu de la verdad encarnado en arcilla, fue enviada al mundo de los hombres para llevar un mensaje de amor y progreso. Guerrera, princesa, amiga, amante... su valentía cambiará el mundo. Ella es... Wonder Woman.
 
Wonder Woman

Wonder Woman #178
La Divina Comedia I
Las puertas del Cielo

Guión: Tomás Sendarrubias y Jose Cano

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Anteriormente en DCTopia: Aprovechando la debilidad de los héroes de la Tierra tras el ataque de Brainiac e Imperiex, Darkseid trató de conseguir el control del Yelmo del Destino, y en la batalla por la existencia del Universo, el Lazo Dorado de Wonder Woman resultó roto, y ella quedó en estado catatónico y recluida en Themyscira. Poco después, Circe trató de engañar a los Titanes Míticos para que ejecutaran a Donna Troy, pero los Titanes y el Cuerpo de Linternas Verdes lo evitaron, y los Titanes Míticos cayeron al Tártaro. Y hace poco tiempo, alguien comenzó a asesinar a los familiares y amigos de los héroes, descubriéndose que todo había sido obra de un enloquecido J´onn J´onzz, que fue derrotado y enviado a Nanda Parbat...

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Prólogo:

- Mmm... -Diana se gira en la cama, intranquila.

- Despierta, hija mía. Ya es tiempo.

La princesa se incorpora de golpe.

- ¡Darkseid! ¡El lazo!

- Tranquila -dos manos curtidas, suaves y familiares se posan sobre sus hombros.

- ¿Madre? ¿Hipólita?

La reina de las amazonas sonríe.

- Hija mía -se abrazan,

- Pero... El lazo fue destruido... Me separaron del espíritu de la verdad...

- Si... Y ahora estamos juntas de nuevo.

Diana se palpa la frente. La diadema no está.

Hipólita viste sus mejores galas, una túnica púpura ceñida por un cinturón dorado, el pelo ensortijado en elegantes rizos, la risa acentuándole las arrugas de los ojos y las comisuras de los labios. La princesa descansa en una cama cubierta de las mejores sábanas de seda y los almohadones más mullidos con los que haya podido soñar. La habitación es tan grande como muchas casas de Themyscira, y las paredes están repletas por igual de armas o adornos como espigas de trigo. Sobre una mesa, extendidos, varias armaduras y vestidos, Diana intuye que todos son de su talla.

- ¿Dónde estamos?

Hipólita señala la ventana junto a la cama de su hija. Puede ver un jardín verde que se extediende más allá del horizonte, varios palacios de armoniosa arquitectura clásica, árboles frutales bajo cuya sombra se tumban poetas, centauros y cervatillos, hombres y mujeres practicando deporte desnudos, filósofos de toga y barba blanca paseando tranquilantemente mientras charlan y comen las granadas más rojas y jugosas que la princesa ha visto alguna vez.

- En los Campos Elíseos -responde Hipólita-. Donde van los dioses cuando mueren.

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Themyscira.

El rumor de los rezos de Donna llega a Cassie apagado por las pesadas puertas de ébano, marfil y bronce que dan a las estancias privadas de Troia dentro del palacio real de las Amazonas de Themyscira. Cassie sabe que debería entender lo que Donna está diciendo, que si quiere considerarse una más de las Amazonas, debe conocer su idioma y sus tradiciones, aunque aparte de las Amazonas, nadie había hablado esa forma de griego desde mas de 5000 años en el pasado. La mirada de Cassie vuela inconscientemente hacia la puerta de la estancia inmediatamente siguiente a la de Donna, las puertas marcadas con el signo real de Themyscira y que conducían a las habitaciones de Diana. Allí, tras aquellas puertas, perpetuamente vigiladas y ante las que se alternaban una themyscira y una bana, yace Diana en su profundo sueño.

Todo había comenzado poco después de la muerte de Hipólita, cuando Darkseid había atacado la Tierra para hacerse con el Yelmo de Destino, y había estado a punto de hacerse con el dominio de la realidad completa. Lo hubiera conseguido de no haber sido por la Sociedad de la Justicia, y por Diana, que se había unido a ellos, cubriendo el espacio dejado por su madre. Y el propio Darkseid había roto en pedazos el Lazo de Diana, rompiendo también al parecer su alma y su mente.

Desde aquel momento, Diana había yacido en aquellas estancias, sumida en un profundo sopor, apenas mascullando algunas palabras de vez en cuando y comiendo tan sólo porque sus hermanas se sentaban junto a ella para alimentarla. Y desde el primer día, siempre que Donna había estado en Themyscira, había lanzado sus oraciones al amanecer y al anochecer para que Diana despertara.

-Cassandra.

Cassie se gira sobresaltada. Se había detenido tan sólo unos momentos ante la puerta de Donna, y Aretusa, la themyscira que custodiaba las puertas de Diana ni siquiera se había girado hacia ella, haciendo un deliberado esfuerzo por ignorarla y darle su privacidad. Pero se siente como una espía. Philippus avanza hacia ella, ataviada ya desde el amanecer con sus ropas de guerrera, y con la espada repiqueteando en su cintura.

-Atenea te guarde, Philippus-saluda Cassie, chocando sus brazaletes ante el pecho, y bajando levemente la cabeza en reconocimiento a la recientemente adquirida posición de la guerrera de piel negra como regente de Isla Paraíso junto a Aquila, la representante de las banas conocida como Shim´tar. Philippus entrechocó sus brazaletes también, como saludo a la muchacha.

-Cassandra, Etelia te espera en el gymnasium junto a la joven Kane1. Será mejor que no les hagas esperar.

-Ya me dirigía hacia allí... quería ver a Donna pero... bueno, no quiero interrumpir sus oraciones.

-Ve, hija-responde Philippus, con una sonrisa triste-. Podrás ver a la princesa más adelante, cuando el sol se encuentre alto en el Cielo. Pero apresúrate a encontrarte con Etelia, pues no le gusta esperar, y puede decidir que ha llegado el momento de enseñarte puntualidad con la parte llana de su espada.

Cassie suspira, y vuelve a entrechocar sus brazaletes para despedirse de Philippus, que puede ver como la joven se aleja por el pasillo llena de dignidad... para luego echar a correr ruidosamente tras girar una esquina. Los ojos de Philippus se dirigen a Aretusa, y ve que una leve sonrisa se dibuja en los labios de la guardiana.

-Hail, hermana-dice Philippus, y de inmediato, Aretusa se cuadra y entrechoca sus brazaletes-. ¿Alguna novedad?

-Nada nuevo, hermana-responde Aretusa-. Todo continúa igual.

-¿Quién tiene que remplazarte?

-Anaïs, de las banas.

-Bien. Márchate a descansar, Aretusa.

-Mi capitana, no...

-No te preocupes, hermana. Deseo custodiar las puertas de la princesa, yo esperaré a Anaïs.

-De acuerdo, capitana-acepta Aretusa, cuadrándose de nuevo, y alejándose de las puertas de Diana.

Philippus se apoya en el quicio de la puerta, y su mirada se dirige a las habitaciones de Donna. Y sin más, de sus labios brota una oración a Atenea, esperando que la diosa las escuche.

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Mientras Donna reza, no escucha sus propias palabras. Hace mucho tiempo que para ella, las oraciones se han convertido en letanías que repite de forma automática, pero eso no la preocupa, pues sabe que los dioses pueden leer directamente en su corazón. Se encuentra en una pequeña capilla, situada dentro de sus aposentos, y postrada ante una estatua de Palas Atenea, basada en el antiguo Paladion ateniense, la estatua original, no la clásica, una pequeña imagen de madera de la diosa, ataviada con una túnica liviana, y empuñando al mismo tiempo una lanza y el huso de una rueca, y con el cabeza de la Gorgona en el pecho. Y en su mente y en su corazón, sólo hay un deseo. Que Diana se recupere.

"Mas... ¿qué le voy a decir?", piensa en algunos momentos mientras recuerda todo lo que ha ocurrido. "¿Cómo le voy a explicar lo que ha pasado mientras dormía? ¿Lo que uno de nuestros amigos nos ha hecho2?"

Un sonido extraño rompe la concentración de Donna, que abre los ojos sorprendida. Es un sonido familiar, nada extraño, pero decididamente fuera de lugar con el sol alzándose ya sobre el mar al Este de Isla Paraíso.

El ulular de una lechuza.

Y lo siguiente es la luz dorada del alba derramándose por la habitación a pesar de que todas las cortinas están cerradas.

-Levántate, hija-dice una voz que a Donna de inmediato le recuerda el sonido de las estrellas en el firmamento, y sabe que tras esa luz, que comienza a disiparse, armada con una lanza y con la Égida en el pecho, se encuentra la diosa a la que rezaba-. El destino de tu hermana está en juego, y no tenemos mucho tiempo.

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Washington DC

Steve Trevor, camisa de mangas cortas llena de condecoraciones, pantalones caqui y mocasines, examina unos expedientes sentado en el escritorio de su despacho, bien iluminado por una ventana a su espalda por la que entra el sol de Virginia en un buen día. En el equipo de música suena rock progresivo poco acorde con el ambiente burocrático y cerrado de El Pentágono. El veterano aviador sigue el ritmo con el pie mientras pasa las páginas. Una mano femenina golpea la puerta entreabierta. Steve levanta la vista.

- Etta.

La esposa y ayudante del militar lleva un uniforme cubierto de tantas medallas como el de él o más. Bajita, regordeta y con el pelo castaño, rizado y corto, la mujer señala el equipo de música.

- Baja el volúmen -él obedece usando un pequeño mando a distancia-. ¿Qué era eso?

- The marriage of heaven and hell, de Utopia.

- Nunca te he oído ponerlo.

- Simplemente me apeteció.

- Tienes una visita. De la URNDO

- ¿De la ONU? ¿De agricultura? Yo no llevo ahora ningún proyecto de...

Etta se aparta para dejar paso a un hombre negro, de casi dos metros de altura, pelo largo y perilla. Steve se incorpora.

- Trevor Barnes3.

- Steve Trevor.

- He oído hablar de ti -dicen a la vez, no pudiendo evitar sonreír.

Etta permanece en la puerta mientras ellos se estrechan la mano. Steve señala una silla.

- Supongo que quieres preguntarme...

- Por Diana.

- Quédate, Etta -Steve corta a su mujer cuando se daba la vuelta para marcharse-. Creo es poco lo que podemos decirte, Trevor. Sabemos que se encuentra bien si viene a visitarnos o aparece en los noticias peleando junto a Superman...

- Precisamente, tras todo lo que ha ocurrido4...

Etta y Steve comparten una mirada.

- Una vez estuvo varios meses perdida en el espacio exterior5, es... -dice ella.

- Tendrás que acostumbrarte -sonríe Steve, luego vuelve a mirar a su mujer- ¿Pasa algo, cariño?

Trevor, también con cara de sorpresa, señala a la ventana tras Steve. Se oye un tímido sonido de viento, casi un ulular. El antiguo aviador se gira.

Una lechuza golpea en su ventana.

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Themyscira

-¡Golpe!-ordena Etelia, dando un golpe con el bastón al suelo, al tiempo que Bette y Cassie lanzaban un golpe frontal con sus espadas de madera-. ¡Golpe!-repite la Amazona, y las dos chicas repiten la acción, obedeciendo a la instructora-. ¡Mal!-gruñe, volviendo a dar con el bastón en el suelo, y Zatanna siente que un escalofrío le recorre el cuerpo. Al ver a la profesora de combate Amazona, de más de metro ochenta y cinco de alto, fornida y siempre preparada con una armadura sobre su túnica roja corta, que dejaba a la vista sus piernas, una fuerte como una columna, pero otra más delgada y frágil, lo que la obligaba a utilizar su bastón, Zatanna se alegra de no ser una de esas mujeres guerreras y de que la traten como a una invitada. Etelia había sido herida mucho tiempo atrás en la guerra contra los Centauros, y ni las terapias curativas de las Amazonas habían podido devolverle la fuerza a su pierna, pero eso no la había hecho retroceder ni una sola vez, incluso de vuelta al campo de batalla.

Renqueando, Etelia se acerca a sus pupilas, y corrige sus posturas con severos golpes de su bastón. Y por un momento, mira de reojo a Zatanna, que lanza una sonrisa forzada. Si la instructora de combate sugiera siquiera incorporarla a sus clases, se promete a sí misma decir "Oreiuq emri sojel ed asicsymeht", y no volver a aparecer por allí en mucho tiempo. Llegó con Donna un par de días atrás, buscando un poco de paz, y refugio. Y un sitio donde sus compañeros no pudieran encontrarla en algún tiempo. Bueno, y más que de sus compañeros, quería esconderse de Jaque Mate. Amanda Waller y Carter Hall no habían dudado hacer público su descontento con Zatanna, a la que acusaban (con motivo) de haber ayudado a J´onn J´onnz a escapar de la Isla de los Titanes para que no pasara a la custodia de Jaque Mate. Con los últimos acontecimientos y sobre todo, con la destrucción de Londres6, la comunidad internacional había puesto un extraordinario esfuerzo en impulsar Jaque Mate, y Zatanna no dudaba de que habría efectivos de la agencia buscándola. Incluso había escuchado que Sebastien Faust se había convertido en uno de sus miembros, lo que implicaba que podrían encontrarla a través de la magia, así que contaba con que Faust recordara que aún le debía unos cuantos favores... y con que las Amazonas pudieran darle seguridad.

-Zee.

La voz de Donna arranca bruscamente a Zatanna de sus pensamientos, y se incorpora dando un respingo e imaginándose que va a encontrar a ella a Amanda Waller y un regimiento de Peones vestidos de blanco dispuestos a cortarle la cabeza como si en vez de ser la Reina de Blancas fuera la Reina de Corazones. Pero allí sólo está Donna, que ha cambiado su túnica por el traje negro estrellado que utiliza como Troia, y que parece repentinamente pálida y seria.

-Donna, ¿qué ocurre?-pregunta Zatanna,

-Tengo que hablar contigo. Cassie, Bette, acompañadnos. Menalippe, Philippus y Shim´tar ya nos están esperando.

Sin más, Donna realiza un saludo ante Etelia, y sale de la sala de entrenamientos, subiendo varios tramos de escaleras en silencio, hasta que llega a una puerta protegida por dos de las banas, armadas con espadas a la cintura y metralletas cruzadas colgando sobre sus caderas, lo que sorprende a Zatanna, que aún no ha terminado de acostumbrarse a esas mujeres, que al contrario que las themysciras, utilizan las armas del hombre moderno. Nada más ver a Donna, las dos mujeres hacen una reverencia y abren las puertas, cerrando en cuanto Bette, que es la última de la comitiva, entra en el salón. De inmediato, Zatanna se da cuenta de que se encuentra en los aposentos de Shim´tar, pues la decoración de las habitaciones es oriental, prácticamente egipcia, con grandes almohadones repartidos por el suelo, y pequeñas representaciones de madera de los dioses del Nilo repartidos por la habitación. El aire huele a té verde, a menta y a piñones, y por primera vez, Zatanna ve a Shim´tar sin su armadura, una mujer de cabello rubio rojizo y fuertes brazos, vestida con una túnica de lino que pende elegantemente de sus hombros. Para la comodidad de sus invitadas, ha dispuesto de varios butacones, uno de los cuales está ocupado por Menalippe, mientras Philippus se encuentra apoyada en la balaustrada de la ventana, contemplando el mar.

-Princesa-saluda Menalippe, haciendo un sutil saludo a Donna y a sus acompañantes, que de inmediato, haciendo caso a un gesto de Troia, ocupan los butacones dispuestos por Aquila.

-Atenea ha venido a verme-dice repentinamente Donna, haciendo que el resto de las asistentes a la reunión la miren con los ojos abiertos como platos, especialmente Menalippe, que se inclina hacia delante.

-Diana-susurra-. ¿Ocurre algo con Diana?

-Su alma, los dioses nos asistan, está prisionera de Hades.

-No puede ser-responde Philippus-. Diana no ha muerto, no es posible que...

-El Lazo Dorado es un arma más poderosa y una responsabilidad más importante de lo que nos podemos imaginar-la interrumpe Donna, serie-. Y Diana lo ha llevado durante años, durante tantos años que su propia alma se ha entrelazado en su arma. Cuando Darkseid rompió el Lazo, fragmentó también el alma de Diana. Atenea me ha contado que parte de su esencia se precipitó hacia el Hades, ya que las almas conocen el camino que deben seguir cuando se desprenden de los cuerpos, y que allí, Plutón el Rico ha reunido el resto de los fragmentos.

-¿Entonces Diana está muerta?-masculla Cassie, sintiendo que los ojos se le llenan de lágrimas.

-No-responde Donna-. Porque aún tenemos parte de los fragmentos del alma de Diana, y podemos rescatarla. Los restos del Lazo están en mis habitaciones. Aunque no tenemos mucho tiempo.

-Pues vámonos ya-dice Cassie, y Donna niega con la cabeza.

-No. Tú te quedas aquí-ordena Donna-. Zatanna, necesitaré tu ayuda. Tenemos por delante un viaje complicado, y tu poder nos será de gran ayuda.

-Donna-dice Shim´tar-. Hablas en plural, ¿a quien te refieres?

-Atenea me sugirió un grupo de rescate. El destino ha querido que Zatanna esté aquí, pero necesitaré que me traigas a Steve Trevor. No se me ocurre una forma más rápida de llevarle a nuestro destino.

-No puedo teleportarme a Hades, Donna, no...

-No quiero que le lleves al Hades. Nos reuniremos en Cumas.

-En Cumas...-sisea Zatanna-. Sí, tiene sentido.

-¿Qué demonios es Cumas?-pregunta Cassie.

-El lugar a través del cual Eneas bajó a los Infiernos-responde Bette, con un siseo.

-Explícale a Steve lo que necesite saber del viaje, Zee. El resto de lo contaré yo cuando nos reunamos.

-De acuerdo-asiente Zatanna, poniéndose de pie-. Obed ri ednod es ertneucne evets rovert-dice, y con un destello, desaparece.

-No lo entiendo, Donna-protesta Cassie, incorporándose-. Debería ir con vosotras, quiero ayudar a Diana y...

-Cassie, podría no haberte invitado siguiera a esta reunión, pero necesitaba que supieras lo que está ocurriendo. Igual que necesito que te quedes en Themyscira.

-Quiero ir, Donna...-solloza Wonder Girl, y Bette pone su mano sobre la de la muchacha.

-Necesitan que te quedes, Cassie. Necesitan que te quedes por si no regresan. Porque entonces, tú tendrás que ser Wonder Woman.

-No-masculla Cassie, pero ve como Donna, con un gesto de furia, aparta la mirada, escondiendo las lágrimas.

-Aún tengo dudas sobre todo esto-dice Menalippe-. No es posible descender al Infierno sin un guía. Son las leyes, está escrito así...

-Atenea y Zeus nos han conseguido ya un guía-responde Donna, aclarándose la voz, y aún con los ojos brillantes-. No son los únicos interesados en que el alma de Diana no quede anclada en el Hades. Otros han considerado que la presencia de Diana como reina de los Infiernos podría desequilibrar una balanza que se mantiene en un equilibrio muy precario... Y nuestro guía debería estar a punto de llegar...

-¿Pero qué...?-exclama Philippus, girándose repentinamente de nuevo hacia la ventana, y apartándose justo a tiempo de permitir la entrada de una figura alada, que toma tierra dentro de la habitación al tiempo que sus majestuosas alas se pliegan sobre su espalda. La guerrera masculla una oración a Atenea. Cuando Menalippe mencionó un guía, de inmediato la mente de Philippus había volado hacia Hermes, que ya había sido el benefactor de Diana en algunas ocasiones, y que ya se había adentrado varias veces en el Hades. Pero desde luego, no había esperado que se tratase de un ángel.

-Soy Zauriel, Trono de la Hueste del Águila y mensajero del Pax Dei. Y estoy a vuestro servicio, princesa Donna...

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Los Campos Elíseos

- Quiero que seas mi esposa. Que te conviertas en reina de los muertos -dice Hades.

Diana se gira hacia Hipólita. Esta afirma con la cabeza.

Madre, hija y dios de la muerte -este tiene su aspecto tradicional7, con el flequillo sobre la frente, pálido y delgado- están sentados en uno de los balcones del palacio en que despertó Wonder Woman. Varios sirvientes traen y llevan comida. Hades come a pequeños bocados, Hipólita se sirve un poco de todo, Diana ni siquiera ha tocado su bebida.

Desde el patio, bajo ellos, sube música de piano, un toque clásico que la princesa no logra identificar. También el murmullo de lo que debe ser una fiesta.

- ¿Y Perséfone? Mi madre...

- A Hipólita le fue entregado el gobierno de los Campos Elíseos, sí. Ciertamente mi padre, Cronos, perdió ese derecho cuando trató de hacerse con el control de La Presencia8. Y no quiero que te confundas, aunque no soy insensible a tu belleza lo que me impulsa a esta proposición es la política.

- Ya he muerto antes y no vine aquí9... Y en cuanto a vos, lord Hades, ya tenéis una esposa.

- Será sólo Hades -corrige él-. Sobre tu primera muerte, Diana, significó tu apoteósis. Amazona o no, seguías siendo una simple humana. Zeus te concedió el don de la divinidad, igual que hizo en el pasado con otros mortales, como su propio hijo Heracles. Ahora has muerto como diosa. Con la destrucción del lazo10, tu propia esencia divina fue destruida y vino a parar aquí, al Eliseo, junto a la reina Hipólita.

- Los dioses no mueren.

- Sí que lo hacen -corrige Hipólita.

- Sobre todo cuando dejan de ser venerados -continúa Hades-. Las leyes del mundo de los muertos se disuelven, Diana. Apenas las amazonas y unos pocos más creyentes mantienen viva la fe en el viejo Olimpo. El acuerdo que obligaba a permanecer a Perséfone la mitad del año junto a mi ya no tiene validez, y nuestro matrimonio se ha disuelto.

- Recibí proposiciones de otros dioses antes...

- Sí... La fijación de mi hermano Zeus... y los tiernos sentimientos de mi sobrino Hermes... Pero no es el mismo caso. Ni es un capricho ni amor adolescente. Sígueme.

El dios se levanta y da unos pasos. Extiende un brazo sobre el borde del balcón, abarcando con el gesto el amplio horizonte del reino de los muertos. Diana se coloca junto a él.

- Allí, en la desembocadura del Aqueronte, los jueces Radamantis, Eaco y Minos deciden el destino de cada alma que baja de la barca. No llegan muchas y los valores en el mundo del hombre no son los mismos que cuando ellos llegaron. Perséfone y Cronos asesoraban y resolvían los empates entre los jueces, pero Hipólita y tú tenéis puntos de vista mucho más actualizados. Mira allí.

- El Eliseo. Todo esto.

- La mayoría de los que están allí toleraban fácilmente a un dios loco de rey, pero no tanto así a una mujer, y menos a una amazona que osó enfrentarse al mismísimo Hércules y ha llegado llena de ideas extrañas.

- Pero si fuese la suegra del dios Hades... -interviene Hipólita, un vaso entre las manos, todavía en su silla.

- Exacto.

- Entiendo tus razones... podría llegar a compartirlas, pero una unión para toda la eternidad... y de este tipo... Si estoy aquí como diosa de la Verdad... Hay mucho que podría hacer por el mundo del hombre desde el Olimpo.

- ¿Qué hay más verdad que la muerte? Desde aquí puedes ver el Tártaro -señala el lugar desde el que llegan los gritos-, el Elíseo y los ríos que los dividen. ¿Qué mayor Justicia que la que no puede ser revocada? Si me ayudas, tus amigos y seres queridos se unirán a ti aquí más tarde o más temprano.

- Donna, Cassie, Artemis... tal vez.

- No -Hipólita niega con la cabeza-. Ellas tardaran mucho en venir. Me he sentado bajo un olivo con Tiresias, el que fue hombre y mujer, y he visto el linaje de las Wonder Women hasta cien mil años en el futuro.

- ...

Hades sonríe.

- También podrás consultarlo si lo deseas... Y en cuanto a tus amigos... ¿crees que los dioses marcianos siguen existiendo tras la destrucción de su mundo? ¿Has preguntado al murciélago si cree en el carpintero? ¿Quién cree que recoge las almas de los hombres sin dios?

Diana se rasca la frente.

- Me hablas de un mundo lleno de muertos de hace tres mil años.

Hades le roza un codo e indica las escaleras del balcón, que bajan serpenteando por la fachada del palacio.

- Te hablo de los maestros de eso que llaman civilización en el mundo que llevas protegiendo desde que te convertiste en Wonder Woman. Acompáñame.

El dios da un par de pasos. Diana mira a Hipólita, pero esta hace un gesto señalando que no piensa moverse.

- Espero a Aristóteles. Tengo que contarle las muelas.

- ¿Qué?

Hades suelta una carcajada.

- Una vieja disputa de la reina con ese carcamal misógino. Por favor, Diana, quiero que me acompañes.

Bajan los primeros escalones. Pueden escuchar mejor la música.

- Parece... parecen las notas el aria de Turandot, pero mezcladas con...

El dios de la muerte, que guía la marcha, sonríe. Se asoma por la barandilla de la escalera y señala al pianista de la fiesta, distinguible pese a la altura, con una peluca blanca empolvada y vistiendo una chaqueta con faldones a la moda del siglo XVIII.

- Cada hombre de razón formado en la sabiduría de nuestros adoradores griegos que durante los últimos 3.000 años ha preferido el humanismo de estos al oscurantismo de los bárbaros ha sido acogido en mis dominios. Ven.

Cuando van por la mitad del tramo de escaleras, Diana nota al fin el gigantesco fresco de la fachada, del que antes sólo podía observar la parte superior.

- Es un dibujo completo. Todo forma un gran esquema.

Ya casi han llegado al piso de abajo. Se adivina el murmullo de una pequeña multitud, las músicas y las conversaciones mezcladas de una fiesta animada pero serena.

- Como mi reino. ¿Te gusta?

Diana se seca con un dedo la lágrima que resbalaba por su mejilla.

- Es... ¿tú lo has hecho?

Hades sonríe. Pone el pie en el último escalón.

- Con ayuda.

La fiesta la compone una mezcla abigarrada de vestimentas de todas las épocas, y la cháchara que de ella se desprende es una mezcla de de inglés y latín que Diana se sorprende por entender perfectamente.

El dios de la muerte señala a un hombre barbudo y corpulento vestido al modo de la Italia renacentista.

- Permíteme... Diana, este es el autor del fresco, su nombre es...

El hombre que conversaba con el pintor fuma un delgado cigarro con ademán amanerado y vive

- Ciertamente es el vivo retrato de su madre. Si es la mitad de ocurrente casi empezaré a sentirme tentado por sus encantos. ¡Ah! Aquí está el joven Ganímedes

Un muchacho que le llega al hombro, vestido apenas con unos calzones, se inclina ante ella.

- Por favor, señora, si queréis acompañarme.

Hades y la princesa siguen al copero entre la multitud. Un hombretón ceñudo, de hombros cargados y bigote salvaje, discute gesticulando con un ancianete canoso, de mirada tranquila, bigote espeso y melenas revueltas, el cuál se dedica a apaciguarlo con un gesto de las manos. Un hombre alto y delgado, con sombrero de copa y barba fina sin bigote brinda con

El pianista lanza una mirada furtiva a la coraza de Diana y cuando ella se da cuenta, frunciendo el ceño, su única respuesta es reir de forma bobalicona, todo esto sin dejar de tocar.

Wonder Woman mira a Hades. Él cabecea afirmativamente.

- Filósofos y artistas, ateos y librepensadores... Con toda la eternidad para llegar a donde no pudieron en vida.

Ganímedes los detiene junto a una mesa llena de platos de distinto tipo. Hades coge dos copas y empieza a servirlas él mismo de una jarra de vino cercana.

- Ese es mi reino. Armonía perfecta, paz, justicia... Sí, el matrimonio que te he ofrecido es por interés, política... Algo que me permita gobernar mejor el Eliseo y al mismo tiempo me haga valer frente al Olimpo ahora que Perséfone me ha abandonado. Pero también te he dicho que no soy insensible a tu belleza y tu inteligencia -ofrece una copa a Diana, ella la coge, pero sin beber-. Llevo miles de años dedicados al estudio y el arte... y en el Eliseo gozarías de completa libertad. Mi oferta es una alianza que coincide con tus aspiraciones y puedo ser un compañero agradable, un amigo y, si lo deseas, un amante... ¿qué me dices, Diana?

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Cueva de Cumas, Campania.

Una fina llovizna cae desde el cielo cuando Zauriel y Donna llegan al largo pasillo excavado en piedra que conduce a la entrada de la cueva de la Sibila de Cumas, el lugar por el que Hércules había descendido a los Infiernos para capturar a Cerbero. Y sin embargo, la parte inmediatamente anterior a la cueva está completamente seca, por virtud de uno de los hechizos de Zatanna, que permanece allí, apoyada en la roca, junto a Steve Trevor. El hombre sonríe al ver a Donna, y la abraza, aunque en sus ojos brilla la preocupación.

-Así que Diana vuelve a estar en problemas...-masculla Steve, y Donna asiente, La Amazona se aparta finalmente de Steve, y mira el oscuro umbral que da entrada al hogar de la Sibila, que según la leyenda, había conseguido la inmortalidad como don de los dioses, pero había olvidado pedir la juventud eterna, por lo que había ido envejeciendo y menguando hasta quedar convertida en una simple voz encerrada en una botella. Donna suspira, y de forma casi inconsciente, acaricia los fragmentos del Lazo Dorado de Diana, que lleva atados alrededor de los brazos desnudos, lo que le transfiere una cierta calma, como si tuviera a Wonder Woman a su lado.

-Princesa-dice Zauriel, contemplando el cielo nublado-. El sol se acerca a su apogeo, debemos entrar en la cueva.

-No sé qué nos vamos a encontrar-masculla Donna, y a su lado, Steve Trevor se asegura de que las pistolas de su cinturón están preparadas para lo que pudiera surgir.

-Seguidme-ordena Zauriel, avanzando hacia la entrada de la cueva-. Yo os guiaré, es mi misión.

Sin un segundo pensamiento, el ángel se adentra en la húmeda caverna, y los demás le siguen.

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Después de un tiempo caminando en el interior de la cueva, y siempre con las alas de Zauriel resplandeciendo ante ellos, Donna, Steve y Zatanna tienen la sensación de haber perdido por completo cualquier referencia temporal. No saben si llevan caminando diez minutos o diez días. Steve trata de comprobarlo, pero se da cuenta de que su reloj dejó de funcionar en el mismo momento en que cruzaron el dintel de la puerta de entrada.

Luego, llega un momento en el que todos se dan cuenta que es imposible que sigan en Cumas. Han dejado atrás la roca viva, ahora las paredes parecen latir. Steve, con el ceño fruncido, acerca la mano a la pared, y antes incluso de tocarla, nota su calor, y una sensación húmeda.

-Yo no lo haría-dice Zauriel, sin mirarle siquiera, y Steve aparta bruscamente la mano de la pared, que parece lanzar un latido de protesta. Un viento cálido llega desde el frente, y trae un olor pútrido que hace que Zatanna esté a punto de vaciar el contenido de su estómago.

-Oreiuq sert saracsàm sàgitna-masculla la maga, y al instante, tres máscaras antigás aparecen en su mano. Se apresura a ponerse una, y tiende las otras dos a Steve y a Donna. El primero se la pone apresuradamente, pero Donna la sujeta unos instantes, como si no supiera qué hacer con ella, y finalmente, la deja de nuevo en manos de Zatanna y sigue caminando.

- Aquí está-dice Zauriel, y en su mano aparece una espada llameante, con un sonido repentino que resuena en el túnel como un redoble de campanas. El ángel señala con la espada hacia las alturas, y todos pueden ver un inmenso arco de color pálido, como de hueso, en el que aparecen talladas unas letras que parecen resplandecer con cierta fosforescencia azulada.

LASCIATE OGNI SPERANZA, VOI CH´ENTRATE

-Abandonad toda esperanza aquellos que entréis-dice Zatanna-. Es de la Divina Comedia, de Dante. Son las palabras que aparecen en las puertas del Infierno.

-Que literal-masculla Steve, y Zauriel le mira con un amago de sonrisa.

-Las creencias de la humanidad construyen las puertas del Infierno-dice el ángel, y Steve le mira extrañado, sin terminar de entenderlo, pero en ese momento, Zauriel dirige la espada hacia el frente, y esta empieza a resplandecer hasta el punto de hacerles daño en los ojos-. ¡Qué se haga la luz!

Como si la luz de la espada del ángel resultase dolorosa, el propio corredor se sacude, y Donna tiene que aferrar a Zatanna y Steve para que no cayeran al suelo. Y entonces, ante ellos, aparece una grieta, una fractura que se va haciendo cada vez más grande, con un sonido semejante al de un inmenso trueno, y son alcanzados por una ráfaga de viento ardiente, cargado de arena. Tienen que parpadear para acostumbrarse a la luz cegadora, rojiza, que entra del exterior.

-Dios mío-masculla Steve, mientras consigue avanzar y ve que la grieta, en realidad, son unas fauces cuajadas de colmillos pétreos.

Juntos, los cuatro cruzaron el umbral del Infierno, y casi al unísono, se giraron para ver que acababan de salir de lo que parecía el esqueleto de una criatura gigantesca, un behemot que jamás había hollado la Tierra, cuyas órbitas vacías parecían dos gigantescas lunas negras. Alrededor de ellos, sólo había un desierto ardiente, arrasado por una luz que no procedía de sol alguno, y que parecía oscilar en el mismo aire.

-Bienhallados, visitantes-dijo una voz, y los cuatro se volvieron bruscamente hacia el frente-. Ya que la puerta habéis cruzado, trataremos de cruzar el Infierno cuanto antes...

-¿Quién...?-masculla Donna, y las arenas se alzan a su alrededor. Al caer, muestran una figura encorvada que se acerca a ellos, aunque con la arena en el aire, apenas si se distingue algo de él más allá de una sonrisa de aspecto afilado y una piel de color amarillo.

-Un rimador-responde Zauriel, y Zatanna asiente.

-Y sólo conozco a uno que pudiera estar interesado en todo esto...

-El ser recordado es un placer, mi dama, aunque más placentero sería encontraros en mi lecho en la mañana. Mas cierto es que no soy un desconocido, nuestros pasos ya antes nos han unido; y mientras tengáis que en el Infierno caminar, lo haréis acompañados por Etrigan, el demonio sin par.

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Themyscira

Cassie regresa junto a la puerta de la habitación de Diana. La guerrera que hace el turno de guardia en este momento la saluda con una inclinación y abre la puerta en silencio, dejando que se cierre tras pasar la chica.

Menalippe aparece desde el otro extremo del pasillo, llevando una bandeja sobre la que humea un plato de sopa. Señala la habitación.

- ¿La joven Cassandra está dentro, hermana?

La guardiana va a contestar cuando la puerta vuelve a abrirse y aparece Wonder Girl, las lágrimas saltadas.

- ¡Menalippe!

- Pequeña, ¿qué?

La joven heroína tira de ella, haciendo que se le caiga la sopa. La amazona ahoga un grito cuando observa lo que tiene que enseñarle.

Sobre la cama, el cuerpo de Diana, contraido en una mueca de dolor, se ha convertido de nuevo en una estatua de arcilla.

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1.- Bette Kane, Flamebird, se encuentra en Themyscira desde los acontecimientos de Titanes 49, en DCTopía.

2.- Si aún no sabes lo que ha ocurrido, deja de leer aquí y vuelve cuando hayas leído Crisis de Familia, en Titanes 47 a 50 y JSA 38 a 40. ¡Pero que no se te olvide volver!

3.- ¡Está vivo! Vistazo a Wonder Woman #170 y #177 para conocer a este "interés romántico" de Diana.

4.- Se refiere a 'Crisis de Familia', claro. Ve a leerla...

5.- Hacia Wonder Woman #68-72, en los tiempos oscuros, cuando los dioses eran crueles y hacían sufrir a la humanidad.

6.- Todo esto, en Titanes 50.

7.- En DC, claro, que lo hicieron emo avant la lettre.

8.- Ver Wonder Woman #150.

9.- Para recordar la primera 'muerte' de Diana, leer Wonder Woman #127 (cosas de Byrne).

10.- En 'El Plan Destino', JSA # 26-32, sólo en DCTopia

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EL TEMPLO DE ATENEA

Saludos, mortales.

En primer lugar, las presentaciones. Yo soy Jose Cano y es la primera que escribo en DCTopia, aunque me habréis leido sobre todo en los mutantes de MarvelTopia (o al menos habréis visto mi nombre junto a las series en el status de la web... espero).

Y yo soy Tomás Sendarrubias, y lo raro es verme fuera de DCTopía (aunque también), pero los que seáis DCTópicos, seguro que ya me conocéis.

En segundo, las explicaciones: la continuidad de DCTopia parte de 'Mundos en Guerra'. Eso en la colección de Wonder Woman abarca hasta el #173. Sin embargo, nos hemos tomado la libertad de tomar como punto de partida cuatro números más adelante, en el #177, ya que ahí cerraba Phil Jiménez muchas de las tramas de la mitad de su etapa y era más manejable, por darle un estatus definido a Isla Paraíso y demás. Así que, aunque ya se explorará en próximos números, tenemos Themyscira flotante y funcionando como República, a Hipólita bien muerta y a Trevor Barnes vivo, entre otras cosas.

Y por mi parte poco más... simplemente, ¡a disfrutar!

 
 
   
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