PORTADA: Grav, sin su uniforme de Penitente, pasea por la ciudad de Latveria.
Xiao Ling Yang, conocida como Grav, pasea apesadumbrada por la ciudad de Doomstadt, capital de Latveria. Su uniforme azul y morado, que la distingue como parte del cuerpo policial sobrehumano de Muerte, los Penitentes, mantiene apartados de ella a todos los latverianos que la ven. Acostumbrada como está y sumida en sus pensamientos, apenas es consciente de ello.
"Esto no está bien", piensa.
Sólo hace un par de horas que ha vuelto de Scholendstadt, donde toda la población fue absorbida por un experimento fallido del Doctor Wilhem Johanssen; finalmente ante la imposibilidad de salvar a los habitantes Muerte decidió erradicar toda vida existente en la ciudad, con el fin de evitar que la plaga Gestalt avanzase. Un acto de pura crueldad, piensa Ling, pero no fue eso lo peor. Muerte ejecutó a Johanssen de forma cruel y horrible, con el objeto de convertirlo en un ejemplo. Oh, si, un ejemplo... un ejemplo de pura maldad.
Grav no es en absoluto inocente, ni se considera así; ella misma mató a decenas de personas, en una campaña por defender los derechos de los mutantes en China. Habiendo sido rescatada por Muerte cuando iba a ser ejecutada, tiene la deuda moral de servirle, aparte del miedo que el monarca latveriano inspira.
Claro que su lealtad también se debe a los nanorrobots que pueblan su sangre, ante la menor señal de deslealtad su corazón dejará de latir, el riego sanguíneo se detendrá... todo dependerá del estado de humor de Muerte cuando decida matarla.
Un escalofrío recorre su espina dorsal. ¿Y si Muerte tiene acceso a sus pensamientos? Si alguno de los otros Penitentes telepáticos revelase a Muerte lo que piensa puede darse por muerta... nunca se había parado a pensarlo. Aprieta los dientes esperando sentir un terrible dolor pero nada pasa; suspira aliviada y continúa su paseo.
La situación es deprimente, pero ¿qué puede hacer ella? Nada, es la respuesta; servir para vivir un día más y esperar que no sea el último. Si bien otros Penitentes como el salvaje Aplastador parecen disfrutar del día a día, Grav sabe que no es la única que se siente como un animal enjaulado.
- Disculpe, señora, ¿Me podría ayudar?
Ling se vuelve extrañada, pues no suele ocurrir que un latveriano le dirija la palabra a un Penitente; la niña que la ha llamado está rodeada de frutas y verduras desparramadas por el suelo, con una bolsa rota en la mano. Grav sonríe mientras se acerca a ayudarla.
- Te ayudaré encantada, cielo, no queremos que llegues tarde a casa, ¿verdad?
- Me temo que no será ella la que llegue tarde a casa.
Grav se vuelve hacia el grupo de gente que se ha reunido a su alrededor, con expresión amenazante. Estupendo, piensa, necesitaba desahogarme.
- Os doy una oportunidad de daros la vuelta y marcharos; yo soy compasiva, pero las leyes de Muerte no lo son.
Como esperaba, algunos de ellos retroceden asustados, pero el resto avanza con... ¿ira? en la mirada. Con una sonrisa cruel, Ling anula la gravedad en los cuerpos de los valientes, elevándolos dos metros por encima del suelo.
- Una vez maté a un pelotón de soldados enviados a matarme -dice sin perder la sonrisa pero sin rastro de alegría en su voz-. Los envié hasta la estratosfera... y luego les ayudé a bajar. ¿Os sentís con ganas de hacer caída libre?
- No lo haga, señora -dice la niña tras ella. Grav no se vuelve, necesitada como está de liberar tensión su atención se centra únicamente en sus víctimas-. Me temo que no puedo dejarla.
Súbitamente Ling nota que no puede respirar, su corazón late aceleradamente. Se vuelve para ver a la niña manejando lo que parece un mando a distancia, y mientras pierde la consciencia y nota varias manos que sujetan su cuerpo y la levantan, se da cuenta de que ese aparato ha controlado los nanorrobots de su sangre igual que lo habría hecho Muerte.
"¿Cómo es posible?", es lo último que se pregunta.
Cuando despierta se nota todo el cuerpo dolorido, cada movimiento es una tortura. Se da cuenta de que está en una cama, no tiene ninguna herida ni ataduras, y una mujer pelirroja que ronda la treintena la observa con gesto divertido, mientras agita el dispositivo que controla sus nanorrobots para dejar claro quién tiene el control.
- Me alegra ver que estás despierta, Xiao Ling Yang. Tenemos mucho que hacer.
- Dado que os habéis tomado tantas molestias para traerme hasta aquí, arriesgándoos a incurrir en las iras de Muerte, supongo que tendréis buenas razones.
- Oh, muy buenas razones -responde la misteriosa mujer sin perder la sonrisa-. Verás, el hombre al que sirves es un impostor. ¿Te preguntas cómo lo se? Sólo necesitas saber mi nombre: soy Ariadna... Ariadna von Muerte.
Una imagen vale mil palabras... la cara de sorpresa de Grav lo dice todo sobre lo que piensa.
Momentos después, Ling y Ariadna pasean por una vasta estructura de túneles; decenas de personas se cruzan en su camino, atendiendo quién sabe qué tareas. Infinidad de aparatos mecánicos recubren las paredes, dando la sensación de estar en una nave espacial.
- ¿Dónde estamos?
- Justo debajo del Castillo Muerte -responde Ariadna con su ya característica expresión divertida; al ver la cara de sorpresa de Grav, añade:-. ¿Te preguntas por qué te lo cuento? ¿O acaso te haces una pregunta más importante: como es que Muerte no sabe que estamos aquí?
"Responderé a esa pregunta de cualquier forma: cuando era pequeña encontré por accidente esta red de túneles... se extiende por kilómetros, recorriendo toda Latveria. Jamás se lo conté a nadie hasta que decidí organizar la resistencia... hasta que volví de estudiar en América y descubrí que el hombre que reina en Latveria es un vulgar impostor. La mejor prueba de ello es que desconoce nuestra presencia aquí.
- Pero si no es Muerte, entonces tu padre...
- Desaparecido -responde con la voz cargada de amargura-, en el mejor de los casos. Sea como sea, ese hombre ha tomado el trono a traición y yo seré la encargada de echarle de ahí. Ahí entras tú. Bueno, tú y los demás.
- ¿Los demás?
- Otros Penitentes ya se han unido a nosotros, ansiosos de librarse del yugo del farsante.
- ¿Muerte no sospecha nada? Siempre pensé que utilizaría a los telépatas u otros métodos para detectar cualquier asomo de traición. De hecho creo recordar el caso de un par de Penitentes que fueron ejecutados por esa razón.
Ariadna suelta una carcajada mientras abre una puerta y la invita a pasar; entran en una sala con una gran mesa rodeada de varias sillas, y sólo una de ellas está ocupada. Ling se ve sorprendida una vez más al reconocer a uno de sus compañeros, Henri Durand, alias Mens, telépata.
- Como puedes ver, querida, el tema de los telépatas lo tenemos controlado.
- Buenas tardes, Ling. ¿Has dormido bien? - pregunta el francés.
- Entonces a ver si lo entendido bien... ¿Los Penitentes que Muerte ha ejecutado por traición han sido en realidad ejecutados por vosotros?
- Todos no -Ariadna niega con la cabeza enérgicamente-, pero aquellos que rechazaron nuestra oferta eran demasiado peligrosos para seguir vivos... -y dirige a Ling una amenazadora mirada.
- Pero si habéis sido vosotros ¿por qué Muerte afirma ser el responsable?
- Política -contesta Ariadna-. Si admite que él no ha sido, daría pie a la posibilidad de que el sistema de control de los Penitentes sea imperfecto, o peor aún, que exista una resistencia. Si Muerte quiere mantener el control, es preferible aparentar ser un déspota despiadado que un incompetente que no sabe dominar a sus súbditos.
- Todos los Penitentes telépatas trabajamos para la Resistencia -aclara Mens-, por eso Muerte no puede averiguar nada respecto a nosotros, hemos formado una pantalla telepática impenetrable.
- Como es lógico, los telépatas fueron los primeros en ser reclutados -añade Ariadna.
- Lo tenéis bastante bien montado, por lo que veo.
- Eso o morir -contesta Henri.
- Bueno creo que ya es bastante información por el momento; Xiao Ling Yang, ¿Te unirás a nosotros? Y recuerda que sabremos si planeas traicionarnos -dice Ariadna señalando a Mens.
Ling medita la situación: no es que tenga muchas opciones, puesto que "no" significaría la muerte; por otro lado, el hombre que dirige Latveria ha demostrado ser cruel y despiadado, y si bien le ha salvado la vida también le ha quitado algo más importante: su libertad.
- ¿Qué puedo decir? -responde ella- estoy dentro.
Ariadna dirige una significativa mirada a Mens, que sonríe confiado.
- Al 100 por 100 -dice.
- En ese caso, Grav, has dado tu primer paso en el camino de la libertad.
"O el de la tumba", capta el mutante francés en la mente de la mujer. Y si no dice nada es porque hace tiempo que el piensa lo mismo...
PRÓXIMO NÚMERO: Mientras Ariadna continúa sus planes, Muerte recibe una visita inesperada.
CORREO DE DOOMSTADT
Escribid a Doctor_Muerte_2055@yahoo.es para lo que queráis.