HE-MAN Y LOS MASTERS DEL UNIVERSO #2
Tercera Temporada
El miedo mismo
Guión:
Andrés Rey
-¡ABRAN PASOOOOOOOOOOOOOO!- Exclamó Ariete un instante antes de que su casco metálico pulverizara la milenaria pared de piedra. Cuando el polvo se hubo asentado de nuevo en la antigua tumba, la luz del amanecer entró por el enorme agujero, recortándose alrededor de dos figuras. Una, imponente, muscular, llevando a la espalda una espada enorme, y totalmente desprovista de armadura, como si desafiara a sus enemigos a tan siquiera tratar de hacerle algún daño. La otra, en parte humana y en parte mecánica, aunque quien la observara hubiera tenido dificultades para decir qué era armadura y qué era parte del sujeto. Un enorme casco mecánico le cubría la cabeza, enmarcando un rostro humano.
Una tercera silueta, enorme, tan ancha como alta y con la cabeza plana, se interpuso en el camino de la luz, devolviendo a la cámara a sus tinieblas primigenias.
-¿Vamos o qué? -preguntó Ariete.
-Al menos espera a que encendamos las linternas, amigo.- respondió He-Man, sacando una de la pequeña bolsa amarrada a su cinturón.
-Mi forma de robot posee una luz incorporada y sensores avanzados. Me cambiaré a ella ahora.- dijo Mil Caras, mientras su cabeza giraba hasta un ángulo antinatural para revelar un rostro robótico.
Las tres figuras empezaron a avanzar por entre las tinieblas. La débil luz de la linterna de He-Man y el visor de Mil Caras era lo único que rasgaba la oscuridad. Al frente del trío, Ariete marchaba con paso firme.
-Parece increíble que alguna vez le hubieras temido a la oscuridad, Ariete.- dijo He-Man.
-Oh, aquel incidente con las bestias de Sombra me enseñó mucho. Y Man-at-Arms también. Me dijo que el valor está en tener miedo y actuar de todos modos. A lo único que hay que temer es al miedo mismo.
ENTONCES DEBERÍAS TEMERME A MI.
-¿Quién dijo eso? -preguntó Ariete.
-No escuché nada. Y mis sensores auditivos son diez veces más agudos que los de un humano normal, sin contar con tu casco metálico.- Respondió Mil Caras con voz plana, metálica y sin emociones.
-¿Estás bien, Ariete?- preguntó He-Man.
-Eh... si, si... continuemos.
El trío siguió su camino por la oscura cámara, removiendo a cada paso el polvo milenario. De pronto, el hueco sonido de un objeto metálico los hizo detenerse.
-¿Qué fue eso? -preguntó He-Man, poniéndose alerta. Ya tenía bastante experiencia con tumbas y templos milenarios como para saber que cualquier ruido extraño podía indicar que una trampa se había activado.
-Fui yo.-dijo, algo incómodo, Ariete.- He pateado algo.
Agachándose, Ariete recogió el objeto del suelo. Estaba frío, muy frío, mucho más de lo que debería estar. Ariete sintió cómo sus dedos empezaban a pegarse al metal, pero soportó el dolor para mostrarle su hallazgo a sus compañeros.
-¿Qué opinas de esto, Mil Caras?
Mil Caras enfocó sus sensores en el trozo de metal que le mostraba Ariete. Se trataba de un casco, similar al que usaba Man-at-Arms, pero más sencillo para hacer fácil y rápida su producción en masa. El casco de la Guardia Real de Eternos, que claramente había pertenecido a uno de los soldados enviados a reemplazar a Teela como guardaespaldas del arqueólogo real. No había señales de daño en el casco, incluso el comunicador funcionaba a la perfección. Simplemente, estaba helado.
He-Man también observó el objeto con interés, y fue el primero en expresar sus conclusiones.
-Bueno, al menos ya sabemos a dónde se fue la patrulla que envió mi... el rey Randor.
ELLOS SON MIOS AHORA.
-¿Cómo?-preguntó Ariete.
-Que ya sabemos a dónde...-comenzó a responder He-Man, pero Ariete, bastante inquieto, le interrumpió.
-No, lo otro. Lo de que son tuyos... o suyos...¿ustedes no escuchan nada?
-Mis sensores no registran ningún sonido en esta tumba salvo los que nosotros producimos. Ni siquiera insectos, lo que es extraño, en realidad.- añadió Mil Caras.
-Bueno, ALGO me está hablando y lo que me dice no me gusta para nada. Y NO son mis nervios.
-Cálmate, Ariete, te creemos.- le aseguró He-Man a su aliado.- ¿Puedes decirnos de dónde viene la voz?
-De allá. -Contestó Ariete señalando el fondo del oscuro pasillo.
-Entonces, lo que sea que haya causado todo esto, está allá. Vayamos sin más demora. Y estén atentos. -indicó He-Man con voz de mando.
El trío de aventureros se adentró en lo profundo de la antigua construcción sin intercambiar una palabra más, apartando de su camino los cascos y armas abandonados por la desafortunada patrulla. Un largo rato después, el hueco sonido de sus propios pasos les indicó que habían llegado a una cámara más amplia. Mil Caras expandió el ángulo de sus reflectores, iluminando toda la enorme habitación.
El espectáculo hizo que un escalofrío recorriera la espalda del hombre más poderoso del Universo.
Melakhta, el arqueólogo real, o algo que parecía haber sido él en algún momento, se erguía sobre una plataforma en la que yacían los cuerpos casi sin vida de los guardias reales y de Stanlan, su ayudante y aprendiz. Los cuerpos parecían haber envejecido décadas enteras en unos pocos momentos, y todas las víctimas tenían el rostro contraído en una mueca de horror absoluto. En lo más alto de la plataforma había lo que sólo podía ser un sarcófago de piedra, y en la pared tras éste, una enorme máscara decorativa parecía observar la escena con sus crueles ojos metálicos.
-¿Melakhta?- preguntó He-Man.
-Melakhta ya no está.- contestó la figura enmascarada. - Ahora sólo queda Máscara, y su ama...
Una niebla amarilla comenzó a condensarse alrededor de Máscara, enrollándose por sus brazos y descendiendo hasta el féretro de piedra. Como si estuviera viva, la niebla buscó las rendijas, grietas y poros en la tapa del féretro para entrar. Ninguno de los recién llegados se movía, unos paralizados por la impresión y el otro confundido porque la información de sus sensores no tenía sentido.
De pronto, un crujido rompió el silencio de la cámara funeraria. La tapa del féretro se deslizó hacia un lado, y una mujer de piel azul y un complejo tocado con cuernos se irguió desde el interior. Máscara cayó de rodillas.
-¡Ama!-
La mujer, que era la viva imagen de la gran máscara decorativa en la pared de al fondo, desvió su mirada hacia el grupo de aventureros que había entrado a su tumba. Una sonrisa cruel apareció en su rostro.
- Uno de ellos es portador de gran poder...
La referencia sacó a He-Man de su trance, y éste se puso inmediatamente en guardia, pero no quiso atacar hasta tener una buena idea de qué podía esperar de éste nuevo enemigo. La mujer comenzó a descender por los peldaños de la plataforma, dirigiéndose al grupo de forma casi desafiante, segura de que no podrían siquiera tocarla.
-Tú,-dijo la hechicera señalando al grupo de héroes- eres mío.
-No pertenezco a nadie, - respondió He-Man avanzando desafiante.- soy un hombre libre de Eternia, como todos...
-¿Quién está hablando contigo, hombrecito?- preguntó la mujer, y siguió avanzando.- Me refiero al grande.
Todas las miradas se dirigieron simultáneamente hacia Ariete, que permanecía en guardia junto a Mil Caras. No había movido un músculo durante todo el intercambio.
-El miedo es mi alimento- continuó la mujer- y él puede alimentarme durante días.
Ariete cayó de rodillas. Finalmente, su fachada había sido derribada. Tenía miedo, de hecho estaba aterrorizado, y simplemente había aprendido a aparentar valor frente a sus amigos. No soportaba la idea de que su ídolo He-Man lo considerara un cobarde por aún tenerle miedo a la oscuridad, así que aprendió a fingir y disimular, a tomar la delantera para que nadie pudiera verle la cara, y a avanzar sin pausa para no quedarse quieto en algún punto donde algo pudiera saltarle encima.
La figura de He-Man y las de mil Caras empezaron a bailar alrededor de Ariete, levantando un dedo acusador con el que lo señalaban. Tanto He-Man como mil Caras ( en su forma robótica) empezaron a reírse a carcajadas. Ariete se sintió aún más solo y perdido ahora que sus mejores amigos se burlaban de él. Agarrándose la cabeza a dos manos, Ariete no alcanzaba sino a sollozar: "no se rían... por favor dejen de reírse..."
-¿Ariete?- preguntó He-Man, que no alcanzaba a comprender el entrecortado balbuceo de su amigo.
Mientras Mil Caras esperaba instrucciones, He-Man observaba asombrado cómo el miedo podía acabar con un enemigo. pero viendo cómo la malvada hechicera (o lo que fuese aquella mujer de extraño color de piel) los había ignorado por completo a favor de mortificar a Ariete, los años de lecciones sobre táctica y estrategia de Man-at-Arms lo hicieron reaccionar.
-Mil Caras, ahora!- gritó He-Man mientras echaba a correr con la espada girando sobre su cabeza.
He-Man arrojó un poderoso mandoble sobre la hechicera con la esperanza de cortarle un cuerno o al menos desacomodarle el complejo casco que llevaba, pero el golpe fue detenido por una barrera invisible que rodeaba tanto a la hechicera como a Ariete. Mientras el campanazo metálico se disipaba y He-Man trataba de contener la vibración de su espada, Mil Caras empezó a disparar su pistola láser sobre el mismo campo de fuerza.
-¡Mascara! Protege a tu ama mientras se alimenta...-dijo la hechicera.
De inmediato, Máscara tomó el extremo de su capa y, cubriéndose con ella, se convirtió en una pequeña nube de humo que viajó rápidamente hacia He-Man y se materializó de nuevo, interponiéndose entre el guerrero y el campo de fuerza de su ama.
He-Man lanzó un gran tajo de su espada contra el misterioso agente de la hechicera, pero lo único que logró fue abanicar el aire, ya que Máscara se convirtió en humo tan pronto el filo de la espada tocó su capa. Al no haber encontrado ningún obstáculo en su camino, la espada casi arrastra a He-Man al piso de la tumba. El heredero de Grayskull tuvo que hacer un esfuerzo para no caer.
Completamente ignorado tanto por la hechicera como por su etéreo campeón, Mil Caras seguía disparando su arma contra el campo de fuerza, hasta que ésta estuvo a punto de sobrecalentarse. Viendo que sus disparos no tenían efecto, decidió que podía intentar retirar a las víctimas, pero al acercarse descubrió que éstas estaban también rodeadas por un campo de fuerza similar. La incompatibilidad natural entre magia y tecnología hacía que MilCaras fuera incapaz de encontrar la forma de desactivar el campo.
Mil Caras giró su cabeza mecánica hacia He-Man, buscando información que utilizar para formular un plan. De haber usado su rostro humano se habría sentido muy desanimado, ya que el panorama no era nada alentador. He-Man, respirando pesadamente y sudando, parecía estar enfrentado a una nube de moscas. Abanicaba el aire sin cesar, y su enemigo aparecía y se desvanecía como burlándose de sus intentos.
-He-Man- dijo Mil Caras con su hueca voz de procesador electrónico- combate aire con aire.
He-Man al principio no entendió lo que Mil Caras quería decir, pero su mente se aclaró tras unos segundos. Por supuesto. No estaba enfrentando a un guerrero común, así que no tenía por qué tratarlo como un guerrero común. Al fin y al cabo, de algo había de servir el poder de Grayskull.
He-Man lanzó un golpe con todas sus fuerzas, dejándose arrastrar esta vez por el impulso de la espada. Como había ocurrido en toda la duración de la pelea, el golpe dividió la forma etérea de Máscara como si se tratara del humo de una fogata, haciendo pequeños torbellinos. Pero esta vez, Máscara no tuvo tiempo de recomponerse, pues el impulso de la espada llevó a He-Man a dar una vuelta completa, y otra, y otra, cada vez más rápido. En unos segundos, He-Man era todo un huracán que arrastró a Máscara consigo, impidiéndole volverse sólido de nuevo. La máscara propiamente dicha giraba alrededor de He-Man, totalmente fuera de control.
De repente, He-Man detuvo su movimiento, disipando así el enorme torbellino que había formado, y la máscara metálica fue arrojada por la fuerza centrífuga contra una pared de la cripta, sonando como una campana antes de rebotar hacia He-Man, quien en un rápido movimiento la cortó en dos. Las mitades de la máscara fueron a parar a ambos lados del guerrero, rebotando en el piso ya sin poderes. De inmediato, el humo se concentró tras He-Man y el exhausto cuerpo de Melaktha se hizo sólido de nuevo, cayendo sin sentido al suelo de piedra.
La hechicera lanzó un grito de indignación, y apartó una de sus manos de la cabeza de Ariete para dirigirla hacia Mil Caras.
-¿Quién es este hombre de metal que se atreve a interferir con el campeón de Shokhoti?- dijo la hechicera, mientras una esfera de luz se concentraba alrededor de su mano.
-¡Mil Caras, cuidado!- alcanzó a gritar un agitado He-Man, pero no pudo evitar que el proyectil mágico acertara de lleno en la cabeza de Mil Caras. Éste cayó de rodillas, mientras su cabeza mecánica sufría un corto circuito.
-Tengo... que... cambiar... robot... fallando- decía la plana voz de mil Caras en modo cibernético. Con un último chisporroteo, la cara robótica giró hacia un lado, cambiando de lugar por un monstruoso rostro verde.
-Vaya vaya, pues sí que resultó una cajita de sorpresas, éste intruso...- dijo Shokhoti más para sí misma que para quienes podían escucharla.- no puedo controlar una máquina, pero si también eres un animal, ¡eso te pone bajo mi dominio!
Mientras He-Man martillaba desesperadamente la burbuja de energía, Shokhoti lanzó un nuevo hechizo hacia Mil Caras, que soltó un rugido inhumano y se arrojó contra su propio aliado.
He-Man y Mil Caras rodaron por el piso, mientras el guerrero intentaba evitar que el monstruo le arrancara el rostro de un mordisco. Casi había olvidado que la fuerza de Mil Caras en modo bestia era prácticamente igual a la suya.
Dando un salto hacia atrás, He-Man se preparó para recibir el ataque de Mil Caras. Había recordado que, así como su fuerza se multiplicada en modo bestia, su inteligencia se reducía considerablemente, y solía atacar siempre de la misma manera: cargando de frente. De modo que cuando Mil Caras efectivamente se le echó encima, He-Man sólo tuvo que dejarse caer y empujar a su oponente en la misma dirección en la que venía para hacerlo estrellarse con la pared que tenía tras de sí. Mil Caras giró en el aire del tremendo impacto, y cayó sin sentido a los pies de He-Man.
-Lo siento, amigo, espero que me perdones.
La momentánea distracción de He-Man no pasó desapercibida para la diabólica hechicera, que dirigió una mano hacia él, arrojándole un proyectil mágico que lo estrelló contra la pared, arruinando un bajorrelieve milenario y reemplazándolo por un cráter. Shokhoti extendió la palma de su mano, desplazándola hacia delante como si empujara el aire. La esfera de energía, que aún giraba enloquecida sosteniendo a He-Man contra la pared de roca, avanzó unos centímetros, presionando al guerrero contra la piedra, tratando de triturarlo. Una siniestra sonrisa se dibujó en los labios de Shokhoti a medida que el aire abandonaba los pulmones del alter ego del príncipe Adam.
Pero al intentar acabar con He-Man de una vez por todas, Shokohti tuvo que apartar su atención de Ariete. A medida que el pánico que lo había paralizado se iba disipando, y el gigante de la cabeza metálica recuperaba la consciencia, pudo ver a mil Caras en el suelo, He-Man siendo aplastado por una esfera mágica, Melakhta inconsciente y los cuerpos de los guardias. Y de repente, algo encajó en el cerebro de Ariete. Sus amigos, los que lo habían llevado con ellos, confiándole sus vidas, estaban siendo sistemáticamente eliminados por la diabólica hechicera. Y eso se debía a que su miedo la había hecho tan poderosa que podía resistir la casi infinita fuerza de He-Man.
Su miedo estaba matando a sus amigos.
Una nueva sensación empezó a surgir dentro de Ariete. Algo estaba reemplazando el miedo. Algo nuevo, que Ariete casi nunca había sentido en su vida. Algo que hacía que todo lo que veía se viera rojo, y que le hacía hervir la sangre. Ariete contrajo los poderosos músculos de sus piernas, y tras un momento en que acumularon la suficiente energía, se disparó como un resorte, saltando hacia delante para impactar a la hechicera y, posiblemente, hacerle perder el conocimiento. Como siempre, Ariete contrajo la cabeza dentro de su casco y cerró los ojos al saltar hacia delante.
Un fuerte impacto le avisó a Ariete que había chocado con algo, pero no se sentía como si realmente hubiera impactado un cuerpo humano. La sensación de polvo en la cara le hizo abrir los ojos, para darse cuenta de que estaba del otro lado de la mujer, que no había movido un músculo. Incrédulo, se frotó los ojos, tratando de comprobar si lo que veía era real o sólo producto del aturdimiento por el impacto. Pero no hubo cambio en absoluto, tras despejarse la vista, la imagen seguía igual.
Un segundo ataque tuvo el mismo resultado. Y un tercero, y un cuarto. Tras el quinto intento, Ariete empezó a pensar que quizás el ataque frontal no funcionaba contra éste enemigo en particular. Era como si Shokhoti no estuviera ahí en absoluto. Pero si no estaba ahí, entonces dónde estaba?
Ariete empezó a mirar por la cripta, buscando alguna pista que le indicara desde dónde estaba operando Shokohti. La hechicera, que parecía totalmente concentrada en aplastar a He-Man, recordó la presencia de Ariete, y dirigiéndole la mirada, trató de intimidarlo de nuevo
-¡Necio!- dijo Shokohti con una sonrisa cruel- ¿Crees que puedes derrotarme con los músculos? Sólo eres una cucaracha, un bicho asustado que apenas si me sirve como bocado...
-Tratas de asustarme porque si estoy asustado me puedes controlar. Crees que soy estúpido, pero no lo soy! Y no soy un cobarde, y no podrás controlarme!
Y tras decir esto, se lanzó en un nuevo ataque frontal, haciendo que Shokohti estallara en una sonora carcajada.
Exactamente igual a las cinco veces anteriores, Ariete atravesó la forma etérea de Shokohti y siguió volando por la cripta en curso seguro de colisión contra la pared. Pero al contrario que las veces anteriores, Ariete sabía hacia dónde iba. Mientras Shokohti trataba de hacerse de nuevo con el control de su mente, Ariete notó que un extraño brillo brotaba de los ojos de la máscara que decoraba la pared del fondo de la cripta. Si Máscara era... bueno, una máscara, al fin y al cabo, posiblemente Shokohti también lo era.
Un ruido hueco y metálico, como si una campana gigante se hubiera caído de su soporte, resonó por la tumba de piedra. Y Shokohti parpadeó. Pero no en el sentido de cerrar los ojos momentáneamente, sino en el sentido de dejar de existir por una fracción de segundo. Pero ése pequeño lapso fue suficiente para que la esfera de energía que aplastaba a He-Man se desvaneciera. He-Man cayó de rodillas en el piso, haciendo ingentes esfuerzos por recuperar el aliento.
-¡He-Man!- gritó Ariete- ¡Ya sé cómo derrotarla!
La hechicera, que quedó momentáneamente desorientada tras el golpe, recuperó el enfoque lo suficiente para iniciar los movimientos que Ariete reconoció como el lanzamiento de una de sus esferas de energía. Ariete, sin perder tiempo, le dio un fuerte cabezazo a la máscara en la pared, haciendo parpadear a Shokohti de nuevo, interrumpiendo el hechizo y mostrándole a He-Man lo que le hubiera costado trabajo explicarle con palabras.
He-Man, apoyándose en su espada de poder, se impulsó hacia delante tratando de llegar a la máscara antes de que Shokohti recuperara el control y lanzara alguno de sus devastadores ataques mágicos. Pero sin haber podido realmente recuperar el aliento, su avance fue demasiado lento. Shokohti logró finalizar el hechizo, y todo cuanto pudo hacer Ariete para evitar que He-Man fuera aplastado de nuevo, fue saltar para ponerse en el camino.
El ataque impactó de lleno a ariete, llevándoselo hasta la pared opuesta, y haciéndola polvo. Ariete se perdió de vista, pero se podía seguir escuchando el eco de su armadura a medida que chocaba contra una pared tras otra, atravesándolas todas.
He-Man logró esquivar el proyectil humano a duras penas, pero eso le permitió acercarse lo suficiente para levantar la espada de poder por encima de su cabeza, y hacerla descender en un poderoso golpe, partiendo en dos la máscara de Shokohti.
El avatar de Shokohti que habían estado enfrentando lanzó un agudo grito antes de desvanecerse en un remolino. Y de repente, la tumba volvió a quedar en un completo silencio.
He-Man y Mil Caras tuvieron que seguir un rastro de fragmentos de armadura para encontrar, bajo varias toneladas de escombros, a un inconsciente Ariete.
Varios días después, las luces de la enfermería de Palacio fueron lo primero que Ariete vio. Un rato después, cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, pudo ver que Man-at-Arms, Mil Caras y el príncipe Adam esperaban ansiosos a ver que recuperara la consciencia.
-He-Man nos contó tu aventura, Ariete,- empezó a decir Adam con tono jovial-, ¿qué se siente ser el hombre más valiente de toda Eternia?
-Pues... la verdad... da miedo!
FIN
CARTAS DESDE ETERNIA
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