EL CIELO EN LLAMAS #1
Inhumano
Guión:
Tomás Sendarrubias
Isla George, Bermudas. Julio de 2010. Quince minutos para el Destello.
Mientras se acerca a la playa, Daniel piensa que quizá no había sido tan buena idea todo aquello. Hace un rato que el sol ha desaparecido, pero los dueños de la casa en la que se alojan han repartido falsas antorchas por toda la playa privada del recinto, de modo que incluso antes de llegar a Anthony y James, sabe que ninguno de los dos tiene buena cara. Anthony estaba de pie, al lado de la roca en la que se había sentado James, con los brazos cruzados ante el pecho y la mirada clavada en las crestas de las olas que poco a poco iban lamiendo la arena blanca de la playa. Moreno, con el pelo prácticamente rapado, tribales tatuados en cuello, hombro, antebrazos y tobillo, con los ojos oscuros y el rostro redondeado, medía algo más de metro setenta, y llevaba en ese momento unos pantalones vaqueros cortados por debajo de las rodillas y una camisa blanca abierta. A su lado, sobre la roca, James estaba prácticamente agazapado, pero también tenía los ojos clavados en el mar. Al contrario que Anthony, cuya piel había enrojecido por el sol, James lucía un color bronce dorado en la piel, y tenía el pelo alborotado por el agua y la sal. Sólo llevaba puesto un bañador estampado en blanco y rojo, lo que permitía ver una figura prácticamente perfecta, fibrado y musculoso, con el rostro afilado, los ojos ligeramente rasgado y con cierta veta verdosa.
Tenía los ojos enrojecidos, quizá por la sal del mar, quizá por las lágrimas. Anthony se vuelve hacia Daniel, y esboza una sonrisa forzada. Daniel niega con la cabeza, diciéndole "no te esfuerces". Al igual que James, Daniel ha conseguido ya en los tres días que llevan en Bermudas un buen broceado, que acentúa más sus ojos verdes claros y que ha vuelto aún más rubio su cabello, cortado casi a cepillo. Luce un piercing redondo en su labio inferior, un círculo de titanio negro. Va descalzo, con un pantalón pirata de lino blanco y una camiseta negra.
-Chicos, no quiero molestar, pero Robert y Ralph están terminando de preparar la cena. Y se están esforzando bastante, sería una lástima que os la perdierais-dice Danny, dándole una palmada en el hombro a Anthony, que asiente-. Jamie, tío...
-Estoy bien, chicos, de verdad. Ha sido un momento-replica James, esbozando una sonrisa y mirando finalmente a Danny y Anthony-. Es sólo que... bueno, es más duro de lo que había pensado.
-Quizá deberíamos habernos atenido al plan original-responde Danny, sentándose en la roca junto a James-. Vacaciones de tíos. Playa, fiesta, cerveza. Desde luego, estaría todo siendo más simple.
-Sí pero...-comienza a decir James, y baja la mirada hacia el mar, antes de resoplar y mirar hacia el cielo. Es noche de Luna Nueva, por lo que las estrellas parecen romper la negrura del cielo como agujeros luminosos en una capa de sombras-. Los dos somos adultos, deberíamos ser capaces de comportarnos como tal.
-Al menos tú lo estás haciendo-replica Anthony, y Danny le mira, riendo.
-Nunca vas a ser ecuánime en esta situación, ¿verdad?-dice, y Anthony se encoge de hombros y niega con la cabeza.
-Él es mi amigo, y ella es...
-Da igual-interrumpe James, levantando y saltando de la roca, cayendo descalzo al agua-. Yo lo dejé, se supone que esto es lo que quería. Y es justo que esté aquí. Naomi quería venir, y bueno, no quería ser la única chica. Nicole era la opción más obvia, y también es amiga de todos. Olvidadlo, es sólo que... bueno, pensé que al menos me dirigiría la palabra.
-Bah, no le hagas caso-dice Danny, sacando del bolsillo del pantalón un paquete de tabaco y un mechero. Enciende un cigarrillo, le da una calada, expulsa el humo despacio, y hace un gesto que abarca todo su entorno-. Nos quedan aún siete días para disfrutar en el Paraíso. Playa, sol, cócteles, una casa de ensueño por la que hemos pagado un pastizal... Disfrutemos antes de tener que volver al mundanal ruido.
-Nueva York, Nueva York... no te echo nada de menos-ríe James, asintiendo y dando una palmada en la espalda a Anthony-. Gracias por el apoyo, pero de verdad, estoy bien.
-No, ya lo veo. Estaba pensando en la Quinta Avenida y me ha entrado la nostalgia...
-Se puede sacar al viejo Tony de Manhattan... pero no se puede sacar Manhattan del viejo Tony...-ríe Danny, bajando de la roca tras James-. El agua está caliente. Dan ganas de nadar.
-Creía que Robert y Ralph estaban preparando la cena y que era una pena perdérsela-sonríe Tony, y Danny asiente.
-Pero seguro que pueden esperar cinco minutos.
Daniel, sin más, apaga el cigarrillo contra la roca, se despoja de la camiseta, los pantalones, el bóxer, y corre al agua, saltando y echando a nadar. James y Anthony se miran, y asienten. James corre al agua tras Danny, y Anthony le sigue tras desnudarse.
Desde la casa, una gran construcción de falso estilo colonial francés, con amplias arcadas, grandes balcones, columnas dóricas y cortinas de color violeta, rodeada de buganvillas y damas de noche, Nicole observa como los tres chicos se lanzan al agua y se muerde el labio.
-¿Molesta?-pregunta Naomi, sentada tras ella. Nicole se encoge de hombros, mientras corre las cortinas y vuelve a la mesa, donde Naomi distribuye naipes, jugando al Solitario.
-No debería, pero sí, un poco-responde Nicole-. Creo que no tendría que haber venido.
-Bueno, unas vacaciones de diez días en Bermudas no es algo que podamos conseguir todos los días-responde Naomi, dando la vuelta a una de las cartas-. Lo que sí que deberías es dejar de fruncir el ceño, y empezar a disfrutar, por lo menos por amortizar los dos de los grandes que has tenido que pagar por la casa.
-Es una buena razón-asiente Nicole, con una sonrisa amarga-. Es sólo que... Le veo bien, y me duele. Pensé que estábamos bien juntos.
-Fue bonito mientras duró, oh, qué pena, se acabó, fin del cuento, pasamos página, empieza una nueva historia-comenta Naomi, retirando de la mesa las cartas y volviendo a barajarlas. Las dos chicas tenían la piel blanca, algo enrojecida por el sol, pero Naomi tenía el pelo largo, rizado, y lo llevaba en aquel momento recogido en una cola de caballo en la nuca. Tenía los ojos marrones, el rostro ovalado y unas pequeñas gafas redondas; y llevaba un amplo vestido playero, con un llamativo estampado floral. Nicole era más delgada, con el pelo más corto, liso, con los ojos oscuros, casi negros, y el rostro fino, aquilino. Llevaba unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta de tirantes verde, y el brazo izquierdo cubierto casi hasta el codo de pulseras-. Estamos en Bermudas, en mitad del Paraíso, y en estos momentos, al margen de los tres tíos que probablemente se estén bañando en pelotas, tienes dos más preparando la cena, tres poniendo la mesa...
-Y uno durmiendo todavía la resaca de ayer-asiente Nicole.
-Si alguna vez ha existido la liberación de la mujer, es esto, nena-ríe Naomi, encogiéndose de hombros-. Disfrútalo... y procura no joderles las vacaciones a los que tienes alrededor.
-Anthony me va a apuñalar esta noche mientras duermo, ¿verdad?
-Yo dormiría con la puerta cerrada, por si acaso.
-¡La cena está lista!-exclama Peter desde el comedor, y las dos chicas se incorporan, bajando las escaleras hacia el comedor de la planta baja. Allí están Peter, David, Lewis, Ralph y Robert... y desde luego, los dos últimos se han trabajado la cena. Tres tipos diferentes de ensalada, patatas asadas, verduras al vapor, varias salsas, pan caliente, quesos, y unas enormes langostas bañadas en salsa picante.
-Vaya, queríais sentiros orgullosos-dice Naomi, y Robert asiente.
-Sí, pero lo siento por el que le toque fregar. No pienso acercarme a la cocina en lo que queda de vacaciones-responde el chico. Delgado, supera el metro noventa de altura, con el cabello castaño revuelto, gafas, y vestido con una camiseta de los Lakers y unos vaqueros piratas. A su lado, Ralph asiente, subrayando el comentario de su compañero de faena. Ralph es algo más bajo que Robert, aunque aún así, supera de largo el metro ochenta, ancho de hombros, fornido, con el cabello fino, corto, el rostro ovalado y los ojos marrones,
-A eso digo Amén-dice, y Robert sonríe-. Habrá que despertar a Manny, y avisar a los tres mosqueteros, ¿no?
-Creo que a avisar a los tres mosqueteros deberíais ir alguno de vosotros-responde Naomi-. Están ahí fuera nadando.
-Pero sí Anthony y Danny no llevaban bañadores... oh, ya lo entiendo-interviene David, con una amplia sonrisa. Pequeño, delgado, de piel blanca como la leche, ojos azules y cabello rojo que delata su ascendencia irlandesa, David no se ha puesto al sol en los tres días que lleva en Bermudas, ni tiene intención de hacerlo en los siguientes. Lleva una camiseta del Hard Rock Coffee varias tallas más grande de la que necesitaría, y lo mismo ocurre con los pantalones, unos piratas de cuadros marrones-. Creo que en ese caso, iré yo.
-Yo subo a despertar a Manny-dice Naomi, saliendo de la sala, y escucha a Lewis a su espalda.
-¡Si protesta mucho, déjale dormir! Yo me quedo su langosta
Naomi se ríe y sube de nuevo las escaleras, en dirección al dormitorio de Manny. En cuanto ella y David salen de la sala, Nicole siente la mirada incómoda del resto de sus compañeros. Robert suele de estar de acuerdo en casi todo con Anthony, así que supone que pensará que está comportando como una zorra con James. Y probablemente, Peter y Lewis piensen lo mismo. Peter es sólo un par de pulgadas más alto que David, aunque de piel morena y ojos oscuros, almendrados. Lleva unos pantalones vaqueros caídos que dejan ver unos bóxer blancos de Calvin Klein, y una camiseta negra de AC/DC. Lewis es tan alto como Robert, y aún más delgado. Al igual que David, su piel es blanca, aunque ha sido menos cuidadoso que este, y muestra cierto color rojizo doloroso. Lleva el cabello largo, recogido en una coleta baja, de color castaño claro, una camiseta de los Chicago Bulls, y piratas blancos.
-Chicos, sé que me estoy comportando como una idiota, pero os prometo que voy a intentar que a partir de ahora, todo vaya mejor-termina diciendo Nicole, jugueteando con un trozo de pan, un cuchillo y la mantequilla-. Al fin y al cabo, hemos venido para pasárnoslo bien todos juntos.
-Y eso incluye no echarle a nadie en cara nada-apostilla Robert, tajante. Nicole siente que algo se enciende en su interior, pero asiente.
-Es... difícil para mí, pero prometo que lo intentaré.
Estación Orbital Valquiria. Punto de Lagrange, sobre el Mar Caribe. Julio de 2010. Seis minutos para el Destello.
La estación orbital se rige por el horario del Meridiano de Greenwich, así que en esos momentos, la mayoría de los tripulantes de la Estación duerme. Sólo los oficiales necesarios para el mantenimiento y la vigilancia de todos los sistemas del satélite están despiertos. Sólo ellos y el General Eisenbach, responsable máximo del proyecto internacional de investigación orbital. Karl Eisenbach, belga de padres alemanes ha cumplido los cincuenta años tres días antes, y considera que ha llegado lo más alto que se puede llegar en el mundo militar. Al menos, está seguro de que no hay nadie por encima de él... físicamente hablando. La Estación Valquiria es el juguete de los gobiernos de la Unión Europea, los Estados Unidos y Rusia, una estación orbital secreta que lleva ya dieciocho meses volando sobre la Tierra, con los mejores sistemas de camuflaje que el dinero, la industria privada y el ejército pueden comprar. Allí arriba, además de obvios sistemas militares de defensa y espionaje, hay laboratorios, algunos con proyectos tan complejos que Eisenbach ni siquiera intenta comprender lo que están investigando. Realmente, su misión es que todo salga bien.
Y debería llevar horas durmiendo, pero algo le tiene desvelado. Sabe que allí abajo, en La Haya, su hija Sophie está a punto de darle su primer nieto. Quizá incluso ya haya ocurrido y sea abuelo. Sabiendo que le espera una noche muy larga, el General Eisenbach se incorpora, y de un mueble cercano a la cama, saca una botella de Jack Daniel´s de doce años. Es alto, cercano al metro noventa, y muy delgado. Su porte es completamente militar, incluso sin el uniforme. El cabello, que algún día fue rubio oscuro y ahora tiende al blanco, comienza a ralear en la frente, y ya se notan arrugas alrededor de sus ojos del color gris del acero. Pone un par de hielos en un vaso y se sirve dos dedos del líquido color caramelo de la botella. Mira la foto de Sophie, y se plantea la posibilidad de pedir a comunicaciones que le pongan en contacto con La Haya.
Y en ese momento, suenan las alarmas. De inmediato, Eisenbach deja el vaso de licor sobre la mesilla y sale al pasillo. Uno de los jóvenes oficiales, francés cree recordar Eisenbach, corre hacia él y se cuadra.
-¡General!-exclama en inglés, con un fuerte acento galo-. Hay problemas en el laboratorio Cinco...
-¿Qué tipo de problemas?-pregunta Eisenbach, mientras se apresura a dirigirse al laboratorio Cinco. El Cinco es el laboratorio de la Doctora Pavarti Mahan, de la India, y el doctor Samuel Tellhart, británico. Genetistas cree recordar. Lo comprueba en la carpeta orientativa que le tiende uno de los técnicos. "Programa de Evolución Eugenésica", Laboratorio Cinco.
Eugenesia.
Desde que iniciaron el proyecto en la Valquiria, le había parecido algo... nazi.
-Todos los medidores de energía se salen de patrón...-informa el técnico, y en ese momento, toda la estación tiembla, y Eisenbach tiene que agarrarse al quicio de una puerta para no salir despedido. A través de los cristales polarizados, ve que el cielo se ilumina.
Isla George, Bermudas. Julio de 2010. El Destello.
-Bello durmiente...
Naomi llama a la puerta, y escucha dentro un quejido. No puede evitar una sonrisa, y abre. Dentro, Manny se está incorporando en la cama. La ventana está abierta, así que la habitación se refresca con la brisa marítima, y Manny se revuelve entre las sábanas. Lanza un gemido ahogado mientras abre los ojos, y los clava en Naomi, frunciendo el ceño. Tiene el pelo castaño claro, liso y revuelto, y se quedó dormido con los mismos vaqueros que llevaba la noche anterior. El color rojizo de su piel está pasando a ser bronceado, incluso en el rostro, enmarcado por unas anchas patillas y en el que destacaban los ojos verdes claros y lo labios gruesos.
-¿Qué hora es?-pregunta, con voz ronca.
-Hora de cenar-responde ella, y Manny enarca las cejas.
-¿Llevo durmiendo todo el día?
-Sí, ayer se te fue la mano con los mojitos, las caipiriñas... y el ron en general.
-Necesito una ducha-gruñe, saltando de la cama, y Naomi asiente.
-Te esperamos para cenar, no tardes.
Y en ese momento, el exterior se ilumina. Naomi se detiene, y ambos clavan sus ojos en la ventana, en el mar, que ha comenzado a relumbrar.
-Creo que vienen a por nosotros-dice Anthony, mientras vuelven a la playa, señalando a David, que les hace señas para que vuelvan.
-¡La cena está en la mesa!-grita el chico, y Danny hace un gesto de asentimiento, levantando el pulgar mientras se detienen junto a la roca para recoger la ropa.
-Vamos a cenar empapados-dice, mientras se pone los pantalones, y Anthony se encoge de hombros.
-Seguro que pueden esperar a que nos sequemos y nos cambiemos.
-Ey, mirad eso-dice James, y los otros tres chicos alzan la mirada, siguiendo la dirección de los ojos del chico. En el cielo, algo ha comenzado a brillar.
-¿Qué cojones es eso?-gruñe Danny, mientras el punto resplandeciente se extiende a toda velocidad, prácticamente iluminando el cielo por completo. Y entonces, un rayo blanco cae sobre el mar, y el agua parece hervir. David grita, cubriéndose los ojos con los brazos, mientras la luz avanza hacia ellos, hacia la casa, devorándolo, cubriéndolo todo.
Isla George, Bermudas. Julio de 2010. Una hora después del Destello.
El ejército ha bloqueado la zona por completo. No hay forma de acceder a la bahía ni a la casa desde tierra ni por mar. "Un accidente en un carguero", han dicho las autoridades a los curiosos. El coronel Wilson Santana, la máxima autoridad militar de Bermudas en aquel lugar, pasea sobre la arena, mirando a su alrededor con curiosidad. Uno de los soldados se acerca a él a carrera.
-¡Señor!-dice el joven, y Santana le mira, cruzando las manos tras la espalda-. Dentro de la casa hay siete personas. Dos mujeres y cinco hombres.
-Y otros cuatro hombres aquí fuera-asiente Santana-. ¿Vivos?
-Todos vivos, sí, sus constantes son estables-responde el joven-. Pero están en un estado semejante al coma. No responden a ningún estímulo.
-Eso es bueno para nosotros-gruñe Santana-, viendo los helicópteros que se acercan a la playa-. No tendremos que darles explicaciones y no tendremos que obligarles a dormir. Parece que ya vienen a por ellos.
-Señor, con su permiso... ¿qué está pasando aquí?
-Nada que deba saber, soldado. Que se lleven a estos cuatro de fuera, y que los pongan en el porche de la casa, junto a los siete de dentro. Se los llevarán enseguida.
-Sí, señor-responde el muchacho, azorado-. Lo siento, señor.
Santana hace un gesto para que el soldado se apresure y vuelve a mirar hacia los helicópteros. Piensa que, si al menos supiera algo, quizá podría contárselo. Pero no es el caso, ya que Wilson Santana no tiene ni la menor idea de qué ha iluminado aquella playa ni de qué les ha pasado a esas once personas.
Estación Orbital Valquiria. Punto de Lagrange, sobre la costa Este de Estados Unidos. Julio de 2010. Dos horas y media después del Destello.
-Doctora Mahan, doctor Tellhart-gruñe el generan Eisenbach, apoyándose en la mesa de su sala de reuniones y clavando unos ojos furibundos en los dos investigadores. Tellhart se muestra nervioso, y no deja de tamborilear con los dedos sobre la mesa. Es un hombre joven, uno de esos genios que Oxford vomitaba de vez en cuando, grueso, rubio y con los ojos verdes, el cabello escaso recogido en una coleta en la nuca, y de boca pequeña y rosada. Sin embargo, la doctora Mahan no mostraba síntoma alguno de que algo hubiera ido mal. India, de cincuenta años y nacida en Bombay, Pavarti Mahan tenía el color de piel oscuro de los habitantes del subcontinente indio, con los ojos oscuros, y un punto rojo tatuado en el entrecejo. Había estudiado en Bombay, Berkeley, la Sorbona, Princeton y UCLA, y era una de las mejores genetistas del mundo.
-General... los detalles de nuestra investigación tienen un código de seguridad Alfa-Rojo-masculla Tellhart-. Tendríamos que pedir permiso para....
-Doctor Tellhart, soy la máxima autoridad militar y civil a bordo de la estación. Y quiero saber por qué tengo a once ciudadanos norteamericanos en coma, y por qué mi estación orbital secreta ha iluminado el Mar Caribe durante ocho segundos como si fuera el Cuatro de Julio.
-El Proyecto Dioscuros es un proyecto de investigación militar, General Eisenbach-comienza a decir la doctora Mahan, tras un suspiro de agotamiento-. Samuel y yo estábamos desarrollando un sistema que permitiera modificaciones inmediatas en el genoma humano. Eso nos permitiría obtener soldados más fuertes, más altos, más resistentes...
-¿Estaban intentando crear al puto Capitán América?-masculla Eisenbach, y Tellhart lanza una pequeña risilla, asintiendo. Realmente, la idea había sido suya, aunque los financiadores del proyecto habían incluido a la Doctora Mahan, y la idea se la habían dado precisamente los cómics del Capitán América.
-Hay un isótopo recién descubierto... el IS-7734, yo lo llamo "el Supersoldado"-responde Tellhart-, capaz de afectar de forma profunda al ADN humano. De liberar su potencial... siempre me ha encantado esta expresión. La doctora Mahan teorizaba sobre que el IS-5488, transportado a través de nanotecnología en soporte plasmático, podría tener el efecto que estamos que buscando.
-La creación de... Supersoldados. ¿Y por qué irradiamos esta noche esa bahía de las Bermudas?
-Me encantaría dar una respuesta-interviene la doctora Mahan-, pero dudo de que la tengamos nunca. Habíamos programado el ordenador para realizar una prueba del sintetizador de IS-7734, pero a pequeña escala. Algo falló en los sistemas informáticos, y los sistemas de defensa de la nave proyectaron el transporte plasmático como si fuera una acción defensiva.
-Y ahora tenemos once víctimas irradiadas-gruñe Eisenbach, y Mahan niega con la cabeza.
-Ahora hemos avanzado al menos dos años en la investigación, general-dice, y este enarca las cejas-. No habíamos podido realizar pruebas del IS-7734 en humanos aún, hubiéramos tardado meses en conseguir los permisos necesarios. Ahora... esos once chicos, son la llave del mañana.
-Oh, sí, la llave del mañana, me encanta-sonríe Tellhart, y Mahan le mira con seriedad.
-General Eisenbach, hemos comprobado los datos de esas personas. Tenían esa casa en George Island alquilada para otros siete días más, estaban de vacaciones, nadie les echará de menos.
-Son ciudadanos americanos, el accidente ha ocurrido sobre un país independiente. El conflicto internacional puede ser abrumador.
-Estoy segura de que tanto Estados Unidos como la Unión Europea, Rusia y el resto de los inversores de la Valquiria sabrán afrontar esa situación, y apreciarán las ventajas que para sus ejércitos supondrían nuestros... supersoldados.
-Suponiendo que su ADN no se descomponga en las próximas treinta y seis horas y queden reducidos a sopa primordial-masculla Tellhart, y Eisenbach le mira con gesto serio.
-General Eisenbach, vivan o mueran, tendrá que dar muchas explicaciones. La irradiación ha llamado la atención del gobierno de Bermudas, sin duda. Y si los muchachos mueren, habrá mucho que explicar. Ese riesgo ya está sobre nosotros, es nuestra espada de Damocles. Pero podemos aprovechar el tiempo que les quede de vida, y hacer avances que nos pongan por delante del resto del mundo. Avances genéticos que serán inimaginables hasta dentro de cien o ciento cincuenta años. Y lo tendríamos ahora.
Eisenbach se incorpora, y sus ojos se clavan en los cristales polarizados de la sala. A través de ellos, en aquellos momentos puede ver como la Valquiria deja atrás el Atlántico y la Costa Este, internándose en la región de los Grandes Lagos, en un arco ascendente orbital que les llevará hacia Canadá y Alaska. Se gira hacia la doctora Mahan y el doctor Tellhart, y asiente.
-Siete días-dice-. Si sobreviven. Y luego, utilizaremos con ellos los sistemas generadores de memoria y borraremos todo lo relacionado con su estancia en la Valquiria.
-Una decisión excelente, General-asiente la doctora Mahan-. No se arrepentirá de ella.
Estación Orbital Valquiria. Punto de Lagrange, sobre la Isla de Madagascar. Julio de 2010. Tres días después del Destello.
-Fíjate en esa velocidad de reconstrucción-dice Mahan, señalando la proyección tridimensional de cómo el fémur del chico llamado James Kornfeld se suelda a una velocidad diez veces superior a la normal-. La velocidad de las células óseas es pasmosa.
-La regeneración del tejido celular dérmico y muscular es aún más rápida-asiente Tellhart, revisando los datos médicos en papel-. Y los balances de sus cuerpos han cambiado. Han... mejorado. Sus cuerpos han eliminado la grasa sobrante, sus pesos se han adaptado a las teorías médicas de equilibrio entre estructura, volumen y masa ósea. Sus músculos han crecido, se han endurecido. Son... como el Capitán América-ríe el doctor, dejando sobre la mesa los papeles y mirando hacia James, situado tras un cristal, dentro de una mesa de pruebas que ellos manejan a distancia-. Y sin embargo, sus constantes son estables, pero no hay actividad cerebral. Ni la más mínima. No parece que vayan a despertar pronto.
-Sus cuerpos se están adaptando a los cambios, por eso duermen-afirma Mahan, revisando sus propios ficheros-. El caso del Sujeto Cuatro es diferente, sí tiene actividad cerebral. Sus neuronas trabajan a toda velocidad. Como si estuviera despierto.
-Pero no parece consciente. Es como si estuviera soñando... y utilizando partes de su cerebro que no suelen mostrar actividad alguna en ningún escáner normal.
-Sujeto Cuatro... Anthony Scarlatti. Profesor de literatura en Barnard College, nacido en Nueva York, ambos padres descienden de inmigrantes italianos. Anthony, Anthony... ¿qué estás soñando?
-Deberíamos hacer un electro secuencial-masculla Tellhart, y Mahan asiente-. Pero de momento, ¿podríamos repetir la prueba de reconstrucción ósea?
-Sí-asiente Mahan, y pulsa unos botones en el panel que tiene delante. De inmediato, en la mesa sobre la que está James tumbado y sujeto, un punzón afilado cae sobre su fémur, rompiéndolo limpiamente. El cuerpo de James apenas se contrae unos segundos, pero enseguida se relaja de nuevo, y en las pantallas de los investigadores, pronto comienzan a ver de nuevo los detalles de la reconstrucción.
En un pasillo cercano, en ese mismo momento, la teniente Anna Hawke nota como el broche que sostiene sus placas identificativas se rompe, y hace un ademán para cogerlas antes de caigan al suelo. Sin embargo, las placas permanecen en el aire, suspendidas ante ella al menos dos segundos, sin caer hacia ningún sitio... y luego vuelan a toda velocidad contra la pared, como si hubiera un gran imán tras esta. Anna lanza un pequeño grito, y en ese momento, las placas caen al suelo.
Estación Orbital Valquiria. Punto de Lagrange, sobre Marruecos. Agosto de 2010. Cuatro días después del Destello.
-Me encantaría decir que entiendo sus informes-afirma Eisenbach, dejando la carpeta sobre la mesa-. Pero no es así.
-El ADN de los sujetos se ha modificado-dice la doctora Mahan, tomando un sorbo de una taza de té que tiene delante-. En estos momentos su ADN tiene un 98% de coincidencias con el genoma humano, pero se ha modificado en cerca de un dos por ciento.
-Es una cifra ínfima-gruñe Eisenbach, pero Tellhart sonríe, y Mahan niega con la cabeza.
-La diferencia genética entre un humano y un chimpancé es sólo de un dos por ciento, general. En estos momentos, estamos asistiendo al nacimiento de una especie diferente-afirma el doctor, y por un momento, parece que Eisenbach se queda pálido.
-¿Me están hablando en serio?
-Por completo-responde Mahan-. Han cambiado lo suficiente como para decir que no son humanos en absoluto.
-Dios mío... ¿las modificaciones serían transmisibles de la forma habitual?
-¿De la forma habitual, general? ¿A qué se refiere?-pregunta Tellhart.
-¿Podrían tener hijos?
-Sí, por supuesto, son plenamente funcionales en ese sentido.
-Que no lo sean-ordena Eisenbach-. No quiero crear a los nuevos Cro-Magnon y convertirnos en los Neanderthales. Castradles.
-Bueno, si queremos mantener la patente de la modificación, no sería descabellado un proceso de esterilización-afirma Mahan.
-Bien-asiente el general-. Les quedan tres días, luego habrá que decidir qué hacer con ellos.
-Oh, en tres días podemos hacer muchas pruebas más-asiente Tellhart, y Mahan sonríe.
Estación Orbital Valquiria. Punto de Lagrange, islas Azores. Agosto de 2010. Cuatro días y medio después del Destello.
Nota como si una membrana le rodeara, casi se imagina la imagen de un feto envuelto en su bolsa, envuelto en líquido amniótico. Trata de gritar, pero sabe que no le escuchan, su cuerpo no responde. Empuja de nuevo la bolsa, y esta se rasga. Escucha las voces de los soldados, de los investigadores, de la tripulación de la nave. Salta de uno a otro, como una centella. En un momento determinado, incluso puede ver a través de los ojos de uno de los soldados el lugar en el que se encuentran, y ve la Tierra bajo ellos.
Hace ya un par de días que se dio cuenta de que no escuchaba realmente con los oídos. Escuchaba pensamientos. Había llegado a pensar que estaba muerto, que aquello era lo que había después de la muerte... pero luego, había conseguido leer los pensamientos de los científicos, de los técnicos. Estaban experimentando con ellos. "No humanos", habían dicho. Él les hubiera gritado, quizá hasta les hubiera disparado si hubiera tenido un arma. Pero no podía hacer nada. Su cuerpo seguía en estado comatoso.
Piensa en James, y se encuentra ante otra membrana, como la que tiene que romper cada vez que quiere salir de su propia mente. Empuja sobre ella, y aunque es flexible y parece plegarse ante sus dedos (unos dedos que realmente no tiene), finalmente se rompe. Un aluvión de imágenes le abruma, muchas de ellas familiares, otras no tanto. Pero reconoce enseguida al dueño de todos aquellos pensamientos.
-Jamie-dice sin voz, pero no hay respuesta, sólo más pensamientos sueltos, recuerdos perdidos, cuajados de dolor...-. ¡¡Jamie!!
-¿Tony?
Anthony suspira aliviado al reconocer la voz consciente de Jamie.
-Tony, ¿qué está pasando? ¿Qué nos han hecho? No puedo moverme, no puedo...
-No lo sé, Jamie, pero tienes que estar tranquilo.
-¿Estás aquí? No puedo verte...
-James, no sé cómo... pero estoy dentro de tu mente. Mi cuerpo está en otra sala, igual que tú. Conectado a un montón de máquinas, están haciendo pruebas con nosotros...
-¿Extraterrestres?
-No. Creo que es el ejército.
-Tony, ¿qué vamos a hacer?
Anthony guarda silencio un instante, pero de inmediato, toma una decisión.
-Voy a buscar a los demás, Jamie. Voy a buscarles y vamos a salir de aquí. Como sea.
TRAS EL DESTELLO
Bienvenidos al mundo tras el Destello. El cielo de Bermudas se ha iluminado, once personas han visto cambiada su vida, y aquí, comienza el cambio de todo un mundo. Es mi primera incursión en el fanfic no Marvel ni DC, mi primera oportunidad de crear un entorno y unos personajes completamente propios, y mentiría si no reconociera que me da un poco de miedo no tener ese colchón, pero me apetecía mucho dar este paso y compartirlo con vosotros. Espero que os guste, y espero vuestros comentarios donde siempre, que serán bienvenidos, y sobre todo, agradecidos.